martes, 23 de enero de 2024

IV DOMINGO T.O. CICLO - B (28 de Enero del 2024)

 IV DOMINGO T.O. CICLO - B (28 de Enero del 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

1:21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.

1:22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

1:23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:

1:24 "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".

1:25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".

1:26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

1:27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!"

1:28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

 Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Dice Dios: “Sean, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los serafines se gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo, es Yahveh: llena está toda la tierra de su gloria.”(Is 6,3).  El Ángel dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). ¿Cómo hacernos santos y para qué sirve la santidad? La santidad es requisito indispensable para ser partícipe de la salvación que Dios nos ofrece por su Hijo. ¿Quién es el santo? Jesús dice: “Felices los que tienen corazón puro y limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Los que no tienen pecado alguno son puros y por tanto son santos. ¿Cómo santificarnos? Dios dice: “Santifíquense observando mis leyes poniendo en práctica mis mandamientos” (Lv 20,7). ¿Cuáles son los mandamientos de la santificación? Son los diez mandamientos (Ex 20,3-17). “El Pecado es la desobediencia de los mandamientos de Dios” (I Jn 3,4). Y atentan contra la vida de santidad mandada por Dios.

Jesús posee el poder del reino de Dios cuando dice: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llega en favor de Uds.” ( Lc 11,20). El Hijo de Dios lleva consigo no solo el anuncio de una liberación futura, sino que impulsa al evangelizador a realizar, desde el principio, obras liberadoras a favor del hombre: “Miren que les di poder de pisotear y echar escorpiones y vencer a todo poder del enemigo” (Lc 10,19).  El Hijo de Dios venía a liberar al hombre del pecado; pero también el mal físico, la enfermedad, pertenece a la esfera del pecado, o sea de las cosas no queridas por Dios. Dios quiere el bienestar total del hombre. ¿Cómo podría, pues, un evangelizador contentarse con el solo anuncio del reino de Dios, sin "realizar" obras de liberación del hombre? En todo caso, el contenido "religioso" de todo esto no es la existencia de los demonios, sino la necesidad de luchar, en nombre del Evangelio, contra todo aquello que oprime, que "posee" al hombre. Jesús, aun a pesar de su condición divina, no dejaba de ser un hombre normal; y, como tal, no estaba en posesión de toda la ciencia humana. Y así no habría que exigirle que superara la "interpretación cultural" que su generación daba al hecho de que el hombre está "poseído" por algo que le oprime. Lo que realmente formaba parte intrínseca del mensaje evangélico era la urgencia de luchar contra todo tipo de "posesión" del hombre, fuere cual fuere la interpretación cultural que de este hecho vaya dando cada generación.

El diablo exclama en la presencia de Jesús y dice: “Yo sé quién eres: el Santo de Dios" (Mc 1,24). Esta profesión de fe de satanás es de puro engaño y mentira. Pero Jesús no se deja impresionar por su exclamación y por eso increpo al espíritu rebelde al decir: “Cállate, y sal de este hombre” (Mc 1, 25) y curiosamente el diablo obedeció a Jesús y salió del hombre. San Pablo dice: “No se  junten los que no tienen fe. Pues ¿qué relación habría entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión habría entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía habría entre Cristo y Satanás?” (II Cor 6,14). San Juan Dice: “Hijos míos, que nadie los engañe. Quien obra la justicia es justo, como Dios es justo. Quien comete pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. Pero, el Hijo de Dios ha venido para deshacer las obras del Diablo” (I Jn 3,7-8).

“Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión respecto a los falsos maestros: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este modo de enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa.

Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.                 

Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado” (I Jn 3,8). La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

San Pedro nos exhorta: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8-9).

III DOMINGO DEL T.O. CICLO – B (21 de Enero del 2024)

  III DOMINGO DEL T.O. CICLO - B (21 de Enero del 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,14-20

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".

1:16 Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.

1:17 Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".

1:18 Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

1:19 Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,

1:20 y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna o el reino de Dios? (Mc 10,17). Para heredar la vida eterna tenemos que escuchar la Palabra de Dios (Jn 1,14), que nos dice: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Y nos invita: “Vengan a mí todos los que están fatigados y cansados, y yo les daré descanso” (Mt 11,28).

