martes, 11 de enero de 2022

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (09 de Enero de 2022)

 DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (09 de Enero de 2022)

Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16. 21-22:

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo

3:22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". PALABRA DEL SEÑOR

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Jn 3,5-6). “El crea y se bautice se salvara, pero el que no quiere creer se condenara” (Mc16,15).

Con el bautismo del Señor terminamos y cerramos el tiempo de navidad. E iniciamos el tiempo ordinario. El bautismo, el primer sacramento que todo creyente debe recibir y no solo el bautismo, sino también los demás sacramentos.  ¿Qué finalidad tienen los sacramentos en la vida de un creyente? La finalidad es la de cumplir el mandato supremo de Dios: “Yo soy Yahveh, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los sacramentos como el bautismo nos santifican. Y la santidad nos sirve para estar con Dios (salvación). El Hijo participa del bautismo para darnos a entender que el Padre y el Hijo, unidos en el Espíritu Santo es uno: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22);  “Este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la parte final de su ministerio.

Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 10 de febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).

 8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

martes, 28 de diciembre de 2021

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (02 de Enero del 2022)

 DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (02 de Enero del 2022)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén

2:2 y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".

2:3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.

2:4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.

2:5 "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel".

2:7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,

2:8 los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".

2:9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

2:10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,

2:11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.

2:12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor que ha venid a salvarnos del pecado en su Hijo, el niño Jesús.

“Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti” (Is 60,1).

“Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). “Dios es el que da la sabiduría, de su boca procede saber e inteligencia; cuando entre la sabiduría en tu corazón, la ciencia será dulce para tu alma” (Prov 2,6;10). “Feliz el hombre que encuentra sabiduría, porque la sabiduría es mejor mercancía que la plata y más rentable que el oro fino” (Prov3,13). Por el don del espíritu de Dios, el hombre naturalmente busca a Dios.

Epifanía (manifestación). Hoy celebramos la manifestación de Jesús, el Salvador, al mundo pagano, representado por los sabios de oriente (científicos de la época): Guiados por la luz de la estrella buscan al rey de los judios: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo"(Mt 2,2). La estrella que habían visto en Oriente los guiaba, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño” (Mt 2,9).

Este gesto del Señor nos desvela el sentido de su venida a la tierra: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (Jn 12,44-46).

 Ha venido con la misión de ofrecer la salvación a todas las gentes, de todos los lugares y de todos los tiempos. Es el día en que también nosotros, que no somos del pueblo judío por nacimiento, hemos recibido el don de la fe en Jesucristo, enviado del Padre para la salvación del mundo (Jn 3,16; I Jn  4,9).

Este relato de Mateo es una catequesis que nos indica cómo se manifiesta el Señor en todo tiempo y cómo nosotros podemos encontrarlo (Mt 2,9). Por lo tanto, lo hemos de leer más como un relato de fe que como una narración de tipo histórico.

Unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén (Mt 2,1): Estos personajes, (magos, científicos de la época) presentados por Mateo, significan: La necesidad de los humanos de encontrarse con el verdadero Dios; desde la realidad de la vida de cada uno (familia, profesión, trabajo…), cada persona ha de preguntarse siempre dónde y cómo se presenta Dios en la vida de cada uno; la decisión de abandonar su casa y su país simboliza el proceso que constantemente realiza el que con sinceridad quiere encontrarse con el Señor; la estrella que les guía es la luz de la fe (Lc 17,5), la llamada de Dios, que comienza a iluminar la oscuridad de su situación religiosa; estos rasgos manifiestan el deseo de iniciar un camino, un proceso, para encontrar a Dios (Jn 14,6).

En Jerusalén, los sabios dan testimonio de la llamada de Dios: Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo (Mt2,2); vencen las malas intenciones de Herodes; y la ignorancia de los sumos sacerdotes y de los maestros de la ley; se dejan orientar por la Palabra de Dios, en la profecía de Miqueas (5, 2), que los maestros de la Ley indican (Mt 2,5-6); nuevamente la estrella de la fe los guía hasta Belén (Mt 2,9).

