domingo, 10 de mayo de 2015

VI DOMINGO DE PASCUA- B (10 de mayo del 2015)


VI DOMINGO DE PASCUA –B (10 de Mayo del 2015)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 15,9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.

Este es mi mandamiento: Ármense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

El Pasado domingo Jesús nos habló en la figura de la vid: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Hoy nos dice. “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). ¿Cuáles son los mandamientos del que nos hace referencia el Señor? Tenemos que ir al siguiente episodio en el que nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13.34-35).

En los sinópticos el episodio del amor unos a otros tiene la connotación siguiente ante la pregunta del maestro de la ley: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,36-40). Es decir, para el Señor los tres primeros mandamientos de la ley Moisés (Ama a Dios, no levantar el nombre de Dios en vano y santificar la fiestas) se agrupa en un solo mandato: Amor a Dios y el segundo: amor al prójimo agrupa a los siete mandamientos (honra a tu padre, hasta no codiciar los bienes ajenos). Hoy nos lo dice lo mismo pero de modo descendente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

Juan nos dice: “A Dios nadie ha visto, pero el Hijo único que está en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1,18). Los mismo se reitera en la I carta: “Nadie ha visto nunca a Dios pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). Hoy en la segunda lectura nos lo resumió así: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn 4,7-8).

En segundo lugar, nos manda que vivamos alegres, pero participando de su propia alegría: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”(Jn 15,10-11). Jesús no quiere seguidores tristes y que viven todo el día amargados, por eso nos da una serie de razones para poder estar alegres y vivir de la alegría, pero de una alegría plena. De la buena. La primera razón para la alegría: saber que Él nos ama. La segunda: que somos sus amigos (Jn 15,14). La tercera: que Él mismo nos ha elegido, somos elegidos de Él (Jn 15,16). Y cuarta: que nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (Jn 16,17).

Como se dan cuenta, Él va siempre por delante: Él es la vida. El Padre le ama y Él nos ama. Él nos hace amigos suyos. Él nos elige y Él nos regala el amor con que nosotros tenemos que amarnos. ¿Nos parece un mensaje maravilloso?  Por eso Juan puede escribir: “Dios nos amó primero.” Aquí tendríamos que decir, ¿hay alguien que dé más? Se trata de un Evangelio que debiéramos leer todos los días al levantarnos.

Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (IJn 4,20). ¿Qué elementos comprende el amor? San Pablo nos describe así: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,1-8).

sábado, 2 de mayo de 2015

V DOMINGO DE PASCUA - (03 de mayo del 2015)


V DOMINGO DE PASCUA – B (03 de mayo del 2015)

Proclamación del santo evangelio según San Juan 15,1-8

En aquel tiempo Dijo Jesús: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.

Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo anterior Jesús nos decía: “Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11) y decíamos que, efectivamente Jesús es el único pastor que nos guía a toda la comunidad que es la Iglesia. Pero también resaltamos el pasaje: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño y a las que también las llamaré; ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,16). Y agrega Jesús: “Si ustedes no escuchan mis palabras, no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,26-27).

Hoy la parábola de la vid y los sarmientos nos plantea dos ideas centrales. Por una parte, el principio de unidad de los cristianos y, por otra, la unidad en la pluralidad y la diversidad.

En primer lugar, en el principio de unidad: Recordemos lo del pasaje: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este rebaño y a las que también las llamaré; ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño porque hay un solo Pastor” (Jn 10,16) Hoy, Jesús resalta esta unidad en otra secuencia comparativa: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Claro, Jesús es el tronco, la vida, el principio vital, ya que solo tendremos vida en la medida en que vivamos unidos a Él. Según Mt 16,18, Jesús decía a Pedro: “Tu res Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia”. Jesús habla de una Iglesia y no de varias Iglesias. Es evidente que, no hay Iglesia sin Cristo que es como eje y centro de la misma. Somos creyentes y cristianos en la medida en que vivimos la vida en Jesús. Su vida tiene que correr por las venas de nuestras almas por el don del Espíritu (Gal 3,27).

