jueves, 17 de enero de 2019

DOMINGO II – C (20 de Enero de 2019)

DOMINGO II – C (20 de Enero de 2019)

Proclamación del santo evangelio según san Juan 2,1-11:

2:1 Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
2:2 Jesús también fue invitado con sus discípulos.
2:3 Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino".
2:4 Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
2:5 Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga". Génesis 41, 55
2:6 Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
2:7 Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
2:8 "Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron.
2:9 El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo
2:10 y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento".
2:11 Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo ordinario en su primera parte, el evangelio que hoy leímos nos sitúa en 4 puntos: 1) "No tienen vino" (Jn 2,3). 2) "Hagan todo lo que él les diga" (Jn 3,5). 3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). 4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Las dos intervenciones primeras son de la Madre y las dos intervenciones siguientes son del Hijo. A los que hay que agregar la intervención del Padre en el domingo anterior: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Enunciado que se complementa con lo de: “Este es mi hijo amado en quien me complazco, escúchenlo” (Mt 17,5). La primera intervención del Padre es en el inicio de la vida pública del Hijo y la segunda intervención del Padre es en la parte final de la vida pública del Hijo. Pues veamos algunos detalles:

1 “Ya no tienen vino” (Jn 2,3), ¿Quién interviene en la escena?. Recordemos que la escena es una fiesta, bodas de Caná. La Madre interviene e intercede por los de la fiesta (Iglesia). Esta es la “segunda” intervención. Recordemos la primera. Y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has tratado así? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" (Lc 2,48-49). Pero también conocemos este enunciado: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Este episodio nos da pie en afirma que en la parte humana, es la Madre quien inicia a su hijo en la vida pública. En la parte divina es el Padre quien inicia al Hijo en el ejercicio de su ministerio al decir: “Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22).

2 “Hagan lo que él les diga” (Jn 3,5): ¿Qué cereza tiene la Madre para recomendar a la gente que hagan lo que su hijo les diga? La Madre tiene a su favor aquella aclaración desde lo alto por el Ángel en el misterio de la encarnación. María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?" El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,34-35). Y luego se nos dice que: “Su madre conservaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). Eh ahí tenemos suficientes evidencias de que la Madre sabe bien que su Hijo puede hacer algo en favor de la gente de la boda. Y es que a Madre le interesa la alegría de la gente. Recordemos aquella exclamación suya: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1.47). Y es que la alegría equivale para la Madre vivir en la presencia de Dios (Cielo). La tristeza equivale a la vida en ausencia de Dios (Infierno). Así, que un día gocemos de la fiesta eterna dependerá de cuánto obedecemos al consejo de la Madre: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5).

3) "Llenen de agua estas tinajas" (Jn 3,7). Si un día queremos ser parte de la fiesta de las bodas del hijo, debemos llenar de agua las tinajas, si o so. ¿Cómo hacerlo? Aquí algunas citas que nos dan luces: Dijo Jesús a sus discípulos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).

 4) "Saquen ahora, y lleven al encargado del banquete” (Jn 3,8). Es deber nuestro como bautizados poner en ejercicio nuestro ministerio como sacerdotes de Cristo. Y entiéndase por sacerdocio como ministros de Dios. Que todos beban de la dulzura del vino nuevo. Pero para eso se requiere ser vino nuevo: “Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!" (Mc 2,21-22).

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (13 de enero de 2019)

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (13 de enero de 2019)

Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16. 21-22:

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
3:21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
3:22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". PALABRA DEL SEÑOR

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Con el bautismo del Señor terminamos y cerramos el tiempo de navidad. E iniciamos el tiempo ordinario. El bautismo, el primer sacramento que todo creyente debe recibir y no solo el bautismo, sino también los demás sacramentos.  ¿Qué finalidad tienen los sacramentos en la vida de un creyente? La finalidad es la de cumplir el mandato supremo de Dios: “Yo soy Yahveh, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los sacramentos como el bautismo nos santifican. Y la santidad nos sirve para estar con Dios (salvación). El Hijo participa del bautismo para darnos a entender que el Padre y el Hijo, unidos en el Espíritu Santo es uno: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22);  “Este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la parte final de su ministerio.

Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 10 de febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo os eh bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).

