miércoles, 3 de diciembre de 2014

DOMINGO II DE ADVIENTO - B (07 de Diciembre del 2014)


DOMINGO II DE ADVIENTO –CICLO B (07 de Diciembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 1,1-8:

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.

Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Juan Bautista hoy nos ha dicho en gritos: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, (Is 40, 3)

“Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados” (Is 40:3-5). Juan es la voz que clama “en el desierto.” Se presenta al modo de los antiguos profetas, que insisten en la “conversión”. Probablemente el dar la cita completa es para acentuar el final “universalista” de la misma con la venida del Mesías: “todos los hombres verán la salvación de Dios.”(Lc 3,6).

El evangelista Marcos (Mc 1, 1-8), presenta al precursor que bautiza, donde “Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados”. Juan Bautista, invita a los hombres a preparar el camino del Señor, pero sólo después de haberla preparado él en sí mismo retirándose al desierto y viviendo separado de todo lo que no era Dios. Recordemos también que Juan Bautista (Mateo 3,1) se presentó en el desierto predicando: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”. Es decir, era un llamado a que cambiar de vida, porque ya estaba muy cerca Jesús, y hoy es para nosotros la misma necesidad, transformar nuestras vidas, volvernos a Dios, porque El se ha vuelto  a los hombres. Y nos pide también hoy “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”, ¿Cómo? Podríamos decir de muchas formas, y una de ellas es que nos pongamos de acuerdo entre nosotros, acojamos con paciencia y alegría, a nuestros hermanos, del mismo modo como Cristo nos ha acogido.

En este pasaje podemos distinguir: 1) Enunciado del evangelio según san Marcos (1,1). 2) El ministerio de Juan Bautista como realización de las antiguas profecías (Mc 1,2-4). 3) La respuesta de la gente ante la predicación de Juan Bautista (Mc 1,5). 4) Descripción de la persona de Juan Bautista: su atuendo y su alimento (Mc 1,6). 5) La proclamación del Mesías (Mc 1,7-8). En suma, Marcos está orientado a la confesión de fe, uno de sus hilos conductores más importantes es la cuestión: ¿Quién es Jesús?  Ya desde de las primeras líneas se empieza a responder. La entrada de la persona de Jesús en el escenario, el protagonista del Evangelio, se realiza de manera solemne.

Esta primera voz que resuena evoca la voz ya extinta de los profetas y se centra en la persona de Jesús, es él quien realizará el camino del Dios en la historia, él es el Señor. La voz de Juan Bautista, el mensajero de los nuevos tiempos: Jesús vence el mal y nos introduce en su comunión con el Padre creador. Es Dios mismo quien le da la Palabra a Juan (Mc 1,3).

La “voz que clama (que grita) en el desierto” aparece históricamente en la persona de Juan, de quien dos veces consecutivas se dice que “proclamaba” (Mc 1,4 y 7).  El contenido de su anuncio es: La efectiva preparación del “camino del Señor” mediante el bautismo de conversión (Mc 1,4-5); y la presentación de la persona de Jesús, el que ya está a punto de comenzar a recorrer su camino. Lo hace profetizando (Mc 1,7-8).

Mc 1,6, justamente el versículo central de la sección que describe la misión del Bautista, nos presenta el núcleo que caracterizaban al profeta como un nuevo Elías, es decir, el profeta de los nuevos tiempos. Se describe así la vida austera del profeta, un estilo que también caracterizará a los misioneros de Jesús (Mc 6,8-9). Distingamos: Su habitación: el desierto.  Sus hábitos: los del profeta Elías (2 Reyes 1,8), el cual el profeta (Malaquías 3,23) anunció que iba a volver. Su alimento: la de un asceta. Su actividad: predicar la conversión y bautizar en las aguas del Jordán. Pero una vez que se nos ha presentado a Juan con su atuendo y hábitos de profeta, lo que más quiere subrayar Marcos es el contenido de su profecía acerca de Jesús (Mc 1,7-8).  El profeta de los nuevos tiempos habla aquí por única vez en todo el Evangelio y sus pocas palabras son precisas y claras. Todas ellas apuntan a una sola pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazareth?

Destaquemos brevemente los tres rasgos que caracterizan a Jesús según la voz del profeta:

(1) “Detrás de mi viene...” Jesús es EL QUE VIENE.

La expresión es casi un título y su sentido es: Jesús es el que viene recorriendo un camino que parte de Dios y que conduce a Dios; Jesús es Dios que viene al encuentro de los hombres y solicita la apertura del corazón para acoger su llegada. Probablemente la expresión tenga un sentido todavía más profundo si la releemos desde la profecía de Daniel 7,13: “He aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del Hombre” (profecía que el mismo Jesús citará en la pasión para confesar su identidad: “veréis al Hijo del Hombre... venir...”, (Mc 14,62).

Como hemos comentado antes, la profecía presenta a Jesús como Juez Escatológico, aquél con quien todo hombre tendrá que confrontarse porque él, el modelo, el paradigma del hombre. Pero también la idea es presentarnos a un Jesús siempre en movimiento (como de hecho sucede a lo largo del Evangelio: rara vez se sienta), expresando así la cercanía de Dios al hombre.

En la introducción del Evangelio se presenta solemnemente esta venida: La primera vez que Jesús entra en escena se usa el verbo “venir”: “Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazareth de Galilea” (Mc 1,9). Luego, después de las tentaciones, se insiste en que Jesús es el que “viene”: “Después que Juan fue entregado vino Jesús a Galilea” (Mc 1,14).

(2) “El que es más fuerte que yo”: Jesús es EL MAS FUERTE.

Inicialmente la frase podría ser entendida como que Jesús es un profeta más poderoso que Juan.  Sin embargo dentro del mismo Evangelio se nos da la pista: el fuerte es Satanás, el poder del mal que impide la realización del hombre, desdibujando su rostro y arrastrando en contravía el proyecto creador y salvífico de Dios para la humanidad. Si bien Satanás es el fuerte, con un poder que todos de hecho experimentamos aunque no lo personalicemos de esa manera, Jesús es el más fuerte: su poder es capaz de someter al que somete al hombre.

