martes, 21 de marzo de 2023

V DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2023)

 V DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Marzo del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 11,1-45:

11:3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo".

11:4 Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".

11:5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.

11:6 Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

11:7 Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea".

11:17 Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

11:20 Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.

11:21 Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

11:22 Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".

11:23 Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".

11:24 Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".

11:25 Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

11:26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?"

11:27 Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".

11:33 Jesús se conmovió y también a los judíos que la acompañaban, y turbado,

11:34 preguntó: "¿Dónde lo pusieron?" Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".

11:35 Y Jesús lloró.

36 Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!"

11:37 Pero algunos decían: "Este, que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?"

11:38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,

11:39 y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto".

11:40 Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?"

11:41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.

11:42 Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".

11:43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!"

11:44 El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".

11:45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y Bien.

La fe de Marta está indicada en su lamento: "Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto” (Jn. 11, 21). Marta cree en el poder de Jesús; en presencia suya, todo se puede esperar. Su reflexión atesora todavía una esperanza: Jesús lo puede todo. Jesús empieza entonces su catequesis. Como la mayoría de las veces en San Juan, toma su punto de partida en un intencionadamente provocado por Jesús. Marta pasará de la fe en la resurrección en el último día, tal como creían los judíos, y según lo que las palabras de Jesús le parecían a ella significar, a la fe en Jesús, resurrección y vida para los que creen en él (Jn. 11,25-26). La resurrección de Jesús, anunciada por la de Lázaro, es signo de nuestra propia resurrección. Y he ahí a Marta dando el paso de la fe en un Cristo capaz de milagros, a la fe en la palabra de aquel que ha sido enviado por el Padre. Es el acto de fe de todo bautizado: creer en la Palabra, en Cristo muerto y resucitado. La segunda lectura subrayará esta fe en la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que habita en nosotros y que nos hará resucitar de entre los muertos (Rm. 8,8-11).

La fe de María se sitúa en el mismo nivel. Ella no corre hasta el sepulcro de su hermano, como creen los judíos presentes, sino que se dirige a Jesús y se postra a sus pies. Oímos de boca de María la misma profesión de fe implícita que en su hermana: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto" (Jn. 11, 32). El evangelista intenta mostrarnos a un Cristo conmovido, conturbado por una profunda emoción ante el dolor, tanto como ante esta manifestación de fe.

Es importante subrayar la actitud de Jesús ante la muerte, cómo se comporta humanamente ante la muerte. Se conmueve y llora (Jn. 11 33-35). Sin embargo, si resucita a Lázaro es para manifestar la gloria de Dios. Si Marta cree, verá esta gloria de Dios (Jn. 11,40). Se trata también de provocar la fe y hacer pasar lentamente al signo de su resurrección que es signo de la nuestra, resurrección final que da a la muerte un nuevo sentido para el cristiano. Esta nueva significación nada quita a la humanidad de la compasión de Jesús ante ese brutal fenómeno de la muerte. La muerte en adelante es para todo cristiano, paso a una nueva vida, paso de una vida corporal, animal, a una vida espiritual, paso que se hace en Jesús, mediante su Espíritu. Es lo que se expresa en la 2ª. lectura.

El regreso a la vida de Lázaro es un anticipo, una profecía, de lo que será en el futuro la resurrección de los muertos. Los amigos de Jesús, sus íntimos, sus más queridos, volverán a la vida ante el asombro de sus enemigos y las miradas mezquinas de los que en vida no acogieron a Jesús en su corazón.

Recuerdemos aquella cita que meditamos el miércoles de ceniza con el que iniciamos el tiempo de cuaresma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Y con esta exhortación se nos impuso la ceniza. ¿Cómo has vivido este tiempo de cuaresma? Porque hoy celebramos el último domingo de cuaresma y el próximo celebraremos ya el domingo de ramos con el que comenzamos la Semana Santa, semana de tinieblas y de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero amaneceremos en un nuevo tiempo con el domingo de la Resurrección. Esa es la meta de nuestro peregrinar. Y la resurrección de Lázaro de este domingo quiere ser un ensayo de esa escena (Jn 11,1-45).

