lunes, 23 de agosto de 2021

DOMINGO XXII – B (29 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XXII – B (29 de Agosto del 2021)

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

7:1 Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,

7:2 y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

7:3 Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;

7:4 y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

7:5 Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?"

7:6 Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

7:7 En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.

7:8 Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

7:14 Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.

7:15 Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.

7:21 Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,

7:22 los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.

7: 23 Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermano Paz y Bien.

Anterior domingo: Jesús preguntó a los Doce: "¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro dijo: ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,67). Un día preguntaron: ¿Qué de bueno hare para heredar la vida eterna? Respondió Jesús: Cumple los mandamientos (Mt 1916). Las leyes de la salvación los pone Dios y no el hombre. Ya desde el inicio Dios impuso al hombre este mandato: “Puedes comer de todos los frutos de los árboles del jardín, pero no tocaras del árbol de la ciencia del bien y del mas, el día que toques de ella ten certeza que morirás” (Gn 2,16). Es Dios quien pone el límite entre el bien  y el mal y no el hombre. La gran tentación es que el hombre quiere comer del árbol prohibido poniendo a su criterio los límites del bien y del mal; ya el profeta advierte al respecto: “Ay de aquello que llaman bien al mal y al mal bien, cambien las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, arderán como pasto seco en el fuego” (Is 5,20). En lugar de buscar conveniencias, mejor seria hacer una obra de caridad con amor y todo será puro” (Lc 11,41).

Las lecturas de hoy nos hablan de la Ley de Dios y de los legalismos y anexos que se le habían ido haciendo a esa Ley divina a lo largo del tiempo, hasta que Jesús decide desglosar de todo lo que los hombres le habían ido agregando. Dios entregó a Moisés su Ley para el cumplimiento estricto de todos: del viejo pueblo de Israel y del nuevo pueblo de Israel, que es hoy la Iglesia de Cristo.  Más aún, es una Ley tan sabia, tan prudente y tan necesaria que es indispensable seguirla, tanto para el bien personal y como para el bien de los grupos, pequeños o grandes, y hasta para el bien mundial.

Por eso, aparte de estar esa Ley escrita en las piedras que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí, está también inscrita en el corazón de los seres humanos.  Y cuando nos apartamos de esa Ley, porque creemos encontrar la felicidad fuera de ella, nos hacemos daño a nosotros mismos y hacemos daño a los demás.

Y la Palabra de Dios, en la cual está contenida esa Ley, ha sido sembrada en nosotros para nuestra salvación, como nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la Segunda Lectura (St. 1, 17-18.21-22.27): “ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos”.   Es por ello que nos recomienda ponerla en práctica y no simplemente escucharla y hablar de ella.

Moisés, quien había recibido las instrucciones directamente de Dios, había instruido al pueblo así: “No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando” (Dt 4,2). Pero sucedió que, a lo largo del tiempo, se fueron anexando a la Ley una serie de detalles minuciosos prácticamente imposibles de cumplir, además de interpretaciones legalistas y absurdas que hacían perder de vista el verdadero espíritu de la Ley.

Por todo esto Cristo tuvo que aclarar bien lo que era la Ley y lo que eran los anexos y legalismos.  Y tuvo que ser sumamente severo contra los Fariseos, que regían la vida religiosa de los judíos, y contra los Escribas, que eran los que fungían de intérpretes de la Ley. (Mt. 23, 1-34 y Lc. 11, 37-47) Tal es el caso que nos narra San Marcos en el Evangelio de hoy (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23):  en una ocasión los discípulos de Jesús no cumplieron las normas de purificación de manos y recipientes, según se exigía de acuerdo a estos anexos y legalismos.

Ante el reclamo de unos Escribas y Fariseos, el Señor les responde algo bien fuerte: “¡Qué bien profetizó de ustedes Isaías! ¡hipócritas!  cuando escribió:  Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí ... Ustedes dejan de un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Mc 7,8).

 

A juzgar por la respuesta de Jesús, definitivamente se habían agregado cosas humanas a la Ley divina.  No habían cumplido lo que Moisés, por orden de Dios, había instruido:  no quitar ni agregar nada a la Ley.  Y por eso habían puesto cargas tan pesadas que ni ellos mismos cumplían (Mt 23,4).  Y cada vez que le reclamaban a Jesús el incumplimiento de estas cargas absurdas, con gran severidad les iba tumbando todos los legalismos y anexos que habían ido agregando a la Ley de Dios.

En otra oportunidad fue Jesús mismo quien se sentó a la mesa, precisamente casa de un Fariseo, sin la rigurosa purificación exigida.  Al anfitrión reclamarle, Jesús no se midió en su respuesta, ni siquiera por ser el invitado: “Eso son ustedes, fariseos.  Purifican el exterior de copas y platos, pero el interior de ustedes está lleno de rapiñas y perversidades.  ¡Estúpidos! ... Según ustedes, basta dar limosna sin reformar lo interior y todo está limpio” (Lc. 11, 37-41).   

Por eso Jesús les insiste en este Evangelio que lo importante no es lo exterior sino lo interior.  Lo importante no son los detalles que se habían inventado, sino el corazón del hombre.  Es hipocresía lavarse muy bien las manos y tener el corazón lleno de vicios y malos deseos.  Es hipocresía aparentar por fuera y estar podrido por dentro.  Lo que hay que purificar es el interior, lo que el ser humano lleva por dentro:  en su pensamiento, en sus deseos.  Los pecados brotan del interior, no del exterior...

Por eso, para corregir el legalismo absurdo, dice Jesús: “Escúchenme todos y entiéndanme.  Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.  Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (Mc 7,15.21-23).  Son todas cosas que nos ensucian y que debemos expulsar de nuestro interior para no estar manchados.

