sábado, 24 de octubre de 2020

DOMINGO XXX - A (25 de Octubre del 2020)

 DOMINGO XXX - A  (25 de Octubre del 2020)

 Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 22,34-40:

 22:34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar,

22:35 y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

22:36 "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?"

22:37 Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.  

22:38 Este es el más grande y el primer mandamiento.

22:39 El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

22:40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso” (IJn 4,20).

“¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). Hemos dicho que, se salvaran todos los que entran al banquete de boda del Cordero y para entrar al banquete de boda del Cordero previa aceptación (Bautismo= Mt 28,19-20), es requisito estar revestidos con traje de fiesta (Mt 22,12). ¿Cómo revestirnos con traje de fiesta? Sabiendo situarnos tal como somos ante cesar como ciudadanos cumpliendo con los deberes de la sociedad (Mt 22,21) y ante Dios dar testimonio de la fe como imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Y la estrategia para revestirnos con traje de fiesta es lo que hoy nos da pie responder a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? Amar a Dios y al prójimo (Mt 22,36).  Con esta respuesta también respondemos a la pregunta ¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Haciendo o viviendo a cabalidad el bien supremo del amor. ¿Cómo? Amor a Dios amando al prójimo. Por eso, san Juan nos enfatiza: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso” (IJn 4,20).

 Para obtener la salvación hace también falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1). “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22).

 Cuando resaltamos el episodio: “El rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22,11-13). Y nos preguntamos ¿Qué significa ese traje de fiesta? Y nos respondimos con la enseñanza de San Pedro “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (IPe 1,15-16; Lv 19, 2). Es decir, un día para estar en la fiesta del banquete de boda del cordero que es el en el cielo y  es eterno, hay que estar con traje de fiesta, es decir, hay que ser santo sí o sí.

 Para ninguno judío era secreto que el primer mandamiento de toda la ley es el amor a Dios, pero Jesús va más lejos en su respuesta y agrega, el segundo es similar: "ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22,37-39). Que el segundo mandamiento sea igual y tan importante como el primero. Es decir, que amar al prójimo es tan importante como amar a Dios. Además añade, que toda esa gama de mandamientos y preceptos que el pueblo multiplicó de los diez mandamientos, en total más de seiscientos, todos ellos quedan reducidos a dos principios: el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22,37-39), Aquí hay toda una enseñanza nueva e incluso una nueva concepción de Dios. Para nosotros tampoco hay duda en aceptar que el amar a Dios es el primer mandamiento de la ley, pero no estamos tan convencidos en poner en el mismo nivel, al amor al prójimo. Lo digo porque hoy tenemos muchos conflictos en el mundo, guerras, odios, rencores, mucha gente que muere de hambre… me van a decir que ¿si nos amáramos como Jesús nos dice hoy, habría tanta miseria en el mundo? Jesús no dio tanta importancia al primero, no porque no le importase el amor a Dios sino que el amor autentico a Dios pasa por el amor al prójimo. No en vano, a lo largo del Evangelio como enseñanza central de Jesús es esta: “Les doy un mandamiento nuevo; que se amen unos a otros como yo les he amado, en esto les reconocerán que son mis discípulos, en que Uds. saben amarse unos a otros como les amé” (Jn 13,34).”

 El amor del auténtico creyente tiene que tener su sustento en las mismas palabras y enseñanzas de Jesús. Y para dar mayores pautas del amor del que Jesús nos habla hoy, recordemos  cuando Jesús nos dice: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra… Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,38-48).

 Pero, Jesús ¿nos pide amar incluso hasta a los enemigos? Si, y Jesús nos lo ha demostrado que si es posible amar al enemigo. Desde la cruz, cuando sus enemigos lo están crucificando, la primera palabra que dijo es: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen conmigo” (Lc 23,34) y la última palabra es expresión de su amor y fidelidad al Padre: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu y dicho esto murió” (Lc 23,46). Escena que Juan los describe así: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

 Luego, mismo Jesús nos lo dice que esta es la medida del amor del que nos habla en sus enseñanzas: “Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado. En esto les reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros como yo les amé" (Jn 13,34). Y el amor con que Jesús nos ha amado procede del mismo Padre cuando nos dice: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,8-10).

 Como vemos las enseñanzas de Jesús están todas centradas en lo más profundo deseo y querer de Dios a quien nos ha presentado como Padre cuando le dijeron: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras” (Jn 14,8-11). Y a este Dios Padre, nos presenta como Padre amoroso (Jn 15,9). 

Porque simplemente Dios es amor (I Jn 4,8).

 ¿Cómo ser amados por el Padre amoroso que es Dios que Jesús nos presenta? Pues ahora nos lo ha dicho: Amando al prójimo podemos amar y ser amados por Dios Padre amoroso (Mt 22,36-39). Y con razón en las cartas de Juan y en los cuatro evangelios están desplegadas solo esta premisa: “Queridos hijos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor(I Jn 4,8). Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros “ (I Jn 4,7-12). Y lo reitera Juan lo mismo que hoy nos ha dicho Jesús: "Quien dice que ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (I Jn 4,20-21). “Hijitos míos, no amemos de labios para fuera y de palabra, sino con obras y de verdad” (I Jn 3,18).

 San Pablo nos definió sabiamente en una sola palabra: “Si no tengo amor no soy nada” (I Cor 13,2). Pero también nos deja su enseñanza al dimensionar entre el amor al prójimo y a Dios: “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8). Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, (Éx 20, 14; Lev 18, 20;20, 10; Dt 5, 18;  MT 5, 27;19, 18; Mc 10, 19; Lc 18, 20; Stg 2, 11;  no matarás, (Gn 9, 6;Éx 20, 13; Lev 24, 17; Dt 5, 17). “El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley” (Rm 13,10). Jesús a la pregunta del joven rico (Mc 10,17) responde resumiendo los mandamientos: 1º,2º,3º en el amor a Dios; Los mandamientos: 4º,5º,6º,7º,8º,9º,10º en el amor al prójimo.

Las preguntas que hacen a Jesús son de orden superficial, como la pregunta del domingo pasado: ¿Es dable pagar impuesto al cesar o no? Jesús les dijo den a César de lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,17-21), pero la pregunta de esta vez es mucho más radical. Porque hoy le preguntan por lo esencial: “¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt 22,36). La intención no era muy sana, pero no deja de ser de mayor profundidad. Le preguntaron “para ponerlo a prueba”. Y Jesús que no le gusta los rodeos, aceptó el reto y se definió con toda claridad respecto a la ley de Dios y la ley de la convivencia basado en el: “El amor.” (Mt 22,27-29). El amor a Dios y el amor al prójimo. El resto de la ley que para los judos son más de seiscientos no sirve de nada cuando no hay amor. San Pablo lo entendió muy bien cuando dijo al respecto:

 “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás” (I Cor 13,1-8).

