martes, 17 de julio de 2018

DOMINGO XVI – B (22 de julio del 2018)


DOMINGO XVI – B (22 de julio del 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,30-34:

6:30 Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
6:31 Él les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
6:32 Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
6:33 Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
6:34 Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.


Un descanso en el Señor es importante en la misión para que, como dijo el Señor: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28). “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed” (Jn 4,13-14).

La preocupación de Dios por la Iglesia lo expresa por el profeta: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Dice el Señor: Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 3,11-16). “Al atardecer, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió a la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te andan buscando. Él les respondió: Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he venido" (Mc 1,32-38). Efectivamente, por Jesús, Dios mismo vino a pastorearnos y por eso Jesús reafirmó al decir: “Yo soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y el salmista bajo la inspiración del Espíritu Santo canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que camine por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).

El domingo anterior, Jesús: “llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (Mc 6,7). Hoy, Jesús siendo el buen Pastor, (Jn 10,11)  dice: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco".   (Mc 30,31). ¿Qué harán en el descanso?: Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6,30). Los apóstoles dan cuenta de la misión de dos cosas: Lo que han hecho y lo que han enseñado.

Los apóstoles regresan de la misión y, a causa del flujo de gente, Jesús les propone que se detengan a reposar en un lugar apartado. Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1) en torno a él se reúnen los misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han dicho y hecho, 3) él toma la iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los apóstoles no dejan de ser discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para indicarles no sólo la forma de hacer la misión sino qué hacer también después de ella.

El regreso de los apóstoles: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado” (Mc 6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la comunidad apostólica. Los discípulos, que regresan fatigados de la misión, se congregan en torno al Maestro y le cuentan los detalles de la misión vivida. Con relación al “congregarse”, se nota una verdadera reunión, un “estar juntos” para evaluar el trabajo, una experiencia comunitaria a la cual se le da valor.

La comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las diversas tareas apostólicas y perder su centro, su núcleo, “calor del hogar”: Al ver a Jesús caminar sobre el agua se sobresaltaron los discípulos. Pero él les habló en seguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó” (Mc 6,50-51). Al final de la multiplicación de los panes, cómo con la simple pero precisa anotación “obligó a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús presiona a los discípulos para que eviten una de las tentaciones apostólicas más frecuentes: es más fácil quedarse con la gente recibiendo los aplausos, que estar en la comunidad fraterna, donde eventualmente se viven confrontaciones.
Marcos acentúa el hecho de que el contenido de la reunión con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”. Supone que nada se le oculta a Jesús, todo se convierte en tema de oración, el corazón se abre sin tapujos. Además, este informe, realizado en el diálogo fraterno, es una expresión de la responsabilidad del misionero con aquél que lo envió: “No hay nada oculto que no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt 10,26).

“Hacer” y “enseñar”: recuerda que la misión no consiste solamente en “palabras” sino también en “acciones y testimonio” transformadoras que realizan lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la enseñanza de los apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción corresponde puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc 6,12) y de hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas (“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su reacción.

El “descansar” en la misión (Mc.6,31): ‘Vengan también Uds. aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer”. En este evangelio de Marcos, Jesús no se pronuncia (haciendo algún tipo de valoración) sobre el reporte de los discípulos, ya que se ha dado por sentado que entre el Maestro y los discípulos hay una estrecha comunión. En este evangelio Jesús más bien da un paso hacia delante, inédito con relación a los otros evangelistas, para indicarles qué deben “hacer” inmediatamente después de la misión. La palabra de orden ahora es “descansar”. “Para descansar un poco”. Se trata del reposo de la fatiga de la misión. Recordemos que el Jesús que describe el evangelio de Marcos es un misionero que conoce pocos reposos, razón por lo cual alguno que otro lo ha calificado de “hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos. Este retrato de Jesús y comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia, desde sus orígenes, asumió la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una palabra sobre el descanso.

“El que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" (Mt 10,42). En el camino de la misión se encuentra un poco de agua que mitiga la sed, de alimento que restaura la fuerza, de fresca brisa que reconforta. Todo esto está contenido en el “descansar” ya es esta deliciosa experiencia que invita Jesús a sus discípulos. Jesús, entonces, se está comportando como buen pastor de sus discípulos. El pastor “competente” es el que conoce los lugares secretos y las rutas seguras para llevar a su rebaño allí donde hay frescura, hierba abundante y agua pura. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Jn 4,13-14).

No es por casualidad que Marcos ha colocado la motivación principal del descanso: “Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc. 6,31). Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,35-38).