Jesús dijo: "Quiten la piedra. Marta, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto" (Jn 11,39). “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,39). No es lo mismo resucitar al cuarto día (Lázaro) y resucitar al tercer día (Jesús). Resucitar al cuarto día, es resucitar en el mismo cuerpo, el problema es que luego volverá a morir. Resucitar al tercer día, es la resurrección en el estado glorioso, ya no vuelve a morir. Estar en estado glorioso: Jesús se transfiguró en el monte Tabor (Mt 17,2-7). Jesús se dejó ver unos segundos en el estado glorioso por sus apastles: “Pedro dijo que bien se está aquí”.

El principio de la fe de nuestra Iglesia Católica se edifica en el Credo Niceno-Constinopolitano: “Creo en un solo Dios Padre todo poderoso… Creo en Jesucristo Hijo único de Dios… Creo en el espíritu Santo…” Es decir creemos en un solo Dios que se revela en tres personas. Uno de ello, en el Hijo, Dios nos ha visitado. Asumió la naturaleza humana: Es Dios verdadero y Hombre verdadero. Como hombre verdadero nació de la virgen María porque es la llena de Gracia (Lc 1,28). Por eso damos a la virgen María el culto en el segundo grado: Culto de Hiperdulía (Máxima veneración). El nacimiento de Jesús lo hemos festejado en la navidad y nos preparamos cuatro domingos previos, llamados tiempo de adviento. Luego hemos celebrados unos domingos del tiempo ordinario y este tiempo ordinario lo hemos suspendido momentáneamente para prepararnos a otra fiesta: la Pascua de resurrección del Señor. Para ello nos preparamos desde el miércoles de ceniza, llamado tiempo de cuaresma.

El primer domingo de la cuaresma meditamos sobre la verdadera humanidad de Jesús: las tentaciones (Mt 4,1-11). Jesús nos enseñó cómo afrontar y superar las tentaciones del enemigo. En el segundo domingo, meditamos sobre la verdadera divinidad del Señor, la transfiguración en el monte Tabor (Mt 17,1-9). En el tercer domingo meditamos sobre la gracia de Dios en su connotación del agua viva que es Cristo (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo también meditamos sobre la gracia de Dios bajo la connotación de la luz (Jn 9,1-41). Y en este quinto domingo, para terminar la Cuaresma con el triunfo de la vida sobre la muerte.  Meditamos sobre el misterio de la vida que es un don de la gracia de Dios (Jn 11,1-45). En suma un maravilloso camino de conversión de nuestra fe: Centrada en Cristo: verdadero Hombre y verdadero Dios; gracia: Tabor, el agua, la luz y la vida.

La reflexión de este domingo centrada sobre la vida, mismo Jesús nos puede resumir en este episodio: “El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también en la misma línea lo dice el gran San Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor. Por esta razón Cristo experimentó la muerte y la vida, para ser Señor de los muertos y de los que viven” (Rm 14,7-9).

La Cuaresma (nuestra vida terrenal) termina con el triunfo de la vida sobre la muerte que es querer y deseo de Dios. Así nos lo muestra en su Hijo Cristo Jesús: “Así como el Padre tiene vida en así también ha dado al Hijo tener vida en si” (Jn 5,26). Y claro está que Dios en su Hijo quiere salvarnos a todos, quiere que todos participemos de este triunfo sobre la muerte (ITm 2,4). Pero no todos serán parte de este triunfo porque no todos escuchan su palabra (Jn 5,24). “Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

Jesús dice: “Quien escucha mi palabra, ya vive de la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Pero también nos dice: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan es porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Es decir, quien no escucha la palabra de Dios camina en tinieblas, permanece en la tumba (Jn 11,10). Pero el que escucha la palabra de Dios ya está de día, ya salió de la tumba (Jn 11,9). Es más enfático Jesús al decir que incluso: “Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán” (Jn 5,25).  Conviene reiterar con un pero: “Los que obraron el bien resucitarán para la vida eterna, y los que obraron el mal irán a la condenación eterna. (Y está claro esto hará Jesús como juez justo porque esa disposición recibió del Padre): Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 5,29-30).

