domingo, 28 de noviembre de 2021

II DOMINGO DE ADVIENTO – C (05 de Diciembre de 2021)

 II DOMINGO DE ADVIENTO – C (05 de Diciembre de 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 3,1-6:

3:1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,

3:2 bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.

3:3 Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,

3:4 como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3:5 Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale.

3:6 Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos(as) en el Señor Paz y Bien

El evangelio de este II domingo de adviento tiene dos partes: El contexto histórico (Lc 3,1-2) y el ministerio de Juan Bautista (Lc 3,3-6): “Que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,5). “ Si no se convierten, todos morirán del mismo modo” (Lc 13,3). “Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7). “Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10): “Vivan según el Espíritu y no llevaran una vida según la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos” (Gal 5,16-17.

El I domingo de adviento se nos ha dicho: “Estén despiertos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir” (Lc 21,36). Hoy, en el II domingo se nos dice: “Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). 

El ministerio de Juan Bautista: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Antes de tomar detalles de esta cita conviene contextualizar la figura de Juan Bautista:

Un día los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista” (Mt 17,10-12). Esta afirmación hecha por Jesús no es sino lo que el profeta dijo: “Yo les voy a enviar a Elías, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Ml 3,23).

El ministerio de Juan Bautista consiste en poner en orden todas las cosas (Mt 17.11) y ¿cómo lo hizo?: “Comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,4-6).

Al respecto del bautismo de conversión Juan aclara y dice: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,11-12).

Conversión: Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,7-10).

Juan advierte un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Cómo alcanzar el perdón de los pecados? Acudamos a dos citas en el que el Señor aclara: “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados” (Lc 5,24). Y también Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes¡ Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Adviento tiempo de confesión de los pecados: El Nuevo Catecismo de la Iglesia en el numeral 1422-1429) nos dice lo siguiente:  "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

El nombre de este sacramento:  Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Mc 1,15), la vuelta al Padre (Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado. Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador. Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46, 55). Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).

¿Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo? "Han sido lavados [...] han sido santificados, [...] han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (DS 1545; LG 40).

La conversión de los bautizados: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1 Jn 4,10). De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).

martes, 23 de noviembre de 2021

I DOMINGO DE ADVIENTO – C (28 de Diciembre de 2021)

 I DOMINGO DE ADVIENTO – C (28 de Diciembre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36

21:25 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,

21:26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.

21:27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.

21:28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»

21:34 «Cuídense de que no se hagan pesados su corazón por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre Uds,

21:35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.

21:36 Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.» PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

Hoy comenzamos un nuevo tiempo litúrgico. Pasamos del Ciclo B, en el que tuvimos como eje al Evangelio de San Marcos (16 cap), al Ciclo C en el que tendremos como centro el Evangelio de San Lucas (24 cap). Por eso, el relato evangélico que hoy se nos presenta está tomado del Discurso sobre el fin de los tiempos del Evangelio de San Lucas (capítulo 21). Aquí se presentan en forma de síntesis las enseñanzas de Jesús con respecto al fin de los tiempos cuando el Reino de Dios alcance su plenitud. El tono del relato trae connotaciones del orden apocalíptico y las imágenes o escenas descritas invitan a una actitud de responsabilidad respecto a la fe y esperanza: “Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación” (Lc 21,27-28). Pero tener en cuenta lo que dijo Jesús: “Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,7-8).

Es de fe que el Hijo del Hombre va a venir al final de los tiempos con toda su Gloria para realizar el Juicio Final: “Así como está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego le viene el juicio; así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez sin relación al pecado; sino respecto a los que esperan para su salvación” (Heb 9,27-28).

 Con respecto al Día y a la hora de dicho acontecimiento nadie lo sabe, solo Dios (Mt 24,36). Por lo tanto no es el momento para especular y calcular con respecto al “cuándo” sino que es el tiempo propicio para reflexionar en el “cómo” me preparo para el encuentro con el Señor.

El relato de hoy son muy similares a las que compartimos hace dos semanas, donde compartíamos el texto paralelo al de hoy en la versión de Marcos (13,24-32). En líneas generales lo que allí se planteaba nos sirve también para hoy. Por lo tanto es útil que volvamos a releer aquellas pistas que se nos brindaban… Pero el texto de Lucas, no pone en esta parte, ninguna reflexión en torno a que nadie sabe ni el día ni la hora en que va a venir el Hijo del Hombre como lo hacía Marcos 13,32.

