lunes, 6 de julio de 2020

DOMINGO XV - A (12 de Julio del 2020)


DOMINGO XV - A (12 de Julio del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,1-23:

13:1 Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.
13:2 Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.
13:3 Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar.
13:4 Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.
13:5 Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda;
13:6 pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
13:7 Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.
13:8 Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
13:9 ¡El que tenga oídos, que oiga!"
13:10 Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?"
13:11 Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
13:12 Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
13:13 Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
13:14 Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán.
13:15 Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
13:16 Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
13:17 Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
13:18 Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
13:19 Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
13:20 El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
13:21 pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
13:22 El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
13:23 Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Y Bien.

"El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga” (Mc 4,26-28). “Si el grano de trigo que cae en la tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). La semilla, (palabra de Dios) de por si es potencialmente rica, puede dar frutos (vida de santidad) de uno por treinta, sesenta o cien, todo depende en qué tipo de tierra cae.

Con este episodio de Mt 13,1-23 Jesús, comienza una nueva sección. Se trata del tercer gran discurso formativo para con sus discípulos. Los dos primeros: el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyen dos elementos en el camino de maduración de la fe los discípulos que bien se puede resumir así: “Ustedes serán felices si, practican lo que les enseño” (Jn 13,17); o “El que cumple lo que  enseñe, será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,19). Así pues, haciendo eco de las enseñanzas de Jesús sobre el reino de los cielos es como encontramos la respuesta a las preguntas: “¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).  ¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?" (Mt 19,16). “Serán poco los que se salven?” (Lc 13,23).

Esta sección de enseñanza, que también tiene que ver con el reino de Dios, se puede iniciar con un enunciado: “Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Las parábolas que Jesús emplea como estrategia de su catequesis es para ahondar o hacer entender la importancia del reino de Dios.

En efecto, Jesús no sólo dice lo que hay que hacer para ser parte del reino de Dios; también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello se sirven de las parábolas (Mt 13,34) las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios que tiene que ver con nuestra felicidad (Lc 9,33).

La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (Mt 13,1-2), comienzan las parábolas: 1) El sembrador (Mt 13,1-9). 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, se basan en trabajos del campo, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

Hoy, Jesús empieza sus enseñanzas con la parábola del sembrador: Sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar (Mt 13,1). Y como mucha gente se le juntó, se subió a una barca, la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza con su enseñanza (Mt 13,3b-9), la primera en resaltarse, son los diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

Diversos tipos de terreno: Unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron (Mt 13,4). Al caer en el camino donde no hay cuidado, cae de superficialmente; así somos muchas personas que escuchamos la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Por eso dice Jesús: “No todos los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?.  Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,21-27).

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron (Mt 13,5). La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite, la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina. Otras cayeron entre abrojos es decir entre espinos; crecieron los abrojos y las ahogaron (Mt 13,7). Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos. ¿Quién sembró es mala hierba? Jesús en otro episodio explica: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos echen al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (Mt 13,8). La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene maleza, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos. Al respecto, en otro pasaje Jesús decía: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán (Jn 15,1-7).

El sembrador que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

Como vemos, la estrategia pedagógica que Jesús usó como buen maestro para enseñar era las parábolas que como dice las escrituras: “Todo esto lo enseña Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas, desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Hoy, Jesús usó la parábola del sembrador para explicarnos la importancia que tiene el escuchar la Palabra de Dios y vivirla como experiencia de vida (Mt 7,21-26). Porque es por ella como somos parte del reino de los cielos.

Jesús, el maestro supremo, no nos quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros corazones para aceptar las semillas del Reino. El Reino de Dios se nos da en semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, hay que trabajarla. Pero la suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros. Donde, Él es el sembrador, su Palabra es la semilla, nosotros somos la tierra donde se derrama la semilla. Como tal tenemos reacciones distintas frente a su Palabra. Unos somos tierra muy dura como los del camino, otros, tierras pedregosas, otro, tierras llenas de espinos o maleza, pero otros somos buena tierra que dará buen fruto, unos cien, otros setenta, otros treinta por uno.

El problema no está ni en la semilla ni en Dios que la siembra. El problema lo llevamos todos en el corazón porque hay que decir, y creo que todos tenemos nuestra propia experiencia, que hay corazones más duros que el asfalto de nuestras carreteras y también hay corazones con muy buena voluntad, tan llenos de enredos, tan lleno de cosas y de superficialidades que la palabra recibida brota por un momento, pero el fervor se nos apaga como un fósforo encendido. Aunque también tenemos que reconocer que hay corazones generosos, tierra fértil donde la palabra de Dios puede crecer en abundancia de frutos.

Lo extraño, y también lo bueno, es cómo Dios puede sembrar su palabra en corazones que sabe no van a responder y cómo Dios se expone al fracaso de muchas de sus semillas: Dios ama a todos por igual y a todos quiere darnos las mismas oportunidades. Su amor por nosotros es tal que no le importa se pierdan muchas semillas de gracia porque, al fin y al cabo, la respuesta de esos corazones grandes y generosos compensa con mucho lo que se ha perdido entre la maleza del campo. ¿No te parece interesante un Dios, que se atreve a correr el riesgo de su Palabra y de su Reino en nuestras debilidades? Pues, así es el amor de Dios (Jn 3,16).

Jesús es la palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). El Padre, Dios es el que siembra la Palabra, que era una semilla capaz de cambiar el mundo, pero no siempre encontraba tierra adecuada. Somos muchos los que cada día, o al menos cada domingo, escuchamos la Palabra de Dios. Para muchos es palabra perdida, para otros es toda una posibilidad. Aunque, a decir verdad, la Palabra de Dios no produce lo mismo en todos. En unos, sesenta, en otros treinta, en otros cien. Si lo pensamos bien, cada domingo Dios siembra infinidad de su Palabra. ¡Cuánta Palabra anunciada dominicalmente! El problema está cuánta de esa Palabra da fruto y cuánta se pierde en el aburrimiento y desinterés de la gente y también en lo mal que la sembramos. Jesús era buen sembrador, pero entre nosotros hay de todo. Hay quienes siembran de verdad y quienes simplemente decimos palabras que no tienen futuro alguno.

