domingo, 19 de enero de 2014

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO - A (19 de Enero del 2014)


DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO - A (19 de Enero del 2014)

En aquel tiempo, Juan vio acercarse a Jesús y exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel».

Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios». PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el domingo de la Epifanía, los Reyes magos al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Este hecho no es sino la revelación de Jesús a la humanidad. En el domingo anterior, en el bautismo del Señor: “Se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,17). Es otra Epifanía o manifestación de Dios en el Bautismo, es la Epifanía del Padre y del amor del Padre en el corazón y en el espíritu de Jesús. En este domingo, el evangelio (Jn.1,29-34) nos manifiesta la tercera Epifanía, la manifestación de Dios por los mismos judíos representados por Juan Bautista, en quien reza esta enseñanza: “Ahí está el cordero Dios el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

El evangelio de este domingo podemos resumir así: el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús y que a su vez comprende cuatro enunciados:

1.- El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús.
2.- Jesús es el cordero de Dios.
3.- Él es el que quita el pecado del mundo: que a su vez puede aportarnos tres connotaciones:
                - la redención de Jesús es universal.
                - la redención consiste en la liberación integral del hombre.
                - que lo sitúa en la victoria con Cristo sobre el pecado.
4.- Dios nos quiere como testigos del evangelio (Hch 1,8)

Juan Bautista actúa como testigo de Jesús hasta tres veces:

1.- Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Eres Elías?». Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?». «Tampoco», respondió… Juan les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Algunos de los enviados eran fariseos y estos dijeron: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia». (Jn 1,19-27).    
 
2.- Es el testimonio que hoy hemos leído en el evangelio: Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo… Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él… Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios». (Jn 1,29-34).

3.- El tercer testimonio tiene que ver con el abajamiento total de Juan y la plenitud del hijo de Dios: “Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde (Jn 135-39).

El momento cumbre del testimonio de Juan Bautista constituye el episodio que hoy leímos en el evangelio: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él… Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios». (Jn 1,29-34). Cuando juan dice “Yo he visto bajar del cielo el Espíritu y posarse sobre el, se remite al episodio del bautismo de Jesús en el Jordán.  Mientras Juan bautizaba: “Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo. El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc 3,21-22).

Es uno de los momentos más esplendorosos en la vida de Jesús. Es un momento en el que Jesús encarnado, Jesús hombre, siente la voz de Padre que le reconoce como Hijo y, además, le hace sentirse amado, el predilecto del Padre. Pienso que debió de ser un momento extraordinario dentro de la experiencia de fe de Jesús y que lo marcó definitivamente para toda su vida.

Pero el mismo Señor da testimonio sobre esta unidad en el Espíritu del padre, cuando dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos  y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Jn 4,18-21).


Desde luego, cuando uno lee después el Evangelio, uno se da cuenta de que si de algo pudieron acusarle a Jesús fue de andar en compañía de los malos, de los pecadores. Esa fue la gran verdad de Jesús porque esa es también la verdad del amor. El amor no hace distinción de personas, además el amor siempre busca a los más débiles. Y esa fue la historia de Jesús. Por eso su figura chocaba tan radicalmente con la de los “santos fariseos” y por ende con los mismos judíos: Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,10-13).

sábado, 11 de enero de 2014

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - A (12 de Enero del 2014)


BAUTISMO DEL SEÑOR - A (12 de Enero del 2014)

Evangelio según San Mateo 3,13 -17

En aquel tiempo, Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.

Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Hoy, es el domingo del Bautismo del Señor, fiesta con el que se termina esta primera parte del tiempo litúrgico de este año ciclo “A” que iniciamos con el primer domingo de adviento a fines del mes de noviembre del año pasado 2013.

A Juan Bautista preguntaron si era el Mesías, Juan respondió con humildad y la verdad que no es el Mesías, ni profeta. Y le dijeron que si no es nada de eso, Por qué bautizaba. (Jn 1,26-27). El evangelista san Lucas nos reporta: Juan tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Lc 3,16).

