IV DOMINGO DE
PASCUA – B (26 de Abril del 2015)
Promociona del Santo evangelio según San Juan: 10,11-18:
En aquel
tiempo dijo Jesús: Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El
asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí —como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre— y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados
amigos en el Señor Paz y Bien.
Entre las enseñanzas bíblicas: “El Señor
es mi pastor, nada me falta” (Slm 23,1). "Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11) “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15) hay una
perfecta ilación de ideas que el Profeta resume así:
“Así
habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de
él. Como el pastor se
ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé
de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en
un día de nubes y tinieblas. Las
sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su
propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de
los torrentes y en todos los poblados del país. Las
apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas
altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se
alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré
a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver
a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a
la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).
Como se nota claramente la relación de
pastor y rebaño no es de simple pertenencia sino una relación de comunidad y
unidad. En la Biblia el título de pastor se le da por extensión, a todos
aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su
pueblo. Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama
pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del
pueblo. En este orden de ideas, cuando un profeta como Ezequiel se refiere a
los líderes del pueblo, los llama pastores, pero ya no para referirse a la
imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que
realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia
para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión: “Exterminaré
a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,16). Es
así como al lado de la imagen del buen pastor aparece también la del mal pastor
o del mercenario que Jesús hace referencia con la palabra del asalariado “(Jn
10,12). En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio
tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos y
por eso vemos que Dios, él mismo, decide ocuparse personalmente de su
rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez.
34,11).
Jesús nos dice: “El buen pastor da la vida
por sus ovejas” (Jn 10,15). El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su
sentido de la responsabilidad. El Pastor en Palestina era totalmente
responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía
que demostrar que no había sido por culpa suya. Observemos algunas citas ilustrativas: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de
una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo
que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja“
(Os 3,12). “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para
su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea...
tendrá que restituir” (Ex 22,9.13). En este caso el pastor tendrá
que jurar que no fue por culpa suya (Ex 22,10) y traer una prueba de que la
oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo. En fin, el pastor se la juega toda por
sus ovejas, aun combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo
gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David
de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño
de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía
tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí,
lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 S 17,34-35).
El Pastor y rebaño están unido por el amor:
Todo lo que vimos
anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo
hace notar el Slm 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero
rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su
confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en
el corazón esta convicción: "Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega
toda por mí”.
Ellos tenían la certeza de que Dios
siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el
profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se
convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su
tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahvéh de los ejércitos para guerrear
sobre el monte Sión y sobre su colina” (Is 31,4). Y en el texto de Ezequiel,
que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de
Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la
herida, confortaré a la enferma” (Ez 34,16).
Jesús es el Pastor que da la vida por sus
ovejas: Jn 10,11-18). En
el evangelio retoma este esquema del Buen y del Mal Pastor, pero con una
novedad. Él dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”(Jn 10,11). La promesa de Dios se ha
convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que
ningún pastor haría, lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a
hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). “Yo soy el Buen Pastor”
(Jn.11 y 14). Cuatro veces se dice que “da la vida (por las ovejas)” (Jn.11.15.17
y 18).
En el desarrollo de esta parte de la
catequesis de Jesús, distingamos dos partes:
a. Los versículos 11-13, que trazan el
contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el
verdadero pastor”.
b. Los versículos 14-18, que describe el
rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”.
a.- El verdadero Pastor:
“Yo soy el Buen Pastor. El
Buen Pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a
quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y
el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las
ovejas” (Jn 11,10-13).
“Yo he venido para tengan vida y la
tengan en abundancia” (10,10). Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha
venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar
por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las
ovejas”. El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida
para salvar a sus ovejas ante cualquier peligro que las amenazara. Es decir: no
repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de
este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.
b El rol del buen pastor: “Yo soy el Buen
Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el
Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras
ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y
escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el
Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa
es la orden que he recibido de mi Padre” (Jn 11,14-18).
Esta sección se va mucho más a fondo,
considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres
requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su
espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué
significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A
qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?
En otras palabras, nos encontramos aquí
con el contenido de la relación del buen pastor con sus ovejas. Esta es:
1) Una relación amor (Jn 10,14-15): La
relación del buen pastor con sus ovejas no es fría, material, impersonal, sino
que está moldeada en la relación más cordial y personal que existe: la comunión
del Padre y del Hijo (ver la introducción y la conclusión del Prólogo del
Evangelio de (Juan 1,1-3 y 18): “Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
como me conoce el Padre y yo conozco al Padre” (10,14-15) “Como me conoce el
Padre...”. La actitud de Jesús lleva la impronta de su relación con el
Padre. Padre e Hijo se conocen profundamente, viven en una familiaridad
recíproca, se aprecian mutuamente, se aman intensamente.
“Conozco mis ovejas...”. Si la relación
de Jesús con nosotros es de este tipo, podemos apreciar que la relación del pastor
es una relación “amor y pasión”, apasionada, ardiente de corazón. Si él
es así con nosotros, también nosotros debemos serlo con él: “las mías me
conocen a mí”.
