martes, 18 de abril de 2023

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (23 de abril de 2023)

 DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA – A (23 de abril de 2023)

Proclamación del santo evangelio según  San Lucas 24,13-35:

24:13 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.

24:14 En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.

24:15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.

24:16 Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.

24:17 Él les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?" Ellos se detuvieron, con el semblante triste,

24:18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!"

24:19 "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,

24:20 y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.

24:21 Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.

24:22 Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro

24:23 y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.

24:24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".

24:25 Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!

24:26 ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"

24:27 Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.

24:28 Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.

24:29 Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". Él entró y se quedó con ellos.

24:30 Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.

24:31 Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.

24:32 Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?"

24:33 En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,

24:34 y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!"

4:35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimado Hermanos en el Señor Paz y Bien.

"Es verdad, ¡el Señor ha resucitado” (Lc 24,34). iResucitó! !Aleluya,  que alegría! Este es el grito que, desde hace veinte siglos, dicen hoy los cristianos, un grito que traspasa los siglos y cruza continentes y fronteras. Alegría, porque Él resucitó. Alegría para los niños que acaban de asomarse a la vida y para los ancianos que se preguntan a dónde van sus años; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan en las discotecas; alegría para los solitarios que consumen su vida en el silencio y para los que gritan su gozo en la ciudad.

Como el sol que se levanta sobre el mar victorioso, así Cristo se alza encima de la muerte. Como una semilla que brota sin que nadie la vea. Como se abren las flores aunque nadie las vea, así revive Cristo entre de los que le aman. Y su resurrección es un anuncio de mil resurrecciones: la del recién nacido que ahora recibe las aguas del bautismo, la de los dos muchachos que sueñan vivir en el amor, la del joven que suda recolectando el trigo, la de ese matrimonio que comienza estos días la estupenda aventura de querer y vivir amándose, y la de esa pareja que se ha querido tanto que ya no necesita palabras ni promesas. Sí, resucitarán todos, incluso los que viven hundidos en el llanto, los que ya nada esperan porque lo han visto todo, los que viven envueltos en violencia y odio y los que de la muerte hicieron un oficio sonriente y normal.

No lloren a los muertos como los que no creen. Quienes viven en Cristo arderán como un fuego que no se extingue nunca. Tomen sus guitarras y canten y alégrense. Acérquense  al pan que en el altar anuncia el banquete infinito de su amor, a este pan que es promesa de una vida nueva y eterna, a este pan que nos anuncia una vida más honda (Lc 22,19). El que resucitó volverá a recogernos, nos llevará en sus hombros como un padre querido como una madre tierna que no deja a los suyos (Is 66,12). Recuerden: No nos ha dejado solos en un mundo sin rumbo (Jn 14,18). Hay un sol en el cielo y hay un sol en las almas. Aleluya, aleluya porque lo nuevo ha empezado (Ap 21,5).

Resucitó y también resucitaremos con El. Hay en el mundo de la fe algo que resulta verdaderamente desconcertante: la mayoría de los cristianos creen sinceramente en la Resurrección de Jesús. Pero asombrosamente esta fe no sirve para iluminar sus vidas. Creen en el triunfo de Jesús sobre la muerte, pero viven como si no creyeran. ¿Será tal vez porque no hemos comprendido en toda su profundidad lo que fue esa resurrección?

Recuerdo que una vez explicaba que Cristo Jesús había muerto por salvarnos. Pregunte a un niño: ¿Y tú serías capaz de hacer por Jesús, serías capaz de morir por Él? El niño se quedó pensativo y, al cabo de unos segundos, respondió: “Si sé que voy a resucitar al tercer día, sí”. Recuerdo que, al oírlo, en la reunión nos reímos todos, pero yo me di cuenta de que el niño pensaba de la resurrección y de la muerte de Jesús como solemos pensar todos: que en el fondo Cristo no murió del todo, que fue como una suspensión de la vida durante tres días y que, después de ellos, “regresó a la vida de siempre”.

Pero el concepto de resurrección es, en realidad, mucho más ancho. Lo comprenderán ustedes si comparan la de Cristo con la de Lázaro. Muchos creen que se trató de dos resurrecciones gemelas y, de hecho, las llamamos a las dos con la misma palabra. Pero fíjense en que Lázaro cuando fue resucitado por Cristo siguió siendo mortal. Vivió en la tierra unos años más y luego volvió a morir por segunda y definitiva vez. Jesús, en cambio, al resucitar regresó inmortal, vencida ya para siempre la muerte. Lázaro volvió a la vida con la misma forma y género de vida que había tenido antes de su primera muerte. Mientras que Cristo regresó con la vida definitiva, triunfante, completa y gloriosa.

¿Qué se deduce de todo esto? Que Jesús con su resurrección no trae solamente una pequeña prolongación de algunos años más en esta vida que ahora tenemos. Lo que consigue y trae es la victoria total sobre la muerte, la vida plena y verdadera, la que Él tiene reservada para todos los hijos de Dios. No se trata sólo de vivir en santidad unos años más. Se trata de un cambio en calidad, de conseguir en Jesús la plenitud humana lejos ya de toda amenaza de muerte. ¿Cómo no sentirse felices al saber que Él nos anuncia con su resurrección que participaremos en una vida tan alta como la suya?

¡No tengan miedo! Amigos míos, no teman, no lloren como los que no tienen esperanza. Jesús no dejará a los suyos en la estacada de la muerte. Su resurrección fue la primera de todas. Él es el capitán que va delante de nosotros. Y no a la guerra y a la muerte, sino a la resurrección y la vida. No tengamos miedo.

No sé si se habrán fijado ustedes en que ésta es la idea que más se repite en las lecturas que se hacen en las iglesias en tiempo pascual. Cuando Jesús se aparece a los suyos, lo primero que hace es tranquilizarles, curarles su angustia. Y les repite constantemente ese consejo: ¡No tengan miedo, no teman, soy yo! Y es que los apóstoles no terminaban de digerir aquello de que Jesús hubiera resucitado. Eran como nosotros, tan pesimistas que no podían ni siquiera concebir que aquella historia terminase bien. Cuando el Viernes Santo condujeron a Jesús a la cruz, esto sí lo entendían. Y se decían los unos a los otros: ¡Ya lo había dicho yo! ¡Esto no podía acabar bien! ¡Jesús se estaba comprometiendo demasiado! Y casi se alegraban un poco de haber acertado en sus profecías catastróficas. Pero lo de la resurrección, esto no entraba en sus cálculos. Lo lógico, pensaban, es que en este mundo las cosas terminen mal. Y, por eso, cuando Jesús se les aparecía, en lugar de estallar de alegría, seguían dominados por el miedo y se ponían a pensar que se trataba de un fantasma.

A los cristianos de hoy nos pasa lo mismo, o parecido. No hay quien nos convenza de que Dios es buena persona, de que nos ama, de que nos tiene preparada una gran felicidad interminable. Nos encanta vivir en las dudas, temer, no estar seguros. No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor y más fuerte que nosotros. Y seguimos viviendo en el miedo. Un miedo que sentimos a todas horas. Miedo a que la fe se vaya a venir abajo un día de éstos; miedo a que Dios abandone a su Iglesia; miedo al fin del mundo que nos va a sorprender cuando menos lo esperemos. Miedo, miedo.

Lo malo del miedo es que inmoviliza a quien lo tiene. El que está poseído por el miedo está derrotado antes de que comience la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir. Por eso el primer mensaje que Cristo trae en Pascua es éste que tanto gusta repetir al Papa Juan Pablo II: «No teman, salgan de las madrigueras del miedo en las que viven encerrados, atrévanse a vivir, a crecer, a amar. Si alguien los dice que Dios es puro cuento, no le crean. El Dios de la Biblia, el Dios que conocimos en Jesucristo, el Dios de la vida y la alegría. Y empezó por gritarnos con toda su existencia: No teman, no tengan miedo».