 En la enseñanza de Jesús lo más maravilloso de la revelación de Dios está en que ha valorado tanto al hombre que casi lo pone en términos de igualdad con Él. Toda la ley se compendia en amar a Dios y amar al prójimo (Mt 22,37-39). Quien dice amar a Dios, no ama al prójimo “es un mentiroso” (I Jn 4,20). Yo me siento preocupado de cuántos seremos los mentirosos que andamos por la vida. La mayor mentira no es la que le dices a tu amigo para no complicarte la vida. La mayor mentira que podemos decir es decir que amamos a Dios sin amar al hermano porque hace mentiroso nuestro amor a Dios. ¿Quieres saber si amas a Dios? Pregúntate cuánto amas al prójimo y cómo le amas. Tu amor al prójimo te da la medida y la calidad de tu amor a Dios. Además, si amas de verdad, olvídate del resto. Quien pueda responder a estas dos preguntas ya aprobó el examen de lo demás por tanto ya está vestido con traje de fiesta y participará del banquete de boda del cordero en el cielo (Mt 22,12).

 Si, yo voy a Misa todos los domingos. Pero no amo ni perdono. Yo rezo diariamente el rosario. Pero no amo ni perdono. Yo leo diariamente el Evangelio. Pero no amo ni perdono. Yo me confirmé. Pero no amo ni perdono. Yo me confieso con frecuencia. Pero no amo ni perdono. Yo comulgo diariamente. Pero no amo ni perdono. Recuerda lo que ya nos ha dicho Jesús: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). ¿Me quieres decir, entonces de qué te sirve todo esto, y tanta oración? ¿Me quieres decir de qué te sirve la misa si sales con el corazón envenenado de rencor? ¿Me quieres decir de qué te sirve comulgar, si luego no perdonas a tu hermano? Dios está donde hay amor. Dios solo entiende el lenguaje del amor. Dios solo cree al amor, porque “Dios es amor”(IJn 4,8). Con razón, San Juan nos recuerda: "Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso" (I Jn 4,20).

 En resumen: “Nadie ha visto nunca a Dios, Pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). Si vivimos imbuidos en el amor de Dios, somos hombres de Dios y como Pablo podemos exclamar: “Vivo yo, pero no soy el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). ¿Cómo compruebo que Cristo vive en mí? Cuando siento amor por mi prójimo, como Cristo nos amó hasta dar su vida por nosotros en la cruz. Jesús nos lo dice: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). 

miércoles, 14 de octubre de 2020

DOMINGO XXIX - A (18 de octubre del 2020)

 DOMINGO XXIX - A (18 de octubre del 2020)

 Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 22, 15-21:

 22:15 Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones.

22:16 Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie.

22:17 Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?"

22:18 Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?

22:19 Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario.

22:20 Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?"

22:21 Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

 Reflexión

 Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

 Dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó. (Gn 1,26-27).  Luego, “Dios tomó al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo cultive y cuidase. Y le impuso el mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,15-17).

 La dignidad del hombre consiste en: Llevar grabado en su ser la Imagen de Dios su creador. Como criatura de Dios le corresponde obedecer el mandato: Solo puede comer de los árboles que le ha sido permitido (Gn 2,16). Y Dios sabe por qué se reservó el árbol prohibido, de la ciencia del bien y del mal para para sí. Pero, luego pasa algo: “Replicó la serpiente a la mujer. De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3,4-5). La serpiente que escenifica al demonio fíjese lo que dice a la mujer: “Serán como Dioses al comer del árbol prohibido” (Gn 3,4). La gran tentación del enemigo es instigar al hombre que se sienta igual a Dios. Así hoy tenemos la escena del evangelio: "La imagen del Cesar César equiparado con la Imagen de Dios”. Para los romanos y muchas culturas. Al respecto Dios manda al pueblo: “No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra” (Ex 20,3-4). Por eso Jesús aclaro muy bien al responderles: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mt 22,21).

 “Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente medio para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido” (Gn 3,6). San Pablo dice: “Por un solo hombre entro el pecado en el mundo y con el pecado la muerte porque todos pecaron” (Rm 5,12). El pecado ahora consiste en que el hombre se busca dioses a su medida y capricho. Un dios manipulable. Inclusos en lugar de Dios poner el dios dinero, al respecto dijo ya Jesús:  “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero al mismo tiempo” (Mt 6,24). Y San Pablo también dice: “La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos” (I Tm 6,10).

 “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). El domingo anterior hemos dicho que, se salvaran todos los que entran al banquete de boda del Cordero.  Previa aceptación de la invitación que se nos hace (Mt 22,10) “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). Los que están revestidos con traje de fiesta (Mt 22,12) “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Llevando grabado en mi ser la Imagen de Dios mi creador. Como criatura de Dios me corresponde obedecer el mandato: Solo puedo comer de los árboles que me ha sido permitido (Gn 2,16). Y no me está permitido hacer lo que se me antoje. No podré llegar jamás al cielo haciendo lo que mi capricho me dice, sino obedeciendo y cumpliendo los mandatos de Dios.

 Para obtener la salvación hace también falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1). “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1).

 El domingo anterior Jesús nos decía: “El reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda la boda de su Hijo. Mandó criados para que inviten a la boda…” (Mt 22,1-14). Y hemos resaltado el episodio: “El rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22,11-13). Y nos preguntamos ¿Qué significa ese traje de fiesta? Y nos respondimos con la enseñanza de San Pedro “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (IPe 1,15-16; Lv 19, 2). Es decir, un día para estar en la fiesta del banquete de boda del cordero que es el en el cielo y  es eterno, hay que estar con traje de fiesta, hay que ser santo sí o sí.

 El anhelar estar en el cielo (Mc 10,17), no nos hace exentos de nuestras obligaciones y deberes en este mundo: Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?" Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios" (Mt 22,18-21). Esta enseñanza nos transmite varios elementos a tener en cuenta:

 1. Como vimos, nos exhorta a tomar en serio no sólo nuestras obligaciones de cristiano, sino también nuestras tareas de ciudadanos, nuestros deberes políticos: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Al respecto dice San Pablo: “Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él. En consecuencia, el que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo sobre sí la condenación. Los que hacen el bien no tienen nada que temer de los gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la autoridad, obra bien y recibirás su elogio. Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme si haces el mal, porque ella no ejerce en vano su poder, sino que está al servicio de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal. Por eso es necesario someterse a la autoridad, no sólo por temor al castigo sino por deber de conciencia” (Rm 13,1-5).

 2. El episodio del evangelio de hoy, preguntan a Jesús:“¿Se debe pagar el impuesto al César o no?”

Pero Jesús, enseguida, se da cuenta de la trampa que los fariseos le quieren tender (Mt 22,18). Afirmar o negar el pago reclamado por los romanos, es igualmente peligroso para Él. Un NO de Jesús le hace agitador de la rebelión y enemigo del César o autoridad. Un SÍ implica aceptar la ocupación romana y negar el ansia judía de liberación. Recordemos que los romanos dominan sobre los judíos desde el años 64 Ac. y les han impuesto no solo duras cargas en el impuesto, sino que además les han quitado lo más precioso, el dar culto a Dios Yahveh, el que los liberó de la esclavitud (Lv 11,45) Y están obligados a dar culto al dios Cesar. Los judíos tienen una única esperanza: que el mesías prometido, llegará pronto y vencerá y desterrará de sus tierras a los invasores, los romanos.

 En el evangelio de hoy, Jesús se eleva por encima de la situación momentánea, y da una respuesta para todos los conflictos ulteriores. Él invita a cumplir la justicia, la que consiste en dar a cada uno lo suyo: “Den a Cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Dios tiene sus derechos y el César tiene los suyos. Pero es de considerar que lo de Dios no está en el mismo nivel que del Cesar.

 3. “Dad al César lo que es del César.”

