DOMINGO DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR – (3 de Enero del 2016)
Proclamamos el Evangelio según san Mateo 2, 1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de
Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en
Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de
nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al enterarse, el rey Herodes quedó
desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos
sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía
nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está
escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la
menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que
será el Pastor de mi pueblo, Israel".
Herodes mandó llamar secretamente
a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había
aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense
cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que
yo también vaya a rendirle homenaje". Después de oír al rey, ellos
partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se
detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron
de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y
postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron
dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no
regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA
DEL SEÑOR.
PAZ T BIEN EN EL SEÑOR.
"¿Dónde está el rey de los
judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo" (Mt 2,2). Esta pregunta de los magos venidos de Oriente sobre el
lugar del nacimiento de Dios los tomó de sorpresa en Jerusalén. La primera
noticia del nacimiento les llega a través de unos extranjeros. Los Magos
recibieron una respuesta, no de la experiencia de Israel, sino sacada de los
libros, “Porque así lo ha escrito el profeta” (Miq 5,1).
“Al entrar en la casa,
encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje”
(Mt 2,11). Los magos, buscaban al Rey de los Judíos y se encontraron con un
Niño en un pesebre. Buscaban a Dios y vieron a un Niño. No entendieron nada.
Pero, se pusieron de rodillas y lo adoraron y le ofrecieron lo que tenían. Y es
que ante Dios la razón simplemente tiene que ponerse de rodillas. Cuando se
quiere conocer a Dios el medio es la luz de la estrella (fe), el mejor medio
son las rodillas que la razón.
Tres magos, tres peregrinos que
buscan lo que todos los profetas pregonaron y anunciaron. Más tarde el mismo
Señor dirá: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus
oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo
que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt
13,16-17). Es la vocación del peregrino, hacer camino, buscar una meta. Estos
tres peregrinos creen que lo que ellos buscan todo el mundo lo conoce. Todos
deben saber dónde encontrarlo, por eso cuando llegan a Jerusalén lo primero que
hacen es preguntar: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2,2).
La pregunta los encuentra a todos desprevenidos. ¿Quién se va a preocupar dónde
ha nacido Dios? Pese a que el Niño nació en Belén, cerca de Jerusalén (Lc 2,6),
en Jerusalén nadie se ha dado por enterado.
Jacob, después de una noche
luchando con Dios, termina por reconocerlo y exclama: “Dios está aquí y yo no
lo sabía.” (Gén 28,16). Y el mismo Señor reitera al decir a Jerusalén: “Te
arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti
piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste
visitada por Dios" (Lc 19,44). Con frecuencia es lo que nos sucede a
todos. Dios está a nuestro lado, “pero nosotros no lo sabíamos”. Dios está en nuestro
camino, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en el hermano que tenemos a
nuestro lado, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en ese necesitado que
nos tiende la mano, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios sí está, pero nosotros
no lo sabíamos, no lo conocíamos. Podemos pasar la vida codeándonos con Dios;
sin embargo, llegar al final del camino, sin habernos percatado de que Dios
“estaba aquí”.
La gran pregunta que la cultura
moderna hace a la Iglesia y al cristiano es la misma de los Magos: “¿Y dónde
está Dios hoy en nuestra sociedad?” Es una pregunta que nos viene desde la
filosofía y desde la teología y desde la cultura. No nos piden ideas sobre
Dios, nos piden que se lo mostremos, que les digamos dónde poder encontrarlo. Pero
el hecho mismo de que alguien nos pregunte, ya nos está diciendo otra cosa. Si
alguien te pregunta “¿dónde está Dios?”, de alguna manera nos está indicando
que no lo ve en nosotros. Cuando alguien le pregunta a la Iglesia “¿dónde está
Dios?” le está diciendo que Dios no es visible en ella. Cuando alguien pregunta
a un cristiano, “¿dónde está Dios?”, le está diciendo que Dios no es visible en
su vida. Por eso, la pregunta “¿dónde está Dios?” no es solamente para
que les indiquemos dónde encontrarlo es también una pregunta de quien no logra
descubrirlo en nuestras vidas. No sirve buscar un Dios fuera de uno, o mirando
el cielo y al respecto bien dice Juan: “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también
nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si
nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios
ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,11-12).
Hay un hecho en las
manifestaciones de Dios al hombre (la Estrella). Dios siempre suele utilizar
las mediaciones. Dios, más que manifestarse en sí mismo, se dice y manifiesta
mediante hechos, acontecimientos, personajes. La estrella es la expresión de
que todos necesitamos de una señal y de muchas señales. Señales que nos
despiertan y nos van guiando hasta la verdad. Por eso en la Iglesia es tan
necesario el llamado “testimonio” o, simplemente, la necesidad de “los
testigos” (Hch 1,8). Esos testigos que más que invitarnos a quedarnos en ellos
apuntan a otra cosa.
Para caminar por la vida, todos
necesitamos señalizaciones de tránsito. Para caminar por la vida, todos
necesitamos signos que nos marquen la dirección a seguir. Este es el problema
del desierto, donde los signos desaparecen. Con razón nos exhorta el mismo
Señor al decirnos: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi”
(Jn 14,6).
Cuando hoy hablamos de la
desorientación de nuestros jóvenes y de los que lo fuimos, uno tendría que
preguntarse: ¿Y qué señales ponemos en el camino? ¿Qué señales encuentran
nuestros jóvenes para saber la dirección correcta? Hay demasiadas
prohibiciones, pero hay menos señales. Un camino sin señales es siempre un
camino peligroso. ¿Quién les señala el camino a los jóvenes de hoy? ¿Los
padres? ¿La Iglesia? ¿La TV? Aquí hemos de tener en cuenta algo fundamental.
Los signos tienen que ser legibles y ser legibles para ellos. No basta que sean
signos para nosotros. ¿Lo son para ellos?
Dos actitudes que resaltar como
resumen: La de los reyes magos y el de Herodes y todo Jerusalén que se exaltó.
Los reyes magos buscan al Rey de los judíos guiados por la estrella, guiados por
la luz de la fe, hallan al niño y caen de rodillas y lo adoran (Mt 2,11). La
actitud de Herodes: guiado por la razón y el ego del poder. Por este medio Jesús
no se deja hallar. Nosotros ¿Cómo, con qué y dónde lo buscamos? Tú mismo puedes
sacar tu conclusión y busca tu respuesta, si buscas a Dios en la postura de
Herodes o en la postura de los magos.
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