Nosotros tal vez no tengamos legalismos agregados, pero sí podríamos revisar nuestro interior a ver si tenemos cosas de esas que nos ensucian.  Y entonces limpiarnos con el arrepentimiento y la confesión.

La Segunda Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (Stgo. 1, 17-18; 21-22.27) nos recuerda la importancia de “aceptar dócilmente la palabra que ha sido sembrada” en nosotros, y que no basta escucharla, sino que hay que ponerla en práctica, sobre todo en obras de justicia, caridad y santidad: “visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y guardarse de este mundo corrompido”.

“Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, (Romanos 10, 6-7) de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?" Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt 30,11-13).

domingo, 15 de agosto de 2021

DOMINGO XXI - B (22 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XXI - B  (22 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6, 60 - 69:

6:60 Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?"

6:61 Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?

6:62 ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

6:63 El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

6:64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

6:65 Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".

6:66 Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.

6:67 Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?"

6:68 Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.

6:69 Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Les dijo Jesús: “Las palabras que les he dicho son Espíritu y Vida” (Jn 6,63) ¿Qué dijo Jesús en sus enseñanzas?: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54), y “El que me envió esta en la verdad y lo que El me enseño, eso es lo que yo enseño” (Jn 8,26). Pedro dijo a Jesús: ”A quien  iremos, tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6,68).

Cuando sucedió que alguno o muchos se retiraron, Jesús tuvo que llevarse una gran desilusión. Ver que toda aquella gente que decía seguirlo, de pronto se echa atrás y lo abandona. Jesús tuvo una gran desilusión, y no lo siente tanto por Él y sus enseñanzas cuanto por la gente misma. ¿Por qué por la gente misma? Porque no acepta el mensaje porque el precio del cielo es muy alto y se cierra a la buena noticia del Reino. Comenzaron el nuevo camino y se desalentaron. Comienzan a buscar excusas. “Esta palabra es dura. ¿Quién puede escucharle?” (Jn 6,60). ¿Qué Palabra del Maestro fue muy dura para la gente que se marchó? Jesús les dijo: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". ¿Cómo reaccionaron los judíos? Se escandalizaron y discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" (Jn 6,51-52). Estas afirmaciones de Jesús como “el pan que tenemos que comer”, tenían sin duda que sonarles a algo bien extraño.

Mientras Jesús nos habla del pan material o de la mesa, todo va bien. Recordemos aquella advertencia que Jesús  ya había hecho a la gente: "Les aseguro que ustedes no me buscan, porque entendieron el signo que les mostré sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que dura un día, sino por el pan que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Como vemos, ya Jesús advierte a la gente que los que lo siguen lo hacen por interés de saciar el estómago y no porque buscan saciar el espíritu. Al respecto san Pablo nos aclara que: “El reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino alegría y vida en el espíritu” (Rm 14,17).

Pues, ahora bien, cuando nos hablan de un nuevo pan: “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,58). Simplemente ya no entendieron ni entendemos nada. Lo mismo le sucedió a Nicodemo cuando Jesús le dice que tiene que “nacer de nuevo” (Jn 3,3-5) y él no entiende otro nacimiento que el regresar al vientre de su madre.

En ese discurso y enseñanza respecto al pan y el reino del cielo, se produce el conflicto del seguimiento y consiguientemente el requerimiento y decisión del hombre respecto a Jesús. Es una decisión libre y responsable de los hombres, como veremos, pero Jesús reitera que la iniciativa es totalmente de Dios. El primer paso es tener en cuenta cuando dijo: “Quien quiera venirse conmigo, que se niegue a si miso, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Mt 16,24). El siguiente paso es entender el consejo: “Lo que Dios espera de Uds. es que crean en el que Él envió. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (Jn 6,29.37.44.65). Es una decisión radical y no a medias, así nos advierte cuando nos dice: “Quien pone mano al arado y mira atrás no es digno del reino celestial” (Lc 9,62). Es decir, optar por Dios, no es cuestión de mera ilusión o de bonitas palabras, así por ejemplo aclara al joven inquieto que le dijo te seguiré a donde quiera que vayas: “Las zorras tienen madrigueras, las aves su nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,57).

Hasta ahora la decisión de la mayoría, incluidos de algunos discípulos, ha sido rechazar sus palabras y abandonarlo. Los únicos que no se han pronunciado aún son los Doce. Pero Jesús también va a urgir una decisión personal libre de ellos: “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). La respuesta de Pedro es libre y representa a los Doce, y también a todos los que creemos en Cristo: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”(Jn 6,68). Pero, según la afirmación de Jesús, ellos y nosotros respondemos así porque somos de aquellos a quienes “el Padre ha atraído”(Jn 6,65). Por eso nosotros seguimos diciendo con Pedro: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68). Y, sin embargo, “uno de los Doce” (Jn 6,70) lo iba a entregar. Ante esto no podemos más que exclamar: ¡Que insondable misterio el de la libertad humana! (Slm 8,5); “Dios al crear al hombre, y le dejó en manos de su propio conciencia el optar por la vida o la muerte” (Eclo 15,14).