Ante el pecado y todas las fuerzas del mal que experimentamos en la historia ha brotado una esperanza. Para esto ha venido Jesús: El primer milagro que Jesús realiza en el Evangelio es un exorcismo (Mc 1,21-28).  Su primera enseñanza que es que ha venido a destruir el mal: “Un hombre poseído por un espíritu inmundo... se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazareth? ¿Has venido a destruirnos?” (Mc 1,23-24). Y Jesús puede más que el mal, tiene autoridad sobre él (Mc 1,25-27). En la controversia en la cual Jesús es acusado de ser un endemoniado, su respuesta es tan lógica como contundente: “Nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su pertenencia, si no ata primero al fuerte” (Mc 3,27). Y eso es precisamente lo que Jesús realiza a través de sus numerosos signos en el Evangelio. Ante la extraordinaria grandeza de Jesús, a Juan no le queda más que declarar su pequeñez: “Y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias” (Mc 1,7).

(3) “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,8).  Jesús es el que BAUTIZA CON ESPIRITU SANTO.

La contraposición entre Juan y Jesús ahora es más clara, con todo ello se pretende que descubramos la grandeza de la misión de Jesús. Notemos los acentos del texto:

Juan Bautista y Jesús de Nazareth: Yo, Él. Os he bautizado (Ya se da como un pasado) Os bautizará (Se trata de un futuro próximo). Con agua Con Espíritu Santo: El bautismo de Juan aparece como un bautismo pasado, cuya finalidad ha sido cumplida: sellar y validar ante Dios la actitud de conversión pecados de aquellos que abrieron su corazón ante el mensaje (Mc 1,4-5). Ahora, el bautismo de Jesús, que no es un rito sino la experiencia del camino, completa lo que le que le falta al de Juan: el perdón de los pecados.  Ese es el sentido de la expresión “bautizar” (=sumergir) “con Espíritu Santo” (en la realidad de Dios mismo), indica que en ella se ha eliminado la barrera que separaba al hombre con Dios y que ambos viven ahora una perfecta comunión. Es en esta unión que el hombre crece y madura para la vida nueva en Dios.

El mismo Espíritu que “impulsó a Jesús al desierto” (Mc 1,12), impulsa también a cada hombre que se hace discípulo por los caminos de Dios trazados por el ministerio terreno de Jesús de Nazareth. En Mc 3,28-29, Jesús señala la relación estrecha que hay entre el bautismo en el Espíritu y el perdón de los pecados: Dios desea perdonar todos los pecados y ninguno supera su poder (El es “el más fuerte”), sin embargo el cerrarse libre y conscientemente a la acción del Espíritu Santo (blasfemia contra el Espíritu Santo), que es la acción creadora de Dios, no tiene posibilidad de perdón, porque él mismo es el perdón.

HUMILDAD DEL BAUTISTA ANTE LO QUE ERA CRISTO: La figura del Bautista causó una fortísima conmoción en Israel. Hasta Flavio Joséfo, historiador Judío, se hace eco de ella, diciendo que Antipas “temió la grande autoridad de aquel hombre.” Hubo un momento en que las gentes pensaron, ante aquella figura ascética y profética que anunciaba la llegada inminente del Reino, si él mismo no sería el Mesías. El mismo Sanedrín de Jerusalén le envió una representación para que dijese si era él el Mesías (Jn 1:19-28). Y éste es el momento, tanto en los evangelios sinópticos como en Juan, en que el Bautista declara que él sólo es un “esclavo,” pues él no es digno de ejercer con El oficio de los esclavos: “descalzarle.” El evangelio de Lucas, que es quien mejor da la razón de la confesión de humildad del Bautista ante lo que era Cristo, (Lc 3, 15), y en relato del evangelista Marcos, el que nos expresa que Juan Bautista predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

¿Cuál fue la función específica de Juan Bautista? El oficio de Juan el Bautista fue anunciar la llegada del Mesías; Juan fue quien supo identificar y señalar, entre la multitud, al Cordero de Dios que venía a quitar el pecado del mundo. Juan enseñó a la gente a reconocer, entre los hilos y las telas de una historia confusa,  presencia del Emmanuel, es decir, del Dios con nosotros, que se hizo historia y sangre, pueblo y cultura, súplica y grito de protesta, en el vientre de María, la Virgen fecunda, la llena de gracia y simpatía. Juan el Bautista predicó y bautizó en las orillas del río Jordán, junto al desierto, actual zona fronteriza entre Israel y Jordania.

¿Cuál fue el mensaje de Juan el Bautista? Juan viene a dar cumplimiento a la profecía de Isaías que invitaba a levantar la voz medio del desierto: “Preparen el camino del Señor; ábranla un camino recto. Todo valle será rellenado, todo cerro y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados, y allanados los caminos disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios envía”.

¿Qué tenemos que hacer hoy para preparar la venida de Jesús? Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús. Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos…; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un “bautismo de conversión”. Quiero decir, que el bautismo si ya lo hemos recibido, hace ahora falta el poner en práctica o cultivar ese don del bautismo y el primer paso tiene que ser la conversión, que es constante y permanente. Así por ejemplo se nos muestra en la primera comunidad:

“Pablo, atravesando la región interior, llegó a Éfeso. Allí encontró a algunos discípulos y les preguntó: "Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?" Ellos le dijeron: "Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo". "Entonces, ¿qué bautismo recibieron?", les preguntó Pablo. "El de Juan", respondieron. Pablo les dijo: "Juan bautizaba con un bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús" (Mt 3,11). Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres” (Hc 19,1-7).


Para merecer los dones del bautismo que nos configura con Jesús, que viene a salvarnos conviene también tener en cuenta las exhortaciones de Juan bautista: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, y no piensen: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. La gente le preguntaba: ¿Qué debemos hacer entonces? Él les respondía: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les respondió: No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Juan les respondió: No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". (Lc 3,7-14).

sábado, 29 de noviembre de 2014

DOMINGO DE ADVIENTO I - B (30 de Noviembre del 2014)


DOMINGO I DE ADVIENTO – B (30 de Noviembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 13,33-37:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén vigilantes!" PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien en el Señor.