En segundo lugar, el principio de la diversidad y pluralidad: En el episodio de Mt 25,15s Jesús nos dice:
“El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad”. San Pablo también hace referencia a diferentes dones del modo siguiente: “Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido” (Ef 4,4-7).


“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). El tronco es uno, pero los sarmientos (las ramas) son muchos y son todos diferentes. Unos más grandes y otros más pequeños. Unos dan más racimos, otros dan menos. Pero siendo diferentes todos están unidos al mismo tronco y entre todos forman una misma vid: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Pero hay muchos creyentes y muchos bautizados (Ef 4,).

La gravedad que une al sistema solar procede del sol. La tierra tiene una fuerza magnética que es la gravedad que nos mantiene sobre el piso. Así también, el centro de gravedad de la Iglesia es Jesús. La parábola es clara. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). La vida es el tronco que hunde sus raíces en la tierra. Jesús, la vida, hunde sus raíces en el Padre y ahora hunde sus raíces en la Iglesia. De la vitalidad del tronco procede la vitalidad de los sarmientos. De la vitalidad de los sarmientos proceden los gustosos racimos de las uvas. No habría racimos sin sarmientos y no habría sarmientos sin el tronco de la vid. Raíces, tronco, sarmientos, racimos forman un todo. Al respecto San pablo lo resume y dice: “Para mi cristo lo es todo” (Col 3,11). La Iglesia es como los sarmientos que brotan del tronco que es Jesús. Sin Jesús no hay Iglesia. Por eso el centro de la Iglesia, lo que le da vida es Jesús. Solo desde una Iglesia centrada y vitalizada por el tronco Jesús, tenemos sentido todos nosotros que somos sus sarmientos.

Jn 15,1-3: El viñador (El padre), la vid verdadera (El Hijo), los sarmientos (Los bautizados) Estamos unidos por el don del Espiritu (Mt 28,19-20). El viñador no sólo escoge la cepa -buscando siempre la mejor- para su viña sino que se ocupa de ella observándola todos los días de punta a punta, para eliminar de ella todo lo la pueda amenazar y, sobre todo, para hacer salir de ella los mejores frutos. Lo primero que se ve es el “sarmiento”.  Recordemos que el sarmiento es el vástago de la vid, largo, delgado, flexible, nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos. Del tronco, de la cepa plantada, van brotando los sarmientos.  Si el viñador deja que los sarmientos broten y crezcan espontáneamente, sin ponerle mano, notaremos que  de repente el tronco se llena muchos sarmientos, de todo tipo, como una especie de cabellera vegetal. Y es aquí donde el viñador tiene que intervenir. Jesús dice que el viñador encuentra dos tipos de sarmientos: 1) uno negativo, los que no dan fruto y 2) otro positivo, aquellos que sí dan fruto.  Veamos cómo interviene el viñador:

1) Lo que Dios Padre hace con las ramas secas que no dan fruto es: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta” (Jn 15,3ª). Cuando hay sarmientos que son improductivos la vid se nota cargada de un follaje excesivo que no hace sino quitarle la savia a las demás ramas y reducir la cantidad de uvas que podrían aparecer.  La primera obra de Dios Padre es podar la vid, cortándole esos sarmientos que no producen fruto. No es difícil entender el significado de la frase. En la 1ª carta de Juan 2,19 leemos: “salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros”.

2) Lo que Dios hace con los sarmientos que se notan vivos, portadores de una gran fecundidad: “Todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Jn 15,3b). Los buenos sarmientos tampoco se quedan sin recibir la mano benéfica del viñador. De la misma manera, la segunda obra de Dios Padre es podar los sarmientos buenos para que den todavía más fruto. Y para ello usa su santa Palabra. El término “podar”, en realidad es “purificar”, “limpiar” y no es arrancar completamente. Esto quiere decir que le hace retoques, que la recorta un poquito, para lograr lo que quiere de su viña. Así, el viñador no sólo va recorriendo la vid arrancando las ramitas secas sino que le va haciendo pequeños retoques a aquellos más prometedores, de manera que los potencializa para que se vean mayores resultados. Entendemos así que lo que el viñador hace no es un acto hostil ni violento contra los sarmientos. Lo que está haciendo es bueno e inteligente: a quien puede dar más, Dios le pide más (Lc 12,48).