Dios ya nos advierte en el A.T. por el profeta. “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí para que lo cumplamos? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? No, la palabra está muy cerca de ti, está en tu corazón y en tu boca, solo hace falta que la practiques” (Dt 30,11-14). Esa palabra que es la Palabra de Dios, se hizo Carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Jesús dice: “Yo soy camino, verdad y vida; nadie va al Padre sino por mi” (Jn 6,14). De modo que, Jesús pone el precio del cielo y nadie puede pedir rebajitas porque no ha venido a baratear o regalar el cielo a nadie. Por eso nos dijo también: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Además Dios no pide nada al hombre aquello que este fuera del alcance del hombre. Dios no suele jugar con trampas. Por eso exige de cada uno de nosotros que digamos si cuando es si y no cuando es no y todo lo que está fuera de ella viene del maligno (Mt 5,37). Pero eso sí, cada una de esas respuestas tiene consecuencias por eso es ahora cuando hemos de decir sí o no, el si es optar por tu salvación y el no por tu condenación (Mc 16,16).

a) “Este lenguaje es difícil, ¿Quién podrá seguirlo?” (Jn 6,60) Las exigencias de Dios siempre nos resultan difíciles porque rompen nuestros esquemas mentales y nuestros planes y proyectos. Y en eso nos escudamos para no creer. O para hacer y trazar otro camino (falso), el camino más fácil para llegar al “Cielo” y para eso habrá que inventar otro Dios, otro cielo y otra iglesia. Y para llevar adeptos a esa iglesia, lo peor como hoy sucede habrá que embarrar y decir que esa Iglesia es tradicional y anticuada. Ya saben a qué grupos me refiero: Las sectas.

b) “Algunos no creían en Jesús” (Jn 6,64). Es curioso que algunos quieran aparentar y simular seguir al Señor, se puede estar en la Iglesia, ser incluso bautizado, llamarse cristiano y, sin embargo, no tener fe. Más que seguirle nos sentimos llevados por la razón. Hasta somos capaces de disimular nuestra falta de fe. Con razón dijo el Señor: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7,21). O aquello nos dijo: "Ustedes aparentan ser rectos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios” (Lc 16,15).

c) “Jesús sabía quién de ellos le iba a entregar” (Jn 6,64b). El Señor sabe que en el grupo está el traidor (Jn 6,70); sin embargo, no lo echa, no lo excluye. Prefiere darle todas las oportunidades para que la gracia toque su corazón. Es posible que nosotros le hubiésemos echado de una vez por todas. Con razón nos explicó esa parábola del trigo y la cizaña: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla en el horno encendido, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). El Señor es misericordioso hasta el último, pero el límite de esa misericordia es la justicia de Dios que un día se cumplirá.

d) “Muchos se volvieron atrás y no le siguieron más.” (Jn 6,66). Dios es siempre respetuoso de la libertad del hombre. Le duele verlos marchar, pero no los retiene por la fuerza. La fe tiene que ser una decisión libre y no impuesta. El parámetro de la respuesta a Dios es el amor y no la fuerza. Dios ya nos había dicho: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,26). Porque como Juan nos dice: “Dios es amor” (IJn 4,8). Solo quien se siente amado por Dios sabrá decir si al Señor.

e) “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). En la Iglesia no se retiene a nadie forzado y obligado. Si alguien no se siente a gusto tiene las puertas abiertas. ¿Alguna vez nos hemos visto ante situaciones en las hemos tenido que tomar opciones radicales? Y es que no toda la vida podemos estar entre el sí y el no. Quizá algunos discípulos hubieran deseado responder al Señor: “Pero si nos vamos también nosotros, ¿Con quién te quedaras? ¿Quién te acompañara?”. Jesús no ha venido a ser condescendiente con nadie y menos a complacer a un grupo ni a una cultura. Recordemos cuando dijo: Si ellos se callan las piedras gritaran” (Lc 19,40). El hombre no es indispensable para Dios, por tanto no hace falta que Dios se ponga de rodillas ante el hombre para suplicarle a que lo siga. Por eso, si tú crees que con Dios estás perdiendo tiempo y crees que tienes cosas más importantes en tu vida que hacer, pues es bueno que te dediques a eso, pero también recuerda lo que ya nos dijo: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). Nuestro consejo es unirnos a Pedro y reiterar cada día: A quien vamos a ir tu tienes palabras de vida eterna (Jn 6,67).

lunes, 9 de agosto de 2021

DOMINGO XX – B (15 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XX  – B (15 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 1,39-56:

1:39 En aquellos días, María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá;

1: 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

1: 41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;

1: 42 y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre;

1: 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

1: 44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

1: 45 ¡Feliz tu que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

1: 46 Y dijo María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor,

1: 47 se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,

1: 48 porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitaran todas las generaciones. 

1: 49 Porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo.

1: 50 Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

1: 51 El hace proezas con su brazo: Dispersa a los soberbios de corazón,

1: 52 derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,

1: 53 a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

1: 54 Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia

1: 55 - como había prometido a nuestros padres - en favor de Abraham y de su descendencia por siempre.”

1: 56 María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor paz y Bien.

“Para Dios nada es imposible. María dijo al Ángel aquí está la esclava del Señor hágase en mi según su palabra” (Lc 1,37); “La palabra se hizo carne y habito entre nosotros” (Jn 1,14); “En verdad, en verdad les digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Estas citas contextualizan el mensaje de la fiesta que hoy celebramos: La asunción de la Santísima virgen María al cielo.

La asunción de María es un dogma definido solemnemente por Pío XII el 1 de noviembre de 1950 con la constitución apostólica Munificentissimus Deus ( MD), que explica su significado teológico y vital. Constituye una de las tres solemnidades marianas del año litúrgico: un misterio que se celebra desde hace siglos en las diversas iglesias de oriente y de occidente.

• "Yo pongo enemistad entre ti y la mujer... (Gén 3,15):  " La nueva Eva está estrechamente unida al nuevo Adán, aunque subordinada a él, en la lucha contra el enemigo infernal: "Lo mismo que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la lucha que tiene en común con su Hijo tenía que concluir con la glorificación de su cuerpo virginal" .

• (Ex 20,12): "Honra a tu padre y a tu madre" (Lev 19,3). "Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, no podía menos de honrar, como cumplidor perfectísimo de la ley divina, no sólo al eterno Padre, sino también a su madre. Así pues, pudiendo conceder a su madre tan grande honor, preservándola inmune de la corrupción del sepulcro, hay que creer que lo hizo realmente".

