jueves, 21 de septiembre de 2017

DOMINGO XXV – A (24 de setiembre de 2017)

DOMINGO XXV – A (24 de setiembre de 2017)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 20,1-16:

20:1 Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
20:2 Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.
20:3 Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,
20:4 les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo".
20:5 Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
20:6 Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?"
20:7 Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".
20:8 Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".
20:9 Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.
20:10 Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
20:11 Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,
20:12 diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".
20:13 El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?
20:14 Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.
20:15 ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"
20:16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". 

PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio termina diciendo: "Al terminar el día, el dueño llamó al mayordomo y le dijo: Llama a los obreros y págales el jornal, comienza con los últimos y termina con los primeros"(Mt 20,8). Para completar la idea agregamos dos citas: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,27). “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y pondrá a unos a su derecha y otros a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber… porque cada vez que lo hicieron con mis hermanos pobres, conmigo lo hicieron. Y a los de su izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber…”  (Mt 25,31-43).

La visión que nos guía las enseñanzas de estos domingos es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1). 

En efecto, la enseñanza de hoy Jesús nos habla sobre el tema del trabajo. Ya desde el inicio acuñó Dios el tema del trabajo en los términos siguientes: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3,19). Jesús en su parábola respecto al Reino de los cielos hoy nos describe como aquel que sale a contratar trabajadores para su viña en diferentes horas del día: A primera hora, a media mañana, al medio día, a la media tarde ya la ultima hora, a estos de la ultima hora les preguntó: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?” (Mt 20,6). Respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña"(Mt 20,7). Como se ve, el trato con todos los trabajadores es de un denario de pago por el jornal (Mt 20,2). 

Dios nos envió a su Hijo único para instituir el Reino de Dios, pues Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre, vine al mundo; dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). ¿A qué vino Jesús al mundo? Dice Jesús: “Para esto he nacido y he venido al mundo,  para ser testigo de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Nos dijo, además: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, entonces significa que el Reino de Dios ya ha llegado para Uds.” (Lc 11,20). ¿Cómo instituyo Jesús el Reino de Dios? Convocó a los trabajadores para el reino de Dios (viña) mediante el Bautismo:  “El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5). Todos los bautizados somos contratados para trabajar en la viña del Señor. El pago de la jornada de trabajo (1 denario) es el medio o pasaporte para nuestra salvación. Para ser salvos tenemos que trabajar si o si en la viña del Señor; es decir tenemos que ejercer nuestra fe. No basta ser bautizados, no basta ser contratados, haya que trabajar por lo menos un momento en la viña (Iglesia).

Respecto al trabajo que es un don de dios; ¿Cómo estamos de trabajo? ¿Muchos no tienen trabajo verdad? ¿Somos de los que pasan el día entero en la plaza sin hacer nada y esperando ser contratados? ¿Somos de los que  a primera hora ya fuimos contratados? O ¿Somos de los fueron contratados a medio día? O más bien ¿Somos de los que no hacemos nada por buscar trabajo? Recuerda que el trabajo no nos buscará, nosotros tenemos que buscar el trabajo. Al respecto san Pablo decía: “El que no quiera trabajar, que no coma. Nos hemos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no hacen nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen con sosiego para ganarse su pan. En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (II Tes 3,10 -13).

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a todos a trabajar. En la viña del Señor hay trabajo abundante para todos y todos estamos invitados. Ya no somos nosotros los que pedimos trabajo sino que el Señor nos lo está ofreciendo porque aquí en la viña del Señor hay mucho que hacer, o sino recordemos aquel pedido del Señor: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38).

Es posible que, no sepamos cómo y dónde trabajar para la viña del Señor y para ganarnos el denario de la Jornada (Mt 20,8). El denario no se nos va a regalar a nadie, por ganarnos este denario debemos si o si trabajar en la viña del Señor. ¿Por qué es importante merecer el denario? Porque el denario de esta parábola nos describe que es el cheque o pasaporte que nos servirá para entrar un día sin falta en el reino de los cielos y gozar de este seguro de vida, un gozo que no tiene fin, sino que es el seguro de toda la vida en el cielo. Ya nos dijo el Señor: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno de acuerdo a su trabajo” (Mt 16,27). La paga consiste en obtener el pase para entrar en el Reino de Dios (salvación).

Cada uno hemos recibido diferentes dones o talentos los cuales nos sirven para ganarnos el denario; así nos describe Jesús en este episodio: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor…” (Mt 25,14-20). San Pablo nos manifiesta: “En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Efesios Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?” (I Cor 12,27-30). Estos dones que el Señor nos dio, sirven para ganarnos el talento en la viña del Señor. Y de ellas daremos también un día cuentas: “Aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le exigirá” (Lc 12,48).

Vivimos en una sociedad de “produce y consume”. Una sociedad de Tarjetas y depósitos e intereses. Una sociedad así difícilmente entiende lo que es la gratuidad (amor). Una sociedad que, aunque nos duela, está ahí condicionando nuestra mentalidad. ¿Por qué fulano gana tanto y yo gano menos? La parábola que nos presenta el Evangelio hoy nos habla de eso. ¿Por qué los últimos han de ganar tanto como nosotros los primeros? ¿Por qué a los últimos se les ha de pagar lo mismo que a los primeros? (Mt 20,12). Y los mismos discípulos como Pedro tuvieron problemas, y sino recordemos este impase: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate de mi vista, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23). Es decir, queremos ganar el denario sin casi hacer nada, o buscamos un camino fácil para el llegar al cielo: “Ese modo de hablar es duro quien puede hacerle caso, murmuraron contra Jesús. ¿Jesús les  dijo Uds. también quieren irse? Pedro dijo: Señor a quien iremos tu tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,60-67).

Muchas veces creemos a Dios desde lo que nosotros entendemos y hacemos, no desde la gratuidad y comprensión del corazón de Dios (fe). Medimos el corazón de Dios, desde la pequeñez nuestro. La gratuidad no está en contradicción con la justicia. A los primeros los contrató por un denario. Por los últimos Dios siente compasión de que nadie les haya querido contratar y ahora en su generosidad y gratuidad les paga lo mismo. Cumple con la justicia de pagar lo convenido. Pero eso, no impide que su corazón se deje llevar de la gratuidad (Mt 20, 15). Es difícil creer en la gratuidad, es difícil aceptar la gratuidad, cuando nuestro corazón está lleno de intereses y egoísmos personales (Mt 20,12).