La resurrección de Cristo, es la esperanza de la humanidad. Los hombres de todos los tiempos andan buscando cuál es el punto de apoyo para construir sus vidas, para levantar el mundo. Si hoy yo salgo a la calle y pregunto a la gente: ¿Cuál es el eje de tu vida? ¿En qué se apoyan tu esperanza? ¿Dónde está la clave y las razones para vivir? Muchos me contestarán: «Mi vida se apoya en mis deseos de triunfar, quiero ser esto o aquello, quiero realizarme, quiero poder un día estar orgulloso de mí mismo». O tal vez otros me dirán: «Yo no creo mucho en el futuro. Creo en pasármelo lo mejor posible, en disfrutar de mi cuerpo o de mi dinero, o de mi cultura». O tal vez me dirán: «Ésos son problemas de intelectuales. Yo me limito a vivir, a soportar la vida, a pasarla lo mejor posible».

Pero allá en el fondo, en el fondo, todos los humanos tienen clavada esa pregunta: ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? Todos, todos, de algún modo se plantean estas cuestiones. También ustedes, que me van a permitir que hoy se lo pregunte: ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposan sus vidas?

Para los cristianos la respuesta es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son eternas». Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla. ¡Ah!, si creyéramos verdaderamente en esto. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los cristianos se atrevieran a vivir a partir de la resurrección, si vivieran sabiéndose resucitados! Tendríamos entonces un mundo sin amarguras, sin derrotistas, con gente que viviría iluminada constantemente por la esperanza. Cómo trabajarían sabiendo que su trabajo colabora a la resurrección del mundo. Cómo amarían sabiendo que amar es una forma inicial de resucitar. Qué bien nos sentiríamos en el mundo, si todos supieran que el dolor es vencible y vivieran en consecuencia en la alegría.

Sí, la resurrección de Cristo y la fe de todos en la resurrección es lo que podría cambiar y vivificar el mundo contemporáneo. Y es formidable pensar y saber que cada uno de nosotros, con su esperanza, puede añadirle al mundo un trocito más de esperanza, un trocito más de resurrección.

Somos llamados ser testigos de la resurrección, mensajeros del gozo. Muchas veces he pensado yo que la gran pregunta que Cristo va a hacernos el día del juicio final es una que nadie se espera. «Cristianos —nos dirá—: «¿Qué han hecho de su gozo?». Porque Jesús nos dejó su paz y su gozo como la mejor de las herencias: «Les doy mi gozo. Quiero que tengan en uds. mi propio gozo y que su gozo sea completo», dice en el Evangelio de San Juan. «No teman. Yo volveré a Uds. y su tristeza se convertirá en gozo», dijo poco antes de su pasión. Y también: «Si me aman, tendrán que alegrarse». «Volveré a Uds. y su corazón se regocijará y el gozo que entonces experimenten  nadie les podrá arrebatar». «Pidan y recibirán y su gozo será completo».

¿Y qué hemos hecho nosotros de ese gozo del que Jesús nos hizo depositarios? Es curioso: la mayor parte de los cristianos ni siquiera se ha enterado de él. Son muchos los creyentes que parecen más dispuestos a acompañar a Jesús en sus dolores que en sus alegrías, en su dolor que en su resurrección. Piensen por ejemplo: durante las semanas de Cuaresma se celebran actos religiosos especiales, con penitencias, con oraciones. Pero, tras la resurrección, la Iglesia ha colocado una segunda cuaresma, los días que van desde la resurrección hasta la ascensión. ¿Y quién los celebra? ¿Quién al menos los recuerda?

Impresiona pensar que en el Calvario tuvo Cristo al menos unos cuantos discípulos y mujeres que le acompañaban. Pero no había nadie cuando resucitó. Da la impresión de que la vida de Cristo hubiera concluido con la muerte, que no creyéramos en serio en la resurrección. Muchos cristianos parecen pensar que, tras la cuaresma y la semana santa los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: qué bien. Ya descansa en los cielos. Lo hemos jubilado con una pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con Él. Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías?

Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección. ¿Lo somos? ¿O la gente nos ve como seres tristes y aburridos? ¿O piensa que los curas somos pregoneros de la muerte, del pecado y del infierno únicamente? Tendríamos que recordar que los cristianos somos ante todo eso: testigos de la resurrección, mensajeros del gozo.

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (16 de Abril del 2023)

 SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – A (16 de Abril del 2023)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20, 19 – 31:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

20:24 Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

20:25 Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

20:26 Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"

20:27 Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

20:28 Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"

20:29 Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

20:30 Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

20:31 Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Glorificado y Resucitado Paz y Bien.

"Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). hoy celebramos el domingo de la misericordia. Pedir a Dios sea misericordioso con toda nuestra familia y que nos cuide de este virus mortal.

“No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán (Jn 14,18-19). “Me han oído decir: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn14,28-29). “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,º5-17). Hoy, el Señor glorificado cumple lo que dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Este hecho en una palabra se llama misericordia. El señor olvida todo lo pasado, nunca dijo nada su soledad en la cruz. Más aun, les confía la misión.

 El cumplimiento de las promesas: (Jn 20,19-23). El Señor resucitado cumple la promesa de regresar con sus discípulos (Jn 14,18; Jn 16,16). Y enviarles el espíritu Santo (Jn 14,26). Es que la situación de los discípulos encerrados por miedo a los judíos, refleja la actitud de toda la comunidad Juanica, que temerosos ante un mundo enemigo, vive la tentación de refugiarse en su propio circulo. Jesús sin embargo los envía al mundo para que sean testigos suyos y del padre con un soplo vida: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22).  Esta escena es fundamental para la nueva Iglesia que nace: Porque es aquí donde los discípulos pasan a ser apóstoles del Señor glorificado. Ahora serán los que haces apostolado como testigos del Señor Glorificado:

 Pedro dijo sin temor ahora: “Israelitas, escúchenme: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las atadura de la muerte, porque no era dable que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

 El despliegue de la identidad del crucificado y el resucitado (Jn 20,24-29): La escena de Tomas tiene la intención de ilustrarnos la identidad entre el crucificado y el resucitado que es el mismo. El mismo que fue crucificado esta ahora resucitado:

 Jesús dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo que aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,27-28). Ante la exclamación del Incrédulo se disipa toda duda (“que no murió, que robaron el cuerpo de la tumba, que vieron fantasma”). Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes. Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,36-40).

 Además, conviene ser más detallistas en la actitud de los apóstoles porque se trata también de nuestra actitud en adelante:

 Detalles por ejemplo que nos dice San Marcos: “Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.” (Mc 16,9-13). Cuando dice San marcos que luego se apareció a dos que caminaban al campo, nos cuenta San Lucas:

 “Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,15-20). Jesús le fue explicando de toda la Escritura a cerca de êl. Al anochecer de aquel día primero, estos amigos de Emaús suplican a este amigo extraño que se quede en casa… Jesús dice que se sentó en la mesa, pronuncio la bendición y se los dio el pan, pero Él ya había desaparecido (Lc 24,25-32). Esta aparición del señor glorificado es ya la segunda que sucedió casi a media tarde. Y el evangelio que hoy dimos lectura según San Juan nos pone de manifiesto la tercera aparición de aquel día I (domingo) del Señor glorificado a sus discípulos y ahora en grupo.

 Todo parecía que había llegado a su fin con la muerte del Señor, todo parecía que con la muerte de Jesús las cosas marcharían tal como los hombres quisieran que fuese, tal pareciera que la muerte triunfó, pero no (Mt 27,62-66). Pues, se equivocaron completamente. La tumba está vacía (Mt 28,5-7). Ya no se puede pretender tapar con un dedo el sol. Jesús resucitó (Lc 24,34) con lo que queda demostrado que el hombre jamás tendrá la razón ante las verdades eternas que viene de Dios (Jn 18,37). Con su resurrección Jesús demuestra y desenmascara la hipocresía del hombre (judíos, fariseos, romanos). Donde está tu muerte, donde tu victoria?(Icor 15,55). Ahora que otros argumento tramarán los verdugos para justificar su ironía e hipocresía? (Mt 28,11-15). Las cosas de Dios son así. El hombre crea o no, Dios sigue con su proyecto de vida y amor (I Tm 2,4).