• "Glorificaré el lugar en donde se apoyaron mis pies"(Is 60,3). El cuerpo de la Virgen es el sagrario donde asentó sus pies el Señor.

• (Sal 45,10.14-16): "A tu diestra una reina adornada con oro de Ofir..., vestida de brocado, es conducida al rey...; en el palacio del rey entran". El texto del salmo se le aplica a María reina, "que entra triunfalmente en el palacio celestial y se sienta a la diestra del divino Redentor..., rey inmortal de los siglos".

• (Sal 132,8) "¡Levántate, oh Yavé, hacia el lugar de tu descanso, tú y el arca de tu santificación". Los padres, los teólogos y los oradores sagrados "ven en el arca de la alianza, hecha de madera incorruptible y colocada en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tan alta gloria en el cielo".

• (Cant 3,6; 4,8 y 6,9): "La esposa del Cantar, que sube del desierto, como columna de humo, perfume de mirra e incienso para ser coronada", es figura "de aquella... Esposa celestial que, junto con el divino Esposo, es levantada al palacio de los cielos".

• (Lc 1,28) "Ave, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres, ya que velan en el misterio de la asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular en oposición a la maldición de Eva".

• Ap 12: "No sólo en diversas figuras del AT, sino también en aquella mujer vestida de sol que contempló el apóstol Juan en la isla de Patmos.

De toda esta lista de referencias bíblicas utilizadas por la MD se comprende el motivo por el que Pío XII concluye: "Todas estas razones y consideraciones de los santos padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Escritura, que nos presenta a la excelsa madre de Dios estrechamente unida a su Hijo divino y participando siempre de su destino".

Examinando luego los testimonios de los padres y teólogos citados por la constitución, se pone de relieve que la unión indisoluble entre María y Jesús fue de un doble orden:

1) físico: en el sentido de que María, al acoger en su seno al Verbo divino y al revestirlo de nuestra carne, se convirtió en algo parecido al arca de la nueva alianza, en la sede de la Presencia encarnada de Dios entre nosotros. Por tanto, no cabe pensar que el cuerpo de la Virgen, tan estrechamente unido a la humanidad de Cristo en virtud de la función biológico-maternal, estuviera luego separado del Hijo, sometido a la corrupción del sepulcro;

2) moral: en cuanto que María (si a Dios); contrapuesta a  Eva (si a la serpiente) al lado y en dependencia del nuevo Adán (Cristo), participó íntimamente de la obra redentora del Hijo, en la lucha y en la victoria contra el demonio, el pecado y la muerte. Por eso, lo mismo que la resurrección fue el epílogo de la salvación realizada por Cristo, así también era conveniente que la participación de María en esta lucha se viera coronada por la glorificación de su cuerpo virginal.

Hasta aquí la exposición de la MD. Dicho en otras palabras, la iglesia ve en la asunción de María la consecuencia plena de los vínculos singularísimos que la unieron a Jesús, en el plano de la carne y todavía más en el de la fe. De esta unión privilegiada entre Madre e Hijo nos habla precisamente el mensaje de la Escritura. A través de una reflexión global sobre el misterio de María, el Espíritu Santo le sugirió a la iglesia que leyera entre líneas incluso lo que no dice expresamente la letra de la Escritura. Y así es como lo hizo la iglesia de ayer, como atestigua la MD. Lo mismo tendrá que hacer también la iglesia de siempre cuando quiera pensar una vez más en el destino último de María, en conformidad con la biblia.

Si queremos proseguir el discurso en esta dirección, he aquí -a título de ejemplo- algunas reflexiones que se han desarrollado a partir de la doctrina bíblico judía.

a) El pensamiento judío sobre el último destino del arca de la alianza. Hemos dicho que la asunción es un postulado de la maternidad divina de María, según la carne. Dios no podía permitir la corrupción de aquel cuerpo que fue el arca viviente de su Hijo (Jn 1,14 y Gál 4,4).

Permítasenos aludir a un tema más bien nuevo sobre esta cuestión. En efecto, parece ser que algo semejante intuyó el pensamiento judío poco antes y poco después de los tiempos de Jesús. El punto de partída lo constituyen los libros bíblicos, cuando hablan del arca de la alianza guardada en el templo de Salomón. El arca, como es sabido, era un templete de madera, dentro del cual estaban guardadas las dos tablas de la Ley que Moisés había recibido del Señor en el monte Sinaí, cuando se estipuló el pacto con el pueblo. En cuanto tal, el arca era considerada como el símbolo privilegiado de la presencia de Dios en medio de su pueblo, como consecuencia de la alianza sinaítica.

La biblia dice que cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén el año 597 a.C., "sacó de allí todos los tesoros del templo de Yavé y los tesoros del palacio real e hizo pedazos todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había fabricado para el santuario de Yavé" (2Re 24,13; 2Crón 36,10). Luego, en el asedio definitivo de 587, el mismo soberano incendió el templo y lo despojó de todos los objetos preciosos que servían al culto (2Re 25,9-17; Is 39,6).

En una obra más tardía, o sea 2Mac (s. II a.C.), se registra una piadosa tradición que refiere en términos más explícitos estas especulaciones sobre las peripecias que atrevesó el arca después de la destrucción del templo. Atendiendo a un oráculo divino, se dice, el profeta Jeremías se llevó el arca, con el tabernáculo y el altar del incienso; seguido por los deportados, se puso en camino hacia el monte Nebo, desde cuya cima había contemplado Moisés la tierra prometida. En la montaña, Jeremías encontró una caverna, y depositó allí los objetos traídos del templo, tapando la entrada. Algunos de los que le habían seguido volvieron para rastrear el camino, pero no lograron encontrarlo. Cuando se enteró de ello, el profeta se lo reprochó diciendo: "Ese lugar quedará ignorado hasta que Dios realice la reunión de su pueblo y tenga misericordia de él. Entonces el Señor descubrirá todo esto y se manifestará la gloria del Señor y la nube, como se manifestó en tiempos de Moisés y como cuando Salomón oró para que el templo fuese gloriosamente santificado" (2Mac 2,4-8).