Jesús no les pide a los discípulos nada que él no haya hecho primero. Por eso, el comportamiento de Jesús al final de ese mismo día, después de la multiplicación de los panes, realiza lo que se había propuesto cuando los invitó a estar “a solas”: “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo. Él sabe estar en la presencia de Dios y en la presencia de la sociedad, sin perder el centro ni la fuerza. Por este camino de misión y oración, de expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo siguen sus discípulos.

Frente a la comunidad, ya compacta, de los Doce, se coloca ahora el cuadro de una multitud que comienza a fluir de “todas la ciudades”. Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es el espacio donde el tejido social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades” no parecen ser “comunidad”, ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen pastor” (Mc. 6,34). Pero aquí no sólo hay una lección sobre la soledad y la dispersión que se vive en el mundo urbano, sino que se apunta al hecho de que la misión de Jesús es universal (como se muestra también en Mc 3,7-8 y 6,53-56): todos los hombres y su realidad toda son el centro de atención de la obra de Jesús, nada ni nadie está fuera de su actuar salvífico. Toda esta multitud de gente citadina que “corre” al encuentro de Jesús porque amaba lo que él les podía dar, logra su propósito: llega primero que la barca; y así, el lugar “solitario” se convierte en el lugar de las personas “solas” (“como ovejas que no tienen pastor”) que necesitan ser congregadas.

El encuentro de Jesús con las multitudes: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Jesús desciende de la barca y se encuentra con la multitud de gente. Anotemos enseguida que Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver invadida su intimidad, sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace parte de la comunidad. Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”, 2) “sintió compasión de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento interno en la persona de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero: 1) captar la realidad; 2) apropiársela; 3) responder a ella.

 “Estaban como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6,34). ¿Qué le sucede a una oveja sin pastor? Le sucede una de estas tres cosas: 1) No puede encontrar el camino. Es claro que solos nos perdemos en la vida. Como escribió una vez Dante: “Me desperté en medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía ningún camino”. 2) No puede encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras estemos en esta vida, tenemos que buscar constantemente el sustento para recuperar las fuerzas. El problema es que buscamos donde no es y por eso andamos insatisfechos, con el espíritu en ayunas, con el corazón inquieto. 3) No tiene defensa frente a los peligros que la acechan. Una oveja sin su pastor está perdida frente a los peligros: los ladrones, las fieras. Es claro que tampoco nosotros nos bastamos a nosotros mismos frente a los peligros de la vida, necesitamos de los otros y de este Otro en particular que es Dios.

“Como ovejas que no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual mucho más profundo de lo que parece a primera vista, es una evocación de otra ya conocida en la Biblia, veámosla completa para que le captemos el contexto: “Habló Moisés a Yahveh y le dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar, para que no quede la comunidad de Yahveh como rebaño sin pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los encontramos en 1 Reyes 22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6). Moisés le pedía a Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo hasta la tierra, uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un hombre con corazón de pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por eso, Marcos nos está dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo estaba esperando, aquel que encarnaría la premura pastoral de Dios con su pueblo de Israel (como lo describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11; Jeremías 31,10 y el Salmo 23).

Jesús “se puso a enseñarles muchas cosas”. En contraste con los maestros de Israel, que fracasaron en su tarea (al final la gente seguía dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero Maestro de Israel que conduce eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El Salmo 23 sigue siendo interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el Pastor que es un Maestro (Salmo 23,3: “me guías”). ¿Por qué Jesús responde precisamente con la “educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación de un pueblo que percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella trata de la conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de palabras vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que les de criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.

Concluyamos recordando que el interés principal del pastor es la vida de sus ovejas, y para ello tarea ineludible es la nutrición. Jesús es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el pan de la enseñanza (Mc 8,14-21) y enseguida lo hará –lo veremos los próximos domingos- con el pan de la Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha carne).