El evangelio de hoy aborda el tema de la llamada y tiene dos partes: la primera parte comprende solo dos versículos (Mc 1,14-15) y se puede resumir en un solo verbo: Anunciar. ¿Anuncio de que? De la buena noticia. Y ¿en qué consiste esta buena noticia?: “Que el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Ahora qué hacer? Hay que Convertirse y creer en el evangelio (Mc 1,15).

La segunda parte del evangelio comprende 5 versículos (Mc 1,16-20) y se puede resumir con otro verbo: seguir. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).

Y si deseamos profundizar el mensaje conviene preguntarnos: ¿Quién, qué, cómo, cuándo y paraqué anunció? Luego más preguntas: ¿Por qué, cómo cuándo y para que seguir? El anuncio es la proclamación que hace Jesús de su mensaje; el seguimiento lo vemos en dos escenas de pescadores, llamados a ir en pos de Jesús: Simón y Andrés, Santiago y Juan, dos parejas de hermanos carnales entre sí,  que son el paradigma de cuál es el seguimiento de todo cristiano, que ha tomado a Jesús como maestro, como guía, como Señor y Salvador. Jesús anuncia o proclama cuatro cosas:

1) Que el tiempo se ha cumplido. 2) Que el reino de Dios irrumpe sin demora. 3) Que nos convirtamos, 4) acogiendo el Evangelio.

Este fue el anuncio de Jesús, anuncio que hoy nos llega a toda la Iglesia en son de una atenta invitación. En la primera comunidad cristiana el anuncio será el kerigma, el anuncio cumplido, Jesús muerto y resucitado: “Pedro y los demás apóstoles proclamaron ante todo el pueblo de Israel. Sepan  que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer ahora? Pedro les respondió: Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,36-38).

Ahora Jesús nos ha dicho “El tiempo se ha cumplido” (Mc 1,15). Jesús ve la historia humana como “tiempo de Dios”, tiempos sucesivos en los que él iba actuando y haciendo su obra. Y ve que este es el tiempo final, la verdadera culminación de la historia. San Pablo llamará a esta etapa la “plenitud de los tiempos” o la “plenitud del tiempo”: “Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4). O simplemente como lo dice Juan: “La Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Luego el mismo Señor nos lo dirá: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,18-21).

Jesús es consciente de que este es el tiempo de Dios, el tiempo final detrás del cual no viene otro superior, no hay otra etapa realmente nueva en la historia humana, y sabe que él es el centro y el protagonista de este tiempo. Y lo dice de esta forma: “y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15), una frase que ha dado lugar a múltiples explicaciones. Pero a la luz de la secuencias de los hechos de la vida de Jesús, nosotros nos damos cuenta de que el reino de Dios ha comenzado a llegar con él. Los milagros de Jesús están delatando, todos ellos, que el reino de Dios estaba allí. Jesús es el inicio del reino de Dios, que definitivamente se ha empezado a implantar en la tierra y que no tiene marcha atrás. Jesús al dejarnos oír estas palabras, felizmente nos sentimos involucrados: con Jesús estamos en el reino; somos testigos de las maravillas del reino; testigos y beneficiarios. Jesús comienza a actuar de esta manera: anunciando la obra de Dios en la historia.

Los primeros que se apuntan a este reino, que comienza a hacer su aparición en la tierra son unos pescadores humildes del lago (Mc 1,16-20). En realidad, no se apuntan ellos; Jesús los llama con divina autoridad y ellos aceptan la llamada al instante. El reino no es ninguna conquista, sino que es un don del Padre. Eso fue entonces y eso es hoy. El reino no es una opción que uno hace con generosidad, incluso perdiéndolo todo por alcanzarlo; el reino es siempre, absolutamente siempre, un regalo que gratuitamente nos da el Padre del cielo. Lo que pide Jesús para entrar en el reino es una sola cosa. Está expresada en esta frase del Evangelio: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15), una llamada que se podría expresar correctamente de esta manera: “Convertíos, creyendo en el Evangelio”. ¿Qué es convertirse? Creer. Creer en el Evangelio o “creer en el Jesús del Evangelio”, que es lo mismo, creer en Jesús, aceptar a Jesús, haberse encontrado con Jesús dándole plena entrada en nuestro corazón.

Convertirse no es dejar una vida de pecado y  esforzarse por una vida ejemplar. Es algo más simple, más exigente, más vital y constante: Convertirse es adherirse a Jesús, porque realmente lo he encontrado y esto es el acontecimiento nuevo y absoluto de mi vida. Aquí comienza el mundo y aquí culmina, cuando yo me encuentro con Jesús. Es un encuentro de amor que ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi vida. Es el comenzar a vivir bajo el régimen de la gracia, no de la ley. Evidentemente que si antes uno está en el ámbito de los vicios y pecados, al punto saldrán de aquellas esclavitudes para aceptar el dulce yugo del Señor.