Dios no deja de hablarnos en su Hijo. Dios es Palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). Una palabra capaz de cambiarnos y dar frutos del Evangelio (Jn 15,5). El problema es cómo la anunciamos y también cómo la recibe la gente. ¿Se imaginan que cada domingo la Palabra de Dios diese el fruto del ciento por uno? ¿Y aunque no sea el sesenta? El éxito de la voluntad de Dios depende de tu voluntad y de tu cooperación. El querer de Dios depende de tu querer. Dios no es de los que utiliza su poder para imponernos las cosas. El amor no se impone, el amor se ofrece (Mt 11,28). Ese el gran misterio de Dios en el hombre. Dios quiere que todos nos salvemos (I Tm 2,4); sin embargo, muchos no tienen mayor interés en su salvación o incluso ni creen en eso de la salvación. ¿Cuáles son las condiciones para que la Palabra de Dios no se pierda inútilmente y pueda dar fruto abundante en nuestros corazones y en el mundo? Jesús nos propone varias. En primer lugar nos propone ser tierra fértil para dar frutos al cien, setenta o treinta; pero ello, requiere ser prevenidos, es decir no tener un corazón endurecido e impenetrable (Slm 94), sino un corazón sincero, noble, abierto siempre a las posibilidades de Dios en él. En segundo lugar, un corazón libre de ataduras que le impiden decir sí a Dios, que sea tierra sin piedras y maleza.

¿Qué tipo de tierra somos? ¿Tierra dura como del camino? ¿Tierra pedregosa? ¿Tierra con maleza? ¿Tierra fértil? Ojala que seamos tierra fértil, entonces la semilla derramada, que es la palabra de Dios dará el fruto del ciento por uno (Mt 13,8). luego la Palabra de Dios, Cristo Jesús no habrá venido en vano sino como el profeta dice: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55,10-11). Dios nos anuncia por medio del Profeta Isaías que su Palabra no quedará sin resultado, sino que ella cumplirá su misión, la cual es el cumplimiento de la voluntad divina.  Y esto lo dice con el mismo paisaje campestre del Evangelio y del Salmo, es decir,  la siembra, la lluvia, la semilla, la germinación. El Salmo 64  que hemos rezado nos habla de la tierra y del agua que la riega, de pastos y de flores, de rebaños y trigales.  Y nos habla de la preparación de la tierra.  Y ¿quién prepara la tierra?  ¿Quién prepara nuestra alma para recibir la semilla y poder dar fruto?  La prepara el mismo Señor, el Sembrador.

En resumen: Dijo Jesús a sus discipulados: "Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). El reino de Dios amerita mucha atención y discernimiento y por eso Jesús acude a las parábolas. Dios sabe que el hombre a menudo tiene corazón duro como tierra del camino: “Escúchenme, hombres de corazón duro, Uds. que están lejos de la justicia, pero yo hago que se acerque a mi justicia y mi salvación no tardará” (Is 46,12). Para ablandar el corazón del hombre Dios se propone: “Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis mandamientos. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26). Luego Dios se propone: “Yo la volveré conquistar, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Yo te desposaré conmigo para siempre, en justicia, derecho, amor, misericordia; fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21).Y lo hace en su Hijo Cristo Jesús, quien nos lo dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,28).Dios nos  enamora en su Hijo para ello, reitero busca diversos modos de hacernos entender sobre el reino de los cielos, por ejemplo por las parábolas. 

Jesús termina sus enseñanzas sobre el reino de Dios con esta sentencia: “Así sucederá al fin del mundo. Vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Mt 13,49-50).


domingo, 28 de junio de 2020

DOMINGO XIV - A (05 de Julio del 2020)

DOMINGO XIV - A  (05 de Julio del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 11,25-30

11:25 En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
11:26 Sí, Padre, porque así lo has querido.
11:27 Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
11:28 Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
11:29 Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
11:30 Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). ¿Quién entiende el evangelio? ¿Los sabios, los letrados, los que han estudiado....?, ¿los curas, los teólogos? ¿Son estos los que entienden a Jesús; es decir,  los que entienden el evangelio? hay razones para dudarlo cuando se presenta a Jesús como una teoría. Sobre todo si apenas han hecho otra cosa que estudiar.

Lo primero que hace falta para comprender el evangelio es escucharlo, y lo segundo, semejante a lo primero e inseparable con lo primero, es ponerlo en práctica. Pues el que no hace lo que escucha no ha entendido nada. Por eso dice Jesús: "Dichoso el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica" (Mt 7,24). Pero, no "los sabios y entendidos": Pues la capacidad de escuchar de un hombre cualquiera depende de la necesidad de preguntar. De modo que el "sabio y el entendido", el que vive sin problemas y cree que todo lo tiene resuelto, el satisfecho, el situado en bienes y opiniones, el que se cree justo y juzga a los demás, el autosuficiente..., no pregunta, no busca, no escucha ni puede escuchar. Y menos aún escucha un mensaje como el evangelio que habla de salvación, de liberación, de perdón. Para él la mejor noticia no es la Buena Noticia, sino la ausencia de toda noticia buena.

El Evangelio nos presenta dos momentos en la vida de Jesús. 1) Jesús en diálogo u oración con el Padre (Mt 11,25-27). 2) Nos aconseja que todos nosotros comencemos a llevar una vida en Dios (Mt 11,28-30).

1) El Evangelio nos presenta a Jesús hablando con el Padre, en momentos de silencio y oración en los que Jesús desahoga su corazón hablándole de su experiencia al Padre. En este caso, el gozo y la alegría de ver cómo la Palabra de Dios que no es otra cosa que el mismo Reino de Dios va calando en el corazón de la gente sencilla y no precisamente en el corazón de aquellos que se creen superiores. Más bien, son los de abajo, los sencillos, los que significan poco para el mundo, son los más disponibles para abrir sus corazones a la voluntad y a la gracia y el amor del Padre. Ese es el gran misterio de la gracia.

2) Jesús que tiene la experiencia humana del cansancio de los caminos, nos hace una invitación a saber reposar, descansar, regalarnos un tiempo para respirar y dejar que nuestro espíritu se vacíe de tantas tensiones que hoy, elegantemente, llamamos el “estrés”. Dios no es de los que echa cargas encima de nosotros. Que a Dios no le gusta vernos derrumbados bajo el peso de las obligaciones, imposiciones y mandatos de la carne. Que Dios lo que quiere es vernos ligeros y libres en el camino y que las peores cargas ya las ha llevado Él. Que carguemos con el yugo que Él nos impone, la vida en el espíritu, porque es ligero y llevadero y no el yugo que con frecuencia nos imponemos asimismo como es el de la carne o pecados. San Pablo nos sugiere así:

“Yo les exhorto a que vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren… Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Gal 5,16-25).

