DOMINGO XXIV – A (13 de setiembre de 2020)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo 18,21-35
18:21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor,
¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta
siete veces?"
18:22 Jesús le respondió: "No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.
18:23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que
quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
18:24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía
diez mil talentos.
18:25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido
junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
18:26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole:
"Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
18:27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó
la deuda.
18:28 Al salir, este servidor encontró a uno de sus
compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo,
le dijo: "Págame lo que me debes".
18:29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame
un plazo y te pagaré la deuda".
18:30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel
hasta que pagara lo que debía.
18:31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se
apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
18:32 Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me
suplicaste, y te perdoné la deuda.
18:33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero,
como yo me compadecí de ti?"
18:34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los
verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
18:35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes,
si no perdonan de corazón a sus hermanos" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
San Pablo dice: “No te dejes vencer por el mal, sino vence
al mal con el bien” (Rom 12,21). “Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto
lo pidas, te serán perdonados tus pecados. El hombre que guarda rencor contra
su prójimo, ¿cómo pide del Señor que le Perdone?” (Eclo 28,2-3). “Quien no
practico misericordia tendrá un juicio sin misericordia” (Stg 2,13).
La visión que conduce la reflexión de estos días es: “¿Quién
podrá salvarse?” (Mt 19,5). “¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). “¿Qué
obras buenas tengo que hacer para obtener la salvación eterna?” (Mt 19,16). Al
buscar respuestas a estas inquietudes, el Señor nos ha dicho en los domingos
anteriores que, para obtener la salvación hace falta: “Negarse a sí mismo,
tomar su cruz de cada, y seguir a Jesús” (Mt 16,24); la corrección como
hermanos (Mt 18,15-18) y la oración en comunidad (Mt 18,19-20). Ahora nos
agrega el tema del perdón: Pedro se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿cuántas
veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?
Jesús le dice: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
(Mt 18,21-22).
Continuamos este domingo con el tema del perdón al hermano y
el perdón tiene mucho sentido si está unido al amor, caso contrario no tiene
sentido y se puede fácilmente llegar a poner límites al perdón y eso no es
gusto o querer de Dios. Poner números al perdón, como la actitud matemática de
Pedro (7 veces perdonar) es empobrecer la actitud amorosa. Y en el camino al
cielo con esa actitud de que me perdonen siempre y que yo no perdone o solo
perdone 7 veces me hace ser mezquino. Recordemos Lo que nos dice el Señor: “Si
perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los
perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los
perdonará a ustedes” (Mt 6,14-15). O como hoy al final del evangelio nos lo
reitera: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan
de corazón a sus hermanos” (Mt 18,35).
La única estrategia efectiva para llegar al cielo es el
amor, por eso la enseñanza central del evangelio es aquello que Jesús nos ha
dicho: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Así como yo
los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros". (Jn 13,34-35; Juan 15, 12; Juan 15, 17; 1 Juan 3, 11; 1 Juan
3, 23). Pero, preguntar cuántas veces he de perdonar a mi hermano, como ya se
ha dicho, es ponerle límites al amor. ¿Qué sucedería si también le preguntamos
a Dios cuántas veces está dispuesto a perdonarnos? San Pablo lo entendió mejor
que Pedro y por eso dice: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su
propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra
de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Las profecías acabarán, el don
de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá. El amor no pasará jamás” (I Cor
13,4-8).
Cuando nosotros solemos decir “a la tercera va la vencida”.
Es decir, que después de tres veces ya no me vengas con cuentos. Que no es lo
mismo que decir que te perdono solo hasta siete veces y no más. En cambio y
felizmente para Dios ni a la tercer ni a la octava va la vencida porque Dios
nos ama siempre y por eso nos perdona siempre. Incluso ya nos dijo: “No hay
amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Jesús dio su
vida por nosotros, de este modo nos testificó que Dios nos ama como un amigo
fiel hasta la muerte. Con mucha razón nos había dicho al inicio de su misión:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el
que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Dios no envió a su
Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,16-17).
Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar que estamos
llamados en amar como Dios nos ama. Nos imaginamos que el corazón de Dios es
como el nuestro, un corazón que pone numero al amor. Nosotros nos parecemos al
siervo de la parábola que pide se le perdone su enorme deuda o al menos que
tengan paciencia con él, pero luego él es incapaz de ser considerado con el
compañero que le debe una minucia. Por eso es linda la conclusión que saca
Jesús: “Perdonar de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).
¿Sabes cuántas veces has cometido pecado y por tanto cuántas
veces te ha perdonado ya Dios? ¿Cuántas veces hemos perdonado nosotros?
¿Cuántas veces se han perdonado los esposos? ¿Cuántas veces se han perdonado
los hermanos? ¿Cuántas veces hemos perdonado al vecino? ¿No te parece lindo que
los esposos pudieran decirse el uno al otro: aunque me falles siempre te
perdonaré? Ya sé que más de uno estará pensando: ¿Y no es eso dejarle vía libre
para hacer lo que le viene en ganas? El amor y el perdón claro que dejan vía
libre, pero también son una exigencia para cambiar y vivir en la verdad del
amor. Si quieres que Dios te perdone, comienza por perdonar. Si no eres capaz
de perdonar por siempre, luego no pidas que Dios te perdone siempre. No por
gusto nos dijo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es
misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Porque la medida
con que ustedes midan también se usará para ustedes"(Lc 6,36-38). Es
decir, en la capacidad de perdón se juega la edificación o la destrucción de la
comunidad que busca la salvación.