Las dos escenas de seguimiento que vienen a continuación nos dicen qué es esta conversión y seguimiento, este cambio de vida y nacimiento de algo diferente, nuevo y totalmente inesperado. “Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”(Mc 1,17-18). Dejaron una vida, dejaron todo y se lanzaron camino de un nuevo amanecer. Dejaban redes, dejaban familia, dejaban pasado, dejaban futuro.

¿Adónde les iba a llevar el nuevo rumbo que se abría, y que se llama simplemente fe? Les llevaba a Jesús y adonde Jesús fuera. Conversión y seguimiento, fruto de un anuncio, de una llamada, conversión fulminante que se presenta como la nueva creación. La palabra de Jesús opera lo que dice, igual que Dios en la creación: Dios lo dijo y existió.

“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,37-39). “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). San Pablo dice: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

II DOMINGO DEL T. O. - CICLO - B (14 de enero de 2024).

 II DOMINGO DEL T. O. - Ciclo B (14 de enero de 2024).

 Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42:

 35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 

36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios».

37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.

38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscan?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»

39 Les respondió: «Vengan y lo verán» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.

41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, ‘Cristo’.

42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, ‘Piedra’ ”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Felices los que tienen corazón puro y limpio, ellos verán a Dios” (Mt 5,8). “Pidan y se les dará; busquen y encontraran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, encuentra; y al que llame, se le abrirá” (Mt 7,7-8). “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13,44). Episodios que nos sitúan en la perspectiva de búsqueda de respuesta a la pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Pregunta deligencial que este año iremos desarrollando en la lectura del evangelio de San Marcos.

1) El prólogo-Himno (Jn 1,1-18) que nos anuncia quién es Jesús y nos presenta las líneas principales del Evangelio; 2) El testimonio de Juan Bautista (Jn 1,19-34), en el cual se hace una presentación de la persona de Jesús, mientras éste entra en escena; 3) La primera actividad de Jesús, que es la congregación de sus primeros discípulos (Jn 1,35-51).

Esta parte final del primer capítulo del Evangelio de Juan (1,35-51) es el punto más alto con relación a todo lo anterior y constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “la Palabra de Dios hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato contenido en Juan 1,35-41 también podría denominarse: “Jesús -el Maestro- entra en acción”. La Palabra de Dios comienza a hablar/actuar (Evangelio: Buena Noticia).

 Asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48.50-51). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus apóstoles o testigos.

El encuentro con Jesús: Los pasos y mediaciones que allí se dan,  permanecerá como paradigma para los discípulos de todos los tiempos quienes comenzarán su camino de discipulado a partir de un “encuentro personal” con Jesús. Mientras los otros tres evangelios describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme” -en los llamados relatos vocacionales-, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo -quizás más profundo- de lo que significa el “seguir” a Jesús. El evangelio de Juan nos enseña, entonces, desde su primera página cómo es un encuentro con Jesús.

 Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros.

 Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro.  Estas escenas están encadenadas entre sí (las dos primeras y las dos últimas por el testimonio de quien ya encontró a Jesús; la segunda y la tercera por el motivo cronológico) y se desarrollan como en un crescendo, donde la identidad de la persona de Jesús va apareciendo cada vez más clara y la percepción de los discípulos (el “ver”) tiene mayor profundidad.

 El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: Juan 1,35-40: Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así:1) Testimonio acerca de Jesús (Jn 1,35-36). 2) Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37). 3) Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (Jn 1,38). 4) Ir y ver por sí y permanecer con Jesús (Jn 1,39). Este esquema es: “escuchar” al “seguir” y “Permanecer en Jesús” (Jn 1,40).

 El testimonio acerca de Jesús: el primer impulso (Jn 1,35-36). En el primer encuentro dos discípulos se cambian de maestro. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn 1,37). Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino.

 El anuncio de la Buena Noticia: “He ahí el Cordero de Dios” resuena por segunda vez (Jn 1,29 y 1,36). El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino quien debía dar testimonio de la Luz” (Jn1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

 Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37): El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo: “lo oyeron hablar así”. Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón.