¿Quién es Dios para Jesús sino el Padre, y quien es Jesús para Dios sino su Hijo?(Mt 11,27):Recordemos en el momento del bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Refleja unida intima entre Padre-Hijo: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30).

¿Quién es Jesús para mí? La pregunta de Jesús es: ¿Uds quien dicen que soy? Pedro respondió y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16). Ahora Jesús nos ha dicho: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús es, aún más tajante al decir: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Y en la tercera parte: ¿A quién se dirige Jesús? (Mt 11,28-30)? Se dirige a cada uno de los pobres y pequeños, es decir a cada uno de nosotros. Nos ha dicho:  “Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaran descanso para sus almas” (Mt11,28-29). ¿Cuál es el yugo que mayormente pesaba sobre el pueblo de aquel tiempo? Y ahora ¿cuál es el yugo que más pesa sobre ti? ¿No es el odio, el resentimiento, envidia, orgullo etc? Y ¿Cuál es el yugo que me da descanso? ¿No es el amor, la misericordia, la caridad, el perdón, la paz? ¿Cómo pueden las palabras de Jesús ayudar a nuestra familia a ser un lugar de reposo para nuestras vidas?

Fíjense que Jesús se nos presenta como revelador y como camino al Padre. Algo que ya nos dijo: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora bien conviene otra vez preguntarnos: ¿Quién es Jesús para mí? Y ojala nos respondiéramos como Pedro que respondió: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16) y ten seguridad que Jesús nos diría también lo mismo que dijo a Pedro: “Feliz de ti Pedro, porque eso que me has dicho nadie te revelo de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te digo Tu eres Pedro y sobres esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,17-18). Pero esta respuesta por parte nuestra tiene que implicar un compromiso de ser el mensajero de Dios; al respecto el profeta dice: “Que hermoso son los pasos y los pies del mensajero que anuncia la palabra de Dios” (Is 52,7). Pero mismo Jesús nos dice: “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me niegue entre los hombres yo también lo najaré ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32). Este trabajo implica un compromiso serio, es el trabajo misionero.

En el Evangelio de Mateo, el discurso de la Misión ocupa todo el capítulo 10. En la parte narrativa que sigue después de los capítulos 11 y 12, donde se describe cómo Jesús realiza la Misión, aparecen incomprensiones y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que miraba a Jesús con una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El pueblo, que miraba a Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11, 16-19). Las grandes ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y habían visto los milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los escribas y doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de entender la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo entienden (Mt 12,46-50) Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva del Reino (Mt 11,25-30). Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere misericordia (Mt 12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a intentar matarlo (Mt 12,9-14). Ellos lo llaman Beelzebul (Mt 12, 22-32). Pero Jesús no cede; él continúa asumiendo la misión del Siervo, descrito por el profeta Isaías (Is 43, 1-4) y citado al completo por Mateo (Mt 12, 15-31).
El contexto de los capítulos 10-12 de Mateo sugiere que la aceptación de la buena nueva por parte de los pequeños es la realización de la profecía de Isaías 53,3. Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo que la mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un juez severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo que "no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt 12,20). Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho prevalezcan en el mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de los pequeños es la luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13), es el grano de mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las aves del cielo anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).

El resultado del trabajo misionero de los discípulas ha suscitado en Jesús esta exclamación de gozo. En efecto, con la llegada de los enviados a la misión y la alegría de ver cómo la semilla ha comenzado a prender y echar raíces en el corazón de los sencillos, los pequeños, que son precisamente sus preferidos. Aquello que todos excluyen son los que abren la tierra de sus corazones a las semillas de la Palabra de Dios. Esta exclamación de gozo y alegría del Señor ¿No será una llamada de atención para todos y también para la Iglesia? Dar el valor real a la gente que dio cabida a la palabra de Dios. Todos damos gran importancia a las ideas de los sabios, de los grandes entendidos que es otro problema de hoy, pero escuchamos muy poco la sabiduría de la gente sencilla.  Todos consultamos a los grandes, a los intelectuales, a los teólogos, ¿cuándo será que escuchemos a la madre y al padre de familia que cada día luchan por el pan de sus hijos y que hasta pudiera darse que no sepan ni leer ni escribir, pero tienen un corazón lleno de Dios y lleno de la sabiduría de Dios? Además hay un segundo mensaje que me parece importantísimo: Jesús nos invita a cuantos estamos cansados, agobiados, nerviosos y preocupados a buscar en él un poco de descanso. Algo que nosotros ya no sabemos hacer, ¿verdad?

¿Quién sabe descansar hoy día que andamos como locos mirando siempre al reloj? Somos como Marta: “Marta, estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el servicio? Dile que me ayude. Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42).

Hay algo a lo que solemos dar poca importancia. Es que también nosotros leemos del Evangelio lo que nos conviene. Jesús nos dice que Él no ha venido a imponernos cargas pesadas, al contrario, ha venido a regalarnos el don de la libertad. Nos vino a liberar de las esclavitudes. La fidelidad al Evangelio no es hacer insoportables las cosas, sino hacerlas ligeras y llevaderas. Aquí todos tenemos mucho que aprender. La primera expresa la ternura de la relación de Jesús con el Padre, como en la casa la relación entre hijo y papá. Aquí es Jesús que acude a la oración lleno de gozo a contarle al Padre lo que está sucediendo con el anuncio del Reino (Mt 11,25-26). Yo no sé si alguna vez hemos hablado con Dios para contarle algún acontecimiento que hemos visto o nos ha sucedido. ¿No es nuestro Padre? ¿Por qué no tener esa libertad de espíritu y esa confianza para hablarle a Dios de las cosas que nos suceden cada día?. Por ejemplo, cuanto tenemos que aprender de los pobres como el ciego que ha sido curado por Jesús y luego le pregunto:"¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?. Jesús le dijo: "lo estás viendo: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).

Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado" (Jn 11,41-42). Jesús dialoga con el Padre, Jesús le manifiesta y la confía su alegría por la reacción de la gente sencilla, la gente del pueblo. Jesús tiene una preferencia especial por los sencillos y los pobres y disfruta de la respuesta que esta gente sencilla da al Evangelio. Su alegría es tal que no puede quedarse con ella y va a contárselo al Padre. Además, le da las gracias porque también esas mismas son las preferencias de Dios. Jesús no se mueve entre los sabios, ni los grandes intelectuales que aplastan al resto con su saber y su ciencia y son los que se creen dueños de la verdad. Jesús prefiera a los que se sienten poca cosa para el mundo, y tienen un corazón simple y abierto al amor del Padre y al anuncio del reino. La pregunta está ahí mismo y no podemos desviarla para no sentirnos mal. ¿Cuáles son nuestras preferencias? ¿A quién invitamos a ser parte de nuestra vida? ¿Con quién nos sentimos más a gusto? ¿Tendremos las preferencias de Jesús o tendremos las preferencias del mundo? Si nuestras preferencias son de Jesús, entonces nos dice:"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

domingo, 21 de junio de 2020

DOMINGO XIII – A (28 de junio de 2020)


DOMINGO XIII – A  (28 de junio de 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según san Mateo: 10,37-42:

10:37 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
10:38 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
10:39 El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà.
10:40 El que los recibe a ustedes,  me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
10:41 El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
10:42 Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" PALABRA DEL SEÑOR.

hermanos (as) en el Señor paz y bien.

“El que busca salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” Mt 10,39). El tema de enseñanza de hoy es la salvación. Jesús al afirmar con contundencia el modo de obtener la salvación nos recuerda aquella inquietud del maestro de  la ley que también debería a todos inquietarnos; se acercó y preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna?" (Mt 19,16). U otra inquietud: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). O dígase lo mismo cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).

¿Por qué tiene que ser también inquietante e importante para nosotros el tema de la salvación? Porque la salvación trae a colación otra idea opuesta, la condenación: Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).

¿Cómo asegurar nuestra salvación? Amándonos  más a nosotros mismos? a nuestros padres? Hijos? Bienes? Casas? Riqueza? Nada de eso. Hoy, nos da pautas de cómo podemos ser merecedores de la salvación: El amor hacia Jesús debe superar el amor al padre y a la madre y a los hijos (Mt 10,37). Que, la cruz forma parte del seguimiento de Jesús (Mt 10,38). Incluso hasta saber o estar dispuesto a perder la vida para poderla poseer (Mt 10,39): "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-26).

Pareciera contraproducente la enseñanza de hoy, cuando el Señor nos recalca: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Nos prohíbe amar a nuestros padres o hijos? Claro que no. Debiera ser lo mismo que amando a nuestros padres es como amamos a Dios que por amor a Dios debemos amar a nuestros padres o prójimo. El problema está en que el amor a los padres o hijos, hoy se toma como causa final o ultima. El amor autentico siempre nos deja lugar a entender que la causa final de nuestra vida y por ende nuestra salvación es Dios y no nuestra vida  ni nuestros padres  ni nuestros hijos.

¿Por qué tiene que ser importante  para el creyente el amor autentico a Dios? Recordemos que de por medio está en juego nuestra salvación. Al respecto Jesús bien dijo a Nicodemo: “Tanto a amó Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Además recordemos aquella escena cuando el doctor de la ley preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40). Jesús se remite a las escrituras y la ley del A.T:

Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes” (Dt 6,4-9).

Juan en su primera carta nos define algo importante: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Pero ¿nuestro amor a Dios hace más o menos a Dios? ¿Será Dios más si lo amamos? Claro que no. Recordemos aquella cita: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mt 3,7-9). Así también Dios puede sacar de las piedras que lo amen.

San Juan nos dice también: “Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12).  Mismos Jesús nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que se amen unos otros como le he amado” (Jn 13,34). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). ¿Cómo nos amó Dios? Bonito? Jugando? Nada de eso. Dios nos amó en su Hijo hasta dar su vida por nosotros. Por eso es que, la causa final o última del amor autentico es el amor a Dios y no solo el amor a los padres y menos amar mas a los padre e hijos que a Dios. Amando a los padres o hijos es como amamos de verdad a Dios. En saber amarnos unos a otros es como amamos en verdad a Dios.

Reitero: ¿Cuál debe ser la actitud de aquel quien quiere seguir a Cristo? 1) "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). 2) “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38).  3) “El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà” (Mt 10,39). Ademas conviene agregar algo: 4) "Los apóstoles volvieron muy contentos y dijeron, Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Jesús les dijo: no se alegren porque los demonios se los someten; alégrense mas bien porque su nombre estén escrito en cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo hacer que nuestros nombres estén escritos en el cielo? Anunciando el Evangelio por todo el mundo (Mc 16,15). Y recordemos también lo que nos dice Jesús: "Quien me confiese en este mundo ante los hombres, yo también lo confesare a el ante mi Padre que esta en el cielo, pero quien me niegue, yo también lo negare ante mi Padre" (Mt 10,32). Al respecto, San Pablo, quien cumplió esto como Cristo lo exige, pudo llegar a exclamar al decir: “Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo Quien vive en Mí” (Gál. 2, 20).

Tras la enseñanza del amor a Dios que se alcanza amando al prójimo se acuña la idea de la vida de santidad. Porque dice Dios: “Yo soy su Dios, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). En eso consiste la santidad:  en ese morir continuamente a uno mismo para dejar que sea Dios Quien viva en uno.  Esa palabra “santidad” asusta.  Pero ...  ¿qué es la santidad?  No es algo inalcanzable ...  Tratar de ser santos es tratar de seguir la Voluntad de Dios para nuestra vida. Y ¿cómo se hace esto?  Se hace dejando de tener voluntad propia, dejando de tener planes y rumbos propios, dejando de tener criterios y pretensiones propias ...  Es cambiar todo eso por lo que Dios quiere para mí.   Es renunciar a la propia voluntad y asumir la Voluntad de Dios como propia.  Es dejar que Dios sea Quien haga, Quien muestre su plan, Quien indique rumbos, Quien proponga criterios, etc.

Jesús nos promete: “El que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más  en esta vida y obtendrá la recompensa de la Vida eterna” (Mt 19,29). ¿En qué consiste esa recompensa? Al final de todo cada uno recibe la recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). La paga cosiste en: "Donde estoy yo estén también uds” (Jn 14,3). Estar con Dios el Enmanuel (Mt 1,23).

domingo, 14 de junio de 2020

DOMINGO XII – A (21 de junio de 2020)

DOMINGO XII – A (21 de junio de 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 10,26-33

10:26 No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
10:27 Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
10:28 No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
10:29 ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
10:30 Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
10:31 No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
10:32 Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
10:33 Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Les dije la verdad que he oído a mi Padre, por cuál de esas verdades me quieren mata?” (Jn 8,40). “Los judíos dan estas razones para matar a Jesús: porque no sólo violaba el sábado (haciendo curaciones), sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18). ¿Quiénes son esos judíos y por qué no aceptan que Jesús es el Hijo de Dios? Juan dice: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo” (I Jn 2,22). Jesús les dijo a los judíos: “Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). La mentira se opone a la verdad por eso Jesús les dice: “A mí no me creen, porque les digo la verdad” (Jn 8,45). “ Yo soy la verdad” (Jn 14,6). Jesús dijo también a sus discípulos: “si esto hacen conmigo qué no harán con ud” (Lc 23,31). “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). En suma el señor ha puesto las condiciones y el precio del cielo. La única forma de merecer el cielo es trabajando en la misión no obstante las duras limitaciones.