El evangelio de hoy termina diciendo: Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». (Mt 3,16-17). Mientras que San Lucas dice: Cuando Jesús se bautizaba, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

Testimonios de este acontecimiento:
El bautismo del Señor, un singular acontecimiento del que Juan dio este testimonio en estos términos: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,32-34).

Cuando Jesús se bautizaba, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Más tarde hay otro testimonio del mismo Padre en favor del Hijo Único: Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante… Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo” (Lc 9,28-35).

Pero también tenemos el testimonio de este acontecimiento del mismo Señor. El Hijo Único: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,18-21). Es decir, todas las profecías del A.T. se cumplen a plenitud en el Mesías esperado que es Jesús, quien con certeza dice: “Salí del Padre y vine al mundo…” (Jn 16,28). “El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»?¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.” (Jn 14,9-10).

¿QUES ES PUES EL BAUTISMO PARA NOSOTROS?
Respecto al valor del Bautismo Jesús mismo dice lo siguiente: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6).

San Pablo nos sitúa la importancia del bautismo porque está relacionado al pecado original: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Y Juan agrega: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (IJn 1,8)n¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección” (Rm 6,3-6). Pero es dable aclarar lo que en la carta a los hbreos se nos dice: “Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado” (Heb 4,15).

Para nuestra reflexión, destacamos dos rasgos fundamentales también para nosotros hoy: El primer rasgo es que Jesús no se siente incómodo mezclándose con todos los pecadores que hacen turno para que Juan los bautice, no tiene reparo alguno de que le tengan por un pecador más en la fila de los pecadores. Esto marca, de alguna manera, su estilo de vida. A Jesús le podrán acusar de todo, pero no dirán que Jesús es de los que anda siempre con los buenos. Toda su vida pública estará marcada por estar cerca a los malos, los pecadores, por su amor hacia ellos y por su acogida a todos ellos: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lc 5,32).

El segundo rasgo es que Jesús queda marcado y su corazón como tatuado por una profunda experiencia de ser el amado, el querido, el preferido del Padre. Quedó marcado por sentirse amado y de ahí que toda su vida será también una experiencia de amor primero para con el Padre y luego para con todos los hombres.

Esta doble experiencia será como la espina dorsal de su personalidad y la dará consistencia a su propia identidad. La sicología moderna insiste mucho en esta primera experiencia del amor como base para la estructuración de nuestra personalidad. ¿Nos sentimos nosotros los amados de Dios? Quisiera recordar aquí lo que dice el Papa Francisco: “Si vais al Baptisterio de San Juan de Letrán, en la catedral del Papa, en el interior hay una inscripción latina que dice más o menos así: «Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo que fecunda aguas; la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas.»”

A los treinta años se da un gran acontecimiento. En Navidad lo vemos en la cuna. En el Templo lo vemos adolescente. En Nazaret lo vemos adulto. Hoy lo vemos metido entre los pecadores como un pecador anónimo, esperando recibir el bautismo de Juan. Fue uno de esos momentos que marcó la vida de Jesús pero también las esperanzas del Pueblo fiel.

Jesús es confesado públicamente por el Padre como su “Hijo amado”. Por fin, después de tantos años en los que el Pueblo sentía que, víctima de sus pecados, el pueblo se le había cerrado, de nuevo el cielo se abre. De nuevo suena la voz de Dios. Jesús queda marcado humanamente como “Hijo amado”. Esa experiencia humana de su filiación lo sella para toda su vida. En lo sucesivo será el “Hijo que habla en nombre del Padre”, será el “Hijo que hace lo que el Padre le manda”, será “Hijo enviado”, será “el Hijo que vuelve al Padre”. Una vida marcada y señalada por la paternidad y la filiación.