 El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”. No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación. ¿Cuáles son los motivos del seguimiento? (Jn 1,38). Sucede algo maravilloso.  Los discípulos ya están siguiendo a Jesús, pero no han dialogado con él. Ahora sucede el encuentro. 

 Jesús toma la iniciativa: se da media vuelta, los “ve” en su actitud de seguirlo y se dirige hacia ellos.  Su primera palabra (la primera de todo el Evangelio) no es una afirmación sino una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). La pregunta pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús parece haber una luz para sus inquietudes. Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).

 La pregunta “¿Dónde vives?” (Jn 1,39). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). “Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como una hecho ocasional sino como una experiencia estable, permanente; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará mucho.

 La indicación acerca del día del suceso, e incluso del detalle “eran más o menos las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), deja entender que el encuentro con Jesús marcó su propia historia, fue el día y la hora decisiva de sus vidas.

 ESCUCHAR al SEGUIR-PERMANECER (Jn 1,40): La conclusión de esta primera escena aparece así: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (Jn 1,40).  Esta frase es, al mismo tiempo, la introducción de la escena que sigue. Pero como frase conclusiva, nos da una clave para comprender la dinámica de fondo del encuentro con Jesús, ésta se da en proceso de la Escucha/Respuesta. Los dos primeros discípulos de Jesús supieron dejarse conducir por aquél que ya sabía quién era Jesús, Juan Bautista, y dieron el primer paso en su itinerario como discípulos de un nuevo Maestro que les abriría definitivamente nuevos horizontes en sus vidas.  Pero luego, ya junto con Jesús, volvieron a escuchar la palabra de Jesús y le respondieron.  En el fondo de esta dinámica del Escuchar y Responder se nota una profundización en los motivos profundos que había en el corazón de los discípulos.

Hay que aprender a escuchar al Maestro (Evangelio): con las actitudes, los lugares y los tiempos que él lo requiere. La palabra de Jesús “Vengan y lo verán” contiene lo esencial del encuentro.  Se trata de una invitación (vengan) y una promesa (verán). Todo apunta hacia el encuentro vivo y personal con el Maestro, y ése es el núcleo del acto educativo.  Jesús no les entrega un libro con doctrinas y normas para que sean buenos discípulos, sino que los llama a un encuentro personal de amistad, de comunión con él. Por su parte los discípulos no pueden permanecer a distancia, sin compromiso, como simples espectadores, sino que deben comprometerse, andar con él y seguir su camino, el camino que él indique. En definitiva, el “permanecer” con Jesús es la forma concreta de seguirlo, porque el conocimiento de Jesús no se puede tener a distancia, sino sólo en la comunión con él.

 El encuentro de Jesús con Simón Pedro. Juan 1,41-42: Este segundo encuentro está estructurado en cinco pasos:

 Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41). Conducir el hermano a Jesús (Jn 1,42). Descubrimiento del ser conocido por Jesús (Jn 1,42). Transformación de la persona (Jn 1,42).

 Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). El primer encuentro con Jesús desata una cadena de encuentros: la experiencia de la relación personal con Jesús suscita nuevos testimonios y conduce a él a nuevos discípulos.  El siguiente es Simón Pedro. Los discípulos conducen a Jesús a sus propios familiares, a sus paisanos, a su círculo de amigos.  En el caso de Simón Pedro cuenta la relación familiar: “su hermano Simón” (Jn 1,41). Como bien acentúa el relato, Andrés no se encuentra a Simón Pedro por casualidad sino que lo busca.

 Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41): Él quiere hacerlo partícipe de su nuevo y maravilloso descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).  Testimoniar ahora es transmitir el descubrimiento al hermano: “Encontrar a Jesús” es “descubrirlo”: un nuevo horizonte de experiencias y de conocimientos vitales que se abre con él; anunciar a Jesús es una proclamación eclesial: no en primera persona sino en el plural comunitario. La experiencia vivida en el “permanecer” con Jesús le ha permitido a Andrés y a su compañero comprobar que Jesús es el Cristo, el Mesías enviado por Dios (Jn 1,34).  El encuentro con Jesús es, en última instancia, una experiencia de Dios y de su actuar salvífico y  definitivo en los últimos tiempos de la historia.

