DOMINGO XIV - A (05 de Julio del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 11,25-30
11:25 En aquel tiempo, Jesús dijo: "Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a
los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
11:26 Sí, Padre, porque así lo has querido.
11:27 Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al
Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar.
11:28 Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados,
y yo los aliviaré.
11:29 Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque
soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
11:30 Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por
haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). ¿Quién
entiende el evangelio? ¿Los sabios, los letrados, los que han estudiado....?,
¿los curas, los teólogos? ¿Son estos los que entienden a Jesús; es decir, los que entienden el evangelio? hay razones
para dudarlo cuando se presenta a Jesús como una teoría. Sobre todo si apenas
han hecho otra cosa que estudiar.
Lo primero que hace falta para comprender el evangelio es
escucharlo, y lo segundo, semejante a lo primero e inseparable con lo primero,
es ponerlo en práctica. Pues el que no hace lo que escucha no ha entendido
nada. Por eso dice Jesús: "Dichoso el que escucha la palabra de Dios y la
pone en práctica" (Mt 7,24). Pero, no "los sabios y entendidos":
Pues la capacidad de escuchar de un hombre cualquiera depende de la necesidad
de preguntar. De modo que el "sabio y el entendido", el que vive sin
problemas y cree que todo lo tiene resuelto, el satisfecho, el situado en
bienes y opiniones, el que se cree justo y juzga a los demás, el
autosuficiente..., no pregunta, no busca, no escucha ni puede escuchar. Y menos
aún escucha un mensaje como el evangelio que habla de salvación, de liberación,
de perdón. Para él la mejor noticia no es la Buena Noticia, sino la ausencia de
toda noticia buena.
El Evangelio nos presenta dos momentos en la vida de Jesús.
1) Jesús en diálogo u oración con el Padre (Mt 11,25-27). 2) Nos aconseja que
todos nosotros comencemos a llevar una vida en Dios (Mt 11,28-30).
1) El Evangelio nos presenta a Jesús hablando con el Padre,
en momentos de silencio y oración en los que Jesús desahoga su corazón hablándole
de su experiencia al Padre. En este caso, el gozo y la alegría de ver cómo la
Palabra de Dios que no es otra cosa que el mismo Reino de Dios va calando en el
corazón de la gente sencilla y no precisamente en el corazón de aquellos que se
creen superiores. Más bien, son los de abajo, los sencillos, los que significan
poco para el mundo, son los más disponibles para abrir sus corazones a la
voluntad y a la gracia y el amor del Padre. Ese es el gran misterio de la
gracia.
2) Jesús que tiene la experiencia humana del cansancio de
los caminos, nos hace una invitación a saber reposar, descansar, regalarnos un
tiempo para respirar y dejar que nuestro espíritu se vacíe de tantas tensiones
que hoy, elegantemente, llamamos el “estrés”. Dios no es de los que echa cargas
encima de nosotros. Que a Dios no le gusta vernos derrumbados bajo el peso de
las obligaciones, imposiciones y mandatos de la carne. Que Dios lo que quiere
es vernos ligeros y libres en el camino y que las peores cargas ya las ha
llevado Él. Que carguemos con el yugo que Él nos impone, la vida en el
espíritu, porque es ligero y llevadero y no el yugo que con frecuencia nos
imponemos asimismo como es el de la carne o pecados. San Pablo nos sugiere así:
“Yo les exhorto a que vivan según el Espíritu de Dios, y así
no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra
el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso,
ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren… Se sabe muy bien cuáles son
las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y
superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y
discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos
los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas
cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es:
amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre
y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que
pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos
deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él”
(Gal 5,16-25).
¿Quién es Dios para Jesús sino el Padre, y quien es Jesús
para Dios sino su Hijo?(Mt 11,27):Recordemos en el momento del bautismo: “Tú
eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Refleja unida intima
entre Padre-Hijo: “Yo y el Padre somos una sola realidad” (Jn 10,30).
¿Quién es Jesús para mí? La pregunta de Jesús es: ¿Uds quien
dicen que soy? Pedro respondió y dijo: “Tu eres el Mesías, el hijo de Dios
vivo” (Mt 16,15-16). Ahora Jesús nos ha dicho: “Todo me ha sido entregado por
mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Jesús
es, aún más tajante al decir: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra”
(Mt 28,18). Y en la tercera parte: ¿A quién se dirige Jesús? (Mt 11,28-30)? Se
dirige a cada uno de los pobres y pequeños, es decir a cada uno de nosotros.