Con este primer domingo de adviento comenzamos el año nuevo litúrgico, ciclo B ya que el año que pasó el ciclo A hemos leído el Evangelio de San Mateo, el evangelio más amplio de todos (28 capítulos), en este año nuevo litúrgico (2015) que es el ciclo B, leeremos y reflexionaremos el evangelio de san Marcos (16 capítulos). El pasaje escogido para este primer domingo de Adviento es la conclusión del discurso final de Jesús, en el cual los discípulos son invitados a la perseverancia en la espera de la venida del Hijo. Recordemos que la primera venida del Hijo, Cristo Jesús, vino para invitarnos al reino de Dios y al inicio de todo decía: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y Jesús al final se despedía y decía: “No se pongan tristes. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). ¿Cómo esperar su segunda venida? A esta inquietud es lo que responde el evangelio de hoy Mc 13,33-37.

La “venida” del Señor que en griego significa “Parusía” y del que San pablo hace amplia referencia, así por ejemplo nos lo dice: “Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,15-17; 1 Cor 15, 51-52). La Parusía es interpretada como el “retorno” del Señor. Esto se comprende bien en el pasaje de hoy, donde se habla del retorno de un dueño de casa que se ha ido de viaje después de haberle confiado a sus servidores diversos encargos Mc 13,34). Pero hay una realidad más profunda detrás de este lenguaje simbólico. Se trata del hecho de vivir con confianza y perseverancia, apoyándose en la fidelidad de Dios, quien tiene el rostro de Jesús, el Hijo de Dios y Señor de la historia. Los cristianos no esperamos el “regreso” del Señor resucitado, sino que vivimos en la espera de su venida. Con este tema, damos el primer paso firme en nuestro itinerario del Adviento, tiempo de espera en vigilia.

1. El contexto del episodio Mc 13,33-37 nos ubica en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. En el evangelio de Marcos, además de todas las enseñanzas que se encuentran dispersas por toda la obra, solamente hay dos grandes discursos de Jesús: el “discurso en parábolas” a la orilla del lago (Mc 4,3-32) y el llamado “discurso escatólógico” en el monte de los Olivos (Mc 13,5-37). El pasaje de hoy, es la conclusión del último discurso. La palabra que resalta es: “¡estar en vela!”. Estamos, ante una enseñanza fundamental del discipulado y este es el hilo conductor del evangelio de Marcos: El discipulado. En efecto, los discípulos deben estar vigilantes ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución Mt 10,19.22) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Al llegar a la última parte del discurso (Mc 13,28-37), Jesús cuenta dos parábolas: comienza con la parábola de la higuera (Mc 13,28-32) y termina con la parábola del patrón ausente (Mc 13,33-37). El tema de estas parábolas es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia eventual, en la expectativa del regreso: cuando se asoman las ramas tiernas de la higuera el verano todavía no ha llegado, pero se sabe que vendrá irremediablemente (Mc 13,28-32); cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (Mc 13,33-37). Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (Mc 13,4). Jesús respondió: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (Mc 13,32).

Con esta idea comienza el pasaje que vamos a considerar: no se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoran cuándo será el momento… porque no saben cuándo viene el dueño de la casa” (Mc 13,33b.35b). A la luz de esta realidad se fijan las posturas  para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

2. Profundización: 1) La exhortación (Mc 13,33); 2) Una comparación ilustrativa (Mc 13,34); 3) La aplicación de la comparación a la exhortación (Mc 13,35-36); 4) Repetición de la exhortación (Mc 13,37)

“Estén atentos y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento” (Mc 13,33). Todo el discurso está atravesado por este tipo de llamados de atención. Esta es la cuarta y última vez que Jesús lo dice: “Miren que nadie les engañe” (Mc 13,5); “Mírense Uds mismos” (Mc 13,9); “Miren que los he advertido” (Mc 13,23); “Estén atentos…” (Mc 13,33). Y la manera concreta de ejercitar la atención en medio de las convulsiones de la historia y de la expectativa de la venida del Hijo del hombre es la vigilancia: “¡Vigilen!”.  Los discípulos deben percibir con mirada lúcida y aguda la venida del Señor en este tiempo en que no saben “cuándo será el momento”. ¿Qué es lo que Jesús pide en el mandato “velen”?

En el contexto “estar despiertos” era la actitud que la comunidad debía asumir mientras andaba por en medio del mundo realizando la tarea de la evangelización, una tarea dura en medio de las contradicciones y las amenazas que aparecían por el camino (Mc 13,9-12). Por eso, hasta que el Hijo del hombre no regrese triunfante al final de los tiempos para reunir a los elegidos, los discípulos no pueden bajar la guardia, debe estar siempre sobrios y vigilantes. En el contexto del pasaje, “velar” significa reconocer continuamente que uno es siervo y que tiene una responsabilidad con el patrón, que la vida de uno debe estar concentrada en función del encargo recibido y que hay que conducir un estilo de vida acorde con este comportamiento.

3. El Adviento: una gran vigilia aprendiendo a vivir “la noche”:
Los cristianos al esperar la venida de Jesús, el Señor resucitado, vivían con mayor intensidad esta espera, siempre estaban en tiempo de Adviento. Pero la vigilia tiene un gran valor espiritual. La “vigilia” no es un paliativo para olvidarse de los miedos o las preocupaciones de cada día. Todo lo contrario, la noche representa el tiempo de la crisis que provoca la soledad, que reaviva los temores y las angustias. La vigilia tiene aspectos y significados diversos: hay quien vela porque no consigue encontrar el equilibrio y la serenidad del sueño; también hay quien vela porque tiene una tarea urgente para el día siguiente y no cuenta con más tiempo; hay quien vela porque está en una fiesta hasta el amanecer. Hay padres de familia que velan esperando al cónyuge o al hijo fuera de casa; hay personas que velan esperando la muerte de un agonizante; hay quien vela porque está enfermo; hay quien vela trabajando por los demás.