También quedará marcado por su amor a los pecadores. Desde entonces sus “amados” serán precisamente los publicanos y pecadores sus “predilectos”. Se sentirá como el enviado del Padre “a los enfermos” más que a los que se creen sanos. El nacimiento nos marca de alguna manera genéticamente con la realidad de nuestros padres. El Bautismo nos marca genéticamente con el amor y la vida de Dios porque también a nosotros se nos dice “Uds. son mis hijos amados, mis predilectos”. Sobre nosotros como sobre Él desciende el Espíritu Santo, cuya misión será también la de “empujarnos” y vivificarnos. Por eso el Bautismo tiene que ser como el punto de partida de nuestra vida de creyentes, de nuestra vida de cristianos, de nuestra vida de “hijos amados de Dios”.

Finalmente Jesús dijo a sus apóstoles: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”

sábado, 4 de enero de 2014

DOMINGO DE EPIFANÍA - A (5 de enero del 2014)

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EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (5 de Enero del 2014)
Evangelio de San Mateo 2,1-12:

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.  Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el Señor que ha venid a salvarnos del pecado en su Hijo, el niño Jesús.

Los reyes magos que gran anuncio, que buena noticia que hicieron entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz (Mt 2,9) de la estrella y búsqueda guiadas por el egoísmo (Mt. 2,8).

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, 
que está en el seno del Padre (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le encanta lo humano como su espejo. Con razón le dio el título de su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían halar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

Nuestro verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica, debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico” porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una salvación para todos. Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación, sacramento de la salvación.

Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni espirituales. Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa. Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle, es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en razón de su raciocinio, si no por su fe.

La cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que no es ya importante para nosotros, que podemos vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él.

Los Magos no iban guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).

El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.

No es que hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al “individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.

Los buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o lejanos.
Todos tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la butaca. Hay que ponerse en camino buscando.

A veces no hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida.
Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo importante es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir.Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.


Nosotros quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. N cada misa Dios se encarna en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc 22,19-20).

sábado, 28 de diciembre de 2013

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA - A (29 de Diciembre del 20013)



SAGRADA FAMILIA - A / 29 de diciembre del 2013

Evangelio de San Mateo 2,13-15;19-23

En aquel tiempo, después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».  José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: "Desde Egipto llamé a mi hijo".

Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: "Será llamado Nazareno" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

La sagrada familia (la virgen María y san José), antes de vivir juntos ya tenían problemas; porque el hijo que lleva en sus entrañas la virgen, no es precisamente para José (Mt 1,18), por eso José decidió ya no concretizar la vida conyugal. Pero, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo… Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt. 1,20;24). Cuando todo parece normalizarse, la sagrada familia tendrá otro problema, el problema del alojamiento: “María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).

Que alegría, que el niño ya nació, pero los problemas no cesan en la sagrada familia. Ahora no todos se alegran con su nacimiento, sino muchos en Jerusalén se alborotan por su nacimiento empezando por el rey Herodes (Mt 2,2). El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (Mt 2,13-14).

Muchos dirán que la suerte no acompañó a la familia de Jesús que comenzó con problemas, nació en medio de problemas y recién nacido siguen los problemas. Ahora debe emigrar a Egipto como un prófugo, como un exilado. ¡Y era la Sagrada Familia! Era nada menos que la familia de Jesús. Con qué facilidad hablamos de la Sagrada Familia como si en ella todo fuese gozo y alegría, como si en ella no hubiese problemas, ni conflictos y dolores ni sufrimientos, ni carencias. Sin embargo, si meditamos el texto de Mateo fue una familia con serias dificultades y con serios problemas, y no solo en sus comienzos, sino durante toda la vida del Hijo de Dios.

Una familia muy santa y muy querida de Dios, pero también una familia que debió sufrir mucho. Yo diría que una familia muy parecida a muchas de nuestras familias de hoy. Esto es lo que me impresiona y de la Familia de Jesús. Siempre me habían presentado a la Sagrada Familia como un cielo en la tierra, todo era cariño, todo era amor y todo era felicidad, y ahora que leo y medito el Evangelio descubro que es una familia que debió vivir la realidad de muchas de nuestras familias.

