jueves, 15 de febrero de 2018

DOMINGO I DE CUARESMA – B (18 de febrero del 2018)


DOMINGO I DE CUARESMA – B (18 de febrero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 1,12 - 15:

1:12 En aquel tiempo, el Espíritu lo llevó al desierto,
1:13 donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien:

Dijo Dios  al Pueblos: “Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes,  con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, Isaac y Jacob” (Dt 30,19-20). Dios   quiere que optemos por la vida y para ello hace falta purificarnos como bien nos dice Jesús: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Y  el tiempo de cuaresma es muy propicio para nuestra purificación. 
                                                                                   
El tiempo de  la Cuaresma comenzamos entre dos enunciados: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a  ser polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y a polvo te convertirás” (Gen 3,19). "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio"  (Mc1,15). Como se res mortales, no somos eternos (polvo); Como seres espirituales, somos participes de la vida en Dios. Pero, para estar con Dios   hace falta la conversión al Evangelio.

Este primer domingo de cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, que como hemos  escuchado en el Evangelio, Marcos solo las constata sin dar mayores detalles a diferencia de los demás sinópicos.

Con frecuencia solemos quedarnos en esas tres tentaciones de convertir las piedras en panes, de exhibirse en el alero del Templo o la promesa de la riqueza del mundo. Yo las reduciría a una sola: la tentación sobre Dios. La tentación de quedarnos con nuestra idea de Dios que, en el fondo, es una manera de negar la verdad sobre Dios. Por eso mismo, pienso que esta Cuaresma la pudiéramos enfocar sobre nuestra idea de Dios. ¿Quién es nuestro Dios? ¿Cómo es nuestro Dios? ¿Cuál es el sentido de Dios en nuestras vidas?

Fácilmente decimos que creemos en Dios, lo repetimos en el Credo; sin embargo, si luego nos detenemos a pensar un poco, nos vamos a dar cuenta de que Dios tiene muchas deformaciones en nuestro corazón. Pienso que el mayor pecado no es negar a Dios sino deformarle. El Diablo le presenta a Jesús tres deformaciones de Dios. ¿Cuántas deformaciones hay en nosotros? Que esta Cuaresma nos lleve a clarificar la verdad de Dios en nosotros. El problema de las tentaciones de Jesús era un problema de Dios, porque cada tentación va precedida de un “si eres Hijo de Dios”. En toda tentación está de por medio la idea y la conciencia que tenemos de Dios. Y esto en dos sentidos: Primero ¿soy fiel a lo que Dios quiere y espera de mí o prefiero seguir mis propias inclinaciones? La tentación es un problema de fidelidad. Y el segundo en el sentido: Una falsa mentalidad sobre Dios.

a.- En Mateo y Lucas, las tentaciones de Jesús tienen connotación diversa en Marcos porque duran todos los 40 días. Y que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre.

En esta situación se proclama la victoria de Jesús:
• Vence la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica (Is 9,5; 11,6-9) en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor en el construir la historia.

• El servicio de los ángeles evoca la protección de Dios con su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, pero no retro-proyectado hacia atrás sino anunciado hacia el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento. Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su “SÍ” al proyecto del Padre:

• Vienen de los fariseos que le piden demostraciones de poder para evitarse el camino doloroso de la fe (Mc 8,11-13).

• Vienen del mismo discípulo que acaba de confesar la fe pero que se intenta apartarlo del camino. A él le responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento (=proyectos, caminos) no son los de Dios sino de los hombres” (Mc 8,33).

• Vienen de su mismo corazón de hombre que le teme a la muerte: “Y decía: ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35).

• Vienen de los adversarios (los espectadores de la pasión y los sumos sacerdotes) que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!... ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).

También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Desde ya comprendemos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que también como su Maestro no estará sólo y que si se apoya en la victoria de él -el más fuerte- saldrá siempre adelante sostenido en su fidelidad. Esta fuerza nos será ofrecida en su misterio pascual, misterio en el que nos sumergiremos bautismalmente.

b. Las tentaciones una falsa mentalidad de Dios: El diablo tienta a Jesús para que presente una idea equivocada de Dios. Un Dios no para regir y orientar y guiar nuestras vidas, sino un Dios utilitarista. Un Dios a nuestro servicio. Si eres Hijo de Dios podrás convertir las piedras en panes. Si eres Hijo de Dios aunque te tires de la punta de la torre no te pasará nada. Si en vez de adorar a Dios me adoras a mí lo tendrás todo, el mundo entero será tuyo. Y también esta falsa mentalidad de Dios es causa de muchos ateísmos modernos. 

Si analizamos la filosofía moderna, la novela y el teatro moderno, veremos que Dios ocupa un lugar central, pero para cuestionarlo, no para creer en Él sino para negar su existencia. Así por ejemplo a menudo solemos pensar más en un Dios todopoderoso que en un Dios amor. Pensamos en un Dios que puede solucionarnos nuestros problemas. Uno de los temas más presentes en la filosofía moderna existencialista es hacer a Dios culpable de todo lo que pasa de malo en el mundo o cuestionar: ¿Por qué hay hambre en el mundo si Dios puede dar de comer a todos? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Por qué Dios no me consigue un trabajo decente para alimentar a mi familia? ¿Por qué Dios me envía este cáncer o por qué ha muerto mi amigo en un accidente de tránsito si Dios podía evitarlo? Como se ve, es más fácil culpar a Dios del hambre en el mundo, que no el que en el mundo haya más justicia y repartamos mejor los bienes que nos sobran. Que Dios haga el milagro, cuando el verdadero milagro lo tendríamos que hacer nosotros.

