sábado, 23 de enero de 2016

DOMINGO II - C (17 de Enero del 2016)


II DOMINGO II – C (17 de Enero de 2016)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 2,1-11:

En aquel tiempo se celebraba unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino". Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía". Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga". Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.

El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento". Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo ordinario en su primera parte, el evangelio que hoy leímos nos sitúa en 4 puntos: 1) "No tienen vino" (Jn 2,3). 2) "Hagan todo lo que él les diga" (Jn 3,5). 3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). 4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Las dos intervenciones primeras son de la Madre y las dos intervenciones siguientes son del Hijo. A los que hay que agregar la intervención del Padre en el domingo anterior: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Enunciado que se complementa con lo de: “Este es mi hijo amado en quien me complazco, escúchenlo” (Mt 17,5). La primera intervención del Padre es en el inicio de la vida pública del Hijo y la segunda intervención del Padre es en la parte final de la vida pública del Hijo. Pues veamos algunos detalles:

1 “Ya no tienen vino” (Jn 2,3), ¿Quién interviene en la escena?. Recordemos que la escena es una fiesta, bodas de Caná. La Madre interviene e intercede por los de la fiesta (Iglesia). Esta es la “segunda” intervención. Recordemos la primera. Y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has tratado así? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" (Lc 2,48-49). Pero también conocemos este enunciado: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Este episodio nos da pie en afirma que en la parte humana, es la Madre quien inicia a su hijo en la vida pública. En la parte divina es el Padre quien inicia al Hijo en el ejercicio de su ministerio al decir: “Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

2 “Hagan lo que él les diga” (Jn 3,5): ¿Qué cereza tiene la Madre para recomendar a la gente que hagan lo que su hijo les diga? La Madre tiene a su favor aquella aclaración desde lo alto por el Ángel en el misterio de la encarnación. María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?" El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,34-35). Y luego se nos dice que: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Eh ahí tenemos suficientes evidencias de que la Madre sabe bien que su Hijo puede hacer algo en favor de la gente de la boda. Y es que a Madre le interesa la alegría de la gente. Recordemos aquella exclamación suya: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1.47). Y es que la alegría equivale para la Madre vivir en la presencia de Dios (Cielo). La tristeza equivale a la vida en ausencia de Dios (Infierno). Así, que un día gocemos de la fiesta eterna dependerá de cuánto obedecemos al consejo de la Madre: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5).

3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). Si un día queremos ser parte de la fiesta de las bodas del hijo, debemos llenar de agua las tinajas, si o so. ¿Cómo hacerlo? Aquí algunas citas que nos dan luces: Dijo Jesús a sus discípulos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).


4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Es deber nuestro como bautizados poner en ejercicio nuestro ministerio como sacerdotes de Cristo. Y entiéndase por sacerdocio como ministros de Dios. Que todos beban de la dulzura del vino nuevo. Pero para eso se requiere ser vino nuevo: “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).

domingo, 10 de enero de 2016

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - C (10 de enero de 2016)


DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (10 de enero de 2016)

Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16. 21-22:

Después del bautismo de Jesús, el cielo se abrió.
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: "Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizara con el Espíritu Santo y con fuego".

Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras este oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llego una voz que decía: "Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco". PALABRA DEL SEÑOR

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22);  “Este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la parte final de su ministerio.

Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 10 de febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).



8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

lunes, 4 de enero de 2016

Domingo de Epifanía - C (3 de Enero del 2016)


DOMINGO DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR – (3 de Enero del 2016)

Proclamamos el Evangelio según san Mateo 2, 1-12



Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".  Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". 

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje". Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

 PAZ T BIEN EN EL SEÑOR.

"¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). Esta pregunta de los magos venidos de Oriente sobre el lugar del nacimiento de Dios los tomó de sorpresa en Jerusalén. La primera noticia del nacimiento les llega a través de unos extranjeros. Los Magos recibieron una respuesta, no de la experiencia de Israel, sino sacada de los libros, “Porque así lo ha escrito el profeta” (Miq 5,1). 

“Al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje” (Mt 2,11). Los magos, buscaban al Rey de los Judíos y se encontraron con un Niño en un pesebre. Buscaban a Dios y vieron a un Niño. No entendieron nada. Pero, se pusieron de rodillas y lo adoraron y le ofrecieron lo que tenían. Y es que ante Dios la razón simplemente tiene que ponerse de rodillas. Cuando se quiere conocer a Dios el medio es la luz de la estrella (fe), el mejor medio son las rodillas que la razón.