 Los apóstoles están que se mueren de miedo a los judíos, para no ser descubiertos su filiación con el Jesús (Jn 20,19). Pues aun no salen del asombro, no aceptan que la noche ya paso… mayor sorpresa aun… Dios olvida, no tiene en cuenta lo falto de fe de los apóstoles, olvida lo que Pedro le negó (Mt 26,69-75), olvida que todos los discípulos lo dejaron solo en la cruz… lejos de echar en cara esos desatinos tan nefastos, entra a tallar la misericordia de Dios. La primera palabra del señor glorificado es: Paz a ustedes (Jn 20,19-21). Que palabra de consuelo y ternura. Jesús sigue apostando por los hombres y es que Dios es amor (I Jn 4,8). Y como si fuera poco, el señor glorificado les concede el don del Espíritu Santo (Jn 20,22). Ahora, les confía una nueva misión, ser sus testigos: Así como el padre me envió les envió  a Uds” (Jn 20,21). Pero una cosa es muy clara. Los apóstoles reciben la fuerza del Espíritu Santo.

 Ya El Señor los había anticipado: “En adelante, el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni tengan miedo!” (Jn 14,26-27). Ahora pasan de hombres temerosos a hombres valientes; porque han sido resucitados por el mismo señor glorificado. Se abren las puertas, desaparece todo temor, cobardía; ya no hay temor a que los persigan o les crucifiquen igual que a su maestro. De eso ya han recibido con mucha anticipación del propio Señor: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes, habrá terremotos y hambre. Este será el comienzo de los dolores del parto. Estén atentos: los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas, y por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos. Pero antes, la Buena Noticia será proclamada a todas las naciones. Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir: digan lo que se les enseñe en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,8-11). Y los apóstoles anuncian a los cuatro vientos: ¡Que, Jesús resucitó!.

 Queda claro también que para esto es necesario la convicción firme de la fe, para eso el mismo Señor glorificado se encargó de reavivar la fe sus apóstoles y vio necesario aparecerse para cambiar el corazón incrédulo por ejemplo de Tomas (Jn 20,27) en un hombre lleno de fe… Y Tomas grito Señor mío, Dios mío (Jn 20,28). Hoy en cada bautizado, en cada creyente, actúa o debería de actuar el mismo espíritu de DIOS que nos lleva a profesar nuestra fe en el Dios uno y trino (Lc 3,22) principio de fe de nuestra Iglesia Católica, solo así seremos merecedores de aquella promesa de Jesús: donde estoy también estarán ustedes, gozarán la Vida eterna (Jn 14,1-3).

 Permítanme terminar la reflexión de este domingo de la divina Misericordia con esta cita de San Mateo que nos dice a cada bautizado como una misión que cumplir: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).

domingo, 2 de abril de 2023

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN I- A (09 de Abril de 2023)

 DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN  I- A  (09 de Abril de 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 24,13:

24:13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén,

24:14 y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado.

24:15 Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos;

24:16 pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

24:17 El les dijo: “¿De qué discuten entre Uds. mientras van andando?” Ellos se pararon con aire entristecido.

24:18 Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?”

24:19 El les dijo: “¿Qué cosas?” Ellos le dijeron: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo;

24:20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.

24:21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.

24:22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro,

24:23 y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía.

24:24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.”

24:25 El les dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!

26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”

24:27 Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.

24:28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.

24:29 Pero ellos le forzaron diciéndole: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.” Y entró a quedarse con ellos.

24:30 Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

24:31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.

24:32 Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”

24:33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos,

24:34 que decían: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”

24:35 Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

“Señor, quédate con nosotros, porque ya anochece.” (Lc 24,29)

a)      Mañana del domingo

Los cristianos de los primeros tiempos cuando se encuentran por pascua se saludan con la tradicional expresión: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado". Ciertamente es un saludo mucho más expresivo que nuestro costumbre banal "Felices pascuas". Es en la liturgia donde encontramos las expresiones adecuadas para manifestar el gozo de la pascua. La respuesta al salmo invitatorio del oficio de lecturas corresponde al saludo ruso: "Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya".

Con el correr del tiempo se han desarrollado costumbres de todas clases en torno a las fiestas religiosas, especialmente navidad y pascua. Una costumbre merece especial consideración". Se trata de una práctica que tiene lugar especialmente en ambientes rurales, donde la gente madruga en la mañana de pascua para ver la "danza" del sol. Creo que esta idea y la costumbre correspondiente puede tener una interpretación cristiana como, por ejemplo, que la creación entera comparte el gozo de la resurrección. Así lo expone san Pablo: "La creación está aguardando ser liberada como nosotros de la esclavitud de la decadencia para gozar la misma libertad y gloria que los hijos de Dios" (Rom 8,19-23). La redención ganada por Cristo se extiende por todo el universo.

La misa. A plena luz del día, la Iglesia se reúne por segunda vez para celebrar la eucaristía pascual. El cirio está encendido sobre su candelero elevado. El presbiterio adornado con flores. Las vestiduras son blancas para simbolizar la alegría, y la antífona de entrada comienza con gozosas palabras: "He resucitado y aún estoy contigo, has puesto sobre mí tu mano: tu sabiduría ha sido maravillosa, aleluya". ¡Con cuánta habilidad la Iglesia se sirve de los salmos para expresar tanto los dolores como el gozo de Cristo! Aquí es el mismo Cristo quien habla dirigiéndose al Padre. Ha resucitado, ha vuelto ya al Padre. Este es el verdadero grito de la victoria del Cristo total, cabeza y miembros. Como bien dice una de las oraciones de la vigilia pascual, los que han caído son levantados, lo viejo se renueva y todo es llevado a perfección.

La oración colecta de la misa pide una renovación de nuestra vida moral en consonancia con el misterio de la resurrección: "Concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida".

En los Hechos de los Apóstoles (10,34.37-43), san Pedro nos dirige la palabra dando testimonio de la resurrección de Jesús. Su discurso da un resumen de la vida pública de nuestro Señor, comenzando por su bautismo de manos de Juan. Todos los acontecimientos de esa vida demuestran tener poder salvífico y culminan en la muerte y resurrección.

La realidad de la resurrección se afirma rotundamente no sólo por la declaración: "Dios lo resucitó al tercer día", sino también por la afirmación de que después de la resurrección los apóstoles habían "comido y bebido" con él. San Pedro, el jefe de los apóstoles, da testimonio de todo ello. Habla como testigo presencial, pero también desde la experiencia de su fe personal iluminada por el Espíritu Santo. Este testimonio apostólico es importante para nuestra propia aceptación de la fe. El discurso de Pedro no es solamente una narración de lo que aconteció en la vida de Cristo; es también una profesión de fe, una proclamación de la creencia cristiana.

Esta lectura contiene además otro mensaje: la salvación que Cristo nos conquistó tiene una finalidad universal. "Quien cree en él, recibe la remisión de los pecados por su nombre". A través de la fe todos los hombres tienen acceso al poder salvífico de su muerte y resurrección.

En la segunda lectura, san Pablo se dirige a los cristianos de Colosas (Col 3,1-4) exhortándolos a vivir según el estado adquirido recientemente. La resurrección de los cuerpos y la gloria que nos está reservada sigue siendo objeto de esperanza; pero por nuestra unión íntima con Cristo disfrutamos con anticipación el gozo de la herencia futura.

Mientras peregrinamos en la tierra hemos de buscar siempre al Señor, porque él es nuestra vida: "Deleitaos en lo de arriba, no en las cosas de la tierra". Pero no es que san Pablo nos sugiera negligencia en las tareas humanas o en la atención a las personas con quienes vivimos. Eso sería una espiritualidad falsa. Hemos de vivir completamente comprometidos en la vida de este mundo sin quedar sumergidos o cautivados por él. Debemos tener presente que nuestro destino último no está aquí, en el mundo material, sino "oculto con Cristo en Dios", y que esperamos su venida y manifestación para que nuestras vidas reales puedan ser manifestadas.