Unos han encontrado a Dios al comienzo de su vida (Mt 20,1), otros lo han encontrado ya de mayores y hasta de ancianos (Mt 20,7). Dios les ofrece la misma salvación, les ofrece la misma vida eterna, les ofrece el mismo cielo. ¿Vamos a culpar por esto a Dios como aquel que se encontró con un amigo que vivió como le dio la gana y al final se salvó? ¡Si al final los dos estamos aquí juntos!” Y es que la salvación es pura gratuidad (amor), es cosa de Dios, no es asunto nuestro. Recordemos este ejemplo: “El buen ladrón desde la cruz dijo a Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".  Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Ahora Jesús lo dijo: “¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,15-16).

viernes, 15 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIV – A (17 de setiembre de 2017)

DOMINGO XXIV – A (17 de setiembre de 2017)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18,21-35

El perdón de las ofensas
18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?"
18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La parábola del servidor despiadado
18:23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
18:24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
18:25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
18:26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
18:27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
18:28 Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes".
18:29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda".
18:30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
18:31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
18:32 Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
18:33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?"
18:34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
18:35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

La visión que conduce la reflexión de estos días es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Ahora nos agrega el tema del perdón: Pedro se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dice: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22).

En efecto, continuamos este domingo con el tema del perdón al hermano y el perdón tiene mucho sentido si está unido al amor, caso contrario no tiene sentido y se puede fácilmente llegar a poner límites al perdón y eso no es gusto o querer de Dios. Poner números al perdón, como la actitud matemática de Pedro (7 veces perdonar) es empobrecer la actitud amorosa. Y en el camino al cielo con esa actitud de que me perdonen siempre y que yo no perdone o solo perdone 7 veces me hace ser mezquino. Recordemos Lo que nos dice el Señor: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). O como hoy al final del evangelio nos lo reitera: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos” (Mt 18,35).

La única estrategia efectiva para llegar al cielo es el amor, por eso la enseñanza central del evangelio es aquello que Jesús nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros". (Jn 13,34-35; Juan 15, 12; Juan 15, 17; 1 Juan 3, 11; 1 Juan 3, 23). Pero, preguntar cuántas veces he de perdonar a mi hermano, como ya se ha dicho, es ponerle límites al amor. ¿Qué sucedería si también le preguntamos a Dios cuántas veces está dispuesto a perdonarnos? San Pablo lo entendió mejor que Pedro y por eso dice: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá. El amor no pasará jamás” (I Cor 13,4-8).

Cuando nosotros solemos decir “a la tercera va la vencida”. Es decir, que después de tres veces ya no me vengas con cuentos. Que no es lo mismo que decir que te perdono solo hasta siete veces y no más. En cambio y felizmente para Dios ni a la tercer ni a la octava va la vencida porque Dios nos ama siempre y por eso nos perdona siempre. Incluso ya nos dijo: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús dio su vida por nosotros, de este modo nos testificó que Dios nos ama como un amigo fiel hasta la muerte. Con mucha razón nos había dicho al inicio de su misión:  “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.  Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).

Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar que estamos llamados en amar como Dios nos ama. Nos imaginamos que el corazón de Dios es como el nuestro, un corazón que pone numero al amor. Nosotros nos parecemos al siervo de la parábola que pide se le perdone su enorme deuda o al menos que tengan paciencia con él, pero luego él es incapaz de ser considerado con el compañero que le debe una minucia. Por eso es linda la conclusión que saca Jesús: “Perdonar de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).

¿Sabes cuántas veces has cometido pecado y por tanto cuántas veces te ha perdonado ya Dios? ¿Cuántas veces hemos perdonado nosotros? ¿Cuántas veces se han perdonado los esposos? ¿Cuántas veces se han perdonado los hermanos? ¿Cuántas veces hemos perdonado al vecino? ¿No te parece lindo que los esposos pudieran decirse el uno al otro: aunque me falles siempre te perdonaré? Ya sé que más de uno estará pensando: ¿Y no es eso dejarle vía libre para hacer lo que le viene en ganas? El amor y el perdón claro que dejan vía libre, pero también son una exigencia para cambiar y vivir en la verdad del amor. Si quieres que Dios te perdone, comienza por perdonar. Si no eres capaz de perdonar por siempre, luego no pidas que Dios te perdone siempre. No por gusto nos dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes"(Lc 6,36-38). Es decir, en la capacidad de perdón se juega la edificación o la destrucción de la comunidad que busca la salvación.

La comunidad de Jesús no puede sostenerse sin el perdón dado y recibido siempre y porque esta comunidad (Iglesia) es de Hermanos (Mt 23,8). Y el distintito de la comunidad es el amor mutuo: Recordemos aquel mandato enfático que dio Jesús a la comunidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto los reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Así pues, el que ama no permitirá que su hermano peque  y se pierda (Mt 18,15); No perdonará solo siete veces sino por siempre (Mt 18,21). Porque ama por siempre.

La actitud contraria  al amor nos recuerda aquella primera escena de odio: “Caín, dijo a su hermano Abel Vamos al campo. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?" Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn4,8-10). Esta escena nos sitúa en la segunda parte de la enseñanza del evangelio de hoy: “El Siervo despiadado” (Mt 18,23-34). “Por eso el Reino de los cielos es semejante a…”. Es importante esta mención del “Reino”: el concederle el perdón al hermano es condición para ser admitido en el “Reino de los cielos”, es en este punto que debe verificarse un cambio radical en la vida de un discípulo (Mt 18,3).

El perdón desde el corazón o con misericordia como mensaje central de la enseñanza (Mt 18,35): “Lo mismo hará con Uds mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”. La parábola ha terminado con una verdadera consagración de la “misericordia” con la cual se descarta definitivamente la “ley del talión” (Mt 5, 38-39). La conexión con las bienaventuranzas es evidente: “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7); esta es, incluso, una de sus mejores catequesis. Igualmente nos conecta con el epílogo del Padre-Nuestro:

“Que si Uds. perdonan a los hombres sus ofensas, les perdonará también a Uds. su Padre celestial;  pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas” (Mt 6, 14-15).

La novedad, con relación a los textos anteriores, es que Jesús agrega que ese perdón debe ser concedido “de corazón” y no solo de boca o meras palabras. Por lo que, será nuestra actitud la que determinará finalmente el juicio de Dios sobre nuestras salvación. El apóstol Santiago nos dice: “El que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg 2,13).