 8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28).

sábado, 5 de enero de 2019

DOMINGO DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR – (06 de Enero del 2019)


DOMINGO DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR – (06 de Enero del 2019)

Proclamamos el Evangelio según san Mateo 2, 1-12

2:1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
2:2 y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".
2:3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.
2:4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.
2:5 "En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:
2:6 Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel".
2:7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,
2:8 los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".
2:9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.
2:10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,
2:11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
2:12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

 PAZ Y BIEN EN EL SEÑOR.

Por los reyes magos, que al llegar preguntan: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2); ¿la humanidad o notros buscamos a Dios  o Dios nos busca? Dios dice por el profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas” (Ez 34,11-12).

La pregunta de los magos venidos de Oriente sobre el lugar del nacimiento de Dios los tomó de sorpresa en Jerusalén. La primera noticia del nacimiento les llega a través de unos extranjeros. Los Magos recibieron una respuesta, no de la experiencia de Israel, sino sacada de los libros, “Porque así lo ha escrito el profeta” (Miq 5,1).

“Al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje” (Mt 2,11). Los magos, buscaban al Rey de los Judíos y se encontraron con un Niño en un pesebre. Buscaban a Dios y vieron a un Niño. No entendieron nada. Pero, se pusieron de rodillas y lo adoraron y le ofrecieron lo que tenían. Y es que ante Dios la razón simplemente tiene que ponerse de rodillas. Cuando se quiere conocer a Dios el medio es la luz de la estrella (fe), el mejor medio son las rodillas que la razón.

Tres magos, tres peregrinos que buscan lo que todos los profetas pregonaron y anunciaron. Más tarde el mismo Señor dirá: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). Es la vocación del peregrino, hacer camino, buscar una meta. Estos tres peregrinos creen que lo que ellos buscan todo el mundo lo conoce. Todos deben saber dónde encontrarlo, por eso cuando llegan a Jerusalén lo primero que hacen es preguntar: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2,2). La pregunta los encuentra a todos desprevenidos. ¿Quién se va a preocupar dónde ha nacido Dios? Pese a que el Niño nació en Belén, cerca de Jerusalén (Lc 2,6), en Jerusalén nadie se ha dado por enterado.

Jacob, después de una noche luchando con Dios, termina por reconocerlo y exclama: “Dios está aquí y yo no lo sabía.” (Gén 28,16). Y el mismo Señor reitera al decir a Jerusalén: “Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios" (Lc 19,44). Con frecuencia es lo que nos sucede a todos. Dios está a nuestro lado, “pero nosotros no lo sabíamos”. Dios está en nuestro camino, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en el hermano que tenemos a nuestro lado, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios está en ese necesitado que nos tiende la mano, pero “nosotros no lo sabíamos”. Dios sí está, pero nosotros no lo sabíamos, no lo conocíamos. Podemos pasar la vida codeándonos con Dios; sin embargo, llegar al final del camino, sin habernos percatado de que Dios “estaba aquí”.

La gran pregunta que la cultura moderna hace a la Iglesia y al cristiano es la misma de los Magos: “¿Y dónde está Dios hoy en nuestra sociedad?” Es una pregunta que nos viene desde la filosofía y desde la teología y desde la cultura. No nos piden ideas sobre Dios, nos piden que se lo mostremos, que les digamos dónde poder encontrarlo. Pero el hecho mismo de que alguien nos pregunte, ya nos está diciendo otra cosa. Si alguien te pregunta “¿dónde está Dios?”, de alguna manera nos está indicando que no lo ve en nosotros. Cuando alguien le pregunta a la Iglesia “¿dónde está Dios?” le está diciendo que Dios no es visible en ella. Cuando alguien pregunta a un cristiano, “¿dónde está Dios?”, le está diciendo que Dios no es visible en su vida.  Por eso, la pregunta “¿dónde está Dios?” no es solamente para que les indiquemos dónde encontrarlo es también una pregunta de quien no logra descubrirlo en nuestras vidas. No sirve buscar un Dios fuera de uno, o mirando el cielo y al respecto bien dice Juan: “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,11-12).

Hay un hecho en las manifestaciones de Dios al hombre (la Estrella). Dios siempre suele utilizar las mediaciones. Dios, más que manifestarse en sí mismo, se dice y manifiesta mediante hechos, acontecimientos, personajes. La estrella es la expresión de que todos necesitamos de una señal y de muchas señales. Señales que nos despiertan y nos van guiando hasta la verdad. Por eso en la Iglesia es tan necesario el llamado “testimonio” o, simplemente, la necesidad de “los testigos” (Hch 1,8). Esos testigos que más que invitarnos a quedarnos en ellos apuntan a otra cosa.

