IV DOMINGO DE ADVIENTO – C (19 de Diciembre del 2021)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas: 1,39-45:
1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un
pueblo de la montaña de Judá.
1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de
alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
1:42 exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre!
1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
visitarme?
1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi
seno.
1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te
fue anunciado de parte del Señor". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.
La acción del
Espíritu Santo (Lc 1,40-41 y 44): “María entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó
de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo. (Lc 1,44):
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en
mi vientre” “Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). No parece
ser casualidad la mención de la “casa de Zacarías”. El detalle nos remite a la
escena anterior, la cual ocurrió en el Templo de Jerusalén, donde la duda de
Zacarías había llevado a su mudez (Lc 1,20). María va a la casa del mudo, va
como portadora de una palabra de origen divino, el cual ella ha creído. Y justo
en el momento de entrar en la casa ocurre algo maravilloso.
Cuando Isabel y María se saludan, captan la vibración del
Espíritu y se abrazan con una inmensa alegría. No conocemos el contenido del
saludo de María a Isabel, pero sí su efecto: es de tal manera que hace saltar a
la criatura en gestación en el vientre de Isabel y de provocar la unción del
Espíritu Santo (Lc 1,41): “Saltó de
gozo el niño en su vientre”. El encuentro entre las dos mujeres
hace saltar de alegría al niño de Isabel, lo cual es manifestación de la acción
del Espíritu. A partir de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de
todo el evangelio cada vez que se encuentren con Jesús. El Mesías es portador
de la alegría, expresión de plenitud de vida que proviene de Dios. Comienza la
fiesta de la vida que trae el Evangelio de aquel que trae alegría para todo el
pueblo (Lc 2,10).
“Isabel quedó llena de Espíritu Santo”. La voz de María es
portadora del Espíritu Santo que la ha llenado y con ella introduce a Isabel en
el ámbito de su experiencia: el de una emoción profunda que es capaz de
estremecer y hacer danzar de alegría.
Guiada por el Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo
sucedido en María y lo expresa abiertamente. Las dos mujeres, una anciana y una
joven, se comprenden a fondo y son capaces de decir lo que llevan por dentro,
lo que cada una capta de la otra. Sus vidas atravesadas por soledades por fin
encuentran oídos dignos de sus secretos, ambas se sienten comprendidas.
En esa cercanía, en la que también actúa el Espíritu, las
dos elevan himnos de alabanza. Se suscita así un movimiento de reconocimiento
público y de respeto que desvela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando
en el corazón.
El saludo de María y la exclamación de Isabel nos recuerda
el encuentro entre el Ángel Gabriel y la Virgen María: “El Ángel entró en su
casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está
contigo" (Lc 1,28). Ahora hemos leído otro saludo: María entró en la casa
de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). ¿Cómo habrá sido el saludo de María a
Isabel? Si nos aventuramos un poco más en los evangelios, nos topamos con un
saludo especial que Jesús nos enseña y dice: “Al entrar en una casa, saluden
invocando la paz” (Mt 10,12). Este saludo muy posible que siendo niño Jesús
aprendió de su madre. Entonces María posiblemente saludó a su prima Isabel así:
“Shalom” La paz este contigo”. ¿Por qué resaltamos el saludo? Porque el saludo
es portadora del misterio: “alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”
(Lc 1,28) y “La paz este contigo”, el primer saludo es el inicio de encuentro
de Dios con la humanidad: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien
pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con
nosotros" (Mt 1,23).
“Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se
preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: No temas,
María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,29-31). La reacción de María envuelta en temor
no hace sino reafirmar la naturaleza humana de una mujer doncella. María se
cree que tendría 14 o 16 años de edad cuando le sucedió la anunciación. Temor
que requiere muchas aclaraciones. Por eso cuando el Ángel le aclara y dice:
“Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será
grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de
David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no
tendrá fin" (Lc 1,31-33). Es decir, el proyecto de Dios tiene que ver con
la salvación de la humanidad.
La virgen poseída del Espíritu Santo va a la casa de su
prima Isabel y constatará lo anunciado por el Ángel: “Apenas Isabel oyó el
saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del
Espíritu Santo exclamó” (Lc 1,41). El solo saludo de la virgen llenó del don
del Espíritu Santo a su Prima Isabel quien ahora también por el don divino
confesará el complemento de la anunciación por parte del Ángel: "¡Tú eres
bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy
yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,42-43). Es la
primera proclamación del Evangelio confesada por Isabel y el primer título que
María recibe: “Madre de mi Señor”; y como si fuera poco, Isabel completa lo que
el Ángel dijo a la virgen al decir: “Feliz de ti por haber creído que se
cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45).
El misterio de la anunciación como es de ver tiene dos partes y se complementan: la anunciación de la parte divina por el Ángel Gabriel a la virgen María (Lc 1,26-38). Y la anunciación de la parte humana, hecha por Isabel: ambos anuncios tiene una sola causa: la Divinidad y la humanidad del Hijo de Dios; que San Juan lo resume así: “La Palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros:” (Jn 1,14).
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