Hallaron al Niño con su madre María y lo adoraron (Mt 2,11): Al experimentar de nuevo la iluminación de la fe en su camino, se llenaron de una inmensa alegría (Mt 2,10). El esfuerzo de los viajeros por seguir la luz incipiente de la fe logró, al fin, encontrar al Niño con su Madre. María es figura de la Iglesia, en la cual encontramos al Salvador. Lo adoraron como a Dios postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra (Mt 2,11).

Los reyes magos de oriente reconocen al Mesías en aquel Niño desvalido y pobre. Dios los ha orientado y fortalecido a lo largo de su camino de fe, poniendo de su parte el interés y el sacrificio por salvar enormes dificultades y, al fin, encontrar al Salvador. Los dones que ofrecen al Niño son símbolo de su propio reconocimiento, agradecimiento y ofrenda de sí mismos y de sus vidas.

Lo adoraron. Adorar es, sobre todo, reconocer y agradecer el don de la vida en Dios, recibido gratuitamente, que nos lo regala desde su infinito amor. La semilla de la fe la recibimos en el bautismo, de manos de nuestra Madre la Iglesia, sin nosotros merecerla ni buscarla.

La catequesis nos tiene que conducir a reconocer en Jesús al mismo Dios, que nos ama y nos llena de sus dones, del mejor don, que es Él mismo, con Jesús en el Espíritu.

Regresaron a su país por otro camino (Mt 2,12). Una vez que los sabios de oriente adoraron al Señor, entregándose a Él, quedaron transformados por el encuentro con el Mesías. Y regresaron a su tierra, convertidos, como personas nuevas, contentos de la experiencia vivida en aquella humilde vivienda. El encuentro con Dios suscita ser nueva criatura. Somos hombres nuevos:  “Ahora, desechen todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de su boca.  No se mientan unos a otros. Despójense del hombre viejo con sus obras, y revístanse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador… Revístanse, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col3,8-12).

miércoles, 22 de diciembre de 2021

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA – C (26 de Diciembre de 2021)

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA – C (26 de Diciembre de 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 2,41-52:

2:41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

2:42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta

2:43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres.

2:44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos;

2:45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

2:46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles;

2:47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.

2:48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.”

2:49 El les dijo: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”

2:50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

2:51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

2:52 Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

Como creyente hemos de recordar siempre tres cosas respecto a Dios: 1) Que Él es nuestro Creador (Gen 1,26). 2). Dios nos ha sacado de Egipto de la esclavitud, para ser nuestro Dios. Nos manda que seamos santos porque Él es santo” (Lv 11,45). 3)  Dios se desposará para siempre con la humanidad en el amor, justicia, derecho, fidelidad, misericordia” (Os 2,21).

Dios es amor (I Jn 4,8) y nos ama a todos. Por eso en su enseñanza Jesús respecto al matrimonio dice: “Ya no son dos, sino una sola carne, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,9) Luego se nos dice: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén (Iglesia celestial), que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).

En el Antiguo Testamento: Dios mando a Moisés, diciendo: "Conságrame todo primogénito, porque todo lo que abre el seno materno entre los israelitas, tanto de hombres o animales, míos son todos” (Ex 13,2). Y toda mujer que dé a luz sea niño o niña, se purificará ofreciendo a Dios una res menor o dos tórtolas o dos pichones” (Lv 12,6-8).