Para caminar por la vida, todos necesitamos señalizaciones de tránsito. Para caminar por la vida, todos necesitamos signos que nos marquen la dirección a seguir. Este es el problema del desierto, donde los signos desaparecen. Con razón nos exhorta el mismo Señor al decirnos: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

Cuando hoy hablamos de la desorientación de nuestros jóvenes y de los que lo fuimos, uno tendría que preguntarse: ¿Y qué señales ponemos en el camino? ¿Qué señales encuentran nuestros jóvenes para saber la dirección correcta? Hay demasiadas prohibiciones, pero hay menos señales. Un camino sin señales es siempre un camino peligroso. ¿Quién les señala el camino a los jóvenes de hoy? ¿Los padres? ¿La Iglesia? ¿La TV? Aquí hemos de tener en cuenta algo fundamental. Los signos tienen que ser legibles y ser legibles para ellos. No basta que sean signos para nosotros. ¿Lo son para ellos?

Dos actitudes que resaltar como resumen: La de los reyes magos y el de Herodes y todo Jerusalén que se exaltó. Los reyes magos buscan al Rey de los judíos guiados por la estrella, guiados por la luz de la fe, hallan al niño y caen de rodillas y lo adoran (Mt 2,11). La actitud de Herodes: guiado por la razón y el ego del poder. Por este medio Jesús no se deja hallar. Nosotros ¿Cómo, con qué y dónde lo buscamos? Tú mismo puedes sacar tu conclusión y busca tu respuesta, si buscas a Dios en la postura de Herodes o en la postura de los magos.

jueves, 27 de diciembre de 2018

SAGRADA FAMILIA - C (30 de diciembre del 2018)


SAGRADA FAMILIA - C (30 de diciembre del 2018)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,22 al 40:

2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
2:23 como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.   
2:24 También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
2:28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
2:29 "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
2:30 porque mis ojos han visto la salvación
2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:
2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, Mateo 2, 23 en Galilea.
2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

"¿Cómo saber si tal palabra pronunciada viene del Señor?". Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,21-22). “El Señor mismo les dará un señal. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14; Mt 1, 23). Isabel dijo a María; “Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tu por haber creído porque se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1, 44-45). “La Palabra de Dios se hizo carne y habito entre nosotros” (Jn 1,14). Simeón, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos" (Lc 2, 34-35). Jesús comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido estas profecías de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21). Es decir, en Jesús se cumplen todas las profecías. Por lo tanto todo lo que dice Jesús es palabra de Dios.

Hoy el evangelio (Lc 2, 22-40) nos ilustra el misterio de la sagrada familia y que tiene diferentes escenas: La presentación del Niño Jesús en el templo (Lc 2,22-24); el cántico de Simeón (Lc 2,25-32); la profecía de Simeón (Lc 2,33-35);la profecía de Ana (Lc 2,36-38); la infancia de Jesús en el cuidado de María y José (L2,39-40). Como vemos, en el centro del relato está la sagrada familia y por la sencilla razón: el Angel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido, lo que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I divina persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina persona) viniera a este mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

La familia en el plan de Dios

En el catecismo de la Iglesia se dice que la familia es la comunidad conyugal que está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco (NCI 2202).

Dios al crear al hombre y a la mujer (Gn 1,27) instituyó la familia humana cuando dijo: “Por eso el varón dejara a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gn 2,24) y Jesus agregó y dijo: “Ya no son dos sino una sola carne, pues lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. La familia no es sino el efecto de una causa, la cual es el matrimonio.

La familia, hoy por hoy es signo de muchos gozos y “tropiezo” por sus problemas y dificultades. La misma sagrada familia no está exenta de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a la familia de Jesús en el templo de Jerusalén cumpliendo con el ritual de la ley, sometida a la ley (Lc 2,22-24). Además nos relata este encuentro tan simple y tan maravilloso de María y José con el viejo Simeón, quien tiene la dicha de ser el único de quien se dice que “tomó en sus brazos” al Niño Jesús (Lc 2, 28). Para él fue como poder ver la aurora o el amanecer de las promesas de Dios cumplidas y realizadas. Pero también Simeón se convierte en el profeta que anuncia desde el primer momento que el futuro del niño y de la madre no será nada fácil: Jesús será puesto para caída elevación de muchos en Israel, pero también como signo de contradicción (Lc 2,34), que el alma de su madre será atravesada por una espada (Lc 2,35). En el fondo el anuncio de la Pasión del Hijo y la Pasión de la madre (Jn 19,26).