Una familia sin casa propia que tiene que refugiarse en la marginalidad de Belén. Una familia de emigrantes, desarraigada de su propia tierra y de su propia lengua que tiene que vivir expatriada y exilada. Además algo bien curioso, por culpa del Hijo que es también el Hijo de Dios porque es a Él a quien Herodes quiere eliminar. María y José tienen un hijo a quien la autoridad y el poder persiguen para darle muerte, recién nacido.

Pero, sería bueno preguntarnos también, si no hubiera problemas, que sería de nosotros, seriamos como ángeles del cielo. Así, pues, los problemas no pueden ser una razón para no ser felices. Estoy seguro de que, a pesar de todos estos sufrimientos, la familia de Jesús fue una familia feliz. Si en tu familia hay problemas,  no se desesperen, miren en la Sagrada Familia que los tuvo posiblemente mayores que los de Uds. ¿Quién no tiene problemas?

 Para que vean, la Sagrada Familia no vivió en las nubes, sino en un mundo real, con unas situaciones concretas, con unas personas concretas, con unos poderes concretos y con unas mentalidades concretas. La familia de Jesús comenzó ya con problemas en la Encarnación. El susto de José y el riesgo de María, estaban ahí como cuchilla afilada rasgando corazones. Sólo la fe de José en la Palabra de Dios pudo abrir luz en aquella oscuridad.

Como ya dijimos, los problemas en la sagrada familia ya se presentan l inicio. El Nacimiento del mismo Niño no tuvo mucho de facilidades. Tocar puerta tras puerta y sentirse rechazados hasta ir a parar a un establo de ovejas, no debió de tener demasiado de fiesta. Y ahora algo realmente doloroso y peligroso: “Herodes quiere matar al Niño. Huye a Egipto.” Entonces como tres prófugos, emprenden el camino del desierto, como extranjeros en tierra ajena. Problema tras problema. Algunos, creíamos que la verdad y felicidad de la familia consiste en que no falte nada, lo tengamos todo, y no haya problemas. A la Sagrada Familia le faltó todo, no tenía nada y estuvo llena de problemas. Sin embargo era la Familia de Dios, era la Familia de Jesús, María y José.

Todos queremos tener una linda familia. Todos queremos tener una familia feliz. Ese ha de ser ideal de hogar y de familia, pero la realidad que nos rodea no siempre nos ayuda. En la familia de Jesús, el problema estuvo en el ansia de poder de Herodes, dispuesto a todo, con tal de sacar de en medio a alguien que pudiera poner en peligro su trono.

Hoy puede que no seamos tan ceñidos en problemas, pero hay muchos estilos de Herodes: la injusticia, la pobreza y la miseria, la falta de trabajo, son los problemas económicos. Nunca las alegrías vienen completas, hay muchas circunstancias que nos hacen sentir el sufrimiento y la desilusión. Sin embargo, la fe fue más fuerte que todas las amenazas en la Familia de Jesús. Nosotros tendríamos que afirmar un amor capaz de hacernos más fuertes que todos los tropiezos del camino. Un bello ejemplo para luchar y no desesperarnos. Un bello ejemplo para luchar y ser más que nuestras dificultades.

El secreto para afrontar nuestros conflictos, temores, e inseguridades está en la figura de la grada familia, en la humildad de san José, que nunca supo poner peros en la propuesta de Dios, hace lo que Dios le manda y sin decir una sola palabra. La virgen sin saber ser madre dice: Aquí está la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra (Lc 1,28). El Hijo terminara su vida en la cruz entre los malhechores como un condenado, pero al tercer día resucitará (Mc 10,33). Pero, antes tendrá que sufrir mucho, cargar con su cruz… “Padre si es posible aparta de mi esta copa, pero que no haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,24).