La vigilancia se hace más intensa durante la noche, que es precisamente cuando se hacen más oscuros los significados y valores de la vida. Esperar la venida del Señor no aguardar pasivamente la solución de los problemas personales, familiares o sociales como un cambio espectacular que llega de repente. Un discípulo de Jesús sabe que cuenta con la fidelidad de Dios, quien se manifiesta en los signos de la historia y en cada encuentro cotidiano, donde es llamado a comprometer toda su responsabilidad.

Así se hacen válidas las palabras del Padre de la Iglesia, san Basilio, quien decía: “¿Qué es lo propio del cristiano? Velar cada día y cada hora, para estar pronto en el cumplir perfectamente lo que es agradable a Dios, sabiendo que a la hora que menos pensemos viene el Señor.


En Pocas palabras: “Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Además Jesús agrega: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). La venida del hijo del hombre: la primera y la segunda comprende el Reino de Dios. La segunda venida será definitiva para estar con Dios para siempre, a esa expectativa nos pone hoy el evangelio, una espera vigilante (Mc 13,33-37).

viernes, 28 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXIV - A (23 de Noviembre del 2014)


DOMINGO XXXIV – A (23 de Noviembre del 2014)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo: 25.31-46

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."

Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. "Entonces dirán también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.»  PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Recordemos lo que Jesús ya nos había dicho: “El hijo del hombre vendrá con la gloria de su padre, rodeado de sus ángeles y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27). Este episodio bien puede resumir el evangelio leído hoy. Pero ¿Cómo será esa venida y a qué vendrá el hijo? Pues, a esta respuesta hace referencia toda la enseñanza de hoy.

Puede distinguirse, una corta parábola del pastor que separa a las ovejas de los cabritos (Mt 25, 32-33) y una serie de palabras en las que Jesús se identifica con aquellos a quienes se ha hecho bien (Mt 25, 35-40, 42-45), palabras que pudieron ser en origen prolongación de Mt 10. 42 (Quien ofrezca una tasa de agua fresca a uno de mis pobres, no quedará sin recompensa).

a)La separación entre ovejas y cabritos (Mt 25,32-33) es una imagen tomada de las prácticas pastorales palestinas, según las cuales los pastores separan a los carneros de las cabras, ya que éstas, por ser más frágiles, requieren una mayor protección del frío. Es probable que Cristo quiera atribuirse tan solo, por medio de esta parábola, las funciones judiciales del pastor de Ez 34. 17-22. En este caso, desearía recordar que el "juicio" no será una separación entre judíos y no judíos, sino, tanto dentro como fuera del rebaño, una separación entre buenos y malos. El juicio no será ya ético, sino moral.

b)Mateo añade a esta parábola del pastor unas palabras de Cristo que debieron de ser pronunciadas en otro contexto. Se refieren ante todo a la acogida que hay que dar a los "pequeños" (Mt 25,40 y 45). En labios de Jesús, la palabra pequeños designa especialmente a los discípulos (sobre todo en Mt 10. 42 y 18. 6, probablemente en Mt 18. 14 y 18. 10). Se trata de quienes se hacen pequeños con vistas al Reino, que lo han abandonado todo para dedicarse a su misión. Esos pequeños se han hecho ahora grandes y están asociados al Señor para juzgar a las naciones y reconocer a quienes les han dado acogida (Mt 10. 40).

c) ¿Cabe la posibilidad de dar al pasaje de Mateo una interpretación más amplia y ver en los pequeños no sólo a los discípulos de Cristo, sino a todo pobre amado por sí mismo, sin conocimiento explícito de Dios? Parece que sí puede hacerse si se tiene en cuenta la insistencia del pasaje en torno al hecho de que los beneficiarios del Reino ignoran a Cristo, cosa apenas concebible por parte de personas que reciben a los discípulos y su mensaje. Además, las obras de misericordia enumeradas en los vv. 35-36 son precisamente las que la Escritura definía como signos de la proximidad del reino mesiánico (Lc 4. 18-20; Mt 11. 4-5) y sin limitarlas al beneficio exclusivo de los discípulos.

La caridad aparece como el instrumento esencial de la instauración del Reino de Dios (1 Co 13. 13).

En cualquier caso, lo que sí es cierto es que un cristiano del siglo XXI no puede marginar esta cuestión, sea o no sea la de Mateo. Cristo se presenta en ella, en efecto, no sólo como el Hijo del hombre esperado por los judíos, sino también como el pastor de Ezequiel: no quiere que el logro del Reino dependa de una pertenencia física al pueblo elegido, y trata de definir las condiciones en las que un extraño al pueblo elegido puede ser justificado. Ahora bien: está claro que Jesús no se detiene en el reconocimiento que el pagano podría adquirir respecto a Dios y a su Mesías: este conocimiento de Dios no es un criterio suficiente. Para él, el único criterio válido es la red relacional en la que el hombre se sitúa respecto a sus hermanos y especialmente a los más pobres de entre ellos, y este criterio se basta a sí mismo, vaya o no acompañado de un conocimiento explícito de Dios. Cristo propone, pues, un concepto profanizado del juicio de Dios; desacraliza la teología judía en este punto: el hombre hermano de los hombres realiza el reino mesiánico, puesto que su obrar, sea o no consciente, es de Dios.


En cierto sentido, hay dos pesos y dos medidas en el juicio de Dios según que recaiga sobre la humanidad en general o sobre los miembros del pueblo elegido. Los primeros darán cuenta de su esfuerzo en pro de un ser humano mejor; los segundos darán cuenta de su vigilancia, que consiste en ver la presencia de Dios en la red de las relaciones humanas. Sólo la fe da esa posibilidad. Los cristianos están obligados no menos que los otros hombres a amar a sus hermanos, pero la fe les obliga a significar la densidad divina contenida en esa fraternidad y a ser así, de antemano, los testigos de lo que se aclarará en el juicio, cuando Dios revele a todos los hombres su presencia y su acción en la fraternidad y su solidaridad.

viernes, 14 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXIII - A (16 de Noviembre del 2014)


DOMINGO XXXIII – A (16 de Noviembre del 2014)

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo 25,14-30:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.

En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".

Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados(as) amigos(As) en el Señor Paz y Bien.

