DOMINGO XXXIV – B (21 de Noviembre del 2021)
Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:
18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el
pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los
judíos?"
18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u
otros te lo han dicho de mí?"
18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas
y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has
hecho?"
18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido
para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".
18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?"
Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi
voz". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.
"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que
es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que
Jesús es el Rey del mundo.
Llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo B con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y para sorpresa nuestra, Dios arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente afirmación: “¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» (Lc 23,36-37). Dijo Jesús de sí mismo: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer” (Mt 25,31-35).
Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.
Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y además Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).
Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de:
“Sacerdote, profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote,
Profeta y Rey. Así pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con
Jesús en razón del ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.
Ejerciendo nuestra fe, que es lo que nos corresponde a todo
bautizado reinaremos con Jesús. ¿Cómo ejercer nuestro bautismo? Jesús les dijo:
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las
señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban
veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán
bien.” (Mc 16,15-18).
Pilato, quien representa al emperador romano, es el hombre
que detenta en Judea el máximo poder y es el único que puede aplicar la pena de
muerte, él tiene derecho sobre la vida y sobre la muerte. Jesús, quien
llega atado como un malhechor, se presenta a sí mismo como un Rey, pero de un
tipo distinto al de Pilato. Jesús aparece sometido a la autoridad de
Pilato (“Tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”; 19,10), pero
–como se concluirá de los interrogatorios- este poder no es decisivo (“No
tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”; 19,11).
La confrontación entre Pilato y Jesús es extensa en el relato
de la Pasión. Hoy nos vamos a detener solamente en uno de los interrogatorios
(18,33-37), el cual se desarrolla básicamente a partir de tres preguntas que
provocan un triple pronunciamiento de Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Jn
18,33), “¿Qué has hecho?” (Jn 18,35), “¿Luego, tú eres Rey?” (Jn 18,37).
Las tres preguntas y respuestas, además, están concatenadas.
La pregunta inicial coloca en primer plano el tema principal, el “reinado de
Jesús”, tomando como base las acusaciones recibidas. Ésta lleva a que, en las
sucesivas preguntas, Jesús asuma la responsabilidad de su misión (el “hacer” de
Jesús) y que explique qué tipo de Rey es Él (nótese que en la tercera pregunta
ya no se dice que es “Rey de los judíos” sino simplemente “Rey”). El énfasis
del pasaje recae sobre la respuesta a la tercera pregunta.
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