miércoles, 4 de abril de 2018

II DOMINGO DE PASCUA – B (08 de abril del 2018)


II DOMINGO DE PASCUA – B (08 de abril del 2018)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 20,19-31:

20:19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
20:21 Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes".
20:22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
20:23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan".
20:24 Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
20:25 Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!" Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
20:26 Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"
20:27 Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
20:28 Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!"
20:29 Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
20:30 Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
20:31 Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Resucitado Paz y Bien.

Cuando Jesús había dicho: “El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Y cuando dijo a Marta: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?" (Jn 11,25-26). Cumple con lo que la ley de Moisés dice: “Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Y ¿Cómo saber que la palabra que dijo el profeta viene de Dios? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,20-22). Pero si se cumple lo que el profeta dice, esa palabra viene de Dios y el profeta viene de Dios. Jesús cumple lo que dijo: “El hijo del hombre resucitara al tercer día” (Mt 16,21).

La resurrección del Señor es la reafirmación de todo cuanto dijo: “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,22).

En esta semana hemos revivido una serie de encuentros con el Verbo de Dios hecho carne (Jn 1,14), el hombre perfecto resucitado de entre los muertos, quien es el centro de la alegría de cada corazón y la plenitud de sus aspiraciones, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 45). Para culminar esta serie de encuentros con el resucitado (Jn 20,16-18). Tomemos contacto inmediatamente con las tres partes del evangelio para que captemos su enfoque:

• 1° Jn 20,19-23, Jesús resucitado se le aparece por primera vez a la comunidad reunida en el cenáculo y les hace vivir la experiencia pascual. Esta primera parte responde a la pregunta: ¿Qué dones trae para mí el Resucitado?

• 2° Jn 20,24-29, Jesús resucitado se aparece a la comunidad “ocho días después”, esta vez estando presente Tomás, quien pone en duda la veracidad de la resurrección de Jesús. El mismo Jesús lo conduce a la fe pascual.  Surge entonces la pregunta: ¿Cómo pueden llegar a creer en Jesús las personas que no han visto directamente a Jesús resucitado como lo vieron los apóstoles?

• 3° Jn 30-31. En estos dos versículos el cuarto evangelio se presenta todo él como un camino de fe pascual. Al condensar en sus pasos fundamentales el camino vivido y proyectarlo como modelo hacia el futuro, se plantea la pregunta: ¿Qué pretende suscitar la proclamación del Evangelio, en cuanto anuncio de los signos del Resucitado para las personas y comunidades de todos los tiempos?

 1. Primera parte: Primer encuentro con la comunidad reunida (Jn 20,19-23)
Ese mismo día, el primero de la semana por la mañana, María Magdalena les había comunicado: “He visto al Señor” (Jn 20,18).  Ahora, al atardecer (Jn 20,19), es el mismo Jesús quien viene donde los discípulos y se deja ver por los once. Jesús los encuentra con la puerta cerrada. Todavía están en el sepulcro del miedo y no están participando de su nueva vida (Jn 20,19). Notemos lo que va sucediendo en la medida en que Jesús se manifiesta en medio de la comunidad:

Primer momento: los discípulos experimentan la presencia del Señor (Jn 20,19-21):

1) Jesús se pone en medio: “Se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19). Lo primero que hace Jesús es mostrarles que lo tienen a él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor del mundo. Recordemos que la última palabra de su enseñanza cuando se despidió de ellos fue: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

2) Jesús les da la paz: “Y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19). El don primero y fundamental del Resucitado es la paz. Tres veces en este pasaje del evangelio se repite el saludo: “Paz este con Uds.” (Jn 20,19.21.26) Jesús les había prometido esa paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27).  A. hora, en el tiempo pascual, cumple su palabra porque está en el Padre y porque ha vencido al mundo (Jn 16,33). Esta victoria de Jesús es el fundamento de la paz que él ofrece. Y, si bien Jesús no pretende eximir a sus discípulos de las aflicciones del mundo (Jn 16,33), ciertamente su intención es darles seguridad, serenidad y confianza en medio de ellas.

3) Jesús les muestra las llagas de sus manos: “Dicho esto, les mostró las manos...” (Jn 20,20). El Resucitado no sólo habla de paz, sino que se legitima delante de sus discípulos, dándole un fundamento sólido a su palabra. Para ello les muestra sus llagas.  Los discípulos aprenden entonces que el que está vivo delante de ellos es el mismo Jesús que murió en la Cruz: el Resucitado es el Crucificado (Jn 12,24). Mostrar las llagas tiene doble connotación en la comunidad: a) es una expresión de su victoria sobre la muerte; es como si nos dijera: “Mira he vencido”. b) Es un signo de su inmenso amor, un amor que no retrocedió a la hora de dar la vida por los amigos (Jn 15,13); y es como si nos dijera: “Mira cuánto te he amado, hasta dónde llega mi amor por ti” (I Jn 4,8). El Resucitado estará siempre lleno de esta victoria y de este amor que se nos revela tras la Cruz.  En otras palabras, en el Resucitado permanece para siempre el increíble amor del Crucificado (Jn 14,18).