martes, 6 de febrero de 2018

DOMINGO VI – B (11 de Febrero del 2018)

DOMINGO VI – B (11 de Febrero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,40-45:

1,40 En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
1:41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
1:42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
1:43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
1:44 "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".
1:45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien

El evangelio de hoy nos habla sobre el poder de la fe del leproso. Ya nos había dicho Jesús: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17). La mujer hemorroisa se dijo: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".  Y ni bien tocó, cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal” (Mc 5,28). “Llegaron unas personas de la casa de Jairo le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús dijo a Jairo: "No temas, basta que tengas fe". Jesús llego a la casa de Jairo, la tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!" En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar” (Mc 5,35-42).

“Lo que mancha o hace impuros al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella" (Mt 15,11). “Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas si hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos" (Mt 15,19-20).

Dijo el señor: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran; porque al que pide se le da… (Mt 7,7). El leproso nos da una lección de fe cuando dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mc 1,40). ¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno. Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él (una oración simple que sale del corazón profundo del leproso). En efecto, no le dice: “Dame salud; o haz que me sane”; sino: ‘Si quieres, puedes curarme’. No le dice: ‘Señor, ¡cúrame!, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.

¿Qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice: ‘Quiero, queda curado’ (Mc 1,41). A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en efecto, para confirmar en el pueblo y en el leproso la fe en su poder, dice primero: ‘¡Quiero!’. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho” y suscita dos connotaciones: a) Jesús aparece en comunión con la Ley de Moisés al manda al leproso a presentarse a los sacerdotes (Mc 1,44; Lv 13,10) pero también en contraposición a ella cuando se hace impuro al tocar al leproso en el (Mc 1,41). b) Ni el leproso hace lo normal, que es alejarse gritando “impuro”, “impuro, “impuro soy”; ni tampoco Jesús lo hace: alejarse del leproso, sino que lo toca. Dos acciones prohibidas por la ley de Moisés.

Lo que es puro e impuro dice el Señor: "Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron: ¿Qué es lo que hace puro o impuro al hombre? Dijo Jesús: “¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después a la letrina?" Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que hacen impuro al hombre" (Mc 7,17-23).

Por tanto, no por comer mucho o poco; no por estar con un mal del cuerpo, o por estar sano el cuerpo depende nuestra salvación. Sino de cómo está el alma o espíritu nuestro, si puro o impuro, depende nuestra salvación.

La enseñanza del Evangelio nos reporta cuatro elementos: 1) Encuentro entre 
Jesús y el leproso (Mc 1,40). 2) Curación del leproso (Mc 1,40-42). 3) Envío del hombre sanado (Mc 1,43-44). 4) El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (Mc 1,45)

1.- Encuentro entre Jesús y el leproso (Mc 1,40): “Se le acerca un leproso…” No sabemos dónde ni cuándo sucede este episodio del evangelio. Marcos va al grano: un leproso “viene a su encuentro”. Es decir, del fondo de un escenario impreciso emerge el hombre necesitado, es llamado “un leproso”. Para nosotros los lectores se abre entonces otro escenario, cuyo trasfondo en los relatos bíblicos del Antiguo Testamento, nos permite captar la gravedad de la situación: un leproso es una persona triplemente marginada.

a.- Con relación a Dios: El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico (primera lectura). La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcista (Mc 1,42).

b.- Con relación al pueblo: Por la misma razón anterior, el leproso era apartado de su comunidad de Israel. Siempre debía mantenerse lejos de la gente; si bien sabemos que esto no se aplicaba estrictamente sino para la entrada a la ciudad de Jerusalén. Al leproso se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus conocidos, era una persona muerta en vida. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que era leproso. ¡Qué humillación!

c.- Con relación a sí mismo: La autoestima de un leproso debía ser baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo. El dolor de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su cuerpo. Pues bien, él “viene” donde Jesús. De esta forma rompe las reglas sociales y religiosas: un leproso no debe acercarse a una persona sana sino gritarle desde lejos (Lev 13,45-46).

Ya podemos comprender quién es el que “viene” donde Jesús: 1) Un hombre que se presenta ante Jesús con una situación humanamente incurable. 2) Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús. 3) Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.

Curación del leproso (Mc 1,40-42): “…Suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme”. La súplica del leproso representa un desafío para Jesús y al mismo tiempo muestra qué idea tiene del precedente actuar del Maestro y qué expectativas le ha suscitado. La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción. El gesto es de profunda reverencia. Así también ora Jairo, el jefe de la sinagoga y padre afligido de la niña que será resucitada (Mc 5,22), e igualmente la anónima y angustiada madre en Tiro (Mc 7,25).

En otras palabras, el orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera para que suceda algo que parece imposible, la curación más difícil que es casi como la resurrección de un muerto. Ya Job (18,13) había dicho que la lepra era “el primogénito de la muerte”. No menos terribles habían sido las palabras de Aarón cuando la lepra de su hermana María: “No sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Números 12,12). En el fondo subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (Mc 10,27). De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní: “Todo es posible para ti” (Mc 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Uno no puede de dejar de ver en esta ocasión cómo la expresión que decimos con frecuencia, “Si Dios quiere”, tiene un profundo sentido.