A menudo solemos actuar equivocadamente; en lugar de ser misericordiosos, actuar como jueces, al respecto el Señor nos lo dice también: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5).  Y el Apóstol Santiago: “Uno solo es el legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12). Y San Pablo agrega: “La única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8). Así pues, el que vive en el amor, no vive con tanto cuantas veces perdono a mi prójimo si no siempre perdonando: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,7-8).

jueves, 7 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIII – A (10 de Setiembre del 2017)

DOMINGO XXIII – A (10 de Setiembre del 2017)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18, 15-20

Corrección fraterna

18:15 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
18:16 Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
18:17 Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
18:18 Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

La oración en común

18:19 También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
18:20 Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos". PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien en el Señor:

Seguimos con el tema de fondo: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Buscando respuestas a estas inquietudes el domingo anterior hemos dicho que: No podemos obtener la salvación pensando como nosotros queremos. Ahí el ejemplo: 1) Pedro dijo a Jesús al oír: “El Hijo del hombre sufrirá y morirá en manos de sus enemigos y al tercer día resucitara. Pedro increpo a Jesús diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque piensas como los hombres y no como Dios" (Mt 16,22-23). 2) Para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24). Hoy se agrega otra enseñanza: La corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20).

Con la enseñanza de hoy respecto al tema de salvación, se llega al corazón del tema: cuales el amor. Tema que se despliega en los mandamientos. Maestro de la ley pregunto a Jesús: ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. (Mt 22,36-37). Y Jesús agrego y dijo: El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). Algo más; se nos enseña en otro episodio: “El que dice que amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve,  y no ama a su hermano a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor a Dios pasa por el amor al hermano; de ahí se infiere que, el que ama a Dios debe por amor a Dios corregir con caridad al hermano que incurre en un pecado (Mt 18,15); y unidos e el amor de Dios si elevamos una plegaria a Dios, Dios nos escuchara sin demora (Mt 18,19-20).

Para constituir una comunidad en el amor de Dios conviene traer a colación aquella enseñanza: “Todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Y en esta comunidad de hermanos que es la Iglesia (Mt 16,18) Jesús nos ha enseñado invocar a Dios como “Padre nuestro” (Mt 6,9). Pero, también en la misma oración del Padre nuestro nos ha enseñado a decir: “Perdona nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En la parte final de su enseñanza respecto a la oración nos reitera Jesús: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15).

Corrección fraterna: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Y si no te escucha llama a uno o dos testigos, y si tampoco hace caso, díselo a la comunidad, al final si tampoco escucha a la comunidad considéralo pagano” (Mt 18,15-18). Como es de ver, la responsabilidad como autoridad recae en la comunidad que es la iglesia y como parte de esta comunidad de hermanos que somos por el bautismo (Mt 28,19), cada uno somos responsables de la salvación o perdición de un hermano.

En esta tarea de corrección fraterna lo ideal es que lo hagamos como el Señor nos enseñó, pero no solemos hacer como debiera:

a) Saber corregirnos como el Señor nos enseña: Corregir en privado, llamar a los testigos, o a la comunidad (Mt 18,15-18). Las correcciones nacen del amor mutuo (Jn 13,34), la idea es salvar al hermano pecador porque Dios quiere eso: “Yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús mismo lo manifiesta así: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).

b) Generalmente actuamos al hacer la corrección motivados por egoísmo. Entonces le dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn 8,4-11). Y no olvidemos aquello que nos dice Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lc 6,37.38).

¿Qué hacer cuando nos enteramos que un hermano está en una vida de pecado? Ya tenemos suficientes pautas de cómo actuar. En el evangelio que hemos leído, lo primero que se nos recuerda a uno es que el pecador es un “hermano” y como tal hay que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (Mt 18,15).  Luego se describe el camino recomendado para hacer todo lo posible y recuperar de nuevo la oveja descarriada. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te escucha, habrás ganado (salvado) a tu hermano” (Mt 18,15).  Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.

La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas (Mt 18,18). Deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.  Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de tomar esta decisión: (1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y desatar”; (2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra quedará hecho en el cielo), de ahí que no se debe tomar decisiones aceleradamente sino siempre con cautela. ¡Qué responsabilidad tan grande la que tiene una comunidad con relación a la salvación o la perdición de cada uno de sus miembros!: Jesús dijo a Pedro: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19).  Ahora dijo Jesús: “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18). En el primer caso se deja la responsabilidad de atar y desatar (Perdón) a Pedro, luego se resalta la delegación de atar y desatar a la comunidad. De estas enseñanzas del Señor es como nace el sacramento de la confesión.

La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos de la vida: “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos”  (18,19-20). Cuando la comunidad está bien unida y compacta en una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir, la comunidad es espacio habitado por la “gloria del Señor”, que para nuestro caso es el Señor Resucitado.  La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente en medio de ella.  Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo “Si se ponen de acuerdo para pedir algo”, (Mt 18,19). Renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones. En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo “sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!

En la enseñanza conviene recordar cuando Jesús nos dice: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Dios nos dice por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, siempre que me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13).

Dios escuchará nuestras plegarias, siempre que sepamos invocar con las manos limpias y si no es así, no nos escuchará, lo dice por el profeta: “Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis atrios? No me sigan trayendo vanas ofrendas… Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,10-17).


Si no sabemos actuar en el consejo y enseñanza de Jesús en caso que un hermano ha caído en error o pecado, de nada servirá que hablemos cosas lindas sobre Dios. Ya nos ha dicho: “No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?. Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí” (Mt 7,21-23). Además nos agrega: “El que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, es como un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.  Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,24-27).

Antes de finalizar la reflexión conviene reiterar la cita:"Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano" (Mt 18,17). El Señor es muy misericordioso, incluso nos los dice perdonar y perdonar hasta setenta veces siete (Mt 18,21). Pero no olvidemos que la misericordia del Señor tiene limites, el cual es la justicia divina, al respectos recordemos la escena: "Déjenlos crecer juntos entre trigo y cizaña hasta la siega, cuando llegue el tiempo de la siega diré arranquen primero la cizaña y arrojen al fuego y el trigo almacènenlo en mi granero" (Mt 13,30).

