martes, 12 de mayo de 2020

SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (17 de Mayo del 2020)


SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (17 de Mayo del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 14,15-21:
14:15 Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
14:16 Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
14:17 el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
14:18 No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.
14:19 Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.
14:20 Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
14:21 El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). En el cumplimiento de los mandamientos que nos dejó Jesús es como expresamos el amor a Dios. Y ¿Cuál es el mandamiento que nos dejó Jesús? Y ¿Por qué hay que amar a Jesús?. El mandamiento que nos dejó Jesús es: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado” (Jn 13,34). Y Complementado la enseñanza: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Si cumplimos con estas enseñanzas es cuando el Señor nos dice: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Jn 14:16-17).

Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). “En adelante, el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,26)… Al final de su vida dijo Jesús: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 24,46) y luego murió. Una vez resucitado, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz este con ustedes, así como el Padre me envió les envió a ustedes, y dicho esto sopló sobre ellos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-22).

A menudo sucede que, en la relación con Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras vidas, que lo sentimos poco y que es prácticamente inalcanzable. En el pasaje de Juan 14,15-21 vemos que Jesús nos aclara que así como no abandonó a sus discípulos tampoco nos abandona, siempre estará presente, nos comparte su vida y así como Él y el Padre son uno, así está en nosotros: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

En el núcleo del texto vemos que Jesús anuncia la venida de otra ayuda para sus discípulos, el Espíritu de la Verdad (Jn 14,15-17), y también su propia venida (Jn 14,18-21).

Si observamos de cerca el texto notaremos que está enmarcado, los vv.15 y 21, por la alusión a la práctica del mandato de Jesús. Jesús declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.

El amor a Jesús la expresamos en la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21). “Si me aman, guardaran mis mandamientos… “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21). ¿De qué mandamientos se trata? En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34). Pero este mandamiento tiene su asidero en los sinópticos en el que preguntan a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más importante y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,236). Es decir, Jesús resume los diez mandamientos (Ex 20,3-17) en dos: Amor a Dios y amor al prójimo. El amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo: “ Quien dice amo a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso” (I Jn 4,20). Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24).

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo. Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, defensor). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu.

“No los  dejare huérfanos” (Jn 14,18): Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos. También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas. Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (Jn 13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”.

Hoy, nuestra coyuntura nos  indica que la gente vive demasiado rodeada de gente; sin embargo, vive demasiado sola. La soledad creo que es uno de los males de nuestro tiempo. Esposas solas. Hijos solos. Ancianos solos. Sin embargo, el Señor nos dice hoy que “no nos dejará huérfanos” (Jn 14,18), que no nos dejará en la soledad, porque Él nos promete enviarnos el “Espíritu de la verdad”(Jn 14,16).

Fijémonos lo que dice el mismo Jesús: “El mundo no puede recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce.” En cambio ustedes “lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes” (Jn 14,17). La vida no está en la superficialidad de las cosas, sino que como la savia y la sangre corre por dentro, por las venas del Espíritu. Algo bien importante, el pasado domingo decíamos que Jesús es la “verdad” (Jn 14,6) y ahora nos dice que nos enviará “el Espíritu de la verdad”(Jn 14, 17) vivamos en el verdad, la verdad de Dios del que el hombre bebe de esa fuente de la verdad (Jn 4,13-14).

El mundo no lo conoce porque no lo ve. En cambio, nosotros lo vemos y lo conocemos porque habita en nosotros y está con nosotros (Jn 3,5). Somos nosotros quienes tenemos que darlo a conocer y lo haremos mediante el testimonio de nuestras vidas. Somos los testigos de Jesús y somos también los testigos del Espíritu Santo. Testigos de que Jesús “está con el Padre” y que “nosotros estamos con Él y Él con nosotros” (Hch 1,8). Nuestro gran testimonio será el del amor (Jn 14,15).