Con toda razón, siendo pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré la oveja herida y cuidaré de la enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y reconduciré al redil a la extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los israelitas apresados por el mal, acabar en la morada de los demonios, dilacerado por éstos como por lobos. Y no me quedé indiferente ante lo que vi. Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los fariseos que tienen envidia de las ovejas; no aquellos que cuentan como daño propio los beneficios conferidos al rebaño; no aquellos que se afligen porque los otros son liberados de los males o que se disgustan por la dolencias curadas. El muerto resucita, y el fariseo llora; el paralítico es curado y los escribas se lamentan; al ciego se le restituye la vista y los sacerdotes quedan despechados; el leproso es purificado (Lc 7,20-23).

lunes, 9 de julio de 2018

DOMINGO XV – B (15 de julio de 2018)


DOMINGO XV – B (15 de julio de 2018)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,7-13:
6:7 Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
6:8 Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;
6:9 que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
6:10 Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
6:11 Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
6:12 Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
6:13 expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Un hombre corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Es más; Ya había dicho: “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Así como el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mc 10,43-45). Como vemos, depende cómo se haga el trabajo evangelizador: si hacemos buen trabajo, muchos se salvaran, y si hacemos un mal trabajo, muchos se condenaran; pero por ende, también podríamos estar en la lista negra por no lograr la salvación de almas.


Los misioneros no llevan consigo nada más que el mensaje que anuncian y el poder dado por Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y les dijo reciban el Espíritu Santo”(Jn 20,21-22). Todo lo demás pasa a segundo plano. Pedro dijo al paralítico de la Puerta Hermosa en el Templo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a caminar” (Hch 3,6).

En el pasaje distinguimos las siguientes partes: 1) Convocatoria a los Doce (Mc 6,7). 2) Instrucciones para la misión (Mc 6,8-11): Acerca de lo que se debe llevar consigo (Mc 6,8-9). Acerca del comportamiento que hay que tener en caso de acogida o de rechazo (Mc 6,10-11). 3) La realización de la misión (Mc 6,12-13). Aunque la mirada está puesta en la acción misionera que van a realizar los Doce, es notable que la persona de Jesús está en el centro de todo: él llama, él envía, él les reviste de poder y él es quien determina cómo deben comportase los misioneros.

1. Convocatoria y envío de los Doce (Mc 6,7): “Llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. Tres breves frases en progresión temporal abren el relato: Él llamó a los Doce, y los envío de dos en dos  dándoles poder sobre los espíritus impuros. Jesús está en el centro de todo: llama hacia él, les capacita y envía al mismo tiempo.

Jesús llama a los Doce (Mc 6,7). En el inicio del Evangelio ya se menciona lo que hoy leemos en estos términos: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). En otro episodio dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). La vocación a la vida consagrada al servicio de Dios no es de uno sino de Dios. En esta línea también manifiestan los profetas, así por ejemplo se dice: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta de las naciones. Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven. El Señor me dijo: No digas: 'Soy demasiado joven', porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco profeta en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar" (Jer 1,5-10).

Jesús advierte dificultades en la misión cuando dice: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos…  Cuídense de la gente, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas a causa de mí, los harán comparecer ante gobernadores y reyes, pero así darán testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,16-22).

“Los envió de dos en dos” (Mc 6,7). De aquí entendemos que los misioneros: No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje recibido de Jesús. Deben ayudarse y apoyarse entre sí (incluso corregirse). Tienen una visión comunitaria de la misión: parte de la comunidad, se realiza en comunidad y apunta a la formación de la comunidad y una vida fraterna. La vida de hermandad es el talante fortaleza de la Iglesia y lo que caracteriza a la comunidad es el amor cuando dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). En suma – Dice el Señor- “Todos Uds. son hermanos” (Mt 23,8). Y por algo decimos “Padre Nuestro que estas en el cielo” (Mt 6,9).

2) Jesús les da poder sobre los espíritus impuros (Mc 6,7). Esta prerrogativa suya (Mc 1,22-27) ahora Jesús se la transfiere al grupo de los Doce. Se entiende que dicho poder es para expulsar los demonios, tal como se afirma al final: “Expulsaban a muchos demonios” (Mc 6,13). Hasta ahora se han mencionado seis veces los exorcismos de Jesús en el evangelio de Marcos: 1,22-27.34.39; 3,11-12.22; 5,1-20; esto muestra que dentro del anuncio del Reino ésta es una actividad esencial. Pues bien, siguiendo a Jesús en la misión el cristianismo también tendrá como tarea la expulsión de los demonios del mundo, enfrentar las diversas manifestaciones del mal y vencerlo con el poder de Jesús. En este episodio es contundente cuando Jesús dice: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

Jesús Resucitado se apareció a los 11 y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Aquí se entiende que los apóstoles ahora tiene el poder a autoridad sobre los demonios. Al principio la acción principal de los misioneros son los exorcismos, pero al final del relato vemos que Jesús también les confió, junto a esta, otras dos tareas: la predicación de la conversión y la curación de los enfermos (Mc 6,13).