El leccionario presenta otra lectura alternativa tomada de la primera carta de san Pablo a los Corintios (5,7-8); en ella los exhorta a vivir en "sinceridad y verdad", puesto que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.

La secuencia victimae paschali es una composición medieval que resume el misterio de la redención en forma poética. Cuando se canta con la melodía gregoriana, contagia del alborozo del primer domingo de pascua. Se presenta en forma de un apresurado diálogo entre nosotros y María Magdalena. María da testimonio de lo que ha visto; y nosotros, creyentes y discípulos, damos también nuestro propio testimonio: "Sabemos que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos". (Es de notar cómo el tema de combate victorioso, tan grato a los padres de la Iglesia, aparece de nuevo en la secuencia.)

El evangelio está tomado de san Juan (20,1-9). Una vez más encontramos a María Magdalena, que llega a la tumba "muy de mañana el primer día de la semana" y descubre que está vacía. De momento queda consternada. Luego corre a comunicarlo a los dos discípulos, los cuales, al oírlo, rivalizan corriendo hacia la tumba para llegar el primero. Llega antes Juan, pero permite a Pedro que pase delante.

"Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó". Este ver y creer constituye el clímax del evangelio. La proclamación del evangelio de pascua tiende a suscitar en cada una de las asambleas litúrgicas la misma respuesta de fe. Esta fe se apoya en el testimonio de los apóstoles y en las Escrituras inspiradas, que revelan el plan de Dios.

La celebración de este día debería hacernos más conscientes del carácter pascual de toda misa. La aclamación a la que estamos tan acostumbrados adquiere nueva profundidad y significado en el tiempo pascual: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven, Señor Jesús", es particularmente adecuada para el día de hoy y hace eco al prefacio de pascua: "Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida". En el mismo prefacio se describe a Cristo como "el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo", palabras que anticipan las que dice el sacerdote antes de la comunión: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

Nuestra participación en el sacrificio y sacramento de la misa nos capacita para vivir más auténtica y efectivamente el misterio que se inició en nosotros con el bautismo. En palabras de J. M. Tillard: "Por su conversión de corazón y su arrepentimiento, (el cristiano) entra en la muerte de Jesús; por la nueva calidad de obras y de vida, entra en su resurrección. Es la ley pascual del misterio cristiano".

Finalmente, hay una nota escatológica que se pone de especial relieve en la liturgia de pascua y que nunca está ausente de cualquier celebración eucarística: cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas (1 Cor 11,26). En la oración que sigue a la consagración (anamnesis) no sólo conmemoramos misterios pasados, sino que también consideramos la venida del Señor en su gloria. La liturgia de este día imprime en nuestras mentes algo que ya sabemos, que la eucaristía es prenda de vida eterna, de nuestra futura resurrección. El sagrado banquete de la eucaristía nos hace pregustar la eterna fiesta pascual: "¡Dichosos los llamados a esta cena!", es decir, "a la fiesta de las bodas del Cordero" (Ap 19,9).

Con esta nota de gozosa expectación, la oración poscomunión resume nuestras esperanzas y peticiones: "Protege, Señor, a tu Iglesia con amor paternal, para que, renovada por los sacramentos pascuales, llegue a la gloria de la resurrección".

La solemne bendición, que puede usarse en el tiempo pascual, dirige también nuestros pensamientos hacia la gloria futura: "Ya que por la redención de Cristo recibieron el don de la libertad verdadera, por su bondad recibieron también la herencia eterna... Y pues confesando la fe han resucitado con Cristo en el bautismo, por sus buenas obras merezcan ser admitidos en la patria del cielo".

b)      Domingo por la tarde

La tarde del domingo de pascua está llena de sugerencias para nosotros. En primer lugar nos recuerda la aparición del Señor a dos discípulos por el camino de Emaús, que nos relata san Lucas (24,13-35). Los dos hombres van caminando abatidos y no reconocen al forastero que se une a ellos en el camino. Van discutiendo acerca de lo que acaba de suceder. Jesús reprende su falta de fe, y luego les explica cómo todo aquello estaba previsto en las Escrituras. Cuando llegan a la posada invitan al forastero a cenar y quedarse con ellos durante la noche. Luego, mientras comían, sus ojos se abrieron y "lo reconocieron al partir el pan".

Si se celebra misa el día de pascua por la tarde, debe leerse el evangelio de Lucas que narra este hecho 6. Es lo más apropiado para esta tarde. Aunque no figure en la liturgia, no deberíamos omitirlo en nuestra lectura bíblica.

"Quédate con nosotros, Señor, que anochece". La Iglesia hace suya esta apremiante invitación. Es una llamada al Señor para que permanezca con su pueblo y proteja a su comunidad. Es un grito que se oye con frecuencia durante la liturgia del tiempo pascual 7.

Con las segundas vísperas del domingo de pascua se cierra el triduo pascual. Esta oración de alabanza, acción de gracias y petición cierra, en ambiente de recogimiento, las celebraciones del día. Con los salmos, el cántico del Apocalipsis y el Magnificat, la Iglesia expresa su acción de gracias por la redención.

La tradición cristiana asocia a los nuevos bautizados con esta acción vespertina. La ceremonia incluía una procesión al baptisterio en donde, la noche precedente, aquellos nuevos cristianos habían recibido las aguas del nuevo nacimiento. Allí cantaban algunos salmos y el Magnifrcat, conmemorando agradecidos el sacramento que habían recibido. Visitaban también la capilla en que habían sido confirmados. Esta especial oración vespertina de pascua tuvo origen en Roma entre los siglos v y vi; de allí se propagó a otras partes de Europa, conservándose acá y allá hasta nuestros días. Atraía de tal manera la devoción popular que solía llamarse el "Oficio glorioso" (Officium gloriosum).

En esta misma tarde, el primer día de la semana, Jesús se apareció también a sus discípulos reunidos en la sala de arriba en Jerusalén. El evangelio que nos relata este hecho es de san Juan (20,19-31). Se lee en la misa del segundo domingo de pascua; pero en el día mismo de resurrección se recuerda este maravilloso acontecimiento dentro de la oración de la tarde. La antífona del Magnificat dice: "Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: `Paz a vosotros'. Aleluya".

Con esta nota de paz termina el domingo de pascua. La celebración termina; sin embargo, continúa, en una atmósfera de quietud y recogimiento, a nivel personal. Junto a la celebración pública y litúrgica está la "fiesta íntima" del corazón.

La paz es el principal don de Cristo a sus discípulos y a nosotros en este día. Por su misterio pascual ha restablecido la paz entre Dios y el hombre. El mismo es nuestra paz, y esta paz produce gozo inmenso. Bien podemos exclamar con los discípulos: "Hemos visto al Señor y estamos alegres".

MISA DE VIGILIA PASCUAL - NOCHE SANTA (08 de abril del 2023)

 MISA DE VIGILIA PASCUAL - NOCHE SANTA (08 de abril del 2023)

Proclamación del  Santo Evangelio según San Mateo: 28.1-10:

28:1 Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.

28:2 De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella.

28:3 Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve.

28:4 Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.

28:5 El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No tengan miedo, pues sé que buscan a Jesús, el Crucificado;

28:6 no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Vengan, vean el lugar donde estaba.

28:7 Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de Uds. a Galilea; allí le verán." Ya os lo he dicho.”

28:8 Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.

28:9 En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Dios les guarde!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.

28:10 Entonces les dice Jesús: “No tengan miedo vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

La pascua cristiana es la verdadera fiesta pascual que celebra el misterio pascual de Cristo y de su Iglesia. Es una fiesta de redención que la Iglesia celebra principalmente en la vigilia pascual. En ella celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, victoria que abre a los hombres una nueva vida en Dios. A través de nuestra participación en su muerte y resurrección, conseguimos el acceso al reino de la luz y la libertad.