¿Sobre qué recaen las acciones pedidas a Jesús? Anteriormente en la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra (Mc 1,25.27). Ahora se suplica que lo vuelva a hacer en un acto de purificación: “Puedes limpiarme”. A diferencia de los sacerdotes del Templo, quienes declaraban cuándo una persona ya estaba limpia, lo que se le pide a Jesús es la limpieza-curación misma.

Veamos cómo Jesús confirma su poder divino –en calidad de portador del Espíritu e Hijo del Padre (Mc 1,10-11) anunciador del Reino (Mc 1,15)- con la declaración explícita de su voluntad y la potencia de su palabra.

“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio” (Mc 1,41). El “Quiero” está movido desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso sino que se identifica con su realidad y la carga sobre sus hombros a la manera del siervo sufriente (Is 53,11; 2 Cor 5,21; Gal 3,13). Ahora bien, notamos en la sanación una entrega total de Jesús mediante un movimiento que se desencadena en lo profundo y se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Finalmente, lo gestual se vuelve verbal: el poder de la Palabra.

1) Los gestos: “Extendió la mano... le tocó” (Mc 1,41). Vemos los dos pasos de una imposición de manos, lo cual es una forma de transmitir la potencia, pero sobre todo de expresar gestualmente la voluntad. Hay un trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba “con brazo extendido” que realizaba prodigios: “Os salvaré con brazo extendido” (Ex 6,5);  y también el poder de Dios por medio de los gestos de Moisés en (Ex 4,4; 7,19; 8,1; 9,22; 14,16,21,26). La mano se extiende para tocar. Para Marcos el contacto físico es importante (Mc 3,10; 5,27.28.31; 6,56; 7,33; 8,22; 10,13), es una forma de comunicación honda que vehicula algo de sí mismo.

2) Las palabras: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,41): Las palabras verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es notable cómo los verbos de la orden de Jesús corresponden puntualmente con los de la petición del leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él: ¡actúa con el poder de Dios! “Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” En Jesús actúa Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida.

Como es de ver, el tema de la purificación aparece por tercera vez consecutiva: “Puedes limpiarme” (Mc 1,40), “Queda limpio (puro)” (Mc 1,41)  y “Quedó limpio (puro)” (Mc 1,42). Esta secuencia de voces (del enfermo, de Jesús y del narrador que haces las veces de observador externo muestra linealmente cómo la oración ha sido atendida. Marcos nos invita a apreciar el valor de lo ocurrido: el querer de Jesús tiene un poder inmenso. ¿Qué otra cosa podríamos lograr los hombres con nuestra simple voluntad al enfrentar las enfermedades? Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda. El leproso es curado al instante de la enfermedad.

Envío del hombre sanado: “Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mc 1,43-44). Enseguida viene una nueva orden, no para la enfermedad sino para el hombre que estrena nueva vida. Tiene dos componentes:

1) Uno negativo: lo que no debe hacer, esto es, guardar el secreto de lo sucedido. La finalidad es evitar la publicidad y evitar concepciones simplistas que expone a Jesús a la manipulación de quienes buscan su poder sin comprender cuál es su profunda identidad mesiánica, o sea, sin dejarlo revelarse y cumplir a cabalidad la misión para la cual vino (esto es el “secreto mesiánico”.

2) Lo positivo: lo que sí debe hacer, que es proceder como manda la Ley de Moisés al respecto (Lv 6,13), pero no como simple cumplimiento de una normativa sino “para que le sirva de testimonio”: no una acusación sino como demostración y anuncio concreto del acontecer del Reino de Dios. Las palabras de Jesús atribuyen la “limpieza” (o purificación) del leproso a la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.

4.- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús: “Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia (El primero en proclamarla Buena Noticia, el poder de Dios en el Hijo), de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes”(Mc 1,45). El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre.

Se hace notar enseguida: 1) Ahora el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo. 2) La evangelización del (ex) leproso es eficaz. La predicación del (ex) leproso es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús.

La forma verbal de la frase “acudían  a él de todas partes”, genera un efecto: una acción prolongada y constante de ríos de personas que –como lo hizo inicialmente el leproso- “vienen” donde Jesús. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. El punto es que no sólo la fama de Jesús se difunde. Sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio.

Una inquietud conecta la primera con la última página del Evangelio: si este hombre no fue capaz de quedarse callado cuando Jesús se lo pidió, entonces ¿qué habrá que esperar al final del Evangelio cuando se mande a hablar?: “Id a decir…” (Mc 16,7).

El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos acudían”. ¡Este es el ideal de la evangelización! De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.


Por tanto, la pregunta inquietante que nos ilumina en buscar respuestas es: ¿Maestro, qué obras buenas debo hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Obrando en la enseñanza de Jesús en la misión: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Porque Jesús no enseña meras teorías de cómo se llega al cielo, sino de las experiencias de vida habitual en la misión: sanando, limpiando leprosos, acudiendo al que necesita de la ayuda. Al respecto dice el apóstol: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: "Vayan en paz, caliéntense y coman", y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (Stg 2,14-17).

sábado, 3 de febrero de 2018

DOMINGO V – B (04 de febrero del 2018)

DOMINGO V – B (04 de febrero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,29-39:

1:29 En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
1:30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
1:31 Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
1:32 Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
1:33 y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
1:34 Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
1:35 Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
1:36 Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
1:37 y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
1:38 Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
1:39 Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien:

Recordemos que, cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Esta pregunta  o inquietud es eje conductor de nuestra reflexión en el presente año. Para heredar la vida eterna tenemos que salir o cumplir la misión de anunciar el Evangelio. Una misión que tiene pautas precisas: "Vayan por todo el mundo, enseñen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: expulsarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). Pero para cumplir esta noble misión tenemos que aprender del maestro en su primer día de jornada misionera.