4) Jesús les muestra la herida del pecho: “...y el costado” (Jn 20,20). Jesús le muestra las llagas de los clavos y también su pecho traspasado por la lanza.  De esa herida había fluido sangre y agua cuando estuvo en la Cruz. Por lo tanto el gesto nos remite a lo que observó el Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,33). La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el cuerpo del Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la verdad y vida (Jn 7,38-39), esa vida nos hace nacer de nuevo en el Espíritu Santo en los sacramentos (Jn 3,5).

5) Los discípulos, finalmente, reaccionan con una inmensa alegría: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Jn 20,20). La alegría pascual había sido una promesa de Jesús antes de su muerte: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo... Uds. están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie les podrá quitar” (Jn 16,20.22). Así, pues, cuando los discípulos “ven” a Jesús, la promesa se convierte en realidad.  Jesús resucitado es el fundamento indestructible de la paz y la fuente inagotable de la alegría. En fin, el Resucitado viene y se deja ver. Contemplar al Resucitado es experimentar el amor sin límite ni medida del Crucificado, participar de su victoria sobre la muerte y recibir plenamente el don de su vida.  Entre más comprendan esto los discípulos, mucho más se llenarán de paz y de alegría.  Jesús Resucitado es el fundamento de la paz y la fuente de la alegría.

Segundo momento: Jesús envía al mundo a la comunidad compartiéndole su misión, su vida y su autoridad (Jn 20,22-23): La experiencia de vida del Resucitado que lleva a la comunidad a hacer propia la victoria de Jesús sobre la Cruz, tiene enseguida consecuencias: ella es enviada con la misma misión, vida y autoridad de Jesús resucitado. De esta manera Jesús les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores de sus dones (Aquí nace el Kerigma apostólico). Veamos:

1) Los discípulos reciben la misma misión de Jesús: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21): Jesús les transmite la paz a sus discípulos por segunda vez y conecta este don con la misión que les confía. Quien participa de la misión de Jesús, también participa de su destino de Cruz, por eso los misioneros pascuales deben estar arraigados en la paz de Jesús. Jesús envía a sus discípulos al mundo con plena autoridad (“Yo les envío”), así como el Padre lo envió a Él (Jn 17,18).  En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado (Jn 1,14) y una forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo.  Como se ve enseguida, el Espíritu Santo es también el principio creador de la misión.

2) Los discípulos reciben la misma vida de Jesús: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Para que la misión sea posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo (Mt 22,12).  Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos” (Jn 3,8).  El mismo Jesús de cuyo costado herido por la lanza brotó el agua que es símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,39), él mismo –como en el día de la creación (Gn 2,7)-  infunde en los discípulos el “Ruah”, esto es, el “Soplo vital” de Dios (Jn 20,22). 

Los discípulos resucitan y pasan propiamente a ser apóstoles de Jesús. El resucitado les da una vida nueva que no pasará nunca, su misma vida de resucitado, esa vida que tiene en común con el Padre (Jn 17,21). Ahora el temor se acabó y los apóstoles proclaman abiertamente la verdad (Jn 8,31-32): “A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hc 2,22-24).

3) Los discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: “A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados...” (Jn 20,23). El Resucitado envía a los discípulos con plena autoridad para perdonar pecados.  El perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. Es así como en la Pascua se realizan plenamente las palabras que Juan Bautista dijo acerca de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).  Quien acoge a Jesús resucitado, experimenta su salvación, sus pecados son perdonados y entra en la comunión con Dios (Jn 5,24).

Los discípulos pueden ser rechazados en la misión. En realidad, el rechazo del evangelizador no es un rechazo de él sino de Jesús que fue quien lo envió (Jn 20,21). Y el rechazo de Jesús es el rechazo de su obra pascual (Lc 10,16), el negarse una vida en paz y alegría, porque el pecado es conflicto interno y tristeza continua.  Por eso, cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, ellos pueden “retener los pecados”, que en realidad es “retener el perdón”. La comunidad de los seguidores de Jesús queda consagrada para la misión. Por eso la Iglesia es por su naturaleza propia: misionera (Mc 16,15).