La autoridad estatal es instrumento de Dios para la realización de la voluntad de Dios, aunque no lo sepan o quizás no lo quieran. La primera Lectura de hoy (Isaías 45, 1. 4-6) nos da un ejemplo: Dios se sirve del rey de Persia para realizar sus planes de salvación con el elegido pueblo israelita. Así cualquier hombre, cualquier institución pueden ser instrumentos de Dios. San pablo también nos dice: “Por eso también, ustedes deben pagar los impuestos: los gobernantes, en efecto, son funcionarios al servicio de Dios encargados de cumplir este oficio. Den a cada uno lo que le corresponde: al que se debe impuesto, impuesto; al que se debe contribución, contribución; al que se debe respeto, respeto; y honor, a quien le es debido” (Rm 13,6-7). Cristo tampoco niega el poder pagano de los romanos, ni lo quiere derrotar por revolución. De tal manera Él acepta, fundamentalmente el Estado y las autoridades políticas, independientemente de sus formas concretas.

 Condecir “a Cesar lo que es del Cesar” (Mt 22,21), exige también de nosotros lealtad, obediencia, colaboración y sacrificios frente al Estado y a sus autoridades. Los cristianos no son enemigos del Estado, sino ciudadanos por convicción y con gran responsabilidad. De modo que, nuestra fe no puede ser nunca una excusa para no cumplir con nuestras obligaciones familiares, sociales y políticas. Estaremos mucho mejor dispuestos para servir a Dios, cuando hayamos servido bien a nuestros hermanos. No hay duda de que pueden nacer tensiones y conflictos. A lo largo de la historia los encontramos en sus variadas formas. Ya desde el comienzo del cristianismo surgieron los problemas, pero los fieles supieron superarlos, como atestigua San Agustín: “Los soldados cristianos sirvieron al emperador infiel; pero cuando se tocaba la causa de Cristo, no reconocían sino a Aquél que estaba en los cielos.”

 4. Lo dicho por Jesús, el Maestro por excelencia  vale con mucha más razón para para nosotros: ”Dad a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21b)”. O como dice San Pedro en los Hechos de los Apóstoles: “Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Si alguna autoridad actúa fuera de la voluntad de Dios, no estamos obligados a la obediencia. Por ejemplo que nos digan “El aborto terapéutico no es pecado” ¿Cómo que no es pecado? ¿Acaso matar un ser indefenso en el vientre de la madre no es un pecado atroz? Cuando el Estado pretende cosas a las que no tiene derecho, tenemos que negarle la obediencia. Porque las exigencias del Estado son limitadas. Por eso, cuando un Estado o sus autoridades exigen injusticias, entonces la resistencia es nuestra obligación cristiana, y la obediencia sería pecado. En este sentido hay una “rebeldía” santa. En las persecuciones, miles y miles de cristianos se hicieron mártires, porque no quisieron dar al César lo que es de Dios. Esta actitud es saber defender la verdad. Nos dijo Jesús: “Uds. serán mis verdaderos discípulos si perseveran en mis palabras y conocerán la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31).

 Tal vez, hoy no haya tal persecución sangrienta, pero sin embargo tenemos que estar vigilantes. Las autoridades del Estado, siempre de nuevo, pueden caer en la tentación de excederse en los límites. Son cosas que no podemos aceptar ni apoyar como cristianos. Por eso, tenemos que criticar constructivamente a nuestros políticos y autoridades estatales. Pero, además, debemos ayudarles por medio de nuestra oración en su difícil labor, en su gran responsabilidad para que nos guíen por el camino de la verdad.

 5. Por las razones expuestas, hoy es necesario optar con serenidad por las autoridades que sepan tener estos principios para que no nos lleven por el mal camino. Nuestra confianza debe ir para hombres inteligentes y solidarios desde luego, pero que además sean cristianos, que vivan su fe y que se orienten hacia Dios en sus proyectos y acciones. Me parece ser la mejor garantía para un futuro más fecundo y el porvenir de nuestra sociedad. Porque las cosas de Dios no son negociables ni para los creyentes ni para los incrédulos. Pero también el ser cumplidores con Dios no nos hace exentos de nuestros deberes, en suma: A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” (Mt 22,21). El Hijo de Dios sabe cumplir con las cosas del Cesar, cosas de este mundo; pero con más razón con las cosas de Dios.

 No podemos atrevernos a sacrificar las cosas de Dios por las cosas del Cesar. De este principio nace los mártires como defensores de las cosas de Dios: “Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre” (Mt 10,19-23).

 San Pablo dice: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?... ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31-39).

domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVIII - A (11 de Octubre del 2020)

 

DOMINGO XXVIII - A (11 de Octubre del 2020)

 Proclamación del Santo Evangelio según San Mt 22,1-14:

 22:1 Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo:

22:2 "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.

22:3 Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.

22:4 De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas".

22:5 Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio;

22:6 y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.

22:7 Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.

22:8 Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.

22:9 Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren".

22:10 Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

22:11 Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta.

22:12 "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio.

22:13 Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes".

22:14 Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos" PALABRA DEL SEÑOR.


REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña y los contrato por un denario por jornada” (Mt 20,1). “Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió mensajeros para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir” (Mt 22,1-3)…  “Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Todas las parábolas se refieren al Reino de los Cielos. ¿Por qué Jesús se preocupa en hablarnos muchas y muchas veces sobre el Reino de los Cielos? Por dos motivos: 1) “Si cuando les hablo sobre las cosas de la tierra, no me creen, ¿cómo van a creer y entender cuando les hable sobre las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Para hacernos entender sobre las cosas del cielo es como nos habla usando muchos ejemplos o parábolas. 2) “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (ITm 2,4).

 “Ante los hombres esta la vida está y la muerte, lo que prefiera cada cual, se le dará” (Eclo 15,17). Dios nos dice: “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia” (Dt 30,19). Escoger la vida es optar por la salvación y no por la condenación. De ahí es conveniente interesarnos y preguntarnos: “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16).

“Muchos son los llamados, pocos los escogidos” (Mt 22,14). El mensaje es que Dios no nos obliga, no nos mete a empellones al Reino de los Cielo; sino que, más bien nos deja a la libre decisión y espera nuestra respuesta muy pacientemente. Es así como: Los hijos son invitados a trabajar en la viña del padre. A los viñadores se les recuerda que deben entregar los frutos que le corresponden al patrón. Los invitados son llamados a participar en el banquete de la boda del Hijo del Rey. Y conviene recordar que solo tenemos dos opciones: Si o no (Mt 5,37). Y cada una de estas opciones tienen connotaciones muy distintas como efecto: El cielo o el infierno (Lc 16.19-31).

Jesús otra vez habló en parábolas (Mt 13,34) y les dijo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir… no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los apaliaron y los mataron” (Mt 22,2-6). En efecto, Dios nos ha enviado un montón de tarjetas de invitación a la boda de su Hijo y los que recibieron estas invitaciones no quisieron participar de la boda. Todos estaban demasiado ocupados, sus ocupaciones eran más importantes que la boda de Jesús con el hombre (Lc 9,57-62). Nunca comprendieron o comprendimos lo que se nos dice: “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap 19,9).