La celebración de la vigilia. La vigilia se divide en cuatro partes: celebración de la luz, liturgia de la palabra, celebración bautismal y eucaristía pascual.

Celebración de la luz. El tema de la luz está constantemente presente en la liturgia de pascua. Es altamente significativo que la vigilia comience con la bendición del fuego y encendiendo el cirio pascual.

Lo ideal es iniciar la celebración fuera de la iglesia, enfrente del pórtico, donde se habrá encendido previamente una hoguera. El pueblo se reúne en círculo alrededor del fuego. Pascua es un nuevo comienzo del mundo; éste es el simbolismo del fuego nuevo y la nueva luz.

El rito del fuego es precristiano, pero ha sido asumido en la liturgia de la Iglesia por su rico simbolismo. En Irlanda se puede asociar el fuego pascual con el que, según se cuenta, encendió san Patricio una noche de pascua en la colina de Slane antes de comparecer en presencia del rey Laoghaire en Tara.

Por si acaso quedaran vestigios paganos en el ritual, las palabras introductorias del sacerdote se encargan de disiparlos:

Hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la pascua del Señor, oyendo su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él siempre en Dios.

Se bendice el fuego nuevo, en el que se encenderá el cirio. Desde ahora la atención se dirigirá al cirio precisamente, un cirio grande y hermoso que, durante todo el tiempo pascual, será símbolo de Cristo.

A fin de que cumpla bien su papel simbólico, debe estar marcado según la tradición medieval. En primer lugar, el sacerdote graba una cruz con un estilete. Luego traza la letra griega alfa por encima de la cruz y la omega por debajo. Son las letras primera y última del alfabeto griego. "Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último", dice el Apocalipsis (22,13).

Entre los brazos de la cruz se colocan las cifras correspondientes al año en curso; por ejemplo, 2001. Esto significa que Cristo es el "Rey de todos los tiempos". Para nosotros los cristianos, cada año es un año del Señor, porque estamos convencidos de que todos los tiempos y todas las épocas le pertenecen. El sacerdote acompaña dichas incisiones pronunciando la siguiente fórmula:

Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

El sacerdote puede poner cinco granos de incienso en el cirio para representar las cinco llagas que el Salvador recibió en las manos, en los pies y en el costado. Los pone en forma de cruz, diciendo: "Por sus llagas santas y gloriosas, nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor. Amén".

Al encender el cirio con el fuego nuevo se dice: "La luz de Cristo que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".

Luego se forma la procesión. El sacerdote o el diácono toma el cirio, lo eleva y aclama: "Luz de Cristo", a lo que todos responden: "Demos gracias a Dios". Luego, guiados por el portador del cirio, se encaminan hacia el interior de la iglesia, que está a oscuras.

A la puerta de la iglesia se eleva de nuevo el cirio, con la misma aclamación: "Luz de Cristo", y la misma respuesta: "Demos gracias a Dios". En este momento todos los miembros de la asamblea encienden sus pequeñas velas con la llama del cirio pascual. Este acto expresa la idea de que la luz, que es Cristo, ha de ser comunicada; cosa que tiene lugar cuando se anuncia el evangelio, cuando los hombres lo aceptan con fe y se bautizan. La fe es un don de Dios; pero, como instrumentos humanos suyos, ayudamos a comunicarla a otros.

Cuando el sacerdote o diácono que lleva el cirio llega al altar, se vuelve hacia el pueblo y repite por tercera vez la aclamación. El pueblo ocupa su lugar en la iglesia, y se encienden las luces. El cirio se coloca en su candelero, ubicado en el presbiterio.

Ahora se canta el himno pascual conocido por Exultet. Como sugiere la misma palabra latina, es un himno de gozo y exultación en alabanza a Dios, autor de la luz y dador de vida y salvación. Es costumbre entre los judíos decir una oración de bendición al tiempo que se enciende la luz en casa al atardecer. Tal costumbre fue aceptada por los cristianos, y de ella tomó origen la oración vespertina de la Iglesia, conocida en los primeros tiempos como lucernarium. La magnífica fórmula de alabanza y bendición que se pronuncia ante el cirio pascual no es otra cosa que una versión elaborada de lo que fue común en la antigua cristiandad.

Comienza con una triple invitación a la alegría: "Exulten por fin los coros de los ángeles... Goce también la tierra... Alégrese también nuestra madre la Iglesia..." La causa de la alegría es, por supuesto, la redención del género humano en todas sus fases y aspectos.

Toda la historia de la salvación se encierra aquí en términos poéticos: la pascua de los judíos, la de Cristo y la de la Iglesia. El cirio recuerda a un tiempo la columna de fuego que guió a los israelitas a través del desierto y a Cristo, luz del mundo. Es la luz de la revelación, del bautismo y de la gloria.

El Exultet es uno de los tesoros literarios y teológicos de la liturgia romana. En él la alabanza, la acción de gracias y la súplica se mezclan en espléndida unidad. Lo ideal es que se cante; los textos vernáculos ya han sido musicados. Se le da el mismo honor que a la proclamación del evangelio. Todo el pueblo permanece en pie con sus velas encendidas mientras se canta.

Liturgia de la palabra. Después del canto del Exultet se apagan las velas, y la asamblea se sienta para la liturgia de la palabra, que consiste en lecturas, cantos y oraciones. La lectura de la palabra de Dios es "el elemento fundamental de la vigilia pascual". Hay hasta nueve lecturas, que culminan en el evangelio de la misa. Por razones pastorales, el número de las lecturas puede reducirse, pero conviene siempre recordar que la Iglesia da mucha importancia a esas lecturas 2.

Para evitar la monotonía, es preferible tener varios lectores. Los buenos lectores pueden dar vida al texto. Las lecturas del Antiguo Testamento se prestan bien para una cierta interpretación dramática.

La atmósfera en que se desarrolla esta parte de la vigilia debe ser relajada, sin apresuramientos; hemos de disponernos para escuchar atentamente la palabra del Señor. Se presenta ante nosotros una sinopsis de la historia de la salvación, del gran proyecto de Dios para redimir al mundo. En el Antiguo Testamento se revela este plan; en el Nuevo encuentra su realización. Es la historia del amor de Dios al mundo.

Primera lectura. La primera lectura es el relato de la creación (Gén 1,1-31; 2,1-2). Hay un gran optimismo en la interpretación veterotestamentaria de la creación y en el estribillo: "Y vio Dios que era bueno". La creación reflejó la perfección misma de Dios.

El Dios de la creación es también el Dios de la redención. La Iglesia admira la obra de sus manos en la naturaleza y contempla también sus maravillas en el orden de la gracia. Puesto que es una vigilia bautismal, en ella se administra o se renueva el sacramento del bautismo. Incluso en esta primera lectura la tradición cristiana encuentra una tipología bautismal. El Espíritu de Dios que "se cernía sobre las aguas" en el principio es el mismo Espíritu que santifica las aguas bautismales. También la creación de la luz en el primer día sugiere el bautismo, sacramento de la iluminación.

El bautismo es una nueva creación. En el Génesis leemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Esta imagen había quedado deteriorada por el pecado y necesitaba ser restaurada mediante la obra redentora de Cristo. A través de la fe y el bautismo, la redención se hace operativa en nosotros. San Pablo recuerda a los recién bautizados: "Despojaos del hombre viejo con todas sus malas acciones, y revestíos del nuevo, que sucesivamente se renueva, hasta adquirir el pleno conocimiento conforme a la imagen del que lo ha creado" (Col 3,9-10). Y en otro lugar dice: "De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ya pasó y apareció lo nuevo" (2 Cor 5,17).