2. Segunda parte: el drama del nacimiento de la fe en el corazón del incrédulo Tomás (Jn 20,24-29). El apóstol Tomás, ausente en el primer encuentro con el Resucitado, rechaza el testimonio de los otros discípulos (“Hemos visto al Señor”, Jn 20,24), no confía en ellos, porque los considera víctimas de una alucinación colectiva. Él exige ver a Jesús personalmente para constatar que se trata del mismo Jesús que conoció terrenalmente, con las cicatrices de los clavos y la herida de lanza (Jn 20,24-25). Y el Señor acepta el desafío de Tomás. Jesús no rechaza su solicitud sino que, contrariamente a lo que se podría esperar, le concede lo pedido.  Pero si bien mediante el contacto con sus llagas lo conduce a la fe, una fe nunca antes vista, Jesús recalca que la verdadera fe que merece bienaventuranza es de los que creen sin haber visto, es decir, la fe que no depende de las condiciones puestas por este apóstol. 

Por propia iniciativa se va hasta donde está Tomás, Jesús le muestra las marcas de su muerte y de su amor “ … no seas incrédulo sino creyente”(Jn 20,27), es decir, le hace sentir que lo ama y que al dar la vida por él, Jesús es la fuente de su salvación. Al mostrarle las llagas responde plenamente a la pregunta que Tomás le hizo en el ambiente de la última cena: esas llagas son el camino de la resurrección, la verdad de un Dios que lo ama y lo Salva, y la fuente de la vida nueva.

Tomas reacciona con una altísima confesión de fe, como ninguno antes que él: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).  Tomás se demoró más que todos los demás para llegar a la fe, pero cuando llegó los sobrepasó a todos. Cuando dice “Señor mío”, Tomás está reconociendo que con su resurrección Jesús ha mostrado que es verdadero Dios, ya que “Señor” es la forma como la Biblia griega lee el nombre de “Yahveh”. Por tanto Jesús es Dios así como Dios Padre: con la resurrección Él ha entrado en la posesión de la gloria divina, la gloria que tenía en el Padre antes de la creación del mundo (Jn 17,5.24). Cuando dice “Mío”, Tomás se somete a su voluntad y se abre a la acción de su mano poderosa.

Esta relación con Jesús, basada en su Señorío, tiene validez porque Jesús es Dios. Por eso lo acepta como “¡Mi Dios!”.  Tomás reconoce a Jesús como el mismo Dios en persona que se acerca a cada hombre en su realidad histórica para salvarlo dándole vida en abundancia.  Para Tomás, todo lo que Jesús obra como Señor, en realidad es lo que Dios obra. En el corazón del discípulo incrédulo se enciende entonces la llama de una fe profunda que supera la de los demás. Tomás comprende que al resucitar de entre los muertos, el Maestro ha demostrado de forma clara y convincente que Él es el Señor Dios, como Yahvéh, soberano de la vida y de la muerte.

3. El evangelio como signo permanente que invita a la fe pascual (Jn 20,30-31). La voz pasa de Jesús a la del evangelista Juan quien dialoga directamente con nosotros. Si leemos estos versículos en conexión con Jn 20,29, notaremos enseguida la continuidad. Jesús pronunció la bienaventuranza del “creer”, pero no dejó claro con base en qué se daría este “creer”.  Ahora Juan nos dice que el “creer” está basado en el “testimonio pascual”, y dicho testimonio llega a nosotros por medio del evangelio escrito y por la predicación de la Iglesia que le da viva voz y la actualiza. Los signos “escritos” (Jn 20,30-31) hacen referencia al itinerario de la fe propio del evangelio de Juan: sus siete signos reveladores transversales, las tres pascuas de Jesús y sobre todo el relato de la Pasión-gloriosa del Maestro. Por esta razón termina diciendo que redactó su evangelio precisamente con este fin: que los lectores de su libro crean que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (Jn 20,30-31).  La fe en el mesianismo divino de Jesús se alimenta de la meditación de los signos realizados por el Señor, entre los cuales el más estrepitoso consiste en su resurrección de entre los muertos al tercer día (Jn 2,18), precisamente allí donde nos comunicó su misma vida.

martes, 3 de abril de 2018

DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN - B (Domingo 01 de abril de 2018)


DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN -  B (Domingo 01 de abril de 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

20:1 El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
20:2 Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
20:3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
20:4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
20:5 Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
20:6 Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo
20:7 y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
20:8 Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él vio y creyó.
20:9 Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

 “Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá". Y ¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18.20-22).  Pero si lo que el profeta dice y se cumple lo que dice,  esa palabra viene de Dios y el profeta viene de Dios. “Cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 22).

El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7). La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).

En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (Jn 20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (Jn 20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (Jn 20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: Jn 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (Jn 20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (“no sabemos  dónde han puesto”, Jn 20,2). Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

“Se encaminaron al sepulcro” (Jn 20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20).