En el evangelio de hoy hay muchos puntos que comentar: En primer lugar, demostrar que Él es el dueño, que tiene poder sobre la muerte y de la vida. En  segundo lugar, que él es capaz de vencer y sacarnos de la muerte y quitarnos la vida. Finalmente, en tercer lugar, es como una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección.

Solo Dios tiene poder de darnos la vida: “Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.” (Jn 11,21-27). Pero también él tiene poder de quitarnos la vida: “Al regresar a la ciudad, muy de mañana, Jesús sintió hambre. Divisando una higuera cerca del camino, se acercó, pero no encontró más que hojas. Entonces dijo a la higuera: «¡Nunca jamás volverás a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó. Al ver esto, los discípulos se maravillaron: «¿Cómo pudo secarse la higuera, y tan rápido?” (Mt 21,18-20).

Pero Jesús también es capaz de sacarnos de la muerte a la vida: Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días enterrado.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.” (Jn 11,39-44).

Pero también, en tercer lugar, es una manera de dar gloria a Dios todos los sucesos de la vida como las sanciones, la muerte o resurrección: Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn 11,4). En otro momento sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres, sino para que nació así para que la gloria de Dios se manifieste en él, y en forma clarísima” (Jn 9,2-3). La misma muerte es una gran prueba para que se manifieste la gloria de Dios: “Lázaro está dormido le voy a despertar” (Jn 11,11)

Jesús no estaba cuando su amigo Lázaro murió, que tarda y no camina según nuestra lógica. Pero que, al final, nos regala el don de la vida triunfando sobre la muerte. Claro que las hermanas de Lázaro no lo entienden y, hasta cierto punto, le hacen culpable de la muerte del hermano: “Si hubieses estado aquí no hubiese muerto mi hermano.” (Jn 11,21) Es cierto, pero tampoco hubiésemos visto el poder de Jesús sobre la muerte.  Hay cosas que nos cuesta entender; sin embargo, como dice Jesús “si crees verás la gloria de Dios” (Jn 11,40). A veces pensamos que todo se acabó; sin embargo, ahí comienza el poder de Dios. A veces pensamos que Dios es el responsable de nuestras desgracias (Jn 11,21); sin embargo, ahí mismo Dios manifiesta que la fe y la gracia van más allá de nuestras penas.

Jesús nos ha dicho: “La carne no sirve de nada, es el Espíritu quien da la vida. Y las palabras que le he dicho son espíritu y vida” (Jn 6,63). Dios es vida, en Él está la fuente de vida: “Yo soy la vida” (Jn 14,6). Pero, eso sí, siempre exige de nosotros la fe (Lc 17,5). Dios no puede hacer nada en nosotros si no tenemos fe. Cuando la fe es viva, todo se hace vida, incluso la misma muerte se convierte en vida. Lázaro no murió por causa de Jesús, ni Jesús quiso que Lázaro muriese. Lo que Jesús quiere es manifestar que quien puede impedir que alguien muera, también es capaz de que vuelva a florecer la vida: Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Marta contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,25-27).

