martes, 31 de marzo de 2020

DOMINGO DE RAMOS – A (05 de Abril del 2020)


DOMINGO DE RAMOS – A (05 de Abril del 2020)

Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27,54.

26:14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
26:15 y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?" Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
26:16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
26:17 El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?"
26:18 Él respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"".
26:19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
26:20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
26:21 y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
26:22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?"
26:23 Él respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
26:24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!"
26:25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?" "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
26:26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo".
26:27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella,
26:28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
26:29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre"…
27:31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
27:32 Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
27:33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa "lugar del Cráneo",
27:34 le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo.
27:35 Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;
27:36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.
27:37 Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos".
27:38 Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
27:39 Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,
27:40 decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!"
27:41 De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
27:42 "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
27:43 Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"".
27:44 También lo insultaban los bandidos crucificados con él.
27:45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
27:46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
27:47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
27:48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
27:49 Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo".
27:50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
27:51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron
27:52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron
27:53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
27:54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Como Dios es amor (I Jn 4,8), dice por el profeta: "Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33,11). ¿Cómo cumplió su promesa Dios? San Pablo dice: “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). “Jesucristo no hizo alarde su categoría de Dios; sino que, se abajó hasta someterse incluso a la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,8). “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvaras” (Rm 10,9). La muerte no es el final; pues, viene la resurrección. Por eso dijo Jesús: "Levántense, no tengan miedo…  y no hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos"(Mt 17,7-9). “El hijo del hombre tiene sobre la tierra poder para perdonar los pecados” (Lc 5,24). Con su muerte pago nuestras deudas o pecados.

Se han dado cuenta que desde el saludo, hoy pareciera ser un domingo distinto? Pues, claro que sí, es el domingo de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, hecho que muchos siglos antes ya se anunció: “Esto es lo que el Señor hace oír hasta el extremo de la tierra: «Digan a la hija de Sión: Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede” (Is 62,11). O con mayores detalles: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Zac 9,9-10).

Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida! Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo (Jn 12,12).

En la Primera Lectura, el Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.” Pero aún tenemos mayores detalles de esta semana santa ya descrito por el profeta en este episodio:

“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestra dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca” (Is 53,3-9).

En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado? ... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la espalda a Dios. Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso dejarse tratar como Rey ... Siempre lo evitó ... Como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si fuera poco- se dejó matar como un malhechor.

En la lectura de la pasión de  Nuestro Señor tomado según el Evangelista San mateo Mt. 26, 14 – 27, hemos oído la Pasión que no es sino acto de puro amor de Dios hacia cada uno de nosotros (IJn 4,8). La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, en el inicio de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo.

Pero volvamos al tema de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén a pocos días de su Pasión y Muerte, el cual nos invita a reflexionar sobre si Jesús es Rey, y si lo es ¿qué clase de Rey es? Porque ... ¿no es extraño un Rey montado en un burrito? ¿Por qué no vino sentado en una carroza o cabalgando un caballo blanco bien aperado? (Zac 9,9). La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó de la idea que la gran mayoría del pueblo de Israel tenía del Mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del dominio romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.

Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38). Pero entonces observamos la paradoja del Rey montado en un burrito, con lo que se cumple lo anunciado por el Profeta Zacarías (9,9): “He aquí que tu Rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito”. Lo del burrito nos indica la profunda humildad de ese Rey, que -como nos dice la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11) de la Carta de San Pablo a los Filipenses- nunca quiso hacer alarde de su categoría de Rey, ni de su condición de Dios, sino que más bien se humilló hasta hacerse uno como cualquiera de nosotros ... y menos aún, pues se consideró y actuó como servidor obediente, llegando a la mayor deshonra y al mayor sufrimiento posible: morir torturado y crucificado como malhechor y -por si fuera poco- como blasfemo:

“El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte  y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor”. (Flp 2, 6-11).

Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de Ustedes”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va calando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva. Y ¿cuál es esa Buena Nueva?  Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión mucho peor que ésa:  la del Enemigo de Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.

Si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es?  ¿Cuándo se instaurará?  Ya lo había anunciado Jesús mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio;  es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno.

Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24). Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13). Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo, el sanedrín, quienes crucifican al Señor.

Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).

Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas. El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.

Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores, sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, a nosotros Jesús viene en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.

¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona” (Slm 21). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. No, claro que no. Dios no es un ausente en estas horas de dolor y agonía. Es la presencia de todo su ser en su propio Hijo, con razón ya nos había dicho: Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios que nos deja en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos. Y Dios nos sorprende con el silencio y en el silencio nos dice yo estoy contigo en tus preocupaciones y sufriendo.

Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.  Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).

lunes, 23 de marzo de 2020

V DOMINGO DE CUARESMA - A (29 de marzo del 2020)


V DOMINGO DE CUARESMA - A (29 de marzo del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:

11:3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo".
11:4 Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
11:5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
11:6 Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
11:7 Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea".
11:17 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
11:20 Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
11:21 Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
11:22 Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".
11:23 Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
11:24 Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".
11:25 Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
11:26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?"
11:27 Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
11:33 Jesús se conmovió y también a los judíos que la acompañaban, y turbado,
11:34 preguntó: "¿Dónde lo pusieron?" Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".
11:35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!"
11:37 Pero algunos decían: "Este, que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?"
11:38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,
11:39 y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto".
11:40 Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?"
11:41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
11:42 Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
11:43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!"
11:44 El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".
11:45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

Recuerdan aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma? Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de esa escena (Jn 11,1-45).

Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se está aquí”.

El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso… Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir creemos en un solo Dios que se revela en tres personas. Uno de ello, en el Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos cuatro domingos previos, llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma.

El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo, meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn 9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de la vida sobre la muerte.  Meditamos sobre el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo: verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.

La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los que viven” (Rm 14,7-9).

La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es más enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán” (Jn 5,25).  Conviene reiterar con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y de la vida. En  segundo lugar, que él es capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección.

En efecto, solo Dios tiene poder de darnos la vida o la muerte: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron: «¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).

Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).

Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección: Así por ejemplo: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn 11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido le voy a despertar” (Jn 11,11)

Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y, hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte.  Hay cosas que nos cuesta entender; sin embargo, como dice el mismo Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn 11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más allá de nuestras penas.

Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn 14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).

Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn 11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21): ¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha muerto?  ¿Qué es más importante, que Dios sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.  Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en putrefacción y se los devolvió vivo. La muerte de Jesús está cercana, pero antes quiere anticipar que su muerte terminará en resurrección. Dios, Jesús no estuvo a tiempo para que Lázaro no muriese, pero llegó a tiempo para devolverle la vida, por más que ya llevase cuatro días y ya olía mal.

Estamos terminando la cuaresma anunciando la muerte de Jesús, pero también el triunfo de su Resurrección. Sería bueno meditar sobre las diferencias entre: creer y no creer, tener fe y no tener fe, vivir de noche y vivir de día, la muerte corporal y muerte espiritual, la resurrección de Lázaro y la resurrección de Jesús.

miércoles, 18 de marzo de 2020

IV DOMINGO DE CUARESMA - A (22 de Marzo del 2020)


IV DOMINGO DE CUARESMA - A (22 de Marzo del 2020)

PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO Según San Juan 9,1-41:

9:1 Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
9:2 Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?"
9:3 "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
9:4 Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
9:5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".
9:6 Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
9:7 diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
9:8 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"
9:9 Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".
9:10 Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"
9:11 Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi".
9:12 Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". Él respondió: "No lo sé".
9:13 El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
9:14 Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
9:15 Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".
9:16 Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?" Y se produjo una división entre ellos.
9:17 Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?" El hombre respondió: "Es un profeta".
9:18 Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres
9:19 y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?"
9:20 Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,
9:21 pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".
9:22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
9:23 Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".
9:24 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".
9:25 "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".
9:26 Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?"
9:27 Él les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?"
9:28 Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
9:29 Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este".
9:30 El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
9:31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
9:32 Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
9:33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada".
9:34 Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?" Y lo echaron.
9:35 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?"
9:36 Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"
9:37 Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".
9:38 Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.
9:39 Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".
9:40 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"
9:41 Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Querido amigos(as) Paz y Bien en el Señor.

La enseñanza de este domingo se puede resumir: “Quien cree en el Hijo, no será condenado (porque paso de las tinieblas a la luz); pero el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (porque sigue en tinieblas). En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,18-19).