Saben quién no tiene problemas. Es el que no hace nada en su vida, a quien le da igual hacer bien o mal. Pero quien quiere hacer siempre el bien, quien quiere superarse, siempre tendrá problemas. Pero contamos con la ayuda de Dios, él va a estar ahí donde todos te abandonan, él nunca te fallará. Tu fe y tu voluntad de superación y camino al éxito es tu única opción y eso solo tú puedes hacerlo por ti y los suyos ya nadie más lo hará por ti. Esperar con paciencia y la perseverancia es un deber, no un lujo. El cristiano es por definición, el Hombre de la Esperanza. San Pedro nos anima a que siempre estemos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza. Muchos creyentes toman por modelo a personas simples humanos (deportistas, artista) y dejan y dejan de lado el modelo de la humanidad que es Cristo Jesús. Miran la vida con pasividad y resignación: aceptan la frustración y la derrota; se olvidan que Dios sembró en cada uno capacidades extraordinarias, dones, talentos, para afrontar la vida, mejorar y hacer de ella una fiesta de esperanza y de gozo. Al respecto el Dr. Christian Barnard compuso una maravillosa oración que dice:

Si piensas que estás vencido, lo estás.
Si piensas que no te atreves, no lo harás.
Si piensas que te gustaría ganar
Pero [crees] que no puedes, no lo lograrás;
Porque en el mundo encontrarás que el éxito
Comienza con la voluntad del hombre.

Si piensas que perderás; ya has perdido.
Todo está en el estado mental,
Porque muchas carreras se han perdido
Antes de haber corrido.
Y muchos cobardes han fracasado
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán;
Piensa en pequeño y te quedarás atrás.
Tienes que pensar bien para elevarte,
Todo está en el estado mental.

Si piensas que estás adelante, lo estás.
Tienes que estar seguro de ti mismo,
antes de intentar ganar un premio.
La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte o el más ligero.

Porque tarde o temprano, el hombre que gana
es aquel que cree poder hacerlo. Amén.


El ángel ha dicho a la virgen María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Jesús dice: Sin mi nada podrán hacer (Jn 15,5). Nada es imposible para quien cree y tiene fe (Mt 17,20). San Pablo: Para mi Cristo lo es todo (Col 3,11). La fe que mueve montañas, sumado a tu voluntad, podrás hacer cosas extraordinarias y de hecho es la única estrategia para escalar el cielo.

CON LA BENDICIÓN DE DIOS OS DESEO DE TODO CORAZÓN UN AÑO NUEVO DE MUCHA FELICIDAD PARA UD. Y TODA SU FAMILIA. SINCERO DESEO DE SU AMIGO FR. JULIO CH. HERMANO FRANCISCANO.


sábado, 21 de diciembre de 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO - A (22 de Diciembre del 2013)


IV DOMINGO DE ADVIENTO A (22 de diciembre del 2013)

Evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

 La Encarnación de Jesús no estuvo carente de problemas y dificultades humanas. A nosotros todo nos parece todo fácil. El Ángel anuncia a María. María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada, es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

Sin embargo, José al igual que antes María: El Ángel le dijo: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).

La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque esta con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

EL PRIMER PESEBRE LO EDIFICÓ SAN FRANCISCO DE ASÍS EN 1223

                   
                        LA NAVIDAD DE GRECCIO
              CELEBRADA POR SAN FRANCISCO (1223)

                                    Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87)

Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.

El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.

Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.

El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.


PARA TI MI QUERIDO(A) AMIGO(A) DE ESTE MEDIO PERMÌTEME EXPRESARTE UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN POR ESTAS FIESTAS DE NAVIDAD. QUE EL NIÑO JESÚS DERRAME BENDICIONES EN TU FAMILIA. 
ATTE. TU AMIGO FR JULIO CH.



sábado, 14 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (15 de Diciembre)


III DOMINGO DE ADVIENTO - A (15 de Diciembre del 2013)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

En aquel tiempo, Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!».

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino". Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

En el domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Hoy, en el III domingo de adviento, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) se nos presenta situándonos como el que ya estamos recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra gran idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel porque denunció a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

En la cárcel a Juan le van llegando rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Pero Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda por eso a sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas que pueden servirnos. La primera, no podemos vivir en la penumbra de la duda. La segunda, mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos dejan de ser ciegos. Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó.

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan bautista: “Id y decid a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Esas son las señales de identidad de Jesús, ese es el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiano? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).