lunes, 1 de julio de 2019

DOMINGO XIV - C (7 de Julio de 2019)


DOMINGO XIV - C  (7 de Julio de 2019)

PROCLAMACION DEL SANTO EVANGELIO SEGUN San Lucas 10,1-12.17-20:

10:1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
10:2 Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
10:3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
10:4 No lleven dinero, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
10:5 Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!"
10:6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
10:7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
10:8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
10:9 curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".
10:10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:
10:11 "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".
10:12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.
10:17 Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
10:18 Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
10:19 Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
10:20 No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". PALABRA DE DIOS

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien.

El domingo anterior decíamos que, uno no sigue el Señor como quiere, cuando quiere y a como le de las ganas. Las reglas del seguimiento las pone el Señor. Ahora lo mismo sucede para la misión. Dios es quien pone las pautas de la misión. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados". Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a Uds. recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16). Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).

Tema que complementa al mensaje del domingo anterior en que trataba el tema de seguir y estar con Jesús: “Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Y decíamos que uno no puede llamarse a sí mismo; es Jesús quien llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el joven rico al interesarse por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para llegar al cielo? Jesús le dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El Joven dijo: Ya cumplí con todo eso desde pequeño qué mas me falta. Y Jesús le dijo: Claro que te falta algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mc10,17).

Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión, pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero los comprometidos  con el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).

La segunda preocupación del misionero es precisamente esta advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero para los humildes de corazón (Mt 11,28).

La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa” (Lc 10,5).
Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia. El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.

Lo que suscita una misión autentica es el encuentro con el Señor: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor nace la misión. Y el Papa Francisco ha dicho reiteradas veces que “tenemos que ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt. 28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).

El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.

Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión, muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento el mundo entero.

CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU: El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración en compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el Don prometido (Hch. 1,14).

Cincuenta días después de la resurrección del Señor sucedió aquél imponente derroche del Espíritu sobre María y los apóstoles: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento impetuoso, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hch 2,2-12). El Espíritu fortaleció interiormente a los hasta entonces temerosos apóstoles y los lanzó al anuncio incontenible, ardoroso, valiente y audaz del Evangelio, con el fin de encender el mundo entero: “Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello. Pero algunos se reían y decían: ¡Están borrachos! Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles. No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen. Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenía dispuesto. Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte” (Hch 2,12-24).

Hoy como ayer, el Espíritu Santo es el protagonista de la evangelización. Este Don divino comunicado a hombres y mujeres frágiles y débiles como nosotros es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el Evangelio, la verdad plenamente revelada por Dios en Jesucristo; fuerza, ardor y vitalidad para proclamar e irradiar el Evangelio a todos los seres humanos, para dar testimonio de la fe venciendo todo miedo, complejo o limitación. De este modo se cumplía y se cumple también hoy lo que el Señor había anunciado ya anteriormente a sus discípulos: “Recibieran la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre Uds. y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch. 1,8).

“ID POR TODO EL MUNDO Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15): Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn 20,21-23).

Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado. Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos. Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente a todas las personas.

Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio! (I Cor 9,16).

lunes, 24 de junio de 2019

DOMINGO XIII – C (30 de Junio 2019)


DOMINGO XIII – C  (30 de Junio 2019)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas. 9,51-62:

9:51 Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén
9:52 y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
9:53 Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
9:54 Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?"
9:55 Pero él se dio vuelta y los reprendió.
9:56 Y se fueron a otro pueblo.
9:57 Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!"
9:58 Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
9:59 Y dijo a otro: "Sígueme". Él respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
9:60 Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
9:61 Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
9:62 Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÒN­:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

"Quien quiera venirse conmigo que se niegue así mismo y cargue con su cruz de cada día" (Mt 16,24). Las reglas del seguimiento a Jesús no las pone el hombre. quien se interesa por ir al cielo, no pone sus propias reglas. es Dios quien pone las reglas de la salvación. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,26-27).

