lunes, 9 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIV – C (Domingo 15 de setiembre del 2019)

DOMINGO XXIV – C (Domingo 15 de setiembre del 2019)

Proclamación del santo Evangelio Según San Lucas 15,1-32

15:11 Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
15:12 El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
15:13 Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
15:14 Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
15:15 Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
15:16 Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
15:17 Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
15:18 Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
15:19 ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
15:20 Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
15:21 El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
15:22 Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
15:23 Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
15:24 porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
15:25 El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
15:26 Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
15:27 Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".
15:28 Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
15:29 pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
15:30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
15:31 Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
15:32 Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" .PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el A.T. Dios se define como: “Yo soy” (Ex 3,14); en el N.T. “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Y Juan en resumen nos dice: “Dios es amor” (I Jn 4,8). Si Dios es Espíritu de amor, es obvio que ante el desatino del hombre (Gn 3,4-7), Dios se proponga un nuevo proyecto: "Juro por mi vida —Dice el Señor— que yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Y para concretar su proyecto, Dios se propone: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Te desposaré conmigo para siempre, en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia y en fidelidad, y tú conocerás al Señor tu Dios” (Os 2,21-22). “Como una  madre consuela y acaricia a su hijo sobre su rodilla, así yo te consolare en Jerusalén” (Is 66,13). Este proyecto de Dios amor es como hoy se describe en la parábola del hijo prodigo.

"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido" (Lc 15,9).  “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15,23).  Los tres episodios tienen un común denominador. Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y  por qué? Gozo de Dios por el regreso del hijo pecador. Esta escena Jesús lo describe así:  “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que el mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). 

En la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal? respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu corazón, fuerza y mente, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir, Jesús resume todo los mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo.

¿Si Dios nos ama tanto, habrá motivo para apartarnos de su amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15). Dios sabe que en amarnos unos a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso acude en las parábolas a los ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La monda perdida (Lc 15,8) y el Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos ama tanto, no se queda feliz cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de su amor por el pecado. Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre pendiente de nosotros, y sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él sabe que nada podemos en su ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y ¿qué padre o madre estará feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de casa? Y ¿Qué padre no se alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a casa? Así “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).

“Estando el hijo todavía lejos, el padre le vio y, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Jn 15,20).  Cuando Jesús cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela este misterio: nosotros los hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad; pero esa dignidad esta para siempre custodiada del mismo modo en el seno del Padre, más aún, en su corazón, en donde, pase lo que pase, siempre somos sus hijos. El hijo presenta su discurso de perdón... pero el Padre está tan contento, que ni siquiera se detiene a hablar sobre el tema:

El padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al descubierto e indefensos, es precisamente nuestro Padre el que nos cubre nuevamente con su amor y su gracia en el sacramento de la confesión (Jn 20,23) y nos devuelve la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).

 “Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc 15,25-28).

Ya aquí se percibe una predisposición negativa frente a la situación: no sabe de qué se trata, pero toma distancia de la situación, y se informa a través de terceros. No pregunta ¿por qué es la fiesta?, ni menos aún entra en ella. Pero pregunta qué significa eso. Cuando se le informa, “Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos...” (Lc 15,29).

A lo largo de todo este diálogo, el hijo mayor nunca llama Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la pauta de cómo ha establecido él esta relación: “ordenar”, “obedecer”, “servir”... son verbos más de un cuartel que de una familia. Este hijo ha establecido con su Padre una relación de servicio, y de servicio interesado “nunca me diste un cabrito...”, no de amor. Este hijo se ha quedado en la casa, pero no ha descubierto la grandeza inefable del Padre que tiene delante de él, y que es su Padre. No conoce su corazón, y por eso tampoco comprende su proceder. Pero lo que viene es aún más terrible:

“Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para él el ternero engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni menos aún por su nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no ahorra palabras a la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo como un criminal. Uno de los nombres del diablo es precisamente este: el acusador (Jn 8,44).

“Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,31-32).