El domingo anterior, Jesús dice a la samaritana: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». La samaritana le dice: dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,13-15). La mujer samaritana paso de las tinieblas a la luz porque descubrió a Jesús. Luego nos dice: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida» (Jn 8,12).

La inquietud de sus discípulos: «Maestro, ¿quién ha pecado, para que naciera ciego él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él ni sus padres; nació así para que se manifieste en él la gloria de Dios” (Jn 9,2-3).  Y es que según la mentalidad antigua, el bienestar y la desgracia eran fruto de una conducta moral buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo son participes de esta realidad. En este caso la ceguera  es vista como efecto del pecado. Pero Jesús revierte este paradigma cuando califica: “Nació ciego para que gloria de Dios se manifieste en él”. Y ¿Cómo así se manifiesta la gloria de Dios?: “Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego” (Jn 9,6). Ahora, quienes aceptan y reconocen que en Jesús actúa el poder de Dios, como el ciego, queda con la luz y es hijo de la Luz, quienes no aceptan esta manifestación de la gloria de Dios en el Hijo quedan ciegos, pues al final dice Jesús: "He venido para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven" (Jn 9,39). En este caso los doctores de la ley o los fariseos quedan ciegos porque no creen en la gloria de Dios que se manifiesta en el Hijo.

Después de untarle los ojos le dice: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,7). Jesús dice a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). Es una clara referencia al sacramento del bautismo  en el que el neófito queda iluminado con la luz de la gracia de Dios y deja de ser ciego. Luego somos invitados a ser portadores de esa luz. Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21).

En la Segunda Lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista: “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 5,8-11).

En otro tiempo – dice San Pablo- estaban en la oscuridad, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia manifestada en su Hijo Cristo Jesús, que en el domingo anterior tenía connotación de agua (Jn 4, 5-42) y hoy tiene connotación de la luz (Jn 9,1-41).

Los milagros Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Cuando se presentaron ante él, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"». En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». (Lc 7,17-23). Todo esto vale para decir que el Señor sabe situarse en el contexto. Es decir, él escoge el modo más adecuado para hacer su labor. Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.

Sabemos que, no todo enfermo es sanado. ¿Significa que la enfermedad es muy superior a la fuerza de curación del Señor? Claro que no. Todo depende cuanta fe se tiene en el Señor. Mientras dure el mundo presente, seguirán habiendo enfermedades, las cuales -ciertamente- son una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores (Gn 2,16). Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades –y también a todo tipo de sufrimiento. Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse (Lv 11,45). No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor. Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, incluyendo nuestros seres queridos.

Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor. De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: “Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios” (Jn 9,2-3).

Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso decíamos que la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. ¡Cuántos enfermos ha habido que se han santificado en su enfermedad! ¡Cuántos santos no hay que se han hecho santos a raíz de una enfermedad o durante una larga enfermedad! En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, sino que viéndolo Jesús pasar, se detiene y, haciendo barro con saliva y tierra del suelo, lo colocó en sus ojos, ordenándole que luego se bañara en la piscina de Siloé (Jn 9,7). Efectivamente, el hombre comienza a ver al salir del agua. Pero notemos que el cambio más importante se realiza en su alma. Y esa voluntad de obediencia con la que actúa el ciego al recibir el mandato de Jesús y obediencia no son sino actitudes auténticas de fe.

Veamos cómo se comporta al ser interrogado por los enemigos de Jesús. Sus respuestas las da con mucha convicción y con tal simplicidad e inocencia, que por la precisión y la lógica que hay en ellas, deja perplejos a quienes con mala intención tratan de hacer ver que Jesús no venía de Dios, pues lo había curado en Sábado, día en que los judíos no podían hacer ningún tipo de trabajo. Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y veo»… El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (Jn 9,10-14).

Resulta refrescante oír la respuesta del ciego que ya no lo es, cuando los fariseos lo obligan a decir que Jesús es un pecador. Responde el ciego, primero inocentemente: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Continúa luego con mucha “claridad” y convicción: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha... Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn 9, 31.33). Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta» (Jn 9,17).

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él”(Jn 9,34-38). El ciego echado de la sinagoga termina postrándose ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es El. Como decíamos, lo más importante es la gracia que acompaña a todo contacto con Cristo. El ciego, que ya no lo es, cree en Jesús y confía en El. Y cuando Jesús se le revela como el Hijo del hombre, es decir, el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree lo que el Señor le dice y, postrándose, lo adoró.

Concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús nos cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos” (es decir, si se dieran cuenta de su ceguera) “no tuvieran pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado” (Jn 9,39-41). El Señor habla de “definición de campos”. ¿Cuáles son esos campos? Luz y tinieblas. Dios y demonio. Gracia y pecado. Y San Pablo nos dice que, “unidos al Señor, podemos ser luz”. Y nos habla de los frutos de la Luz: “bondad, santidad, verdad”. Cristo se identifica así: “Yo soy la Luz del mundo ... El que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8,12).

Seguir a Cristo es no sólo creer en El, sino actuar como El; es decir, en total acuerdo con la Voluntad del Padre. Así, haciendo sólo lo que es la Voluntad de Dios, pasaremos de la oscuridad de nuestra ceguera a la Luz de Cristo, para ser nosotros también luz en este mundo tan oscuro de las cosas de Dios y tan ciego para verlas. Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Más aún, las enfermedades peores no son las que sufre una persona, sino las que sufre toda una población. Nuestra sociedad vive sumergida en las tinieblas y está enferma. ¡Y bien enferma! Porque vive envuelta en violencia, agresividad, maledicencia, ocultismo, esoterismo, idolatría, satanismo. Sí, eso mismo: culto al demonio -para ser más precisos. Por eso requerimos sanación. Una sanación que sólo Dios nos puede dar. Porque la sanación fundamental es la sanación interior. Y ésa es la que estamos necesitando. El ciego de nacimiento que mencionábamos termina por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como Dios. Cuando comenzó a ver, el ciego cree lo que el Señor le dice y, postrándose, Lo adoró. (Jn 9, 38)

¿Se dan cuenta de lo que significa vivir en la oscuridad de quien no es capaz de reconocerse a si mismo, no ver nunca su verdad, y no haber descubierto nunca a Dios en su vida? ¿Lo es sentirnos a gusto sin ver más allá de nuestra propia sombra, acostumbrarnos a vivir sin la experiencia de Dios en nuestras vidas? ¿Acostumbrarnos a vivir encerrados sobre nosotros mismos, nuestros placeres e intereses personales inmediatos? Hay muchos que son ciegos de nacimiento porque nadie les ha hablado de Dios. Hay muchos que son ciegos que, aún después de haber visto, prefieren no ver, eso que alguien llamó acertadamente el “ateísmo de la insinceridad”. Muchos piensan que el Evangelio es duro. Yo diría que es exigente, sobre todo para con los necesitados. Hay algo que ha de quedar claro. Dar la vista a un ciego en un sábado es declarar al hombre más importante que el sábado mismo. El hombre es más importante que la religión misma porque Dios está más presente en el hombre que en los ritos, porque es imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16). Pero si el hombre no se quiere dar cuenta de esa gran dignidad o si se dio cuenta pero no quiere aceptarlo, entonces seguirá siendo ciego e hijo de las tinieblas y eso es precisamente el infierno.

Este tiempo de cuaresma es propicia para que entendamos que el hombre tiene que terminar como el ciego que deja de ser ciego y luego confiesa su fe y lo pone en práctica: Jesús preguntó al que había sido ciego: “¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has visto: es el que te está hablando. Entonces él exclamó: Creo, Señor, y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).

martes, 10 de marzo de 2020

III DOMINGO DE CUARESMA - A (16 de marzo del 2020)

III DOMINGO DE CUARESMA - A (16 de marzo del 2020)