 Antes de que el discípulo llegue a confesar su fe (“Tú eres el Cristo”) Jesús deja saber que él sabe quién es aquél a quien llama (“Tú eres Simón”).  El contenido del conocimiento es la persona de Simón como tal, como hombre distinto de los demás, pero también su historia y su mundo familiar: es el “Hijo de Juan”.  La experiencia de fe comienza de esta manera tan sencilla: llegar a descubrir a quien verdaderamente conoce nuestra vida personal, nuestras búsquedas y también nuestras raíces afectivas, el tejido de las relaciones que nos dan identidad en el mundo.

Transformación de la persona (Jn 1,42): Como se llamará en el futuro: “Tú te llamarás Cefas…”. Y el evangelista inmediatamente traduce: “…que quiere decir ‘Piedra’”.  El cambio de nombre no es algo superficial, indica más bien que algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce al Maestro. El encuentro es un diálogo de conocimiento profundo, de revelación del quiénes somos y del quién es Él para nosotros, que transforma la vida. El discípulo podrá decir: “desde el momento en que te conocí algo comenzó a cambiar en mí”. El cambio de nombre es también una expresión de amor, muestra cuánto Jesús se interesa por su discípulo asignándole una tarea.  La transformación en la vida del discípulo tiene que ver con lo que le sucede interiormente a partir de su experiencia de amistad con Jesús y con la misión que, en su nombre, tendrá que asumir por el resto de sus días.

miércoles, 3 de enero de 2024

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (07 de Enero del 2024)

 DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (07 de Enero del 2024)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén,

2:2 diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.”

2:3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.

2:4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

2:5 Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta:

2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.”

2:7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.

2:8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”

2:9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.

2:10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.

2:11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.

2:12 Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor.

Herodes dijo a los reyes magos: “Si lo encuentran al niño, avísenme, para ir también yo a adorarle.” (Mt 2,8). El Ángel dijo a José: “Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13). Herodes está mintiendo: Jesús dijo a los judíos: “Uds. tienen por padre al diablo y el diablo es padre de la mentira” (Jn 8,44). ¿Por qué Herodes quiere matar al Niño Jesús? Porque en Jesús esta la verdad (Jn 14,6). La mentira se abalanza contra la verdad (Ap 12,4). El ángel dijo a José: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban atentar contra la vida del niño” (Mt 2,20). Triunfo la verdad, el hijo de la mentira murió.

 Qué gran anuncio, que buena noticia que hicieron los reyes magos entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe=verdad (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón= mentira (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una salvación para todos (Mt 28,19). Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.

Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni espirituales (I Cor 12,13). Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa ( Mt 2,11). Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle, es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en razón de su raciocinio, si no por su fe.

La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que “no es ya IMPORTANTE para nosotros”, que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él (Mt 16,23).

Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).

El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.

No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.

Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.

Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando.

No hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida. Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo IMPORTANTE es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir. Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.

Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. En cada  Santa Misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).

SAGRADA FAMILIA - B (31 de Diciembre del 2023)

 SAGRADA FAMILIA - B (31 de Diciembre del 2023)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas 2,22 – 40:

2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

2:23 como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

2:24 También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

2:28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

2:29 "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

2:30 porque mis ojos han visto a tu salvador

2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:

2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

El hombre siempre tiene que recordar tres cosas respecto a Dios: 1) Que Él es nuestro Creador (Gen 1,26). 2). Dios nos ha sacado de Egipto de la esclavitud, para ser nuestro Dios. Nos manda que seamos santos porque Él es santo” (Lv 11,45). 3)  Dios se desposará para siempre con la humanidad en el amor, justicia, derecho, fidelidad, misericordia” (Os 2,21).

El nacimiento de un niño (Enmanuel) que es la sonrisa de la creación. Hoy decimos que nació en una familia. Una familia bendita, pero pobre. La familia, desde que Dios nace en ella, queda también redimida y consagrada. La familia es nuestro nido natural, donde recibimos cariño y cuidado, calor y alimento, refugio y valor, fe. La familia se define y se construye en el amor. Podríamos aplicar aquí el texto evangélico: "el que se casa por y para el amor se parece a aquel hombre sabio que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia...En cambio, el que se casa por interés o desde la ilusión o la pasión se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena..." (Mt. 7,24-27).

El amor es don de Dios: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” ( I Jn 4,16). El amor, al dar, no crea dependencia o pasividad; crea en el que recibe capacidad de dar. Así como Dios-Amor nos crea creadores, así el amor, dándose, crea donadores. El que es amado no sólo recibe del que ama, sino que, recibiendo, se siente donador, se siente amador.