Jesús se siente como madre y padre de los suyos. Nunca lo dijo, pero sus actitudes y comportamientos para con ellos tenían mucho de madre y de padre. Por eso, cuando les anuncia que ha llegado la hora de irse, siente que la tristeza amenaza con invadir sus corazones y comienzan a sentirse solos, huérfanos (Jn 13,1). Jesús quiere llenar de antemano ese vacío y les dice: “No les dejaré huérfanos” (Jn 14,18), “Yo pediré al Padre os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16). El Espíritu Santo está llamado a llenar el vacío que Él mismo deja y será “para siempre” el que nos habite; el que esté, no con nosotros, sino en nosotros; el encargado de llenar el vacío haciendo presente al mismo Jesús y, con Él, al Padre.

Como creyentes podemos vivir la alegría y el gozo de que nunca quedaremos solos ni tampoco vacíos. Al contrario, Jesús nos hace unas promesas increíbles: “Dentro de poco me verán y porque yo sigo viviendo.” Viviremos mientras Jesús viva.” Aún más: “Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes.” (Jn 14,20). ¿Te imaginas hasta dónde estamos llamados a amarnos unos a otros? Al amarnos vivimos en Jesús. Si antes existía la comunión de la Trinidad, ahora, como diríamos en nuestro lenguaje somos morada (Jn 14,23): " del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Porque Jesús está en el Padre, pero también en nosotros y nosotros en Él. Y quien no cree en el Hijo, por ende en el Padre y en el Espíritu vive en la orfandad, porque es huérfano. Yo me admiro de que nos valoremos tan poco, de que nos sintamos tan poco y no vivamos esa alegría de vivir en comunión de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu que nos habita. ¿Olvidamos que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26)?

Quienes vivimos en el espíritu de Dios, el espíritu de la verdad, vivimos en familia y no hay lugar para la soledad y los frutos de la vida en el espíritu son inmensos como San Pablo nos dice. Nos lo dice bien claro en la Carta a los Gálatas y lo hace de una manera típica. El contraste entre el hombre de la carne, es decir, del mundo y el hombre que vive del Espíritu: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.” (Gal 5,19). Pero, las obras del Espíritu son diversas y ¿dónde están? Están en nuestra vida que se refleja a cada momento: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 15,22).

martes, 5 de mayo de 2020

DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (10 de Mayo del 2020)


DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (10 de Mayo del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 14,1-12

14:1 "No se turben. Crean en Dios y crean también en mí.
14:2 En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
14:3 Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
14:4 Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
14:5 Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?"
14:6 Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
14:7 Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
14:8 Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
14:9 Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"?
14:10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
14:11 Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
14:12 Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor  resucitado Paz y Bien.

REFLEXIÓN EXEGÉTICA:

“Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,3). Para tal efecto, es necesario conocer a Dios Padre y a Dios se conoce por el Hijo: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto" (Jn 14,7). Y la estrategia efectiva para para conocer a Jesús es el amor, por eso dice Jesús les doy un mandamiento nuevo: “que se amen unos a otros como los ame” (Jn 13,34). Y es que, la única verdad de Dios, de Jesús, y del Hombre es el amor. Porque la esencia del ser de Dios es el amor (I Jn 4,8); cuando el hombre sabe amar de verdad permanece en Dios: “Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros” (I Jn 4,12). “Hazlos santos en la verdad y tu palabra es verdad” (Jn 17,17). De modo que, viviendo en el amor verdadero nos santificamos y cumplimos el mandato: “Sean santo porque yo soy santo” (Lv 11,45). Si nos hemos santificado, entonces seremos llevados a donde esta Jesús.

¿Cómo conocer el rostro de Dios? Dios tiene muchas fotos, hechas por él mismo. La primera foto de Dios es Jesús: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús es la revelación y la visibilidad del Dios invisible. Cada uno de nosotros está llamado a hacer visible también ese rostro del Padre. Por algo la Iglesia es “sacramento de Jesús” y, por tanto, “sacramento de Dios”. Todos somos la foto de Dios, porque fuimos creados a su imagen y semejanza. Luego, ¿no somos hijos de Dios por el bautismo? ¿No tenemos su vida por el Bautismo? Cada uno de nosotros deberíamos vivir tan profundamente su bautismo que pudiera decir como Jesús: “quien me ve a mí ve al Padre. Jesús no solo es camino, nos dice que también es “la verdad”. Y no dice “yo soy verdad”, sino que “soy la verdad”. Porque es la verdad de Dios. Todos andamos buscando la verdad de la vida, la verdad de las cosas. Jesús es la verdad de Dios. Jesús es la verdad del hombre. ¿Y cuál es esa verdad? La única verdad de Dios, de Jesús y del hombre, es el amor. Sólo llegamos a ser verdaderos hombres cuando amamos y cuando tenemos mucho o cuando podemos mucho. El tener y el poder terminan por corromper. Sólo el amor es capaz de realizarnos de verdad.