“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (Jn 20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (Jn 20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (Jn 20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (Jn20,9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (Jn 20,30-31).

En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

 Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).

¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.

 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.

¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

Si murió Jesús; ¿Dónde está el cuerpo de Jesús el crucificado? No está en la tumba y si no está en la tumba solo cabe dos posibilidades: O Robaron el cuerpo o Resucitó como Él mismo ya lo había dicho (Mc 10,33). Si robaron el cuerpo del Señor ¿Quién o quiénes pudieron robar? solo dos posibilidades: O los enemigos o los amigos, porque a otras personas no les interesa el cuerpo del crucificado. Luego si los enemigos robaron, sin duda que lo mostrarían el cuerpo del crucificado porque se alborotó mayor escándalo al ser proclamado por los apóstoles que Jesús resucitó (Hec 2,36). Los enemigos no lo mostraron el cuerpo, por tanto no robaron los enemigos. Pero tampoco robaron los amigos o los discípulos porque nadie daría la vida por una mentira. si los apóstoles dan su vida por una verdad: Que Jesús si resucitó. porque nadie da su vida por una mentira. Por tanto Jesús si resucitó (I Cor 15,3-20).

sábado, 24 de marzo de 2018

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (25 de marzo del 2018)


DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR - B (25 de marzo del 2018)

Proclamación del Evangelio según Marcos 14 1-15, 47

(Lectura breve) Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”

Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.” También le injuriaban los que con él estaban crucificados.

Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: “Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?”, - que quiere decir - “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oír esto algunos de los presentes decían: “Mira, llama a Elías.”

Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.” Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el señor paz y bien.

Kaifas, el  Sumo Sacerdote  hablo proféticamente y dijo que Jesús moriría por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús”  (Jn 11,51-53). En efecto, entre gritos y silencios, Jesús el hombre más libre del mundo, entra en Jerusalén para  dar su vida  por ti y por mí.  Juan nos había dicho que Dios es  amor (I Jn 4,8). Jesús mismo no había dicho: “No hay amor más grande que el que da la vida por su amigos (Jn 15, 13). “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). El amor no es un sentimiento, es una decisión, una opción. Jesús que es la manifestación del amor de  Dios, dio  libremente su   v ida por cada uno de nosotros.

“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.  Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”  (Jn 15,9-10).  Decimos que Jesús tenía que morir, que su muerte fue un acto del  destino. No. Jesús decidió predicar y vivir amándonos, eligió el amor a nosotros, decidió amarnos a todos y esta decisión le llevó a la muerte.

Judas hizo una elección humana al traicionar a su Maestro. Y podía tener mil razones para justificar su decisión. Pedro decidió negar al Señor, una decisión humana muy calculada y razonada. Poncio Pilato tuvo que tomar también su decisión. Y firmó la sentencia de muerte.

Usted y yo hacemos elecciones todos los días. Nuestras elecciones y decisiones pueden apagar el Espíritu y separarnos del amor de Jesús o destruir el amor de nuestros padres y hermanos. Si nosotros queremos vivir de cerca esta semana de pasión tenemos que elegir el amor, aún sabiendo que corremos el riesgo del sufrimiento y de la muerte.  “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará” (Mt 16,25).

Los soldados le miraban, mientras jugaban a los dados. Jesús hizo su sacrificio y murió en la cruz para liberar al mundo del pecado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado” (Jn 3,16-18). Los judíos dijeron matar a Jesús: Cura en sábado, llama  a  Dios su padre, siendo hombre se hace igual a Dios, (Jn 5,18).

Los  verdugos creen condenar a Jesús  en nombre de Dios: ”Si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Tal vez te preguntes: ¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor? Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,20-22) y  el profeta por mentiroso morirá, dice Dios por Moisés.

Jesús dijo: Subimos a Jerusalén; el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará"  (Mc10,33-34). Los mismos enemigos  dijeron: Kaifas, el  Sumo Sacerdote  hablo proféticamente y dijo que Jesús moriría por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús”  (Jn 11,51-53). El soldado romano al verlo expirar así, que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!" (Mc 15,39).  El ángel dijo a las mujeres: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea allí lo verán, como él se lo había dicho"    (Mc 16,6-7). Se  cumple  lo que Jesús dijo, por lo tanto las palabras y mismo Jesus viene de Dios  (Dt, 18,21).

