martes, 31 de marzo de 2020

DOMINGO DE RAMOS – A (05 de Abril del 2020)


DOMINGO DE RAMOS – A (05 de Abril del 2020)

Anuncio del Evangelio de San Mateo: 26,14-27,54.

26:14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
26:15 y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?" Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
26:16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
26:17 El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?"
26:18 Él respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"".
26:19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
26:20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
26:21 y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".
26:22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?"
26:23 Él respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
26:24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!"
26:25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?" "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
26:26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo".
26:27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella,
26:28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
26:29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre"…
27:31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
27:32 Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
27:33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa "lugar del Cráneo",
27:34 le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo.
27:35 Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;
27:36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.
27:37 Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos".
27:38 Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
27:39 Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,
27:40 decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!"
27:41 De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
27:42 "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
27:43 Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios"".
27:44 También lo insultaban los bandidos crucificados con él.
27:45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
27:46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
27:47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
27:48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
27:49 Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo".
27:50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
27:51 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron
27:52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron
27:53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
27:54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Como Dios es amor (I Jn 4,8), dice por el profeta: "Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33,11). ¿Cómo cumplió su promesa Dios? San Pablo dice: “La prueba que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). “Jesucristo no hizo alarde su categoría de Dios; sino que, se abajó hasta someterse incluso a la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,8). “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvaras” (Rm 10,9). La muerte no es el final; pues, viene la resurrección. Por eso dijo Jesús: "Levántense, no tengan miedo…  y no hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos"(Mt 17,7-9). “El hijo del hombre tiene sobre la tierra poder para perdonar los pecados” (Lc 5,24). Con su muerte pago nuestras deudas o pecados.

Se han dado cuenta que desde el saludo, hoy pareciera ser un domingo distinto? Pues, claro que sí, es el domingo de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, hecho que muchos siglos antes ya se anunció: “Esto es lo que el Señor hace oír hasta el extremo de la tierra: «Digan a la hija de Sión: Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede” (Is 62,11). O con mayores detalles: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra” (Zac 9,9-10).

Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida! Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo (Jn 12,12).

En la Primera Lectura, el Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.” Pero aún tenemos mayores detalles de esta semana santa ya descrito por el profeta en este episodio:

“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestra dolencia, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca” (Is 53,3-9).

En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado? ... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la espalda a Dios. Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso dejarse tratar como Rey ... Siempre lo evitó ... Como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si fuera poco- se dejó matar como un malhechor.

En la lectura de la pasión de  Nuestro Señor tomado según el Evangelista San mateo Mt. 26, 14 – 27, hemos oído la Pasión que no es sino acto de puro amor de Dios hacia cada uno de nosotros (IJn 4,8). La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, en el inicio de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo.

Pero volvamos al tema de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén a pocos días de su Pasión y Muerte, el cual nos invita a reflexionar sobre si Jesús es Rey, y si lo es ¿qué clase de Rey es? Porque ... ¿no es extraño un Rey montado en un burrito? ¿Por qué no vino sentado en una carroza o cabalgando un caballo blanco bien aperado? (Zac 9,9). La verdad es que Jesús, aun siendo el Mesías, siempre huyó de la idea que la gran mayoría del pueblo de Israel tenía del Mesías: ellos esperaban un Mesías poderoso, de acuerdo a criterios humanos y políticos, que los libertara del dominio romano. Jesús, por el contrario, va dejando bien claro que su misión es diferente. Por ejemplo, cuando después del milagro de la multiplicación de los panes, la multitud quiere aclamarlo como rey, ¿qué hace? Sencillamente desaparece.

Sin embargo, sólo en la ocasión de su entrada a Jerusalén se deja aclamar como Mesías y como Rey de Israel, como “el Rey que viene en nombre del Señor” (Lc. 19, 38). Pero entonces observamos la paradoja del Rey montado en un burrito, con lo que se cumple lo anunciado por el Profeta Zacarías (9,9): “He aquí que tu Rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito”. Lo del burrito nos indica la profunda humildad de ese Rey, que -como nos dice la Segunda Lectura (Flp. 2, 6-11) de la Carta de San Pablo a los Filipenses- nunca quiso hacer alarde de su categoría de Rey, ni de su condición de Dios, sino que más bien se humilló hasta hacerse uno como cualquiera de nosotros ... y menos aún, pues se consideró y actuó como servidor obediente, llegando a la mayor deshonra y al mayor sufrimiento posible: morir torturado y crucificado como malhechor y -por si fuera poco- como blasfemo:

“El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte  y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor”. (Flp 2, 6-11).