 La relación de Dios con el hombre se describe en la Biblia como alianza: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33).  Mismo Jesús se declaró en algún momento como el novio: "¿Acaso los amigos del novio pueden estar tristes mientras el novio está con ellos? Llegará el momento en que el novio les será quitado, y entonces ayunarán. (Mt 9,15). La Iglesia presentada como la novia: “Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo” (Ap 21,2). ¿En qué momento es el desposorio entre el novio y la novia si no es el momentos del sacrificio de la redención?: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). ¿Se imaginan la muerte de Jesús como una boda? ¿Y se imaginan que, nosotros a veces nos neguemos a participar de la boda de Dios con nosotros en cada Santa Misa festiva o dominical?

 Los primeros invitados, los que han tenido preferencia y se negaron a asistir, serán suplidos por otros, por aquellos a quienes nadie invita. Salgan, dice, al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren bueno y malos. No se fijen si son de los que la gente excluye y margina. Desde ahora, quiero que todos sean invitados del novio y participen de la boda de mi Hijo (Mt 22,9). La parábola de los invitados a la boda, puede ser un bello modelo de cómo quiere Jesús que sea su Iglesia. Si Jesús es el novio, la Iglesia es la novia, y el Padre es quien organiza la fiesta de bodas. Y ¿dónde entramos a tallar nosotros si no es en la iglesia por el bautismo? (Jn 3,5). Pero no todos tienen vocación de fiesta. Abundan los que siempre tienen alguna excusa para no asistir y, claro, siempre son los mismos. Los que han comprado campos. Los que tienen que probar la nueva máquina.  Pero aquí un detalle. Dios no se da por rendido. Por eso dice: “Salgan al cruce de caminos, y a todos los que encuentren, invítenlos a la boda.” Los criados salieron y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.” Entonces la sala se llenó de comensales (Mt 22,9).

 Pero antes del inicio de la fiesta de boda, hay un detalle importante. El Rey entró a saludar a todos los comensales y advirtió que uno, no llevaba traje de fiesta, era un intruso y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta? El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22,12-13). Es necesario revestirnos con traje de fiesta. Claro que hemos sido invitados a la boda no por ser buenos, sino incluso por ser malos, pero al entrar en la fiesta, en la misma puerta debemos despojarnos del traje de luto, dolor, resentimientos, rencores, etc. Quien pretende participar de la fiesta ceñida de falsedad o hipocresía, no está revestido con traje de fiesta, y será echado a las tinieblas, que es el infierno: “Epulón exclamó: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan" (Lc 16,24).

 El traje de fiesta es la santidad. Si deseamos estar en el banquete de bodas del hijo, debemos si o si revestirnos con traje de santidad. Jesús oró al padre: “Hazlos santos mediante la verdad. Tu palabra es verdad” (Jn 17,17). San  Pedro dice: “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, (IPe 1,15) de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo, (Lev 9, 2).                                                          

 Somos especialistas en saber disculparnos: “no tengo tiempo”, “estoy ocupadísimo”, “otra vez será”, “lo siento mucho pero no puedo”. También somos educados en disculparnos ante Dios: “Se me pasó y no me di cuenta que era domingo o fiesta.” “Tenía mucho que hacer, porque durante la semana trabajo.” “Tenía que cuidar de mis niños.” Cuando se trata de negarnos a creer, tampoco nos faltan motivos: “Es que la Iglesia no soluciona el problema de los pobres.” “Es que en la Iglesia hay muchos pecadores.” “Es que la Iglesia está compuesta de hombres.” “Yo sí creo en Jesús, pero no en la Iglesia.” “Yo sí creo en Dios, pero a mi manera.” Nos falta mucha sinceridad y nos sobran disculpas. Nos falta mucha honestidad con Dios y nos sobran razones para no creer en Él. Creo a cualquier noticia de periódico y hasta la divulgamos, pero eso de creer en Dios está ya desfasado y pasado de moda. Eso por no decir, Dios me estorba porque me impide vivir como yo deseo. Yo quiero ser libre. Se olvidan que Dios es libertad. No me conviene creer en el Evangelio porque tendría que cambiar de vida y no estoy dispuesto a hacerlo. Por eso, muchos que dicen no creer, en el fondo llevan como una polilla que les habla de Dios.

 Hacer cosas de Dios no es cuestión de ilusiones. No seamos como el joven rico que ilusiona el cielo y ahí queda todo: “Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no mientas, no robes… él dijo: todo eso ya cumplí, que más me faltará? Jesús le dijo: si quieres ser perfecto anda, vende todo y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme” (Mc 10,17). Dijo también que al cielo no se llega con bonitos deseos: “No son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23).

domingo, 27 de septiembre de 2020

DOMINGO XXVII – A (04 de Octubre del 2020)

 DOMINGO XXVII – A (04 de Octubre del 2020)

 Proclamación del Santo evangelio según San Mateo: 21,33-43

 21:33 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

21:34 Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

21:35 Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

21:36 El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

21:37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo".

21:38 Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".

21:39 Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

21:40 Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?"

21:41 Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo".

21:42 Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras:

La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?

21:43 Por eso les digo que el Reino de Dios se les quitará a ustedes, para dárselo a un pueblo que dé frutos a su tiempo para el reino de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

Cuando el Señor aplica en sus enseñanzas usando parábolas, conviene traer a colación la pregunta del joven rico: “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16).  Esta pregunta nos permite contextualizar y entender el mensaje de las parábolas que siempre están referidas respecto al reino de los cielos: ¿Por qué en parábolas? Todo esto (enseñanzas) lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo” (Mt 13,34). Y por el reino de los cielos entiéndase simplemente el “Cielo”. ¿Por qué tiene tanta importancia el cielo para Jesús? Porque lo opuesto del cielo es el infierno (Mc 16,15).

En las enseñanzas de los domingos anteriores se nos ha dicho: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1)…  al fin de la jornada salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros" (Mt 20,6-8). Luego, un hombre tenía dos hijos dijo al primero le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero" Respondieron (Mt 21,28-31). Hemos dicho que no se puede obtener la salvación con un si (palabras) luego no (hechos); decir que creo en Dios y luego con mi conducta niego la fe profesada. Para obtener nuestra salvación hace falta creer en Dios y luego hacer vida la fe profesada.

En la enseñanza de hoy, la “parábola” de los viñadores asesinos (Mt 21,33-43) en realidad es un conglomerado de “alegoría” que tiene un correspondiente significado en la realidad, así:

1) La viña significa Israel (Mt 21,33b), Jerusalén (Mt 21,39), el Reino de Dios (Mt 21,43). 2) El propietario de la viña es Dios (llamado el “Señor” en el Mt 21,40). 3) Los viñadores son los líderes de Jerusalén e Israel. 4) Los frutos son las buenas obras de justicia que Dios espera que se hagamos. 5) El rechazo de los siervos significa el rechazo de los profetas. 6) El envío y el rechazo del hijo, significa el envío y el rechazo de Jesús por parte del pueblo. 7) El castigo de los viñadores homicidas, es la destrucción de Jerusalén. 8) Los nuevos viñadores es la Iglesia universal que Jesús edificó.

Esta parábola de hoy tiene dos partes:

1): Narración de la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-39): Comienza con una invitación a la escucha: “Escuchen otra parábola (Mt 21,33)”: Una serie de tres envíos por parte del dueño para solicitar los frutos y tres respuestas agresivas por partes de los viñadores. (Mt 21,34-39)

2): Aplicación de la parábola (Mt 21,40-43): Jesús plantea una pregunta: “Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores malvados?” (Mt 21,40). Respondieron la pregunta de Jesús: “Les dará una muerte miserable” (Mt 21,41). Luego, Jesús da un comentario sobre la piedra angular rechazada (Mt 41,42-43). 