Nos ha dicho: “Vengan a mí todos los que están cansados y fatigados, y yo
les daré descanso. Tomen sobre Uds. mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaran descanso para sus almas” (Mt11,28-29). ¿Cuál es
el yugo que mayormente pesaba sobre el pueblo de aquel tiempo? Y ahora ¿cuál es
el yugo que más pesa sobre ti? ¿No es el odio, el resentimiento, envidia,
orgullo etc? Y ¿Cuál es el yugo que me da descanso? ¿No es el amor, la
misericordia, la caridad, el perdón, la paz? ¿Cómo pueden las palabras de Jesús
ayudar a nuestra familia a ser un lugar de reposo para nuestras vidas?
Fíjense que Jesús se nos presenta como revelador y como
camino al Padre. Algo que ya nos dijo: “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va
al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora bien conviene otra vez preguntarnos:
¿Quién es Jesús para mí? Y ojala nos respondiéramos como Pedro que respondió:
“Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16) y ten seguridad que Jesús
nos diría también lo mismo que dijo a Pedro: “Feliz de ti Pedro, porque eso que
me has dicho nadie te revelo de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora
te digo Tu eres Pedro y sobres esta piedra edificare mi Iglesia” (Mt 16,17-18).
Pero esta respuesta por parte nuestra tiene que implicar un compromiso de ser
el mensajero de Dios; al respecto el profeta dice: “Que hermoso son los pasos y
los pies del mensajero que anuncia la palabra de Dios” (Is 52,7). Pero mismo
Jesús nos dice: “Al que me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo
reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me niegue entre los
hombres yo también lo najaré ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10,32).
Este trabajo implica un compromiso serio, es el trabajo misionero.
En el Evangelio de Mateo, el discurso de la Misión ocupa
todo el capítulo 10. En la parte narrativa que sigue después de los capítulos
11 y 12, donde se describe cómo Jesús realiza la Misión, aparecen incomprensiones
y resistencias que Jesús debe afrontar. Juan Bautista, que miraba a Jesús con
una mirada del pasado, no lo comprende (Mt 11, 1-15). El pueblo, que miraba a
Jesús sólo por interés, no es capaz de entenderlo (Mt 11, 16-19). Las grandes
ciudades en torno al lago, que habían oído la predicación y habían visto los
milagros, no quieren abrirse a su mensaje (Mt 11, 20-24). Los escribas y
doctores que juzgaban todo a partir de su ciencia, no son capaces de entender
la predicación de Jesús (Mt 11,25). Ni siquiera los parientes lo entienden (Mt
12,46-50) Sólo los pequeños entienden y aceptan la buena nueva del Reino (Mt
11,25-30). Los otros quieren sacrificios, pero Jesús quiere misericordia (Mt
12,8). La resistencia contra Jesús lleva a los fariseos a intentar matarlo (Mt
12,9-14). Ellos lo llaman Beelzebul (Mt 12, 22-32). Pero Jesús no cede; él
continúa asumiendo la misión del Siervo, descrito por el profeta Isaías (Is 43,
1-4) y citado al completo por Mateo (Mt 12, 15-31).
El contexto de los capítulos 10-12 de Mateo sugiere que la
aceptación de la buena nueva por parte de los pequeños es la realización de la
profecía de Isaías 53,3. Jesús es el Mesías esperado, pero es diverso de lo que
la mayoría imaginaba. No es el Mesías glorioso nacionalista, ni siquiera un juez
severo, ni un Mesías rey poderoso. Sino que es el Mesías humilde y siervo que
"no rompe la caña cascada, ni apagará la mecha humeante" (Mt 12,20).
Él proseguirá luchando, hasta cuando la justicia y el derecho prevalezcan en el
mundo (Mt 12,18. 20-21). La acogida del Reino por parte de los pequeños es la
luz que brilla (Mt 5,14), es la sal que da sabor (Mt 5,13), es el grano de
mostaza que (una vez convertido en árbol grande) permitirá a las aves del cielo
anidar entre sus ramas (Mt 13, 31-32).