La comunidad de Jesús no puede sostenerse sin el perdón dado
y recibido siempre y porque esta comunidad (Iglesia) es de Hermanos (Mt 23,8).
Y el distintito de la comunidad es el amor mutuo: Recordemos aquel mandato
enfático que dio Jesús a la comunidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros. En esto los reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor
que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Así pues, el que ama no
permitirá que su hermano peque y se pierda (Mt 18,15); No perdonará solo
siete veces sino por siempre (Mt 18,21). Porque ama por siempre.
La actitud contraria al amor nos recuerda aquella
primera escena de odio: “Caín, dijo a su hermano Abel Vamos al campo. Y cuando
estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. El Señor
dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: "No sé. ¿Soy yo acaso
el guardián de mi hermano?" Replicó el Señor: "¿Qué has hecho? Se oye
la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn4,8-10). Esta escena nos
sitúa en la segunda parte de la enseñanza del evangelio de hoy: “El Siervo
despiadado” (Mt 18,23-34). “Por eso el Reino de los cielos es semejante a…”. Es
importante esta mención del “Reino”: el concederle el perdón al hermano es
condición para ser admitido en el “Reino de los cielos”, es en este punto que
debe verificarse un cambio radical en la vida de un discípulo (Mt 18,3).
El perdón desde el corazón o con misericordia como mensaje
central de la enseñanza (Mt 18,35): “Lo mismo hará con Uds mi Padre celestial,
si no perdonan de corazón cada uno a su hermano”. La parábola ha terminado con
una verdadera consagración de la “misericordia” con la cual se descarta
definitivamente la “ley del talión” (Mt 5, 38-39). La conexión con las
bienaventuranzas es evidente: “Bienaventurados los misericordiosos porque
alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7); esta es, incluso, una de sus mejores
catequesis. Igualmente nos conecta con el epílogo del Padre-Nuestro:
“Que si Uds. perdonan a los hombres sus ofensas, les
perdonará también a Uds. su Padre celestial; pero si no perdonan a los
hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas” (Mt 6, 14-15).
La novedad, con relación a los textos anteriores, es que
Jesús agrega que ese perdón debe ser concedido “de corazón” y no solo de boca o
meras palabras. Por lo que, será nuestra actitud la que determinará finalmente
el juicio de Dios sobre nuestras salvación. El apóstol Santiago nos dice: “El
que no practicó misericordia será juzgado sin misericordia, pero la
misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg 2,13).
A menudo solemos actuar equivocadamente; en lugar de ser
misericordiosos, actuar como jueces, al respecto el Señor nos lo dice también:
“¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes
la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te
saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la
viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu
hermano” (Mt 7,3-5). Y el Apóstol Santiago: “Uno solo es el legislador y
juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para
condenar al prójimo?” (Stg 4,12). Y San Pablo agrega: “La única deuda con los
demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rm
13,8). Así pues, el que vive en el amor, no vive con tanto cuantas veces
perdono a mi prójimo si no siempre perdonando: “El amor todo lo disculpa, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las
profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá” (I
Cor 13,7-8).
El pánico de la eterna reprobación relampaguea tras las palabras
que nos indican el castigo: La primera enseñanza de la parábola es la
advertencia contra la dureza de corazón. Si los hermanos no se perdonan
mutuamente, está en peligro su eterno destino.
El Padre que está en los cielos procederá como el rey de la
parábola, si alguien no perdona de todo corazón (18,35). El cuarto tema de
nuestro capítulo y todo el discurso concluyen con estas palabras amenazadoras.
En ellas recae la definitiva decisión sobre la vida humana. Sólo tiene
perspectiva de que sea condonada su deuda el que antes hizo lo mismo con sus
hermanos (cf. 6,15). Tan grande como la medida del castigo es la medida del
perdón de Dios. Él es el rey que perdona la enorme deuda sólo por la simple
súplica. Su clemencia es sin medida, el perdón de la culpa sobrepasa todo
limite humano. Dios demuestra su omnipotencia y majestad en la grandeza de la
misericordia. Pero no es esto sólo. Cada uno de los hermanos sabe que él
también está obligado a tenerla si quiere subsistir ante Dios. Cada uno va
acumulando pecados y se parece de algún modo al primer siervo. Si Dios le condona
la deuda, está de nuevo ante Dios como siervo que vive enteramente de la
munificencia y de la misericordia de su Señor. Solamente así resulta
inteligible que la obligación con el hermano haya de tener validez sin
limitaciones. El que recibe la misericordia con exceso, no puede encerrarla y
endurecer su corazón. Para quien desempeña el papel de deudor, no hay nadie más
que también pueda ser deudor con respecto a él.
(Lc 6,36-38): La medida con que Dios nos mide es la misma con que nosotros
debemos medir. La relación con los demás hermanos se regula con nuestra
relación con Dios. De aquí nace la orden de estar dispuestos sin restricciones
a reconciliarnos. Solamente así se mantiene la perspectiva de ser salvado al
rendir cuentas en el juicio. De este modo se ha elevado a un nuevo plano la
relación de los hermanos entre sí. Todos ellos están relacionados como personas
que viven de la misericordia del mismo Señor. Lo que se les ha encargado es
obsequiarse también entre sí con esta misericordia, que se les ha concedido con
exceso. En la historia se revela la conducta de Dios con el hombre con la misma
profundidad que la conducta de los hombres entre sí. El que no busca su propia
gloria, sino que constantemente se da poca importancia y perdona
desinteresadamente, éste es el mayor en el reino de los cielos.
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Paz y Bien
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