Tres magos, tres peregrinos que buscan lo que todos los profetas pregonaron y anunciaron. Más tarde el mismo Señor dirá: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). Es la vocación del peregrino, hacer camino, buscar una meta. Estos tres peregrinos creen que lo que ellos buscan todo el mundo lo conoce. Todos deben saber dónde encontrarlo, por eso cuando llegan a Jerusalén lo primero que hacen es preguntar: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2,2). La pregunta los encuentra a todos desprevenidos. ¿Quién se va a preocupar dónde ha nacido Dios? Pese a que el Niño nació en Belén, cerca de Jerusalén (Lc 2,6), en Jerusalén nadie se ha dado por enterado.

Jacob, después de una noche luchando con Dios, termina por reconocerlo y exclama: “Dios está aquí y yo no lo sabía.” (Gén 28,16). Y el mismo Señor reitera al decir a Jerusalén: “Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios" (Lc 19,44). Con frecuencia es lo que nos sucede a todos. Dios está a nuestro lado, “pero nosotros no lo sabíamos”. Dios está en nuestro camino, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en el hermano que tenemos a nuestro lado, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en ese necesitado que nos tiende la mano, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios sí está, pero nosotros no lo sabíamos, no lo conocíamos. Podemos pasar la vida codeándonos con Dios; sin embargo, llegar al final del camino, sin habernos percatado de que Dios “estaba aquí”.

La gran pregunta que la cultura moderna hace a la Iglesia y al cristiano es la misma de los Magos: “¿Y dónde está Dios hoy en nuestra sociedad?” Es una pregunta que nos viene desde la filosofía y desde la teología y desde la cultura. No nos piden ideas sobre Dios, nos piden que se lo mostremos, que les digamos dónde poder encontrarlo. Pero el hecho mismo de que alguien nos pregunte, ya nos está diciendo otra cosa. Si alguien te pregunta “¿dónde está Dios?”, de alguna manera nos está indicando que no lo ve en nosotros. Cuando alguien le pregunta a la Iglesia “¿dónde está Dios?” le está diciendo que Dios no es visible en ella. Cuando alguien pregunta a un cristiano, “¿dónde está Dios?”, le está diciendo que Dios no es visible en su vida.  Por eso, la pregunta “¿dónde está Dios?” no es solamente para que les indiquemos dónde encontrarlo es también una pregunta de quien no logra descubrirlo en nuestras vidas. No sirve buscar un Dios fuera de uno, o mirando el cielo y al respecto bien dice Juan: “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,11-12).

Hay un hecho en las manifestaciones de Dios al hombre (la Estrella). Dios siempre suele utilizar las mediaciones. Dios, más que manifestarse en sí mismo, se dice y manifiesta mediante hechos, acontecimientos, personajes. La estrella es la expresión de que todos necesitamos de una señal y de muchas señales. Señales que nos despiertan y nos van guiando hasta la verdad. Por eso en la Iglesia es tan necesario el llamado “testimonio” o, simplemente, la necesidad de “los testigos” (Hch 1,8). Esos testigos que más que invitarnos a quedarnos en ellos apuntan a otra cosa.

Para caminar por la vida, todos necesitamos señalizaciones de tránsito. Para caminar por la vida, todos necesitamos signos que nos marquen la dirección a seguir. Este es el problema del desierto, donde los signos desaparecen. Con razón nos exhorta el mismo Señor al decirnos: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

Cuando hoy hablamos de la desorientación de nuestros jóvenes y de los que lo fuimos, uno tendría que preguntarse: ¿Y qué señales ponemos en el camino? ¿Qué señales encuentran nuestros jóvenes para saber la dirección correcta? Hay demasiadas prohibiciones, pero hay menos señales. Un camino sin señales es siempre un camino peligroso. ¿Quién les señala el camino a los jóvenes de hoy? ¿Los padres? ¿La Iglesia? ¿La TV? Aquí hemos de tener en cuenta algo fundamental. Los signos tienen que ser legibles y ser legibles para ellos. No basta que sean signos para nosotros. ¿Lo son para ellos? 