Idea central (Mt 21,42): La parábola tiene como punto central el rechazo de Jesús por parte de Israel y la necesidad de que los discípulos de Jesús sean responsables con sus frutos. Al final de la parábola se anuncia la paradoja pascual: el hijo rechazado se convierte en la piedra angular de una edificación. Esta construcción es imagen de la comunión que se construye en el Cristo Pascual, piedra viva de la cual nos aferramos.

Destacamos dos imágenes que vienen del A.T: La viña como símbolo de Israel. En el (Mt 21,39) simboliza a Jerusalén y en el (Mt 21,43) el Reino. Simboliza los privilegios que Dios le concedió al pueblo de la Alianza, así como lo vemos en Isaías 5,1-7 (primera lectura), en la cual se dice: “La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación exquisita”. En este contexto se comprende el juicio profético: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos” (Is 5,7).

Los profetas como “siervos” enviados por Dios. Es una constante en los textos proféticos. Ésta era la conciencia del gran profeta Elías: “Que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas” (1 Re 18,36). Un oráculo en el profeta Isaías dice: “Mi siervo ha andado descalzo y desnudo durante tres años…” (Is 20,3). Otro en el profeta Jeremías es más enfático: “Os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente” (Jer 7,25). Y constantemente se deja sentir el lamento de Dios porque el pueblo rechaza a sus servidores: “Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres” (Jer 7,26). Con base en estos datos que provienen del Antiguo Testamento, se construye una parábola que pone de relieve el envío a la viña del Señor, ya no de un siervo más, sino del Hijo de Dios (Jesucristo).

En el evangelio de hoy, primer lugar se observan los cuidados que el propietario le provee a su viña: la deja completa y hermosa. Luego la arrienda y se ausenta (Mt 21,33). Viene luego una serie de tres envíos por parte del propietario para recibir los frutos que le corresponden. Se va notando una progresión tanto en número (el segundo grupo de siervos es mayor que el primero) como en calidad (el último enviado es su hijo).  Llega así el momento trágico del asesinato del hijo. Los labradores reflexionan: “Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia” (Mt 21,38). Hasta aquí la parábola está releyendo la historia de la muerte de Jesús. Dios, el propietario, envía a siervos que, como Juan Bautista, no son oídos. Cuando el propietario manda a su propio hijo el trato al principio es similar, incluso peor.  Los labradores representan a aquellos que no tienen interés en entregar sus frutos de conversión (Mt 3,8) y prefieren quitar de en medio, de manera definitiva, la voz perturbadora que pide responsabilidad (Mt 21,45-46). Estas son las actitudes que terminan llevando a Jesús hasta la muerte. Pero la irresponsabilidad se revierte contra los agresores: darán cuenta de sus actos y perderán sus privilegios, incluso la vida.  La viña entonces será entregada a otros labradores que sí entregarán los frutos (Mt 21,41).

Esta parábola que leemos en el hoy de la Iglesia vuelve a cuestionar si a quien finalmente se le traspasó la viña está siendo responsable con su tarea.  Podemos caer en la presunción de considerarnos pueblo elegido y dormirnos en nuestras responsabilidades. No cuenta tanto la belleza del discurso ni las grandes obras que se hagan sino la conversión al mensaje profético de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15).

La frase del Mt 21,43, “para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos”, está precedida por el anuncio de una piedra angular que al darle cohesión a todo el edificio supone superadas las fragilidades que llevaron a los primeros labradores a cometer su error. Por lo tanto la responsabilidad es mayor.

Fíjense, aquí en la gran providencia de Dios y en la inexplicable indolencia de los labradores. En verdad, mismo Dios hizo lo que competía a los labradores: edificar la cerca, plantar la viña y todo lo demás. Apenas les dejó la menor de las tareas: guardar lo que ya tenían, cuidar lo que les había sido dado. Nada fue omitido, todo estaba listo. Pero ni así supieron sacar provecho, no obstante los grandes dones recibidos de Él. Porque fue así que, al salir de Egipto, les dio la Ley, les edificó una ciudad, les preparó un altar, les construyó un templo y se ausentó, esto es, tuvo paciencia con ellos, no castigándolos siempre de forma inmediata por sus pecados. Porque esta ausencia quiere significar la inmensa longanimidad de Dios. Y les mandó sus criados –los profetas– para recibir el fruto, esto es, la obediencia que ellos debían mostrar por sus obras. Pero ellos también aquí mostraron su maldad, no sólo en no dar fruto después de tanta solicitud… sino también en irritarse por su venida”.

¿No estaremos incurriendo en la misma falta de los judíos, al ser improductivos e incluso indiferentes con el don de la fe que recibimos Dios? Y si es así, Dios ¿No nos estará increpando con esta parábola al decirnos: Se les quitará la viña y daré a otros viñadores y todo porque no supimos dar frutos? Recordemos aquello que el mismo Señor nos dijo: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía… Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí” (Jn 15,1-4).   

Esta parábola (Mt 21,33-43) en que el Señor nos describe la persecución de los profetas (A.T.), El Hijo Crucificado, se volvió a repetir con los apóstoles quienes han sido perseguidos y así nuestra Iglesia nació edificada sobre los mártires de los tres primeros siglos. Aquí, por ejemplo la escena que se nos narra, la persecución de Pedro y los demás apóstoles: “Los sumos sacerdotes, hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso? Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos" (Hch 4,7-12). 

“¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado.” (Jn 6,28-29). “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; si Uds. no las escuchan, es porque no son de Dios” (Jn 8,47). Para entrar en el cielo hace falta hacer el querer de Dios y el querer de Dios es que demos frutos de buenas obras (Gn 1,31).

martes, 22 de septiembre de 2020

DOMINGO XXVI – A (27 de Setiembre del 2020)

 DOMINGO XXVI – A (27 de Setiembre del 2020)

 

Proclamación del santo Evangelio según San Mateo: 21,28-32

 

21:28 En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña".

21:29 Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.

21:30 Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue.

21:31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.

21:32 En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Al escuchar la palabra de Dios, digamos si y el actuar sea el reflejo de nuestro si. Dijo el Señor: “Uds. hagan y cumplan lo que los falsos maestros les dicen, pero no los imitan, porque ellos dicen una cosa y hacen otra cosa” (Mt 23,3).

En las enseñanzas de estos domingos vamos buscando respuestas a la preguntas de fondo: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1)…  al fin de la jornada salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?" Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros" (Mt 20,6-8). Hoy nos agrega:

Un hombre tenía dos hijos dijo al primero: "Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero" Respondieron (Mt 21,28-31).

El tema de la salvación suscita preguntarnos reiteradas veces: ¿Cómo  y qué obras buenas  debemos hacer para obtener nuestra salvación? (Mt 19,16): Debemos de contratarnos para trabajar en la viña (Mt 20,1); luego de contratarnos en el Bautismo Dios nos invita ir a trabajar en la viña (Mt 21,28). Con el bautismo decimos “si” al Señor y si no ejercemos la fe y no ponemos en práctica los dones recibidos, estamos diciendo “no” somos como el segundo hijo. Al respecto ya nos dijo el Señor: No todo el que me dice Señor, Señor se salvará sino quienes cumplen la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). Luego agrega y dice: “Quien escucha mis palabras y las pone en práctica es como un hombre sabio que edifica su casa sobre roca, vienen los embates de la naturaleza y no se cae (Mt 7,24).