El domingo anterior meditamos la actitud de asombro por parte de la gente: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc 1,27). Hoy el evangelio describe la primera jornada de misión que Jesús despliega. De la enseñanza a la misión.  En efecto, el evangelista Marcos introduce el ministerio público de Jesús con la narración del primer día misionero. Éste sucede en Cafarnaúm y comprende:

1) Primero (se sobreentiende que sucede por la mañana) Jesús va a la sinagoga; 2) luego Jesús sigue a la casa de sus dos primeros discípulos; 3) al atardecer, acoge la multitud de enfermos y posesos que se aglomeran en la puerta; 4) pasada la noche, al amanecer, Jesús se va a orar a solas.

Enseguida vemos que lo que se hizo en Cafarnaúm se repite muchas veces en los pueblos vecinos. Sabemos así, qué es lo que Jesús hace en su misión en Galilea: “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,39). El primer pasaje, el exorcismo en la sinagoga (Mc 1,21-28), precisamente la primera acción misionera de Jesús en el evangelio de Marcos, ya fue leído el domingo pasado. Leamos ahora los otros pasajes, sin perder de vista que se trata de una unidad: la jornada “modelo” de la misión de Jesús.

“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.  Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían” La actividad de Jesús, centrada en exorcismo y curación, es decir, en la restauración del ser humano en todas sus dimensiones, se repite ahora en la “puerta” de la casa. De la intimidad de la casa pasamos al escenario público.

La población entera capta de quién puede esperar una verdadera ayuda en sus necesidades. Por eso, al atardecer, le traen a Jesús sus enfermos y endemoniados. Todo el cruel panorama del sufrimiento humano es expuesto en la presencia de Jesús. De repente lo vemos asediado y circundado por una mar de dolor y miseria. Lo que habíamos visto en la sinagoga –un poseído por el demonio- y luego en la casa –una mujer enferma-, parece ser la realidad de mucha gente, por eso se dice que “le trajeron todos los enfermos y endemoniados” de toda la ciudad. Toda la esperanza de la ciudad está puesta en Jesús.  Él está en capacidad de afrontar estas necesidades. Él tiene el poder para ayudarlos y, de hecho, les ofrece su ayuda: “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”.

El silenciamiento de los demonios va en la misma línea de lo sucedido poco antes en la sinagoga. La presencia de Jesús se va notando gradualmente y el poder deslumbrante de la “autoridad” del Reino va ampliando su radio de acción: de la sinagoga a la casa, ambos espacios restringidos de vida comunitaria y familia, se pasa a la sanación del tejido urbano, la sociedad entera.

Jesús se va a orar a solas al amanecer: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35). Bien de mañana, Jesús se retira, en la soledad a orar.  También en esta ocasión, como en el primer milagro, Marcos evita darnos detalles, para él es suficiente decir que Jesús se va a orar en un lugar solitario, al alba, en el silencio, en la paz de la mañana. No sabemos de qué tipo de oración se trate: si Él le está agradeciendo a Dios por el buen comienzo que ha tenido su obra, si Él le está dirigiendo una súplica insistente por su actividad futura, si está simplemente en compañía del Padre, tranquilo y serenamente recogido en la quietud de la mañana, o si está contemplando el lago y el paisaje circundante que va emergiendo claramente en la medida en que se disipan las tinieblas de la noche, maravillándose por la obra creadora de Dios, bendiciéndolo.

De la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, hacen parte no solo los rasgos de una actividad incesante, sino también el tiempo para estar con Dios en la quietud y en el recogimiento.  Jesús vive en una relación fuerte con Dios, una relación incomparable. No se dice qué participación tengan los discípulos en esta oración de Jesús. Probablemente ninguna. Pero es cierto que el comportamiento del maestro está marcando la pauta para su estilo de vida, por lo tanto, también ellos están siendo invitados a orar junto a él, de una manera o de otra, en esta atmósfera de paz y de tranquilidad. La jornada misionera “modelo” se repite en “toda Galilea”: Un estilo de vida y de misión “abierto” (Mc 1,36-39) Notemos, finalmente, que el “día modelo” de Jesús se replica en todas los puntos de Galilea.  Veamos lo que sucede en Mc 1,36-39:

“Simón y sus compañeros fueron en su busca;  al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»   El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»  Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” Jesús ha despertado y ha confirmado la confianza del pueblo.  La gente está contenta de poder presentarle todas sus propias enfermedades y todas sus propias necesidades.  No nos extraña, por tanto, que la gente quiera retenerlo y asegurase de manera permanente su ayuda.  Sin embargo, Jesús, no se queda ahí.

“Vayamos a otra parte”. La anotación no está puesta por casualidad.  La vida misionera tiene su esquema pero también es dinámica, ella se va “reinventando” en nuevos lugares, tiempos y situaciones. La misión tiene una fuerza expansiva irreprimible. Pedro y los otros seguidores de Jesús deben aprender la lección: el Maestro no se amarra a una sola actividad ni a un solo lugar.  Él mismo dice que debe llevar su mensaje a “toda Galilea”.