Dos actitudes que resaltar como resumen: La de los reyes magos y el de Herodes y todo Jerusalén que se exaltó. Los reyes magos buscan al Rey de los judíos guiados por la estrella, guiados por la luz de la fe, hallan al niño y caen de rodillas y lo adoran (Mt 2,11). La actitud de Herodes: guiado por la razón y el ego del poder. Por este medio Jesús no se deja hallar. Nosotros ¿Cómo, con qué y dónde lo buscamos? Tú mismo puedes sacar tu conclusión y busca tu respuesta, si buscas a Dios en la postura de Herodes o en la postura de los magos.



sábado, 26 de diciembre de 2015

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA - C (27 de diciembre de 2015)



SAGRADA FAMILIA - C (27 de diciembre del 2015)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,22 al 40:

En aquel tiempo, cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto a tu salvadora quien has presentado ante todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada traspasará el alma. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.  Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

Jesús dijo a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Este episodio bien puede resumir lo que estamos celebrando: La fiesta de la Navidad, que como bien el profeta mayor nos ha dicho: “El Señor mismo dará una señal: Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14) que significa "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

Hoy el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35);la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Angel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido, lo que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I divina persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios

En el catecismo de la Iglesia se dice que la familia es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Dios al crear al hombre y a la mujer (Gn 1,27) instituyó la familia humana cuando dijo: “Por eso el varón dejara a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gn 2,24) y Jesus agregó y dijo: “Ya no son dos sino una sola carne, pues lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causa, la cual es el matrimonio.

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales.  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- Cuarto mandamiento: El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19)

En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer (Jn 1,14), vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14)

San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo” ( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34)

En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división" (Lc 12,51). La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35).

4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 12,33,). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.


5.- la Estrategia para ser feliz de una familia es sin duda la educación en el amor: En la enseñanza central de Jesús esta precisamente el tema del amor cuando nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como les he amado, en esto les reconocerán que son mis discípulos en que Uds saben amarse unos a otros como yo les ame” (Jn 13,34), o aquella reiteración: “Si me aman guardaran mis mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). Pero con un acento especial nos enseña del amor sin medida: “Amen a sus enemigos y recen por quienes les persiguen, así serán hijos de su Padre Celestial, porque si amas a quien te ama que  merito tienes, eso también hacen los que no conocen a Dios” (Mt 5,44-45), San Pablo agrega y dice: “Todo lo que hagan, háganlo por amor” (I Cor 16,14).

sábado, 19 de diciembre de 2015

DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (20 de Diciembre del 2015)


DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (20 de Diciembre del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas: 1,39-45:

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

Primero: Recordemos el encuentro entre el Ángel Gabriel y la Virgen María: “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ahora hemos leído otro saludo: María entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). ¿Cómo habrá sido el saludo de María a Isabel? Si nos aventuramos un poco más en los evangelios, nos topamos con un saludo especial que Jesús nos enseña y dice: “Al entrar en una casa, saluden invocando la paz” (Mt 10,12). Este saludo muy posible que siendo niño Jesús aprendió de su madre. Entonces María posiblemente saludó a su prima Isabel así: “Shalom” La paz este contigo”. ¿Por qué resaltamos el saludo? Porque el saludo es portadora del misterio: “alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28) y “La paz este contigo”, el primer saludo es el inicio de encuentro de Dios con la humanidad: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

Segundo: “Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,29-31). La reacción de María envuelta en temor no hace sino reafirmar la naturaleza humana de una mujer doncella. María se cree que tendría 14 o 16 años de edad cuando le sucedió la anunciación. Temor que requiere muchas aclaraciones. Por eso cuando el Ángel le aclara y dice: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1,31-33). Es decir, el proyecto de Dios tiene que ver con la salvación de la humanidad.

Tercero: La Virgen quiere una aclaración más precisa y por eso reitera con mayor énfasis y le dice al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, pues, no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,24-35). Ahora está más claro, no hace falta tener la cooperación del varón para concebir pues de ello se encargará el Espíritu Santo que es poder de Dios. Y como si fuera poco aun esta aclaración, el Ángel se remite a otro acontecimiento ya sucedido a suprima Isabel hace 6 meses: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios" (Lc 1,36-37). A la contundencia del Ángel, la virgen no hace sino donarse plenamente al decir: “Eh aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).

Cuarto: La virgen poseída del Espíritu Santo va a la casa de su prima Isabel y constatará lo anunciado por el Ángel: “Apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo exclamó” (Lc 1,41). El solo saludo de la virgen llenó del don del Espíritu Santo a su Prima Isabel quien ahora también por el don divino confesará el complemento de la anunciación por parte del Ángel: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,42-43). Es la primera proclamación del Evangelio confesada por Isabel y el primer título que María recibe: “Madre de mi Señor”.

Quinto; y como si fuera poco, Isabel completa lo que el Ángel dijo a la virgen al decir: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45).


En suma: el misterio de la anunciación como es de verse tiene dos partes y se complementan: la anunciación de la parte divina por el Ángel Gabriel a la virgen María (Lc 1,26-38). Y la anunciación de la parte humana, hecha por Isabel: ambos anuncios tiene una sola causa: la Divinidad y la humanidad del Hijo de Dios; que San Juan lo resume así: “La Palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros:” (Jn 1,14).