El modo como Dios nos purifica para que demos más fruto está en las enseñanzas de Jesús. Se puede hablar de una función “purificadora” de la Palabra de Dios. Por medio de ella comprendemos: a) en qué puntos de nuestra vida es que tenemos que trabajar; b) cómo en nuestras debilidades, allí donde no podemos salir adelante por nuestras propias energías, donde nuestras capacidades personales son insuficientes, Dios está obrando; c) que sólo por la obra del Padre que nos purifica misteriosamente con la Cruz de su hijo y nos colma con la fuerza irresistible de su amor (Jn 3,16-17), es que nosotros podemos “dar fruto por si, si no estamos unidos a él” (Jn 15,5). Del encuentro con la Palabra de Dios debe siempre resultar un “dar más fruto”. Sobre este punto trató el capítulo 14 de Juan. Hay una relación muy grande entre la Palabra y la transformación personal: “Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta, el Padre que permanece en mí es que realiza las obras” (Jn 14,10).  La consecuencias es que: “hará las obras que yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14,12).

Pero ciertamente la purificación de la Palabra es una purificación en el amor: lima las asperezas de las malas relaciones, sana las relaciones fracasadas, aproxima las distancias. La Palabra sumerge siempre en una comunión profundísima con Dios que se irradia en todas las demás relaciones: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).  Esta es la Palabra que nos hace libres: “Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (8,31-32). Por lo tanto el “fruto” esperado está relacionado con la “Palabra” sembrada en nosotros, la cual se manifiesta como conversión y compromiso, como cristificación de nuestra vida, esto es, como transparencia de la “Palabra encarnada” (Jn 1,14). Si en verdad estamos unidos a Jesús por el bautismo, entonces como san Pablo hemos de decir: “Vivo yo pero no soy el que vive, es cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

La respuesta del hombre: “permanecer” en Jesús (Jn 15,4-5). La obra de Dios solicita nuestro compromiso, nuestra participación. No podemos esperar que los resultados caigan del cielo si no hacemos el esfuerzo de involucrarnos vitalmente en el cielo viviente que es Jesús, si no nos incorporamos en él. Una rama sólo puede dar verdaderamente sus frutos si está unida al tronco, si recibe su flujo vital. Por eso Jesús pide una sola cosa: “¡Permanezcan en mi!” El término el “permanecer” en Jesús describe una relación profunda que consiste en el “estar” en él, el “habitar” en él, el “fundamentarse” en él. El “cómo” es la constancia en esa relación, la fidelidad que implica. Esto es lo que los otros evangelios llaman “seguir a Jesús”. El discipulado es el vivir este “permanecer” en Jesús en todas las circunstancias de la historia, acogiendo y expresando allí la vida del Resucitado. Jesús invita entonces a entrar en la dinámica de una bella y sólida relación con él: “Permanecer en mí”.  Este “en mí” indica que la vida del cristiano consiste en encarnar la dinámica de vida de Jesús: un apoyar la vida toda en la persona de Jesús y permitir que poco a poco se cristifique el ser. Es lo que Pablo decía: “vivo, pero ya no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).  La vida de uno como discípulo consiste en esta interacción fecunda.

 Segunda cara de la moneda: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5) El punto principal no es el hecho negativo de lo que le sucede al discípulo separado de Cristo, sino lo positivo, el gran misterio que encierra su comunión con él: Jesús y su discípulo “permanecen” el uno en el otro.

Este es el culmen de la experiencia bíblica de la “Alianza”: “Yo seré vuestro Dios y vosotros mi pueblo”.  Sólo que la experiencia de la Alianza da un paso hacia delante, ya no es el estar el uno junto con el otro, sino el uno en el otro, es decir, una relación idéntica a la que Jesús sostiene con el Padre: “El Padre permanece en mí...  Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,10-11).