En la práctica los aspectos de la misión son tres, los cuales se refieren a la obra eficaz del acontecer del Reino rescatando al hombre de una dirección equivocada en la vida y de las garras destructoras del mal que desfigura su belleza, para que el hombre sea lo que está llamado a ser según el proyecto divino: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

3) ¿Qué llevar para la misión? (Mc 6,8-9): “Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: Calzados con sandalias y no lleven dos túnicas”. Porque la riqueza, poder y fuerza para misión está en la misma fuente del Evangelio. Más aun dice el Señor: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). El tesoro del misionero es el mismo Señor (Jn 1,41). Y porque el mismo Señor manifiesta que: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

Los misioneros son caminantes que van en busca de la gente, ellos no se permiten acomodaciones e instalaciones. Este también es un rasgo esencial de la misión cristiana. La itinerancia requiere previsiones, mucho más en un contexto en que los trayectos son largos y escabrosos y las vías son inseguras. Por tanto, ¿qué es lo que deben llevar consigo? La respuesta ya hemos dicho y con mucha razón un buen día San Pablo exclamó: “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, nada tiene valor para mí, todo estimo por basura a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

4) La radicalidad en el desprendimiento: Primero Jesús les ordena que no lleven nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino” (Mc 6,8). La renuncia total a las posesiones exigida para el seguimiento también lo es para la misión: “Pedro se puso a decirle: ‘Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido y Jesús respondió, ninguno que haya dejado casa, campos, familia, hijos en por mí en este mundo quedará sin recompensa, pues recibirá cien veces más y en la otra la vida eterna” (Mc. 10,28).

Los apóstoles “salieron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Mc 6,12-13). En los Hechos se narra un episodio: “En la puerta Hermosa del Templo Pedro y los demás apóstoles se encontraron con un paralitico y le dijeron: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch 3,6).

“Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,10-11). Las cosas de Dios no imponen, no se hacen por obligación, sino por amor y convicción. Pero en caso que el misionero sea rechazado asuma su responsabilidad porque dice el Señor: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió" (Lc 10,16).

La regla de la constancia (Mc 6,10): Se debe presuponer que, en principio, el misionero que viene en son de paz, completamente desprendido de todas las cosas, encuentre la benévola acogida de familias que le ofrecen un espacio en sus casas. Si ocurre así, se le prohíbe al misionero cambiar de alojamiento. Con esto se busca que el misionero: No ande buscando espacios más cómodos y más bien se contente con lo que una pobre familia tiene para compartirle. Se dé el tiempo suficiente para acompañar a una familia que inicia un camino de fe (no hay que abrir procesos para dejarlos rápidamente); esto exige constancia y cierta estabilidad por parte del misionero, sólo así se podrá formar una comunidad. No haga distinción de personas en pro de sus propias preferencias.

¿Qué hacer cuando hay rechazo?  Hay que partir “de allí”, pero esto no quiere decir que se le cierren todos los horizontes a la misión, se abrirán nuevos espacios. Pero el momento de partida está marcado por un gesto significativo: “sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). El gesto quiere decir el fin de toda relación. Quitarse el polvo de los pies o de la ropa pertenecía a un ritual simbólico con el que el israelita se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; puesto que se pensaba que la tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del pagano ni mucho menos participaría del destino que le aguardaba. Por eso el gesto, ahora realizado por misioneros cristianos, tenía el valor de un testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un último llamado a la conversión, ya que el rechazo del anuncio del Reino traería consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena Nueva que anuncia.

viernes, 6 de julio de 2018

DOMINGO XIV - B (08 de julio de 2018)


DOMINGO XIV – B (08 de julio del 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos  6,1 - 6:

6:1 Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
6:2 Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
6:3 ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.
6:4 Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".
6:5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
6:6 Y él se asombraba de su falta de fe. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Los judíos, admirados, decían: "¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?  Jesús les respondió: Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió” (Jn 7,15-16). Jesús les dijo: “Sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vine, y a donde voy” (Jn 8,14). Ellos preguntaron a Jesús: ¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre" (Jn 8,19). Jesús les dijo: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47).

San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la sencillez de las cosas.

Nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio, incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no puede rebajarse a ser  tan poca cosa, en un triste carpintero del pueblo.

El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla. Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”, preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a  nuestros criterios y caprichos humanos.

Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo. Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido. Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp 2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario, a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.

Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo, Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros, tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.

Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos” (Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería. La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.

Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana, no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

Jesús se encontró con esos científicos de la religión, dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias, Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene la sabiduría de la vida.