El Padre no polemiza con el hijo mayor, que no comprende nada, menos que el hecho de que su padre es PADRE; pero le responde con términos distintos: para Él, los dos siguen siendo sus hijos (aunque, por distintos motivos, ninguno de los dos sabe estar a la altura del amor del Padre), los ama a los dos, y quiere que los dos compartan la vida y la felicidad del Padre. El Evangelio no nos dice cómo terminó la historia: si el hijo mayor entró o no a la fiesta (con todo lo que eso significa: toda una conversión); y si el hijo menor, una vez ya saciadas sus necesidades elementales, descubrió el amor del corazón de su Padre. Y no es que a Jesús se le haya escapado el final, sino muy por el contrario: es que el final es un “final abierto”, tanto como la vida misma, y esta historia puede tener tantos finales como personas haya en este mundo.

En suma, entre el dios de los que dicen ser buenos y justos (fariseos, hijo mayor) y  Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de amor y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de Padre y Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El Dios que no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en casa a los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro en el monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y malgasta toda su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras bondades, sino que Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el monte y hay que fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que primero cambiemos para luego regresar a casa.

El Dios que nos ofrece hoy la liturgia y que se describe en las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro amor. Es el Dios que sale a buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es el Dios que además se alegra y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser el Dios de nuestra fe! En cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta solo sino que quiere compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos nuestra atención en la oveja perdida, cuando en realidad el personaje importante es el pastor que, cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la encuentra y no la trae a casa a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla encontrado.

¿Alguna vez te has sentido oveja perdida? ¿Alguna vez te has sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te haya cargado sobre sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el Profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.  Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

DOMINGO XXIII - C (08 de setiembre de 2019)

DOMINGO XXIII - C (08 de setiembre de 2019)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 14,25 - 33:

14:25 Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:
14:26 "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
14:27 El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
14:28 ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
14:29 No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo:
14:30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".
14:31 ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?
14:32 Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
14:33 De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23. “El que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado” (Lc 14,11). Respondería Jesús: Se salvaran todos los que dejan ensalzar por Dios. Y Para que Dios nos ensalce hace falta que seamos humildes y sencillos de corazón (Mt 11, 28). Ahora para que Dios nos salve o nos ensalce hace falta que lo amemos como él nos amó (Jn 13,34). El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.  El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Mt 10,37-39).

San pablo dice: “Para mí, Cristo Jesús lo es todo” (Col,3,11) o lo mismo: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8), “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). En efecto, para quien piensa de esta manera las palabras del evangelio de hoy tienen mucho sentido. Aunque la  primera impresión que pudiera Jesús suscitar en nosotros es que quiere poner muy alto el precio a su seguimiento. Pero nada concordante es nuestro parecer con el querer y mensaje de hoy. Lo que Jesús busca es decirnos que: "Nadie puede estar al servicio de dos amos, pues amarà a uno y al otro despreciara, no pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo" (Mt 6,24).

No es poner muy alto precio del cielo y menos el tratar de apagar las ilusiones y las esperanzas de nadie y menos se piense que Jesús trata de desanimar a alguien que desea seguirle. Es sencillamente un llamado a la realidad. Y es que, seguir a Jesús y por ende optar por el cielo, no es cosa de juego, no es una broma, ni tampoco un irnos de un buen paseo un fin de semana. Jesús no quiere un corazón dividido de sus discípulos. Seguir a Jesús es una decisión para toda la vida y con todas las consecuencias. Aquí no hay lugar y no debiera haber motivo alguno para dar vuelta atrás, y es que sencillamente Dios no está jugando con nadie, la cuestión del Reino de Dios no es una cosa pasajera y entre bromas.

Dios se jugó todo por la humanidad y por tanto también exige de quien desea seguirle que se la juegue todo por él. Y dígase lo mismo de un matrimonio. ¿A quién le gustaría que se jueguen de él? ¿A quién le gustaría que lo vean hoy como un vaso descartable que se usa y se bota? Dice Jesús: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Es decir, el amor conyugal es para siempre. De la misma forma, Dios quiere que quien opte por seguirle opte para siempre y con un corazón indiviso y por eso recalca: " Ahí donde esta tu tesoro ahí estará también tu corazón" (Mt 6,21).

Me es imposible seguir hablando y no ceñirme a las mismas palabras de Jesús y lo primero que me viene a la mente es este famoso episodio del joven rico y del doctor de la ley que preguntan al Señor: “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). Fíjese lo que dice Jesús “dáselo a los pobre todo” y no le dijo y así ya estás en el cielo, sino que, dice luego “vente conmigo”. Y es que nadie puede llegar al cielo por su propia cuenta, con Razón ya dijo en otro episodio: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

“Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (Mc 12,28-31).