En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él: “No les dejaré huérfanos porque volveré por Ustedes (Jn 14,18). Enseñanza que se despliega aquí: “1) No se turbe vuestro corazón. Crean en Dios: crean también en mí. 2) En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no fuera así, les habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3) Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.  4) Y adonde yo voy sabéis el camino”. Como notamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús les explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más consistente. Modo nuevo de relación que se fortalecerá siempre y cuando: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él. Pero el que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,23).

La fe es el facilitador de la comunidad: “No se turbe su corazón. Crean en Dios, crean también en mi” (14,1). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (Jn 11,33) y enseguida se puso a llorar (Jn 11,35).  Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro.  Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios que se reza en el himno de la pascua: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir viviendo. Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Crean en Dios, crean también en mi” (Jn 14,1). Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza en la fe.

Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales. Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario: “Quien cree en mis palabras y cree en el que me envió, vive de la vida eterna, ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte  a la vida” (Jn 5,24).

Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado.  De la misma manera que se cree en él Dios invisible hay que creer en el Resucitado (Lc 24,6). Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo  por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.

El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre: El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2). La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos. En la frase hay dos pistas importantes:

- Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (Jn 13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.
- Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del templo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (Jn 2,21).  Jesús resucitado es la nueva construcción.

Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (Jn 14,23).

Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (Jn 14,4): Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y les llevaré conmigo, para que donde esté yo estén también Ustedes” (Jn 14,3). Y reitera: “No les dejaré huérfanos, porque volveré por ustedes” (Jn 14,18). Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.

Para ello hay que ponerse en camino (Jn 14,4): Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso.  Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “A donde yo voy saben el camino” (Jn 14,4). Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él.  Pero viene enseguida una gran revelación: el camino es el mismo Jesús (Jn 14,5-7):

En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos: 5) Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. 6) Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7) Si me conocerían, conocerían también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,5-7). Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre. La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos o as manos cruzadas, sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

Los matices de esta revelación (Jn 14,6): El “camino” es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (Jn 10,9). Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión.  Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.
  
“Yo Soy el que soy” (Ex 3,14). Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy” Cuando levanten en lo alto al hijo del hombre, comprenderán que yo soy” (Jn 8,28). Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; Jn 1,18), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer”; Jn 1,18). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo” (Heb 1,1-3)

“Él es la Verdad”: significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (Jn 1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre y así nos enseñó: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). ¿Pero, cómo ser perfectos? Bajo estos dos principios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-31). “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo le he amado” (Jn 13,14). O la verdadera perfección está en vivir en el amor de Dios.

“Él es la Vida”: significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn10,10).

La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (Jn 14,6): Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.

En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre.

La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (Jn 14,8-11): En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre: 8) Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9) Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? 10) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.  11) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.

En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8). Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo.  Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.

La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino,  continuará siéndolo aun cuando no esté visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.

Jesús es el camino en sentido literal, Jesús no es una estatua, una imagen, una foto. Jesús es un camino, mejor dicho, El Camino. La idea de camino no es algo que se parezca a un sillón. A Dios no le conoceremos nunca del todo, cada día estamos conociéndole. Sólo llegaremos a conocerle de verdad al final del camino. El Dios de nuestra fe es un Dios al que hay que buscar cada día y cuyo rostro posiblemente vaya cambiando día a día. Lo mismo se puede decir del cristiano, nunca seremos cristianos terminados, sino cristianos en camino. Que nos vamos haciendo. Jesús es la verdad. La verdad de Dios no la encontraremos en lo que nos han dicho de Él, ni lo que pensamos de Él. La verdad de Dios es la que Jesús nos ha revelado. El Dios revelado por Jesús es el Dios amor, el que perdona. Jesús es la vida. La verdadera vida no es la que contamos pasando las hojas del calendario, la verdadera vida es la que nos revela Jesús: el amor, el perdón, la vida del Espíritu, la vida resucitada. Más que contar nuestros años desde la fecha de nacimiento, debiéramos contar cuanta vida de gracia hay cada día en nosotros.