Esto se traduce en la vida cotidiana en un tremendo sentido de la presencia de Jesús en nuestra vida, en la toma de conciencia continua de lo que está obrando en y a través de nosotros y en la paciencia y la docilidad para dejarnos conducir por él.  Este es el ejercicio del “él en mí y yo en él”. La oración y la vida cotidiana del discípulo deben estar impregnadas de este ejercicio.

Los frutos de la comunión con Jesús: Oración, Discipulado y Misión de alta calidad (Jn 15,6-8). Con dos condicionales (“si alguno no permanece en mi... entonces”) y una frase conclusiva (“La gloria del Padre consiste en...”) concluye nuestro texto.  Aquí se responde a la pregunta: ¿Qué resulta de la comunión con Jesús?  Como quien dice: ¿Qué debemos esperar de un discípulo de Jesús –que sea, que viva y que haga- en el mundo de hoy? Tenemos aquí una bella síntesis de todos los versículos anteriores, cuyas enseñanzas se proyectan ahora en la vida cotidiana. Para enfatizar las consecuencias de  la comunión con Jesús, se presentan de nuevo las dos caras de la moneda que vimos anteriormente.


Fuera de la comunión con Jesús: “Si alguno no permanece en mí...” (Jn 15,6). De nuevo la primera obra del Padre es remover los sarmientos que no producen fruto: el Padre los “arroja fuera” y “se secan”.  Los que parecen ser discípulos pero no lo son (mucha hoja pero nada de fruto), son sometidos al juicio que Jesús describe con esta sugerente comparación: “Los recogen”, “Los echan al fuego”, “Arden”. Esto nos recuerda otros pasajes de los otros evangelios, como por ejemplo Mt 25,41-46.  No es que Dios quiera hacernos daño, es cada persona la que se daña a sí mismo con una mala orientación, firme y consciente, de su proyecto de vida.  El destino final no hace sino confirmar lo que cada uno construyó a lo largo de su historia. Como decimos “se tiró la vida”, “no dio con nada”, el final es el resultado de la propia contradicción.

sábado, 25 de abril de 2015

IV DOMINGO DE PASCUA - B (26 de abril del 2015)


IV DOMINGO DE PASCUA – B (26 de Abril del 2015)

Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:

En aquel tiempo dijo Jesús: Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

Yo soy el buen Pastor:
conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre".  PALABRA DEL 
SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Entre las enseñanzas bíblicas: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1). "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29)  “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11) “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15) hay una perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así:
“Así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).
Como se nota claramente la relación de pastor y rebaño no es de simple pertenencia sino una relación de comunidad y unidad. En la Biblia el título de pastor se le da por extensión, a todos aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo.  Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo. En este orden de ideas, cuando un profeta como Ezequiel se refiere a los líderes del pueblo, los llama pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es así como al lado de la imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor o del mercenario que Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn 10,12).  En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y por eso vemos que Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente  de su rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez. 34,11).
Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su sentido de la responsabilidad.  El Pastor en Palestina era totalmente responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja“ (Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea... tendrá que restituir” (Ex 22,9.13).   En este caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aun combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).
El Pastor y rebaño están unido por el amor: Todo lo que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega toda por mí”.
Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ez 34,16).
Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas: Jn 10,11-18). En el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero con una novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen Pastor” (Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)” (Jn.11.15.17 y 18).
En el desarrollo de esta parte de la catequesis de Jesús, distingamos dos partes:
a.    Los versículos 11-13, que trazan el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el verdadero pastor”.
b.    Los versículos 14-18, que describe el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”.
a.- El verdadero Pastor:Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn 11,10-13).
“Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las ovejas”.  El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.
b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).
Esta sección se va mucho más a fondo, considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?
En otras palabras, nos encontramos aquí con el contenido de la relación del buen pastor con sus ovejas.  Esta es:
1) Una relación amor (Jn 10,14-15): La relación del buen pastor con sus ovejas no es fría, material, impersonal, sino que está moldeada en la relación más cordial y personal que existe: la comunión del Padre y del Hijo (ver la introducción y la conclusión del Prólogo del Evangelio de (Juan 1,1-3 y 18): “Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco al Padre” (10,14-15) “Como me conoce el Padre...”. La actitud de Jesús lleva la impronta de su relación con el Padre.  Padre e Hijo se conocen profundamente, viven en una familiaridad recíproca, se aprecian mutuamente, se aman intensamente.
“Conozco mis ovejas...”. Si la relación de Jesús con nosotros es de este tipo, podemos apreciar que la relación del pastor es una relación “amor y pasión”, apasionada, ardiente de corazón.  Si él es así con nosotros, también nosotros debemos serlo con él: “las mías me conocen a mí”. ¿Por qué Juan prefiere aquí el término “conocer”? Porque el “amor” está basado en el “conocimiento” personal.  Para Jesús-Pastor “Bueno”, no somos números, él conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas nuestras características. Porque nos conoce nos ama, es decir, nos acepta tal como somos y nos sumerge en la comunión con él. Pero hay que ver también lo contrario: es necesario que “Jesús” no sea para nosotros un simple nombre, hay que aprender a conocerlo cada vez mejor, precisamente como el “Buen-bello Pastor” y tejer una relación profunda y fiel de amor con él.
La relación con Jesús “Buen Pastor” es la de una íntima comunión. El Buen Pastor no nos mantiene a distancia, no quiere mantenernos pequeños e inmaduros. Debemos madurar cada vez más para llegar a ser capaces de entrar en comunión personal con él.
2) Una relación en la que caben todos (Jn 10,16). La comunión que se construye con Jesús comienza a abarcar, poco a poco, todas nuestras relaciones y apunta a la unidad de la vida (con todas sus diversidades y complejidades) en el amor de Jesús. El amor presupone el “conocimiento” y luego apunta hacia la unidad de las diversidades porque el amor es “unificante”: “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.
La misión de Jesús pastor no se limita al pueblo de Israel.  Él ha recibido del Padre la tarea de cuidar toda la humanidad, de hacer un solo rebaño, una comunidad de creyentes en él.  Ésta es, en última instancia, su misión.  Nadie es excluido de su cuidado pastoral, así la presencia del amor de Dios en él vale para todos los hombres. Podemos ver en esta gran unidad dos líneas históricas: (1) una vertical, que unifica pasado, presente y futuro (comunidad de Israel, comunidad de los Doce, comunidad de todos los futuros creyentes en Cristo) y (2) una horizontal, que unifica a los diversos grupos de creyentes en Cristo y con ellos incluso a los no creyentes.
Por medio de Jesús, que es el único Pastor, y por medio de la comunión con él todos (y todas las comunidades) están llamadas a convertirse en una gran comunidad. Esta comunidad, que los hombres nunca podremos obtener por nosotros mismos (por más coaliciones que hagamos), será obra suya. Sabremos vivir en comunidad cuando tengamos la mirada puesta en Jesús, el único Pastor.  La excelencia de todo pastor está en saber construir unidad dondequiera que esté, y no en torno a él sino a Jesús.
3) La fidelidad: raíz del amor apasionado y unificante del  Pastor Bueno (Jn 10,17-18) La catequesis sobre el Buen Pastor termina con una contemplación del “misterio pascual”.  El atardecer de la vida del Pastor, su gloria, su plenitud es la entrega de su propia vida en la Cruz: la hora de la fidelidad: Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Este último criterio de la “excelencia” del Pastor está relacionado con el anterior. Notemos que en torno al versículo 16 (sobre la unidad a la cual conduce el Pastor) se repite (como enmarcándola) la frase: “doy mi vida”. Se entiende entonces que Jesús construye la “gran unidad” en la Cruz; efectivamente, él murió “no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Pero observando internamente esta última parte, notemos que la referencia a Dios-Padre enmarca los versículos 17 y 18: “Por eso me ama el Padre...” y “esta es la orden que he recibido de mi Padre”. La relación de Jesús con el Padre explica su fidelidad y esta fidelidad es la que sustenta su “excelencia”: Se trata de una fidelidad: Sostenida por el amor fundante del Padre. Vivida desde la libertad. Expresada en la obediencia Esta fidelidad toma cuerpo: En el “dar” y “recibir” (notar la repetición de los términos). En la “autonomía” (tengo “poder”) y la “responsabilidad” (“para” o “en función de”) En la escucha del mandato (la “orden”) y la respuesta (la obediencia: “lo he recibido”).
Notemos finalmente que en el centro se afirma: “Yo la doy (mi vida) voluntariamente”. Y enseguida se dice: “Tengo poder para darla y poder para recibirla de nuevo”.  En última instancia el “poder” de Jesús (término que se repite dos veces) se ejerce en la responsabilidad del “darse” a sí mismo apoyado en el amor fundante del Padre, de quien lo recibe todo (la vida siempre es recibida) y con quien tiene un solo querer (la raíz de su vida es el amor maduro: el que se hace uno solo con el amado).  Esta es la gran conciencia de Jesús en la Cruz, la que lo acompaña en el momento sublime de dar “vida en abundancia” a todas sus ovejas.  Todo está basado en este despliegue increíble del amor de Jesús por la humanidad que Él mismo  nos describe: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3,16).