San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).

miércoles, 27 de junio de 2018

DOMINGO XIII – B (01 de Julio de 2018)


DOMINGO XIII – B (01 de Julio de 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 5,21-43:

5:21 Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
5:22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
5:23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
5:24 Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
5:25 Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
5:26 Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
5:27 Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
5:28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
5:29 Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
5:30 Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?"
5:31 Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?"
5:32 Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
5:33 Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
5:34 Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
5:35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?"
5:36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe".
5:37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
5:38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
5:39 Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
5:40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
5:41 La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!"
5:42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
5:43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

"No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,36): Los discípulos dijeron “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). “Señor, creo pero aumenta mi fe” (Mc 9,22). “Mujer que grandes tu fe” (Mt 15,28).  "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt 14,31). "Les aseguro que si tuvieran fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: "Retírate de ahí y arrójate al mar", y así lo hará. Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,21-22). Como es de ver, el tema de hoy es la fe.

Vemos a un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Se acercan a Él. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos: Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva” (Mc 5,23). La mujer quiere verse curada de su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana” (Mc 5,28). Cuando Cristo descubre su fe, no se puede resistir: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y que se cure tu mal” (Mc 5,34). “La niña no ha muerto, está dormida... Levántate” (Mc 5,39-41). Ambas actitudes tiene su enunciado común en esta frase: "No temas, basta que creas" (Mc 5,36).

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.
Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.

El evangelio de hoy nos presenta a dos enfermos que acuden al médico para pedir que los cure de su verdadera enfermedad. Si ellos fueron curados, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra curación?

Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué molestia siento pues siempre tenemos alguna molestia. Podemos padecer el cáncer de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos hace reñir con todo mundo. Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la Iglesia, al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.

Cristo curó a estos dos enfermos pero Él decidió el momento. Sólo necesitó de su arrepentimiento sincero y de su sinceridad de corazón. ¿No nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Pues estemos seguro de que si tomamos la actitud de estos dos enfermos con seguridad seremos curados. Cristo jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según nuestra necesidad.

La enseñanza del evangelio de hoy resalta la fe de dos personajes: Jairo que pide de rodillas que cure a su hija que se muere (Mc 5 ,21-24), que bien puede ser resumido con este episodio: “Señor no soy digno que entres en mi casa, vasta que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Y la fe de la mujer hemorroisa que curiosamente no tiene la plegaria como el de Jairo. Escena que puede ser resumida con este episodio: “Todos los que tocaban por lo menos el fleco del manto de Jesús quedaban completamente curados” (Mt 14,36).

Jesús al llegar con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, una multitud de gente seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban. De entre la multitud una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor (Mc 5,25).  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada (Mc 5,27).  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con la gente, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que son sólo tocar el vestido se curaría” (Mc 5,28). ¡Así sería de fuerte su fe! Que nada le importo si la gente le descubriera que era impura, sino que su fe estaba bien firme en tocar por lo menos el manto de Jesús.

La pobre mujer hemorroisa no sabía realmente quién era Jesús, pero tenía fe que la curaría.  Todas estas consideraciones explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto (Mc 5,30). En efecto, nos cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de Él, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el manto.  Se detuvo hasta que logró que la mujer se le identificara.  Y al tenerla postrada frente a Él, le reconoce la fortaleza de su fe cuando le dice: “Tu fe te ha salvado”(Mc 5,34). Notemos que el Señor no le dice que tu fe te ha “sanado”, sino que le ha “salvado”.  Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta- no sólo sana, sino que salva.  La sanación física no es lo más importante: es como una añadidura a la salvación.  Si no hay cambio interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la sanación física para el bienestar espiritual.

El poder de Dios que obra en el Hijo como en las curaciones, son diversas según las circunstancias y necesidades de la gente: Unas veces puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con sólo tocarlo (Mc 5.29)  Otras veces usa medios materiales, como el caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que untó en los ojos del ciego (Jn 9,6).  Otras veces no usa ningún medio, sino su palabra o su deseo (Jn 4,49).  Unas veces sana de lejos, como al criado del Centurión (Mt 8,8). Unas veces sana enseguida, otras veces progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades (Lc 17,11-19).

¡Cómo estaría Jairo de impaciente por el retraso!  Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto (Mc 5,35).  Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo que tenía la mujer con hemorragias.  Jesús, entonces, prosigue el camino hacia la casa de Jairo, no sin antes consolarlo: “No tengas miedo, vasta que tengas fe” (Mc 5,36), discretamente va acompañado de Pedro, Santiago y Juan.  Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes.  Con esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno. Al llegar a la casa, aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme (Mc 5,39).  Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte: Niña contigo hablo levántate” (Mc 5,41). Para el Señor la muerte es como un sueño.  Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo será el levantarnos a todos de la muerte.