Jesús nos ha dicho en el domingo anterior: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Hoy nos ha dicho “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora ¿cómo hemos se seguir a Jesús que es el buen pastor y camino?: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

lunes, 27 de abril de 2020

IV DOMINGO DE PASCUA - A (03 de Mayo del 2020)

IV DOMINGO DE PASCUA - A (03 de Mayo del 2020)

Proclamación del Evangelio según: Juan 10,1-10

10:1 "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
10:2 El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
10:3 El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir.
10:4 Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
10:5 Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
10:6 Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
10:7 Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
10:8 Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
10:9 Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
10:10 El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16). “Ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,26-27). Jesús dijo a Felipe: “¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras” (Jn 14,10). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). Jesús dijo a Simón Pedro tres veces: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: pastorea mis corderos" (Jn 21,15). “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). “Dios es amor” (I Jn 4,8). En telón de fondo en relación al pastor y las ovejas lo que une es el amor. Dios como buen pastor nos ama en su hijo y nos pastorea con amor. Nosotros hemos de amarlo y dejarnos pastorear siendo files ovejas.

En el análisis y reflexión, el evangelio de hoy tienes dos partes: El pastor y el rebaño (Jn 10,1-6), la puerta del rebaño (Jn 10,7-10). Son un comentario al capítulo anterior. Porque Jesús sigue ante los fariseos: (Jn 9,40 y Jn 10,6-7). Identificados con los judíos (Jn 10,19): ellos son los que han excomulgado y echado fuera de la sinagoga al ciego (Jn 9,34). Al respecto dice Dios: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño?... No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado” (Ez 34,2-5).

Dios se propone: “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado… Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar dice Dios. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 34,11-16). Y Dios cumple con su propósito al enviar a su hijo Jesucristo, quien dice: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

En este contraste violento se describe ahora mediante dos alegorías: la del pastor (Jn 10,1-6) y la de la puerta (Jn 10,7-10). En ambas escenas se trata  la distinta relación existente por un lado entre los fariseos y la gente a la que gobiernan y por otro, entre Jesús y los creyentes. La enseñanza es la afirmación firme de la seguridad  de las ovejas por su pertenencia a Jesús y su acceso seguro a la salvación. Jesús es el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). Que sustituirá a los falsos pastores, los pastores asalariados (Ez 34,3-5).

Jesús, el buen pastor no explota a sus ovejas, sino que está a su servicio (Mt 20,26-28), da su vida por ellas (Jn 10,11), las conoce individualmente: “Las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir” (Jn 10,3). Y las conoce amorosamente (Jn 15,13). Y las pastorea con amor: “Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).

También en la identidad del buen pastor se hace distinción entre el: Pastor autentico y el falso pastor. Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” (Jn 10,1) y el que “Es pastor de las ovejas” (Jn 10,2). De esta manera, la primera parte de la parábola señala mediante la contraposición: “El que entra por la puerta falsa” y “El que entra por la puerta verdadera”. Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.

a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…” Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (Jn 10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20). A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan la intención deshonesta y egoísta. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.

b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”. El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21). Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.

Se resalta también la relación entre el pastor y las ovejas: “Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn.10,3-5). Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” y “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor! Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).

c) El seguimiento del pastor: Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental. El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil. Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (“por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.

Comienza la segunda etapa: “va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de la pradera. La relación llamada y respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia y seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.

El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor y Maestro y el “seguir” de la Oveja y discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: (Jn 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (Jn 1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

La fuga ante los extraños: La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (Jn 10,5). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn10,5). Es la antítesis del versículo anterior. No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (Jn 10,5). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos:

1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.