Jesús había dicho: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). Ahora nos preguntamos: ¿Qué hace Dios en la Cruz? ¿Qué puede hacer con las manos y pies clavados? ¿Qué quieres que haga Dios? Pero el problema no es “qué hace”, sino algo mucho más profundo "qué significa un Dios en la Cruz". ¿Quién ese Dios en que creías? ¿Cómo es ese Dios que te imaginabas? Estas y otras preguntas nos inquietan después de esta lectura de la pasión de N.S. Jesucristo.
Generalmente preferimos imaginar: Un Dios que lo puede todo. Un Dios que lo sabe todo. Un Dios tan perfecto que es pura felicidad sin dolor y sufrimiento alguno. Un Dios que ve sufrir a los hombres, pero el sufrimiento a él no le toca ni el vestido.

Un Dios capaz de hacer milagros para evitarse cualquier sufrimiento. Pero, estas imaginaciones hoy se nos derrumban. Porque, ahora ¿Qué piensas de un Dios que es inocente y sin embargo es juzgado y termina siendo condenado? ¿Qué piensas de un Dios a quien todo el mundo considera reo de muerte? ¿Qué piensas de un Dios que tiene que morir crucificado como “una maldición y vergüenza de la humanidad”? ¿Verdad que ese no es nuestro Dios, el que tú yo pensábamos? Sin embargo, esa es la verdadera realidad de Dios. Es decir: Un Dios que ama por encima de todo. Un Dios débil y que lleva a cabo su obra en la debilidad. Un Dios que prefiere amar a condenar. Un Dios que vence el mal en su propio sufrimiento. Los días de la Semana Santa tendrían que ayudarnos a revisar nuestra imagen de Dios verdadero.

Hace poco tiempo Dios nos asombró en su Hijo, cuando nació en un pesebre entre los pastores, hoy nos asombras aun al mostrarse ante la humanidad como un manso cordero: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente y, ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca” (Is 53,7-9).

El profeta Isaias describe los gestos de Cristo en la Cruz y son muchos los gestos y actitudes de Jesús en la Pasión que debiéramos meditar y recordar estos días. Pero subrayo y resalto dichos gestos descrito por el profeta:
El silencio. Una de las cosas que los Evangelios resaltan y que más extrañan en la Pasión de Jesús es su silencio. “Y Jesús callaba”. Le acusaban “y Jesús callaba”. Le condenan a muerte “y Jesús callaba”. Le cargan con la Cruz “y Jesús callaba”. El difícil y doloroso silencio del inocente. ¡Qué difícil callar cuando alguien nos acusa! ¡Qué difícil callar cuando creemos tener la razón!

No se justifica. Otro de los rasgos es que en todo momento Jesús no trata en modo alguno de defenderse, justificarse. Sabe que cualquier justificación no será escuchada. Sabe que los hombres no están para escuchar la verdad sino sus propios intereses e intenciones. El que habló tanto durante su vida, sabe que ahora es el momento del silencio. Del dejarse llevar y manejar.

No se encierra sobre sí mismo. Jesús no es de los que utiliza el sufrimiento como un medio para que le presten atención. No es de los que se encierra en sus propios dolores. Al contrario, sigue pensando en los demás. Difícil tarea: pensar en los otros cuando uno está sufriendo. En la Cruz tiene una oración por los mismos que le han juzgado y condenado. Y hasta los disculpa. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23,34). En la Cruz, se olvida de sí mismo para atender el grito del que con El sufre en la Cruz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (Lc 23,43) En la Cruz, tiene una recuerdo para su Madre: “Madre, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre.” (Jn 19,26).

El desprendimiento de todo. Antes de dar y entregar su vida, Jesús se desprende de todo. Hasta de sus vestidos y quedarse desnudo. Es la desnudez de la muerte. La muerte nos desnuda de todo. Nos desnuda de nuestro poder, de nuestros títulos, de nuestros dineros, de nuestro prestigio. Al morir morimos en la soledad de nosotros mismos. Desnudos como cuando vinimos al mundo. Muere desnudo quien vivió desnudo de todo. La esperanza. Cuando todo se oscurecía en su corazón, sólo una cosa seguía alumbrando su espíritu: la esperanza. En ningún momento hay desesperación. No hay gritos de rabia. Hay paz en el espíritu. Entrega su vida en la paz y serenidad de la esperanza. No se ve nada, pero sabe que amanecerá.

viernes, 16 de marzo de 2018

V DOMINGO DE CUARESMA – B (18 de Marzo de 2018).


V DOMINGO DE CUARESMA – B (18 de Marzo de  2018).