En esta lectura litúrgica del Antiguo Testamento estamos actuando, por así decir, a dos niveles. La Iglesia lee en esta narración de la creación el misterio de la re-creación, es decir, de la redención. Esto se expresa en la oración que sigue a la lectura y al salmo:

Dios todopoderoso y eterno, admirable siempre en todas tus obras; que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo, en el camino de los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos.

Segunda lectura. La restauración de esta lectura (Gén 22,1-18) en la vigilia pascual (de la que había sido eliminada en una reforma anterior) ha sido muy apreciada. La tradición cristiana la ha unido siempre estrechamente al ministerio pascual, y en el Antiguo Testamento se leía también en el contexto de la pascua.

Brevemente relata cómo Abrahán, para obedecer el mandato divino, se prepara para sacrificar a su único amadísimo hijo, Isaac. En el último momento aparece un ángel que le ordena que no levante la mano contra el muchacho. Su obediencia había sido sometida a dura prueba. En lugar de su hijo, Abrahán inmola un carnero como holocausto. En premio a su obediencia, recibe la promesa de ser padre de muchas naciones.

Abrahán estaba dispuesto a sacrificar incluso a su propio hijo, Isaac. En el Nuevo Testamento encontramos ecos de esta actitud con referencia a Cristo. San Juan nos dice: "Tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). Este fue un sacrificio más perfecto, porque Dios perdonó a Isaac, pero no hizo lo mismo con su propio Hijo. Sin embargo, la misericordia de Dios no restó méritos a la incondicional obediencia de Abrahán, que prefiguró la obediencia misma de Cristo, el cual fue "obediente hasta la muerte". También Isaac es "figura" de Cristo. No sólo es inocente, sino que acepta voluntariamente ser sacrificado. Cristo no ofrece resistencia a los que lo capturan, se deja conducir como oveja llevada al matadero.

El sacrificio de Cristo está así prefigurado, y también su resurrección. A ello alude el autor de la carta a los Hebreos: "Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac... Pensaba que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos. Por eso recibió a su hijo, y en él, un símbolo" (Heb 11,17-20).

Finalmente, podemos considerar lo fructífera que fue la obediencia de Abrahán: Dios derramó bendiciones sobre él; sus descendientes fueron tan numerosos como las estrellas del cielo y las arenas del mar. ¡Cuánto más fructífero será el sacrificio de Cristo, por el cual el mundo se reconcilia con Dios y los hombres se unen como hijos de un mismo Padre! Por el sacrificio de Cristo se cumplen las promesas hechas a Abrahán (cf oración final).

Tercera lectura. La tercera (Ex 14,15-15,1) es tan importante para la comprensión del misterio pascual, que no puede omitirse. Describe el milagroso paso del mar Rojo por los israelitas. Esta fue la salvación decisiva del pueblo de Dios hacia la libertad, un acontecimiento de importancia incalculable en su historia.

La redención se presenta aquí como una victoria. El paso del mar Rojo fue un desastre para el faraón y sus ejércitos; para los israelitas fue un triunfo y una liberación. Simboliza la victoria de Dios sobre el poder del mal.

La redención realizada por Cristo también fue una victoria, y como tal la consideraban los padres de la Iglesia. Fue una batalla entre Cristo y su adversario, Satanás. El bien se opuso al mal, la luz a las tinieblas: "Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es Vida, triunfante se levanta" (secuencia del domingo de pascua). De esta lucha, en que al principio parece triunfar Satán, Cristo sale victorioso.

Por el bautismo el cristiano comparte la victoria de Cristo. Las aguas bautismales son una fuerza para vida y para muerte: vida para los que se lavan en ellas, muerte para cuantos se oponen al reino de Dios. Como los antiguos israelitas, el nuevo bautizado pasa a través de las aguas del mar Rojo, dejando tras de sí el mundo de las tinieblas y la esclavitud para encaminarse, con Cristo (nuevo Moisés) a la cabeza, hacia la tierra prometida.

Es de notar que el salmo responsorial es la continuación de la lectura. En ese punto la narración prorrumpe en canto: "Cantemos al Señor, ¡sublime es su victoria!" Es el canto de victoria del pueblo de Dios, el cántico de Moisés y de los hijos de Israel. Es también el canto victorioso del pueblo de Dios del Nuevo Testamento; es el canto de agradecimiento de todos aquellos a quienes Cristo ha redimido. En la noche de pascua lo cantamos exultantes. San Juan lo oyó cantar en la nueva Jerusalén: "Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del cordero" (Ap 15,3).

El tema de la alianza. Las cuatro lecturas siguientes, todas ellas de los profetas, se pueden agrupar bajo el tema de la alianza. Hablan del amor redentor de Dios, de la alianza eterna hecha con su pueblo; nos exhortan a ser fieles a la alianza y totalmente leales a la ley de Dios.

La cuarta lectura (Is 54,5-14) expresa la relación de alianza entre Dios y su pueblo. No es un mero convenio legal; más bien se asemeja al contrato matrimonial. Es una asociación de amor que exige confianza mutua, generosidad y fidelidad. Donde faltan estas cualidades la relación es tensa, y puede romperse en cualquier momento si una de las partes es infiel.

Israel fue infiel repetidas veces a este contrato de matrimonio entre Dios y su pueblo; pero Dios nunca anuló el contrato ni rechazó a la esposa infiel. Su amor conquista. Donde ha habido alienación ahora hay reconciliación. Esto se expresa bellamente en las siguientes líneas:

En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-

Dios reafirma su contrato matrimonial. Jura que su amor no abandonará nunca a su pueblo; su "alianza de paz" no se romperá jamás. Esta lectura llama la atención sobre un particular aspecto de la redención: el amor divino que la inspiró. Un amor no merecido y que tampoco sería correspondido es la explicación última y el motivo desencadenante de la redención del hombre. Al celebrar la pascua, la fiesta de la redención del hombre, nos encontramos cara a cara con el misterio del amor divino.

En la quinta lectura (Is 55,1-11) hallamos una vez más el tema de la alianza, aunque en este caso se pone más énfasis en nuestra respuesta a la misma que en la "piedad divina".

"Estableceré con ellos una alianza eterna", dice el Señor. La pascua del Antiguo Testamento conmemoraba, entre otras maravillas, la alianza dada por Dios. La Iglesia del Nuevo Testamento celebra en su pascua el establecimiento del "nuevo y eterno testamento", que fue sellado con la sangre de Cristo. En Cristo, mediador de la alianza, se cumplieron todas las promesas hechas a los patriarcas y a los profetas.

Como pueblo de Dios, debemos permanecer fieles a las condiciones de la alianza. El don no debe ser únicamente por parte de Dios; su amor y su fidelidad han de encontrar respuesta en nuestro amor y nuestra fidelidad; de otro modo no habrá verdadera relación de alianza. Cristo es nuestro modelo y, como cabeza de la humanidad redimida, ofreció al Padre la perfecta respuesta de obediencia y amor.

En la sexta lectura (Bar 3,9-15.23-4,4) el profeta, como enviado de Dios, hace una apasionada apelación a Israel para que se convierta y vuelva al Señor. Sus palabras son para nosotros un reto, como lo fueron para el pueblo judío cuando se encontraba esclavo en Babilonia.

La conversión debe expresarse en una pronta aceptación de la ley de Dios, lo que significa que nuestras vidas tienen que responder a esa ley y estar en conformidad con ella. Es otro modo de decir que nosotros debemos cumplir nuestra parte de la alianza.

Para nosotros, los cristianos, eso significa vivir de acuerdo con el evangelio de Cristo, en el cual la antigua ley encuentra su plenitud. Se nos pide no sólo la aceptación de cada uno de los mandamientos en particular, sino también la voluntad de vivir según el espíritu de la nueva ley.

El profeta Baruc presenta una hermosa e incitante panorámica de lo que sería una vida de acuerdo con la ley. Sería una vida bendecida por la paz, el vigor y la felicidad. La ley no es algo legalista y concebido con mentalidad estrecha, sino un modo de vida. Es la encarnación y expresión viva de la sabiduría.