Así, pues, cuando hoy Jesús nos dice: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Jesús nos invita que si queremos seguirle, primero que reflexionemos seriamente, y somos libres de seguirlo, pero si decidimos ir tras su llamada; porque no acepta seguidores que digan si y luego se cansen y se queden a medio camino, como quien comienza a edificar una torre pero no tiene con qué terminarla. La gente se va a reír de él, "comenzó y no pudo terminar". (Lc 14,30). Esto hay que aplicarlo a todo. Por ejemplo en el matrimonio ha de ser lo mismo: "Antes de casarte, piensa si estás dispuesto a llegar hasta el final del camino con este hombre o con esta mujer, y no quejarte y pedir el divorcio." O te casas para siempre o no te cases mejor. Igual habría que decir que si te sientas llamado al sacerdocio o vida consagrada, piénsalo bien, no sea que luego vengas con el cuento de que no era para ti esta forma de vida. Desde luego hay muchos episodios que nos recuerda esta opción a medias que Jesús nunca aceptará: 
“Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,57-62).

Jesús ya nos había dicho: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). Jesús no tiene reparo alguno al proponer como meta de su seguimiento una meta muy alta. Ser capaz de aventurarse a una fidelidad que puede llevar hasta la mismísima cruz: “El que quiera venir detrás de mí, que se renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

Jesús es realista, y sabes por qué? porque somos fáciles de entusiasmarnos con altos ideales, y también sabe que somos demasiado fáciles para luego echarnos atrás o quedarnos a medio camino. Pudiéramos pensar como ya hemos dicho al inicio que aquí Jesús trata de desalentar a la gente a que le siga. Sin embargo, Jesús lo que hace es, primero, ponernos una meta alta y es cierto que es muy difícil, pero si  es posible porque Dios nunca nos manda lo que no es posible para el hombre (Dt 30,11). Por eso no quiere seguidores que se entusiasman hoy y se desalientan mañana. Lo que nos reclama es que nadie está obligado a seguirle, es una opción libre que cada uno asume, pero quiere que sea una opción pensada. Primero es preciso "sentarse y pensar" hasta donde tenemos el coraje de llegar.

Ser cristiano no es una broma, pretender llegar al cielo no es cuestión de mera ilusión como lo del joven rico (Mc. 10,17). Ser cristiano no es juego de un día. Ser cristiano no es que yo hoy me entusiasme y mañana no, muy bonitos deseos en la noche, pero que se apagan tan pronto como llega el día. Ser cristiano es tomar en serio el Evangelio y es tomarle en serio a Él. Cuando en Cafarnaún Jesús anunció el "pan de vida" y, por tanto, su muerte, la gente que le seguía se escandalizó, muchos se echaron atrás después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». 

Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen (Jn 6,60-63)». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. 

Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». Jesús continuó: «¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio” (Jn 6,67-70).

Ser cristiano implica tomar decisiones bien pensadas y reflexionadas. De lo contrario, corremos el peligro del que decidió construir una torre y no tenía con qué terminarla (Lc 14,30). Al final, todo el mundo se reiría de él. Yo pienso cuántos no se reirán de muchos de nosotros, cristianos que nos quedamos en la pila bautismal y no avanzamos más que hasta la Primera Comunión y ahí nos sentamos y toda la vida la pasamos piola como dirían los jóvenes de hoy. Recordemos lo que nos ha dicho ya el mismo Señor: “No todos los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.  Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. 

Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal». Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena». Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mt 7,21).