sábado, 18 de abril de 2015

III DOMINGO DE PASCUA - (19 de abril del 2015)



III DOMINGO DE PASCUA – B (19 de abril 15)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 24.35-48:

En aquel tiempo, todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos  y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo". Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?" Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.

 Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor resucitado Paz y Bien.


“Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24,45).  ¿Qué no entendían? ¿Por qué no entendían? ¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento a los discípulos? Y ¿Por qué era necesario que entendieran? Creemos que responder a estas preguntas nos dé luces para que también a nosotros se nos abra el entendimiento.

¿Qué no entendían?: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y recién creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22). Recordemos también las citas textuales respecto al acontecimiento de la resurrección: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó que no hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos" (Mt 17,9). Hoy mismo constatamos que sucede los mismo cuando Jesús resucitado esta entre ellos: Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? (Lc 24,36-38).

¿Por qué no entendían la resurrección de Jesús? Un día Jesús dijo a Nicodemo: Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo” (Jn 3,11-13). Es decir, si no somos capaces entender las cosas terrenales no seremos capaces de entender las cosas del cielo; para entender las cosas del cielo conviene entender las cosas terrenales y no solo quedarnos en ella sino dar sentido de las cosas terrenales en razón de las cosas del cielo y para ellos sabemos que tenemos dos medios: para entender las cosas terrenales hace falta la razón y para entender las cosas del cielo en necesario la fe. Y si nos falta alguno de estos elementos no sabremos entender y por ende creer el misterio de la resurrección del Señor.

¿Qué hacía falta para abrirles el entendimiento? Tres cosas: 1) Creer que Jesús resucitó pero hasta aquí ellos no creían que Jesús haya resucitado y por eso la escena siguiente: “Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado” (Mc 16,11-14). 2) Por tanto hace falta constatar que Jesús el Nazarenos a quien vieron morir en la cruz es él mismo el que está vivo y para eso hace falta para los apóstoles tener certeza que está vivo viéndolo y tocándoles las manos y los pies: “Los otros discípulos le dijeron a Tomas: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe"(Jn 20,25-27). Hoy en relato ahondamos sobre el asunto: “Atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,37-40). 3) y finalmente viene como una estucada las palabras de aclaración del mismo resucitado: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía esto: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.  Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras” (Lc 24,44-45).

¿Por qué es necesario creer en el resucitado? Porque en adelante en su nombre se predicará la conversión: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,46-48). Para cumplir esta sagrada misión nos da todo el poder de su espíritu: "La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 21-23). Además ya nos dijo el Señor algo importante: “Al que me confiese abiertamente ante los hombres, yo lo confesaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien se avergüence de mi ante los hombres yo también me avergonzare del él ante mi padre que está en el cielo” (Mt 10,32-33).