Recordemos otras citas: “Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;  ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan "sí", que sea sí, y cuando digan "no", que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno” (Mt 5,33-37). También les recordó el octavo mandamiento: “No mentiras” (Mc 10,19). Y dijo a los judíos: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

En este domingo Jesús nos enseña en esta parábola de los dos hijos (Mt. 21,28-32): ser siempre coherentes entre el sí de nuestras palabras y el sí de nuestro obrar. Caso contrario estaríamos en el mismo error y muy grave error de los falsos maestros a los que Jesús se enfrentó porque les desenmascaró sus verdades, verdades falsas. Dijo a sus apóstoles: “Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos (Fariseos, maestros de la ley) les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen, enseñan una cosa y hacen otra cosa” (Mt 23,3). Las verdades a medias que son las incoherencias, Jesús los llama hipocresías: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!” (Mt 23,23-25). Estas palabras tan duras y directas contra los falsos creyentes y maestros de ley, son el presupuesto que condujo a Jesús ganarse la muerte en Cruz.

En el evangelio de hoy nos dijo Jesús: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dijo al primero: hijo ve a trabajar a mi viña.  Él respondió: no quiero, pero luego recapacito y fue a trabajar (Son de los pagamos, los que no creen y conocen a Dios, pero una vez que se les anuncia el evangelio, abandonan su negación a Dios, se convierten al evangelio y creen en Dios). Al segundo le dijo lo mismo, este dijo si (Bautizados), pero después se arrepintió y no fue (No ejercen su fe). ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?" "El primero", le respondieron!” (Mt 21,28-31). Por eso, al final del evangelio dice el señor: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios” (Mt 21,31). Porque, claro; abandona el pecado y se convierten al evangelio, es decir de un “no” a un “si”.

¿A cuál de estos dos hijos pertenecemos? ¿Al que dice sí, pero es no? ¿Al que dice no, pero es sí? Creo que somos demasiados los que pensamos que a Dios lo podemos engañar y lo convencemos con nuestras bonitas palabras y quizá, incluso acompañado del juramento. Y Pero, resulta que con meras palabras nadie queda bien delante de Dios porque Dios no le cree a las palabras, sino a la vida hecha obra. A Dios no es fácil engañarle, con el gato por liebre. Recordemos aquello que ya nos lo dijo: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido, todo se sabrá tarde o temprano” (Mt 10,26); “No todo el que me dice Señor, Señor se salvara, sino los que cumplen la palabra de Dios y la cumplen” (Mt 7,21); “¿Por qué me dicen Señor, Señor y no hacen lo que yo les digo?” (Lc 6,46).

No es dable ser cristianos de meras palabras como el segundo hijo que dice sí, pero no va a trabajar (Mt 21,30). Esas respuestas de media verdad (si, pero no) no valen para Dios. Recordemos por ejemplo aquello que ya nos dijo el Señor: “No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?". Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal" (Mt 7,21-23). No podemos ser cristianos que hoy le decimos que sí a Dios y mañana le decimos no. Dios no nos juega con trampas. Que con apariencias no escalamos el cielo.

Ni los buenos somos siempre tan buenos como pensamos y creemos, ni los malos son tan malos como nos imaginamos y creemos. Es posible que muchos a quienes miremos como malos, sean mejores que nosotros ante los ojos de Dios. Hasta es posible que a los que nosotros calificamos de tener “mala vida” estén más abiertos que nosotros al Evangelio y al Reino de Dios. Es que una es la manera que tiene Dios de vernos y otra la manera de cómo nos vemos nosotros. Nuestra verdad está en lo que somos delante de los ojos de Dios. Por eso tampoco debemos desalentarnos. Es posible que nos consideremos malos porque hicimos o dejamos de hacer esto o lo otro; pero ante Dios, que conoce la verdad de nuestro corazón, seamos sus hijos queridos. Pero tampoco nos creamos de ser tan bueno y perfectos como los falsos maestros de la ley o los fariseos.

 Jesús en su segunda enseñanza al decirnos hoy: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él” (Mt 21,31-32). Hace un paralelo con aquello del episodio del pago de los trabajadores: “Al terminar la jornada de trabajo, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros. (Mt 20,8).  Pero, los de la primera hora dijeron: Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada. El propietario respondió a uno de ellos: Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,8-16). Tal como nos lo dijo también el profeta: "El proceder del Señor no es correcto dicen Uds. Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá” (Ez 18,25-28).

Lo ideal es que digamos si, cuando es si (Mt 5,37), nos bauticemos y vayamos a la viña (Iglesia) a trabajar para ganarnos el denario (Mt 20,8) y no busquemos corregir el actuar de Dios al cuestionar: ¿Por què pagas el denario a los que dijeron no, pero fueron y trabajaron poco? es decir los que dijeron no, pero luego si (Pecadores arrepentido). Ya nos dijo el señor: " No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mt 9,13). Al cielo no entraremos anteponiendo caprichos personales. No es decir y pensar que “Dios me salve pero como yo quiero que me salve”. Al cielo si o si entraran los que no ponen ningún pero.

lunes, 14 de septiembre de 2020

DOMINGO XXV – A (20 de setiembre de 2020)

 DOMINGO XXV – A (20 de setiembre de 2020)

 Proclamación del santo evangelio según San Mateo 20,1-16:

 20:1 Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.

20:2 Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.

20:3 Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,

20:4 les dijo: "Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo".

20:5 Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

20:6 Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?"

20:7 Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña".

20:8 Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".

20:9 Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

20:10 Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.

20:11 Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,

20:12 diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".

20:13 El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?

20:14 Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.

20:15 ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?"

20:16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos".  PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El reino de los cielos se parece: “Un propietario salió muy de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Les ofreció pagarles un denario por el día del trabajo en su viña” (Mt 20,1-2). “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. E invito a muchos comensales, pero los invitados a la boda, no quisieron venir…  uno se fue a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los que llevaban la invitación, los apedrearon y los mataron” (Mt 22,2-6).  “La sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? El se quedó callado. El rey dijo a los sirvientes: "Atenlo de pies y manos, y échenle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mt 22,10-14). “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16,27).

 La visión que nos guía las enseñanzas de estos domingos es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18); la oración en comunidad (Mt 18,19-20). “Perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Es decir, todos los valores se agrupan en una actividad significativa cuales el trabajo: “El Reino de los Cielos es parecido a un propietario que muy de madrugada sale a contratar obreros para trabajar en su viña” (Mt 20,1). 

 En la enseñanza de hoy Jesús nos habla sobre el tema del trabajo. Ya desde el inicio acuñó Dios el tema del trabajo en los términos siguientes: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas a polvo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3,19). Jesús en su parábola respecto al Reino de los cielos hoy nos describe como aquel que sale a contratar trabajadores para su viña en diferentes horas del día: A primera hora, a media mañana, al medio día, a la media tarde ya la ultima hora, a estos de la ultima hora les preguntó: "¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin trabajar?” (Mt 20,6). Respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Vayan también ustedes a mi viña"(Mt 20,7). Como se ve, el trato con todos los trabajadores es de un denario de pago por el jornal (Mt 20,2). 