En el discurso de la montaña Jesús advirtió sobre la adversidad que implica promover el reino de los cielos al decir: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando los calumnie en toda forma por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12). Y en el discurso sobre la misión, Jesús dice a sus apóstoles no solamente qué es lo que deben hacer (Mt 10,5-15) y cuáles son las dificultades que les aguardan (Mt 10,16-25), sino también cómo deben superar las situaciones desfavorables en la misión (Mt 10,26-33).

El misionero ante los peligros: Una vez que Jesús terminó las primeras instrucciones a sus apóstoles (Mateo 10,5-15), dijo: “Mirad que los envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16). Desde ese momento se capta que la misión implica peligros: juicios en los “tribunales” (Mt 10,17), “azotes” (Mt 10,17) e incluso “muerte por los de su propia familia” (Mt 10,21). Una frase de Jesús describe crudamente este ambiente de persecución y rechazo: “Serán odiados de todos por causa de mi nombre” (Mt 10,22).

Todo esto hay que entenderlo como una verificación de la estrecha comunión del discípulo con su Maestro, es decir, es parte del seguimiento: “No está el discípulo por encima del Maestro… Ya le basta al discípulo ser como el Maestro” (Mt 10,24.25).

Enfrentar los miedos: Sentimos que no podemos asegurarlo todo con nuestros propios esfuerzos. Todo lo que somos y nos pertenece nos expone a heridas y pérdidas, es objeto de amenaza, de recelos y temores. En el texto afloran cuatro “miedos” del misionero: Miedo a hablar en público (Mt 10,26-27). Miedo a que destruyan su integridad física  (Mt 10,28-31). El miedo verdadero debe estar en: Miedo a perder la comunión definitiva con Jesús (Mt 10,32-33); y miedo a perder la salvación, “muerte del alma” (Mt 10,28-31).

¿Qué es lo que deben hacer los apóstoles que, precisamente por cumplir la misión que Jesús le encomienda, son criticados y perseguidos?; ¿Dejar la misión? ¿Renunciar a su confesión de fe para sobrevivir en medio del ambiente hostil? ¿Aplazar la tarea para cuando lleguen tiempos mejores? ¿Amoldarse a la vida de la sociedad haciendo concesiones que le eviten los conflictos? ¿Quedarse callados ante lo que sucede en el mundo y permitir que todo siga como siempre?

La enseñanza de Jesús: Ante las situaciones desfavorables descritas y el dilema correspondiente, la enseñanza de Jesús a los misioneros gira en torno a una misma expresión que tres veces repite con fuerza: “¡No tengan miedo!”: 1) “No les tengan miedo. Pues nada hay encubierto que no haya de ser descubierto” (Mt 10,26). 2) “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). 3) “No tengan miedo, pues, Uds valen más que muchos pajarillos” (Mt 10,31).

Jesús no niega que los misioneros pasarán por momentos amargos. Él mismo se refiere a ello varias veces y quiere que sus apóstoles no se hagan falsas ilusiones: su tarea de anunciar el Reino y su pertenencia a él en calidad de discípulos los hacen mucho más vulnerables ante el entorno social. En el centro está el Dios Padre de Jesús (Jn 17,21): Él es la realidad determinante frente al cual nada debe ser preferido, a cuya voluntad nada escapa, quien cuida a los suyos con amor paterno (I Jn 4,8).

"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Jn 16,24-26). Buscando la salvación de los demás es como podemos asegurar nuestra salvación; ello implicará incluso dar la vida por la cusa del evangelio. Pero esta conducta tiene su recompensa: “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).

 “No Teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de su Padre. En cuanto a Uds. hasta los cabellos de su cabeza están todos contados. No teman, pues; Uds valen más que muchos pajarillos” (Mt 10,28-31). Ante el rechazo o el martirio prevalece la confianza en el Dueño de la Vida. En efecto, la exhortación a “no temer” ahora es más concreta: se trata de la eventualidad de la muerte. Por pertenecer a Jesús, el discípulo puede sufrir una muerte violenta.

Jesús nos habla también de un “temor” que sí hay que tener: el temor de Dios, que es ante todo respeto. De hecho, hay que saber distinguir entre el verdadero y el falso temor, así como lo hace el profeta Isaías: “No teman ni tiemblen de lo que el (pueblo) teme; a Dios que es santo, a Él si su temor” (Mt 8,12-13). Este pensamiento nos remite a la exhortación para el martirio que encontramos en el libro de los Macabeos. El viejo Eleazar, ya moribundo por la tremenda paliza, dice: “El Señor, que posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios dolores, pero en mi alma los sufro con gusto por temor de él” (2 Macabeos 6,30). Claro está, a diferencia de la historia de Eleazar, esta vez la motivación proviene de Jesús y con antecedencia a la situación de peligro de muerte de un discípulo suyo.

Valoración del poder: La motivación fundamental que Jesús da para atreverse a dar el paso del martirio: la vida en última instancia depende de Dios. Para comprender mejor esto hay que hacer una valoración del poder: 1) El poder de los hombres, quienes pueden matar el cuerpo pero no matar el alma. 2) El poder de Dios, que puede mandar a la perdición el cuerpo y el alma a la gehena. (en el mundo bíblico la “gehena” es concebida como lugar de pena eterna). Jesús pide valentía también frente al daño extremo e irrevocable en el que podemos caer, esto es, frente a la muerte. El hecho que nosotros continuemos viviendo o que nuestra vida se acabe de repente, puede depender de los hombres. Con todo, Jesús nos recuerda que la muertes es solamente realidad penúltima, que la vida terrena no es el bien mayor y que la muerte no es el mal más grande, y que, a pesar de su poder para matar, los hombres no tienen ningún poder discrecional sobre la salvación o sobre la condenación. Aquí termina el poder humano y comienza el ámbito del poder exclusivo de Dios.