La familia no es una instancia exenta de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy que nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan. Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando. Pero, muchas familias se han apartado de Dios y una familia sin fe es una familia en ruinas o recordemos lo que dijo el Señor: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5).

La Sagrada Familia se hizo fuerte por la fe de María y José y la presencia del Niño Jesús. En ningún momento vemos la desesperación de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias. ¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en un corral en compañía de los animales.  ¿Ninguno de nosotros nació en un corral verdad? ¿Qué haríamos si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido? San José está en este apuro ahora: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2,13) ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren un modelo de familia. Hemos de convencernos de algo, los problemas de la familia no se solucionan abriendo el camino fácil del divorcio, los problemas de la familia se solucionan ayudando a la familia a ser cada día más fuerte en sí misma.

Como en toda familia, en la sagrada familia hay problemas pero también hay mucha ternura de los padres hacia el niño Jesús y como hoy se menciona en el evangelio al abuelo: “Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32). El símbolo de los viejos abuelos con sus nietos, es el encuentro entre el ayer y el presente en un mismo abrazo. ¿Hay algo más bello que ver cómo los viejos reciben con gozo en sus brazos a lo nuevo? Aquí los viejos se sienten felices de ver retoñar lo nuevo.

Si quieres tener una familia feliz, una familia como primera escuela de valores entonces cumple con los deberes familiares como san Pablo dice: “Mujeres, sean dóciles a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen” (Col 3,18-21).

1.- Cuarto mandamiento: El amor y el respeto a los padres (Mc 10,19)

En esta fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a contemplar la vida doméstica de Jesús, María y José. Dios hecho hombre quiso nacer (Jn 1,14), vivir y ser educado en una familia. La familia es el primer ámbito educativo y de integración en la sociedad. El “Enmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14) quiso también vivir la experiencia de la vida familiar. La primera lectura, del Eclesiástico, es un bello comentario al cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». Dios bendice al que honra a sus padres, y escucha sus oraciones. El libro del Eclesiástico nos dice cómo Dios bendice al que honra y respeta a su padre y a su madre. Sin este respeto no es posible la educación. Con la autoridad que Dios les ha confiado, los padres deben asumir su grave responsabilidad educativa. A veces deberán contradecir los caprichos de sus hijos para que aprendan el sacrificio, la renuncia, el dominio propio, el respeto. Sin valores como estos, la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. En cambio, como dice el Salmo, quien teme al Señor será bendecido con la prosperidad.

2.- Las virtudes domésticas (Col 3,14)

San Pablo habla de las virtudes domésticas y de la unión en el amor que deben caracterizar la vida de la familia cristiana: misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión. El amor mutuo es el que debe presidir todas las relaciones familiares. Nos habla también de la oración de la familia, invitándonos a cantar a Dios, darle gracias de corazón con salmos y cantos. San Pablo retoma el tema del cuarto mandamiento, «honrarás a tu padre y a tu madre», como fundamento de las relaciones familiares: “Maridos, amad a vuestras mujeres… Hijos, obedeced a vuestros padres en todo” ( Col 3,18-19). De este amor y respeto mutuo brotan las bellas relaciones que san Pablo enumera: la humildad, la comprensión, la dulzura, el perdón.

3.- Anticipo de la misión de Jesús. (Lc 2,34)

En el Evangelio se narra la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. El interés del relato no está ni en el rescate del Hijo Primogénito ni en el rito de purificación de María, sino en la Plegaria-Himno y en las Palabras Proféticas del Anciano Simeón y también las palabras elogiosas de la Profetisa Ana. El anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce en el Niño Jesús al "Mesías del Señor", al "Salvador", "Gloria de Israel" y "Luz, para iluminar a todas las naciones" (Lc 2,28-32). Al narrar los episodios en tomo a la Infancia de Jesús a San Lucas le interesa sobre todo anticiparnos lo que iremos comprobando a lo largo del relato evangélico: lo que el Señor hará, y le pasará, en su Ministerio Mesiánico. Las palabras proféticas de Simeón sobre el Niño Jesús recuerdan aquellas otras del Señor: "No he venido a traer paz, sino división" (Lc 12,51). La actividad mesiánica de Jesús, marcada por el signo de la Cruz, afectará a María su madre: "A ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35).