Cuando ya comienza el proceso que terminaría en su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36). Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de Ustedes”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va calando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva. Y ¿cuál es esa Buena Nueva?  Es el mensaje de salvación –no de los Romanos- sino de una opresión mucho peor que ésa:  la del Enemigo de Dios y de todos nosotros, el propio Satanás.

Si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es?  ¿Cuándo se instaurará?  Ya lo había anunciado Jesús mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64). El Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio;  es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno.

Para nuestra reflexión de la semana: Aquí no vale culpar a otros. Aquí no vale lavarse las manos. Aquí no vale decir yo no fui. ¿Alguien se siente libre e inocente?: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra” (Jn 8,7). No se nos ocurra lavarnos manos como Pilatos (Mt 27,24). Mejor será decir “Oh Señor ten piedad de mí que soy un pecador” (Lc 18,13). Porque con nuestras pecados claro que estamos actuando como el mismo fariseo, el sanedrín, quienes crucifican al Señor.

Frente a la Pasión de Jesús tenemos muchas preguntas: ¿La muerte de Jesús fue realmente un fracaso? ¿Fracaso de Dios o fracaso de los hombres? Frente la Pasión y a la muerte de Jesús se pueden hacer infinidad de interrogantes. La podremos explicar racionalmente como un crimen político o religioso, pero su verdadero sentido sólo será posible desde nuestra experiencia de fe. Hay cosas que sólo se entienden con el corazón. La Pasión y la Muerte de Jesús solo podremos entenderla metiéndonos en el corazón de Dios y en el corazón de Jesús. Por eso San Pablo nos dijo: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2,5).

Es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Nada de preparaciones, nada de comisión de preparación de la fiesta. Todo se debe a la espontaneidad del pueblo sencillo y como tal, tampoco nada de grandes solemnidades, nada de grandes arreglos y manifestaciones. A Jesús le basta un burrito. El resto lo puso espontáneamente la gente. Mantos echados como alfombra por el suelo. Ramas de olivo y palmas. El resto salía de dentro, el canto, el grito de alabanza, los vivas, los aplausos. El pueblo sencillo hace las cosas sencillamente, pero que resultan simpáticas. Por lo demás, Jesús tampoco necesitaba de más.

Jesús no quiere entrar en Jerusalén como los conquistadores, sino como el hombre sencillo, como el Salvador sencillo. Porque para Jesús era una entrada que quería ser como una nueva oferta de la salvación y la salvación no se ofrece con títulos de grandeza, pero eso sí se ofrece con cantos, con bailes con alegría. Jesús quiere que descubran la novedad del Evangelio con gozo y con sentido festivo. La entrada de Ramos termina en rechazo. La entrada de esta Semana termina en la alegría de la Pascua. Hoy, a nosotros Jesús viene en el Evangelio, y más aún estoy seguro que llega a través de la Cruz.

¿Dónde estará Dios? Todos, ricos y pobres, autoridades y súbditos. Hoy clamamos todos con Jesús y decimos: "Dios mío, Dios Mío, por qué me has abandona” (Slm 21). ¿Dónde está Dios en estos terribles momentos y horas nuestra pasión Pasión? Pareciera brillar por su ausencia. Jesús lo llama varias veces y Dios responde con el silencio. La respuesta es clara: Dios está en la Pasión misma del hijo y está identificado con su Hijo Jesús. No, claro que no. Dios no es un ausente en estas horas de dolor y agonía. Es la presencia de todo su ser en su propio Hijo, con razón ya nos había dicho: Quien me ve, ve a quien me envió, yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,8-10). Esa es la gran lección de Dios que nos deja en la Pasión para cada uno de nosotros, que quisiéramos ver a Dios en nuestras oscuridades, ver a Dios en nuestros sufrimientos. Y Dios nos sorprende con el silencio y en el silencio nos dice yo estoy contigo en tus preocupaciones y sufriendo.

Sería bueno unirnos a los sentimientos de grandes santo como San Pablo que exclamó rebosante de fe: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy crucificado para el mundo. Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva criatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.  Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las huellas de Jesús crucificado. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes. Amén” (Gal 6,14-18).

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