¿Nos sentimos aludidos con el Evangelio de hoy o somos de los que son indiferentes a quienes les da lo mismo estar con Dios o con el demonio? Dice la Biblia que Dios quiere el corazón del hombre sincero: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12-13). Bien, presumo que se dieron cuenta de que el relato del Evangelio de hoy tiene dos partes pero que en el fondo son el complemento de una sola realidad: el estar con Dios, ya de camino, ya en la alegría, o en la tristeza y en toda circunstancia. Al respecto Pedro dijo: “Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (Lc 9,33-35).

En la primera escena es de advertirse que los apóstoles reflejan el lado humano, una reacción violenta de los discípulos que quieren pedir fuego para quemar vivos a aquellos samaritanos que no quieren dar alojamiento a Jesús por la sencilla razón que va camino de los judíos (Lc. 9,53). Los discípulos llevaban fuego más que amor. Otra escena similar: Le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero"(Mt13,27-30). Ante el rechazo de Jesús por los samaritanos, tratan de solucionar el problema "pidiendo fuego para que acabe con ellos". La gran tentación de hoy es esto precisamente, hacer las cosas como se nos parezca. Estar con Dios, pero a nuestra manera.  

Ya había advertido Jesús a los apóstoles: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará... Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes” (Lc 6,36). Las revoluciones necesitan sangre, pero es el criterio humano. Por eso todas las revoluciones terminan dividiendo: vencedores y vencidos. Comprométete en una revolución en la que todos terminemos siendo más hermanos. Las revoluciones se hacen con violencia, pero tú puedes hacer una revolución diferente: la revolución del amor. La revolución del amor no necesita sangre, le basta el amor (Jn 13,34).

El reto nuestro es esto: Si queremos un  mundo distinto, no esperemos el cambio de los demás, comencemos a cambiar nosotros mismo. El mundo comienza a ser distinto cuando tú has cambiado. No pretendas cambiar el mundo con el sacrificio de los demás eso no es querer de Dios. Jesús también quiso cambiar el mundo, pero para ello comenzó por ofrecerse a sí mismo hasta la muerte. Cuando alguien es capaz de morir por el otro, el otro comienza a ser diferente. Recordemos aquella cita: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,13-14). Si anhelamos una sociedad más justa, comencemos por ser justo con los demás: “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Mt 7,12)). Así pues, se justo con tu esposa, con tu esposo. Justo con tus hijos. Justo con tus padres y tus hermanos. Justo con todos. Ahí comienza la justicia del mundo.

No exijas porque encontrarás resistencias. Ofrece y verás cómo los corazones se te abren y se hacen más blandos. No pidas, no reclames. Haz de tu vida un ofrecimiento y un regalo, verás que alguien comenzará ya diciéndote: gracias. Cuando alguien te dice gracias, algo está cambiando dentro de su corazón. ¿No creen ustedes que todos llevamos dentro también mucha violencia (fuego) contra todos, pero sobretodo contra aquellos que atacan a la Iglesia, hablan más de la Iglesia o atacan a la Iglesia o incluso a nuestras ideas políticas? Habría que mirar bien dentro de nosotros. Es posible no seamos tan mansos como parecemos. Jesús había dicho: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue…” (Mt 13,24-30).

“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39). Como complemento de lo tratado, en la parte segunda se nos plantea el problema fundamental de nuestra fe y nuestra relación con Jesús. Con frecuencia, damos mucha importancia a nuestras devociones, sobretodo, aquellas que nos ofrecen seguridad, pero nos olvidamos que lo esencial del cristiano es el "seguimiento de Jesús". Esto es lo serio del Evangelio, de ahí que nos encontremos con tres situaciones que, de alguna manera nos marcan el camino y el sentido de lo que significa "seguir a Jesús". Digamos que aquí hay algo más que estampitas bonitas con bonitas oraciones. Aquí hay decisiones radicales donde el sí es sí y el no es no (Mt 5,36). Jesús no anda con medias tintas. Ni el cristiano está llamado a "vivir a la moda" o según soplan los vientos. Ello presupone renunciar radicalmente a los peros que en decir verdad vienen de nuestros caprichitos. Y es que nos gusta engreírnos y Dios como nos gustaría o quisiéramos que nos engría. Pero mucho cuidado, estas cositas personales no tienen nada que ver con el querer de Dios o sino recordemos aquel caprichito de Pedro:

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás más tarde. Pedro replicó: Jamás me lavarás los pies. Jesús le respondió: Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo. Entonces Pedro le dijo: Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos. (Jn 13,6-10).  O recordemos aquella cita: “Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesus, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,22-23).