Lucas agrega algunos elementos más que están presentes fundamentalmente al final del relato, en los versículos 21, 34 - 36. El Señor reflexiona directamente con respecto a la actitud que se ha de tener al estar esperando su venida. Y el cuestionamiento viene con respecto al uso del tiempo. Los que se quedan pensando en “banquetes” y “borracheras” pueden quedar atrapados como un animal en una trampa. Por eso hay que estar siempre alertas y orando sin cesar para poder estar con Jesús el Hijo del Hombre.

Dice Dios: “Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Conviértanse, de su mala conducta. ¿Por qué han de morir, casa de Israel?” (Ez 33,11). Dios como es amor (I Jn 4,8) se propone salvar al hombre que tropezón con el pecado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús es la manifestación amorosa de Dios para con la humanidad. Así nos lo dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que nos lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18). “La Palabra de Dios se hizo hombre” (Jn 1,14). Pero hoy nos ha dicho: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lc 21,27-28). Esta manifestación está referida a su segunda venida.

¿Cómo hemos de esperar el día de la segunda manifestación del hijo? Nos lo dice: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36). Es decir, este tiempo nuevo es tiempo de mayor oración y penitencia.

 El tiempo adviento es un tiempo de esperanza y a vivir motivados por esta esperanza. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es. La caridad se hace, se sabe qué es. Pero ¿qué es la esperanza? ¿Qué es una actitud de esperanza? Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, ‘de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión”.  Tener esperanza, es “estar es tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas. Los primeros cristianos, ha recordado el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla” del Más Allá. Y nuestra vida es exactamente un caminar hacia esta ancla.

El adviento despierta el deseo de contemplar a Dios que sale al encuentro del hombre en su Hijo. Así, expresa este deseo el salmista: “Como la cierva sedienta busca corrientes de agua viva, así mi alma, te busca Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?” (Slm 42,2-3). Unos griegos le dijeron a Felipe: "Señor, queremos ver a Jesús"(Jn 12,21). Felipe dice a Jesús: muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8)

El adviento te invita a entrar en el aposento de tu alma: Quita todo de tu alma, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: "Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro". Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu búsqueda a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré, hallándote te amaré y amándote estaré en ti y tu en mi (I Jn 4,12).

miércoles, 17 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXIV – B (21 de Noviembre del 2021)

 DOMINGO XXXIV – B (21 de Noviembre del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:

18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?"

18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?"

18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?"

18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".

18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que Jesús es el Rey del mundo.

Llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo B con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y para sorpresa nuestra, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente afirmación: “¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37). Dijo Jesús de sí mismo: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer” (Mt 25,31-35).

Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.

Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y además Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de: “Sacerdote, profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Así pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con Jesús en razón del ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.

Ejerciendo nuestra fe, que es lo que nos corresponde a todo bautizado reinaremos con Jesús. ¿Cómo ejercer nuestro bautismo? Jesús les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.” (Mc 16,15-18).

Pilato, quien representa al emperador romano, es el hombre que detenta en Judea el máximo poder y es el único que puede aplicar la pena de muerte, él tiene derecho sobre la vida y sobre la muerte.  Jesús, quien llega atado como un malhechor, se presenta a sí mismo como un Rey, pero de un tipo distinto al de Pilato.  Jesús aparece sometido a la autoridad de Pilato (“Tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”; 19,10), pero –como se concluirá de los interrogatorios- este poder no es decisivo (“No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”; 19,11).

La confrontación entre Pilato y Jesús es extensa en el relato de la Pasión. Hoy nos vamos a detener solamente en uno de los interrogatorios (18,33-37), el cual se desarrolla básicamente a partir de tres preguntas que provocan un triple pronunciamiento de Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Jn 18,33), “¿Qué has hecho?” (Jn 18,35), “¿Luego, tú eres Rey?” (Jn 18,37).

Las tres preguntas y respuestas, además, están concatenadas. La pregunta inicial coloca en primer plano el tema principal, el “reinado de Jesús”, tomando como base las acusaciones recibidas. Ésta lleva a que, en las sucesivas preguntas, Jesús asuma la responsabilidad de su misión (el “hacer” de Jesús) y que explique qué tipo de Rey es Él (nótese que en la tercera pregunta ya no se dice que es “Rey de los judíos” sino simplemente “Rey”). El énfasis del pasaje recae sobre la respuesta a la tercera pregunta.

lunes, 8 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXIII – B (14 de Noviembre de 2021)

 DOMINGO XXXIII – B (14 de Noviembre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:

13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,

13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.