Síntesis: Los puntos clave del estilo de vida de Jesús y de sus discípulos: Después de aproximarnos un poco a los textos que describen la agenda del primer día de Jesús, que es modelo de los demás días (el evangelista no tendrá necesidad de volver a contarlo y se centrará más bien en las variantes de las jornadas misioneras), podemos sacar algunas conclusiones sobre el estilo de vida que Jesús le propone a los discípulos, estilo de vida que ellos ya están aprendiendo en el “estar” a su lado todo el tiempo.

Retengamos ocho rasgos que son, al mismo tiempo, otras tantas lecciones para el discipulado y la misión apostólica, si es que quiere hacerse bajo el paradigma evangélico:
1) La misión empieza en el ámbito de la propia comunidad de fe.
2) La misión debe traer también bendiciones para la propia familia (Marcos señala que la misión no sólo es hacia fuera sino también hacia dentro).
3) La misión debe llegar al mayor número posible de personas (Marcos presenta a todos los enfermos de la ciudad).
4) La misión apunta a todos los aspectos de la vida de la persona y no a uno solo.
5) La misión tiene como un objetivo la derrota de las diversas formas del mal (o maldiciones) que empobrecen y esclavizan la vida humana. De esta victoria emerge un hombre nuevo cuya característica es la entrega a los demás en el servicio. El paradigma es la suegra de Pedro.
6) Hay que saber integrar la vida comunitaria, con la vida íntima, con la vida pública.  Se trata de un equilibrio difícil de lograr, pero hay que hacerlo. Jesús lo hacía.
7) Hay que saber integrar la predicación con las acciones que hacen presente el Reino de Dios (ver para qué llama a los discípulos en Mc 3,14s y para qué los envía a la misión en Mc 6,12s).
8) Hay que saber integrar la misión intensa con la intensa oración.


En fin, el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos, que constituye su “vida nueva”, está caracterizado por una fuerte correlación según el Reino, en cuyo centro está Dios (por la oración), que se inserta en los diversos ámbitos relaciones que una persona sostiene en su cotidianidad y les da un nuevo sentido.  Allí, se vence el mal, las personas se revisten de Cristo y surge un hombre y una comunidad nuevos. Entonces puede decir con toda certeza que el programa de Jesús efectivamente está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,14). Para eso hace convertirnos y creer en el Evangelio (Mc1,15). Quien se convierte y cree  en el evangelio entiende que no puede dejar de anunciar el evangelio. San Pablo exclama con razón al decir: “Pobre de mí si no anuncio el evangelio” (I Cor 9,16). Porque la paga de esta misión es como Jesús nos lo dice: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt16,27): Estar con donde esta Jesús (Jn 14,13): El cielo.

miércoles, 24 de enero de 2018

DOMINGO IV – B (28 de enero del 2018)

DOMINGO IV – B (28 de enero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,21-28:

1:21 Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
1:22 Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
1:23 Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:
1:24 "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
1:25 Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".
1:26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
1:27 Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!"
1:28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc1,27).Este episodio nos reporta dos hechos: Que Jesús enseña con autoridad y, hasta los demonios le obedecen.

Conviene traer a colación algunas citas para nuestra reflexión: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió” (Jn 8,42). “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no me escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). “Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44).

“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).

Al ver a Jesús, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28.17-18). Y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).


“Fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, (Gén 3, 1) llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos” (Ap 12.9-10).

En efecto, “todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22). ¿Por qué la primera reacción de la gente de Cafarnaún hacia Jesús haya sido el reconocimiento de su autoridad? Porque era gente cansada de recibir enseñanzas que eran puras imposiciones, puras prohibiciones y repeticiones siempre de lo mismo. Como Jesús dirá en otra ocasión respecto a los falsos maestros: enseñan pero no viven, dicen pero no hacen lo que dicen (Mt 23,3).

“Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (Mc 1,27) es complemento a  (Mc 1,22) y tenemos tres afirmaciones del pueblo. “Se quedaron atónitos de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.”  Luego una segunda: “Este modo de enseñar con autoridad es nuevo.” Y la tercera: “Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Y nos sugiere dos ideas: el tema de la autoridad autentica y el tema de la autoridad falsa.

a.- Autoridad autentica o verdadera: El Evangelio de hoy nos sitúa ante las primeras impresiones que la gente tiene acerca de Jesús. Y resulta curioso que la primera reacción haya sido de reconocer la superioridad de la enseñanza de Jesús por encima de los escribas, los especialistas de la ley (Mc 1,22). Lo primero que reconocen en Él es “la autoridad con la que enseña”. “Este modo de enseñar es nuevo”, aquí hay algo distinto a lo que los escribas dicen que no hacen sino hablar comentando la ley de Moisés y los Profetas (Mt 23,3). Pero aquí hay algo más, hay una novedad, Jesús no es un comentarista. Jesús habla de lo que sabe, de lo que Dios le inspira y de lo que el Espíritu Santo despierta en su corazón: “El que me envió está en la verdad, y lo que aprendí de él es lo que enseño al mundo” (Jn 8,26). Entonces, aquí radica la diferencia: La enseñanza de los letrados esclaviza. La enseñanza de Jesús es liberadora, es una invitación al amor y a la libertad y el respeto a la persona. Que bien se puede resumir en un nuevo mandato: “Que se amen unos a otros como les he amado” (Jn 13,34).