Hay un radicalismo donde se trata de nadar contra corriente, muchas veces, ni se trata de agarrarnos al pasado. El seguimiento es siempre un camino que hay que andar y que constantemente nos desinstala de nuestras seguridades. El seguimiento de Jesús no nos asegura contra nada sino que nos sitúa frente al desafío con frecuencia de la imprevisible.

El Evangelio de hoy nos plantea un problema al que posiblemente le estamos dando poca importancia. Se habla aquí de tres pretensiones de seguimiento y de tres respuestas que pueden sonarnos algo extrañas. Jesús que pone dificultades a quien, sin ser llamado, pretende seguirle. A otro lo invita a seguirle, no se niega, pero pone condiciones que en sí parecen razonables, pero que Jesús no acepta. Un tercero que también se ofrece, pero con ciertas condiciones. Total que ninguno de los tres termina siguiendo a Jesús. El seguimiento es ante todo una llamada y nuestra condición de cristianos es la de "seguidores de Jesús", pero aquí surgen serios problemas. Seguir a Jesús no es nada fácil porque seguirle es andar su propio camino y es correr los mismos riesgos que Él. Seguir a Jesús no puede quedarse en simple buena voluntad ni en simples actos de piedad, seguir a Jesús es poner en riesgo lo que somos y lo que tenemos, nuestro presente y nuestro futuro. Seguir a Jesús requiere un convencimiento radical por el que estamos dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, no tener una cama para descansar tranquilo, sino vivir constantemente a impulsos del Espíritu.

Cuando decimos seguirle asumimos la decisión de romper con todo y comprometernos con la libertad del Reino por encima de todos los demás intereses. Tendríamos que preguntarnos la razón por la que somos cristianos y tendríamos que preguntarnos si nuestro ser cristiano nos lleva realmente a jugarnos enteros porque Dios en su Hijo se jugó todo por el hombre y su salvación (Jn 3,16).

Puede que muchos seamos cristianos para asegurarnos la benevolencia de Dios y estar seguros de que Dios no nos fallará. Puede que le sigamos para asegurarnos la salvación. Cumplimos para salvarnos. En el fondo, decidimos ser cristianos como quien quiere asegurar su futuro y su salvación. Es un precio que tenemos que pagar. En tanto que cuando hablamos de seguimiento implica que hemos descubierto de verdad el tesoro que es Jesús (Mt 13,44) y que estamos dispuestos a vivir en la inseguridad, porque cada día la ponemos en riesgo por fidelidad al Evangelio. La religión no puede ser ni una caja de seguridad, ni tampoco pensar que con ello Dios está obligado a escucharnos y sacarnos de nuestras dificultades. Pero eso sí, quede muy claro, quien sigue sin peros a Jesús tendrá su recompensa: “Pedro dijo a Jesús: Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna” (Mc. 10,28).

“El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará” (Mt 16,21). También Jesús decía a toda la gente: Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo se perderá, y el que pierda su vida por causa mía, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a sí mismo? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ángeles santos  (Lc. 9,22-26).

Por tanto vale la pena seguir a Jesús porque él es todo en todo y así lo dicen San Pablo: “ Para mi Cristo lo es todo” (Col3,11). Así, Jesús es modelo de vida a seguir para toda la humanidad, por eso san Pablo también exclamó de gozo: “Más aún, todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

lunes, 17 de junio de 2019

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI (Domingo 23 de junio de 2019)

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI (Domingo 23 de junio de 2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:

9:11 Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
9:12 Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".
9:13 Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".
9:14 Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".
9:15 Y ellos hicieron sentar a todos.
9:16 Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
9:17 Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el señor sacramentado Paz y Bien.