El resultado del trabajo misionero de los discípulas ha
suscitado en Jesús esta exclamación de gozo. En efecto, con la llegada de los
enviados a la misión y la alegría de ver cómo la semilla ha comenzado a prender
y echar raíces en el corazón de los sencillos, los pequeños, que son
precisamente sus preferidos. Aquello que todos excluyen son los que abren la
tierra de sus corazones a las semillas de la Palabra de Dios. Esta exclamación
de gozo y alegría del Señor ¿No será una llamada de atención para todos y también
para la Iglesia? Dar el valor real a la gente que dio cabida a la palabra de
Dios. Todos damos gran importancia a las ideas de los sabios, de los grandes
entendidos que es otro problema de hoy, pero escuchamos muy poco la sabiduría
de la gente sencilla. Todos consultamos a los grandes, a los
intelectuales, a los teólogos, ¿cuándo será que escuchemos a la madre y al
padre de familia que cada día luchan por el pan de sus hijos y que hasta
pudiera darse que no sepan ni leer ni escribir, pero tienen un corazón lleno de
Dios y lleno de la sabiduría de Dios? Además hay un segundo mensaje que me
parece importantísimo: Jesús nos invita a cuantos estamos cansados, agobiados,
nerviosos y preocupados a buscar en él un poco de descanso. Algo que nosotros
ya no sabemos hacer, ¿verdad?
¿Quién sabe descansar hoy día que andamos como locos mirando
siempre al reloj? Somos como Marta: “Marta, estaba muy ocupada con los
quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el servicio? Dile que me ayude. Pero el Señor le
respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin
embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (Lc 10,38-42).
Hay algo a lo que solemos dar poca importancia. Es que
también nosotros leemos del Evangelio lo que nos conviene. Jesús nos dice que
Él no ha venido a imponernos cargas pesadas, al contrario, ha venido a
regalarnos el don de la libertad. Nos vino a liberar de las esclavitudes. La
fidelidad al Evangelio no es hacer insoportables las cosas, sino hacerlas
ligeras y llevaderas. Aquí todos tenemos mucho que aprender. La primera expresa
la ternura de la relación de Jesús con el Padre, como en la casa la relación
entre hijo y papá. Aquí es Jesús que acude a la oración lleno de gozo a
contarle al Padre lo que está sucediendo con el anuncio del Reino (Mt
11,25-26). Yo no sé si alguna vez hemos hablado con Dios para contarle algún
acontecimiento que hemos visto o nos ha sucedido. ¿No es nuestro Padre? ¿Por
qué no tener esa libertad de espíritu y esa confianza para hablarle a Dios de
las cosas que nos suceden cada día?. Por ejemplo, cuanto tenemos que aprender
de los pobres como el ciego que ha sido curado por Jesús y luego le
pregunto:"¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor,
para que crea en él?. Jesús le dijo: "lo estás viendo: es el que te está
hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se arrodilló y
lo adoró” (Jn 9,35-38).
Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
"Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo
he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has
enviado" (Jn 11,41-42). Jesús dialoga con el Padre, Jesús le manifiesta y
la confía su alegría por la reacción de la gente sencilla, la gente del pueblo.
Jesús tiene una preferencia especial por los sencillos y los pobres y disfruta
de la respuesta que esta gente sencilla da al Evangelio. Su alegría es tal que
no puede quedarse con ella y va a contárselo al Padre. Además, le da las
gracias porque también esas mismas son las preferencias de Dios. Jesús no se
mueve entre los sabios, ni los grandes intelectuales que aplastan al resto con
su saber y su ciencia y son los que se creen dueños de la verdad. Jesús
prefiera a los que se sienten poca cosa para el mundo, y tienen un corazón
simple y abierto al amor del Padre y al anuncio del reino. La pregunta está ahí
mismo y no podemos desviarla para no sentirnos mal. ¿Cuáles son nuestras
preferencias? ¿A quién invitamos a ser parte de nuestra vida? ¿Con quién nos
sentimos más a gusto? ¿Tendremos las preferencias de Jesús o tendremos las
preferencias del mundo? Si nuestras preferencias son de Jesús, entonces nos
dice:"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece
el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).
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Paz y Bien
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