Proclamación del Evangelio de San Juan 4,5-42:
4:5 Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
4:6 Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
4:7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".
4:8 Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
4:9 La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
4:10 Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".
4:11 "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
4:12 ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?"
4:13 Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
4:14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".
4:15 "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla".
4:16 Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".
4:17 La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido,
4:18 porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad".
4:19 La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.
4:20 Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar".
4:21 Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
4:22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
4:23 Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
4:24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
4:25 La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo".
4:26 Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".
4:39 Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".
4:40 Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
4:41 Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
4:42 Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El Primer Domingo de Cuaresma, en la dimensión humana, El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11). En el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… y la voz del Padre: este es mi hijo. Mi predilecto, escúchenlo…”  (Mt 17,1-9). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo. En este III domingo de cuaresma, el Señor nos enseña, cómo esas dos dimensiones humana y divina del que todos participamos (Gn 1,26) somos parte constitutiva del ser de Dios unido por su gracia simbolizada en el agua (Jn 4,5-42). Con mucha razón Jesús nos reitera versículos más abajo: “Quien tenga sed, que venga a mí y que beba” (Jn7,37). Así, pues, quien vive envuelto en la gracia de Dios como el salmista puede y con razón exclamar; Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua. Como te contemplaba en el santuario, viendo tu fuerza y tu gloria, tu gracia vale más que la vida” (Slm 62,2).

Las Lecturas de hoy nos hablan de “agua viva”: agua en pleno desierto brotando de una roca (Ex.17, 3-7), y agua de un pozo al que Jesús se acerca para dialogar con la Samaritana (Jn. 4, 5-42).  Relato maravilloso que para su mejor entendido podemos tomarla en dos parte: a) Dios que se abaja en su Hijo (Flp 2,6-11) y que viene a salvarnos por puro amor suyo (Jn 3,16). b) la mujer samaritana que descubre en Jesús lo que todo el pueblo espera: al Mesías (Jn4,25).

a) En primer lugar, Dios nunca se nos presenta como el autosuficiente que lo sabe y lo puede todo,  sino sencillamente sentado junto al pozo y Él mismo necesitado de que alguien le ofrezca un vaso de agua para su sed: Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber» (Jn 4,6-7). Pero esta misma realidad de se nos describe al final de la vida de Jesús y esta vez ya desde la cruz: “Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed», y con esto también se cumplió la Escritura. Había allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios” (Jn 19,28-29).

En  segundo lugar, Jesús no comienza por ofrecer ideas, sino por meterse en nuestro corazón y hacernos sentir nuestros propios vacíos y carencias: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».  (Jn 4,13-14). Además, Jesús se ofrece a toda la humanidad para que beban de él: “Quien tenga sed, que venga a mí y que beba” (Jn7,37).

En tercer Lugar, Jesús conoce el corazón de la mujer y le va descubriendo toda su verdad: Dice Jesús a la samaritana: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19). Yes que ante dios nada podemos esconder, todo se sabrá. Jesús nos reitera: “Cuando llega la luz, ¿debemos ponerla bajo un macetero o debajo de la cama? ¿No la pondremos más bien sobre el candelero? No hay cosa secreta que no deba ser descubierta; y si algo ha sido ocultado, será sacado a la luz” (Mc 4,21-22).

 En cuarto lugar, Jesús la va llevando progresivamente poco a poco hasta que ella misma, la samaritana baja sus resistencias y termina pidiendo también ella esa nueva agua: “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4,15). Es más, mismo Jesús nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama” (Mt 7,7).

b) La samaritana descubre en Jesús al mismo Mesías que todos esperan:

En el primer momento, la samaritana ve a Jesús como un judío común y corriente, incluso como un enemigo de los samaritanos: Jesús dijo “dame de beber”… La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4,8-9).

En el segundo momento, la samaritana baja el tono de voz y lo llama Señor: Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?” (Jn 4,10-11)… «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,15).

 En un tercer momento, la samaritana ya lo ve a Jesús como un profeta: Jesús le dijo: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19).

En un cuarto momento la expectativa de la samaritana pasa el gran día del Mesías anunciado   profetas: La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo» (Jn 4,25).

Finalmente, Jesús se le revela como el Mesías que tanto tiempo esperaba no solo los samaritanos sino la humanidad: Jesús le respondió: « El Mesías que Uds. Esperan soy yo, el que habla contigo» (Jn 4,26).

La samaritana proclama la Buena Noticia (Evangelio): La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?». Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro” (Jn 4,28-30)… El Señor advierte que es importante oír la palabra de Dios: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y ya no habrá  juicio para él porque ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Los samaritanos ahora han descubierto el valor del Evangelio y que es Cristo Jesús y se acercaron, le ruegan que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,40-42).