El evangelio de Lucas nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35); la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (Lc 2,39-40); Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2,41-52). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Ángel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I Divina Persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina Persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios: Simeón antes de morir tiene que ver al Mesías del Señor” (Lc 2,26). Luego de ver al Mesías dice “mis ojos han visto a tu salvador” (Lc 2,30). Este misterio de la salvación (Misión del Hijo) es la nueva alianza, del que el Profeta ya decía: “Esta es la Alianza que estableceré con el pueblo de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33). Es decir Dios se desposa con la humanidad. Ya no somos dos, sino uno solo: Dios y el hombre, El novio (Hijo) y la novia, (la Iglesia), y porque Dios está con nosotros, el Enmanuel (Mt 1,23).

Respecto a la familia, el catecismo de la Iglesia nos dice que es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Al crear al hombre y a la mujer (Gen 1,26), Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causal, la cual es el matrimonio. Y Jesús instituyó el matrimonio cuando dijo: “Ya no son dos sino una sola carme. Por eso lo que Dios ha unido que no solo separe el hombre” (Mt 19,6).

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales (Lc 2,6).  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

 Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19): En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer, vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14): San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo»( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34): En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división" (Lc 12,51-53). La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35).

4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 7,16). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.

jueves, 16 de diciembre de 2021

IV DOMINGO DE ADVIENTO – C (19 de Diciembre del 2021)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO – C (19 de Diciembre del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas: 1,39-45:

1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

1:42 exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

La acción del Espíritu Santo (Lc 1,40-41 y 44): “María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo. (Lc 1,44): Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi vientre” “Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). No parece ser casualidad la mención de la “casa de Zacarías”. El detalle nos remite a la escena anterior, la cual ocurrió en el Templo de Jerusalén, donde la duda de Zacarías había llevado a su mudez (Lc 1,20). María va a la casa del mudo, va como portadora de una palabra de origen divino, el cual ella ha creído. Y justo en el momento de entrar en la casa ocurre algo maravilloso.

Cuando Isabel y María se saludan, captan la vibración del Espíritu y se abrazan con una inmensa alegría. No conocemos el contenido del saludo de María a Isabel, pero sí su efecto: es de tal manera que hace saltar a la criatura en gestación en el vientre de Isabel y de provocar la unción del Espíritu Santo (Lc 1,41): “Saltó de gozo el niño en su vientre”. El encuentro entre las dos mujeres hace saltar de alegría al niño de Isabel, lo cual es manifestación de la acción del Espíritu. A partir de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de todo el evangelio cada vez que se encuentren con Jesús. El Mesías es portador de la alegría, expresión de plenitud de vida que proviene de Dios. Comienza la fiesta de la vida que trae el Evangelio de aquel que trae alegría para todo el pueblo (Lc 2,10).

“Isabel quedó llena de Espíritu Santo”. La voz de María es portadora del Espíritu Santo que la ha llenado y con ella introduce a Isabel en el ámbito de su experiencia: el de una emoción profunda que es capaz de estremecer y hacer danzar de alegría.

Guiada por el Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo sucedido en María y lo expresa abiertamente. Las dos mujeres, una anciana y una joven, se comprenden a fondo y son capaces de decir lo que llevan por dentro, lo que cada una capta de la otra. Sus vidas atravesadas por soledades por fin encuentran oídos dignos de sus secretos, ambas se sienten comprendidas.

En esa cercanía, en la que también actúa el Espíritu, las dos elevan himnos de alabanza. Se suscita así un movimiento de reconocimiento público y de respeto que desvela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando en el corazón.

El movimiento confesional: el cántico de reconocimiento de Isabel a María: “Y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno (Lc 1,42).
¿Quién soy yo para me visite la madre de mi Señor? (Lc 1,43); “Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1,44); “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”(Lc 1,45). Lo que hasta el momento era solamente el secreto de María ahora Isabel lo anuncia a gritos y con el corazón desbordante. El contenido es la acción creadora del Dios de la vida en la existencia de María, por medio de la cual se ha realizado la encarnación del Hijo de Dios.