El capítulo 25 de Mateo, contiene tres grandes parábolas: La parábola de las vírgenes (25,1-13), la parábola de los talentos (25,14-30) y la parábola del juicio final (25,31-46), colocan la vida del discípulo ante el destino final, época que San Pablo señala (ITes 4,16-17) como el tiempo de la parusía. Tiempo que hay que aprovechar para cumplir la misión hasta la venida del Señor. Nos ocupa hoy la parábola de los talentos (25,14-30). Escena que está construida a partir del tipo de relaciones que se establecen entre un patrón (Dios) y sus tres siervos (los bautizados o discípulos). ¿Qué se espera que haga el “servidor”? ¿Qué tan importante puede ser lo que haga o lo que deje de hacer? ¿Cuál es el destino del “servidor” fiel? Y ¿Cuál es el destino del servidor infiel?

Esta parábola (Mt 25,14-30) más conocida como la parábola de los talentos tiene tres partes:
1.       Distribución de los talentos (Mt 25, 14-15).
2.       El negocio de los talentos (Mt 25,16-18).
3.       La recompensa de los siervos (Mt 25,19-30).
Hay que recordar que las parábolas son estrategias de enseñanza que Jesús usa para hace entender a la gente sobre el reino de los cielos; a tal punto que se dice: “Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas” ( Mt 13,34-35). Para que así se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas (Slm 78, 2). Así, hoy en la primera parte dice Jesús: “El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió” (Mt 25,14-15).

Esta primera parte lo resume muy bien esta cita: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 22,48). Es decir, cada uno tendremos que dar cuentas al Señor, tarde o temprano de todos los dones que hemos recibido: Si hemos recibido cinco talentos,  daremos cuenta de los cinco talentos, si hemos recibido dos, de dos talentos tendremos que responder y si hemos recibido un solo talento, de un solo talento tendremos que dar cuentas ya que se nos dio a cada uno según nuestras capacidades.

De los tres siervos ¿Hay alguien que no ha recibido algún talento? No. Todos han recibido los talentos. Así pues, no nos quejemos al decir: “Yo no recibe ningún talento”. Todos hemos recibido el o los talentos. Ahora que no nos demos cuenta de esos talentos o capacidades, es cosa distinta. Hemos de preguntarnos ¿Qué tienen los talentosos que tienen y éxito en su vida, que yo no tenga? Los talentosos tienen dos manos, dos pies, dos ojos, y yo también tengo todo lo que los talentosos tienen. Por tanto yo también puedo ser talentoso y tener éxito y no hay motivo para quejarme.

En la segunda parte, Jesús dice: “El que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor” (Mt 25,16-18). Como es de ver, aquí aparecen dos actitudes muy diferenciadas entre: Los que hicieron negocio y el que no hizo negocio, el que trabajo y el que no trabajó. Al respecto, en otra parte del evangelio dice Jesús: “Todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,17-20).

¿A qué grupo de siervos pertenecemos? Al grupo de los que saben trabajar y negociar los talentos que el Señor nos dio o somos del grupo de los que no sabemos trabajar los talentos del Señor? Hay mucha gente muy inteligente pero que están en absoluta miseria. ¿No crees que ese tipo de personas son como el siervo del evangelio de hoy que el talento que recibió de su amo, y que por flojo lo enterró en el suelo? Porque el talento lo tiene dormido y todo por miedo y no saber arriesgar.  Encima son de los que más se quejan y reniegan de vida y hacen problemas a medio mundo. Al respecto dice San Pablo: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan. En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (II Tes 3,10-13). Y ya desde el principio Dios nos exhorta al trabajo: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan" (Gn 3,19).

La tercer parte del evangelio de hoy dice el Señor: “Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado. Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor. Llegó luego el que había recibido dos talentos y lo mismo. Pero llegó el que había recibido un solo talento. Señor, le dijo: Sé que eres un hombre exigente. Cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado… Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 25,19-30).

En esta tercera parte también se percibe claramente dos posturas: El siervo que recibió cinco talentos y el siervo que recibió dos talentos; quienes recibieron congratulaciones y son invitados a una mayor administración de bienes. Son los que supieron portarse como quiso su amo. Son los invitados a entrar en el reino de los cielos. En cambio el que recibió un talento fue despojado del talento y echado a las tinieblas, es decir al infierno. Escena que muy bien resume este pasaje: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,26-28).

En suma, el relato del evangelio en el esquema de las parábolas resalta las siguientes connotaciones:

El patrón o amo  es Jesús. Los siervos somos los que formamos la Iglesia, cuyos miembros hemos recibido diversas responsabilidades o talentos. El marcharse del patrón es la partida del Señor en su ascensión. El largo tiempo de la ausencia no es sino el tiempo de la Iglesia en misión. Su regreso, es la segunda venida (parusía) del hijo del hombre, venida para el juicio. La recompensa a los buenos servidores es el premio de la vida celestial. El gozo de su señor es el banquete de la vida eterna. El castigo al siervo malo es aquellos que, dentro de la Iglesia, por causa de sus omisiones o mala conducta se condenan a sí mismos a las tinieblas que es el infierno.


“Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).

sábado, 8 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXII - A (09 DE NOVIEMBRE DEL 2014)



DOMINGO XXXII – A (09 de Noviembre del 2014)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 2,13-22:

En aquel tiempo, cuando se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?" Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?" Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En este domingo el mensaje está centrado en dos temas, que a su vez se complementan: el tema del templo (material), y el tema de la resurrección (espiritual), temas que muy bien San Pablo une en un solo tema cuando dice: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (I Cor 3,16.17;6,19; II Cor 6,16). Y desde ¿Cuándo somos ese templo de Dios? Desde el momento del bautismo: “Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). Como vemos, los temas del templo y resurrección, se une en el mismo Señor Jesús y, que el evangelio nos resume así:

“Los judíos le preguntaron: ¿Qué signo nos das para obrar así? Jesús les respondió: Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,18-22).

