DOMINGO XXIV – A (17 de setiembre de 2017)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18,21-35
El perdón de las ofensas
18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor,
¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta
siete veces?"
18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.
La parábola del servidor despiadado
18:23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que
quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
18:24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía
diez mil talentos.
18:25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido
junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
18:26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole:
"Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
18:27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó
la deuda.
18:28 Al salir, este servidor encontró a uno de sus
compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo,
le dijo: "Págame lo que me debes".
18:29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame
un plazo y te pagaré la deuda".
18:30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel
hasta que pagara lo que debía.
18:31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se
apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
18:32 Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me
suplicaste, y te perdoné la deuda.
18:33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero,
como yo me compadecí de ti?"
18:34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los
verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
18:35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes,
si no perdonan de corazón a sus hermanos" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
La visión que conduce la reflexión de estos días es: “¿Quién
podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23).
“¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt
19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los
domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí
mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como
hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Ahora nos
agrega el tema del perdón: Pedro se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿cuántas
veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete
veces? Jesús le dice: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete” (Mt 18,21-22).
En efecto, continuamos este domingo con el tema del perdón
al hermano y el perdón tiene mucho sentido si está unido al amor, caso
contrario no tiene sentido y se puede fácilmente llegar a poner límites al perdón
y eso no es gusto o querer de Dios. Poner números al perdón, como la actitud matemática
de Pedro (7 veces perdonar) es empobrecer la actitud amorosa. Y en el camino al
cielo con esa actitud de que me perdonen siempre y que yo no perdone o solo
perdone 7 veces me hace ser mezquino. Recordemos Lo que nos dice el Señor: “Si
perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los
perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los
perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). O como hoy al final del evangelio nos lo
reitera: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan
de corazón a sus hermanos” (Mt 18,35).
Cuando nosotros solemos decir “a la tercera va la vencida”.
Es decir, que después de tres veces ya no me vengas con cuentos. Que no es lo
mismo que decir que te perdono solo hasta siete veces y no más. En cambio y felizmente
para Dios ni a la tercer ni a la octava va la vencida porque Dios nos ama siempre
y por eso nos perdona siempre. Incluso ya nos dijo: “No hay amor más grande que
el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús dio su vida por nosotros,
de este modo nos testificó que Dios nos ama como un amigo fiel hasta la muerte.
Con mucha razón nos había dicho al inicio de su misión: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).
Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar que estamos
llamados en amar como Dios nos ama. Nos imaginamos que el corazón de Dios es
como el nuestro, un corazón que pone numero al amor. Nosotros nos parecemos al
siervo de la parábola que pide se le perdone su enorme deuda o al menos que
tengan paciencia con él, pero luego él es incapaz de ser considerado con el
compañero que le debe una minucia. Por eso es linda la conclusión que saca
Jesús: “Perdonar de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).
¿Sabes cuántas veces has cometido pecado y por tanto cuántas
veces te ha perdonado ya Dios? ¿Cuántas veces hemos perdonado nosotros?
¿Cuántas veces se han perdonado los esposos? ¿Cuántas veces se han perdonado
los hermanos? ¿Cuántas veces hemos perdonado al vecino? ¿No te parece lindo que
los esposos pudieran decirse el uno al otro: aunque me falles siempre te
perdonaré? Ya sé que más de uno estará pensando: ¿Y no es eso dejarle vía libre
para hacer lo que le viene en ganas? El amor y el perdón claro que dejan vía
libre, pero también son una exigencia para cambiar y vivir en la verdad del
amor. Si quieres que Dios te perdone, comienza por perdonar. Si no eres capaz
de perdonar por siempre, luego no pidas que Dios te perdone siempre. No por
gusto nos dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y
serán perdonados. Den, y se les dará. Porque la medida con que ustedes midan
también se usará para ustedes"(Lc 6,36-38). Es decir, en la capacidad de
perdón se juega la edificación o la destrucción de la comunidad que busca la
salvación.
La comunidad de Jesús no puede sostenerse sin el perdón dado
y recibido siempre y porque esta comunidad (Iglesia) es de Hermanos (Mt 23,8).
Y el distintito de la comunidad es el amor mutuo: Recordemos aquel mandato
enfático que dio Jesús a la comunidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros. En esto los reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor
que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Así pues, el que ama no
permitirá que su hermano peque y se
pierda (Mt 18,15); No perdonará solo siete veces sino por siempre (Mt 18,21). Porque
ama por siempre.
El perdón desde el corazón o con misericordia como mensaje
central de la enseñanza (Mt 18,35): “Lo mismo hará con Uds mi Padre celestial,
si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”. La parábola ha terminado con
una verdadera consagración de la “misericordia” con la cual se descarta
definitivamente la “ley del talión” (Mt 5, 38-39). La conexión con las
bienaventuranzas es evidente: “Bienaventurados los misericordiosos porque
alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7); esta es, incluso, una de sus mejores
catequesis. Igualmente nos conecta con el epílogo del Padre-Nuestro:
“Que si Uds. perdonan a los hombres sus ofensas, les
perdonará también a Uds. su Padre celestial;
pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus
ofensas” (Mt 6, 14-15).
La novedad, con relación a los textos anteriores, es que
Jesús agrega que ese perdón debe ser concedido “de corazón” y no solo de boca o
meras palabras. Por lo que, será nuestra actitud la que determinará finalmente
el juicio de Dios sobre nuestras salvación. El apóstol Santiago nos dice: “El
que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia, pero la
misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg 2,13).
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