2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.

Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!

La incomprensión del auditorio: “Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba” (Jn 10,6). Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5). En pocas palabras: las ovejas oyen la voz del pastor (Jn 10,3-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera se identifica a los fariseos (Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.

“En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas.  Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,7-9).

La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”. Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.

Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.

Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).

El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación. Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”. Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.

El evangelio termina con esta categórica afirmación: “Yo he venido para tengan vida abundante” (Jn 10,10). Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que  robar” y “Yo he venido para que tengan vida” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.

Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Relacionemos con los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores. Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia. Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual irradiará esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida glorificada.

En resumen: El verdadero pastor tiene que entrar por la puerta que es Jesús y no por otros medios saltándose los muros del ansia de poder, dominio y prestigio. Segundo, según el Papa Francisco el pastor camina detrás de las ovejas, en medio de las ovejas, delante de las ovejas y éstas le siguen. No por detrás con el látigo, sino preocupado que ninguna se quede. Tercero, las ovejas conocen su voz y por eso le siguen. La voz del pastor tiene que ser una voz amiga y cercana al rebaño, hablando el lenguaje de las ovejas porque promueve vida e infunde vida abundante.

lunes, 20 de abril de 2020

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (26 de abril de 2020)


DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (26 de abril de 2020)

Proclamación del santo evangelio según  San Lucas 24,13-35:

24:13 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
24:14 En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
24:15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
24:16 Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
24:17 Él les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?" Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
24:18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!"
24:19 "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
24:20 y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
24:21 Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
24:22 Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
24:23 y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
24:24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
24:25 Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
24:26 ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
24:27 Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
24:28 Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
24:29 Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". Él entró y se quedó con ellos.
24:30 Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
24:31 Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
24:32 Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?"
24:33 En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
24:34 y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!"
24:35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos y hermanos en la fe Paz y Bien.

Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24,25-27). Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día” (Lc 24,45-46). “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). ¿Qué faltaba para que comprendieran el cumplimiento de las escrituras?: Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).

La noche tan cruel en que acechaba cuan lobo rapaz el temor, pánico, congoja, decepción, el desánimo y no era para menos, recordemos que acaban de matar a su maestro y los apóstoles a dudas penas pudieron escapar para no ser también crucificados conjuntamente con su maestro. Los apóstoles reinician con sus labores habituales, quizá con mucha desidia al saber que tanto tiempo perdieron y para nada; quizá hasta olvidaron las estrategias del oficio. Y no había que perder más tiempo; como ven algunos comienzan a abandonar el grupo, y reitero, no soportan la desilusión y la decepción. Para ellos todo ha terminado. Hay que volver a comenzar y seguir con lo de antes.

Emaús es el camino de los quedan en la muerte, los desilusionados, los que ya han tirado la toalla. Pero también puede ser el comienzo de un nuevo Día. En Emaús termina el camino de los desilusionados y allí comienza el camino de los que han recobrado la esperanza.

El evangelio de este domingo se puede resumir de esta manera:

1) El valor de la Palabra en las escrituras: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24,26-27). 2) El valor de la Santa Eucaristía: Le dijeron "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista” (Lc 24,29-31). 3) Y la fe compartida en fraternidad: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!" (Lc 24,32-35).

Primero: El valor de la Palabra de Dios en las escrituras (Lc 24-26-27): Algo impedía que sus ojos lo reconocieran a Jesús es la condición humana: La carne, los huesos, el ojo, no tiene esta cualidad sino el alma y alma intelectiva que iluminada por la fe si puede reconocer al Señor glorificado. (Lc 24,16).  Recordemos cuando Jesús mismo empezó su vida pública se bautizó y mientras se bautizaba el espíritu bajó en forma de paloma y se posó sobre El y una voz llego del cielo y dijo “Tu eres mi hijo amado, yo te he engendrado” (Lc 3,22). Luego el Señor afirmó al decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Me envió a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos… Hoy se cumple estas profecías de la Escritura que acaban de oír… Y algunos decían ¿qué está hablando? Entonces les dijo Jesús: Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4,18-24).

