EPIFANÍA DEL SEÑOR - A (5 de Enero del 2014)
Evangelio
de San Mateo 2,1-12:
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos
magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey
de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos
venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él
toda Jerusalén. Entonces reunió a todos
los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué
lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así
está escrito por el Profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre
las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el
Pastor de mi pueblo, Israel"». Herodes mandó llamar secretamente a los
magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la
estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente
acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también
vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en
Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando
vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron
al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego,
abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como
recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes,
volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en la fe, Paz y Bien en el
Señor que ha venid a salvarnos del pecado en su Hijo, el niño Jesús.
Los reyes magos que gran anuncio, que buena noticia que hicieron entre
los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los
judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados
por la luz (Mt 2,9) de la estrella y búsqueda guiadas por el egoísmo (Mt. 2,8).
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el
Hijo único,
que está en el seno del Padre (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le encanta lo humano como su espejo. Con razón le dio el título de su Imagen y semejanza (Gn 1,26).
que está en el seno del Padre (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le encanta lo humano como su espejo. Con razón le dio el título de su Imagen y semejanza (Gn 1,26).
Hoy es la
fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios
hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de
la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el
poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto
los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían halar al Niño. Los Santos
Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da
el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos,
a todas las razas y a todos los hombres.
Nuestro
verdadero nombre de creyentes es el de “cristianos”; sin embargo, llevamos un
apellido que lo dice todo: “católicos”. Lo de católico no significa propiamente
romano, sino “universal”. Nuestra fe es católica, nuestra misión es católica,
debido a Dios, el Dios que se revela y manifiesta a los Magos, es “católico”
porque es para todos. Jesús ha nacido para todos. Nadie se puede hacer dueño de
su nacimiento, ni siquiera María y José. La salvación que Él nos trae es una
salvación para todos. Nadie puede hacerse dueño de la salvación de Dios, ni
siquiera la Iglesia. Ella no es la salvación, sino señal de la salvación,
sacramento de la salvación.
Ser cristiano es sentirnos signos de salvación para
todos, sin excluir a nadie, sin poner fronteras a nadie, sin exclusivismos ni
particularismos, sin divisionismos ni ideológicos, ni teológicos ni
espirituales. Todo reduccionismo particularista deja de ser la Epifanía de Dios
hoy para el hombre. Con frecuencia frente a Dios asumimos actitudes de pura
curiosidad, otras de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de
arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A
Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el
corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales,
pero Dios sí puede entrar en nuestro corazón.
Los Magos
de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las
novedades sobre Dios, venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de
adoración, de admiración, en actitud de sorpresa. Para
adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante Él. Adorarle,
es asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por
fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y
decir sí sin aun entender nada. Porque Dios no se deja abordar por el hombre en
razón de su raciocinio, si no por su fe.
La
cultura moderna, y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de
autosuficiencia, actitudes de desafío. No es la actitud de adoración y
rendimiento, sino la actitud de una especie de reto. Como quien se sitúa frente
a él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en
nuestras vidas, de decirle que no es ya importante para nosotros, que podemos
vivir sin mayor problema prescindiendo de Él. En todo caso, tenemos el
atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que
nosotros quisiéramos de Él.
Los Magos no iban guiados por su vanidad a
preguntar y cuestionar, iban a rendirle el tributo de su adoración, a rendirse
delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente, no encontraron lo que se habían
imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo
de rodillas lo adoraron y le ofrecieron de regalo oro, incienso y mirra” (Mt
2,11).
El sentido de propiedad, actitud de vanagloria no está solo en querer las
cosas para si, también suele extenderse a Dios. Hoy resulta que, cada uno
piensa en “mi Dios”, el mío, el que es de mi propiedad. Y Dios no se deja
poseer por nadie. Dios no es propiedad de nadie porque Dios es propiedad de
todos. Cada vez que nos queremos adueñarnos de Él, terminamos por quedarnos sin
Dios. Esa fue la experiencia de Israel. Dios le había escogido como su pueblo e
Israel se había adueñado de Él. En aquella cultura se entiende. Cada pueblo
tenía su Dios protector. Israel tenía el suyo. Por más que los profetas
tratasen de presentar el universalismo de la salvación, el pueblo seguía con la
mentalidad de que Dios era para ellos y para nadie más.
No es que
hoy lleguemos a ese nacionalismo de Dios, pero es posible que lleguemos al
“individualismo”. El Dios para los buenos. El Dios para los que van a Misa. El
Dios para los creyentes. Y Dios no se deja atrapar. La primera manifestación de
Jesús es precisamente para los pueblos gentiles, en la persona de estos
personajes misteriosos que conocemos con el nombre de Reyes Magos. Mientras en
Jerusalén nadie se da por enterado, los de lejos vienen a buscarlo y Él se
manifiesta a ellos porque se dejan guira por l luz de la estrella que es la fe.
Los
buenos no tenemos derecho alguno de apropiarnos de Dios. Nuestro único derecho
es que si nosotros ya le hemos conocido lo demos a conocer a los demás. Los
buenos no tenemos derecho alguno de hacernos dueños de Dios que también los
malos tienen derecho a conocerlo y amarlo y sentirse amados por Él. Los buenos
no tenemos derecho alguno a reclamar todos los servicios para nosotros, cuando
a la inmensa mayoría nadie le presta atención. Dios no es singular, Dios es
plural, Dios es trinitario. Por lo tanto, su manifestación y revelación tampoco
puede ser singular e individualista sino universal. Dios tiene que abarcar a la
humanidad. Mi Dios es el Dios de todos los hombres, buenos y malos, cercanos o
lejanos.
Todos
tenemos muchas buenas voluntades, deseos nos sobran, pero lo que nos suele
faltar es la decisión. Soñamos muchas cosas, pero con frecuencia todo queda en
eso. Los Magos sintieron que algo se despertaba en su corazón, sintieron que
algo les llamaba, sintieron que algo nuevo comenzaba a amanecer, pero no sabían
dónde y se pusieron en camino. No se encuentra a Dios esperando. No se
encuentra a Dios encarnado, recién estrenada la vida humana, sentados en la
butaca. Hay que ponerse en camino buscando.
A veces no hay que buscarlo mucho porque lo tenemos cerca. Otras veces hay que buscarlo lejos, el camino es largo y por qué no toda la vida.Los Magos no la tuvieron fácil, vinieron de lejos guiados por una señal, pero sin saber dónde estaba el final del camino. Es la historia de toda búsqueda. Es la historia de quien quiere encontrarse con Dios. No sabemos si estará a la vuelta de la esquina o estará lejos, lo importante es ponerse en camino, no cansarse, saber afrontar las dificultades. No siempre nos encontramos con Dios tan fácilmente. A veces pasan los años y no lo sentimos. Caminamos buscándole y la noche se nos echa encima. No vemos nada, no sentimos nada, no sabemos a dónde ir.Esto es lo maravilloso de los Magos. Gentes desconocidas. Gentes que vienen de lejos. Gentes que son capaces de descubrir esas estrellas-señales que nos hablan de Él, pero hay que esperar, no hay que echarse para atrás, no hay que caer en el desaliento.
Nosotros
quisiéramos un Dios al que pudiéramos tocar con la mano y ver con nuestros
ojos, pero eso será posible si nos dejamos guiar por la luz de la fe y en cada
santa Eucaristía Dios se deja ver y se deja tocar. N cada misa Dios se encarna
en la hostia sagrada de altar, pero si no nos dejamos guiar por la luz de la
fe, nunca podremos advertir la presencia de Dios en el Altar de cada misa (Lc
22,19-20).
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