4.- Es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 12,33,). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.


5.- la Estrategia para ser feliz de una familia es sin duda la educación en el amor: En la enseñanza central de Jesús esta precisamente el tema del amor cuando nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como les he amado, en esto les reconocerán que son mis discípulos en que Uds saben amarse unos a otros como yo les ame” (Jn 13,34), o aquella reiteración: “Si me aman guardaran mis mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). Pero con un acento especial nos enseña del amor sin medida: “Amen a sus enemigos y recen por quienes les persiguen, así serán hijos de su Padre Celestial, porque si amas a quien te ama que  merito tienes, eso también hacen los que no conocen a Dios” (Mt 5,44-45), San Pablo agrega y dice: “Todo lo que hagan, háganlo por amor” (I Cor 16,14).

lunes, 17 de diciembre de 2018

IV DOMINGO DE ADVIENTO – C (23 de Diciembre del 2018)


IV DOMINGO DE ADVIENTO – C (23 de Diciembre del 2018)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas: 1,39-45:

1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
1:42 exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

Recordemos el encuentro entre el Ángel Gabriel y la Virgen María: “El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Ahora hemos leído otro saludo: María entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). ¿Cómo habrá sido el saludo de María a Isabel? Si nos aventuramos un poco más en los evangelios, nos topamos con un saludo especial que Jesús nos enseña y dice: “Al entrar en una casa, saluden invocando la paz” (Mt 10,12). Este saludo muy posible que siendo niño Jesús aprendió de su madre. Entonces María posiblemente saludó a su prima Isabel así: “Shalom” La paz este contigo”. ¿Por qué resaltamos el saludo? Porque el saludo es portadora del misterio: “alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28) y “La paz este contigo”, el primer saludo es el inicio de encuentro de Dios con la humanidad: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).

 “Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,29-31). La reacción de María envuelta en temor no hace sino reafirmar la naturaleza humana de una mujer doncella. María se cree que tendría 14 o 16 años de edad cuando le sucedió la anunciación. Temor que requiere muchas aclaraciones. Por eso cuando el Ángel le aclara y dice: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1,31-33). Es decir, el proyecto de Dios tiene que ver con la salvación de la humanidad.

La Virgen quiere una aclaración más precisa y por eso reitera con mayor énfasis y le dice al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, pues, no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,24-35). Ahora está más claro, no hace falta tener la cooperación del varón para concebir pues de ello se encargará el Espíritu Santo que es poder de Dios. Y como si fuera poco aun esta aclaración, el Ángel se remite a otro acontecimiento ya sucedido a suprima Isabel hace 6 meses: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios" (Lc 1,36-37). A la contundencia del Ángel, la virgen no hace sino donarse plenamente al decir: “Eh aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).

La virgen poseída del Espíritu Santo va a la casa de su prima Isabel y constatará lo anunciado por el Ángel: “Apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo exclamó” (Lc 1,41). El solo saludo de la virgen llenó del don del Espíritu Santo a su Prima Isabel quien ahora también por el don divino confesará el complemento de la anunciación por parte del Ángel: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,42-43). Es la primera proclamación del Evangelio confesada por Isabel y el primer título que María recibe: “Madre de mi Señor”.

Quinto; y como si fuera poco, Isabel completa lo que el Ángel dijo a la virgen al decir: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45).