Vale la pena traer a colación las primeras profesiones o proclamaciones del Señor resucitado, misión que es efecto del espíritu del mismo Señor resucitado en la primera comunidad encabezada por Pedro: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2,22-24).

sábado, 11 de abril de 2015

II DOMINGO DE PASCUA - B (Domingo 12 de abril del 2015)



II DOMINGO DE PASCUA – B (12 de abril del 2015)

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente". Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Resucitado Paz y Bien.
La resurrección del Señor es la reafirmación de todo cuanto dijo: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22).
En esta semana hemos revivido una serie de encuentros con el Verbo de Dios hecho carne (Jn 1,14), el hombre perfecto resucitado de entre los muertos, quien es el centro de la alegría de cada corazón y la plenitud de sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45). Para culminar esta serie de encuentros con el resucitado (Jn 20,16-18). Tomemos contacto inmediatamente con las tres partes del evangelio para que captemos su enfoque:
• 1° Jn 20,19-23, Jesús resucitado se le aparece por primera vez a la comunidad reunida en el cenáculo y les hace vivir la experiencia pascual. Esta primera parte responde a la pregunta: ¿Qué dones trae para mí el Resucitado?
• 2° Jn 20,24-29, Jesús resucitado se aparece a la comunidad “ocho días después”, esta vez estando presente Tomás, quien pone en duda la veracidad de la resurrección de Jesús. El mismo Jesús lo conduce a la fe pascual.  Surge entonces la pregunta: ¿Cómo pueden llegar a creer en Jesús las personas que no han visto directamente a Jesús resucitado como lo vieron los apóstoles?
• 3° Jn 30-31. En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta todo él como un camino de fe pascual. Al condensar en sus pasos fundamentales el camino vivido y proyectarlo como modelo hacia el futuro, se plantea la pregunta: ¿Qué pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos?
 1. Primera parte: Primer encuentro con la comunidad reunida (Jn 20,19-23)
Ese mismo día –el primero de la semana- por la mañana, María Magdalena les había comunicado: “He visto al Señor” (Jn 20,18).  Ahora, al atardecer (Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y se deja ver por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía están en el sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn 20,19b). Notemos lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en medio de la comunidad:
1.1. Primer momento: los discípulos experimentan la presencia del Señor (Jn 20,19c-21):
1) Jesús se pone en medio: “Se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19c).
Lo primero que hace Jesús es mostrarles que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza cuando se despidió de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
2) Jesús les da la paz: “Y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19d)
El don primero y fundamental del Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio se repite el saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había prometido esa paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27).  Ahora, en el tiempo pascual, cumple su palabra porque está en el Padre y porque ha vencido al mundo (Jn 16,33).
Esta victoria de Jesús es el fundamento de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no pretende eximir a sus discípulos de las aflicciones del mundo (Jn 16,33), ciertamente su intención es darles seguridad, serenidad y confianza en medio de ellas.
3) Jesús les muestra las llagas de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn 20,20)
El Resucitado no sólo habla de paz, sino que se legitima delante de sus discípulos, dándole un fundamento sólido a su palabra. Para ello les muestra sus llagas.  Los discípulos aprenden entonces que el que está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en la Cruz: el Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene doble connotación en la comunidad: 1) es una expresión de su victoria sobre la muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. 2) Es un signo de su inmenso amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn 15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y de este amor que se nos revela tras la Cruz.  En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble amor del Crucificado (Jn 14,18).
4) Jesús les muestra la herida del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20b)
Jesús le muestra las llagas de los clavos y también su pecho traspasado por la lanza.  De esa herida había fluido sangre y agua cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,33). La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn 7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los sacramentos (Jn 3,5).
5) Los discípulos, finalmente, reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20c)
La alegría pascual había sido una promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así, pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en realidad.  Jesús resucitado es el fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida.  Entre más comprendan esto los discípulos, mucho más se llenarán de paz y de alegría.  Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría.
1.2. Segundo momento: Jesús envía al mundo a la comunidad compartiéndole su misión, su vida y su autoridad (Jn 20,22-23)
La experiencia de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la victoria de Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada con la misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores de sus dones (Aquí nace el Kerigma apostólico). Veamos:
1) Los discípulos reciben la misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21)