Un Evangelio de suma actualidad, precisamente hoy es que la autoridad ha perdido fuerza y sentido porque hoy ya no creemos tanto en la autoridad que nace del puesto que uno ocupa o del poder que tiene, sino que creemos en la autoridad de la persona misma, de la verdad y autenticidad de la persona y en la medida en que esta autoridad es una llamada al respeto de los demás, a la libertad de los demás y a la promoción y desarrollo de los demás. Es decir, hoy creemos a la autoridad no del que manda sino del que pone su vida en actitud de servicio a los demás y así nos enseñó el Señor cuando dijo: “Entre ustedes no debe suceder así Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:  como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). De esta actitud de servicio es como nace la autoridad autentica.

Para entrar en el segundo tema: Una autoridad capaz de sacar de nuestros corazones esos malos espíritus que nos esclavizan: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 11,20). La autoridad que brota de la dignidad misma de la persona que manda. Más que mandar, la verdadera autoridad sirve a los demás. Más que sentirse superior, la verdadera autoridad es la que siente superiores a los demás. Una verdadera autoridad no se impone por el miedo, sino por el amor. Hoy tenemos más miedo a la autoridad que un verdadero amor y cariño. Por eso pienso que el Evangelio de hoy es una llamada de atención para todos, para los que enseñan y mandan y para los que escuchan y obedecen.

b.- El Evangelio que acabamos de oír, también nos relata la expulsión de un demonio por Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre" (Mc 1,24-25). Fíjese que el demonio reconoce a Jesús como el Santo de Dios. Nos recuerda lo de (Lc 1,35). Luego viene: “El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre” (Mc 1,26). Es decir obedeció a Jesús.                 

Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro porque el demonio resulta obediente pero ¿esa obediencia será autentica? Pero también el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de los tiempos pasados. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente. Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar en nuestros días, su mejor maniobra, es decir hacer que se dude de su existencia.

En el primer libro se nos narra: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios les ha dicho: No coman de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No coman de él, ni lo toquen, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido y comió” (Gn 3,1-6).

Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos: unos fieles a Dios (Lc 1,26-28) y otros rebeldes en contra de Él como ya se nos narra en Génesis. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.

Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado” (I Jn 3,8). La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Entonces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros.

Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor. Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuentro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.


Termino con las palabras del apóstol San Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes” (I Pe 5,8-9).

DOMINGO III T.O. – B (21 de enero del 2018)

DOMINGO III T.O. – B (21 de enero del 2018)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,14-20

1:14 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
1:15 "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
1:16 Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
1:17 Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
1:18 Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
1:19 Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
1:20 y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"Un hombre tenía dos hijos. Dijo al primero: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña. Él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: Voy, Señor, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? El primero, le respondieron” (Mt 21,28-31). Esta parábola bien puede darnos pautas sobre la inquietud latente: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna o el reino de Dios? (Mc 10,17). Para heredar la vida eterna tenemos que escuchar la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14).

¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido!  Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí” (Jer 20,7). Este pasaje profético, nos resume lo que paso con Jonás. Cuando Dios pone su mirada en alguien, lo escoge.  Eso lo han sabido muchos santos.  Pero nadie lo supo mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento que, según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una ballena. ¿Podrá ser verdad esto?  Cuesta pensar en algo así.  Pero lo desconcertante es que el mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección.  ¿Iba el Hijo de Dios a citar un mito?  ¿Y a citarlo con el sentido y la precisión que lo hizo?  Así: “Estos hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán.  Solamente se les dará la señal de Jonás.  Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación”  (Lc 11, 29-30).  ¿Sin embargo,  de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía.  Dios lo escogió para que se convirtiera él y para que -por la elección que Dios hizo de él- muchos de Nínive también se convirtieran.

El Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco para huir de Dios.  El barco se vio metido dentro de una tormenta.  Jonás es lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás.  Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo que el Señor le pedía.  El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se convirtiera de sus vicios y pecados.  (Para dar una idea del tamaño de esta ciudad, baste con el dato que nos da la Escritura: se requerían 3 días para recorrerla a pie).

Jonás predicó lo que el Señor le indicó: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.  Sin embargo, sorprendentemente, los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios, e hicieron penitencia, todos.  Dios, entonces, no destruyó la ciudad.

Otros elegidos de Dios son más dóciles que Jonás.  Tal es el caso de los primeros discípulos escogidos por Jesús.  Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 1, 14-20)  que cuando Jesús, viendo a Andrés y a su hermano Pedro echando las redes de pescar en el lago de Galilea, les llamó para hacerlos “pescadores de hombres, ...y  ellos dejaron las redes y lo siguieron.” Respuesta inmediata y obediente a la escogencia del Señor.

Los escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que Dios desea realizar en medio de su pueblo, es decir, en cada uno de nosotros.  Y la conversión siempre exige un cambio de vida: incluye, primero que todo, dejar el pecado.  Pero no basta esto.  Es necesario pasar a una segunda fase: “creer en el Evangelio”.  Y creer en el Evangelio significa vivir según el Evangelio.  No basta conocer la teoría del Evangelio: es necesario vivirlo en la práctica.

Es necesario cambiar la mentalidad terrena que nos vende el mundo, esa mentalidad a la que estamos muy acostumbrados.  ¿Cuál es la mentalidad del mundo?  Aquélla que nos lleva a quedarnos en lo temporal y a olvidarnos de lo eterno, a preferir lo terrenal y olvidarnos de lo celestial, a conformarnos con lo humano y a descartar lo divino, a creer en el mundo y a olvidarnos del Evangelio.

