domingo, 21 de junio de 2020

DOMINGO XIII – A (28 de junio de 2020)


DOMINGO XIII – A  (28 de junio de 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según san Mateo: 10,37-42:

10:37 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
10:38 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
10:39 El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà.
10:40 El que los recibe a ustedes,  me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
10:41 El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
10:42 Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" PALABRA DEL SEÑOR.

hermanos (as) en el Señor paz y bien.

“El que busca salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” Mt 10,39). El tema de enseñanza de hoy es la salvación. Jesús al afirmar con contundencia el modo de obtener la salvación nos recuerda aquella inquietud del maestro de  la ley que también debería a todos inquietarnos; se acercó y preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación eterna?" (Mt 19,16). U otra inquietud: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). O dígase lo mismo cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).

¿Por qué tiene que ser también inquietante e importante para nosotros el tema de la salvación? Porque la salvación trae a colación otra idea opuesta, la condenación: Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18).

¿Cómo asegurar nuestra salvación? Amándonos  más a nosotros mismos? a nuestros padres? Hijos? Bienes? Casas? Riqueza? Nada de eso. Hoy, nos da pautas de cómo podemos ser merecedores de la salvación: El amor hacia Jesús debe superar el amor al padre y a la madre y a los hijos (Mt 10,37). Que, la cruz forma parte del seguimiento de Jesús (Mt 10,38). Incluso hasta saber o estar dispuesto a perder la vida para poderla poseer (Mt 10,39): "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-26).

Pareciera contraproducente la enseñanza de hoy, cuando el Señor nos recalca: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Nos prohíbe amar a nuestros padres o hijos? Claro que no. Debiera ser lo mismo que amando a nuestros padres es como amamos a Dios que por amor a Dios debemos amar a nuestros padres o prójimo. El problema está en que el amor a los padres o hijos, hoy se toma como causa final o ultima. El amor autentico siempre nos deja lugar a entender que la causa final de nuestra vida y por ende nuestra salvación es Dios y no nuestra vida  ni nuestros padres  ni nuestros hijos.

¿Por qué tiene que ser importante  para el creyente el amor autentico a Dios? Recordemos que de por medio está en juego nuestra salvación. Al respecto Jesús bien dijo a Nicodemo: “Tanto a amó Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Además recordemos aquella escena cuando el doctor de la ley preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40). Jesús se remite a las escrituras y la ley del A.T:

Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes” (Dt 6,4-9).

Juan en su primera carta nos define algo importante: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Pero ¿nuestro amor a Dios hace más o menos a Dios? ¿Será Dios más si lo amamos? Claro que no. Recordemos aquella cita: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham” (Mt 3,7-9). Así también Dios puede sacar de las piedras que lo amen.

San Juan nos dice también: “Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12).  Mismos Jesús nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo que se amen unos otros como le he amado” (Jn 13,34). “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). ¿Cómo nos amó Dios? Bonito? Jugando? Nada de eso. Dios nos amó en su Hijo hasta dar su vida por nosotros. Por eso es que, la causa final o última del amor autentico es el amor a Dios y no solo el amor a los padres y menos amar mas a los padre e hijos que a Dios. Amando a los padres o hijos es como amamos de verdad a Dios. En saber amarnos unos a otros es como amamos en verdad a Dios.

Reitero: ¿Cuál debe ser la actitud de aquel quien quiere seguir a Cristo? 1) "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). 2) “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38).  3) “El que trate de salvar  su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvarà” (Mt 10,39). Ademas conviene agregar algo: 4) "Los apóstoles volvieron muy contentos y dijeron, Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Jesús les dijo: no se alegren porque los demonios se los someten; alégrense mas bien porque su nombre estén escrito en cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo hacer que nuestros nombres estén escritos en el cielo? Anunciando el Evangelio por todo el mundo (Mc 16,15). Y recordemos también lo que nos dice Jesús: "Quien me confiese en este mundo ante los hombres, yo también lo confesare a el ante mi Padre que esta en el cielo, pero quien me niegue, yo también lo negare ante mi Padre" (Mt 10,32). Al respecto, San Pablo, quien cumplió esto como Cristo lo exige, pudo llegar a exclamar al decir: “Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo Quien vive en Mí” (Gál. 2, 20).

Tras la enseñanza del amor a Dios que se alcanza amando al prójimo se acuña la idea de la vida de santidad. Porque dice Dios: “Yo soy su Dios, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). En eso consiste la santidad:  en ese morir continuamente a uno mismo para dejar que sea Dios Quien viva en uno.  Esa palabra “santidad” asusta.  Pero ...  ¿qué es la santidad?  No es algo inalcanzable ...  Tratar de ser santos es tratar de seguir la Voluntad de Dios para nuestra vida. Y ¿cómo se hace esto?  Se hace dejando de tener voluntad propia, dejando de tener planes y rumbos propios, dejando de tener criterios y pretensiones propias ...  Es cambiar todo eso por lo que Dios quiere para mí.   Es renunciar a la propia voluntad y asumir la Voluntad de Dios como propia.  Es dejar que Dios sea Quien haga, Quien muestre su plan, Quien indique rumbos, Quien proponga criterios, etc.

Jesús nos promete: “El que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más  en esta vida y obtendrá la recompensa de la Vida eterna” (Mt 19,29). ¿En qué consiste esa recompensa? Al final de todo cada uno recibe la recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). La paga cosiste en: "Donde estoy yo estén también uds” (Jn 14,3). Estar con Dios el Enmanuel (Mt 1,23).

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