En suma: el misterio de la anunciación como es de verse tiene dos partes y se complementan: la anunciación de la parte divina por el Ángel Gabriel a la virgen María (Lc 1,26-38). Y la anunciación de la parte humana, hecha por Isabel: ambos anuncios tiene una sola causa: la Divinidad y la humanidad del Hijo de Dios; que San Juan lo resume así: “La Palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros:” (Jn 1,14).

lunes, 10 de diciembre de 2018

III DOMINGO DE ADVIENTO – C (16 de diciembre de 2018)


DOMINGO III DE ADVIENTO – C (16 de diciembre de 2018)

Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,10-18:

3:10 La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?"
3:11 Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".
3:12 Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?"
3:13 Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado".
3:14 A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".
3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
3:17 Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".
3:18 Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo de adviento se nos decía: “Estén vigilantes y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir" (Lc 21,36). El domingo anterior el mensaje termino diciendo: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). Hoy la pregunta es: “Entonces ¿Qué debemos hacer entonces?" (Lc 3,10). Pero la pregunta concreta seria: ¿Qué debo hacer para heredar la salvación eterna?" (Lc 18,18). Y las respuestas ya están dadas: Estén vigilantes y oren incesantemente. Una voz grita en el desierto de nuestras conciencia: “Preparen el camino del Señor, conviertan sus senderos” (Lc 3,4). "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto con el hambriento" (Lc 3,11).

Estamos ya celebrando el tercer domingo de Adviento tiene un nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres). La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp. 4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca). Y efectivamente, en este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento, la llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una tenue luz: “La Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).

En este contexto apremia la necesidad de ¿Qué tenemos que hacer?: una sincera conversión, tema de este domingo. Otro relato paralelo a Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro de Juan Bautista, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).

¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10-14): Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9), la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión significado en el bautismo.

En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al cielo.  Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14).  La gente quiere darle cuerpo a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.

Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11): A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no te apartes” (Is 58,7).  A lo largo del evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (Lc 16,19-31).
El grupo de los cobradores de impuestos (Lc 3,12-13): A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de Jesús (Lc 9,19).

El grupo de los soldados (Lc 3,14): A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga”.  En otras palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.

Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de superación. La preocupación de fondo es la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27). Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch 2,44 y 4,32-35).

No eres tú el Mesías: ¿Quién eres tú? (Lc 3,15-17): La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y fuego).

Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que yo”.  Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,17): Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse con la venida de Jesús.

De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (Lc 2,34).

Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc 3,17) y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego es símbolo de destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de vida.

No conviene perderse la fiesta: La conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7 y 10).

Solo una conversión sincera trae frutos de gozo y alegría: “Alégrate mucho, hija de Sión, ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde” (Zac 9,9); “Alégrate llena de gracia el Señor está contigo” (Lc 2,28); “Estén alegres en el Señor, repito alégrense en el Señor” (Flp 4,4).

lunes, 3 de diciembre de 2018

II DOMINGO DE ADVIENTO – C (9 de diciembre de 2018)

II DOMINGO DE ADVIENTO – B (9 de diciembre de 2018)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 3,1-6:

3:1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
3:2 bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
3:3 Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
3:4 como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
3:5 Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.
3:6 Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos(as) en el Señor Paz y Bien

El evangelio de este II domingo de adviento tiene dos partes: El contexto histórico (Lc 3,1-2) y el ministerio de Juan Bautista (Lc 3,3-6): “La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él” (Lc 16,16). La figura de Juan en la historia de la salvación es la de unir el tiempo de la promesa (A.T.) y la realización de la promesa (N.T.).

El I domingo de adviento se nos ha dicho: “Estén despiertos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir” (Lc 21,36). Hoy, en el II domingo se nos dice: “Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). 

El ministerio de Juan Bautista: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Antes de tomar detalles de esta cita conviene contextualizar la figura de Juan Bautista:

Un día los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista” (Mt 17,10-12). Esta afirmación hecha por Jesús no es sino lo que el profeta dijo: “Yo les voy a enviar a Elías, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Ml 3,23).

El ministerio de Juan Bautista consiste en poner en orden todas las cosas (Mt 17.11) y ¿cómo lo hizo?: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,4-6).

 Al respecto del bautismo de conversión Juan aclara y dice: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,11-12).

Conversión: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,7-10).

Juan advierte un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Cómo alcanzar el perdón de los pecados? Acudamos a dos citas en el que el Señor aclara: “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados” (Lc 5,24). Y también Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes¡ Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Adviento tiempo de confesión de los pecados: El Nuevo Catecismo de la Iglesia en el numeral 1422-1429) nos dice lo siguiente:  "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

 El nombre de este sacramento:  Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Mc 1,15), la vuelta al Padre (Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado. Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador. Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46, 55). Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).

¿Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo? "Han sido lavados [...] han sido santificados, [...] han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (DS 1545; LG 40).

La conversión de los bautizados: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1 Jn 4,10). De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).