 Dios nos envió a su Hijo único para instituir el Reino de Dios, pues Jesús mismo nos lo dice: “Salí del Padre, vine al mundo; dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28). ¿A qué vino Jesús al mundo? Dice Jesús: “Para esto he nacido y he venido al mundo,  para ser testigo de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Nos dijo, además: “Si yo echo los demonios con el poder de Dios, entonces significa que el Reino de Dios ya ha llegado para Uds.” (Lc 11,20). ¿Cómo instituyo Jesús el Reino de Dios? Convocó a los trabajadores para el reino de Dios (viña) mediante el Bautismo:  “El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5). Todos los bautizados somos contratados para trabajar en la viña del Señor. El pago de la jornada de trabajo (1 denario) es el medio o pasaporte para nuestra salvación. Para ser salvos tenemos que trabajar si o si en la viña del Señor; es decir tenemos que ejercer nuestra fe. No basta ser bautizados, no basta ser contratados, haya que trabajar por lo menos un momento en la viña (Iglesia).

 Respecto al trabajo que es un don de dios; ¿Cómo estamos de trabajo? ¿Muchos no tienen trabajo verdad? ¿Somos de los que pasan el día entero en la plaza sin hacer nada y esperando ser contratados? ¿Somos de los que  a primera hora ya fuimos contratados? O ¿Somos de los fueron contratados a medio día? O más bien ¿Somos de los que no hacemos nada por buscar trabajo? Recuerda que el trabajo no nos buscará, nosotros tenemos que buscar el trabajo. Al respecto san Pablo decía: “El que no quiera trabajar, que no coma. Nos hemos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no hacen nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen con sosiego para ganarse su pan. En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien” (II Tes 3,10 -13).

 En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a todos a trabajar. En la viña del Señor hay trabajo abundante para todos y todos estamos invitados. Ya no somos nosotros los que pedimos trabajo sino que el Señor nos lo está ofreciendo porque aquí en la viña del Señor hay mucho que hacer, o sino recordemos aquel pedido del Señor: “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha" (Mt 9,36-38).

 Es posible que, no sepamos cómo y dónde trabajar para la viña del Señor y para ganarnos el denario de la Jornada (Mt 20,8). El denario no se nos va a regalar a nadie, por ganarnos este denario debemos si o si trabajar en la viña del Señor. ¿Por qué es importante merecer el denario? Porque el denario de esta parábola nos describe que es el cheque o pasaporte que nos servirá para entrar un día sin falta en el reino de los cielos y gozar de este seguro de vida, un gozo que no tiene fin, sino que es el seguro de toda la vida en el cielo. Ya nos dijo el Señor: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno de acuerdo a su trabajo” (Mt 16,27). La paga consiste en obtener el pase para entrar en el Reino de Dios (salvación).

 Cada uno hemos recibido diferentes dones o talentos los cuales nos sirven para ganarnos el denario; así nos describe Jesús en este episodio: “El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor…” (Mt 25,14-20). San Pablo nos manifiesta: “En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Efesios Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?” (I Cor 12,27-30). Estos dones que el Señor nos dio, sirven para ganarnos el talento en la viña del Señor. Y de ellas daremos también un día cuentas: “Aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le exigirá” (Lc 12,48).

 Vivimos en una sociedad de “produce y consume”. Una sociedad de Tarjetas y depósitos e intereses. Una sociedad así difícilmente entiende lo que es la gratuidad (amor). Una sociedad que, aunque nos duela, está ahí condicionando nuestra mentalidad. ¿Por qué fulano gana tanto y yo gano menos? La parábola que nos presenta el Evangelio hoy nos habla de eso. ¿Por qué los últimos han de ganar tanto como nosotros los primeros? ¿Por qué a los últimos se les ha de pagar lo mismo que a los primeros? (Mt 20,12). Y los mismos discípulos como Pedro tuvieron problemas, y sino recordemos este impase: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate de mi vista, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,21-23). Es decir, queremos ganar el denario sin casi hacer nada, o buscamos un camino fácil para el llegar al cielo: “Ese modo de hablar es duro quien puede hacerle caso, murmuraron contra Jesús. ¿Jesús les  dijo Uds. también quieren irse? Pedro dijo: Señor a quien iremos tu tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,60-67).

 Muchas veces creemos a Dios desde lo que nosotros entendemos y hacemos, no desde la gratuidad y comprensión del corazón de Dios (fe). Medimos el corazón de Dios, desde la pequeñez nuestro. La gratuidad no está en contradicción con la justicia. A los primeros los contrató por un denario. Por los últimos Dios siente compasión de que nadie les haya querido contratar y ahora en su generosidad y gratuidad les paga lo mismo. Cumple con la justicia de pagar lo convenido. Pero eso, no impide que su corazón se deje llevar de la gratuidad (Mt 20, 15). Es difícil creer en la gratuidad, es difícil aceptar la gratuidad, cuando nuestro corazón está lleno de intereses y egoísmos personales (Mt 20,12).

 Unos han encontrado a Dios al comienzo de su vida (Mt 20,1), otros lo han encontrado ya de mayores y hasta de ancianos (Mt 20,7). Dios les ofrece la misma salvación, les ofrece la misma vida eterna, les ofrece el mismo cielo. ¿Vamos a culpar por esto a Dios como aquel que se encontró con un amigo que vivió como le dio la gana y al final se salvó? ¡Si al final los dos estamos aquí juntos!” Y es que la salvación es pura gratuidad (amor), es cosa de Dios, no es asunto nuestro. Recordemos este ejemplo: “El buen ladrón desde la cruz dijo a Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".  Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Ahora Jesús lo dijo: “¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,15-16).

domingo, 6 de septiembre de 2020

DOMINGO XXIV – A (13 de setiembre de 2020)

 

DOMINGO XXIV – A (13 de setiembre de 2020)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18,21-35

18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?"

18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

18:23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.

18:24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.

18:25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

18:26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".

18:27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

18:28 Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes".

18:29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda".

18:30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

18:31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.

18:32 Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.

18:33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?"

18:34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

18:35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

San Pablo dice: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Rom 12,21). “Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. El hombre que guarda rencor contra su prójimo, ¿cómo pide del Señor que le Perdone?” (Eclo 28,2-3). “Quien no practico misericordia tendrá un juicio sin misericordia” (Stg 2,13).

La visión que conduce la reflexión de estos días es: “¿Quién podrá salvarse?” (Mt 19,5). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Ahora nos agrega el tema del perdón: Pedro se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dice: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22).

Continuamos este domingo con el tema del perdón al hermano y el perdón tiene mucho sentido si está unido al amor, caso contrario no tiene sentido y se puede fácilmente llegar a poner límites al perdón y eso no es gusto o querer de Dios. Poner números al perdón, como la actitud matemática de Pedro (7 veces perdonar) es empobrecer la actitud amorosa. Y en el camino al cielo con esa actitud de que me perdonen siempre y que yo no perdone o solo perdone 7 veces me hace ser mezquino. Recordemos Lo que nos dice el Señor: “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). O como hoy al final del evangelio nos lo reitera: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos” (Mt 18,35).