“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,57-58).

Jesús les dijo: "Denles ustedes de comer". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados (Lc 9,13). El evangelio de Juan trae otro relato paralelo y dice: “Unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?" Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6, 23-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material (para el cuerpo), y el alimento que perdura hasta la vida eterna, el pan celestial, (el pan de la vida espiritual, Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11). Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, que es el pan material, y el pan material nos tiene llevar al encuentro con Dios mediante el Pan Espiritual, (Eucaristía). No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Jesús dijo a sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros: “Los amo hasta el extremo” (Jn 13,1), se hace vida en nuestra vida (Jn 14,6). Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo (Gal 2,20) que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 2,6) y con el mismo Jesús crucificado (Lc 24,33) y resucitado (Lc 24,46). Es comunión con el pan glorificado: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de la vida eterna y yo lo resucitare en el último dia” (Jn 6,54).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,17) Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia (Ef 4,5-6). De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos (Tit 3,10).

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos (Jn 13,34). Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”(I Cor 11,33-34). No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano (I Jn 4,20). No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “El que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

El Nuevo Catecismo nos dice que la Eucaristía es el sacrificio sacramental porque es acción de gracias, memorial y presencia real de Cristo glorificado. En efecto, “si los cristianos celebramos la Eucaristía desde los orígenes, y con una forma tal que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, es porque nos sabemos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "Haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: así Cristo se hace real y misteriosamente presente. Por tanto, debemos considerar la Eucaristía: Como acción de gracias y alabanza al Padre, como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo, como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.

La acción de gracias y la alabanza al Padre: “La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el Sacrificio Eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad” (NC N°1359).

La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias. “La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él” (NC N° 1361).

El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que "Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado" (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3). Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

"Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (NC N° 1373).

El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (NC N° 1378).

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

lunes, 10 de junio de 2019

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (16 de Junio de 2019)

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – C (16 de Junio de 2019)

Proclamación del santo evangelio segun San Juan 16,12-15:

16:12 Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
16:13 Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
16:14 Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
16:15 Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: "Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes". En PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Dijo Jesús a Felipe: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14,11). Hoy nos ha dicho:  “Todo lo que es del Padre es mío" (Jn 16,15). Y luego: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,13). EL Espíritu no solo es Inteligencia o fuerza sino que es también conocimiento de Dios. Por el Espíritu conocemos al Hijo: “Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo” (I cor 12,3). Y Por el Hijo conocemos lo que es el Padre. Y las tres divinas personas nos constituye en ser Imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), cuando somos bautizados: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

Si nos preguntan por ser creyentes al ser bautizados: ¿Cuál es el principio de tu fe? ¿Qué concepto de Dios manejas? O si te piden descríbeme a ese Dios en quien crees. ¿Por dónde empezarías? El art. 27del Nuevo Catecismo dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19,1).

Hasta el día de hoy, el hombre ha expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso: “Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 26-28).

Por tanto, para dar razón de nuestra fe no hemos de mirar al cielo, ni tomarnos la cabeza, sino ponernos de rodillas y empezar a recitar la oración del credo: “Creo en solo Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra… Creo en el Hijo único de Dios… Creo en el Espíritu Santo dador de vida…” Ahí está el principio y el fundamento de nuestra fe. Creemos en un Solo Dios pero que tuvo a bien revelarse de tres diversas formas: Como Padre cuya función es la de crear. En el Hijo cuya función es la de Redimir (salvar a la humanidad). En el Espíritu Santo que tiene la función de santificar y hacer actual las cosas sagradas (Ap 21,5). De estas tres divinas personas solo el Hijo asumió la naturaleza humana: “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús nos dice: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30). Jesús resucitado mismo dijo: “La paz este con Uds. Como el Padre eme envió así también les envío yo. Dicho esto soplo sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu santo” (Jn 20,21-22).