Jesús no quiere cristianos que hagamos el ridículo ante la gente. No quiere cristianos arrepentidos que tratan de buscar caminos más fáciles. Jesús quiere cristianos de cuerpo entero que son capaces de jugarse enteros por él, porque él y en él Dios se jugó todo por él hombre: “Tanto, Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.  Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

DOMINGO XXII - C (01 de setiembre dl e2019)


DOMINGO XXII - C (01 de setiembre dl e2019)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 14 1.7-14:

14:1 Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.
14:7 Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
14:8 "Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,
14:9 y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
14:10 Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados.
14:11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".
14:12 Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
14:13 Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
14:14 ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En la lectura del domingo anterior “Preguntaron: Señor, ¿Serán pocos los que se salvan?" Él respondió: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no podrán entrar” (Lc 13,23-24). Hoy nos da mayores luces de cuantos o quiénes son los que se salven: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado" (Lc 14,11). Es decir: a) Se salvaran todos los que se dejan ensalzar por Dios. El ensalzamiento de Dios suscita la estadía con Dios. Pero requiere que el hombre sepa situarse ante Dios tal cual es: “Dios creó, al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre si sabe reconocerse como criatura de Dios, entonces Dios se encarga de ensalzarlo al darle el soplo de su Espíritu (Gn 2,7).

b) “El que se ensalce será humillado” (Lc 14,11). El que no se deja ensalzar por Dios; busca ensalzarse a sí mismo. Dios al crear al hombre le dijo: “No comerás del árbol prohibido, el día que comas de ella ten certeza que morirás” (Gn 2,16).  Mas luego, se nos describe: “Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5). El pecado del demonio es precisamente el ensalzarse así mismo, prescindiendo de Dios. Como se cree igual a Dios, instiga al hombre a que desobedezca a Dios y se ensalce así mismo. Por tal razón Dios humillo al Ángel rebelde enviándolo a su propio reino que es el infierno.

Hoy nos ha puesto un ejemplo para los que de veras nos interesa nuestra salvación: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos! (Salvación)" (Lc 14,13-14). “El Rey dirá a los de su derecha: "Les aseguro que cada vez que compartieron un con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles… porque: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna" (Mt 25,40-46). “Den, y se les dará (Lc 6,38). “Dios quiere que todos los hombres se salven, llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

En la enseñanza de este domingo, Jesús agrega dos consejos respecto al deseo de salvación de la humanidad: 1) “Cuando te inviten a una fiesta, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: Amigo, acércate más, y así quedarás bien delante de todos los invitados” (Lc 14,10). 2) “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  Y Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos” (Lc 14,13-14).

Las dos enseñanzas de hoy  de Jesús bien pueden acuñar una respuesta a otra escena de fiesta en el que alguien entro sin traje de fiesta:   "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos" (Mt 22,12-14). ¿Qué es ese traje de fiesta que se requiere para estar en fiesta (Cielo)? El traje de fiesta es la santidad. Solo los que son santos serán parte del banquete de bodas del Cordero, es decir gozaran de la vida eterna. Hoy nos da dos pautas más de cómo podemos ganarnos el traje de fiesta: Siendo humildes, buscando siempre los últimos puestos en los banquetes si somos invitados (Lc 14,10), e invitar a los pobres si organizamos una fiesta o banquete (Lc 14,13).

En el fondo, en las dos escenas hay un común denominador, tanto en buscar los puestos de honor, como en invitar a los pobres en nuestras fiestas y es el amor. Quien hace con amor las cosas (I Cor 16,14), sabe amar a todos por igual, empezando por los desposeídos, los pobres (Mt 25,40). De ahí que con mucha razón nos dice Juan. “Quien ama a Dios y no ama  a su hermanos es un mentiroso” (I Jn 4,20).

Jesús se interesa mucho por hacernos entender del por qué tenemos que saber amarnos, así por ejemplo explica a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). Y el modo como nos amó, es el amor de Dios por cada uno de nosotros al decir: “No hay amor más  grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Resaltamos algunos detalles más: “Jesús vio que los invitados escogen los primeros asientos” (Lc 14,7). Todos el que de enaltecer será humillado y quien se humille será enaltecido” (Lc 14,11).  La gratuidad: “Cuando des un banquete invita a los pobres… y feliz de ti porque no pueden pagártelo, te pagaran cuando resuciten los juntos” (Lc 14,13). Hablar de la gratuidad es hablar del mismo amor de Dios por cada de uno de  nosotros y volvemos a resaltar el tema del amor porque en fin Dios es simplemente amor: “Si amas estás en Dios y conoces a Dios y si no amas no estás en Dios y no conoces a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,8).  Hasta tal punto, que Jesús resumen toda la enseñanza de la palabra de  en el amor cuando un maestro de la Ley y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Mc 12,28-31).