En el Apocalipsis de Baruc 6,1-10 (/apócrifo de finales del s. 1 a.C.) leemos que fue un ángel enviado por Dios el que se llevó aquellos objetos sagrados, confiándoselos a un lugar escondido de la tierra, antes de que los babilonios derribasen el templo.

El Apocalipsis parece recoger un eco de esta tradición cuando escribe: "Entonces se abrió el templo de Dios, el que está en el cielo, y se vio en su templo el arca de su alianza" (Ap 11,19).

De todas las voces que aquí hemos recogido se puede formular la siguiente conclusión, a título de hipótesis. El arca, como signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, es incorruptible. Efectivamente, la alianza de Dios con Israel es eterna. Por eso el arca no puede perecer. Incluso después de la destrucción de Jerusalén y del templo, el Señor se cuida de ella hasta llegar a guardarla consigo en el cielo.

Fabulaciones ingeniosas, se dirá. Sin embargo, incluso a través de estos recursos del lenguaje humano Dios iba preparando a su pueblo para la comprensión de la figura de María. En adelante, ella habría de ser el arca de la alianza nueva y eterna de Dios con el hombre. Con la asunción, según dice el profeta (Is 60,13, Vulgata), Dios glorifica el lugar en donde se apoyaron sus pies.

b) Asunción: consecuencia de la unión perfecta de María con su Hijo. La asunción es el efecto pleno de la unión de María con el Hijo en el orden de la fe.

En la misa del 15 de agosto, antes de 1950, se leía Lc 10,38-42, que presenta a Jesús acogido en casa de Marta y de María. Marta está totalmente ocupada en las faenas domésticas, mientras que María está escuchando la palabra de Jesús, sentada a sus pies. Y Jesús dice: "Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas y sólo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor, que no se le quitará".

Había una clara intención en la elección de este pasaje. María, la hermana de Lázaro, totalmente entregada a escuchar al Señor, es figura de María, la madre del Señor, abierta siempre a la escucha-obediencia a la palabra de Dios. Precisamente por haber acogido en todo momento esta palabra, María fue asunta al cielo, o sea, fue acogida ella misma por el Hijo en aquel lugar que él nos ha preparado con su muerte y resurrección: "Voy a prepararos un lugar; y cuando me fuere y os haya preparado un lugar, volveré otra vez y os tomaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).

Por tanto, la asunción nos remite al misterio pascual. ¿Por qué resucitó Jesús? La Escritura responde que la resurrección -tanto de Jesús como de sus discípulos- no es un fenómeno puramente determinista, es decir, regulado por leyes químicobiológicas; en su raíz, es la consecuencia de una opción moral.

Efectivamente, para Jesús la resurrección fue la respuesta del Padre a su obediencia: "Se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo... y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz... Por ello Dios le exaltó "(Flp 2,7-9). Igualmente, para los cristianos hay resurrección si escuchan la voz del Hijo de Dios y creen en él. Dice así Jesús: "En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen vivirán... Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán; los que obraron bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación" (Jn 5,25-29). "Es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

Y esto es lo que pasó con María. Ella participa de la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida con él, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. Su misma maternidad carnal estuvo precedida y se hizo posible por el fiat, es decir, por el asentimiento libre que María prestó al ángel Gabriel cuando le anunció la propuesta que Dios le hacía. Pues bien, la asunción es la epifanía de la transformación tan profunda que la semilla de la palabra divina produjo en María, en la integridad de su persona. Decía Jesús: "Mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6,63).

La liturgia actual de la asunción, en la misa de la vigilia, sintetiza oportunamente la dimensión física y moral que María contrajo con Jesús. La primera lectura, sacada de 1 Crón 15,3-4.15-16; 16,1-2, tiene como tema el arca de la alianza, símbolo profético de la Virgen madre, que llevaría a Dios en su seno como arca de los tiempos nuevos. El paso evangélico de Lc 11,27-28 recoge la alabanza materna que una humilde mujer del pueblo tributó a Jesús: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!" En su respuesta, Jesús desplaza el acento de esta bienaventuranza: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican". Esto quiere decir que María atrajo las complacencias de Dios por haber llevado a Jesús en su corazón más aún que en su seno.

Aquí está la raíz de su glorificación junto a su Hijo. Al convertirse en sede de la Sabiduría encarnada, se hizo partícipe de la inmortalidad, de la incorrupción: un don, dicen los libros del AT, del que es dispensadora la Sabiduría, es decir, la acogida amorosa hecha a los designios de Dios expresados en las Escrituras (Sab 6,17-20; 8,17; Prov 8,35).

María asunta, imagen de la iglesia futura. María asunta al cielo es la imagen escatológica de la iglesia. La glorificación final de María es una de las "grandes cosas" con las que Dios da señales a su iglesia. Es una prenda de lo que toda la comunidad de los creyentes está llamada a convertirse. Esta relación entre María y la iglesia, incluso en lo que concierne a la asunción, puede encontrar su fundamento bíblico en las palabras que Jesús dirigió a su madre y a su discípulo amado desde la cruz: "He ahí a tu hijo.:. He ahí a tu madre" (Jn 19,26-27a). Con aquel testamento Jesús intentaba dar a María como madre a todos sus discípulos, representados en el discípulo presente yunto a la cruz.