13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.

13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.

13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28). “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.  Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).

El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).

En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?

La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.

Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos: “Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y muertos y que su Reino no tendrá fin”.

La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así, tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles, todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.

La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún  tenemos que limpiarnos o purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final: “La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).

Por último si morimos en pecado grave o mortal somos llevados al infierno. También, pasaremos por el juicio final que será cuando vuelva Cristo Glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar (Mt 24,36); sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido de toda la obra de la creación y de toda la historia de la salvación y comprenderemos los caminos admirables por los que su providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte. (CIC 1040).

Segundo: ¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).

La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza. En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará, pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo. Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo. Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento. No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza fundamentada en la palabra de Dios.

Toda la creación participa del ser contingente (ayer no existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden, nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.

El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste: “Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso no puede ser un referente para los que tenemos fe.

sábado, 6 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXII – B (07 de Noviembre del 2021)

 DOMINGO XXXII – B (07 de Noviembre del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 12,38-44:

12:38 Jesús les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas

12:39 y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;

12:40 que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".

12:41 Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.

12:42 Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

12:43 Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,

12:44 porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Recordando el anterior domingo: “Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;  y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La respuesta de Jesús que da al escriba quepa exactamente a otra pregunta de fondo: ¿Qué hare para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Es lo mismo preguntarnos ¿Qué hare para obtener mi salvación? Ahora Jesús nos ha dicho: Ama a Dios amando a tu hermano. Pero ese amor ha de ser con obra concreta de caridad: Actitud de la pobre mujer del Evangelio de hoy.

Dios dijo al rico: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será la riqueza que has amontonado?" Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,20-21). Les dijo también: "Cuídense de toda avaricia, porque aun cuando uno tenga todo, la vida de un hombre no depende de su riqueza" (Lc 12,15).  Y nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

¿Cómo ser rico a los ojos de Dios?: La pobre del Evangelio de hoy nos da la lección. Dijo Jesús al ver la actitud de la pobre: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44). Esta actitud de la pobre difiere totalmente a la actitud del joven rico quien preguntó a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: cumple los mandamientos…(Mc 10,17). El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". 

Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!" (Mc 10,20-23).

Respecto a los bienes materiales o riqueza, Jesús hace referencia en el siguiente termino: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Fíjense que el joven rico (Mc 10,17) al aferrarse a su riqueza solo acumula tesoros en la tierra donde se corroe, en cambio la Pobre viuda (Mc 12,43) al desprenderse de lo poco que tenía, acumula tesoro en el cielo.

La pobre y viuda del evangelio, compró con dos monedas de poco valor el Reino de los cielos y en cambio el joven rico no le alcanza toda su riqueza para hacerse del Reino de los cielos. Es decir la riqueza, como el dinero no es de por sí ni bueno ni malo, todo depende cómo se use. Si se usa motivada por el egoísmo, la riqueza es motivo de tropiezo o perdición, si se usa motivada por el amor, es medio de salvación.

San Pablo también hace referencia  al tema en los siguientes términos: “El que siembra tacañamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (II Cor 9,6-7). O aquel episodio: “No se engañen, nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra. El que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; pero el que siembra según el Espíritu, del Espíritu cosechará la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,7-10).

En el A.T. el dar está relacionado con la cantidad, así por ejemplo el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a los levitas: Cuando ustedes reciban de los israelitas los diezmos que yo les asigné como herencia, reservarán la décima parte como una ofrenda para el Señor: esto les será tenido en cuenta a título de contribución” (Num 18,25-27). O sea, basta que se dé la décima parte, califica en la voluntad de Dios. Pero en el N.T. no es suficiente que se dé la décima parte, sino del todo. Ejemplo: ”Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,43-44).

En suma, el Evangelio de hoy nos presenta a esta pobre viuda, aparentemente intrascendente, que Jesús nos presenta como un modelo de vida cristiana. Con los rasgos siguientes: a) Las cosas no son como son sino como las vemos. Todo se ve según los criterios con los que miramos las cosas. Si las miramos desde el egoísmo o si las miramos desde el amor y la generosidad. b) No es cuestión de dar cosas, sino con qué corazón las damos. No es la cantidad, sino la calidad del dar con amor. c) depende qué es lo que damos a los demás. Podemos dar lo que nos estorba en casa y ya no nos sirve, esa es una manera de desentendernos de ello.  Podemos dar aquello que nos sobra o podemos dar aún de aquello que nosotros necesitamos. Incluso, podemos dar pasando nosotros necesidad y lo que tenemos para vivir. Esto lo llamaría, no dar cosas sino darse a sí mismo.