¿Por qué Juan prefiere aquí
el término “conocer”? Porque el “amor” está basado en el “conocimiento”
personal. Para Jesús-Pastor “Bueno”, no somos números, él conoce nuestra
historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas nuestras
características.
Porque nos conoce nos ama,
es decir, nos acepta tal como somos y nos sumerge en la comunión con él. Pero hay que ver también lo contrario:
es necesario que “Jesús” no sea para nosotros un simple nombre, hay que
aprender a conocerlo cada vez mejor, precisamente como el “Buen-bello Pastor” y
tejer una relación profunda y fiel de amor con él.
La relación con Jesús “Buen Pastor” es
la de una íntima comunión. El Buen Pastor no nos mantiene a distancia, no
quiere mantenernos pequeños e inmaduros. Debemos madurar cada vez más para
llegar a ser capaces de entrar en comunión personal con él.
2) Una relación en la que caben todos
(Jn 10,16).
La comunión que se
construye con Jesús comienza a abarcar, poco a poco, todas nuestras relaciones
y apunta a la unidad de la vida (con todas sus diversidades y complejidades) en
el amor de Jesús.
El amor presupone el
“conocimiento” y luego apunta hacia la unidad de las diversidades porque el
amor es “unificante”:
“También tengo otras ovejas,
que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi
voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor”.
La misión de Jesús pastor no se limita
al pueblo de Israel. Él ha recibido del Padre la tarea de cuidar toda la
humanidad, de hacer un solo rebaño, una comunidad de creyentes en él.
Ésta es, en última instancia, su misión. Nadie es excluido de su cuidado
pastoral, así la presencia del amor de Dios en él vale para todos los hombres. Podemos ver en esta gran unidad dos
líneas históricas: (1) una vertical, que unifica pasado, presente y futuro
(comunidad de Israel, comunidad de los Doce, comunidad de todos los futuros
creyentes en Cristo) y (2) una horizontal, que unifica a los diversos grupos de
creyentes en Cristo y con ellos incluso a los no creyentes.
Por medio de Jesús, que es el único
Pastor, y por medio de la comunión con él todos (y todas las comunidades) están
llamadas a convertirse en una gran comunidad. Esta comunidad, que los hombres
nunca podremos obtener por nosotros mismos (por más coaliciones que hagamos),
será obra suya.
Sabremos vivir en comunidad
cuando tengamos la mirada puesta en Jesús, el único Pastor. La excelencia
de todo pastor está en saber construir unidad dondequiera que esté, y no en
torno a él sino a Jesús.
3) La fidelidad: raíz del amor
apasionado y unificante del Pastor Bueno (Jn 10,17-18) La catequesis sobre el Buen Pastor
termina con una contemplación del “misterio pascual”. El atardecer de la
vida del Pastor, su gloria, su plenitud es la entrega de su propia vida en la
Cruz: la hora de la fidelidad: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida,
para recobrarla de nuevo.
Nadie me la quita; yo la
doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo;
esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Este último criterio de la “excelencia”
del Pastor está relacionado con el anterior. Notemos que en torno al versículo
16 (sobre la unidad a la cual conduce el Pastor) se repite (como enmarcándola)
la frase: “doy mi vida”. Se entiende entonces que Jesús construye la “gran
unidad” en la Cruz; efectivamente, él murió “no sólo por la nación, sino
también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Pero
observando internamente esta última parte, notemos que la referencia a
Dios-Padre enmarca los versículos 17 y 18: “Por eso me ama el Padre...” y “esta
es la orden que he recibido de mi Padre”. La relación de Jesús con el Padre
explica su fidelidad y esta fidelidad es la que sustenta su “excelencia”: Se
trata de una fidelidad: Sostenida por el amor fundante del Padre. Vivida desde
la libertad. Expresada en la obediencia Esta fidelidad toma cuerpo: En el “dar”
y “recibir” (notar la repetición de los términos). En la “autonomía”
(tengo “poder”) y la “responsabilidad” (“para” o “en función de”) En la escucha
del mandato (la “orden”) y la respuesta (la obediencia: “lo he recibido”).
Notemos finalmente que en el centro se
afirma: “Yo la doy (mi vida) voluntariamente”. Y enseguida se dice: “Tengo
poder para darla y poder para recibirla de nuevo”. En última instancia el
“poder” de Jesús (término que se repite dos veces) se ejerce en la
responsabilidad del “darse” a sí mismo apoyado en el amor fundante del Padre,
de quien lo recibe todo (la vida siempre es recibida) y con quien tiene un solo
querer (la raíz de su vida es el amor maduro: el que se hace uno solo con el
amado). Esta es la gran conciencia de Jesús en la Cruz, la que lo
acompaña en el momento sublime de dar “vida en abundancia” a todas sus
ovejas. Todo está basado en este despliegue increíble del amor de Jesús por la humanidad que Él mismo nos describe: " Tanto amó
Dios al mundo, que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve
por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios" (Jn 3,16).
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