Otro episodio similar: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo" (Jn 11,11-15).y cuando Jesús llegó a Betania, Marta sale a su encuentro y le dice: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día” (Jn 11,21-24). Ante el parecer de Marta Jesús es más contundente en su afirmación: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25).Una vez que hace esta singular revelación fueron hacia la tumba de Lázaro y Jesús lloró (Jn 11,35). Pero en seguida viene lo más asombroso; Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn 11,39-40). Y después de una pequeña oración Jesús gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar" (Jn 11,43).

lunes, 18 de junio de 2018

DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)


DOMINGO XII – B (24 de junio de 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"
4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.


Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt 14,30). Jesús dijo a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28).Jesús dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10). Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe.

Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).

Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.

a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).  En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: “¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

En la Liturgia de hoy, estamos siendo testigos, junto con Job y los Apóstoles, de la omnipotencia divina.  Job la palpa en una visión desde la cual Dios le habla. Y los Apóstoles la ven manifestada, nada menos que en Jesús, el Maestro, con quien viven día a día. La Primera Lectura (Job. 38, 1.8-11) es la respuesta de Dios a los reclamos, lamentos y preguntas que Job le hacía, motivado por sus infortunios, sus sufrimientos y las pérdidas que había sufrido en su familia, su salud, sus bienes.  Nos dice esta lectura que Dios habló a Job desde la tormenta y le mostró su poder con respecto del mar.  Dios se muestra como dueño de la creación, como señor del mar al que le puso límites: “Hasta aquí llegarás, no más allá.  Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.  

Dios da a entender a Job, y a todos nosotros, que no podemos osar discutir con Dios, ni reclamarle.  En subsiguientes capítulos, Job termina por retractarse y acepta el señorío de Dios.  Por cierto, en el Epílogo del Libro de Job vemos que Dios le restituye “al doble” todos sus bienes materiales, familiares y de salud.  La actitud de Job es de sumisión y resignación.  En ese sentido sigue siendo un ejemplo para todos nosotros. Sin embargo, la actitud del cristiano debe superar la de Job.  A la sumisión al poder divino, debemos añadir nuestra plena confianza en lo que Dios tenga dispuesto para nuestras vidas: tempestades o calma, alegría o sufrimientos, carencias o plenitudes.  Todo lo que Dios disponga, sabemos, es para nuestro mayor bien: nuestra salvación eterna.  Así confiados, estaremos serenos en las tempestades, alegres en los sufrimientos, plenos en las carencias. Actuando así, estamos cumpliendo con lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 14-17): “El que vive en Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado.  Ya todo es nuevo”.    Enfocar así las desventuras, sufrimientos y carencias significa “vivir en Cristo” y “ser creaturas nuevas”.  Y ser “creaturas nuevas” significa no turbarse ante las tribulaciones y sufrimientos, sino andar en plena confianza en Dios.  Sólo El sabe lo que nos conviene.  

¿Somos creaturas nuevas o creaturas viejas? ¿No podría el Señor mostrarnos toda su omnipotencia como a Job, después de sus cuestionamientos y protestas?  ¿No podría el Señor reclamarnos a nosotros también, como reclamó a los Apóstoles después de calmar la tormenta? ¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o nacional? ¿Confiamos realmente en el poder de Dios?  ¿Confiamos realmente en lo que Dios tenga dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad?  ¿O creemos que debe despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como nosotros consideramos conveniente?  ¿No llegamos a creer, inclusive, que no le importa lo que nos suceda?  ¿Realmente duerme el Señor?

¡Qué débil es nuestra fe!  Débil, como la de los Apóstoles en ese momento.  Nos olvidamos que Dios está siempre con nosotros, pero que lo tenemos dormido. Hay que despertarlo, Él tiene que estar al mando de la travesía de la vida, con razón nos había dicho “Sin mi nada podrán hacer”(Jn 15,5).   El guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, en una presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro dormido en la barca.

No hace falta que haga milagros, aunque estemos en medio de una tempestad.  ¡No tenemos derecho a reclamarle milagros!  El gran milagro es que El nos lleva sin ruido, en silencio, a escondidas a través de olas borrascosas cuando hay tempestades.  Pero también está presente cuando todo parece tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues todo como que anda bien. Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está presente.  Y El desea que nos demos cuenta de que está allí, presente en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su presencia silenciosa.  En todo momento, sea de tempestad, sea de calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.