Como vemos en la enseñanza de hoy, se pasa de lo material (templo) a lo espiritual (resurrección), de lo contingente a lo eterno. Cuando dijo Jesús: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (Jn 2,19).Nos permite entrar en el tema central del tratado de las sagradas escrituras y el cumplimiento de las profecías (Lc 4,21). Tal es así, que por ejemplo cuando, los propios acusadores declararon: "Este hombre dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días (Mt 26, 61);  "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!" (Mt 27, 40); "Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre" (Mc 14, 58); Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!  (Mc 15, 29).

El mismo Señor dijo a sus verdugos cuando le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un milagro. Él les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt. 12,38-40). Y efectivamente Jesús cumplió esta profecía al morir en la cruz: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu y dicho esto murió” (Lc 23,46). Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio (Lc 23,44-45). Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día"". Y las mujeres recordaron sus palabras” (Lc 23,5-8).

Tal y conforme comprobamos que el templo vivo de Dios es Jesús: “la Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Y el mismo Señor dirá: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,18-21).

Jesús dice a la samaritana, a propósito de los edificios: “los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).   El nuevo Templo de la Nueva Alianza, no es de piedra y cemento sino una persona: Jesús.  Dice el evangelio de hoy: “Él hablaba del Santuario de su cuerpo” (Jn 2,21).  En el cuerpo de Cristo resucitado se manifiesta la presencia de Dios, en él, en su nombre se realiza la verdadera adoración.

Un templo es memoria histórica de una comunidad: nos coloca en sintonía con las diversas generaciones de creyentes que han pasado por ellos, de quienes somos deudores y con los cuales experimentamos una vivísima comunión.  Un templo es símbolo de nuestra comunión con Jesús y con todos aquellos con los cuales compartimos nuestro caminar como discípulos del Señor. Resaltamos, un templo es signo de una multitud de personas acompañadas y amadas por Dios, que asumen su proyecto de amor y viven en la santidad de su gracia.  Así, la comunidad parroquial y diocesana es una gran familia, donde cada uno tiene su puesto, su misión y su responsabilidad. 

Este es el verdadero templo de Dios, significado en el esplendor de piedra y su arquitectura, edificado en la realidad viva del Resucitado, cuyo cuerpo se reconoce en el rostro de todos los bautizados que ofrecen su vida junto con Él al Padre. Este es el templo que Ezequiel vio en su visión (Ez 47,1-12). No un templo para encerrarse sino para darse.  De él brotan los brazos de un río que cubre los puntos cardinales, es decir, todas las dimensiones de la tierra.  Un río del cual no se puede medir su caudal. Un río que es capaz de fecundar el desierto y sanar las aguas hediondas del mar muerto. Un río que genera vida en abundancia.

En resumen, el texto de Juan 2,13-22, que hoy dimos lectura se puede resaltar tres aspectos:

1) Jesús llega como peregrino desconocido a Jerusalén, para la fiesta de Pascua –celebración de la liberación-, entra en la explanada del Templo y se encuentra ante un mercado: comercio de animales para los sacrificios y cambio de monedas para pagar el tributo del Templo.  Jesús ve los abusos y reacciona interviniendo. Lo que ve allí no va de acuerdo con el Dios a quien proclama como su “Padre”. La “Casa de mi Padre” (v.16) no es un mercado; la presencia del Padre debe ocupar los pensamientos y las acciones de todos, todo lo demás debe ser quitado de en medio (Jn. 2,13-17).

2) Los judíos le piden a Jesús que explique su atrevida reacción. Él ya se había remitido a la dignidad de la casa de “su” Padre, pero esto no satisface a sus adversarios, éstos lo consideran presuntuoso y le piden que les de pruebas. Entonces Jesús, anuncia el signo de todos los signos, la última y la definitiva confirmación de su obra en el mundo: su propia muerte violenta y su resurrección (Jn. 2,19). Los judíos malinterpretan sus palabras pensando en el templo de piedra, pero Jesús está refiriéndose a lo que será la meta de su camino: la resurrección a la cual llega por medio del camino violento de la cruz (Jn. 2,18-21).

3) Aparecen los discípulos, los que a la luz del hecho de la resurrección de Jesús, “recuerdan” (dos veces se dice “recordar”: (Jn 2,17; 22) de sus palabras y comprenden el sentido de la Cruz. Con esto queda claro que la convivencia con Jesús no es suficiente para entenderlo. Aunque ya es toda una gracia el poder acompañarlo constantemente en su misión, lo importante es que solamente permaneciendo paciente y fielmente hasta el final podrán comprender plenamente toda la grandeza de la persona de Jesús. Sólo la meta del camino, la resurrección, hará posible la captación del sentido del itinerario completo de sus acciones, palabras y opciones. Ésta, sumada a la guía de la Palabra de Dios (ver que hay una cita bíblica en el y una referencia a la “Escritura” en él, puede dar la luz que ilumina toda oscuridad (Jn. 2,22).

Por tanto; Jesús es el lugar definitivo de la presencia de Dios en medio de su pueblo y el lugar por excelencia de la adoración de Dios, Él es la perfecta “casa” del Padre (Jn 1,14). El misterio de Dios se revela en todo su esplendor en la persona de Jesús (Jn 14,8-10). Si es verdad que sus opositores lo rechazan pidiéndole pruebas que de todas maneras no van a aceptar, el que se hace su discípulo, da el paso de la fe, se deja guiar por su Palabra y, por ese camino se sumerge en el océano infinito de amor, de luz y de gozo de Dios, cuya fuente es el Padre y que el Hijo vino a cumplir la misión que el Padre le encargó, la Redención, hecho que el mismo Señor lo dice así: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. Los verdaderos descendientes de Abraham Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,28-32).

lunes, 27 de octubre de 2014

DOMINGO XXXI - A (02 de Noviembre del 2014)




DOMINGO XXXI – A (02 de Noviembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 24,1-8:

El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro  y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día". Y las mujeres recordaron sus palabras. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos en el Señor, Paz y Bien.