Sin embargo, el Señor nos dice: “El Reino de Dios ya está cerca.  Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.   Ciertamente el Reino de Dios está cerca, pero sólo será una realidad cuando, arrepentidos y convertidos, creamos y vivamos según el Evangelio.  Será una realidad cuando vivamos según la Voluntad Divina, cuando -como rezamos en el Salmo (#24)- el Señor “nos descubra sus caminos”.  Y, una vez descubiertos los caminos del Señor, podamos seguirlos con docilidad.

San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (1 Cor. 7, 29-31)  que “este mundo que vemos es pasajero”,  y que “la vida es corta”.   Y nos aconseja cómo conviene que vivamos desapegados de este mundo pasajero y de esta vida corta: “los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran como si no compraran; los casados, como si no lo estuvieran”.   Es decir: “estar en el mundo sin ser del mundo” (Jn. 17, 14-15). Y cuando el Señor nos llame, no hay que seguir el ejemplo de Jonás: duro para responder. Hay que imitar a otros: a Pedro, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor.


En Suma: Cuatro elementos son necesarias para ser parte del Reino de Dios: 1) Que el tiempo se ha cumplido. 2) Que el reino de Dios irrumpe sin demora. 3) Que nos convirtamos, 4) acogiendo el Evangelio como norma de vida nueva.

DOMINGO II TO - B (14 de Enero 2018)

II DOMINGO T.O. Ciclo B

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42:

“35 Al día siguiente, se encontraba ( de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios».
37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»
39 Les respondió: «Vengan y lo verán» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.
40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, ‘Cristo’.
42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, ‘Piedra’ ”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo” (Mt 13,44). Estas dos citas nos sitúan en la perspectiva de búsqueda de la respuesta a pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Pregunta de hipotesis investigativa que este año iremos deslindando.

1) El prólogo-Himno (Jn 1,1-18) que nos anuncia quién es Jesús y nos presenta las líneas principales del Evangelio; 2) El testimonio de Juan Bautista (Jn 1,19-34), en el cual se hace una presentación de la persona de Jesús, mientras éste entra en escena; 3) La primera actividad de Jesús, que es la congregación de sus primeros discípulos (Jn 1,35-51).

Esta parte final del primer capítulo del Evangelio de Juan (1,35-51) es el punto más alto con relación a todo lo anterior y constituye el verdadero comienzo de la narración evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “la Palabra de Dios hecho carne” (Jn 1,14) comienza a hablar.  Por eso el relato contenido en Juan 1,35-41 también podría denominarse: “Jesús -el Maestro- entra en acción”. La Palabra de Dios comienza a hablar/actuar (Evangelio: Buena Noticia).

Asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (Jn 1,38.39.42.43.47.48.50-51). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus apóstoles o testigos.

El encuentro con Jesús: Los pasos y mediaciones que allí se dan,  permanecerá como paradigma para los discípulos de todos los tiempos quienes comenzarán su camino de discipulado a partir de un “encuentro personal” con Jesús. Mientras los otros tres evangelios describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme” -en los llamados relatos vocacionales-, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos otro ángulo -quizás más profundo- de lo que significa el “seguir” a Jesús. El evangelio de Juan nos enseña, entonces, desde su primera página cómo es un encuentro con Jesús.

Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con Jesús es: Personal, Significativo, Transformador, Provocador de nuevos encuentros.

Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro.  Estas escenas están encadenadas entre sí (las dos primeras y las dos últimas por el testimonio de quien ya encontró a Jesús; la segunda y la tercera por el motivo cronológico) y se desarrollan como en un crescendo, donde la identidad de la persona de Jesús va apareciendo cada vez más clara y la percepción de los discípulos (el “ver”) tiene mayor profundidad.

El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: Juan 1,35-40: Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así:1) Testimonio acerca de Jesús (Jn 1,35-36). 2) Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37). 3) Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (Jn 1,38). 4) Ir y ver por sí y permanecer con Jesús (Jn 1,39). Este esquema es: “escuchar” al “seguir” y “Permanecer en Jesús” (Jn 1,40).

El testimonio acerca de Jesús: el primer impulso (Jn 1,35-36). En el primer encuentro dos discípulos se cambian de maestro. Andrés y su otro compañero (Jn 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus discípulos” (Jn 1,35), y comienzan a seguir a Jesús (Jn 1,37). Juan Bautista cumple esta función, dada desde el prólogo (Jn 1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las autoridades de Israel (Jn 1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él” (Jn 1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (Jn 1,35). Juan Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino.

El anuncio de la Buena Noticia: “He ahí el Cordero de Dios” resuena por segunda vez (Jn 1,29 y 1,36). El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). De hecho él “no era la Luz sino quien debía dar testimonio de la Luz” (Jn1,8). Juan Bautista es un maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

Escucha y respuesta al testimonio (Jn 1,37): El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y “seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el seguimiento es decisivo: “lo oyeron hablar así”. Lo que atrae a los discípulos no es nada externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a partir del don de su perdón.

El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”. No basta saber algo acerca de Jesús, el conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él.  Con el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de la transformación. ¿Cuáles son los motivos del seguimiento? (Jn 1,38). Sucede algo maravilloso.  Los discípulos ya están siguiendo a Jesús, pero no han dialogado con él. Ahora sucede el encuentro. 

Jesús toma la iniciativa: se da media vuelta, los “ve” en su actitud de seguirlo y se dirige hacia ellos.  Su primera palabra (la primera de todo el Evangelio) no es una afirmación sino una pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). La pregunta pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son: Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué. Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús parece haber una luz para sus inquietudes. Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos del corazón, allí donde se dan los compromisos. Los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden expresar con palabras.  Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.  Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38).