Pues bien, según la doctrina bíblico-judía, la paternidad o maternidad espiritual lleva consigo también, entre otras cosas, la ejemplaridad. Esto quiere decir que un padre o una madre espiritual son modelo para sus hijos (lCor 4,15-16; 1Pe 3,6; Jn 8,39). Aplicando el discurso a María en cuanto madre de la iglesia, esto significa que cualquier aspecto de su persona (virtudes, privilegios, etc.) tiene una repercusión eclesial, es decir, se convierte en figura, tipo, ejemplo de lo que la iglesia tiene que ser, en la fase peregrinante y en la gloriosa. La asunción anticipa en la persona individual de María el estado de la iglesia entera en la vida del "mundo venidero".

Como es sabido, el Vat II (LG 68) ha querido relanzar este aspecto eclesial del dogma de la asunción con estas afortunadas expresiones: "La madre de Jesús, lo mismo que está ya en el cielo glorificada en el cuerpo y en el alma, como imagen y comienzo de la iglesia que tendrá que tener su cumplimiento en la edad futura, así también brilla ahora en la tierra delante del pueblo de Dios peregrino como signo de segura esperanza y de consolación, hasta que llegue el día' del Señor (2Pe 3,10)". Y en SC 103 se afirma que en la Virgen la iglesia "contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que toda ella desea y espera ser".

lunes, 2 de agosto de 2021

DOMINGO XIX – B (08 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XIX – B (08 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6, 41-51

6:41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo".

6:42 Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"?"

6:43 Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes.

6:44 Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.

6:45 Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

6:46 Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios sólo él ha visto al Padre.

6:47 Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.

6:48 Yo soy el pan de Vida.

6:49 Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.

6:50 Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en la fe Paz y Bien.

"Yo soy el pan de Vida" (Jn 6,48).

“Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50). Esta enseñanza aclara lo que ya nos dijo el Señor: "Ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27).

El evangelio de Juan (6,41-51) nos coloca frente a frente con Jesús en su realidad humana, en cuanto es “Verbo hecho Carne” (Jn 1,14); y en su realidad divina, es “bajado del cielo”(Jn 6,38). En medio de estas dos dimensiones, el de la divinidad y el de la humanidad, se coloca una vez más el término “Pan”: “Sus padres comieron mana en el desierto y murieron… yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,48-51).

La Palabra (=Verbo) se hace carne y la carne se ofrece como el pan, y es así como Dios actúa desde el cielo para vivificar el mundo. En la Eucaristía se encuentra el doble movimiento: 1) el de la oblación sacrificial de Jesús que va camino hacia el Padre y en esa entrega pone al hombre en la dirección de la comunión de vida (eterna) con Dios; y 2) el don del Padre que, por medio de su hijo, ofrece lo que le es más querido para salvar al mundo.

Pero frente a esta “revelación” cuenta mucho la actitud de parte del hombre. En el pasaje que leemos este domingo notamos un giro importante: la multitud buscadora, sedienta de conocimiento de Dios (Jesús pedagógicamente la llevó a esta toma de conciencia), se comporta ahora como los judíos incrédulos de otros tiempos en el desierto, cuando ponían en duda la capacidad de Dios para salvarlos.

Jesús se acababa de presentar como el “Pan de la Vida” (Jn 6,35) y también había dicho claramente que su tarea es de “dar vida”, viene del Padre: “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”(Jn 6,38), luego es el “Pan bajado del Cielo” (enunciado en Jn 6,33). El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprenden que el término “pan” es sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, de la cual la “escucha” se convierte en invitación a la cena (Comer), en asimilación, en nutrición, en vida y resurrección.

Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la bellísima expresión “Pan de Vida” (Jn 6,48), significa ante todo “Palabra que hay que acoger (=creer) y encarnar (=comer)”, su verdadero sentido es “Pan de vida = Palabra hecha carne” (Jn 1,14).

Los términos del pasaje que nos ofrece la liturgia de este domingo, nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo. Siendo así, la Eucaristía es una síntesis del Evangelio (Buena Noticia= Dios con nosotros Is 7,14).

Que en este domingo, dejándonos atraer desde fondo del corazón por Dios Padre, todos nuestros deseos se vean colmados por la presencia del Verbo de Dios entre nosotros, misterio de amor por el cual el “Dios por nosotros” viene a nuestro encuentro en la Eucaristía, nos redime del sin-sentido y de todo lo que hace absurdo (no futuro) nuestro existir, y nos impulsa por el camino de la “vida”. Jesús viviente (pan vivo) en nuestra carne mortal es el rostro del hombre que sabe vivir.

¿Qué lugar ocupa esta parte de la catequesis dentro del desarrollo del capítulo 6 de Juan?

Cuando uno trata de determinar el hilo conductor del discurso de Jesús en este capítulo, se encuentra con serias dificultades, ya que hay muchas repeticiones y temas que se sobreponen. Pero tampoco es un caos. Lo cierto es que se necesita una lectura amorosa y paciente para que salga a flote su sentido más profundo.

La catequesis sobre el “Pan de Vida” nos coloca ante una cascada de sentimientos, de imágenes, de afirmaciones cristológicas que hay que: 1) saborear una por una, para luego 2) hacer la síntesis en el corazón. El capítulo 6 de Juan está construido de tal manera que nos involucra en la conversación que lo atraviesa del comienzo al fin, provocando también en nosotros un coloquio serio y profundo con Jesús. Este es un pasaje en el que el paso a la meditación y a la oración es casi inmediato.

Las partes del capítulo están conectadas por siete preguntas y dos afirmaciones fuertes que articulan una confesión de fe:

1) Primera pregunta: “¿Rabí, cuándo has llegado aquí?” (Jn 6,25). Una pregunta casi banal, circunstancial: la gente se extraña de encontrar a Jesús en Cafarnaum, mientras creían que estaba al otro lado del lago (no saben que ha caminado sobre las aguas). Ésta conecta la multiplicación de los panes con el comienzo de la catequesis en la sinagoga de Cafarnaum.