“A media noche llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco" (Mt 25,10-12). Epulon exclamó desde el infierno: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y me refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan. Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lc 19,24-6). Como vemos en estas escenas ya no hay misericordia, ya se cumple la justicia divina, quien tiene que estar en el cielo lo estará por su obras meritorias y el que no merece, estará en el infierno y no porque Dios lo quiera sino porque no tiene obras meritorias: “Considéralo pagano” (Mt 18,17). “Lo que ates en la tierra, quedara atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedara desatado en el cielo” (Mt 16,19).

martes, 29 de agosto de 2017

DOMINGO XXII – A (Domingo 03 de setiembre de 2017)

DOMINGO XXII – A (Domingo 03 de setiembre de 2017)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 16,21-27:

Anuncio de la Pasión (Aclaración de conc. del Mesías)

16:21 En aquel tiempo, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
16:22 Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
16:23 Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

Condiciones para seguir a Jesús

16:24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
16:25 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
16:26 ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
16:27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
16:28 Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy tiene dos partes: El primer anuncio de la pasión (Mt 16,21-23). Y en la segunda parte trata de las condiciones del seguimiento y la recompensa (Mt16,24-28). Las dos escenas se resume en este episodio: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará (Salvarà)” (Mt 16,25). El tema de la salvación nos sitúa en otras escenas similares: El joven rico preguntó a Jesús: "Qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación o la Vida eterna?" (Mt 19,16). Jesús respondió: cumplir los mandamientos. El joven rico dijo que ya lo había cumplido todo eso desde muy pequeño pero si algo mas le faltara. Jesús le dijo” Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo el dinero a los pobres así tendrás un teoso en el cielo, luego vente conmigo” (Mt 19,21). El joven rico se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos” (Mt 19,22-23). Los discípulos asombrados se decían, entonces ¿Quién podrá salvarse? (Mt19,25).

Además de cumplir los mandamientos, hace falta las obras de caridad y hoy agrega algo más: No se consigue la salvación haciendo lo que uno quiere. Porque pretender conseguir la salvación como uno quiere y no como Dios quiere es buscar falsear el querer de Dios. Y dónde quedaría estas enseñanzas: Jesús dijo a Felipe: “¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías.  El Padre que habita en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27).

Jesús anuncia a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). Este anuncio tanto para Pedro como para los discípulos como para todo judío no significó “buena noticia, sino muy mala”. Por eso Pedro como buen judío reaccionó e increpo a Jesús diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23). En efecto Dios busca salvar a la humanidad del infierno mediante la redención de su hijo en la cruz, pero los hombre como los judíos buscan ser salvados de los romanos y su dominación (año 64 A.C.)

Conviene recordar otras escenas concernientes a la enseñanza de hoy: Preguntaron a Jesús: ¿Qué debemos hacer para obrar en la voluntad de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). Jesús les respondió: Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).  Jesús cayó con el rostro en tierra, orando así: "Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39).  “Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). Pedro dijo a Jesús: ¡Tú jamás me lavarás los pies a mí!. Jesús le respondió: "Si yo no te lavo los pies nada tienes que ver conmigo" (Jn 13,8). Como se ve, el hombre siempre busca hacer su modo de ver y no el querer de Dios.

La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.  ¿Qué quieres?, le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".  No saben lo que piden" (Mt 20,20-22). En la misma perspectiva hoy: “Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesus, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,22-23).  “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo. Como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28).

Las siguientes citas complementan bien la enseñanza de hoy: “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). “Quien me confiese abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien se avergüence de mi yo también me avergonzare de él anti mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32-33). Hoy como vemos nos lo reitera así: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). La forma de vida ceñida en el evangelio tiene su recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).

Algunos detalles del evangelio de hoy:

Simón Pedro había respondido a la pregunta de Jesús ¿Uds. Quién dicen que soy?: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Respuesta que mereció por parte de Jesús: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo (Mt 16,17). Pero ahora Jesús aclara la idea del Mesías: “Él comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). Es decir, la idea del Mesías que propone Jesús, lo mismo que tiene que ver con la voluntad de Dios (Jn 6,38) no concuerda en absoluto con el Mesías que los judíos esperan, incluso la de los apóstoles como Pedro.

La objeción de por parte de Pedro: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22). ¿Qué anda mal, quien no está en el camino correcto Jesús o Pedro? Pues veamos: Los judíos y los apóstoles son judíos como Pedro, esperan al Mesías con muchas ansias, pero esperan un mesías salvador de los judíos del yugo y sometimientos de los romanos. Recordemos que los judíos han caído en el poder de los romanos desde el año 64 A.C. Los judíos tienen que pagar altos impuestos a los romanos y venerar al Cesar como su nuevo dios. Los judíos esperan que el Mesías llegará pronto y los liberara de este yugo tan pesado. En suma el judaísmo espera un mesías héroe, que debe vencer a los romanos. En esta expectativa la idea del Mesías que anuncia Jesús a sus discípulos: “Que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día“ (Mt 16,21). La conjetura se entiende en la reacción de Pedro como de todo judio: “Lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá” (Mt 16,22).

La reprensión de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). Estas palabras contrastan totalmente con las que elogió en anterior ocasión: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso si no mi Padre” (Mt 16,17). Pero cada una de estas respuestas son a efecto de una buena respuesta y otra mala respuesta como la de hoy: “Eso no puede pasarte a ti… “ (Mt 16,22). La gran tentación es esto precisamente, querer que Dios actúe como nosotros quisiéramos. Y desde cuando el hombre tiene autoridad sobre Dios para darle consejos de cómo tiene que actuar? Mucha razón tiene Jesús en poner las cosas en su sitio y no tiene reparos en decir las verdades a quien tiene que decir: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” (Mt 16,17). Y fíjense a quien lo está diciendo, a su vicario, al primer papa (Mt 16,19). Como tampoco tendrá reparos en decir a sus verdugos:

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mt 23,27-28). Es que Jesús no ha venido a complacer a uno de sus apóstoles y ni siquiera a un pueblo como los judíos: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" (Jn 6,38-40).

La reprensión a Pedro por parte de Jesús (Mt 16,23). La reacción negativa de Pedro le da a Jesús la ocasión para afirmar de la manera más fuerte posible la necesidad del mesianismo sufriente. “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro…”. El hecho que Jesús se voltee indica que continúa adelante su camino pasando por encima de la interposición de Pedro. La reprensión que viene es fuerte. Contiene tres frases que sacan a la luz tres contrastes:

“¡Quítate de mi vista, Satanás!”.  El verdadero contraste aquí es entre Satanás y Dios. Al tratar de apartar a Jesús de su camino, Pedro se convierte en instrumento de Satanás (Mt 4,1-11). (2) “¡Escándalo eres para mí!”. El contraste aquí es entre Pedro y Jesús. Pedro es llamado, literalmente, “piedra de tropiezo” (significado del término “escándalo” en griego), esto es, la trampa tendida para hacer caer a Jesús en su camino. Jesús se refiere a él como “tentación” que hace caer (ver Sabiduría 14,11) y apartar del querer del Padre, o sea, un obstáculo para desviar del camino que conduce la cruz pasando por el Getsemaní y el Gólgota. Podría verse una relación, en el fondo una ironía, entre esta reprensión y la promesa que se le había hecho a Pedro de ser “piedra (Is 8,14). (3) “¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. El contraste aquí es entre los hombres y Dios. Se explica el “por qué” de lo anterior: “porque tú no concuerdas con los caminos de Dios (que incluyen el sufrimiento y la muerte del Mesías) sino con el punto de vista de los hombres (esperar un Mesías triunfante sin pasar por el dolor)”.

