DOMINGO XXXII – A (09 de Noviembre del 2014)
Proclamación del santo evangelio según San Juan 2,13-22:
En aquel tiempo, cuando se acercaba la Pascua de los judíos.
Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas
y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de
cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes;
desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los
vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi
Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de
la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das
para obrar así?" Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres
días lo volveré a levantar” Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios
cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en
tres días?" Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando
Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron
en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
En este domingo el mensaje está centrado en dos temas, que a
su vez se complementan: el tema del templo (material), y el tema de la resurrección
(espiritual), temas que muy bien San Pablo une en un solo tema cuando dice: “¿No
saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque
el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (I Cor 3,16.17;6,19; II
Cor 6,16). Y desde ¿Cuándo somos ese templo de Dios? Desde el momento del bautismo:
“Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos
ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo
tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer,
porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). Como
vemos, los temas del templo y resurrección, se une en el mismo Señor Jesús y, que
el evangelio nos resume así:
“Los judíos le preguntaron: ¿Qué signo nos das para obrar
así? Jesús les respondió: Destruyan este templo y en tres días lo volveré a
levantar Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para
construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería
al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos
recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra
que había pronunciado” (Jn 2,18-22).
Como vemos en la enseñanza de hoy, se pasa de lo material (templo)
a lo espiritual (resurrección), de lo contingente a lo eterno. Cuando dijo Jesús:
"Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (Jn 2,19).Nos
permite entrar en el tema central del tratado de las sagradas escrituras y el
cumplimiento de las profecías (Lc 4,21). Tal es así, que por ejemplo cuando, los
propios acusadores declararon: "Este hombre dijo: Yo puedo destruir el
Templo de Dios y reconstruirlo en tres días (Mt 26, 61); "Tú, que destruyes el Templo y en tres
días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja
de la cruz!" (Mt 27, 40); "Nosotros lo hemos oído decir: "Yo
destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a
construir otro que no será hecho por la mano del hombre" (Mc 14, 58); Los
que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que
destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y
baja de la cruz! (Mc 15, 29).
El mismo Señor dijo a sus verdugos cuando le dijeron: "Maestro,
queremos que nos hagas ver un milagro. Él les respondió: "Esta generación
malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta
Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del
pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres
noches” (Mt. 12,38-40). Y efectivamente Jesús cumplió esta profecía al morir en
la cruz: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu y dicho esto murió” (Lc
23,46). Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió
toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el
medio (Lc 23,44-45). Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a
levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre
los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él
les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del
hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que
resucite al tercer día"". Y las mujeres recordaron sus palabras” (Lc
23,5-8).
Tal y conforme comprobamos que el templo vivo de Dios es
Jesús: “la Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Y el mismo Señor dirá: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me
envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar
un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se
sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a
decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír" (Lc 4,18-21).
Jesús dice a la samaritana, a propósito de los edificios:
“los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn
4,23). El nuevo Templo de la Nueva
Alianza, no es de piedra y cemento sino una persona: Jesús. Dice el evangelio de hoy: “Él hablaba del
Santuario de su cuerpo” (Jn 2,21). En el
cuerpo de Cristo resucitado se manifiesta la presencia de Dios, en él, en su
nombre se realiza la verdadera adoración.
Un templo es memoria histórica de una comunidad: nos coloca
en sintonía con las diversas generaciones de creyentes que han pasado por
ellos, de quienes somos deudores y con los cuales experimentamos una vivísima
comunión. Un templo es símbolo de
nuestra comunión con Jesús y con todos aquellos con los cuales compartimos
nuestro caminar como discípulos del Señor. Resaltamos, un templo es signo de
una multitud de personas acompañadas y amadas por Dios, que asumen su proyecto
de amor y viven en la santidad de su gracia.
Así, la comunidad parroquial y diocesana es una gran familia, donde cada
uno tiene su puesto, su misión y su responsabilidad.
Este es el verdadero templo de Dios, significado en el
esplendor de piedra y su arquitectura, edificado en la realidad viva del
Resucitado, cuyo cuerpo se reconoce en el rostro de todos los bautizados que
ofrecen su vida junto con Él al Padre. Este es el templo que Ezequiel vio en su
visión (Ez 47,1-12). No un templo para encerrarse sino para darse. De él brotan los brazos de un río que cubre
los puntos cardinales, es decir, todas las dimensiones de la tierra. Un río del cual no se puede medir su caudal.
Un río que es capaz de fecundar el desierto y sanar las aguas hediondas del mar
muerto. Un río que genera vida en abundancia.
En resumen, el texto de Juan 2,13-22, que hoy dimos lectura
se puede resaltar tres aspectos:
1) Jesús llega como peregrino desconocido a Jerusalén, para
la fiesta de Pascua –celebración de la liberación-, entra en la explanada del
Templo y se encuentra ante un mercado: comercio de animales para los
sacrificios y cambio de monedas para pagar el tributo del Templo. Jesús ve los abusos y reacciona
interviniendo. Lo que ve allí no va de acuerdo con el Dios a quien proclama
como su “Padre”. La “Casa de mi Padre” (v.16) no es un mercado; la presencia
del Padre debe ocupar los pensamientos y las acciones de todos, todo lo demás
debe ser quitado de en medio (Jn. 2,13-17).
2) Los judíos le piden a Jesús que explique su atrevida
reacción. Él ya se había remitido a la dignidad de la casa de “su” Padre, pero
esto no satisface a sus adversarios, éstos lo consideran presuntuoso y le piden
que les de pruebas. Entonces Jesús, anuncia el signo de todos los signos, la
última y la definitiva confirmación de su obra en el mundo: su propia muerte
violenta y su resurrección (Jn. 2,19). Los judíos malinterpretan sus palabras
pensando en el templo de piedra, pero Jesús está refiriéndose a lo que será la
meta de su camino: la resurrección a la cual llega por medio del camino
violento de la cruz (Jn. 2,18-21).
3) Aparecen los discípulos, los que a la luz del hecho de la
resurrección de Jesús, “recuerdan” (dos veces se dice “recordar”: (Jn 2,17; 22)
de sus palabras y comprenden el sentido de la Cruz. Con esto queda claro que la
convivencia con Jesús no es suficiente para entenderlo. Aunque ya es toda una gracia
el poder acompañarlo constantemente en su misión, lo importante es que
solamente permaneciendo paciente y fielmente hasta el final podrán comprender
plenamente toda la grandeza de la persona de Jesús. Sólo la meta del camino, la
resurrección, hará posible la captación del sentido del itinerario completo de
sus acciones, palabras y opciones. Ésta, sumada a la guía de la Palabra de Dios
(ver que hay una cita bíblica en el y una referencia a la “Escritura” en él, puede dar la luz que ilumina toda oscuridad (Jn. 2,22).
Por tanto; Jesús es el lugar definitivo de la presencia de
Dios en medio de su pueblo y el lugar por excelencia de la adoración de Dios,
Él es la perfecta “casa” del Padre (Jn 1,14). El misterio de Dios se revela en
todo su esplendor en la persona de Jesús (Jn 14,8-10). Si es verdad que sus
opositores lo rechazan pidiéndole pruebas que de todas maneras no van a
aceptar, el que se hace su discípulo, da el paso de la fe, se deja guiar por su
Palabra y, por ese camino se sumerge en el océano infinito de amor, de luz y de
gozo de Dios, cuya fuente es el Padre y que el Hijo vino a cumplir la misión que
el Padre le encargó, la Redención, hecho que el mismo Señor lo dice así: “Cuando
ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y
que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que
me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le
agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en él. Los verdaderos
descendientes de Abraham Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: Si
ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán
la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,28-32).
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