2) Segunda pregunta: “¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios?” (Jn 6,28). Notemos cómo se va subiendo el tono de la conversación y se inicia una búsqueda profunda. Se indaga por el cómo vivir en sintonía con la voluntad de Dios.

3) Tercera pregunta: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron mana en el desierto que Dios les dio” (Jn 6,30). De repente de la conversación pacífica se pasa a la polémica: se le pone un desafío al Maestro que lo lleva a hacer su propuesta claramente. Llegando a este punto, se hace una pausa para expresar la apertura de la fe: “No fue Moises quien, le dio el pan, es mi padre el que les da el verdadero pan del cielo… le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan” (Jn 6,34). Una petición que se parece a la de la samaritana cuando pidió el agua viva (Jn 4,15). El auditorio ya ha sido puesto en la ruta correcta para comprender a Jesús, pero la revelación más importante no ha sido dada.

4) Cuarta pregunta: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora ‘he bajado del cielo’?” (Jn 6,42). Ante la revelación sobre el origen de su vida y de su obra, comienzan una serie de preguntas contestatarias, calificadas por el evangelista de “murmuraciones” (término técnico de la Biblia para expresar las resistencias para creer).

5) Quinta pregunta: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). Jesús es malinterpretado, lo cual da pie para su máxima revelación. Se llega así al corazón del misterio.

6) Sexta pregunta: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6,60). El discurso acaba de terminar. Ahora asoman su rostro en el relato los discípulos. Ellos expresan su resistencia para seguir siendo discípulos y vivir a fondo la propuesta del Maestro. Sale a flote la dificultad del seguimiento.

7) Séptima pregunta: “Señor, ¿A quién iremos?” (Jn 6,68ª). El verdadero discípulo es el que “cree”, el que sigue a Jesús por el camino revelado por Él. Al final, un grupo de discípulos presidido por Pedro da el salto de la fe. Se le hace eco al punto de partida de todo este capítulo, la pregunta que salió de la boca de Jesús: de dónde sale el pan que alimenta a la humanidad (Jn 6,5). Y así llegamos al punto final, que es la confesión de fe propia del que se hace discípulo: “Tú tienes palabra de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).

¿Cuál es el giro que se da en la cuarta pregunta? (la que nos confronta hoy) Como ya lo vimos, el diálogo con Jesús se va desarrollando en un sentido “ascendente”, que va desde lo ingenuo hasta lo más polémico y provocador, al ritmo de las preguntas. El pasaje de Juan 6,41-51 corresponde al planteamiento y a la respuesta de la cuarta pregunta. A partir del Jn 6, 41 comienza la polémica que el evangelista recoge en tres murmuraciones, la última de las cuales es explícitamente de los discípulos (Jn 6, 60).

1) Las tres primeras preguntas se le atribuyen a la “muchedumbre”, de repente el evangelista anota “los judíos”. No hay un cambio de auditorio, es que la multitud se está comportando como los judíos incrédulos. Se baja una película ya conocida en la Biblia: las murmuraciones del desierto.

2) Las tres primeras son preguntas abiertas y directas de la multitud que quiere ir más a fondo en el diálogo con Jesús, de la cuarta a la sexta notamos un cambio en la forma y el contenido. (a) se trata de cuchicheos, (b) se plantean resistencias para creer. El auditorio ávido de saber, ahora lo está por rechazar. Pero es en este momento de crisis, cuando Jesús va a dar nuevas indicaciones para que se pueda comprender la naturaleza de su persona y de su misión, lo que lo hace distinto y capaz de cumplir con la promesa de vida y de salvación que ha hecho. Con fuertes argumentos bíblicos Jesús no les deja a sus oyentes más que dos alternativas: aceptar o rechazar.

La idea central: El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprenden que el término “pan” es sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, de la cual la “escucha” se convierte en invitación a la cena, en asimilación, en nutrición, en vida y resurrección. Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la bellísima expresión “Pan de la Vida”, significa ante todo “Palabra que hay que acoger (=creer) y en encarnar (=comer)”, su verdadero sentido es “Pan de vida = Palabra hecha carne”.

Los términos de este pasaje, nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo. Y siendo así, la Eucaristía es una síntesis del Evangelio como Jesús es lo que es Dios (Jn 1,18).

Por detrás de la objeción que le plantean a Jesús está el tema de la murmuración del pueblo de Israel en el camino del desierto durante el éxodo (ver Éxodo 15,24; 16,2.7.12; 17,3; Nm 11,1). Tampoco ahora reconocen a Jesús como el enviado del Padre. Se escandalizan por su origen humilde. Jesús responde así: la fe es, a final de cuentas, un don de Dios, en forma de enseñanza. Quien acoge esta enseñanza, se abre a Dios. Jesús cita a Isaías 54,13 (Jeremías 31,31-34).

Las murmuraciones son el resultado de la resistencia (como ocurrió en el éxodo) para dejarse conducir por Dios. El verbo “comer” ayuda a estructurar esta parte del discurso. Pasamos del acento existencial al acento sacramental-eucarístico. Aquí, la diferencia entre Moisés y Jesús es radical: Jesús, Él mismo, da la vida, el maná era simplemente un alimento material. Jesús es el verdadero maná que alimenta para la vida eterna.

En la frase “Mi carne para la vida del mundo” hay que entender “carne” como el cuerpo de Jesús entregado en la Cruz. El “para”, término que también aparece en los relatos de la institución de la Eucaristía en los otros evangelios, señala el sentido de la muerte sacrificial de Jesús.

lunes, 26 de julio de 2021

DOMINGO XVIII – B (01 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XVIII – B (01 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6,22-35:

6:22 Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.

6:23 Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.

6:24 Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

6:25 Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?"

6:26 Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque comprendieron los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.