La contraposición entre los puntos de vista humanos y divinos muestra que Pedro, en su manera de comportarse, está guiado por intereses egocéntricos. No sólo priman los cálculos humanos sino sus propios intereses (Mt 12,40). Sintetizando, en términos negativos, vemos cómo Jesús –con pocas palabras- coloca a Pedro en la raya, mostrando la distancia de pensamiento que hay entre los dos; por otra parte, en términos positivos, notamos cómo Jesús le hace a Pedro una nueva invitación al seguimiento, cuando éste parece comenzar a decaer (Mt 4,19), solicitándole que aprenda lo que el discipulado implica.

Instrucción sobre la verdadera naturaleza del discipulado (Mt 16,24-27) ¿Cuál es el “pensamiento de Dios” qué Pedro y los discípulos deben aprender? El verdadero discipulado no se logra fácilmente porque es un “seguimiento” (Mt 16,24) del ejemplo del Maestro Jesús y esto tiene su precio. Es así como comienza una instrucción de Jesús, “a sus discípulos”, sobre la naturaleza del discipulado. La enseñanza tiene tres partes: El “Qué”: (una sentencia más un “porque”) Si el Maestro Jesús soporta un camino de sufrimiento y muerte (Mt 16,21-23), igualmente los discípulos están llamados a dar sus vidas y cargar la cruz (16,24). Se da la motivación fundamental para hacerlo (Mt 16,25: un paralelo que contrapone “salvar la vida” / “perder la vida”). (2) El “Argumento”: (una sentencia más un “porque”) Con dos preguntas retóricas (es decir, que traen implícita la respuesta), una positiva y una negativa, Jesús enseña que hay que “trascender”, que la vida plena no se gana en este mundo (Mt 16,26) sino en el venidero (Mt 16,27). Aquí se da una contraposición de valores: “ganar el mundo entero” / “ganar la vida”. (3) La “Verificación”: (un segundo aspecto del “porque” anterior). En la confrontación final con Jesús, quien vendrá en su gloria de “Hijo del hombre”, se verá quién ha sido verdadero discípulo a partir de un criterio fundamental: “Su conducta” (Mt 16,27).

Seguir al Maestro cargando la Cruz (Mt 16,24-25): “Si alguno quiere venir en pos de mí…”. Después de la imprudente, pero honesta, reacción de Pedro, Jesús enseña que ser discípulo significa seguirlo en el camino hacia Jerusalén, donde le espera la Cruz. Entrar en esta ruta supone una escogencia libre: “Si alguno quiere…”. En el horizonte está la Cruz de Jesús, la que Él ha tomado primero. Ante ella, e imitando al Maestro el discípulo hace tres cosas:

Se “niega a sí mismo”. Negarse a sí mismo significa no anteponer nada al seguimiento, dejar de lado todo capricho personal. El valor de Jesús es tan grande que se es capaz de dejar de lado aquello que pueda ir en contradicción con Él y sus enseñanzas. (2) “Toma su propia cruz”. El estar prontos a seguir llevando la cruz implica el estar prontos a dar la vida. Puede entenderse como: (a) la radicalidad de quien está dispuesto a ir hasta el martirio por sostener su opción por Jesús; (b) la fortaleza y perseverancia frente a los sacrificios y sinsabores que la existencia cotidiana del discípulo comporta; (c) la capacidad de “amar” y de transformar la adversidad en una fuente de vida. (3) “Sigue” a Jesús. En fidelidad al Maestro, como alguna vez propuso san Francisco de Asís, el discípulo pone cada uno de sus pasos en las huellas del Maestro.

La motivación fundamental es ésta contraposición: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Estas dos posibilidades contrapuestas, puestas ahora en consideración, iluminan  el sentido del seguir a Jesús con la cruz partiendo de la idea de la vida. En pocas palabras: la meta del discipulado es encontrar la vida, lo cual corresponde al deseo más profundo de todo ser humano. Ahora bien, esta meta puede ser lograda o fracasada solamente de manera radical, no hay soluciones intermedias. La vida, aquí y más allá de la muerte, se consigue mediante un gesto supremo de donación de la propia vida. Hay falsas ofertas de felicidad (o “realización de la vida”) que conducen a la pérdida de la vida; la vida es siempre un don que no nos podemos dar a nosotros mismos, en cambio, siempre estamos en capacidad de darla. En esta lógica: quien pierde la propia vida por Dios y por los demás, “la encontrará”. El discipulado, bajo la perspectiva de la cruz, no es un camino de infelicidad, todo lo contrario: ¡El sentido último del seguimiento es alcanzar la vida!

Una sabia decisión que hay que tomar con base en argumentos sólidos (Mt 16,26): Enseguida Jesús plantea dos preguntas que llevan a conclusiones irrefutables. Éstas están  formuladas de tal manera que sólo pueden tener una respuesta negativa: (a) “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”. Respuesta obvia: “De nada”. (b) “¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?”. Respuesta obvia: “Nada”. Para captar lo específico de este dicho de Jesús hay que considerar la característica propia de la idea de la vida. No se habla aquí de la vida como de un valor biológico, de una vida larga y ojalá con buena salud. Se trata del sentido de la vida. La verdadera vida, la cual según la Biblia se alcanza en la comunión con Dios, se logra –en última instancia- mediante el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús es, entonces, un camino completamente orientado a la vida, a la existencia plena y realizada.