“Nada trajimos al venir al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Pero saben ¿Qué vamos a llevar? Al cielo llevaremos lo que hemos gastado para el Señor en sus pobres, así nos lo reitera: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobres de mis hermanos, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos". Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber.” (Mt 25,40-42). Es decir; muy por el contrario, dejaremos en esta tierra todo lo que ahorramos motivado por el egoísmo, es decir lo perdemos todo.

domingo, 31 de octubre de 2021

DOMINGO XXXI – B ( 31 De Octubre del 2021)

 DOMINGO XXXI – B ( 31 De Octubre del 2021)

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28-34


12:28 Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?"

12:29 Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;

12:30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.

12:31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".

12:32 El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,

12:33 y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".

12:34 Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados hermanos en el amor Paz y Bien.

A tres domingos para finalizar el ciclo litúrgico ciclo B en el que hemos leído el Evangelio de San Marcos. Nos hemos preguntado: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna, entrar en el cielo? (Mc 10,17). Jesús respondió: “Si quieres entrar en la vida cumple los mandamientos” Y los mandamientos se resumen en el tema del amor: La vocación mayor del hombre es el ser llamado al amor.

“Santifíquense guardando mis leyes y poniéndolos en práctica mis mandamientos porque Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7). Poniendo en práctica los mandamientos es como podemos santificarnos y ¿Para qué sirve la santificación nuestra? Pues yo soy Yahveh, el que los ha subido de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45).  La santidad es requisito para nuestra salvación y tiene su estrategia  específica: Vivir en el amor.

"¿Cuál es el primero de los mandamientos?" (Mc 12,28). Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,29-31). No es que sea dos mandamientos. Es un mandamiento supremo que tiene dos partes: Amor a Dios y al prójimo. Por eso Jesús dirá: Les doy un mandamiento, que se  amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

No es que nos amemos como quisiéramos. La medida perfecta del amor es el modo como Jesús nos amó. El dio su vida por nosotros, de igual modos es como debemos amarnos unos a otros. Luego nos dice. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Uds son mis amigos si cumplen o que yos los enseño” (Jn 15,13-14). Amándonos unos a otros es como llegamos a amar en verdad a Dios. Y si Dios es amor (I Jn 4,8), por eso se nos exhorta: "Quien ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano “ (IJn 4,20-21).

El amor da incluso el significado definitivo a la vida humana. Es la condición esencial de la dignidad del hombre, la prueba de la nobleza de su alma. San Pablo dirá que es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Es lo más grande en la vida del hombre, porque —el verdadero amor— lleva en sí la dimensión de la eternidad. Es inmortal: “La caridad no pasa jamás”, leemos en la Carta primera a los Corintios (1 Cor 13, 8). El hombre muere por lo que se refiere al cuerpo, porque éste es el destino de cada uno sobre la tierra, pero esta muerte no daña al amor que ha madurado en su vida. Ciertamente permanece, sobre todo para dar testimonio del hombre ante Dios, que es amor. Designa el puesto del hombre en el Reino de Dios; en el orden de la comunión de los santos. El Señor Jesús dice en el Evangelio de hoy a su interlocutor, viendo que comprende el primado del amor entre los mandamientos: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34).

Son dos los mandamientos del amor, como afirma expresamente el Maestro en su respuesta, pero el amor es uno solo. Uno e idéntico, abraza a Dios y al prójimo. A Dios: sobre todas las cosas, porque está sobre todo. Al prójimo: con la medida del hombre y, por lo tanto, “como a sí mismo”.

Estos “dos amores” están tan estrechamente unidos entre sí, que el uno no puede existir sin el otro. Lo dice San Juan en otro lugar: “El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Por lo tanto, no se puede separar un amor del otro. El verdadero amor al hombre, al prójimo, por lo mismo que es amor verdadero, es, a la vez, amor a Dios. Esto puede sorprender a alguno. Ciertamente sorprende. Cuando el Señor Jesús presenta a sus oyentes la visión del juicio final, referida en el Evangelio de San Mateo, dice: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36).

Entonces los que escuchan estas palabras se sorprenden, porque oímos que preguntan: “Señor, ¿cuándo te hemos hecho todo esto?”. Y la respuesta es: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno solo de mis hermanos más pequeños —esto es, a vuestro prójimo, a uno de los hombres—, a mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 37. 40).