El saludo de María y la exclamación de Isabel nos recuerda el encuentro entre el Ángel Gabriel y la Virgen María: “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ahora hemos leído otro saludo: María entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). ¿Cómo habrá sido el saludo de María a Isabel? Si nos aventuramos un poco más en los evangelios, nos topamos con un saludo especial que Jesús nos enseña y dice: “Al entrar en una casa, saluden invocando la paz” (Mt 10,12). Este saludo muy posible que siendo niño Jesús aprendió de su madre. Entonces María posiblemente saludó a su prima Isabel así: “Shalom” La paz este contigo”. ¿Por qué resaltamos el saludo? Porque el saludo es portadora del misterio: “alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28) y “La paz este contigo”, el primer saludo es el inicio de encuentro de Dios con la humanidad: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

 “Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,29-31). La reacción de María envuelta en temor no hace sino reafirmar la naturaleza humana de una mujer doncella. María se cree que tendría 14 o 16 años de edad cuando le sucedió la anunciación. Temor que requiere muchas aclaraciones. Por eso cuando el Ángel le aclara y dice: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1,31-33). Es decir, el proyecto de Dios tiene que ver con la salvación de la humanidad.

 La Virgen quiere una aclaración más precisa y por eso reitera con mayor énfasis y le dice al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, pues, no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,24-35). Ahora está más claro, no hace falta tener la cooperación del varón para concebir pues de ello se encargará el Espíritu Santo que es poder de Dios. Y como si fuera poco aun esta aclaración, el Ángel se remite a otro acontecimiento ya sucedido a suprima Isabel hace 6 meses: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios" (Lc 1,36-37). A la contundencia del Ángel, la virgen no hace sino donarse plenamente al decir: “Eh aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).

La virgen poseída del Espíritu Santo va a la casa de su prima Isabel y constatará lo anunciado por el Ángel: “Apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo exclamó” (Lc 1,41). El solo saludo de la virgen llenó del don del Espíritu Santo a su Prima Isabel quien ahora también por el don divino confesará el complemento de la anunciación por parte del Ángel: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,42-43). Es la primera proclamación del Evangelio confesada por Isabel y el primer título que María recibe: “Madre de mi Señor”; y como si fuera poco, Isabel completa lo que el Ángel dijo a la virgen al decir: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45).

El misterio de la anunciación como es de ver tiene dos partes y se complementan: la anunciación de la parte divina por el Ángel Gabriel a la virgen María (Lc 1,26-38). Y la anunciación de la parte humana, hecha por Isabel: ambos anuncios tiene una sola causa: la Divinidad y la humanidad del Hijo de Dios; que San Juan lo resume así: “La Palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros:” (Jn 1,14).

miércoles, 8 de diciembre de 2021

DOMINGO III DE ADVIENTO – C (12 de diciembre de 2018)

 DOMINGO III DE ADVIENTO – C (12 de diciembre de 2018)

Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,10-18:

3:10 La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?"

3:11 Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".

3:12 Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?"

3:13 Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado".

3:14 A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:17 Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".

3:18 Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo de adviento se nos decía: “Estén vigilantes y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir" (Lc 21,36). El domingo anterior el mensaje termino diciendo: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). Hoy la pregunta es: “Entonces ¿Qué debemos hacer entonces?" (Lc 3,10); ¿… Para heredar la salvación eterna?" (Lc 18,18): Estén vigilantes y oren incesantemente. Una voz grita en el desierto de nuestras conciencia: “Preparen el camino del Señor, que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale” (Lc 3,5). “Muestren frutos de una sincera conversión y no estén diciendo somos descendientes de Abraham” (Mt 3,8). La conversión real requiere hechos concretos: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto con el hambriento" (Lc 3,11).

Estamos ya celebrando el tercer domingo de Adviento tiene un nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres). La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp. 4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca). Y efectivamente, en este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento, la llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una tenue luz: “La Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).

En este contexto apremia la necesidad de ¿Qué tenemos que hacer?: una sincera conversión, tema de este domingo. Otro relato paralelo a Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro de Juan Bautista, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).

¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10-14): Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9), la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión significado en el bautismo.

En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al cielo.  Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14).  La gente quiere darle cuerpo a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.

Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11): A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no te apartes” (Is 58,7).  A lo largo del evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (Lc 16,19-31).

El grupo de los cobradores de impuestos (Lc 3,12-13): A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de Jesús (Lc 9,19).

El grupo de los soldados (Lc 3,14): A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga”.  En otras palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.

Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de superación. La preocupación de fondo es la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27). Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch 2,44 y 4,32-35).

No eres tú el Mesías: ¿Quién eres tú? (Lc 3,15-17): La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y fuego).

Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que yo”.  Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,17): Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse con la venida de Jesús.

De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (Lc 2,34).

Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc 3,17) y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego es símbolo de destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de vida.

No conviene perderse la fiesta: La conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7 y 10).

Solo una conversión sincera trae frutos de gozo y alegría: “Alégrate mucho, hija de Sión, ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde” (Zac 9,9); “Alégrate llena de gracia el Señor está contigo” (Lc 2,28); “Estén alegres en el Señor, repito alégrense en el Señor” (Flp 4,4).

domingo, 28 de noviembre de 2021

II DOMINGO DE ADVIENTO – C (05 de Diciembre de 2021)

 II DOMINGO DE ADVIENTO – C (05 de Diciembre de 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 3,1-6:

3:1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,

3:2 bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.

3:3 Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,

3:4 como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3:5 Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale.

3:6 Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos(as) en el Señor Paz y Bien

El evangelio de este II domingo de adviento tiene dos partes: El contexto histórico (Lc 3,1-2) y el ministerio de Juan Bautista (Lc 3,3-6): “Que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,5). “ Si no se convierten, todos morirán del mismo modo” (Lc 13,3). “Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7). “Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10): “Vivan según el Espíritu y no llevaran una vida según la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos” (Gal 5,16-17.

El I domingo de adviento se nos ha dicho: “Estén despiertos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir” (Lc 21,36). Hoy, en el II domingo se nos dice: “Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). 

El ministerio de Juan Bautista: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Antes de tomar detalles de esta cita conviene contextualizar la figura de Juan Bautista:

Un día los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista” (Mt 17,10-12). Esta afirmación hecha por Jesús no es sino lo que el profeta dijo: “Yo les voy a enviar a Elías, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Ml 3,23).

El ministerio de Juan Bautista consiste en poner en orden todas las cosas (Mt 17.11) y ¿cómo lo hizo?: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,4-6).

Al respecto del bautismo de conversión Juan aclara y dice: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,11-12).

Conversión: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,7-10).

Juan advierte un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Cómo alcanzar el perdón de los pecados? Acudamos a dos citas en el que el Señor aclara: “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados” (Lc 5,24). Y también Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes¡ Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Adviento tiempo de confesión de los pecados: El Nuevo Catecismo de la Iglesia en el numeral 1422-1429) nos dice lo siguiente:  "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

El nombre de este sacramento:  Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Mc 1,15), la vuelta al Padre (Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado. Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador. Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46, 55). Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).

¿Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo? "Han sido lavados [...] han sido santificados, [...] han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (DS 1545; LG 40).

La conversión de los bautizados: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1 Jn 4,10). De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).

martes, 23 de noviembre de 2021

I DOMINGO DE ADVIENTO – C (28 de Diciembre de 2021)

 I DOMINGO DE ADVIENTO – C (28 de Diciembre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36

21:25 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,

21:26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.

21:27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.

21:28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»

21:34 «Cuídense de que no se hagan pesados su corazón por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre Uds,

21:35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.