Ésta se pone en riesgo cuando se vive de manera equivocada, cuando se construye sobre falsas seguridades. Al referirse a gente que quiere “ganar (=conquistar) el mundo entero”, Jesús denuncia la falsa confianza puesta en propiedades y riquezas. A esto se había referido ya el relato de las tentaciones de Jesús: la búsqueda y apego al poder, al prestigio, a lo terreno, como caminos de felicidad o como metas de vida. Nadie puede darse a sí mismo la vida y su sentido. Por lo tanto, un serio peligro amenaza a quien quiere desaforadamente “ganar” el mundo entero apoyándose en imágenes de felicidad que parecieran convertirse en fines en sí mismos, entre ellos la carrera, el prestigio o el orgullo por los propios logros. El verbo en futuro, en la expresión “¿de qué le servirá al hombre?”, invita a poner la mirada en el tiempo final, en el cual cada uno verificará si ha logrado o no el objetivo de su vida.

“El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). Finalmente, y extendiendo más aún la mirada hacia el futuro, Jesús hace referencia al tiempo final de la venida del Hijo del Hombre: donde se valora la vida como un todo. La valoración está en manos del Hijo del hombre; los ángeles aparecen formando su corte. La expresión “en la gloria de su Padre” indica a Jesús como Hijo de Dios. El “Hijo del hombre”, quien –habiendo pasado por la humillación y el rechazo- culmina su camino triunfante, es, en última instancia, el “Hijo de Dios”; el mismo a quien Pedro –sin captar todas las implicaciones- había confesado como tal un poco antes. Y frente al “Hijo” por excelencia se desvela la verdad de todo hombre.

En este momento de revelación final, cada hombre debe responder por su vida. Este es un pensamiento bíblico bien afirmado (Slm 62,13; Prov 24,12; Rm 14,12; 1 Cor 4,5; 2 Cor 5,10). La síntesis del criterio de juicio sobre el obrar humano no es lo que haya dicho o prometido hacer (Mt 7,21-23) sino su “hacer” real: “Pagará a cada uno según su conducta”. En el Sermón de la montaña, Jesús había dicho: “el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21) y también “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16); también en la parábola del rey: “cuanto hicisteis… cuanto dejasteis de hacer” (Mt 25,40.45).

No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). Es decir, no es suficiente hablar bellísimas confesiones de fe de boca, como vimos hace una semana. El discipulado es moldear la vida entera en la dinámica del seguimiento del que fue camino a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida resucitada. La Cruz no sólo es para ser contemplada sino para hacerla realidad en todas las circunstancias de la vida. De esta manera el discípulo reconoce y asume el destino de su Maestro en el propio.


Terminamos la reflexión con esta respuesta de Pedro a Jesús que preguntó a los Doce: "¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios" (Jn 6,67-69). Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios (Mt 16,16).

viernes, 25 de agosto de 2017

DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2017)

DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2017)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo: 16, 13-20:
13 En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
14 Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
15 "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
17 Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
18 Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
19 Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
20 Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.

El domingo anterior decíamos que: Hallar los favores de Dios tiene su proceso: La mujer cananea comenzó a gritar desde la distancia: 1) "Señor, Hijo de David, ten piedad de mí" (Mt 15,22). 2) Ante Jesús se postra y le dijo: "¡Señor, socórreme!" (Mt 15,25). 3) Insiste al decir “Señor, los perros también comen las migas que caen de la mesa de su amo" (Mt 15,27). Como se ve, se resalta con claridad la fortaleza espiritual en la fe: Seguridad, firmeza, perseverancia y humildad. La fe con estos elementos suscita en la mujer la respuesta inmediata de Jesús: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,28). Es decir el demonio se marchó, al respecto recordemos lo que dijo Jesús: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, significa que el reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 11,20).  En este domingo agregamos que el reino de Dios tiene dos elementos fundamentales: El Mesías  que instituye una única  Iglesia: 1) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"(Mt 16,16); 2) “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” (Mt 16,16): ¿Cuál es la misión del mesías? Dios se propone cuando dice: “No quiero la muerte del pecador si no que se convierta y viva” (Ez 33,11). El Mesías, es el consagrado para esta misión de salvar. En el A.T. Dios dice al profeta: “Te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser mediador del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,6-7). Jesús aludiendo al profeta dice: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18; Is 61). ¿Por qué dice Jesús que el Señor me ungió? “El espíritu santo bajo en forma de paloma y se posó sobre Él y una voz del cielo se oyó: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

Dios dice al pueblo por el profeta: “Esta es la nueva alianza que pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi Ley en su mente, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 33,11). ¿En qué consiste la alianza entre Dios y su pueblo?" Dice Dios: He aquí que yo salvo a mi pueblo del país del oriente y del país donde se pone el sol; voy a traerlos para que moren en medio de Jerusalén. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios fiel y salvador."  (Zac 8,7). Dios dijo a Moisés: “Suscitaré entre tus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene” (Dt 18,18). “Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (ITm2,5).

Jesús explica a Nicodemo: “Tanto amo Dios al mundo que envió a su hijo único para que todo el que cree en el no muera sino que tenga vida eterna, porque Dios no envió a su hijo para que el mundo se condene sino que se salve por él” (Jn 3,16). Dice Jesús de si: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre." (Jn 16,28). Por lo tanto, el evangelio de  hoy se divide en dos partes: a) La revelación de la identidad del Mesías (Mt 16,13-17). b) La identidad de la iglesia (Mt 16,18-20).

a). La identidad del Mesías: En Cesarea de Filipo, un lugar alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como región pagana es el lugar concreto donde Jesús es reconocido por los suyos como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros quienes continuamente se preguntaban sobre la Persona de Jesús: Juan Bautista manda a sus discípulos que preguntasen a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?" (Lc 7,19); otros, “¿Quién es éste a quien el viento y la mar obedecen?” (Mt 8,27),  “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Mc 2,7;  Mt 9,3). Ahora Jesús pregunta a los suyos: ¿Quién dicen la gente que soy yo?: Ellos le dijeron: unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los profetas” (Mt 7,14).

Las actitudes de Jesús acompañadas por signos, sus denuncias ante las autoridades religiosas y el rechazo a su Persona y a su mensaje, han dado motivos suficientes para que la gente lo considere como un profeta. ¿Quién dicen la que es el hijo del hombre? (Mt 16,13) Con estas palabras Jesús se aplica a sí mismo el título de Hijo del hombre.

El maestro interroga a los discípulos, pedagógicamente, en dos momentos sucesivos. Primera pregunta: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?” (Mt 16,13). Fíjense que Jesús se da un título discreto: “Hijo del hombre” es el título que más frecuentemente se aplica a sí mismo. Jesús prefiere siempre este título que el del Mesías, porque está más relacionado con el del  “Siervo de Dios” Esto aclaración es fundamental para entender la misión del Mesías. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,26-28; 23, 11; Mc 9, 35; 10, 43-44; Lc 22, 26).