Jesús nos invita a tener coraje, no porque Dios frente a los hombres impida que los maten, sino porque los hombres matando no pueden incluir en lo más mínimo sobre el destino de salvación definitiva, sobre nuestra vida eterna con Dios. Al mismo tiempo invita al temor de Dios, porque nuestro destino definitivo solamente depende de él: la vida o la ruina eterna. No hay que tener miedo de Dios, hay que acoger con sencillez y respeto esta situación. El valor más alto no es la vida terrena, por eso no hay que tratar de conservarla a toda costa. El valor mayor es nuestra relación con Dios y con su voluntad, por eso debemos comprometernos valientemente con todo nuestro ser. Cuanto más nos abandonamos a él, tanto más somos libres frente a los hombres y a sus acciones.

El verdadero amor providente de Dios quien conoce mucho más que nosotros el por qué de la muerte: “Tanto amo Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16.18).

Las imágenes del gorrión y de los cabellos, son significativas: 1) El gorrión no cae sin que el Padre lo sepa. De esta manera, Jesús se remite al cuidado que Dios Padre tiene de lo creado. La lógica es: si Dios se ocupa de un gorrión (que vale un “as”, la moneda más sencilla y devaluada), cuánto más un discípulo vale ante Dios. 2) Los cabellos son, como sucede con la arena de la playa, símbolo de lo que aparentemente no se puede contar, por ejemplo: “Son más que los cabellos de mi cabeza lo que sin causa me odian” (Salmo 69,5). Con esta imagen se establece un contraste entre el conocimiento de Dios y la ignorancia humana. Aplicado al martirio significa que uno puede ser que uno no consiga comprender la maldad humana, y mucho menos cómo es que Dios puede permitirla, pero si uno no es capaz de contar los cabellos de la cabeza, ¿cómo se atreve a juzgar al creador, quien está por encima de toda comprensión humana? En otras palabras: el mártir confía en el conocimiento de Dios, quien comprende el sentido de la muerte (lo que se llamará el “escándalo de la Cruz”).

En el centro está entonces la confianza en la providencia y la asistencia del Padre del Cielo. Dios no está ausente ni desinteresado por lo que le pase a sus discípulos. La persecución y la muerte de ellos no será un desastre o fatalidad sin sentido, porque ellos no morirán sin que Dios lo permita. ¡El amor de Dios no es tan idílico como podría parecer!

“Por tanto, no tengan temor” (Mt 10,31). Quien es perseguido puede tener la impresión de estar afrontando solo a la gente y su violencia, y que Dios lo haya abandonado y se haya olvidado de él. Jesús revela un Dios que conoce cada pajarito y cuenta cada cabello. Un Dios Padre que abraza todas las cosas y sin su consentimiento nada sucede. Si a él no se le escapan estas pequeñas cosas, en las cuales nosotros nos sentimos impotentes, mucho más su atención y su cuidado paterno acompañarán a los hombres. Jesús no dice que no nos llegará a suceder nada malo ni desagradable. Pero todo lo que nos sucede está en las manos de Dios, es conocido, determinado y llevado a término por él. No debemos caer en el desaliento, sino que con confianza podemos confiarle nuestro destino a la guía benévola y a la providencia de Dios.

La fidelidad a Jesús: No sólo hay que ser intrépido en la evangelización sino también, y ante todo, en la fidelidad personal hacia Jesús. El apóstol tiene dos posibilidades radicales: confesar o negar su discipulado. No hay término medio. Se pide la confesión de la fe como una expresión de identidad: el discípulo debe ser claro en su comportamiento ante los hombres. Jesús ya lo había dicho: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras” (Mt 5,16; 6,1). La toma de posición tiene efecto en el juicio final. Por lo tanto, el discípulo se juega la salvación que él mismo anuncia. Así lo expresan otros textos:

En este mismo Evangelio: “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16,27; 25,31). En el Apocalipsis: “El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Ángeles” (Ap 3,5).

Lecciones: 1) Jesús no les da ninguna garantía a los discípulos de que no les ocurrirán los peligros de los cuales tienen miedo. Sin embargo, su invitación “no tengan miedo”, no es un llamado irresponsable a un comportamiento heroico pero sin sentido. Jesús les abre los ojos, les quiere mostrar los peligros y los valores reales y, en consecuencia, cuál es el comportamiento razonable. 2) Todo esto está conectado con el conocimiento que Él tiene de Dios y de su relación con los hombres. Esto se pone una vez más en el centro de atención. La invitación a anunciar el evangelio y hacer una confesión de fe intrépida, es la conclusión coherente de lo que la inteligencia percibe sobre el significado y del actuar de Dios. 3) Jesús, quien les ha pedido a sus discípulos que anuncien con valentía su mensaje (Mt 10,27), también exige de ellos plena confianza en su persona (Mt 10,32). Ellos deben mostrar incondicionalmente su pertenencia a él y creer en su mensaje, que es ante todo el mensaje sobre su Padre celestial. De esto depende el que Jesús se declare un día a su favor ante Dios Padre, quien decidirá la salvación o la ruina eterna (Mt 10,28). Así Jesús revela de nuevo su incomparable posición y autoridad: de nuestro comportamiento hacia él se decide el juicio de Dios sobre nosotros, y con éste nuestro destino eterno.

sábado, 13 de junio de 2020

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI – A (14 de Junio del 2020)


SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI – A (14 de Junio del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 6,51-58:

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
6:57 Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Toman y coman todos de él porque esto es mi cuerpo…”(Mt 26,26); “…Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6,51). "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,53). Así como yo, he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí” (Jn 6,57). Como vemos, Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (NC 1323). Así, pues, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (1 Co 15,28).

La Santa Eucaristía es el Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; Sal 116), sacrificio espiritual (1 Pe 2,5), sacrificio puro (Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza (Jer 33,31-33).

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz (NC 1334).

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (Jn 6,51).

Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 1,31) y con el mismo Jesús crucificado y resucitado(Lc 24,39). Es comunión con el Padre glorificado en el Hijo (Jn 14,20).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro (Jn 14,6). Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Cor 10,16). En efecto, somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto (I Cor 10,17).. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

La sagrada comunión nos une con Dios en el Hijo, Jesús sacramentado.  Para que tenga efecto positivo en el que comulga, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29). 