La pregunta “¿Dónde vives?” (Jn 1,39). Equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”. Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo.  Lo que los discípulos buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle.  Los discípulos piden tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”. Jesús acepta. Les dice: “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). “Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (Jn 1,39).  Así como la escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él. Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la confianza mutua.  Además, el encuentro no queda como una hecho ocasional sino como una experiencia estable, permanente; es el inicio de una verdadera amistad.  Sus vidas respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará mucho.

La indicación acerca del día del suceso, e incluso del detalle “eran más o menos las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), deja entender que el encuentro con Jesús marcó su propia historia, fue el día y la hora decisiva de sus vidas.

ESCUCHAR  al SEGUIR-PERMANECER (Jn 1,40): La conclusión de esta primera escena aparece así: “Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (Jn 1,40).  Esta frase es, al mismo tiempo, la introducción de la escena que sigue. Pero como frase conclusiva, nos da una clave para comprender la dinámica de fondo del encuentro con Jesús, ésta se da en proceso de la Escucha/Respuesta. Los dos primeros discípulos de Jesús supieron dejarse conducir por aquél que ya sabía quién era Jesús, Juan Bautista, y dieron el primer paso en su itinerario como discípulos de un nuevo Maestro que les abriría definitivamente nuevos horizontes en sus vidas.  Pero luego, ya junto con Jesús, volvieron a escuchar la palabra de Jesús y le respondieron.  En el fondo de esta dinámica del Escuchar y Responder se nota una profundización en los motivos profundos que había en el corazón de los discípulos.

Hay que aprender a escuchar al Maestro (Evangelio): con las actitudes, los lugares y los tiempos que él lo requiere. La palabra de Jesús “Vengan y lo verán” contiene lo esencial del encuentro.  Se trata de una invitación (vengan) y una promesa (verán). Todo apunta hacia el encuentro vivo y personal con el Maestro, y ése es el núcleo del acto educativo.  Jesús no les entrega un libro con doctrinas y normas para que sean buenos discípulos, sino que los llama a un encuentro personal de amistad, de comunión con él. Por su parte los discípulos no pueden permanecer a distancia, sin compromiso, como simples espectadores, sino que deben comprometerse, andar con él y seguir su camino, el camino que él indique. En definitiva, el “permanecer” con Jesús es la forma concreta de seguirlo, porque el conocimiento de Jesús no se puede tener a distancia, sino sólo en la comunión con él.

El encuentro de Jesús con Simón Pedro. Juan 1,41-42: Este segundo encuentro está estructurado en cinco pasos:

Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41). Conducir el hermano a Jesús (Jn 1,42). Descubrimiento del ser conocido por Jesús (Jn 1,42). Transformación de la persona (Jn 1,42).

Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (Jn 1,41). El primer encuentro con Jesús desata una cadena de encuentros: la experiencia de la relación personal con Jesús suscita nuevos testimonios y conduce a él a nuevos discípulos.  El siguiente es Simón Pedro. Los discípulos conducen a Jesús a sus propios familiares, a sus paisanos, a su círculo de amigos.  En el caso de Simón Pedro cuenta la relación familiar: “su hermano Simón” (Jn 1,41). Como bien acentúa el relato, Andrés no se encuentra a Simón Pedro por casualidad sino que lo busca.

Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (Jn 1,41): Él quiere hacerlo partícipe de su nuevo y maravilloso descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).  Testimoniar ahora es transmitir el descubrimiento al hermano: “Encontrar a Jesús” es “descubrirlo”: un nuevo horizonte de experiencias y de conocimientos vitales que se abre con él; anunciar a Jesús es una proclamación eclesial: no en primera persona sino en el plural comunitario. La experiencia vivida en el “permanecer” con Jesús le ha permitido a Andrés y a su compañero comprobar que Jesús es el Cristo, el Mesías enviado por Dios (Jn 1,34).  El encuentro con Jesús es, en última instancia, una experiencia de Dios y de su actuar salvífico y  definitivo en los últimos tiempos de la historia.

Antes de que el discípulo llegue a confesar su fe (“Tú eres el Cristo”) Jesús deja saber que él sabe quién es aquél a quien llama (“Tú eres Simón”).  El contenido del conocimiento es la persona de Simón como tal, como hombre distinto de los demás, pero también su historia y su mundo familiar: es el “Hijo de Juan”.  La experiencia de fe comienza de esta manera tan sencilla: llegar a descubrir a quien verdaderamente conoce nuestra vida personal, nuestras búsquedas y también nuestras raíces afectivas, el tejido de las relaciones que nos dan identidad en el mundo.


Transformación de la persona (Jn 1,42): Como se llamará en el futuro: “Tú te llamarás Cefas…”. Y el evangelista inmediatamente traduce: “…que quiere decir ‘Piedra’”.  El cambio de nombre no es algo superficial, indica más bien que algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce al Maestro. El encuentro es un diálogo de conocimiento profundo, de revelación del quiénes somos y del quién es Él para nosotros, que transforma la vida. El discípulo podrá decir: “desde el momento en que te conocí algo comenzó a cambiar en mí”. El cambio de nombre es también una expresión de amor, muestra cuánto Jesús se interesa por su discípulo asignándole una tarea.  La transformación en la vida del discípulo tiene que ver con lo que le sucede interiormente a partir de su experiencia de amistad con Jesús y con la misión que, en su nombre, tendrá que asumir por el resto de sus días.