La segunda pregunta que el Maestro plantea es la más difícil: ¿Uds quien dicen que soy yo? La respuesta de Pedro: “Tu eres el Mesías” Esta respuesta es correcta pero, como de todo judío no es el Mesías que tanto se esperan; es diverso con lo del Hijo del hombre que tiene que padecer y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Por eso, Pedro al saber esto lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo a Jesús, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23). “Pero ustedes”, ustedes que escuchan mi palabra, ustedes que han creído en mí, que viven conmigo, ustedes que son mi comunidad, ¿qué dicen de mí? Pedro, responde en nombre de todos. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (16). La profesión de fe de Pedro es la profesión de nuestra fe cristiana. Jesús es el Cristo, el único Cristo, el Hijo de Dios, el Hijo amado del Padre, enviado al mundo para que en el tengamos la vida (Jn 3,16). Pedro ha sido, en este momento, admitido a participar en el secreto de Dios. La fe comienza justamente cuando dejamos de cuestionar al Señor y permitimos que sea Él quien nos cuestione, nuestra respuesta será entonces la expresión viva de nuestra fe, una fe que brota de una experiencia de vida.

Entrando en el misterio del discípulo, después de la respuesta de Pedro, Jesús hace caer en cuenta que ésta no proviene de la lógica o de la comprensión humana; es una respuesta sugerida en el corazón por el Padre: “Dichoso tú, Simón hijo de Juan por que no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). Pedro ha sido el primero en recibir la revelación del misterio escondido a los sabios y a los inteligentes (Mt 11, 25-27), si bien después tendrá que reconocer que Jesús no era el Cristo que él pensaba y tendrá que aceptar, a pesar de su resistencia, que Él se revela como tal, justamente, en lo que el menos el esperaba: la muerte y muerte de cruz.

Cuando Jesús pregunta qué dicen los demás sobre Él, todos responden a coro. Pero cuando Jesús concreta más la pregunta: ¿Y Uds. quién dicen que soy yo? Aquí la cosa se complica y solo responde Pedro. Aquí la pregunta va más allá de “qué decimos nosotros de Jesús”. En el fondo es una pregunta muy personal: “¿Quién soy para Uds.?” Porque decir decimos muchas cosas, pero el problema está en qué sentido tiene Jesús en nuestra vida, qué lugar ocupa en nuestra vida...

Aquí la pregunta no la hacemos nosotros, sino que es Él mismo quien la hace. Por tanto, no se trata de preguntas que podamos evadir fácilmente porque son preguntas que nos cuestionan. Sin embargo, a mí me gustaría invertir hoy la pregunta. Y que en vez de que sea Jesús quien pregunte, seamos nosotros quienes le preguntemos a Él: “Señor, qué dices tú de mí y de mi familia?” “Señor, ¿qué dices tú de tu Iglesia?” Porque si es importante saber lo que nosotros decimos de Él, mucho más importante es saber qué dice Él de la Iglesia y de nosotros.

b)   Dijo Jesús: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19). Para cumplir la misión salvadora, Jesús ahora como el Mesías, instituye la nueva comunidad: La Iglesia como medio de salvación. Agregando: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo los enseñe” (Mt 28,19-20). Es decir que “ todos los pueblos sean mis discípulos”. La Iglesia que Jesús funda en Pedro y los apóstoles se consagra como iglesia universal (Catolica).

¿Será cierto que Jesús fundó varias Iglesias? Claro que no: Ahora hemos leído en el Evangelio: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). En otro episodio dice: “Yo soy el buen pastor que conozco las mías y las mías me conocen a mí. Tengo otras ovejas, que no son de este corral. A ellas también las llamaré y oirán mi voz: habrá UN SOLO REBAÑO, como hay un solo pastor (Jn 10,14-16). En realidad la voluntad de Cristo es muy clara: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). El que se aparta, para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando mal, poniéndose en contra de la voluntad clara de Cristo. Jesús quiere la unidad de todos los que creen en su nombre. La división viene del pecado y del demonio. Cada uno va proclamando:

Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo, ¿Acaso está dividido Cristo? (1Cor 1,12-13). Hijitos míos, es la última hora, y se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; en realidad, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que ésta es la última hora. Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente que entre nosotros  no todos eran de los nuestros (1Jn 2,18-19).

Alguna vez oíste decir: «Yo antes era católico y era borracho, ateo, no conocía a Dios; ahora ya soy hermano” Que “la religión católica es mala; los católicos son borrachos, ladrones, mentirosos...; los católicos no conocen la Palabra de Dios; a los católicos les está prohibido estudiar la Biblia...», y cosas por el estilo. A quienes dicen así, les pregunto: «¿Conocen de veras la Iglesia Católica? ¿Conocen a los verdaderos católicos?» Fíjense que en todas partes hay verdaderos católicos, que conocen y viven su fe en profundidad y tienen una vida honesta, según las enseñanzas de Cristo. Tenemos hombres santos: San Martin de Porres, Santa Rosa de Lima, San Antonio de Padua, San Francisco de Asís, Santa Clara, etc.

Si no conocen la Iglesia Católica en sus enseñanzas y en sus mejores exponentes, ¿por qué hablan mal de la Iglesia? Te das cuenta que Juzgan sin conocer. Dijo Jesús: “No juzgues, no serás juzgado, no condenes no serás condenado, perdona se te perdonara, con la vara que midas serás medido” (Lc 6,37). Desde luego que habrá algunos malos católicos, borrachos, que no van a misa, no leen la Biblia, etc. No justificamos esas actitudes. Pero son unos cuantos, ellos y cada uno dará un día cuentas a Dios. A mí no me compete juzgar y condenar a nadie. (Stg 4,12). Así como también imagino que habrá buenos hermanos protestantes, y malos protestantes; pero que por unos cuentos buenos que sean no les da derecho decir que son de la iglesia verdadera, y más aún, me digan que ellos solo son santos y puros, no es cierto.