En cada celebración eucarística, el Señor nos dirige una invitación personal y urgente a recibirle: "En verdad, en verdad los digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en Uds." (Jn 6,53). “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida” (Jn 6,55). Y porque, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo, como ya mencionamos, nos exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (NC 1385).

“El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed” (Jn 6,33-35). Jesús Dijo a la samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú misma me  pedirías, y yo te daría agua viva"(Jn 4,10). Jesús estando a la mesa: “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,30-32):

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme"(Mt 8,8). Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!" (Jn 20,28-29).

lunes, 1 de junio de 2020

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (07 de Junio del 2020)


SANTÍSIMA TRINIDAD - A (07 de Junio del 2020)

Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan 3,16-18:

3:16 Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
3:17 Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
3:18 El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz  Bien.

Al celebrar la fiesta de Pentecostés hemos terminado el manifiesto completa del ser de Dios. Pero, ¿Dios, qué necesidad tiene de manifestarse o darse a conocer? ¿Por qué lo hizo de tres modos distintos? ¿Por qué no se dio a conocer solo de un modo o de dos o de cuatro o diez modos distintos? Claro está que Dios pudo darse a conocer como le dé la gana. En su libertad incluso pudo no darse a conocer. Entonces; ¿Qué motivó a actuar de tres modos distintos? Estas y otras inquietudes responde la celebración de la solemnidad de la Santísima  Trinidad.

Dios dice: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14); “Dios es espíritu” (Jn 4,24); “Dios es amor” (I Jn 4,8). La identidad del ser de Dios es: “Dios es espíritu de amor” y El espíritu de Dios tiene su manifiesto en la Primera Divina persona como Padre Creador Y Crea por amor. El espíritu de Dios se manifiesta en la segunda Divina Persona como Hijo y tiene la misión de redimir a la humanidad por amo. El espíritu de Dios se manifiesta en la tercera divina persona como Espíritu Santo para santificar la obra creadora del Padre y la obra redentora del Hijo. Las tres divinas persona esta unidas por el amor mutuo.

“Tanto a amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Este enunciado, parte del evangelio que hoy hemos leído, lo podemos reorientar en primera persona hacia nosotros de modo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Incluso en sentido más personal se nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto los reconocerán que son mis discípulos, en que saben amarse unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Finalmente hace falta mencionar dos citas de los domingos anteriores: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19-20).

Es el misterio central de la fe y de la vida cristiana creer en el Padre, Hijo  y Espíritu Santo.

La divina revelación de Dios uno y trino: La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Toda la vida de Jesús es revelación del Dios Uno y Trino: en la anunciación, en el nacimiento, en el episodio de su pérdida y hallazgo en el Templo cuando tenía doce años, en su muerte y resurrección, Jesús se revela como Hijo de Dios de una forma nueva con respecto a la filiación conocida por Israel. Al comienzo de su vida pública, además, en el momento de su bautismo, el mismo Padre atestigua al mundo que Cristo es el Hijo Amado (Mt 3, 13-17 y par.) y el Espíritu desciende sobre Él en forma de paloma. A esta primera revelación explicita de la Trinidad corresponde la manifestación paralela en la Transfiguración, que introduce al misterio Pascual (Mt 17, 1-5). Finalmente, al despedirse de sus discípulos, Jesús les envía a bautizar en el nombre de las tres Personas divinas, para que sea comunicada a todo el mundo la vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).

En el Antiguo Testamento, Dios había revelado su unicidad y su amor hacia el pueblo elegido: Yahwé era como un Padre. Pero, después de haber hablado muchas veces por medio de los profetas, Dios habló por medio del Hijo (Hb 1, 1-2), revelando que Yahwé no sólo es como un Padre, sino que es Padre (cfr. Compendio, 46). Jesús se dirige a Él en su oración con el término arameo Abbá, usado por los niños israelitas para dirigirse a su propio padre (Mc 14, 36), y distingue siempre su filiación de la de los discípulos. Esto es tan chocante, que se puede decir que la verdadera razón de la crucifixión es justamente el llamarse a sí mismo Hijo de Dios en sentido único. Se trata de una revelación definitiva e inmediata (Sto Tomas de A), porque Dios se revela con su Palabra: no podemos esperar otra revelación, en cuanto Cristo es Dios (Jn 20, 17) que se nos da, insertándonos en la vida que mana del regazo de su Padre.

En Cristo, Dios abre y entrega su intimidad, que de por sí sería inaccesible al hombre sólo por medio de sus fuerzas. Esta misma revelación es un acto de amor, porque el Dios personal del Antiguo Testamento abre libremente su corazón y el Unigénito del Padre sale a nuestro encuentro, para hacerse una cosa sola con nosotros y llevarnos de vuelta al Padre (Jn 1, 18). Se trata de algo que la filosofía no podía adivinar, porque radicalmente se puede conocer sólo mediante la fe.


Dios no sólo posee una vida íntima, sino que Dios es –se identifica con– su vida íntima, una vida caracterizada por eternas relaciones vitales de conocimiento y de amor, que nos llevan a expresar el misterio de la divinidad en términos de procesiones.

De hecho, los nombres revelados de las tres Personas divinas exigen que se piense en Dios como el proceder eterno del Hijo del Padre y en la mutua relación –también eterna– del Amor que «sale del Padre» (Jn 15, 26) y «toma del Hijo»(Jn 16, 14), que es el Espíritu Santo. La Revelación nos habla, así, de dos procesiones en Dios: la generación del Verbo (cfr. Jn 17. 6) y la procesión del Espíritu Santo. Con la característica peculiar de que ambas son relaciones inmanentes, porque están en Dios: es más son Dios mismo, en tanto que Dios es Personal; cuando hablamos de procesión, pensamos ordinariamente en algo que sale de otro e implica cambio y movimiento. Puesto que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino (Gn 1, 26-27), la mejor analogía con las procesiones divinas la podemos encontrar en el espíritu humano, donde el conocimiento que tenemos de nosotros mismos no sale hacia afuera: el concepto que nos hacemos de nosotros es distinto de nosotros mismos, pero no está fuera de nosotros. Lo mismo puede decirse del amor que tenemos para con nosotros. De forma parecida, en Dios el Hijo procede del Padre y es Imagen suya, análogamente a como el concepto es imagen de la realidad conocida. Sólo que esta Imagen en Dios es tan perfecta que es Dios mismo, con toda su infinitud, su eternidad, su omnipotencia: el Hijo es una sola cosa con el Padre, el mismo Algo, esa es la única e indivisa naturaleza divina, aunque sea otro Alguien. El Símbolo del Nicea-Constantinopla lo expresa con la formula «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». El hecho es que el Padre engendra al Hijo donándose a Él, entregándole Su substancia y Su naturaleza; no en parte, como acontece en la generación humana, sino perfecta e infinitamente.