Dios es amor (I Jn 4,8). Si Dios es amor, entonces con razón quiso el hombre entrara en esta sintonía de su amor, por eso le dio el título de ser su: “Imagen y semejanza” (Gn 1,26). Lo que significa que el misterio de la Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo) es el despliegue de su amor para la humanidad. Con razón la segunda divina persona Cristo Jesús en su enseñanza central nos exhorta: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). Cuando pregunta  a Jesús un doctor de la ley “Maestro bueno ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Jesús respondió: Ama a Dios sobre todas las cosas con toda tu alma y con todo tu ser, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, este mandato es lo principal de la Dios y los profetas” (Mc 12,28). Luego San Juan Dice: “Si alguno dice, Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (IJn 4,20). Estos dos argumentos nos dan pie para decir con certeza que la fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de la manifestación del amor pleno de Dios.

Jesús redujo toda la Ley a dos cosas: el amor a Dios y el amor al prójimo. Con lo cual quiso decirnos que no podemos amar a uno sin amar al otro y que lo que hagamos a uno se lo hacemos al otro. De ahí entendemos que Benedicto XVI escribió en su primera Encíclica: "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí." Y aún añade más: "Lo que subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también ciegos ante Dios." (DC n. 16).

Cuando decimos que "no vemos a Dios" tendríamos que preguntarnos si "realmente vemos al prójimo". Por tanto el prójimo es el camino del hombre hacia Dios. Si yo no creo en ti, ¿creeré de verdad en Dios? Si tú me eres indiferente, ¿no que también Dios termina siéndome indiferente? Si yo te margino a ti de mi vida, ¿no estaré marginando también a Dios?

La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el

Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215).

Las tres Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215). La Unidad divina es Trino.

Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675). El padre crea, el hijo redime y el espíritu santifica. Pero una sola sustancia, una sola esencia, una sola naturaleza. Ninguno precede en grandeza, eternidad y potestad. Absolutamente simple, por eso indivisible, inseparable, inconfundible, e inmutable.

Por tanto el Padre es creador en cuanto que el Hijo redime y el Espíritu santifica, y el Hijo es redentor en cuanto que el Padre crea y el Espíritu santifica y el Espíritu santifica en cuanto que el Padre crea y el Hijo redime. De ahí concluimos que, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu santo y el Hijo no es ni el Padre ni el Espíritu Santo y Espíritu Santo no es ni el Hijo ni el Padre. No son tres Dioses sino tres Divinas personas distintas y un solo Dios.

El misterio de la Santísima Trinidad solo es posible entender si el hombre es revestido por la fuerza del Espíritu Santo (Hch 1,8). Así nos lo ha reiterado hoy: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá a la verdad plena” (Jn 16,12-13).

lunes, 3 de junio de 2019

DOMINGO DE PENTECOSTES – C (09 Junio de 2019)


DOMINGO DE PENTECOSTES – C (09 Junio de 2019)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 20, 19-23:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

En el principio la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). “Dios formó al hombre con polvo del suelo, y sopló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6,63). Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Un cristiano sin Espíritu Santo es como un fuego que no quema, que no calienta. Pero con el Espíritu Santo, ¡qué diferencia!

El don mayor de Cristo resucitado es el Espíritu Santo. Sus primeras palabras a sus apóstoles, reunidos en el cenáculo fueron: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Era el cumplimiento de una promesa que les había hecho en la Última Cena: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados (Jn 20,23). Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo.

El Espíritu Santo es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer. “Los discípulos quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).

Como vemos, el viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios (Gn 2,7). Ya el profeta Ezequiel tambien había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús,  y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.

No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éx 19,18; ver también Heb 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6.  Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

El Espíritu Santo nos ayuda a asimilar la doctrina de Cristo. La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo:  “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: el Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su muerte y resurrección. Con frecuencia notamos que tenemos ideas claras sobre la doctrina católica. Si nos hicieran un examen, probablemente sacaríamos una buena nota. Pero una cosa es saber algo y otra es vivirla. Necesitamos una ayuda especial para poder ir formando nuestra conciencia moral, y esta ayuda viene del Espíritu Santo.