Jesús no tiene reparo alguno al proponer como meta de su seguimiento una meta muy alta. Ser capaz de aventurarse a una fidelidad que puede llevar hasta la mismísima cruz, que es la misma expresión muy sintética del amor de Dios hacia la humanidad, “No hay amor más grande que el dar la vida pos rus amigos” (Jn 15,13). Pero Jesús es realista, sabe que somos fáciles de entusiasmarnos con altos ideales, y también sabe que somos demasiado fáciles para luego echarnos atrás o quedarnos a medio camino. Dios no es de ilusiones tan altas como el del joven rico. “Que hare para heredar la vida eterna?: Cumple los mandamientos y tendrás vida eterna… ya la cumplí que más me falta? Jesús le dijo te falta algo: vende todo cuanto tienes dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo y luego sígueme” (Mc 10,17).

En el evangelio de hoy bien podemos pensar que Jesús trata de desalentar a la gente a que le siga. Sin embargo, Jesús lo que hace es, primero, ponernos una meta alta y difícil, pero si es posible para quien se propone en verdad. Por eso no quiere seguidores que se entusiasman hoy y se desalientan mañana. Lo que no reclama es que nadie está obligado a seguirle, es una opción libre que cada uno asume, pero quiere que sea una opción pensada. Primero es preciso "sentarse y pensar" hasta donde tenemos el coraje de llegar hasta el final.

Ser cristiano no es una broma y de meras ilusiones. Ser cristiano no es fuego de un día. Ser cristiano no es "juegos artificiales", muy bonitos en la noche, pero que se apagan pronto. Ser cristiano es tomar en serio el Evangelio y es tomarle en serio a Él. “Pedro dijo nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Jesús aclaro a Pedro: Quien haya dejado casa, padres, hermanos, campos por mí, recibiera cien veces más en esta vida y en la otra la vida eterna” (Mc 10,28).

Es que ser cristiano no es tomarse un fin de semana en un campamento en la sierra o en la playa. Ser cristiano es la mayor aventura de la vida, el mayor riesgo de la vida porque es seguirle a Jesús y llegar hasta donde Él llegó. Por eso ser cristiano implica tomar decisiones pensadas, reflexionadas. De lo contrario, corremos el peligro del que decidió construir una torre y no tenía con qué terminarla. Al final, todo el mundo se reiría de él. Yo pienso cuántos no se reirán de muchos de nosotros, cristianos que nos quedamos en la pila bautismal y no avanzamos más que hasta la Primera Comunión y ahí nos sentamos.

Jesús no quiere cristianos que hagamos el ridículo ante la gente. No quiere cristianos arrepentidos que tratan de buscar caminos más fáciles. Jesús quiere cristianos de cuerpo entero que son capaces de jugarse enteros y todo por él, porque él se jugó todo por ti e incluso dios su vida por ti y al respecto San Pablo dice: “El (Cristo Jesús), siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre”(Flp 26-11). “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como basura, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11).

miércoles, 21 de agosto de 2019

DOMINGO XXI - C (25 de agosto del 2019)


DOMINGO XXI - C (25 de agosto del 2019)

Proclamación del santo Evangelio de San Lucas 13,22 - 30:

13:22 Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
13:23 Una persona le preguntó: "Señor, ¿Serán pocos los que se salven?" Él respondió:
13:24 "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.
13:25 En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
13:26 Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas".
13:27 Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"
13:28 Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.
13:29 Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
13:30 Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

Preguntan a Jesús: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" (Lc 13,23).   Si son pocos los que se salven, entonces ¿serán muchos los que se condenen? O ¿serán muchos los que se salven y pocos los que se condenen? La respuesta del Señor es: Se salvaran todos los que saben amar, porque Dios es amor (I Jn 4,8). Por eso ya nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Ahora mismo nos ha dicho también: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc 13,24). Y se nos agrega al decir: “Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición (condenación), y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida (salvación), y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Como Dios es amor; la puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres; siempre que el hombre sepan vivir en el amor de Dios.

La pregunta por la cantidad de salvados se contextualiza con la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez al doctor de a ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?" Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la salvación" (Lc 10,25-28).