 Que pedagogía tan maravillosa de Jesús, que delicadeza en dejarse descubrir por los samaritanos. Que poder de Dios, que hasta se vale de la mujer que tiene varios maridos. Con razón San Pablo dijo: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios” (Icor 1,22-29).

lunes, 2 de marzo de 2020

II DOMINGO DE CUARESMA - A (08 de marzo del 2020)


II DOMINGO DE CUARESMA - A (08 de marzo del 2020)

Proclamación del Evangelio San Mateo 17,1-9:
17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
17:2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
17:3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
17:4 Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
17:5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
17:6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
17:7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
17:8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
17:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Jesús exclamo: “¡Padre, glorifica tu Nombre! Entonces se oyó una voz del cielo: Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar" (Jn 12,28). La glorificación de Dios es la manifestación de Dios en el Hijo. Con justa razón dijo Jesús: “Padre así como tu estas en mí y yo en ti” (Jn 17,21). “Donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,3) Con estas premisas podemos decir que la transfiguración es una escena en que Jesús se deja ver un momento en el cielo que es el estado glorioso. Para estar donde esta Jesús hemos de ser santos: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lc 11,45).

La II Divina Persona es la manifestación del amor de Dios a favor de toda la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino que el que cree en Él se salve. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Completando la idea, mismo Jesús dice: “Salí del Padre y vine al mundo (la parte Humana). Ahora dejo el mundo y voy al Padre (la parte Divina)» (Jn 16,28). La transfiguración se da en la segunda parte (gloriosa).

En el domingo anterior, Primer Domingo de Cuaresma El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11) Lo que claramente nos indica que el Hijo Único de Dios es hombre de verdad, que sintió hambre, pero que el enemigo  quiso aprovecharse de esta carencia para someterlo y nunca pudo. El Hijo de Dios no solo se rebajó para ser uno como nosotros: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor” (Flp 2,6-11). En todo igual a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15). Y en el credo confesamos esta verdad: “Descendió al infierno y al tercer día resucito de entre los muerto  y subió al cielo…”

Pues, fíjense que estas enseñanzas divinas se nos ilustra en dos partea: el domingo pasado en la parte humana del Hijo de Dios (Mt 4,1-11). Hoy  en el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… “ (Mt 17,1-9). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo.

¿Cuál es el mensaje que acuña el evangelio de Hoy? Que este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, ayuno y oración, que es tiempo de ascensión al monte tabor (cielo); que en este tiempo de oración terminemos en la sima del tabor contemplando el rostro de Jesús transfigurado, y glorificado (Mt 17,1-9). Esta es la mayor riqueza de la vida espiritual de los hijos de Dios. Y así nos lo reitera mismo Juan: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, sea santo, así como él es santo” (IJn 3,2-3).

Qué maravilla saber que  la riqueza espiritual que llevamos dentro del cuerpo mortal, un día tengamos que, como premio experimentar y contemplar a Jesús transfigurado, que no es sino el mismo cielo. Pero para eso hace falta despojarnos de lo terrenal y subir a orar, como Jesús esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos: Pedro, Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús. Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo Él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos y como Pedro exclamar: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantare aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».” (Mt 17,4)

Toda oración bien hecha nos encamina al encuentro con el Padre, la oración debe transformarnos. La oración nos debe hacer transparentes. Transparentes a nosotros mismos, transparentes ante los demás, trasparentes ante Dios. En la oración debemos vivir nuestra real y verdad dimensión humana y divina por la gracia de Dios (Mt 5,23).

La transfiguración del Señor nos debe situar ante la verdad que viene de Dios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31). Libres de las tinieblas, que es el infierno (Lc 16,19-31).

En la Transfiguración del Señor, Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su fin: “A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22). Ahora en la transfiguración apareció el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Ellos son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia. Ya no se dirá “escuchen a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escúchenlo”(Mt 7,5). Ello aplicado a la Cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, al encuentro con nosotros mismos, además de un abrirnos a la nueva revelación de Jesús.

Finalmente conviene manifestarlo aquí: La oración de oraciones es la santa misa. Y en la Santa misa aquello que ya nos dijo el Señor por Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta» Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn 14,9-10). Con ver a Jesús vemos a Dios mismo ante nuestros ojos y es más, en cada Santa Eucaristía el señor se transfigura en el altar, se nos muestra glorificado y transfigurado: Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28).