21:36 Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.» PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

Hoy comenzamos un nuevo tiempo litúrgico. Pasamos del Ciclo B, en el que tuvimos como eje al Evangelio de San Marcos (16 cap), al Ciclo C en el que tendremos como centro el Evangelio de San Lucas (24 cap). Por eso, el relato evangélico que hoy se nos presenta está tomado del Discurso sobre el fin de los tiempos del Evangelio de San Lucas (capítulo 21). Aquí se presentan en forma de síntesis las enseñanzas de Jesús con respecto al fin de los tiempos cuando el Reino de Dios alcance su plenitud. El tono del relato trae connotaciones del orden apocalíptico y las imágenes o escenas descritas invitan a una actitud de responsabilidad respecto a la fe y esperanza: “Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación” (Lc 21,27-28). Pero tener en cuenta lo que dijo Jesús: “Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,7-8).

Es de fe que el Hijo del Hombre va a venir al final de los tiempos con toda su Gloria para realizar el Juicio Final: “Así como está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego le viene el juicio; así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez sin relación al pecado; sino respecto a los que esperan para su salvación” (Heb 9,27-28).

 Con respecto al Día y a la hora de dicho acontecimiento nadie lo sabe, solo Dios (Mt 24,36). Por lo tanto no es el momento para especular y calcular con respecto al “cuándo” sino que es el tiempo propicio para reflexionar en el “cómo” me preparo para el encuentro con el Señor.

El relato de hoy son muy similares a las que compartimos hace dos semanas, donde compartíamos el texto paralelo al de hoy en la versión de Marcos (13,24-32). En líneas generales lo que allí se planteaba nos sirve también para hoy. Por lo tanto es útil que volvamos a releer aquellas pistas que se nos brindaban… Pero el texto de Lucas, no pone en esta parte, ninguna reflexión en torno a que nadie sabe ni el día ni la hora en que va a venir el Hijo del Hombre como lo hacía Marcos 13,32.

Lucas agrega algunos elementos más que están presentes fundamentalmente al final del relato, en los versículos 21, 34 - 36. El Señor reflexiona directamente con respecto a la actitud que se ha de tener al estar esperando su venida. Y el cuestionamiento viene con respecto al uso del tiempo. Los que se quedan pensando en “banquetes” y “borracheras” pueden quedar atrapados como un animal en una trampa. Por eso hay que estar siempre alertas y orando sin cesar para poder estar con Jesús el Hijo del Hombre.

Dice Dios: “Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Conviértanse, de su mala conducta. ¿Por qué han de morir, casa de Israel?” (Ez 33,11). Dios como es amor (I Jn 4,8) se propone salvar al hombre que tropezón con el pecado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús es la manifestación amorosa de Dios para con la humanidad. Así nos lo dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que nos lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18). “La Palabra de Dios se hizo hombre” (Jn 1,14). Pero hoy nos ha dicho: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lc 21,27-28). Esta manifestación está referida a su segunda venida.

¿Cómo hemos de esperar el día de la segunda manifestación del hijo? Nos lo dice: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36). Es decir, este tiempo nuevo es tiempo de mayor oración y penitencia.

 El tiempo adviento es un tiempo de esperanza y a vivir motivados por esta esperanza. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es. La caridad se hace, se sabe qué es. Pero ¿qué es la esperanza? ¿Qué es una actitud de esperanza? Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, ‘de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión”.  Tener esperanza, es “estar es tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas. Los primeros cristianos, ha recordado el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla” del Más Allá. Y nuestra vida es exactamente un caminar hacia esta ancla.

El adviento despierta el deseo de contemplar a Dios que sale al encuentro del hombre en su Hijo. Así, expresa este deseo el salmista: “Como la cierva sedienta busca corrientes de agua viva, así mi alma, te busca Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?” (Slm 42,2-3). Unos griegos le dijeron a Felipe: "Señor, queremos ver a Jesús"(Jn 12,21). Felipe dice a Jesús: muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8)

El adviento te invita a entrar en el aposento de tu alma: Quita todo de tu alma, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: "Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro". Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu búsqueda a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré, hallándote te amaré y amándote estaré en ti y tu en mi (I Jn 4,12).