“Aunque repartiera todos mis bienes…  si no tengo amor, no soy nada. El amor es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo disculpa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo impefecto” ( I Cor 13, 3-10). Se resume en: “Ya no son dos sino uno solo. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” ( Mt 19,6). El fruto del amor son los hijos.

En la familia todos son responsables unos de otros. El amor familiar los ha unido, los ha implicado y relacionado tan fuertemente que nadie puede sentirse ajeno o insolidario. El ejemplo de José y María: aquellos sueños y visiones, aquellos miedos y preocupaciones, aquellas huidas y retornos, son manifestaciones de responsabilidad compartida.

Dios es amor (I Jn 4,8) y nos ama a todos. Por eso en su enseñanza Jesús respecto al matrimonio dice: “Ya no son dos, sino una sola carne, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,9) Luego se nos dice: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén (Iglesia celestial), que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Ap 21,2-3).

En el Antiguo Testamento: Dios mando a Moisés, diciendo: "Conságrame todo primogénito, porque todo lo que abre el seno materno entre los israelitas, tanto de hombres o animales, míos son todos” (Ex 13,2). Y toda mujer que dé a luz sea niño o niña, se purificará ofreciendo a Dios una res menor o dos tórtolas o dos pichones” (Lv 12,6-8).

Hoy el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35); la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Ángel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I Divina Persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina Persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios: Simeón antes de morir tiene que ver al Mesías del Señor” (Lc 2,26). Luego de ver al Mesías dice “mis ojos han visto a tu salvador” (Lc 2,30). Este misterio de la salvación (Misión del Hijo) es la nueva alianza, del que el Profeta ya decía: “Esta es la Alianza que estableceré con el pueblo de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33). Es decir Dios se desposa con la humanidad. Ya no somos dos, sino uno solo: Dios y el hombre, El novio (Hijo) y la novia, (la Iglesia), y porque Dios está con nosotros, el Enmanuel (Mt 1,23).

Respecto a la familia, el catecismo de la Iglesia nos dice que es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Al crear al hombre y a la mujer (Gen 1,26), Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causal, la cual es el matrimonio. Y Jesús instituyó el matrimonio cuando dijo: “Ya no son dos sino una sola carme. Por eso lo que Dios ha unido que no solo separe el hombre” (Mt 19,6).

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales (Lc 2,6).  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

 

Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19): En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer, vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14): San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo»( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

 3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34): En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división" (Lc 12,51-53). La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35).

4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 7,16). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.

domingo, 17 de diciembre de 2023

IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO – B (24 de diciembre de 2023)

 Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 1,26-38

 1:26 En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

1:27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

1:28 El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".

1:29 Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

1:30 Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

1:31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

1:32 él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

1:33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".

1:34 María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?"

1:35 El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

1:36 También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

1:37 porque no hay nada imposible para Dios".

1:38 María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

 "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".(Lc 1,28). “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31). "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que nacerá de ti será llamara Hijo de Dios” (Lc 1,35). Estas citas resumen el evangelio de hoy, y es conveniente contextualizar en la historia de la salvación. Todas las palabras son de Dios, y el mensaje es un mensaje alegre. La alegría se encontraba ausente del mundo desde hacía mucho tiempo, había desaparecido desde el pecado. Toda la antigua economía y toda la historia de la humanidad estaban empañadas de tristeza, como si en sus relaciones con Dios el hombre hubiera sido en todo momento consciente de una enemistad aún sin expiar: el hombre tenía naturalmente miedo de Dios. El mensaje actual está precedido de un saludo feliz y de una apelación pacífica y cariñosa: Ave: es la primera palabra de este saludo, la cual, pronunciada una vez, se repetirá eternamente.

Partimos de dos premisas. 1) Dios se dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Haré que vuelvan a Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré para ellos su Dios, fiel y salvador” (Zac 8,7). 2) “Dios es amor” (I Jn 4,8). Se propone en salvar a su pueblo y ¿Salvar de qué?

Una vez que Dios creo al hombre (Gen 1,26). Dios le dio este mandamiento: “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gen 2,16). En efecto, “Dios creo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío” (Eclo 15,14). El hombre tiene en sus manos la decisión de optar: Por la vida o por la muerte, lo que escoja se le dará lo que dará” (Eclo 15,17). Para discernir entre el bien el mal Dios mismo da el saber: “El Señor da la sabiduría, de su boca proceden saber e inteligencia” (Prov 2,6). Quien opte por la vida, está llamado a ser santo: “Santifíquense y sean santos; cumpliendo mis mandamientos y poniéndolos en práctica porque yo soy, vuestro Dios el que los santifico” (Lv 20,7).