La séptima y última lectura del Antiguo Testamento (Ez 36,16-28) contiene la promesa de Dios de perdonar a su pueblo infiel, reunirlo de entre las naciones y restituirlo a su propia tierra. La redención se considera aquí como obra de restauración y reunificación. El pecado es causa de división y dispersión. Cristo, el redentor del género humano, ha llevado a cabo la restauración más perfecta reuniendo gentes de todas las naciones en la unidad de su cuerpo. No se puede concebir unión más estrecha entre Cristo y sus miembros.

Después hay una expresión profética que vuelve sobre el tema del bautismo: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará". Los padres de la Iglesia vieron aquí una alusión a las aguas purificadoras del bautismo. La respuesta del salmo responsorial: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío", expresa el ansia de los catecúmenos de recibir el sacramento del bautismo.

La parte final de la lectura vuelve sobre el tema de la alianza. En adelante la ley del Señor será obedecida no sólo literalmente, sino con el corazón. Esto se debe a que Dios mismo transformará el corazón humano, haciéndolo capaz de dar una respuesta generosa. De esta manera se establece entre Dios y el hombre una relación más íntima que la del parentesco humano. Es la verdadera relación de alianza expresada en estas palabras que se repiten en la Biblia como un estribillo: "Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios".

La oración que sigue a la séptima lectura puede considerarse como un resumen de todas las lecturas del Antiguo Testamento. Se puede elegir entre dos. La primera expresa el ruego de que Dios lleve a cabo y complete la obra de la redención hace tanto comenzada; es un ruego por la renovación de la Iglesia y de toda la humanidad. La segunda fórmula pide una comprensión más profunda del amor que motivó el misterio pascual.

El "Gloria" de pascua. A veces ocurre que al final de un largo viaje nos sorprende el hecho de haber llegado a nuestro destino. La misma impresión se puede experimentar en la noche del sábado santo. La transición entre la profecía veterotestamentaria y el pleno esplendor pascual es repentina y casi imperceptible. Después de las siete lecturas con sus responsoriales y oraciones, se encienden las velas para la misa. No hay ruptura en la secuencia, sino una suave transición desde las tinieblas a la luz. La espera ha terminado, ha llegado pascua.

El celebrante entona el Gloria, ese alegre himno en prosa que hemos heredado de la antigüedad y que se recita o se canta en todas las misas festivas, excepto en cuaresma. Tradicionalmente está asociado con pascua de una manera particular, porque, según la costumbre romana, sólo podía ser cantado o recitado por los sacerdotes ordinarios en la misa de la vigilia. El Gloria expresa alabanza, adoración y súplica humilde. Para realzar la nota gozosa, se pueden tocar las campanas de la iglesia, proclamando así a lo lejos y ampliamente la buena nueva de la resurrección.

Sigue la oración colecta de la misa, en la que pedimos la gracia del espíritu filial y la renovación, para que, así renovados, podamos, entregarnos plenamente al servicio del Señor.

La primera lectura del Nuevo Testamento es de la carta de san Pablo a los Romanos (6,3-11). El Apóstol penetra el corazón del misterio pascual. Explica cómo, por el sacramento del bautismo, participamos en el misterio pascual de Cristo. Cristo, nuestra cabeza, sufrió, murió, fue sepultado y resucitó. Por la gracia del bautismo, nosotros, el cuerpo, estamos llamados a participar de una manera real e íntima en este misterioso paso de la muerte a la vida.

El bautismo es un comenzar de nuevo. El viejo estilo de vida queda atrás. El bautismo nos confiere el status de hijos de Dios. Desde ahora compartimos la vida de Cristo resucitado. La conducta moral cristiana debe estar de acuerdo con la dignidad de nuestra llamada. Nuestra vida ha de ser vivida en Cristo y con Cristo para Dios, nuestro Padre. Esto requiere una nueva actitud, una nueva orientación y sentido de finalidad. Un programa completo de vida cristiana se abre para nosotros en esta lectura.

El "Aleluya" de pascua. Después de la lectura, todos se ponen en pie y el sacerdote entona solemnemente el Aleluya, que la asamblea repite. Volvemos así a cantar esta aclamación tan expresiva de la alabanza, gozo y victoria que durante el largo período cuaresmal se omitía. La aclamación más característica del misterio pascual es precisamente esta singular palabra hebrea. Lo ideal es que se cante, y hay una melodía gregoriana muy sencilla para poder hacerlo así. San Agustín en sus homilías de pascua no se cansa de explicar el significado del Aleluya, grito que anticipa la liturgia del cielo. Aquí sirve de heraldo al evangelio de la resurrección y al mismo Cristo que está presente y nos habla. Esa es la función del Aleluya en todas las misas, pero adquiere su pleno significado en la noche de pascua.

El Aleluya, repetido tres veces, forma también la respuesta del pueblo al salmo responsorial. El salmo elegido es el gran salmo pascual 117. La tradición cristiana siempre lo ha relacionado con el misterio pascual, y por eso lo encontramos constantemente a lo largo de todo este tiempo. Tal como se usa en esta liturgia, el salmo canta la victoria de Cristo resucitado, que es también la victoria de todos aquellos a quienes ha redimido. Los catecúmenos que van a ser recibidos en el seno de la Iglesia, los pecadores que han vuelto a la gracia, el pueblo entero de Dios, renovado durante la disciplina cuaresmal, todos pueden hacer propias las palabras del salmo que la tradición aplica a Cristo en su resurrección: "La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir; viviré para contar las hazañas del Señor".

El evangelio de la resurrección. La palabra evangelio significa buena nueva. Y, en efecto, el evangelio es la buena nueva de la salvación. El evangelio de la resurrección que se lee en la noche de pascua es el más alegre de todo el año.

En el leccionario actual leemos el evangelio de la resurrección según san Mateo en el ciclo A, el de san Marcos en el ciclo B y el de san Lucas en el ciclo C. La resurrección según san Juan se lee en la misa del día.

Con razón la Iglesia ha encontrado lugar para cada uno de los evangelios. Cada uno de los autores sagrados describe lo ocurrido a su manera. Pero el mensaje central es siempre el mismo.

San Mateo nos cuenta que el ángel dijo a las mujeres: "Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho". En el evangelio de Marcos, un joven vestido de blanco dice a las tres mujeres: "¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado". Lucas nos habla de dos jóvenes con vestiduras luminosas que preguntan: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado".

Lo que interesa a nuestra fe es el hecho de la resurrección, no los detalles que la rodearon. Nosotros creemos y profesamos que Cristo resucitó de entre los muertos el domingo de pascua. En eso consiste el verdadero núcleo de nuestra fe cristiana.

Los evangelistas, y Cristo a través de ellos, nos hablan en la liturgia de pascua. La Iglesia deja que los evangelios hablen por sí mismos, sin adornos ni calificaciones. Y la mejor disposición para oír y beneficiarse de las lecturas litúrgicas es permanecer atentos a ellas con fe sencilla y con prontitud para obedecer su mensaje.

El evangelio de la resurrección (sea de Mateo, de Marcos, de Lucas o de Juan) es un mensaje para aquí y ahora. Puede que nos suene familiar; pero ¿podemos acaso creer que hemos comprendido el misterio del que nos hablan? Es un reto a nuestra fe, que nos induce a reflexionar seriamente acerca de los fundamentos mismos de nuestra religión cristiana.

La resurrección no es mero acontecimiento histórico; es una realidad siempre presente, que afecta a la vida de cada uno de nosotros; ha cambiado el curso de la historia y puede transformar nuestras vidas.

La liturgia bautismal. La celebración del misterio pascual en la solemne vigilia proporciona el marco más adecuado para administrar el bautismo. Desde el siglo II, el bautismo de los catecúmenos adultos estuvo ligado a la pascua; incluso cuando en el siglo VI desapareció el catecumenado de adultos, la Iglesia de Roma siguió bautizando a los niños por pascua y pentecostés durante varios siglos.

