SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI (Domingo 23 de junio de 2019)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 9,11 - 17:
9:11 Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los
recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían
necesidad de ser curados.
9:12 Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron:
"Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los
alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar
desierto".
9:13 Él les respondió: "Denles de comer ustedes
mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos
pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta
gente".
9:14 Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces
Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de
cincuenta".
9:15 Y ellos hicieron sentar a todos.
9:16 Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y,
levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y
los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
9:17 Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se
llenaron doce canastas. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados hermanos(as) en el señor sacramentado Paz y Bien.
“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene
Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este
es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El
que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,57-58).
Jesús les dijo: "Denles ustedes de comer". Pero
ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados (Lc 9,13). El
evangelio de Juan trae otro relato paralelo y dice: “Unas barcas de Tiberíades
atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor
pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y
sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo llegaste?" Jesús les respondió: Les aseguro que
ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta
saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece
hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien
Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6, 23-27). Aquí, el Señor nos
distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material (para el cuerpo),
y el alimento que perdura hasta la vida eterna, el pan celestial, (el pan de la
vida espiritual, Eucaristía).
En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre
el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para
siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste
hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy
todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a
Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es
posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3).
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así
manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la
omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14),
que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino,
hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al
decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa,
dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque
esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el
perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).
En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro
pan de cada día” (Mt. 6, 11). Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y
que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, que es el pan
material, y el pan material nos tiene llevar al encuentro con Dios mediante el
Pan Espiritual, (Eucaristía). No podemos estar pendientes solamente del
alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero
el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee
ambos.
Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y
está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la
Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está
vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre
y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual
requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus
Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía,
pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de
partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes
importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la
tristeza de su inminente Pasión y Muerte.
Jesús dijo a sus discípulos: “Yo estaré con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare
huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor
(IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que
cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi
padre lo amara y vendremos y haremos morada en èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso
que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn
6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la
Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace
el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa
sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida
eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos
comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para
nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para
guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es
para que otros puedan alimentarse.
Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y
disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios
siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace
cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo
como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan
misterioso que Dios en su loco amor por nosotros: “Los amo hasta el extremo”
(Jn 13,1), se hace vida en nuestra vida (Jn 14,6). Por eso, no cabe duda que,
la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto,
debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres.
Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos
devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no
le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo
(Gal 2,20) que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 2,6) y con el mismo
Jesús crucificado (Lc 24,33) y resucitado (Lc 24,46). Es comunión con el pan glorificado:
“El que come mi carne y bebe mi sangre vive de la vida eterna y yo lo
resucitare en el último dia” (Jn 6,54).
Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para
nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que
preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la
Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. Pablo nos dice: “El pan es
uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,17) Somos muchos y somos diferentes.
Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo
cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué?
Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar
significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia (Ef 4,5-6). De
modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan
divididos como entramos (Tit 3,10).
No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto
piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del
amor de Dios que nos ama a todos (Jn 13,34). Es el Sacramento de la unidad,
donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un
mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde
su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la
celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero
mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice
enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”(I Cor 11,33-34). No se
puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano (I Jn 4,20). No
se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que
“la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque
somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El
fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de
la comunión fraterna”.
Cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios.
Así es como lo describe San Pablo: “El que coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que
cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa;
porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia
condenación” (I Cor 11,23-29). También
hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24,
8; Jeremías 31, 31; Matero 26, 28; Marcos 14, 24; Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6; Hebreos 8, 8;
Hebreos 10, 29.
El Nuevo Catecismo nos dice que la Eucaristía es el
sacrificio sacramental porque es acción de gracias, memorial y presencia real
de Cristo glorificado. En efecto, “si los cristianos celebramos la Eucaristía
desde los orígenes, y con una forma tal que, en su substancia, no ha cambiado a
través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, es porque nos sabemos
sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "Haced esto en
memoria mía" (1 Co 11,24-25).
Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de
su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los
dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu
Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: así
Cristo se hace real y misteriosamente presente. Por tanto, debemos considerar
la Eucaristía: Como acción de gracias y alabanza al Padre, como memorial del
sacrificio de Cristo y de su Cuerpo, como presencia de Cristo por el poder de
su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre: “La Eucaristía,
sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un
sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el
Sacrificio Eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre
a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede
ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha
hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad” (NC
N°1359).
La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al
Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios
por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la
redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo,
acción de gracias. “La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por
medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la
creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él
une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el
sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser
aceptado en él” (NC N° 1361).
El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento.
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y
ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre
en la cruz, permanece siempre actual (Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en
el altar el sacrificio de la cruz, en el que "Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado" (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3). Por
ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El
carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de
la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y
"Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por
vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que
por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos
para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
"Cristo Jesús
que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por
nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG
48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres
estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los
presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el
sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo,
(está presente) bajo las especies eucarísticas" (NC N° 1373).
El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa
expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y
de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando
este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor
cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las
veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del
pueblo" (NC N° 1378).
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede
repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (Mt 8,8):
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme. Para prepararse convenientemente a recibir este
sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (CIC
can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto,
la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
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