Proclamcion del santo evangelio según San Juan: 12,20-33:

12:20 Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos
12:21 que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".
12:22 Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
12:23 Él les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
12:24 Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,  queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
12:25 El que tiene apego a su vida la perderá;  y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
12:26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
12:27 Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora!
12:28 ¡Padre, glorifica tu Nombre!" Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".
12:29 La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".
12:30 Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.
12:31 Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;
12:32 y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".
12:33 Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. PALABRA  DEL  SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). “En  esto consiste la Vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera” (Jn   17,3-5). Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar"(Jn 12,28). Así, pues la Gloria de Dios consiste en la actitud salvífica en su Hijo en favor de la humanidad (Cruz).                                                                                                                                                                                             Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn  14, 8-9). "¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre"  (Jn 8,19). Si conocemos a Jesús, conocemos a Dios y si conocemos a Dios estamos en el  mismo cielo. De  ahí que dijo Jesús: “Yo  soy camino, verdad y vida nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Pero para estar con Dios hay que conocer a Jesús y para conocer a Jesús hay que verlo y para verlo haya que tener ojos de fe.

La mejor estrategia para ver a Dios y  por ende asegurar nuestra salvación es el servicio: “El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que me sirve, será honrado por mi Padre”  (Jn 12,26).

1) El hombre necesita “ver personalmente a Jesús” (Jn 12,21): Porque requiere hacer su propia experiencia personal del encuentro. La inteligencia nos hace comprender las cosas racionalmente, pero los ojos son los que testifican la verdad de las cosas. Resulta interesante el comienzo de la Primera Carta de San Juan, cuando en cuatro versículos repite como nueve veces los verbos “ver”, “contemplar”, “tocar con las manos”, “oír”. “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida... y nosotros hemos visto y damos testimonio y anunciamos la vida eterna… Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos…” (Jn 1, 1-4).

Aquellos griegos “querían ver a Jesús”, “querían conocerle”. Y Jesús sabe que por mucho que le vean no lo van a conocer, por eso los remite a la Cruz: “Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí.” La Cruz es la peor fealdad de Jesús pero también su mayor belleza. Los mismos discípulos no conocieron de verdad a Jesús hasta que pasaron por la experiencia de la Pasión, algo que Pedro siempre rechazó.

Porque la Cruz es revelación de su verdad: “el Hijo entregado y que da su vida”.
Es la revelación de cuánto nos ama el Padre y cuánto nos ama el Hijo. Dios es amor (I Jn 4,8) y solo se revelará y manifestará en el amor. Por eso dice Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los demás” (Jn 15,13).

¿Quieres conocer de verdad a Dios? Mira la cruz de Cristo y sabrás cuánto te ama. ¿Quieres conocer de verdad a Jesús? Déjate amar y ama de verdad como Él te ama. A Jesús no le conocemos en los libros, a Jesús le conocemos muerto, colgado de la Cruz. Por eso, un rato de meditación diaria sobre la Cruz es la mejor manera de reconocer a Jesús, pero una meditación que sea un identificarnos con los sentimientos de Jesús crucificado. No busques grandes ideas. Trata de sentir lo que Él sentía. Míralo y no pienses nada, deja que tu corazón se empape de su amor.

“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,10-11). Como ven Jesús no solo vive viendo al Padre, sino que vive en el Padre porque está unido a su amor. Puede que no sepas meditar con grandes ideas, pero todos podemos dejarnos tocar el corazón por el amor crucificado. No todos entienden las ideas, pero todos entendemos el amor con que somos amados. Déjate amar y basta.

2) La lección del grano de trigo (Jn 12,24): La imagen del grano de trigo que “muere” cuando es sembrado, nos enseña una insólita maravilla. Así como la semilla muere para dar lugar a una planta, pero la planta no es distinta de la semilla, así Jesús en su muerte entra a una vida nueva inédita.  En su resurrección, Jesús ya no vuelve a ser lo que era en su vida terrena, y con todo, no deja de ser él mismo. Ahora en su cuerpo, como la semilla convertida ya en una planta, se manifiesta la plenitud de lo que se empezó a manifestar en su vida terrena. De ahí que la muerte no es una pérdida sino una ganancia, porque sólo así se expresa el verdadero potencial de vida que llevamos dentro, es el comienzo de una vida nueva, la vida eterna.

El ejemplo del grano nos dice muchas cosas. Nadie quiere morir porque todos queremos vivir. Sin embargo. Hay muertes que son vida y son fecundas. Morir por morir no tiene sentido, pero dar la vida por los demás es la máxima expresión de amor. Jesús revela su amor a través de su entrega y muerte en la Cruz. No muere porque esté aburrido de la vida. Jesús ama su vida. Pero es capaz de amar más a los hombres que a su propia vida. Por eso la Cruz no es un monumento al dolor. El dolor en sí mismo es negativo e incluso Dios no nos quiere ver sufrir. Pero el dolor cuando es consecuencia de amar a los demás se convierte en vida. En vida de los que amamos y en vida de los que la damos por los demás.