Cristo fundó una sola Iglesia: Antes que nada, es un hecho indiscutible que Jesús fundó una sola Iglesia. El pasaje de San Mateo es muy claro al respecto: “Tú eres Pedro, o sea Piedra, y sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA” (Mt 16,18). Y no ha dicho “sobre esta piedra edificaré mis iglesias”. Así que Jesús ya fundó su única Iglesia hace más dos mil años. Pero que luego alguien diga que “recibí en sueños una nueva revelación” como dicen los protestantes para fundar una nueva iglesia, eso no cierto. Hay hombres santos que como san Francisco de Asís que han recibido verdaderas revelaciones de Dios, pero no por eso buscaron fundar su propia Iglesia. Hoy, Dios sigue enviando muchos santos a la Iglesia, y son para enriquecer más a la única iglesia en sus diversas formas y carismas de vida, pero es un único espíritu que obra todo en todos (I Cor 12,4).

La Iglesia que fundó Cristo llegará hasta el fin del mundo.  Algunos dicen: «Es cierto que Jesús fundó una sola Iglesia. Pero esta se acabó pronto por la mala conducta de sus miembros. Ahora “la única Iglesia verdadera” es la mía, porque el fundador de mi iglesia fue enviado por Dios mediante sueños y visiones y es santo y todos nosotros si somos santos”. Esto es falso. En realidad, Jesús no dijo que su Iglesia pronto se acabaría o durará hasta cuando sus miembros se porten bien, sino que dijo: “Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Que habrá problemas, dificultades, traiciones si; Jesús mismo tuvo problemas y por eso dijo: “Si el mundo les odia, sepan que a mí me ha odiado antes que a Uds” (Jn 15,18) “Uds en el mundo serán perseguidos por mí, pero sean valientes, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) pero nadie ni nada logrará destruir esta Iglesia fundada por Cristo: ni el judaísmo, ni el paganismo del imperio romano, ni los falsos discípulos de Cristo, ni los gobiernos, ni los ateos, ni la masonería, ni las sectas, ni Satanás. La Iglesia que fundó Cristo, llegará hasta el fin del mundo: “Yo estaré con ustedes, TODOS LOS DÍAS, hasta que termine este mundo” (Mt 28,20). No dijo Jesús: «Si se portan bien, estaré con ustedes; pero si se portan mal, los voy a abandonar y fundaré otras Iglesias mucho mejores, mediante sueños y visiones». Nada de esto dijo. Jesús fundó una sola Iglesia y esta llegará hasta el fin del mundo. Si otro quiere fundar otra Iglesia, que lo haga; pero no vaya diciendo que es la Iglesia de Cristo.

Hoy, ante la proliferación de gran cantidad de SECTAS que se consideran «Iglesias de Cristo», la pregunta es: ¿Cuál es la verdadera Iglesia? La que fundó Cristo, Jesús personalmente, cuando vivió en este mundo, y que cuenta con todos los poderes que Cristo entregó a Pedro las llaves para que lo administre (Mt 16,19); Pero “me amas más que estos? Pedro: Si Señor, sabes que te amo. Pastorea mis ovejas (Jn 21,15-17). Y a los apóstoles: “Así como el Padre me envió, los envió a Uds, y reciban el don del Espíritu Santo” (Jn 19,21-22).

¿Por qué Iglesia Católica, si en la Biblia no hay esa palabra?  Iglesia Católica porque Dijo Jesús: “Que todos los pueblos seas mis discípulos” (Mt 28,19); Sobre esta piedra edifico mi Iglesia (Mt 16,18); Uds serán mis testigos… hasta los confines del mundo” (Hch 1,8). Católico viene del griego: Kathòlikus, Katha= a través de; Olos= Todo; atreves del todo= Universal; Iglesia Universal=Iglesia Católica. “Que todos los pueblos seas mis discípulos” (Mt 28,19). “Si Uds. perseveran en mis palabras, serán mis verdaderos discípulos, y conocerán la verdad” (Jn 8,31-32). “Yo soy la verdad y camino” (Jn 14,6) Solamente la Iglesia Católica posee la plenitud de la verdad y de los medios de santificación (I Tm 3,15).

Una Iglesia visible: Para la mayoría de los evangélicos, «la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, no se puede identificar con ninguna entidad eclesiástica en particular, sino que se compone de todos los que hayan puesto su fe en nuestro Señor Jesucristo». Para nosotros católicos, la Iglesia que funda Jesús es precisamente la Iglesia Católica. En realidad, entre todas las iglesias que existen actualmente, es la única que llega hasta Cristo. Las demás tuvieron otros fundadores. La Iglesia es inseparable de Cristo, porque Él mismo la fundó sobre los Doce apóstoles, poniendo a Pedro como cabeza (Jn 21,15-17). No se puede aceptar a Cristo y rechazar la Iglesia. Dijo Jesús: “El que recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Mt 10,40). Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes (Jn 20,22). Si no oyere a la Iglesia, tenle por gentil y publicano (Mt 18,17).

La preeminencia de Pedro en el mensaje de Pascua se ratifica por el anuncio del ángel a las mujeres: «... id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí en Galilea lo verán, como les había dicho» (Mc 16,7;Jn 21,1-2). Pedro experimenta a Jesús resucitado y éste le confirma una primacía que se confirma en las promesas que le había hecho en su ministerio: «Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia, y el imperio de la Muerte no la vencerá» (Mt 16,18), y en las nuevas recomendaciones nacidas del encuentro con el Resucitado: «Pedro... apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas... apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Este encuentro con el Resucitado le empuja a congregar de nuevo a los discípulos más cercanos y a encabezar la proclamación de la salvación ofrecida por Dios en Jesús, cuya experiencia de creerlo vivo desplaza, en cuanto lo incluye, el mensaje del Reino de Jesús. Entonces la voz común de las comunidades primeras proclama: «Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34).


Pedro y los Once, incorporado Matías (Hech 1,15-26), forman el núcleo histórico sobre el que recae la proclamación de la resurrección, y se constituyen en los protagonistas de la rápida difusión de la noticia y de la experiencia. Que Pedro contagie la visión a los demás discípulos (Lc 22,31-32), o que Jesús se deje ver a todos, es decir, a los Once (Mc 16,14), a los quinientos (1Cor 15,6), a María Magdalena (Jn 20,11-18) y a las mujeres (Mc 16,1), como se afirma en las tradiciones o elaboraciones, queda en segundo término. Lo que está en juego en estas noticias son dos cosas fundamentales: La inesperada acción de Dios en Jesús y la autoridad con la que reviste la comunidad a los que se les aparece Jesús y se convierten en creyentes de dicho acontecimiento divino. No existe interés alguno, quizás porque no se pueda y no se sepa, por explicar la experiencia y el encuentro con el Resucitado y su condición como Resucitado.