Felipe dice al etíope: "¿Comprendes lo que estás leyendo? Él respondió ¿Cómo  puedo entender, si nadie me lo explica escrituras? Dime, por favor, ¿de quién dice esto el Profeta? ¿De sí mismo o de algún otro? Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús” (Hch 8.30-35). Hoy nos dice: "¡Qué necios y torpes son Uds. para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,25-28). A quienes escuchan la palabra de Jesús: “El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán” (Jn 5,24-25). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47).

Para ir sintetizando de la importancia de la escucha de la palabra de Dios y a modo de resumen podemos citar que dijo Jesús: “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? (Jn 3,12). Y para creer y entender las cosas de Dios hace falta aquella consigna: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mr 16,15-18). Luego san Pablo nos dice: “Les aseguro que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el poder del Espíritu Santo” (I Cor 12,3).

Segundo: Resalto el valor de la Santa Eucaristía: Ellos dijeron: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc. 24,29-31).

Conviene recordar el modo como bendice el Señor en la última cena antes de su agonía en Getsemaní: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mt 26,26-29). Este misterio es lo que celebramos el jueves santo, en el que Jesús celebra con sus discípulos y lava los pies (Jn 13,5). Con mucha razón dijo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien como de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Y con razón Juan Bautista exclamó al ver a Jesús: “Ahí está, ahí viene el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús es el mismo que lo vimos morir en la cruz, ahora glorificado y resucitado que se nos da en la sangrada comunión en cada  Santa Misa.

Tercero: Resaltamos la importancia de compartir la fe en fraternidad: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24,32-35). Los sacramentos que son siete, y en este caso la santa Eucaristía es el actuar de las tres Divinas Personas: “Mientras se bautizado Jesús, se abrió el cielo. Y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc 3,22). Mismo Jesús recomienda cumplir la misión de anunciar esta buena noticia pero para esta misión de compartir la experiencia de fe concede el don del Espíritu Santo: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes!. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió ¡Reciban al Espíritu Santo!” (Jn 20,19-22).

Esta misión que todo bautizado tiene que cumplir para merecer su salvación no es sino el encargo que Jesús resucitado concede a todo bautizado: Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”(Mt 28,18-20).

Como vemos, el camino de Emaús es el camino del regreso de fracasados, pero si tocados por el poder de Dios es el regreso gozoso de quien siente que la noche ha pasado y de nuevo el sol brilla en los corazones. Es el camino de llevar y compartir la buena noticia con los demás. Emaús es el lugar donde la sagrada palabra de Dios resuena y hace arder el corazón y la Eucaristía se hace experiencia pascual. Y todo para ser compartido en fraternidad en la que se fortalece la fe.

No nos extrañemos que también nuestro corazón tenga demasiadas experiencias de fracasos, de frustraciones. Hay frustraciones en el matrimonio. Hay frustraciones en la vida profesional, incluso en la vida sacerdotal.  Es triste regresar a casa llevados de la desilusión. Es triste ver romperse un matrimonio y caer los dos en la desilusión. Es triste ver fracasar una vocación y llenar el corazón de desilusión. Sentir que todo se ha acabado. Sentir que ya no hay futuro. Sentir que ya han pasado varios días y no hay esperanza.

Sin embargo,  qué maravilloso que el responsable de la propia desilusión se meta en medio haciendo camino con ellos. Solo pregunta, como quien quiere interesarse, pero a la vez va encendiendo una luz, iluminando el problema, traduciendo el problema  en otra posibilidad. No siempre lo que imaginamos como la ruina de nuestras vidas es real. Con frecuencia nuestros problemas tienen sus razones. ¡Qué importante contar con alguien que nos ayude a clarificar nuestros problemas! No como uno que demuestra superioridad, sino como alguien que camina como uno más. ¡Qué importante es ser acompañado en nuestra vida por el Señor glorificado y resucitado¡. Va anocheciendo, tienen la sensibilidad de invitarlo a quedarse con ellos, son  conscientes que su presencia los va cambiando hasta el punto que se les abren los ojos y lo reconocen. Es que cuando estamos metidos en el problema, no vemos. Para ver se necesita serenidad y paz. Siempre hay un tercero que puede abrirnos los ojos cuando ya todo lo vemos perdido.