Jesús puso en la parte central de su enseñanza el tema del amor cuando dijo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). El amor de Dios no tiene límites, el amor de Dios no conoce de números si entendemos que el medio de salvación es el amor. Ya, al inicio, mismo Jesús explica a Nicodemo al decir: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). También, en entro contexto dice: “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Hoy en su enseñanza termina Jesús termina con una afirmación bien sencillo: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino"(Lc 13,29). Ahí tienes la universalidad de la Salvación. El odio y el desamor cierran muchas puertas por anchas que sean; en tanto que el amor, abre y ensancha las puertas más estrechas. ¿Recuerdas aquello del Apocalipsis del 144.000 salvados? Algunos tacaños como el que le hace la pregunta a Jesús se olvidan que a continuación dice: "Y vi una multitud inmensa que nadie podía contar (Ap 14,1).

Sin dudo, que en el Evangelio hay exigencias bien duras porque ahí se nos expone el precio del cielo. Tampoco dudo de que el Evangelio no esté con paños calientes, ni poniendo parchecitos a la vida. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo lo que es "Evangelio", es decir "Buena Noticia". La mejor noticia es que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (I Tm. 2,4). La puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres. Pero es tan ancha como el corazón de Dios y por el corazón de Dios podemos entrar todos, incluso si vamos en montón. Pues, a decir verdad, a mí no me quita demasiado el sueño. Por una razón muy sencilla, Jesús no es de los que juegan a los números.

No dice si serán pocos o serán muchos los que se salven, y ni siquiera me asusta su respuesta de que hay que entrar "por la puerta estrecha". Claro que la puerta del mal dicen que es mucho más ancha y que por ella entran hasta los gorditos. Con ello no digo que todos los gorditos se van al infierno y los flaquitos al cielo… no no. Al respecto dice San Pablo: “Piensen que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Lo que nosotros vemos como estrecho, para Dios es bien ancho. Evidente que no todos querrán entrar por esa puerta, pero ¿saben ustedes cuál es la puerta de la que habla Jesús? Pues el mismo lo dijo: "Yo soy la puerta y el que entra por mí..." Nadie me dirá que Jesús es tan estrecho como nosotros. La puerta de la salvación es Jesús y Jesús fue capaz de amar y entregarse por todos. ¿Quién es capaz de dar la vida por mí, tendrá un corazón tan estrecho que solo entren los delgados? Además, la puerta de la salvación es el amor y el amor es tan ancho que cabemos todos.

Eso sí, para salvarse no es suficiente comer ni beber con Jesús, ni enseñar en las plazas (Lc 13,26). Jesús solo reconoce a los que aman y a los que se aman, a los que aman como Él nos amó (Jn 13,34). Personalmente, me encanta la frase de Pablo en la Carta a los Romanos cuando él mismo se pregunta quién será el juez que le juzgue. Y él mismo se responde: "Aquel que murió por mí." ¿Ustedes tendrían miedo al juicio de quien es capaz de amarles hasta morir por ustedes? Me gusta la frase de Jesús: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Señor y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13,19). Así que, amigos, no tengan miedo, pero eso sí hay que entrar por el cristianismo del amor. ¿Recuerdan a San Pablo cuando se refiere al amor? “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad” (I Cor 13,1-6).

La pregunta que le hace este personaje a Jesús es pregunta de corte egoísta y pesimista: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). El generoso, el entusiasta preguntaría de otra manera: "Señor, ¿serán muchos los que se salven verdad?" La pregunta misma indica que este tipo conoce bien poco el corazón de Dios y conoce bien poco el corazón de Jesús, siempre dispuesto a dar su vida por la salvación de todos (Jn 10,11). Además, a Dios no le van como ya dijimos las matemáticas. En todo caso, le encanta más sumar y multiplicar que restar y dividir. Yo creo y me gusta Dios precisamente por eso porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas, prefería la literatura pero una literatura que nace de experiencia de vida. Yo sigo prefiriendo un amor sin matemáticas, a lo más prefiero un amor que suma y multiplica. 

Personalmente soy de los que cree que son muchísimos los que se salvan, incluso aquellos que nosotros condenamos tan fácilmente. Yo estoy seguro que Dios salva a lo que nosotros condenamos y que cuando lleguemos junto a Él, y los encontremos por allí, nos vamos a llevar una gran sorpresa. ¿Este aquí? Es que Dios es amor (I Jn 4,8) y el amor no condena. Dios es amor y conoce de sobra las debilidades humanas. El amor suple nuestras debilidades. Por eso me encanta la respuesta que Jesús da a los maestros de la ley por la mujer adúltera: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra… Jesús dice a la adultera yo tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar más” (Jn 8,7-11).