San Pablo nos cuenta sobre el evangelio que hoy hemos leído del siguiente modo: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro, luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (I Cor 15,3-10)… “Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes… Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

Hoy celebramos a los fieles difuntos, ayer celebramos a todos los santos. ¿Por quiénes es necesario orar, por los santos, por los condenados o por los del purgatorio? Por los santos no hace falta orar, porque el lugar de los santos es el cielo (Ap 21,2-4;27), por tanto los santos ya están santificados por eso, a lo sumo podemos pedir que ellos intercedan por nuestra salvación. Por los condenados tampoco hace falta orar, porque el lugar de los condenados es el infierno y es imposible que los condenados salgan del infierno (Lc 16,23-26). Por los del purgatorio si es necesario nuestra oración. Porque el purgatorio no es un estado al igual que el cielo que es eterno y en la medida que es eterno el cielo es también eterno el infierno, en cambio el purgatorio es un estadio momentáneo situado entre el cielo y el infierno (II Mac 12,45; Jn 5,29; Icor 3,13-15).

El catecismo de nuestra Iglesia enseña que: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (DS 1304) y de Trento (DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, (por ejemplo, 1 Cor 3,15; 1P1,7) habla de un fuego purificador: Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro” (NC 1030-1031).

Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó Judas Macabeo hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos en el combate, para que quedaran liberados del pecado" (2 Mac 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, (DS 856) para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

Cuando oramos por nuestros difuntos les llevamos socorro como cuando el abogado defiende al interno de la cárcel en su pronta liberación, así nuestras oraciones abogan en la liberación del purgatorio de las almas de nuestros hermanos difuntos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, (Jb 1,5)  ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por las almas de nuestros difuntos les lleven un cierto consuelo en su liberación? No dudemos, pues, en socorrer a los que hermanos nuestros difuntos. Y además, porque el mismo Señor nos lo dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7,7-8).

Dios creó los seres humanos para que disfruten de su Creador viéndole en la Gloria. Sin embargo todos hemos pecado (Rm 5,12) y en esa condición no se puede entrar en el cielo, pues nada manchado puede entrar en el Cielo (Ap 21,27); por lo cual, todos necesitamos la redención de Jesucristo para poder ir al cielo (Jn 14,1-3). Jesús nos purifica con el poder de su Sangre para poder ser admitidos al cielo (I Pe 1,18). La salvación es posible sólo por medio de Jesucristo (Jn 5,24). Si morimos en gracia de Dios es porque hemos recibido esa gracia por los méritos de Jesucristo que murió por nosotros en la cruz. La purificación del purgatorio también es gracias a Jesucristo.

El purgatorio es necesario porque pocas personas se abren tan perfectamente a la gracia de Dios aquí en la tierra como para morir limpios y poder ir directamente al cielo. Por eso muchos van al purgatorio donde los mismos méritos de Jesús completan la purificación.  Dios ha querido que nos ayudemos unos a otros en el camino al cielo. Las almas en el purgatorio pueden ser asistidas con nuestras oraciones.

Como ya dijimos: El texto del 2 Macabeos 12, 43-46 da por supuesto que existe una purificación después de la muerte. Judas Macabeo efectuó entre sus soldados una colecta... a fin de que allí se ofreciera un sacrificio por el pecado... Pues... creían firmemente en una valiosa recompensa para los que mueren en gracia de Dios... Ofreció este sacrificio por los muertos; para que fuesen perdonados de su pecado. En en el mismo sentido se nos dice: "Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor"(Heb 11,35). Asimismo las palabras de nuestro Señor: “El que insulte al Hijo del Hombre podrá ser perdonado; en cambio, el que insulte al Espíritu Santo no será perdonado, ni en este mundo, ni en el otro” ( Mt 12,32).

En estos pasajes Jesús hace referencia a un castigo temporal que no puede ser el infierno ni tampoco el cielo. Se llega a semejante conclusión en la carta de San Pablo: “Pues la base nadie la puede cambiar; ya está puesta y es Cristo Jesús. Pero, con estos cimientos, si uno construye con oro, otro con plata o piedras preciosas, o con madera, caña o paja, la obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer porque en el fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste el fuego, será premiado; pero, si es obra que se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. Él se salvará, pero como quien pasa por el fuego" (1 Cor 3, 12-13).

Muchas almas a la hora de la muerte tienen manchas de pecado, es decir merecen castigo temporal por sus pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa.  La Iglesia entiende por purgatorio el estado o condición en que los fieles difuntos están sometidos a purificación. Las almas de los justos son aquellas que en el momento de separarse del cuerpo, por la muerte, se hallan en estado de gracia santificante y por eso pueden entrar en la Gloria. El juicio particular les fue favorable pero necesitan quedar plenamente limpias para poder ver a Dios "cara a cara". El tiempo que un alma dure en el purgatorio será hasta que esté libre de toda culpa y castigo. Inmediatamente terminada esta purificación el alma va al cielo. El purgatorio no continuará después del juicio final.

Por estas razones suficientemente justificadas, es como la Iglesia recomienda orar por los fieles difuntos, oración que les ayuda en su purificación y por ende por su salvación. Y la oración efectiva es la Santa Eucaristía porque en ella está el mismo Señor, Juez de vivos y muertos cuando nos los dices: "Tomen y coman que esto es mi cuerpo... tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre... para el perdón de los pecados" (Mt 26,26).

sábado, 25 de octubre de 2014

DOMINGO XXX - A (26 de Octubre del 2014)


                     DOMINGO XXX - A  (26 de Octubre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 22,34-40:

En aquel tiempo,cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Para ninguno judío era secreto que el primer mandamiento de toda la ley es el amor a Dios, pero Jesús va más lejos en su respuesta y agrega, el segundo es similar: "ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22,37-39). Que el segundo mandamiento sea igual y tan importante como el primero. Es decir, que amar al prójimo es tan importante como amar a Dios. Además añade, que toda esa gama de mandamientos y preceptos que el pueblo multiplicó de los diez mandamientos, en total más de seiscientos, todos ellos quedan reducidos a dos principios: el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22,37-39), Aquí hay toda una enseñanza nueva e incluso una nueva concepción de Dios. Para nosotros tampoco hay duda en aceptar que el amar a Dios es el primer mandamiento de la ley, pero no estamos tan convencidos en poner en el mismo nivel, al amor al prójimo. Lo digo porque hoy tenemos muchos conflictos en el mundo, guerras, odios, rencores, mucha gente que muere de hambre… me van a decir que ¿si nos amáramos como Jesús nos dice hoy, habría tanta miseria en el mundo? Jesús no dio tanta importancia al primero, no porque no le importase el amor a Dios sino que el amor autentico a Dios pasa por el amor al prójimo. No en vano, a lo largo del Evangelio como enseñanza central de Jesús es esta: “Les doy un mandamiento nuevo; que se amen unos a otros como yo les he amado, en esto les reconocerán que son mis discípulos, en que Uds. saben amarse unos a otros como les amé” (Jn 13,34).”