Cuantas veces nos encontramos, por pura casualidad, como desconocidos y terminamos el camino como amigos. Al respecto, Jesús ya nos había dicho: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,13-15). Jesús siempre se ha portado como nuestro amigo. Pero nosotros no siempre lo tenemos por amigo.

Y pensar que Jesús resucitado camina cada día nuestro propio camino, habla de lo que hablamos, se interesa de lo que sentimos, por más que nosotros no le identifiquemos ni conozcamos. Es posible que no lo creamos, pero nunca vamos solos. No lo veremos. No lo sentiremos.

Nuestro camino en la vida es un camino de Emaús. Un camino de desilusión y un camino de esperanza. Un camino de ida y un camino de regreso y con la experiencia pascual de un Jesús desconocido. Solo hace falta, dejarte tocar por la palabra de Dios y descubrir en tu vida a Jesús resucitado quien te acompaña en cada día de tu vida. Así que déjate alcanzar, déjate tocar, déjate interpelar por Jesús.

En resumen: Si nos dejamos tocar el corazón con la palabra de Dios nos suscitara ardor con la que evidenciamos que hemos entrado con contacto con Dios. Y la palabra de Dios nos abre los ojos para entrar con comunión con Jesús glorificado en la sagrada comunión, luego con mucho sentido podemos sentirnos hermanos al compartir esta experiencia del encuentro con Dios que se hace en la Iglesia que es morada de Dios con los hombres: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,3).

jueves, 16 de abril de 2020

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (19 de Abril del 2020)


SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (19 de Abril del 2020)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20, 19 – 31:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
20:24 Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
20:25 Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
20:26 Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:27 Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
20:28 Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
20:29 Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
20:30 Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
20:31 Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.
 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Glorificado y Resucitado Paz y Bien.

"Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). hoy celebramos el domingo de la misericordia. Pedir a Dios sea misericordioso con toda nuestra familia y que nos cuide de este virus mortal.

“No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán (Jn 14,18-19). “Me han oído decir: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn14,28-29). “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,º5-17). Hoy, el Señor glorificado cumple lo que dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Este hecho en una palabra se llama misericordia. El señor olvida todo lo pasado, nunca dijo nada su soledad en la cruz. Más aun, les confía la misión.

El cumplimiento de las promesas: (Jn 20,19-23). El Señor resucitado cumple la promesa de regresar con sus discípulos (Jn 14,18; Jn 16,16). Y enviarles el espíritu Santo (Jn 14,26). Es que la situación de los discípulos encerrados por miedo a los judíos, refleja la actitud de toda la comunidad Juanica, que temerosos ante un mundo enemigo, vive la tentación de refugiarse en su propio circulo. Jesús sin embargo los envía al mundo para que sean testigos suyos y del padre con un soplo vida: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  Esta escena es fundamental para la nueva Iglesia que nace: Porque es aquí donde los discípulos pasan a ser apóstoles del Señor glorificado. Ahora serán los que haces apostolado como testigos del Señor Glorificado:

Pedro dijo sin temor ahora: “Israelitas, escúchenme: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las atadura de la muerte, porque no era dable que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

El despliegue de la identidad del crucificado y el resucitado (Jn 20,24-29): La escena de Tomas tiene la intención de ilustrarnos la identidad entre el crucificado y el resucitado que es el mismo. El mismo que fue crucificado esta ahora resucitado:

Jesús dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo que aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,27-28). Ante la exclamación del Incrédulo se disipa toda duda (“que no murió, que robaron el cuerpo de la tumba, que vieron fantasma”). Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes. Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,36-40).