 El proyecto de vida que Dios propone al hombre se truncó ¿Por qué?: Instigada por la serpiente: “La mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gen 3,6). Es decir opto por la muerte: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12).

 Dios que es amor (IJn 4,8) se propone y dice por el profeta: "Juro por mi vida, que yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Para ello se propone y dice: “Yo salvare a mi pueblo de sus enemigos. Los haré volver y habitarán en medio de Jerusalén. Ellos serán mi Pueblo, y yo seré su Dios, fidelidad y salvador” (Zac 8,7). Esto se resume en un nuevo pacto de alianza: “Estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño —oráculo del Señor—. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,31-33). Es el pacto de amor, se reafirma lo que ya hemos dicho: “Dios e amor”(IJn 4,8).

 El despliegue de esta nueva alianza  se inicia así: El Ángel anunció a María y dijo: "Alégrate, llena de Gracia el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ella turbada por dicho saludo, recibe el anuncio de que ha sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo Unigénito. Y a pesar de estar ya comprometida con San José, dando muestra de una fe, humildad, valentía y abandono en las manos de Dios, pronuncia las palabras más importantes en la historia de la humanidad: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Permitiendo en ese instante el prodigio de la Encarnación (Jn 1,14).

 Dios se hace hombre en el seno purísimo de María, en las entrañas de una mujer de nuestra raza, Dios se humanizo, Dios se hizo lo que nosotros somos, para ser lo que Él es. Comparte desde entonces nuestra humanidad. Porque María supo decir Si a la voluntad de Dios, dio comienzo el embarazo más glorioso de la historia y la Redención de la humanidad se hizo posible. En el saludo del Arcángel a la Virgen María, descubrimos nada menos que su inmaculada Concepción. En efecto al llamarla "LLENA DE GRACIA" (Lc 1,28), el Ángel declara que la Virgen María está llena de favores de Dios, ha gozado de la plenitud del Espíritu Santo, lo que excluye automáticamente el pecado original, ya que si en algún momento María hubiera estado en pecado, aunque no hubiera sido más que por un instante, ya no sería la llena de Gracia. Es por este texto principalmente, que la Iglesia declaró el Dogma de la inmaculada concepción, que siempre habíamos creído, en 1854 y que Ella misma ratificó en Lourdes, Francia, en 1858, al definirse ante Santa Bernardita como "Yo soy la inmaculada Concepción".

 Las Bodas de Caná (Jn 2,3): Los Evangelios nos relatan cómo en el pueblecito de Caná de Galilea, la Virgen Santísima asistió invitada a una boda, y también llegaron Jesús y sus discípulos. María es la mujer atenta, servicial, la gran ama de casa que se da cuenta de que el vino de la fiesta se ha terminado. "Hijo, no tienen vino" (Jn.2,3) ¿Por qué la Virgen acudió a su Hijo?, ¿Qué esperaba que él hiciera?, ¿Por qué confió tanto en él? No lo sabemos, pero el hecho es que su intercesión provocó el primer milagro de Jesucristo "y sus discípulos creyeron en él". En este pasaje se revela que el poder es de él, la intercesión de Ella. Con la confianza de ser escuchada por su Hijo, dice a los criados: "Haced lo que él os diga", así pués, cuando acudamos a la Virgen Santísima en alguna necesidad, estemos dispuestos a cumplir en todo la voluntad de Dios.

 María Al pie de la Cruz (Jn 19,26). Durante la vida pública del Señor, la Virgen María permanece prudentemente en la sombra, confundida entre la muchedumbre, relativamente cerca de su Hijo, meditando sus palabras en su corazón, como la primera discípula de Cristo.

 Desde la presentación en el Templo, cuando Jesús tenía 40 días de nacido, María había recibido del anciano Simeón una premonición angustiante: "Mira, este niño está destinado a ser la caída y el resurgimiento de muchos en Israel como signo de contradicción. Y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc.2,34-35)

 Más tarde, el relato del testigo presencial de lo que sucedió en el Calvario, San Juan, es sumamente conmovedor. María, la que pasaba desapercibida en los triunfos de Jesús, aparece en un primer plano en el momento del dolor. "Junto a la Cruz de Jesús, estaban su Madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn.19,25).