En realidad, el verdadero artífice de una conciencia bien formada es el Espíritu Santo (Jn 8,31): es Él quien, por un lado, señala la voluntad de Dios como norma suprema de comportamiento, y por otro, derramando en el alma las tres virtudes teologales y los dones, suscita en el corazón del hombre la íntima aspiración a la voluntad divina hasta hacer de ella su alimento. Con mucha frecuencia no vemos claramente el por qué la Iglesia nos exige ciertos comportamientos morales. En estas ocasiones tenemos que echar mano de una ayuda superior, la del Espíritu Santo. El puede doblar nuestro juicio para hacerlo coincidir con el de Dios.

El Espíritu Santo nos da la fuerza necesaria para vivir nuestros compromisos bautismales. La vida cristiana es una opción que debemos renovar todos los días. Dios nos deja libres. En cualquier momento cabe la posibilidad de echarnos atrás, de quedarnos indiferentes, de ser unos cristianos “domesticados” como ciertos animales que sólo sirven para adornar el hogar, pero que ya no son agresivos porque están domados. También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida cómoda. Una conciencia para andar por casa, es una conciencia mansa, que nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar justificantes y lenitivos: Estás muy cansado, todos lo hacen, obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno, es de sentido común.

El Espíritu Santo no deja de venir a nosotros constantemente. Experimentamos muchas venidas del Espíritu Santo durante nuestra vida. Las más fuertes son cuando recibimos los sacramentos. Por medio de cada sacramento el “artífice de nuestra santificación”, el Espíritu Santo, va acabando su gran obra en nosotros, nuestra transformación en Cristo. Además de estas venidas sacramentales del Espíritu Santo, hay otras que son menos espectaculares, pero no por eso pierden importancia: su influencia sobre nuestra conciencia moral. Para el alma en estado de gracia, la voz de la conciencia viene a ser la voz del Espíritu Santo, que ante ella se hace portador del querer del Padre celestial. Nuestra vida debería ser un constante diálogo con el Espíritu Santo. Es imposible vivir la vida cristiana, cumplir con el principio y fundamento... sin esta colaboración con el divino Huésped del alma, el Espíritu Santo.

En el Credo Niceno rezamos: “Creo en el ESPÍRITU SANTO, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”.

Jesús dijo antes de su ascensión: “En adelante el espíritu paráclito que mi padre enviara en mi nombre, el intérprete, les enseñará, y recordará todo lo que yo les he enseñado y le guiará a la verdad plena” (Jn 14,26).  Deseo destacar algunos rasgos que nos pueden ayudar a vivir mejor este acontecimiento y a vivir mejor el misterio de la Iglesia desde el sacramento del bautismo, tomados del Nuevo Catecismo de la Iglesia:

Jesús dijo a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna. "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4,13-14).

Jesús en el inicio de su vida pública dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). El simbolismo de la unción es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). 

En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo (Mesías en hebreo) significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).

La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales. El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22).

 “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16). Jesús les dijo también: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo” (Jn 16,12-13).

viernes, 31 de mayo de 2019

DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (02 de junio de 2019)


DOMINGO DE LA ASCENCION DEL SEÑOR (02 de junio de 2019)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas. 24, 46-53

24:46 y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
24:47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
24:48 Ustedes son testigos de todo esto.
24:49 Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".
24:50 Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
24:51 Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
24:52 Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
24:53 y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. PALABRA DEL SEÑOR

Reflexión:

Querido amigos en el señor Paz y bien.

Con la ascensión del Señor empieza el tiempo de la parusía: “Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la Venida (Parusía) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23).

“Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28). Este episodio resume integro el actuar de Dios en su hijo Jesucristo, pero ahora conviene preguntarnos ¿Para qué vino? Responde Jesús: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna” (Jn 6,38-40). San Pablo dice: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,3). Es decir Jesús ha venido a salvarnos a todos los hombres pero tenemos que conocer la verdad y ¿cuál verdad? Jesús mismo lo dice: “yo soy la verdad, vida y camino, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Si en conocer a Jesús consiste la verdad, entonces con razón dijo Jesús: “Si alguien guarda mi palabra mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23) Es decir la salvación no consiste en saber de memoria sobre el cielo, sino de vivir en Jesús.

San Lucas pone el acento de la ascensión del Señor en tres detalles importantes que conviene resaltar:

Primero: Jesús sabe que sus discípulos todavía no están como para afrontar la misión de ser apóstoles y por eso les pide que no se muevan hasta que "sean revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49), es decir, hasta que reciban el Espíritu Santo que los consagrará como apóstoles propiamente dicho. Porque solo entonces estarán suficientemente capacitados para dar cara por el Evangelio sin miedo ni cobardía siendo testigos.

Segundo: Jesús se despide dándoles la bendición. "Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (Lc 24,51). ¿Cómo o qué palabras dijo al bendecir? "La paz esté con ustedes, como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.  Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Finalmente, Lucas destaca, más que el miedo y la duda, la alegría que inunda el corazón de los apóstoles: “Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16,20-22).

Para Lucas lo importante es que para anunciar el Evangelio primero es necesario ser revestidos del Espíritu Santo. Es precisamente Él quién impulsa a la misión. Es Él quien da el coraje y la valentía del anuncio. Es Él quien nos hace sentir y experimentar la fuerza del Evangelio. Por eso, evangelizar no es hacer propaganda del Evangelio. Evangelizar es ser testigo movidos por el Espíritu y bajo la actuación del Espíritu, lo que Lucas pondrá de manifiesto en el relato de Pentecostés en el libro de los Hechos: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Ser misionero es ser testigo de esta verdad: “Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,48).

La Ascensión da comienza a un tiempo y camino nuevo. Recordemos lo que ya nos dijo el mismo Señor: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Odre sino por mi” (Jn 14,6). Un camino donde es preciso caminar sin Jesús pero con Jesús. Los discípulos tendrán que acostumbrarse a vivir sin la presencia humana de Jesús. Serán ellos los que tendrán que dar cara por Él. Es la presencia invisible de Jesús, aunque una presencia real. Un camino donde la iniciativa será de Jesús, pero la obra tendrá que ser nuestra. Es el camino de la Iglesia.

Jesús advierte con anticipación al decir: “En adelante, el Paráclito, el intérprete, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26).

El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. El Espíritu es el motor del dinamismo de la Iglesia. La Iglesia, es esencialmente misionera y el Espíritu Santo tiene como misión lanzar a la Iglesia en la actividad misionera. Es saliendo de ella misma que la Iglesia se hace misionera. La Iglesia cuanto más preocupada está de sí misma más se cierra sobre sí misma. La Iglesia tiene que mirarse a sí misma, claro está, pero tiene que hablar más del Evangelio que de ella misma, tiene que preocuparse por anunciar el Evangelio que anunciarse a sí misma. La Iglesia será más Iglesia cuanto más salga de sí misma para proclamar el Evangelio.

Gracias al poder dinámico del Espíritu santo que la iglesia posee, tiene fuerza para promover una "nueva evangelización", ¿por qué? Porque se necesita un espíritu nuevo de dar a conocer el Evangelio a los demás. Nueva porque surgen situaciones y problemas nuevos. Nueva porque el hombre es siempre nuevo y la historia es siempre nueva. Por tanto, el anuncio del Evangelio también tiene que ser nuevo si no queremos quedarnos estancados en la historia: "Yo hago nuevas todas las cosas. Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito” (Ap 21,5).

"Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hc 1,11). Hoy comienza el tiempo de la parusía (I Tes 5,23), un tiempo de espera de la esta promesa, la segunda venida, pero una espera haciendo:

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,16-18). “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).