Esta verdad es muy importante para toda nuestra vida y para nuestro comportamiento. Es particularmente importante para quienes tratan de amar a los hombres, pero “no saben si aman a Dios”, o, desde luego, declaran no “saber” amarlo. Es fácil explicar esta dificultad, cuando se considera toda la naturaleza del hombre, toda su sicología. De algún modo al hombre le resulta más fácil amar lo que ve, que lo que no ve (cf. 1 Jn 4, 20).

Sin embargo, el hombre está llamado —y está llamado con gran firmeza, lo atestiguan las palabras del Señor Jesús— a amar a Dios, al amor que está sobre todas las cosas. Si hacemos una reflexión sobre este mandamiento, sobre el significado de las palabras escritas ya en el Antiguo Testamento y repetidas con tanta determinación por Cristo, debemos reconocer que nos dicen mucho del hombre mismo. Descubren la más profunda y, a la vez, definitiva perspectiva de su ser, de su humanidad. Si Cristo asigna al hombre como un deber este amor, a saber, el amor de Dios a quien él, el hombre, no ve, esto quiere decir que el corazón humano esconde en sí la capacidad de este amor, que el corazón humano es creado “a medida de este amor”. ¿No es acaso ésta la primera verdad sobre el hombre, es decir, que él es la imagen y semejanza de Dios mismo? ¿No habla San Agustín del corazón humano que está inquieto hasta que descansa en Dios?

Así, pues, el mandamiento del amor de Dios sobre todas las cosas descubre una escala de las posibilidades interiores del hombre. Esta no es una escala abstracta. Ha sido reafirmada y encuentra constantemente confirmación por parte de todos los hombres que toman en serio su fe, el hecho de ser cristianos. Sin embargo, no faltan los hombres que han confirmado heroicamente esta escala de las posibilidades interiores del hombre.

En nuestra época nos encontramos con una crítica, frecuentemente radical. de la religión, con una crítica de la cristiandad. Y entonces también este “mandamiento más grande” resulta víctima del análisis destructivo. Si se libra de esta crítica e incluso generalmente se aprueba el amor al hombre, se rechaza, en cambio, por varios motivos, el amor de Dios. Con frecuencia esto se hace simplemente como expresión atea de la visión del mundo.

En el contacto con esta crítica que se presenta de diversas formas, ya sea sistemáticamente, ya de manera circulante, es necesario ponderar al menos sus consecuencias en el hombre mismo. Efectivamente, si Cristo, mediante su mandamiento más grande, ha descubierto la escala plena de las posibilidades interiores del hombre, entonces debemos responder dentro de nosotros mismos a la pregunta: rechazando este mandamiento ¿acaso no empequeñecemos al hombre?

Lo que quiero desear… se expresa sobre todo en el ferviente anhelo de que el gran mandamiento del Evangelio sea el principio de la vida de cada uno de vosotros y de toda vuestra comunidad. Sin embargo, precisamente este mandamiento confiere el verdadero significado a vuestra vida. Vale la pena vivir y fatigarse cada día en su nombre. A su luz incluso el destino más gravoso: el sufrimiento, la invalidez, la misma muerte adquieren un valor. Cómo nos hablan de esto de manera espléndida las palabras del Salmo en la liturgia de hoy: “Yo te amo. Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, m libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío…” (Sal 17). Deseo, pues, que en cada uno de vosotros y en todos se realicen las palabras de Cristo: “Sí alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada (Jn 14, 23).

sábado, 23 de octubre de 2021

DOMINGO XXX – B (24 de Octubre de 2021)

 DOMINGO XXX – B (24 de Octubre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 10,46-52:

10:46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo —Bartimeo, un mendigo ciego— estaba sentado junto al camino.

10:47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"

10:48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!"

10:49 Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Ánimo, levántate! Él te llama".

10:50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.

10:51 Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver".

10:52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Los discípulos se dijeron: ¿Quién podrá salvarse?" Jesús les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible" (Mc 10,26-27). Si todo es posible para Dios, es posible que un ciego deje de ser ciego por el poder de Dios. Jesús dice al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?”. Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Como se ve, para el tema de salvación es importante tener en cuenta el tema de la fe.

