IV DOMINGO DE CUARESMA – B (11 de Marzo del 2018)
Proclamación del santo evangelio según san Juan 3,14-21:
3.14 En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: De la misma
manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
3:15 para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
3:16 Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo
único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
3:17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él.
3:18 El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya
está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
3:19 En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
3:20 Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
3:21 En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a
la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en
Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor paz y bien:
Los judíos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para
obrar en la voluntad de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que
ustedes crean en aquel que él ha enviado" (Jn 6,28-29). "La prueba que Dios nos es que, siendo nosotros pecadores, Cristo murio por nosotros" (Rm 5,8). Hoy se nos ha dicho: “Dios tanto amó al mundo, que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).
¿Cómo nos salvó el Hijo único? Jesús les dijo: "Cuando
todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo
que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces
les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y
añadió: Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir en manos de sus enemigos y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su
Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-48).
Otra pregunta para disipar las dudas: “¿qué debo hacer para
heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Hoy nos ha dicho: “El que cree en el
Hijo único de Dios, no será condenado; el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18).
El domingo anterior, el Señor anunció algo importante:
“Destruid este templo que yo lo levantaré en tres días” (Jn 2,19). Y hoy vuelva
a tocar el tema de modo diverso: “De la misma manera que Moisés levantó en alto
la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn
2,14). Este gran anuncio acuña tres cosas: Nueva alianza, nueva Iglesia y nueva
ley: la ley del amor.
Hoy nos ha dicho Jesús el tema central de su enseñanza:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Al
respecto dice San Pablo: “Dios redentor nuestro quiere que todos los hombres se
salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm2,4). Y mismo Señor nos lo
reitera: “Yo no he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad de mi Padre” (Jn
6,38). De modo que detrás de todo el misterio de la redención está el amor de
Dios a la humanidad.
San Juan ya nos lo dijo también: “el que ama ha nacido de
Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”
(I Jn 4,7-8). Dios solo dijo una palabra para crearnos, pero para redimirnos,
Él mismo se hizo hombre (Jn 1,14) y dio
su vida por nosotros (Jn 10,17). Y ¿alguien puede decir que en suma, esta
redención no se puede resumir como un gesto de amor de Dios en favor de la
humanidad?
“Tanto amó Dios al mundo... (Jn 3,16)”: aquí reside el
mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos de hoy. Ese
amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la
salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en
Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de
Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el
pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los
Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el
amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda
lectura). En todo y por encima de todo, el amor de Dios en Cristo Jesús.
Jesucristo es la manifestación
del amor del Padre. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Toda
la historia de Dios con el hombre, como se presenta en la Biblia, es una
historia impresionante de amor. Dios que por amor crea, da la vida, elige a un
pueblo para hacerse presente entre los hombres, se hace ‘carne’ en Jesucristo
para salvarnos desde la carne...y el hombre que por orgullo rechaza el amor
buscando ‘autocrearse’, ‘autodonarse la vida’, ‘autoelegirse’. Parecería que
Dios le quisiera enseñar a deletrear en su mente y en su vida el amor, y sólo
es capaz de pronunciar el egoísmo, el odio o al menos la indiferencia a lo que
no sea el propio yo. Parecería que Jesús en lugar de ser la forma suprema del
amor divino, fuese al contrario causa de su turbación, de su sentimiento de
fracaso, de su frustración alienante. ¿Qué sucede en el corazón humano para que
no pueda descubrir en Jesucristo la sublimidad del amor de Dios?
El Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto (Jn3,
14): Los fariseos atribuían a la Ley dos funciones: ser fuente de vida y norma
de conducta. Jesús se presenta a sí mismo como sustituyendo las funciones de la
Ley. Él es la verdadera fuente que da la vida verdadera. Es el Hombre levantado
en alto (v. 14). El evangelista Juan alude a la serpiente de bronce fabricada
por Moisés en el desierto (Nm 21, 9). Mirándola, quedaban libres los judíos del
veneno de las mordidas de las serpientes.
De Jesús procede la vida verdadera: “Yo soy la resurrección
y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté
vivo y crea en mí, jamás morirá” (Jn 11, 25). Creer en Jesús. Ésa es la
condición necesaria para llegar a la vida eterna (Jn3, 15). De la gracia de
Dios nos vienes la vida verdadera, no por el cumplimiento de la Ley.
Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (Jn 3,16):
Ésta es la razón definitiva de la misión del Mesías. El Hombre levantado en
alto (Jn 3,14-15), Jesús crucificado, el que ha bajado del cielo (Jn 3,13), es
el que es enviado para dar vida al mundo. Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenarlo, sino para salvarlo (Jn3,17). El amor es la causa principal que
mueve al mismo Dios a enviar a su Hijo al mundo. Y el amor es también el motivo
definitivo para salvar. Dios no quiere condenar a los humanos. Por encima de
todo, de la infidelidad de los hombres, prevalece el amor infinito y total de
Dios hacia la humanidad. El que cree en él no será condenado (Jn 3,18): El amor
de Dios no hace excepciones, porque quiere salvar a todos los humanos. Esto es
bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 3-4). Quien
se entrega al Señor totalmente por la fe, ya no sufre condenación, porque ha
creído en el Hijo de Dios (Jn 3,18). Los mismos hombres son los que, rechazando
la luz (Jn3,19), preparan su propia condenación. El Hombre Jesús, levantado en
alto hace presente el amor de Dios, que nos otorga gratuitamente la vida y la
salvación. Ya no hay que ser fiel más que al amor de Dios, manifestado y encarnado
en el Hijo único Jesús (Jn3, 15, 16, 18).
El que cree en Jesús, el Mesías, ya está también creyendo en
las posibilidades de la respuesta del hombre a ese don gratuito de Dios. El
hombre se salva, no por la práctica de la Ley, sino por su adhesión total por
la fe, a la donación gratuita y generosa del amor de Dios, manifestado en
Cristo Jesús.
Toda la vida del cristiano está sostenida y alimentada por
la alegre-buena Noticia: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su único Hijo,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).
Movido por su amor, él nos destinó de antemano, por decisión gratuita de su
voluntad, a ser adoptados como hijos suyos, por medio de Jesucristo, y ser así
un himno de alabanza a la gloriosa gracia que derramó sobre nosotros por medio de
su Hijo querido (Ef 1, 4-6). Por la gracia han sido salvados mediante la fe, y
esto no es algo que venga de ustedes, sino que es un don de Dios, no viene de
las obras, para que nadie pueda enorgullecerse (Ef 2, 8-9; segunda lectura de
este domingo).
Esta Palabra auténtica de Dios nos ensancha el ánimo y nos
abre a la confianza total en el Señor. Dios nos ha manifestado el amor que nos
tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él. El amor no
consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros (1 Jn 4, 9-10).
La muerte de Jesús habla más de vida que de
muerte. Hay muertes que solo hablan de muerte, pero hay muerte que hablan de
vida. La muerte de Jesús nos habla más de la vida que de la muerte. Jesús no
murió porque tenía que morir como nosotros. Jesús murió aceptando su muerte,
sufriendo en su muerte, pero también gozando en su muerte. Porque Él entregaba
su vida contemplaba cómo florecía el mundo de vida, como el mundo florecía en
primavera de nueva vida.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para
que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.”
(Jn 3,16) “El Hijo del hombre tiene que ser elevado para que todo el que crea
en él tenga vida eterna.” (Jn 3,14) “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Esa es la verdad de
la Cruz y esa la verdad del crucificado. Revelación del amor del Padre,
principio de vida eterna, salvación del mundo. La muerte de Jesús en la Cruz
habla de vida y habla de Dios. Todo el que quiera descubrir el verdadero amor
del Padre tiene que mirar a la cruz: “Así ama Dios.” Todo el que quiera vivir
de verdad tiene que mirar a la cruz, alguien da su vida para que otros la
tengamos en plenitud.
Dios nos amó hasta entregar a su hijo en la cruz por
nosotros” (Jn 3,16). No es conveniente quedarnos mirando las apariencias. No
nos quedemos mirando lo que solo contemplan nuestros ojos. Miremos lo que hay
dentro de esa muerte. Miremos lo que hay dentro de ese dolor. Miremos lo que
hay detrás de esa Cruz. Vida eterna. La Iglesia nació en la Cruz. Con razón Juan
exclamó: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él
me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque
existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para
que él fuera manifestado a Israel". Y Juan dio este testimonio: "He
visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel
sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que
bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él
es el Hijo de Dios" (Jn 1,29-34).
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