3) La condición para que la semilla renazca en una vigorosa planta (Jn 12,25): Pero para que esto sea posible es necesario que la semilla sepa renunciar a sí misma. “El que ama su vida la pierde”, es decir, quien se busque a sí mismo y no sea capaz de abrirse, de trascenderse a los demás, no evolucionará hacia la realidad definitiva que ya está incubada en su propio ser.  Por el contrario, quien “siga” el camino de Jesús, que es el camino de la donación de sí mismo –a la manera del evento de la Cruz-, podrá, en este mismo Jesús, llegar a la plena realización de su existencia en la vida que ya no muere más.

La muerte vendrá inevitablemente, de esto podemos estar seguros. Pero también es cierto que si caminamos en el proyecto de Jesús -entregando la propia vida en el servicio a todos-, haremos del atardecer de nuestras vidas, el comienzo de la mañana de la resurrección.

4) Estar con Jesús, donde Él está por mí (Jn 12,26): Sólo quien sigue a Jesús, unido a Él en el servicio, participará de su destino, llegando así a la meta en la cual recibirá el reconocimiento beatificante de parte del Padre. Nos preparamos para este momento crucial, dejando que desde ya la semilla se abra y le regale al mundo lo mejor que lleva dentro: las buenas iniciativas, el espíritu de bondad, la honestidad, el sentido de responsabilidad, la capacidad de amar, de perdonar y de servir a todos intensamente.  De esta forma el cielo puede comenzar en la tierra, anticipando -con un realismo sereno frente a las dificultades propias de la vida- la alegría de los que con mansedumbre no se dejan abatir por los problemas y, con pureza de corazón, se esfuerzan por hacer realidad la paz.

5) Una inmensa plegaria comunitaria que se eleva al cielo (Jn 12,27-28): Frente a la realidad de su propia muerte Jesús ora con mucha fuerza: “¡Padre, glorifica tu nombre!”. Él no esconde su turbación interior, pero tampoco cae en la desesperación. Con la mirada clavada en el Padre, su corazón orante se abre para acoger la “Gloria” que viene del Padre, la cual brillará en la Cruz.  Celebramos la Eucaristía dominical con la esperanza cierta de que en la muerte se manifiesta la gloria del Señor.

miércoles, 7 de marzo de 2018

IV DOMINGO DE CUARESMA – B (11 de Marzo del 2018)


IV DOMINGO DE CUARESMA – B (11 de Marzo del 2018)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 3,14-21:

3.14 En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
3:15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
3:16 Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
3:17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
3:18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
3:19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
3:20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
3:21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien:

Los judíos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para obrar en la voluntad de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). "La prueba que Dios nos es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murio por nosotros" (Rm 5,8). Hoy se nos ha dicho: “Dios tanto amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).

¿Cómo nos salvó el Hijo único? Jesús les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir en manos de sus enemigos y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-48).

Otra pregunta para disipar las dudas: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Hoy nos ha dicho: “El que cree en el Hijo único de Dios, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18).

El domingo anterior, el Señor anunció algo importante: “Destruid este templo que yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19). Y hoy vuelva a tocar el tema de modo diverso: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 2,14). Este gran anuncio acuña tres cosas: Nueva alianza, nueva Iglesia y nueva ley: la ley del amor.

Hoy nos ha dicho Jesús el tema central de su enseñanza: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Al respecto dice San Pablo: “Dios redentor nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm2,4). Y mismo Señor nos lo reitera: “Yo no he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad de mi Padre” (Jn 6,38). De modo que detrás de todo el misterio de la redención está el amor de Dios a la humanidad.

San Juan ya nos lo dijo también: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Dios solo dijo una palabra para crearnos, pero para redimirnos, Él mismo se hizo hombre (Jn 1,14)  y dio su vida por nosotros (Jn 10,17). Y ¿alguien puede decir que en suma, esta redención no se puede resumir como un gesto de amor de Dios en favor de la humanidad?

“Tanto amó Dios al mundo... (Jn 3,16)”: aquí reside el mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos de hoy. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús.

Jesucristo es la manifestación del amor del Padre. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Toda la historia de Dios con el hombre, como se presenta en la Biblia, es una historia impresionante de amor. Dios que por amor crea, da la vida, elige a un pueblo para hacerse presente entre los hombres, se hace ‘carne’ en Jesucristo para salvarnos desde la carne...y el hombre que por orgullo rechaza el amor buscando ‘autocrearse’, ‘autodonarse la vida’, ‘autoelegirse’. Parecería que Dios le quisiera enseñar a deletrear en su mente y en su vida el amor, y sólo es capaz de pronunciar el egoísmo, el odio o al menos la indiferencia a lo que no sea el propio yo. Parecería que Jesús en lugar de ser la forma suprema del amor divino, fuese al contrario causa de su turbación, de su sentimiento de fracaso, de su frustración alienante. ¿Qué sucede en el corazón humano para que no pueda descubrir en Jesucristo la sublimidad del amor de Dios?

El Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto (Jn3, 14): Los fariseos atribuían a la Ley dos funciones: ser fuente de vida y norma de conducta. Jesús se presenta a sí mismo como sustituyendo las funciones de la Ley. Él es la verdadera fuente que da la vida verdadera. Es el Hombre levantado en alto (v. 14). El evangelista Juan alude a la serpiente de bronce fabricada por Moisés en el desierto (Nm 21, 9). Mirándola, quedaban libres los judíos del veneno de las mordidas de las serpientes.

De Jesús procede la vida verdadera: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá” (Jn 11, 25). Creer en Jesús. Ésa es la condición necesaria para llegar a la vida eterna (Jn3, 15). De la gracia de Dios nos vienes la vida verdadera, no por el cumplimiento de la Ley.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (Jn 3,16): Ésta es la razón definitiva de la misión del Mesías. El Hombre levantado en alto (Jn 3,14-15), Jesús crucificado, el que ha bajado del cielo (Jn 3,13), es el que es enviado para dar vida al mundo. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo (Jn3,17). El amor es la causa principal que mueve al mismo Dios a enviar a su Hijo al mundo. Y el amor es también el motivo definitivo para salvar. Dios no quiere condenar a los humanos. Por encima de todo, de la infidelidad de los hombres, prevalece el amor infinito y total de Dios hacia la humanidad. El que cree en él no será condenado (Jn 3,18): El amor de Dios no hace excepciones, porque quiere salvar a todos los humanos. Esto es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 3-4). Quien se entrega al Señor totalmente por la fe, ya no sufre condenación, porque ha creído en el Hijo de Dios (Jn 3,18). Los mismos hombres son los que, rechazando la luz (Jn3,19), preparan su propia condenación. El Hombre Jesús, levantado en alto hace presente el amor de Dios, que nos otorga gratuitamente la vida y la salvación. Ya no hay que ser fiel más que al amor de Dios, manifestado y encarnado en el Hijo único Jesús (Jn3, 15, 16, 18).

El que cree en Jesús, el Mesías, ya está también creyendo en las posibilidades de la respuesta del hombre a ese don gratuito de Dios. El hombre se salva, no por la práctica de la Ley, sino por su adhesión total por la fe, a la donación gratuita y generosa del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

Toda la vida del cristiano está sostenida y alimentada por la alegre-buena Noticia: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). Movido por su amor, él nos destinó de antemano, por decisión gratuita de su voluntad, a ser adoptados como hijos suyos, por medio de Jesucristo, y ser así un himno de alabanza a la gloriosa gracia que derramó sobre nosotros por medio de su Hijo querido (Ef 1, 4-6). Por la gracia han sido salvados mediante la fe, y esto no es algo que venga de ustedes, sino que es un don de Dios, no viene de las obras, para que nadie pueda enorgullecerse (Ef 2, 8-9; segunda lectura de este domingo).

Esta Palabra auténtica de Dios nos ensancha el ánimo y nos abre a la confianza total en el Señor. Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros (1 Jn 4, 9-10).

La muerte de Jesús habla más de vida que de muerte. Hay muertes que solo hablan de muerte, pero hay muerte que hablan de vida. La muerte de Jesús nos habla más de la vida que de la muerte. Jesús no murió porque tenía que morir como nosotros. Jesús murió aceptando su muerte, sufriendo en su muerte, pero también gozando en su muerte. Porque Él entregaba su vida contemplaba cómo florecía el mundo de vida, como el mundo florecía en primavera de nueva vida.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.” (Jn 3,16) “El Hijo del hombre tiene que ser elevado para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” (Jn 3,14) “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Esa es la verdad de la Cruz y esa la verdad del crucificado. Revelación del amor del Padre, principio de vida eterna, salvación del mundo. La muerte de Jesús en la Cruz habla de vida y habla de Dios. Todo el que quiera descubrir el verdadero amor del Padre tiene que mirar a la cruz: “Así ama Dios.” Todo el que quiera vivir de verdad tiene que mirar a la cruz, alguien da su vida para que otros la tengamos en plenitud.

Dios nos amó hasta entregar a su hijo en la cruz por nosotros” (Jn 3,16). No es conveniente quedarnos mirando las apariencias. No nos quedemos mirando lo que solo contemplan nuestros ojos. Miremos lo que hay dentro de esa muerte. Miremos lo que hay dentro de ese dolor. Miremos lo que hay detrás de esa Cruz. Vida eterna. La Iglesia nació en la Cruz. Con razón Juan exclamó: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios" (Jn 1,29-34).