Me gusta gente de mentalidad positiva. Me encantan los que todo lo ven desde el amor como Juan en su Primera carta, en el que todo habla sobre el amor. Me encantan aquellos que son ciegos a lo malo y saben descubrir lo bueno que hay, incluso en los peor del mundo.

Termino con las palabras del Señor que responde a otra pregunta: “Entonces se adelantó un maestro de la Ley y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Mc 12,28-31). Por tanto la respuesta a la pregunta: “¿Pocos se salvaran?” (Lc13,23) Jesús responde que se salvará quien sabe amar de verdad. “Si uno dice yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

lunes, 12 de agosto de 2019

DOMINGO XX – C (18 De agosto de 2019)


DOMINGO XX – C (18 De agosto de 2019)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

12:49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
12:50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
12:51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
12:52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres
12:53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Dijo Jesús:” Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28).  "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).  “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de Dios.

El domingo pasada, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa. En este contexto el mensaje del evangelio de hoy nos advierte esta incoherencia entre el decir y hacer.

Ya, al inicio, el profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

¿Qué es lo más precioso que Dios nos ha dado a la humanidad? Sin duda tiene que ser su amor, el don precioso que Dios nos concede es el amor. Ahora el Señor comienza: "He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). ¿Por qué Jesús usa el símbolo del fuego para su enseñanza de hoy? Porque el fuego purifica y es energía que da calor y vida y que sabiduría de Jesús para saber usar como causa el fuego que arde en el corazón de todo creyente y su efecto como el amor que nos une a Dios. Y dice Jesús he venido  encender esta llama del amor en el corazón del hombre.

En el creyente la palabra de Dios tiene que ser como ese fuego que purifica al crisol el oro que separa de la escoria, y por el fuego se sabe que porción de oro se tiene y     que porción de escoria se tiene (I Pe 1,7). Al respecto el profeta dice: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste ganando. Todo el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a hablar (en nombre de Dios), y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra de Dios me acarrea cada día humillaciones e insultos. Por eso decidí no recordarme más de Dios, ni hablar más en su nombre, pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía” (Jer 20,7-9).

En el Nuevo catecismo de la Iglesia 27  dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1)

Por el profeta Ezequiel Dios nos dice sobre su intensión para la humanidad: “Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez, 36,24-27). Y agrega. “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón” (Os 2,16).

Como se nota claramente que el hombre como criatura de Dios lleva por dentro ese fuego del amor, desde los huesos, en el corazón y ese fuego del amor proviene de Dios, con Razón se nos dice en Gen 1,27: “Dios creo al hombre a su imagen y semejanza” Por eso el hombre lleva esa dignidad de ser criatura de Dios.

San Pablo es más enfático en decirnos muy concretamente: “Dios nos dejó constancia del amor que nos tiene en esto, que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más razón ahora su vida será nuestra plenitud” (Rm 5,8-10). Y al respecto hoy Jesús nos ha dicho: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y qué angustiado estoy hasta que se cumpla” (Lc 12, 49).

Mismo Señor nos lo dice que es el amor: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre” (Jn 15,13-16).

Un buen día el doctor de la ley pregunto al Señor: “¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Mc 12,28-31). En sus cartas propio Juan dice:  “Quien ama esta en Dios y conoce a Dios, quien no ama no conoce a Dios, porque dios es amor” (1Jn 4,8). “Si uno dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).

Cuando Jesús nos dice: “Vine a traer fuego… división” (Lc12,49-50). Entendemos al Señor a que se refiere y como bien sabemos el fuego quema todo aquello que ya no sirve. Los mineros usan el fuego para separar el oro de las escorias que no sirven. Los agricultores tienen un sistema muy curioso. Recogida la cosecha prenden fuego a los rastrojos que ya no sirven para nada. Pero el fuego, además tiene una fuerza y un dinamismo. No solo calienta en los días fríos del invierno, sino que también sirve para poner en marcha los motores.