Jesús les transmite la paz a sus discípulos por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía. Quien participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz, por eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús. Jesús envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así como el Padre lo envió a Él (Jn 17,18).  En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo.  Como se ve enseguida, el Espíritu Santo es también el principio creador de la misión.
2) Los discípulos reciben la misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22)
Para que la misión sea posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt 22,12).  Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8).  El mismo Jesús de cuyo costado herido por la lanza brotó el agua que es símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como en el día de la creación-  infunde en los discípulos el “Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). Los discípulos resucitan y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El resucitado les da una vida nueva que no pasará nunca, su misma vida de resucitado, esa vida que tiene en común con el Padre. Ahora el temor se acabó y los apóstoles proclaman abiertamente la verdad: “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).
3) Los discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados...” (Jn 20,23)
El Resucitado envía a los discípulos con plena autoridad para perdonar pecados.  El perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).  Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios (Jn 5,24).
Los discípulos pueden ser rechazados en la misión. En realidad, el rechazo del evangelizador no es un rechazo de él sino de Jesús que fue quien lo envió (Jn 20,21b). Y el rechazo de Jesús es el rechazo de su obra pascual, el negarse una vida en paz y alegría, porque el pecado es conflicto interno y tristeza continua.  Por eso, cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, ellos pueden “retener los pecados”, que en realidad es “retener el perdón”. La comunidad de los seguidores de Jesús queda consagrada para la misión. Por eso la Iglesia es por su naturaleza propia: misionera (Mc 16,15). 
2. Segunda parte: el drama del nacimiento de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29)
El apóstol Tomás, ausente en el primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio de los otros discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos, porque los considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a Jesús personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció terrenalmente, con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn 20,24-25). Y el Señor acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud sino que, contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido.  Pero si bien mediante el contacto con sus llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto, es decir, la fe que no depende de las condiciones puestas por este apóstol. Veamos el itinerario.
Por propia iniciativa se va hasta donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su muerte y de su amor “ … no seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le hace sentir que lo ama y que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su salvación. Al mostrarle las llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás le hizo en el ambiente de la última cena: esas llagas son el camino de la resurrección, la verdad de un Dios que lo ama y lo Salva, y la fuente de la vida nueva.
Tomas reacciona con una altísima confesión de fe, como ninguno antes que él: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).  Tomás se demoró más que todos los demás para llegar a la fe, pero cuando llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor mío”, Tomás está reconociendo que con su resurrección Jesús ha mostrado que es verdadero Dios, ya que “Señor” es la forma como la Biblia griega lee el nombre de “Yahveh”. Por tanto Jesús es Dios así como Dios Padre: con la resurrección Él ha entrado en la posesión de la gloria divina, la gloria que tenía en el Padre antes de la creación del mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se somete a su voluntad y se abre a la acción de su mano poderosa.
Esta relación con Jesús, basada en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo acepta como “¡Mi Dios!”.  Tomás reconoce a Jesús como el mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su realidad histórica para salvarlo dándole vida en abundancia.  Para Tomás, todo lo que Jesús obra como Señor, en realidad es lo que Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo se enciende entonces la llama de una fe profunda que supera la de los demás. Tomás comprende que al resucitar de entre los muertos, el Maestro ha demostrado de forma clara y convincente que Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de la vida y de la muerte.
3. El evangelio como signo permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de Jesús a la del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si leemos estos versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la continuidad. Jesús pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro con base en qué se daría este “creer”.  Ahora Juan nos dice que el “creer” está basado en el “testimonio pascual”, y dicho testimonio llega a nosotros por medio del evangelio escrito y por la predicación de la Iglesia que le da viva voz y la actualiza. Los signos “escritos” (Jn 20,30-31) hacen referencia al itinerario de la fe propio del evangelio de Juan: sus siete signos reveladores transversales, las tres pascuas de Jesús y sobre todo el relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta razón termina diciendo que redactó su evangelio precisamente con este fin: que los lectores de su libro crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn 20,30-31).  La fe en el mesianismo divino de Jesús se alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor, entre los cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los muertos al tercer día (Jn 2,18ss), precisamente allí donde nos comunicó su misma vida.