Si tenemos una fe despierta entonces el viento está a favor nuestro, todo es paz y tranquilidad. Con razón San Pablo exclamó con gozo al decir “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Rm 8,31-35).

San Juan el Bautista

1:57 Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
1:58 Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
1:59 A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
1:60 pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
1:61 Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
1:62 Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
1:63 Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
1:64 Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
1:65 Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
1:66 Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Hoy también celebramos la solemnidad de San Juan Bautista:

Acuérdense de la Ley de Moisés, mi servidor,  a quien yo prescribí, en el Horeb, preceptos y leyes para todo Israel. (Mal 3,22)

“Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Mal 3,23-24).

Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había prometido. El papel del precursor es muy preciso: “Una voz clama en el desierto ¡Preparen el camino del Señor, tracen en la estepa prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), anuncia al pueblo la noticia: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios (Lc 3,6).

“Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,2). “Se hacían bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). Juan decía a la multitud que venía a hacerse bautizar: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no digan: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Lc 3,7-8).

El pueblo se preguntaban si Juan no sería el Mesías, pero Juan les aclaro y dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3,15-16).

Juan, por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia (Lc 3,18). Conviene que el crezca y yo disminuya (Jn 3,30). Ahí viene, este es el cordero de Dios que quita pecado del mundo (Jn 1,29).

lunes, 11 de junio de 2018

DOMINGO XI – B (17 de junio del 2018)


DOMINGO XI – B (17 de junio del 2018)

Proclamación del evangelio según San Marcos 4,26-34:

4:26 "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:
4:27 sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
4:28 La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
4:29 Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
4:30 También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
4:31 Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
4:32 pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".
4:33 Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
4:34 No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,13-15). El gesto pequeño, de humildad y sencillez hace grande a la persona. Ya Dios dijo también por el profeta: “Así como el alfarero amolda la arcilla en sus manos y saca el cántaro a su gusto, así soy contigo pueblo de Israel —oráculo del Señor—. Tu eres como la arcilla en mi mis manos  pueblo de Israel” (Jer18,6).

Todo lo explicaba Jesús a la gente por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas (Mt 13,34). Así hoy, Jesús nos plantea dos parábolas sobre el Reino de Dios (Mc 4,26-34): La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) y la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32)

Les decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra… la tierra por sí misma produce (Mc 4,26-28).  Así es, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

En otro episodio dice Jesús: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? (Mt 6,25-27). Y vamos comprendiendo que en efecto no todo depende del hombre, hay cosas que no están a nuestro control, por ejemplo: Como bien nos dice el Señor: La vida no depende de nosotros ni de nuestros bienes (Lc 12,15), así, pues nosotros no sabemos cuándo terminaremos nuestra existencia en este mundo (Mt 24,44).

El Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da cuenta, pero eso de tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable. Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. Hacernos terreno fértil es requisito para dejar que Dios penetre en nuestra alma para que, El haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.

Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10), rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad.  El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo (Mt 6,10).Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo Señor que hace crecer como la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto.

El establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, ha tenido ya un inicio, un inicio que se puede percibir como pequeño, cuando Dios mismo se ha hecho carne en Jesús el Hijo de Dios (Jn 1,14), vino al mundo, naciendo en un humilde pesebre (Lc 2,6), muy lejos de los honores para establecer su reino como Señor de Señores y Rey de Reyes (como Rey sobre todos los reyes de las naciones del mundo). Normalmente en la realeza se dan grandes festejos y honores cuando nace algún hijo ó hija del rey, pero no pasó así cuando Jesús llegó al mundo.

El inicio del establecimiento del reino de Dios sobre la tierra con Jesús, Dios Hijo hecho carne, viniendo sin honores típicos de la realeza de su época, y con la muerte de Jesús en la cruz como si fuera criminal sin serlo, fue un inicio pequeño, pero Jesús resucitó dijo sus apósteles: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía que, es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito que, el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-47).

Las dos parábolas: La semilla que crece por si sola y el grano de mostaza, tratan acerca del crecimiento de la semilla. Pero mientras que en la parábola del crecimiento de la semilla el énfasis está en que la semilla de "suyo tiene vida" y por esta razón crece, en la parábola de la mostaza nos va a explicar hasta dónde llega este crecimiento.