Muchos cristianos esperaríamos que Jesús deje las cosas como están. A lo más habría que ponerle unos parches, por eso se desilusionan de Jesús. O lo que es peor, muchos se imaginan que ser fieles a Jesús es dejar que las cosas sigan igual, sigan como siempre. El cambio no entra en su mentalidad. Jesús es todo lo contrario. El vino a introducir el cambio. El mismo ya es un cambio. El cambio es señal de vida, es señal de que algo que no está bien y es preciso cambiarlo. Además, el cambio no es negar el pasado, sino más bien es hacer que el pasado camine y no se quede en el ayer.

Jesús vino a cambiar muchas cosas. Vino a cambiar la religión de "sacrificio por la religión de la misericordia". Jesús vino a cambiar la religión de "los holocaustos por la religión del amor". Vino a cambiar la "religión del sábado y la ley por la religión del hombre". Vino a cambiar la "religión del templo por la religión del hombre". Pero, eso sí. Jesús no actuó con rebeldía. Jesús no es de los que quiere el cambio por la fuerza y el poder, sino por la fuerza del amor, la comprensión, el respeto a los demás. La violencia destruye, pero no construye. Vemos la violencia de ciertas huelgas y manifestaciones que pasan destruyéndolo todo. La violencia impone el cambio a fuerza del poder del más fuerte. No. Jesús no vino a hacer nada de eso como al mundo le pareciera. Eso no es el estilo de Jesús ni tampoco del cristiano. El cristiano es el que quiere que lo que está mal esté bien, pero cambiando el corazón del hombre. El cristiano es el que quiere que aquello que declara como bueno una situación de injusticia, cambie por otra situación de justicia, pero no con otra injusticia. Jesús quiere que aquello que no responde a la dignidad del hombre tiene que cambiar, que el centro de todo tiene que ser el hombre y la dignidad y bienestar del hombre. Por eso el cristiano no es un conformista que deja que las cosas sigan igual. El cristiano es el hombre del cambio, es el hombre de lo nuevo.

“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,34-37). Hoy es frecuente que en las familias se creen problemas religiosos a consecuencia de las diferentes opciones religiosas. "Padre, mi hijo se ha cambiado de religión. Padre, mi hijo o mi hermano o mi marido se ha pasado a los hermanos separados." Jesús vino a proclamar la libertad de los hijos de Dios y ni él nos priva de esa libertad. Jesús es muy claro. Él ha venido a poner división en la misma familia. Padres contra hijos, hijos contra padres, hermanos contra hermanos. Todo eso a consecuencia del don de la libertad. En la familia habrá quienes crean en el Evangelio y quienes se nieguen a creer. Habrá quienes tengan la fe católica y quienes se hayan pasado a otras confesiones religiosas.

La fe es cosa seria, pero también crea situaciones de tensión entre los miembros de la familia. Sin embargo, Jesús nos pide el respeto a la conciencia de los demás. Respeto que no significa que yo acepte el modo de pensar de los otros, pero que sí significa que yo respeto la conciencia y la libertad de los demás. Muchos padres se preguntan qué hacer con sus hijos que se han pasado a otras confesiones o filosofías orientales. Nadie es dueño de la libertad de los demás. Tendremos que aceptar la realidad, por mucho que no duela. Siempre nos quedará el pedir al Señor que mueva y toque e ilumine las mentes y los corazones de los demás. Esto mismo se convertirá en una exigencia de fidelidad para nosotros mismos. Jesús es principio de unidad y comunión, pero también de división. Esa es la realidad del Evangelio. Él mismo tuvo en su grupo quien no aceptó su mensaje e incluso llegó a traicionarle. No es fácil, pero es la verdad. La religión no se impone. El Evangelio se ofrece. El ser católico no puede imponerse por la fuerza, sino por la oferta y el testimonio de nuestras vidas.

lunes, 5 de agosto de 2019

DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2019)


DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2019)

Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:

12:32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.
12:33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
12:34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
12:35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
12:36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
12:37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.
12:38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
12:39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
12:40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
12:41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?"
12:42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
12:43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
12:44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
12:45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
12:46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
12:47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
12:48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).  ¿A qué vendrá el Hijo del Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).

El Evangelio del domingo pasado terminaba Jesús su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor (I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).
La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).

“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.

La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).

Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.
Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).