6:27 Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello".

6:28 Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?"

6:29 Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".

6:30 Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?

6:31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".

6:32 Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;

6:33 porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo".

6:34 Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".

6:35 Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. PALABRA DEL SEÑOR

Amigos en el Señor Paz y Bien.

 "¿Qué debemos hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). ¿Qué creer en el envido de Dios? Lo que El enseña: “El que me envió esta en la verdad y lo que él me enseño, eso es lo que yo enseño al mundo" (Jn 8,26): “El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).

Tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales les abre nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente: Primero Jesús les dice: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna” (Jn 6,27). Trabajar por la comida del día es importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días con el sudor de la frente (Gn 3,19). Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Mt 26,26).

La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy, sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”. Y no perdamos de vista esto: a diferencia de los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos insatisfechos. Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida (que tiene su importancia, es claro) tenemos una necesidad más profunda que tenemos que resolver y que si sabemos resolver lo segundo: el vivir plenamente podremos resolver con mayor sentido lo primero, el sostener y promover la vida hoy.

Luego les dice: “...El que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27). Jesús se da a sí mismo un título: “Hijo del hombre”. Es curiosamente un título de “gloria”, pero que pasa por la “pasión”.

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje. Finalmente dice: “... Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”. La autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de Dios”.

¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido era en firme. En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de Dios (la fidelidad de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.

Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado” (Jn 6,28-29). Tener esa firmeza, creer en el que Dios envió: Jesús, el Hijo único (Jn 1,18). Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿dónde hay que poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios? En esta parte del diálogo de Jesús con la gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la relación de los hombres con Dios.

Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios. La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias. En la frase “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”, se deja entender que lo que Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su “corazón”. Y esto es importante.

La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”. Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.), y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad. La “obra” que Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios: más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús) desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio, institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra vida. Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a profundizar enseguida.

Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (Jn 6,30-33): “Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,31-32). Pero la respuesta del Señor es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33).

La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?

La interpelación a Jesús por parte de los judíos: Ellos entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,30-31) Esta parte de la conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino estaría esperando. Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en la historia: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?” (Jn 6,30). Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.

Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? (Mt 14,16-21). Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente una de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le piden que actúe en ese plano. El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron del maná en el desierto...” (Jn 6,31). El hecho de que todavía tengan en mente la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.

El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías. Pero, ¿qué es lo que tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del “maná”?

Se le pide que repita un milagro de bellísimas implicaciones o evidencias: 1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de coriandro), pero también una provocación al misterio. La palabra “maná” significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu). ¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia? 2) Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente. Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el pan del Dios”:  “Este es el pan que Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos” (Salmo 78,24). 3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo; de ahí que se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor hará descender maná del cielo”.

Los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando: “Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”. Por lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo” (como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que lleva su nombre.

Respuesta de Jesús: "En verdad, en verdad os digo: (a) No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo (b) y da la vida al mundo” (Jn 6,32-33). La raíz de las dificultades para “creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos” de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba contundente. La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios, sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta, con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad os digo...”) hace básicamente dos afirmaciones: La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (Jn 6,32). La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? (Jn 6,33).

domingo, 18 de julio de 2021

DOMINGO XVII – B (25 de Julio de 2021)

DOMINGO XVII – B (25 de Julio de 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6,1-15:

6:1 Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.

6:2 Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.

6:3 Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

6:4 Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

6:5 Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?"

6:6 Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.

6:7 Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".

6:8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:

6:9 "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?"

6:10 Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.

6:11 Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

6:12 Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".

6:13 Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

6:14 Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".

6:15 Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

Jesús les dijo: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque comprendieron los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26). “El pan que Dios da es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).

¿Por qué hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Precisamente hay hambre en el mundo porque muy pocos dan poco y hay gente que no da nada para compartir. Teniendo cinco panes e incluso tienen más de cinco panes, pero no quieren compartir. Los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos" (Mt 14,15-16).

El domingo anterior resaltamos el episodio: “Los apóstoles se volvieron a reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y Jesús les dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos que cada domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la santa misa. En el descanso escuchamos la palabra de Dios. Y de la escucha, salimos a enseñar (evangelizar). Pero hay algo que aún falta: Hacer vida o vivir lo que enseñamos.

El evangelio leído consta de: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la parte central y nos detendremos en detallar.

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9). Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da, tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).

Jesús pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los actos de caridad.

La segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt 26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil hombres.

Cómo habría sido ese acontecimiento!  Una multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas.  Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud... y  todavía quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados?  Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho entre los presentes que los llevaba consigo.  Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad.  En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas.  Ante la objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”.   Y así fue, tal como dijo el Señor.  Otro milagro de multiplicación.

En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien.  En el caso de Jesús, de cinco panes y dos peces comieron unos quince mil.  Las cantidades no importan, sino como dato referencial.  Lo que importa es el milagro de la multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos?   Notemos que los dos milagros no se realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos comestibles.

Dios, como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de la nada.  Si nos creó de la nada, por supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación, nuestro aporte.  Y ese aporte suele ser como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir.  Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para él.  Fue muy generoso.  En el caso de Eliseo, fue un hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo.  Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?

“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.  Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144). Así hemos cantado en el Salmo de hoy.  Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El.  Debemos estar siempre confiados en la Divina Providencia.  Nos lo muestran las Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.  Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento?  ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?  Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”.  (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros.  Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.  ¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).

Pero Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor –si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar también las necesidades espirituales.  Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de todos”.  Ahora bien, para Dios actuar a través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios.  Y amar a Dios significa buscar su Voluntad para ser y hacer como El desea.  Sólo así estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas, pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.

El acto de caridad nace del amor.  Y Dios actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8,2-3).

Después de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:

“El pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).

Y terminamos esta reflexión con esta y más contundente respuesta de Jesús respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).