 Es la Virgen Dolorosa con siete puñales clavados en su Corazón Inmaculado. Y a continuación San Juan nos relata lo que pasó: "Jesús viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo que amaba, dice a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo; luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa". (Jn. 1 9,26-27)

 Escena llena de misterio; ciertamente Jesús se preocupa por el futuro de su Madre. Habiendo ya muerto San José (no aparece ni una sola vez en la vida pública de Jesucristo) y no teniendo el Señor hermanos carnales, quedaba María desamparada. San Juan es el único de los apóstoles presente en la muerte de Cristo, es el Apóstol virginal que recibe en herencia nada menos que a la Madre de Dios; Jesús en San Juan nos la hereda por Madre a la Madre del Salvador, a la Siempre Virgen María: “Mujer ahí a tu hijo, hijo ahí a tu madre”.

 Naturalmente, dentro de la Liturgia y tradición de la Iglesia, aparece paulatinamente, la memoria de la Santísima Virgen en festividades que conmemoran los principales acontecimientos y verdades que sobre Ella se han aceptado siempre, algunas de las cuales ha sido necesario declarar dogmas de fe, a saber:

 Que es la Madre de Dios. (1º de enero) Dogma declarado por el Concilio de Efeso en el año 431 e incorporado a las oraciones oficiales de la Iglesia. Y la virginidad: “María dijo al Ángel ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,34-35).

 La inmaculada Concepción. (8 de diciembre) Es el Dogma declarado por el Papa Pío IX en 1854, acerca de que la Santísima Virgen María fué concebida sin pecado original.

La Asunción de la Virgen María a los Cielos. (15 de agosto) Dogma declarado por el Papa Pío XII en 1950, acerca de que la Santísima Virgen fué llevada al Cielo en cuerpo y alma.

La Anunciación, la Navidad, la Presentación y la Asunción. Además de estas solemnes festividades, hay otras muchas a lo largo del Año Litúrgico, en las que celebramos, no solamente aquellos hechos que surgen de la palabra de Dios, sino también los emanados de otras fuentes como son las principales apariciones de la Santísima Virgen María, reconocidas por la Iglesia, a saber: Tepeyac (1531), Lourdes (1858), Fátima (1917) y otras devociones populares.

En busca de una casa. ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? El hombre religioso cree que puede complacer a Dios con sus obras y asegurarse, mediante ofrendas, la propia salvación.

Establece unas coordenadas espacio-temporales y psicológico-morales, y cree encerrar dentro de ellas al Dios de la libertad.

Pero ni David ni Constantino, ni el Vaticano ni el Concilio, podrán convencer a Dios sobre el lugar y el tiempo y el modo de su presencia salvadora. Dios es libre y es imprevisible. Y, sobre todo, Dios es gratis. La salvación corre de su cuenta. Y las casas donde habitar las prepara él.

Cuando quiso habitar entre los hombres, no por nada, sino porque los amaba y necesitaba manifestarles su amor y salvarles de sus dramáticas dolencias, buscó el lugar donde quedarse.

Conocéis la historia. No buscó lo grande, lo brillante, lo influyente, ni siquiera lo santo: buscó una muchacha, la más pequeña del pueblo más vulgar de la nación más oprimida. "Y la doncella se llamaba María".

No es que fuera tan buena y tan santa que atrajera la mirada y el corazón de Dios, sino que la mirada y el amor de Dios la hizo tan buena y tan santa. ¡Qué misterio! Las preferencias de Dios no hay hombre que las entienda. La iniciativa siempre parte de Dios, y cuando Él actúa deja siempre la marca inconfundible de la pequeñez y de la humildad. O sea, que Dios no quiere nuestras cosas, sino nuestro vacío; no quiere nuestras virtudes, sino nuestra pobreza; no quiere nuestros méritos, sino nuestra fe.

Al que se cree digno y capaz, Dios le deja que se las arregle por su cuenta. Pero al que se cree pequeño e insuficiente Dios le envía el ángel de la Anunciación. "Porque miró la pequeñez de su esclava".

Pide nuestra fe. O sea, pide que confiemos en Él, que estemos pendientes de toda palabra que sale de su boca, que nos pongamos en sus manos, que le dejemos actuar en nosotros y por nosotros, que le digamos FIAT, que le digamos SI. Y que se lo digamos cariñosa y gozosamente, como el niño más pequeño al Padre más querido. Sí, Papá. Lo demás ya es cosa suya.