 La única estrategia efectiva para llegar al cielo es el amor, por eso la enseñanza central del evangelio es aquello que Jesús nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros". (Jn 13,34-35; Juan 15, 12; Juan 15, 17; 1 Juan 3, 11; 1 Juan 3, 23). Pero, preguntar cuántas veces he de perdonar a mi hermano, como ya se ha dicho, es ponerle límites al amor. ¿Qué sucedería si también le preguntamos a Dios cuántas veces está dispuesto a perdonarnos? San Pablo lo entendió mejor que Pedro y por eso dice: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá. El amor no pasará jamás” (I Cor 13,4-8).

 Cuando nosotros solemos decir “a la tercera va la vencida”. Es decir, que después de tres veces ya no me vengas con cuentos. Que no es lo mismo que decir que te perdono solo hasta siete veces y no más. En cambio y felizmente para Dios ni a la tercer ni a la octava va la vencida porque Dios nos ama siempre y por eso nos perdona siempre. Incluso ya nos dijo: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús dio su vida por nosotros, de este modo nos testificó que Dios nos ama como un amigo fiel hasta la muerte. Con mucha razón nos había dicho al inicio de su misión:  “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.  Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).

 Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar que estamos llamados en amar como Dios nos ama. Nos imaginamos que el corazón de Dios es como el nuestro, un corazón que pone numero al amor. Nosotros nos parecemos al siervo de la parábola que pide se le perdone su enorme deuda o al menos que tengan paciencia con él, pero luego él es incapaz de ser considerado con el compañero que le debe una minucia. Por eso es linda la conclusión que saca Jesús: “Perdonar de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).

 ¿Sabes cuántas veces has cometido pecado y por tanto cuántas veces te ha perdonado ya Dios? ¿Cuántas veces hemos perdonado nosotros? ¿Cuántas veces se han perdonado los esposos? ¿Cuántas veces se han perdonado los hermanos? ¿Cuántas veces hemos perdonado al vecino? ¿No te parece lindo que los esposos pudieran decirse el uno al otro: aunque me falles siempre te perdonaré? Ya sé que más de uno estará pensando: ¿Y no es eso dejarle vía libre para hacer lo que le viene en ganas? El amor y el perdón claro que dejan vía libre, pero también son una exigencia para cambiar y vivir en la verdad del amor. Si quieres que Dios te perdone, comienza por perdonar. Si no eres capaz de perdonar por siempre, luego no pidas que Dios te perdone siempre. No por gusto nos dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes"(Lc 6,36-38). Es decir, en la capacidad de perdón se juega la edificación o la destrucción de la comunidad que busca la salvación.

 La comunidad de Jesús no puede sostenerse sin el perdón dado y recibido siempre y porque esta comunidad (Iglesia) es de Hermanos (Mt 23,8). Y el distintito de la comunidad es el amor mutuo: Recordemos aquel mandato enfático que dio Jesús a la comunidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto los reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Así pues, el que ama no permitirá que su hermano peque  y se pierda (Mt 18,15); No perdonará solo siete veces sino por siempre (Mt 18,21). Porque ama por siempre.

 La actitud contraria  al amor nos recuerda aquella primera escena de odio: “Caín, dijo a su hermano Abel Vamos al campo. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?" Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn4,8-10). Esta escena nos sitúa en la segunda parte de la enseñanza del evangelio de hoy: “El Siervo despiadado” (Mt 18,23-34). “Por eso el Reino de los cielos es semejante a…”. Es importante esta mención del “Reino”: el concederle el perdón al hermano es condición para ser admitido en el “Reino de los cielos”, es en este punto que debe verificarse un cambio radical en la vida de un discípulo (Mt 18,3).

 El perdón desde el corazón o con misericordia como mensaje central de la enseñanza (Mt 18,35): “Lo mismo hará con Uds mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”. La parábola ha terminado con una verdadera consagración de la “misericordia” con la cual se descarta definitivamente la “ley del talión” (Mt 5, 38-39). La conexión con las bienaventuranzas es evidente: “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7); esta es, incluso, una de sus mejores catequesis. Igualmente nos conecta con el epílogo del Padre-Nuestro:

 “Que si Uds. perdonan a los hombres sus ofensas, les perdonará también a Uds. su Padre celestial;  pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas” (Mt 6, 14-15).

 La novedad, con relación a los textos anteriores, es que Jesús agrega que ese perdón debe ser concedido “de corazón” y no solo de boca o meras palabras. Por lo que, será nuestra actitud la que determinará finalmente el juicio de Dios sobre nuestras salvación. El apóstol Santiago nos dice: “El que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg 2,13).

 A menudo solemos actuar equivocadamente; en lugar de ser misericordiosos, actuar como jueces, al respecto el Señor nos lo dice también: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5).  Y el Apóstol Santiago: “Uno solo es el legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg 4,12). Y San Pablo agrega: “La única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm 13,8). Así pues, el que vive en el amor, no vive con tanto cuantas veces perdono a mi prójimo si no siempre perdonando: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I Cor 13,7-8).

El pánico de la eterna reprobación relampaguea tras las palabras que nos indican el castigo: La primera enseñanza de la parábola es la advertencia contra la dureza de corazón. Si los hermanos no se perdonan mutuamente, está en peligro su eterno destino.

El Padre que está en los cielos procederá como el rey de la parábola, si alguien no perdona de todo corazón (18,35). El cuarto tema de nuestro capítulo y todo el discurso concluyen con estas palabras amenazadoras. En ellas recae la definitiva decisión sobre la vida humana. Sólo tiene perspectiva de que sea condonada su deuda el que antes hizo lo mismo con sus hermanos (cf. 6,15). Tan grande como la medida del castigo es la medida del perdón de Dios. Él es el rey que perdona la enorme deuda sólo por la simple súplica. Su clemencia es sin medida, el perdón de la culpa sobrepasa todo limite humano. Dios demuestra su omnipotencia y majestad en la grandeza de la misericordia. Pero no es esto sólo. Cada uno de los hermanos sabe que él también está obligado a tenerla si quiere subsistir ante Dios. Cada uno va acumulando pecados y se parece de algún modo al primer siervo. Si Dios le condona la deuda, está de nuevo ante Dios como siervo que vive enteramente de la munificencia y de la misericordia de su Señor. Solamente así resulta inteligible que la obligación con el hermano haya de tener validez sin limitaciones. El que recibe la misericordia con exceso, no puede encerrarla y endurecer su corazón. Para quien desempeña el papel de deudor, no hay nadie más que también pueda ser deudor con respecto a él.

(Lc 6,36-38): La medida con que Dios nos mide es la misma con que nosotros debemos medir. La relación con los demás hermanos se regula con nuestra relación con Dios. De aquí nace la orden de estar dispuestos sin restricciones a reconciliarnos. Solamente así se mantiene la perspectiva de ser salvado al rendir cuentas en el juicio. De este modo se ha elevado a un nuevo plano la relación de los hermanos entre sí. Todos ellos están relacionados como personas que viven de la misericordia del mismo Señor. Lo que se les ha encargado es obsequiarse también entre sí con esta misericordia, que se les ha concedido con exceso. En la historia se revela la conducta de Dios con el hombre con la misma profundidad que la conducta de los hombres entre sí. El que no busca su propia gloria, sino que constantemente se da poca importancia y perdona desinteresadamente, éste es el mayor en el reino de los cielos.