El grano de mostaza: La semilla de mostaza que es del tamaño de la cabeza de un alfiler. En los tiempos de Jesús se usaba frecuentemente para referirse a la cosa más pequeña que se pudiera imaginar. De hecho, la expresión "pequeño como una semilla de mostaza" había llegado a ser un proverbio. Por ejemplo, el Señor Jesucristo lo usó para referirse a la fe de sus discípulos: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza..." (Mt 17:20). A pesar de que la semilla es tan pequeña, la planta de mostaza puede llegar a alcanzar hasta cerca de cuatro metros de altura con un tallo grueso como el brazo de un hombre.

La parábola en relación al Reino de Dios es el punto esencial, es el contraste entre un comienzo pequeño y un resultado grande, entre el principio y el fin, entre el presente y el futuro del Reino. La semilla del Reino sembrada por Jesús en el campo del mundo, a pesar de su comienzo minúsculo e irrisorio, tendrá finalmente por su propia vitalidad interna, un crecimiento desmesurado y sobrenatural.

Seguramente tenía que ver con su propio ministerio público: un judío desconocido, en un rincón perdido de Palestina, rodeado de un puñado de discípulos sin demasiada cualificación y abandonado finalmente por las multitudes. Sin reconocimiento de los líderes religiosos y sin ninguna clase de influencia política. ¿Qué podía surgir de aquí? Pero todo esto no es nada comparado con la terrible debilidad manifestada en la cruz. ¿Quién podría imaginar que de un judío ajusticiado en una cruz por el imperio romano, rechazado por su propio pueblo y abandonado por sus discípulos, pudiera surgir un movimiento que dos mil años después siguiera creciendo por todos los países del mundo? Como Pablo resume: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente escándalo, y para los gentiles locura"(1 Co 1:23).

“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolos a cumplir todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28,19). Aquel pequeño grupo de discípulos asustados y perseguidos (Jn 20:19), se convertirá en una multitud que nadie puede contar: "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos" (Ap 7,9).

Así que, en el momento actual, Dios no reina manifestando todo su poder, sino que por el contrario, su presencia en este mundo, aunque real y viva, es humilde y muchas veces oculta. Incluso sus propios siervos, aunque ya tienen dentro de sí mismos la semilla que producirá estos resultados extraordinarios, son frágiles y débiles, expuestos a innumerables peligros. El apóstol Pablo lo expresó perfectamente: "Pero tenemos este tesoro en vasos de barro..." (2 Co 4:7), "Miren, hermanos, su vocación, que no son muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles"(1 Co 1:26-27). Esta falta de importancia, de influencia y de fuerza social de la Iglesia a través de los siglos ha venido a confirmar en cada momento las palabras de Jesús: "manada pequeña..." (Lc 12:32), "yo los envío como a ovejas en medio de lobos"(Mt 10:16).

Jesús dijo que ni aún un vaso de agua dado en su nombre quedaría sin recompensa (Mt 10:42). A menudo somos víctimas del engaño en el sentido de que para que algo sea importante debe acompañarse siempre de gran ruido. Dios es diferente en su modo de actuar. Él actúa de formas casi imperceptibles. Debemos animarnos en nuestro servicio al Señor sabiendo que las grandes cosas proceden de principios muy pequeños. No despreciemos nunca el día de los comienzos humildes (Zac 4:10) y no caigamos en la tentación de pensar que para lo poco que podemos hacer no vale la pena ni siquiera empezarlo. No nos desanimemos por el aparente fracaso y la pobreza presente, sino tengamos confianza en la Palabra del Señor que hará que todo esfuerzo honesto por servirle será finalmente multiplicado para su gloria.

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Mt 13, 10-15). (NC 546).

¿Cómo se transforma el insignificante grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, en la mayor de las hortalizas?  Sembrándose en tierra fértil (rodeándose de aquello necesario para poner en marcha un proceso de transformación) y muriendo a sí mismo para liberar lo que hay en su interior.  Si intentáramos llenar el grano de mostaza de cualquier cosa, terminaríamos pronto.  Al ser diminuto, parece que dispone de poca capacidad.  Sin embargo, la lógica de Dios y de la naturaleza es distinta, y en la vacuidad cabe el infinito, la nada conduce al Todo.  Así que, cuando el grano de mostaza renuncia a lo poco que es, rompe su envoltura y se pierde a sí mismo, libera el potencial infinito que se ocultaba en su interior y que dará a luz al árbol que ni tan siquiera podía imaginar que estaba llamado a ser.  Muriendo a sí mismo, el grano de mostaza se encuentra con quien realmente es.  ¿Cuántos de nosotros seguimos apegados a quienes creemos ser, permaneciendo como granos de mostaza cuando podríamos ser robustos y hermosos árboles? Todo porque no ejercemos nuestrafe.