Lo mismo puede decirse del Espíritu Santo, que procede como el Amor del Padre y del Hijo. Procede de ambos, porque es el Don eterno e increado que el Padre entrega al Hijo engendrándole y que el Hijo devuelve al Padre como respuesta a Su Amor. Este Don es Don de sí, porque el Padre engendra al Hijo comunicándole total y perfectamente su mismo Ser mediante su Espíritu. La tercera Persona es, por tanto, el Amor mutuo entre el Padre y el Hijo. El nombre técnico de esta segunda procesión es espiración. Siguiendo la analogía del conocimiento y del amor, se puede decir que el Espíritu procede como la voluntad que se mueve hacia el Bien conocido.

Estas dos procesiones se llaman inmanentes, y se diferencian radicalmente de la creación, que es transeúnte, en el sentido de que es algo que Dios obra hacia fuera de sí. Al ser procesiones dan cuenta de la distinción en Dios, mientras que al ser inmanentes dan razón de la unidad. Por eso, el misterio del Dios Uno y Trino no puede ser reducido a una unidad sin distinciones, como si las tres Personas fueran sólo tres máscaras; o a tres seres sin unidad perfecta, como si se tratara de tres dioses distintos, aunque juntos.

Las dos procesiones son el fundamento de las distintas relaciones que en Dios se identifican con las Personas divinas: el ser Padre, el ser Hijo y el ser espirado por Ellos. De hecho, como no es posible ser padre y ser hijo de la misma persona en el mismo sentido, así no es posible ser a la vez la Persona que procede por la espiración y las dos Personas de las que procede. Conviene aclarar que en el mundo creado las relaciones son accidentes, en el sentido de que sus relaciones no se identifican con su ser, aunque lo caractericen en lo más hondo como en el caso de la filiación. En Dios, puesto que en las procesiones es donada toda la substancia divina, las relaciones son eternas y se identifican con la substancia misma.

Estas tres relaciones eternas no sólo caracterizan, sino que se identifican con las tres Personas divinas, puesto que pensar al Padre quiere decir pensar en el Hijo; y pensar en el Espíritu Santo quiere decir pensar en aquellos respecto de los cuales Él es Espíritu. Así las Personas divinas son tres Alguien, pero un único Dios. No como se da entre tres hombres, que participan de la misma naturaleza humana sin agotarla. Las tres Personas son cada una toda la Divinidad, identificándose con la única Naturaleza de Dios: las Personas son la Una en la Otra. Por eso, Jesús dice a Felipe que quien le ha visto a Él ha visto al Padre (Jn 14, 6), en cuanto Él y el Padre son una cosa sola (Jn 10, 30 y 17, 21). Esta dinámica, que técnicamente se llama pericóresis o circumincesio (dos términos que hacen referencia a un movimiento dinámico en que el uno se intercambia con el otro como en una danza en círculo) ayuda a darse cuenta de que el misterio del Dios Uno y Trino es el misterio del Amor: «Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él» (CIC 221).

Si Dios es eterna comunicación de Amor, es comprensible que ese Amor se desborde fuera de Él en Su obrar. Todo el actuar de Dios en la historia es obra conjunta de la tres Personas, puesto que se distinguen sólo en el interior de Dios. No obstante, cada una imprime en las acciones divinas ad extra su característica personal. Con una imagen, se podría decir que la acción divina es siempre única, como el don que nosotros podríamos recibir de parte de una familia amiga, que es fruto de un sólo acto; pero, para quien conoce a las personas que forman esa familia, es posible reconocer la mano o la intervención de cada una, por la huella personal dejada por ellas en el único regalo.

Este reconocimiento es posible, porque hemos conocido a las Personas divinas en su distinción personal mediante las misiones, cuando Dios Padre ha enviado juntamente al Hijo y al Espíritu Santo en la historia (Jn 3, 16-17 y 14, 26), para que se hiciesen presentes entre los hombres: «son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas» (CIC 258). Ellos son como las dos manos del Padre que abrazan a los hombres de todos los tiempos, para llevarlos al seno del Padre. Si Dios está presente en todos los seres en cuanto principio de lo que existe, con las misiones el Hijo y el Espíritu se hacen presentes de forma nueva. La misma Cruz de Cristo manifiesta al hombre de todos los tiempos el eterno Don que Dios hace de Sí mismo, revelando en su muerte la íntima dinámica del Amor que une a las tres Personas.

Significa que el sentido último de la realidad, lo que todo hombre desea, lo que ha sido buscado por los filósofos y por las religiones de todos los tiempos es el misterio del Padre que eternamente engendra al Hijo en el Amor que es el Espíritu Santo. En la Trinidad se encuentra, así, el modelo originario de la familia humana y su vida íntima es la aspiración verdadera de todo amor humano. Dios quiere que todos los hombres sean una sola familia, es decir una cosa sola con Él mismo, siendo hijos en el Hijo. Cada persona ha sido creado a imagen y semejanza de la Trinidad (Gn 1, 27) y está hecho para vivir en comunión con los demás hombres y, sobre todo, con el Padre Celestial. Aquí se encuentra el fundamento último del valor de la vida de cada persona humana, independientemente de sus capacidades o de sus riquezas.

El acceso al Padre se puede encontrar sólo en Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6): mediante la gracia los hombres pueden llegar a ser un solo Cuerpo místico en la comunión de la Iglesia. A través de la contemplación de la vida de Cristo y a través de los sacramentos, tenemos acceso a la misma vida íntima de Dios. Por el Bautismo somos insertados en la dinámica de Amor de la Familia de las tres Personas divinas. Por eso, en la vida cristiana, se trata de descubrir que a partir de la existencia ordinaria, de las múltiples relaciones que establecemos y de nuestra vida familiar, que tuvo su modelo perfecto en la Sagrada Familia de Nazareth podemos llegar a Dios: Al tratar a las tres Personas, a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y para llegar a la Trinidad Beatísima, pasa por María. De este modo, se puede descubrir el sentido de la historia como camino de la trinidad a la Trinidad, aprendiendo de la “trinidad de la tierra” –Jesús, María y José– a levantar la mirada hacia la Trinidad del Cielo.