El amor del auténtico creyente tiene que tener su sustento en las mismas palabras y enseñanzas de Jesús. Y para dar mayores pautas del amor del que Jesús nos habla hoy, recordemos  cuando Jesús nos dice: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra… Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,38-48).

Pero, Jesús ¿nos pide amar incluso hasta a los enemigos? Si, y Jesús nos lo ha demostrado que si es posible amar al enemigo. Desde la cruz, cuando sus enemigos lo están crucificando, la primera palabra que dijo es: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen conmigo” (Lc 23,34) y la última palabra es expresión de su amor y fidelidad al Padre: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu y dicho esto murió” (Lc 23,46). Escena que Juan los describe así: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Luego, mismo Jesús nos lo dice que esta es la medida del amor del que nos habla en sus enseñanzas: “Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado. En esto les reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros como yo les amé" (Jn 13,34). Y el amor con que Jesús nos ha amado procede del mismo Padre cuando nos dice: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,8-10).

Como vemos las enseñanzas de Jesús están todas centradas en lo más profundo deseo y querer de Dios a quien nos ha presentado como Padre cuando le dijeron: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras” (Jn 14,8-11). Y a este Dios Padre, nos presenta como Padre amoroso (Jn 15,9). Porque simplemente Dios es amor (I Jn 4,8).

¿Cómo ser amados por este Padre amoroso que es Dios que Jesús nos presenta? Pues ahora nos lo ha dicho: Amando al prójimo podemos amar y ser amados por Dios Padre amoroso (Mt 22,36-39). Y con razón en las cartas de Juan y en los cuatro evangelios están desplegadas solo esta premisa: “Queridos hijos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros “ (I Jn 4,7-12). Y lo reitera Juan lo mismo que hoy nos ha dicho Jesús: "Quien dice que ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21). “Hijitos míos, no amemos de labios para fuera y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,18).

San Pablo nos definió sabiamente en una sola palabra: “Si no tengo amor no soy nada” (I Cor 13,2). Pero también nos deja su enseñanza al dimensionar entre el amor al prójimo y a Dios: “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8). Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, (Éx 20, 14; Lev 18, 20;20, 10; Dt 5, 18;  MT 5, 27;19, 18; Mc 10, 19; Lc 18, 20; Stg 2, 11;  no matarás, (Gn 9, 6;Éx 20, 13; Lev 24, 17; Dt 5, 17). “El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley” (Rm 13,10). Jesús los resume los mandamientos en el amor a Dios (1º,2º,3º); Los mandamientos del amor al prójimo (4º,5º,6º,7º,8º,9º,10º) cuando el joven rico le pregunto ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17).

Las preguntas que hacen a Jesús son de orden superficial, como la pregunta del domingo pasado: ¿Es dable pagar impuesto al cesar o no? Jesús les dijo den a César de lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,17-21), pero la pregunta de esta vez es mucho más radical. Porque hoy le preguntan por lo esencial: “¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt 22,36). La intención no era muy sana, pero no deja de ser de mayor profundidad. Le preguntaron “para ponerlo a prueba”. Y Jesús que no le gusta los rodeos, aceptó el reto y se definió con toda claridad respecto a la ley de Dios y la ley de la convivencia basado en el: “El amor.” (Mt 22,27-29). El amor a Dios y el amor al prójimo. El resto de la ley que para los judos son más de seiscientos no sirve de nada cuando no hay amor. San Pablo lo entendió muy bien cuando dijo al respecto:

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás” (I Cor 13,1-8).

En la enseñanza de Jesús lo más maravilloso de la revelación de Dios esté en que ha valorado tanto al hombre que casi lo pone en términos de igualdad con Él. Toda la ley se compendia en amar a Dios y amar al prójimo (Mt 22,37-39). Quien dice amar a Dios, no ama al prójimo “es un mentiroso” (I Jn 4,20). Yo me siento preocupado de cuántos seremos los mentirosos que andamos por la vida. La mayor mentira no es la que le dices a tu amigo para no complicarte la vida. La mayor mentira que podemos decir es decir que amamos a Dios sin amar al hermano porque hace mentiroso nuestro amor a Dios. ¿Quieres saber si amas a Dios? Pregúntate cuánto amas al prójimo y cómo le amas. Tu amor al prójimo te da la medida y la calidad de tu amor a Dios. Además, si amas de verdad, olvídate del resto. Quien pueda responder a estas dos preguntas ya aprobó el examen de lo demás por tanto ya está vestido con traje de fiesta y participará del banquete de boda del cordero en el cielo (Mt 22,12).


Si, yo voy a Misa todos los domingos. Pero no amo ni perdono. Yo rezo diariamente el rosario. Pero no amo ni perdono. Yo leo diariamente el Evangelio. Pero no amo ni perdono. Yo me confirmé. Pero no amo ni perdono. Yo me confieso con frecuencia. Pero no amo ni perdono. Yo comulgo diariamente. Pero no amo ni perdono. Recuerda lo que ya nos ha dicho Jesús: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). ¿Me quieres decir, entonces de qué te sirve todo esto, y tanta oración? ¿Me quieres decir de qué te sirve la misa si sales con el corazón envenado de rencor? ¿Me quieres decir de qué te sirve comulgar, si luego no perdonas a tu hermano? Dios está donde hay amor. Dios solo entiende el lenguaje del amor. Dios solo cree al amor, porque “Dios es amor”. Con razón, San Juan nos recuerda: "Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso" (I Jn 4,20).