Además, conviene ser más detallistas en la actitud de los apóstoles porque se trata también de nuestra actitud en adelante:

Detalles por ejemplo que nos dice San Marcos: “Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.” (Mc 16,9-13). Cuando dice San marcos que luego se apareció a dos que caminaban al campo, nos cuenta San Lucas:

“Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,15-20). Jesús le fue explicando de toda la Escritura a cerca de êl. Al anochecer de aquel día primero, estos amigos de Emaús suplican a este amigo extraño que se quede en casa… Jesús dice que se sentó en la mesa, pronuncio la bendición y se los dio el pan, pero Él ya había desaparecido (Lc 24,25-32). Esta aparición del señor glorificado es ya la segunda que sucedió casi a media tarde. Y el evangelio que hoy dimos lectura según San Juan nos pone de manifiesto la tercera aparición de aquel día I (domingo) del Señor glorificado a sus discípulos y ahora en grupo.

Todo parecía que había llegado a su fin con la muerte del Señor, todo parecía que con la muerte de Jesús las cosas marcharían tal como los hombres quisieran que fuese, tal pareciera que la muerte triunfó, pero no (Mt 27,62-66). Pues, se equivocaron completamente. La tumba está vacía (Mt 28,5-7). Ya no se puede pretender tapar con un dedo el sol. Jesús resucitó (Lc 24,34) con lo que queda demostrado que el hombre jamás tendrá la razón ante las verdades eternas que viene de Dios (Jn 18,37). Con su resurrección Jesús demuestra y desenmascara la hipocresía del hombre (judíos, fariseos, romanos). Donde está tu muerte, donde tu victoria?(Icor 15,55). Ahora que otros argumento tramarán los verdugos para justificar su ironía e hipocresía? (Mt 28,11-15). Las cosas de Dios son así. El hombre crea o no, Dios sigue con su proyecto de vida y amor (I Tm 2,4).

Los apóstoles están que se mueren de miedo a los judíos, para no ser descubiertos su filiación con el Jesús (Jn 20,19). Pues aun no salen del asombro, no aceptan que la noche ya paso… mayor sorpresa aun… Dios olvida, no tiene en cuenta lo falto de fe de los apóstoles, olvida lo que Pedro le negó (Mt 26,69-75), olvida que todos los discípulos lo dejaron solo en la cruz… lejos de echar en cara esos desatinos tan nefastos, entra a tallar la misericordia de Dios. La primera palabra del señor glorificado es: Paz a ustedes (Jn 20,19-21). Que palabra de consuelo y ternura. Jesús sigue apostando por los hombres y es que Dios es amor (I Jn 4,8). Y como si fuera poco, el señor glorificado les concede el don del Espíritu Santo (Jn 20,22). Ahora, les confía una nueva misión, ser sus testigos: Así como el padre me envió les envió  a Uds” (Jn 20,21). Pero una cosa es muy clara. Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu Santo.

Ya El Señor los había anticipado: “En adelante, el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni tengan miedo!” (Jn 14,26-27). Ahora pasan de hombres temerosos a hombres valientes; porque han sido resucitados por el mismo señor glorificado. Se abren las puertas, desaparece todo temor, cobardía; ya no hay temor a que los persigan o les crucifiquen igual que a su maestro. De eso ya han recibido con mucha anticipación del propio Señor: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto. Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,8-11). Y los apóstoles anuncian a los cuatro vientos: ¡Que, Jesús resucitó!.

Queda claro también que para esto es necesario la convicción firme de la fe, para eso el mismo Señor glorificado se encargó de reavivar la fe sus apóstoles y vio necesario aparecerse para cambiar el corazón incrédulo por ejemplo de Tomas (Jn 20,27) en un hombre lleno de fe… Y Tomas grito Señor mío, Dios mío (Jn 20,28). Hoy en cada bautizado, en cada creyente, actúa o debería de actuar el mismo espíritu de DIOS que nos lleva a profesar nuestra fe en el Dios uno y trino (Lc 3,22) principio de fe de nuestra Iglesia Católica, solo así seremos merecedores de aquella promesa de Jesús: donde estoy también estarán ustedes, gozarán la Vida eterna (Jn 14,1-3).

Permítanme terminar la reflexión de este domingo de la divina Misericordia con esta cita de San Mateo que nos dice a cada bautizado como una misión que cumplir: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).