Si hay candidatos al bautismo, en este momento el sacerdote invita a la asamblea a rezar por ellos. Se elevan fervorosas preces por los que están a punto de ser admitidos a la plena integración en la Iglesia, y como se hace también en otras ocasiones semejantes (ordenación sacerdotal, profesión religiosa), cuando los candidatos están a punto de comprometerse en una nueva vida, se rezan o cantan las letanías de los santos para implorar sobre ellos las abundantes bendiciones de Dios.

En esta letanía, la Iglesia de la tierra une su plegaria a la del cielo. Cristo, sus ángeles y sus santos son invocados en favor de los "elegidos" que en este momento se aproximan a las aguas del nuevo nacimiento. La letanía invoca a santos de todos los tiempos, incluso de nuestra época. Hay una petición especial por los que están a punto de ser bautizados: "Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo".

En este momento se prepara el agua con una solemne oración de bendición. La hermosa fórmula, que se supone del siglo VI o tal vez anterior, nos presenta una reflexión bíblica sobre el misterio del bautismo. Recuerda de nuevo los temas de las lecturas del Antiguo Testamento: el agua que cubría la tierra en el principio y el paso del mar Rojo, y los completa con los del Nuevo Testamento, como el bautismo de Cristo en el Jordán y la sangre y agua que brotó de su costado cuando fue traspasado en la cruz.

El Espíritu Santo, que se cernía sobre las aguas en los albores de la creación y que descendió sobre Jesús en forma de paloma en el Jordán, es invocado ahora para que santifique la pila bautismal. El agua es el elemento material mediante el cual, por el poder del Espíritu Santo, el hombre es purificado del pecado y del vicio y engendrado a nueva vida. La pila bautismal es a la vez la tumba en que somos sepultados al pecado y el seno materno del cual renacemos como hijos de Dios.

El papel del Espíritu Santo en la santificación del agua es evocado poderosamente mediante el rito de la triple inmersión del cirio pascual en la pila, diciendo: "Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente". El cirio se mantiene en la pila hasta terminar la bendición.

Ha llegado el momento del bautismo. Es deseable que haya algunos candidatos, ya sean niños o adultos. Ser bautizados en esta noche especial significa participar de manera singular en la celebración del misterio pascual. El paso de la muerte a la vida simbolizado y realizado por el bautismo coincide con la celebración litúrgica de ese mismo misterio.

A continuación se nos da a todos la oportunidad de renovar y consolidar nuestro compromiso bautismal. Es uno de los momentos cumbre de la celebración pascual, para el que veníamos preparándonos a lo largo de toda la cuaresma.

Todos los presentes se ponen en pie con sus velas encendidas y, a invitación del sacerdote, renuevan su profesión de fe bautismal. En primer lugar renuncian a Satanás, a sus obras y a sus promesas engañosas. Luego profesan su fe en los artículos del Credo.

Este rito de renovación fortalece la unión de la comunidad. Todos nosotros: sacerdotes, religiosos y seglares, estamos unidos en la profesión de una misma fe; formamos el pueblo de Dios; somos los fieles de Dios, es decir, el pueblo establecido en la profesión de la fe bautismal.

Todo esto fue muy sencillo en nuestro propio bautismo. Los padrinos prometieron por nosotros. Pero hacer nuestra esa fe y vivirla como adultos no es cosa fácil. Nuestra fe puede ser sometida a dificultades de toda índole, mas también se nos da la gracia de poder decir, convencidos: "Yo creo". La gracia de la pascua es la gracia de una fe reencontrada. No solamente profesamos esa fe, sino que nos comprometemos a vivir según ella; lo cual significa renunciar a todo lo que es contrario a nuestra vida en Cristo.

Después de concluir con una oración, el sacerdote asperja al pueblo con el agua bendita, recordándole una vez más el bautismo. Durante la aspersión puede cantarse un canto bautismal.

La liturgia eucarística. La liturgia eucarística comienza de la forma acostumbrada con la presentación de los dones. Una rúbrica recomienda que los dones sean llevados al altar por los nuevos bautizados, los cuales reciben honor especial por tratarse de la misa de su primera comunión.

La eucaristía completa la obra divina comenzada en nosotros por el bautismo. Junto con la confirmación, integra la iniciación cristiana. A nosotros toca cooperar con la gracia divina para llevar este proceso a plena madurez. Con una conducta moral inspirada en el evangelio y sostenidos por los sacramentos, debemos "hacernos lo que somos", esto es, crecer hasta la plena realización de nuestro status de hijos adoptivos de Dios. Esta idea de plenitud se recuerda en la oración sobre las ofrendas: "Que este misterio pascual de nuestra redención lleve a perfección el misterio salvífico que has comenzado en nosotros".

El significado particular de la misa y comunión de pascua se expresa en el primer prefacio:

Es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca en esta noche en que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado. Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida.

La misma nota pascual se percibe en el antiguo canon romano (plegaria eucarística I), que tiene inserciones propias para esta fiesta. Comienza así: "Reunidos en comunión para celebrar el día santo (la noche santa) de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo".

Se hace mención especial de los nuevos bautizados. "Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa por aquellos que has hecho renacer del agua y del Espíritu Santo, perdonándoles todos sus pecados". Este texto llama nuestra atención sobre los poderes que se nos confieren en el bautismo. Este sacramento otorga a todos aquellos que lo reciben una participación en el sacerdocio de Cristo que los capacita para ofrecer el sacrificio eucarístico 3.

La participación activa en la eucaristía tiene su más perfecta expresión en la comunión sacramental. Por la participación en el cuerpo y la sangre de Cristo nos unimos del modo más íntimo al sacrificio del Sumo Sacerdote. Esta realidad encuentra su expresión más gozosa en la antífona de comunión: "Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya".

En la oración poscomunión se pide la gracia de la unidad:

Derrama, Señor, sobre nosotros, tu espíritu de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual.

Esta es la intención por la que el mismo Cristo rogó en la última cena: "Que todos sean uno" (Jn 17,11). Este era el objetivo de su muerte sacrificial, "reunir en uno solo los hijos de Dios dispersos" y atraer a todos hacia sí (Jn 11,52; 12,32). Esta unidad es perfeccionada por el Espíritu Santo que une a todos los seguidores de Cristo y los convierte en su cuerpo, la Iglesia. Recibiendo el cuerpo y la sangre de Cristo nos llenamos del Espíritu Santo y nos hacemos un solo cuerpo y un solo espíritu con él 4.

Nuestra comunión pascual nos ha hecho instrumentos más efectivos de la paz y el amor de Dios. Nuestra misión consiste en extender la buena nueva de su amor divino y trabajar por la realización del amoroso designio de Dios sobre el mundo. Para eso somos enviados por las palabras del sacerdote: "Podéis ir en paz; aleluya, aleluya".

Conmemoración de Nuestra Señora. Según una antigua tradición, Jesús resucitado se apareció en primer lugar a María, su madre. Tal aparición no consta en los evangelios, pero hubiera sido muy adecuada. Sea que se acepté o no, ello es que ha dado origen a una hermosa costumbre que se conserva en algunas comunidades monásticas.

Al concluir la misa de la vigilia pascual, el celebrante, los ministros y la comunidad se encaminan en fila desde el presbiterio. En un lugar especial de la iglesia se ha colocado un cuadro o escultura de la Dolorosa adornado con flores. Ante él se detiene la procesión y los monjes se vuelven hacia la piedad. Entonces un cantor entona el Regina Coeli, a cuyo canto se une la comunidad. Como se supone que Cristo llevó la buena nueva de la resurrección ante todo a su madre en la mañana de pascua, así la Iglesia ahora revive la escena con las palabras de la antífona:

Reina del cielo, alégrate, ¡aleluya!
Porque el Señor a quien mereciste llevar, ¡aleluya!, resucitó según su palabra, ¡aleluya!