Jesús preguntó al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino” (Mc 10,51-52). Este episodio se contrasta con lo que Jesús decía: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.” (Mc 9,37). Si el tema de fondo es la salvación, nos preguntamos ¿Sera el ojo para mi motivo salvación o condenación? Es ilógico pensar que todos los que tienen ojos irán al cielo y todos los ciegos al infierno o viceversa. Todo depende que conducta damos al cuerpo con sus cinco sentidos.

Jesús se enteró de que habían echado de la sinagoga al ciego que lo había dado vista y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?" Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece" (Mc 9,35-41). Porque ven según las conveniencias particulares y no ven lo que es. Por eso dice Jesús: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El evangelista San Lucas acuña el inicio del ministerio público de Jesús de este modo: “Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías (61) y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,16-21).

En el posterior relato Lucas trae a colación las primeras reacciones de la gente de unos a favor otro en contra de Jesús: “Ellos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y otros decían: ¿No es este el hijo de José? Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"…y agregó: Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”. (Lc 4,22-24). El evangelio de Juan trae otras escenas como por ejemplo: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo? (Jn 6,41).

Los discípulos de Juan el Bautista preguntaron a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En esa ocasión, Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!" (Lc 7,20-23).

En otra ocasión Jesús aclaro a sus discípulos y les dijo: “Les hablo por medio de parábolas porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure” (Mt 13,13-15). Es más, Jesús les dijo: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mt 13,16-17). El evangelista Marcos agrega y dice: “Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?". Ellos le respondieron: Doce. Y aun ¿no entiendes? (Mc 8,18-19).

Jesús es más enfático en decir: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12). Y ante el ciego de nacimiento dijo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,5-7).

Así, pues conviene preguntarnos ¿Quién es el ciego de nuestros tiempos si Bartimeo dejó de ser ciego?

Bartimeo, un mendigo y además ciego. Dos desgracias juntas: “La de mendigo”, es decir, que vivía en la pobreza mendigando un pedazo de pan para comer y subsistir cada día, para el colmo “ciego”. Está sentado junto al camino por donde pasaría cantidad de gente a la que él no podía ver ni reconocer; sin embargo, se da cuenta de que el que ahora pasa es Jesús. No lo ve, pero quiere verlo. Se resigna a pedir limosna, pero no se resigna a seguir viviendo ciego. ¿Imaginemos cuanta gente vive sentada en el camino esperando no solo una limosna sino que alguien le haga ver? ¡Cuantos que creemos tener buena vista, no logramos ver a nadie, y menos a Jesús que pasa a nuestro lado y lo dejamos pasar, tal vez porque nadie nos despierta esa curiosidad de conocerle algún día! No nos resignamos a vivir de limosna y somos capaces de resignarnos a vivir ciegos espiritualmente.

Bartimeo decidió valerse por sí y gritó. Nada de cortesías, grita. Hasta molesta a los que acompañaban a Jesús que lo mandan callar, pero él grita más fuerte. Varias imágenes llenas de sentido para iluminar también nuestras vidas. En primer lugar, no basta decir que yo no veo a Dios. Hasta dónde tenemos esas ganas profundas del corazón que quiere ver y oramos no en voz baja para que no se entere nadie, sino a gritos. ¿Alguna vez has rezado dejando que tu corazón grite? No le pide a Jesús que lo saque de su pobreza y mendicidad, le pide que le haga ver. Además, la fineza de Jesús. Mientras los demás le mandan callar, que siempre es lo más fácil, mandar callar a quienes reclaman sus derechos, Jesús mismo lo manda llamar. Jesús es tan delicado que ni siquiera le dice yo te voy devolver la visión, le dice “tu fe ha curado”. ¿Qué le pedimos nosotros a Dios? ¿Que nos dé cosas o nos haga verle a Él y ver a los demás? ¿Somos de los que mandamos callar a los que gritan sus necesidades o más bien nos acercamos a ellos? Como ven, muchas preguntas que esperan nuestras respuestas.

En resumen, ya en el A.T. se habla del valor trascendente de la vista: "Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.  Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, (Rm5, 12) que igualmente comió. Entonces se les abrieron a los dos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gn 3,4-7).

En el N. T. Jesús da el sentido real al mensaje de la ceguera: "Jesús dijo al hombre que ha sido curado de su ceguera: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece en Uds." (Jn 9,39-41).

Muchos como Bartimeo pueden hoy dejar de ser ciegos, pero seguirán siendo ciegos  a falta de esa fe como la de Bartimeo. “Señor auméntanos la fe” (Lc 17,5). Porque tú eres nuestra luz (Jn 6,12).