DOMINGO XXXIII – B (14 de Noviembre de 2021)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:
13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se
oscurecerá, la luna dejará de brillar,
13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se
conmoverán.
13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes,
lleno de poder y de gloria.
13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus
elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del
horizonte.
13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando
sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que
se acerca el verano.
13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas
cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que
suceda todo esto.
13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán.
13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni
los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál
será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús
respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles
del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto
algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se
oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los
astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno
de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una
sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez
pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28).
“Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre,
rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver
al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal
dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor
descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en
Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos,
seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y
así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).
El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo
B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús
ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el
cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?
Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma
manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).
En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola
palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una
sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?
La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús
resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y
de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia
de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que
nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos
reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos
hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”
(I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni
principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.
Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del
mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos:
“Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está
sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y
muertos y que su Reino no tendrá fin”.
La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de
Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente
desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el
sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y
porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así,
tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la
estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles,
todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento
del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en
Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.
La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede
esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras
hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al
cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta
purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los
enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún tenemos que limpiarnos o
purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final:
“La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se
revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la
calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento
resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es
consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).
Por último si morimos en pecado grave o mortal somos
llevados al infierno. También, pasaremos por el juicio final que será cuando
vuelva Cristo Glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá
lugar (Mt 24,36); sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará
por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia.
Nosotros conoceremos el sentido de toda la obra de la creación y de toda la
historia de la salvación y comprenderemos los caminos admirables por los que su
providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final
revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por
sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte. (CIC 1040).
Segundo: ¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al
Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará
a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos
cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto
dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor,
no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del
Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del
cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después
nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al
cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el
Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).
La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al
final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia
de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la
advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la
Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza.
En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará,
pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es
preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo.
Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que
destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo.
Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la
gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a
la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento.
No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza
fundamentada en la palabra de Dios.
Toda la creación participa del ser contingente (ayer no
existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo
está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo
cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como
verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los
creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene
que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar
nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la
inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden,
nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la
esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.
El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de
Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o
rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros
grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste:
“Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es
caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso
no puede ser un referente para los que tenemos fe.
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