Dios no nos da siempre lo que pedimos, a veces incluso calla. Pero nos da mucho más de lo que le pedimos. Y por eso como Marta y María nos quejamos: “Si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerte” (Jn 11,21.32) Pero Jesús no interviene en nuestra plegaria porque no cree oportuno que tal o cual pedido nuestro sea oportuno: “El Señor ya sabe de tus necesidades antes que se lo pidas” (Mt 6,8). En el reclamo de Marta (Jn 11,21): ¿Qué es más importante, sanar a un enfermo o devolverlo a la vida cuando ha muerto?  ¿Qué es más importante, que Dios sane a un ser querido o que lo resucite y lo lleve consigo al cielo? No conviene ser egoístas al aferrarnos a lo suyo.  Jesús les regaló el milagro de sacarlo del sepulcro donde ya estaba en putrefacción y se los devolvió vivo. 

domingo, 12 de marzo de 2023

IV DOMINGO DE CUARESMA - A (19 de Marzo del 2023)

 IV DOMINGO DE CUARESMA - A (19 de Marzo del 2023)

PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO Según San Juan 9,1-41:

9:1 Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.

9:2 Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?"

9:3 "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.

9:4 Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.

9:5 Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".

9:6 Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,

9:7 diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

9:8 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"

9:9 Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".

9:10 Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"

9:11 Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi".

9:12 Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". Él respondió: "No lo sé".

9:13 El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.

9:14 Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.

9:15 Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".

9:16 Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?" Y se produjo una división entre ellos.

9:17 Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?" El hombre respondió: "Es un profeta".

9:18 Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres

9:19 y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?"

9:20 Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,

9:21 pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".

9:22 Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.

9:23 Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".

9:24 Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".

9:25 "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".

9:26 Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?"

9:27 Él les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?"

9:28 Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!

9:29 Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este".

9:30 El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.

9:31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.

9:32 Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.

9:33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada".

9:34 Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?" Y lo echaron.

9:35 Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?"

9:36 Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"

9:37 Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".

9:38 Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.

9:39 Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".

9:40 Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?"

9:41 Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Querido amigos(as) Paz y Bien en el Señor.

"He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven (Hijos de la luz) y queden ciegos los que ven (hijos de las tinieblas)" (Jn 9,39).

La enseñanza de este domingo se puede resumir: “Quien cree en el Hijo, no será condenado (porque paso de las tinieblas a la luz); pero el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios (porque sigue en tinieblas). En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,18-19).

El domingo anterior, Jesús dice a la samaritana: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». La samaritana le dice: dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,13-15). La mujer samaritana paso de las tinieblas a la luz porque descubrió a Jesús. Luego nos dice: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida» (Jn 8,12).

La inquietud de sus discípulos: «Maestro, ¿quién ha pecado, para que naciera ciego él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él ni sus padres; nació así para que se manifieste en él la gloria de Dios” (Jn 9,2-3).  Y es que según la mentalidad antigua, el bienestar y la desgracia eran fruto de una conducta moral buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo son participes de esta realidad. En este caso la ceguera  es vista como efecto del pecado. Pero Jesús revierte este paradigma cuando califica: “Nació ciego para que gloria de Dios se manifieste en él”. Y ¿Cómo así se manifiesta la gloria de Dios?: “Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego” (Jn 9,6). Ahora, quienes aceptan y reconocen que en Jesús actúa el poder de Dios, como el ciego, queda con la luz y es hijo de la Luz, quienes no aceptan esta manifestación de la gloria de Dios en el Hijo quedan ciegos, pues al final dice Jesús: "He venido para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven" (Jn 9,39). En este caso los doctores de la ley o los fariseos quedan ciegos porque no creen en la gloria de Dios que se manifiesta en el Hijo.

Después de untarle los ojos le dice: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa Enviado. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,7). Jesús dice a Nicodemo: "Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5-6). Es una clara referencia al sacramento del bautismo  en el que el neófito queda iluminado con la luz de la gracia de Dios y deja de ser ciego. Luego somos invitados a ser portadores de esa luz. Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16). “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21).

En la Segunda Lectura, tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista: “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 5,8-11).

En otro tiempo – dice San Pablo- estaban en la oscuridad, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia manifestada en su Hijo Cristo Jesús, que en el domingo anterior tenía connotación de agua (Jn 4, 5-42) y hoy tiene connotación de la luz (Jn 9,1-41).

Los milagros Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Juan fue informado de todo esto por sus discípulos y, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Cuando se presentaron ante él, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"». En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». (Lc 7,17-23). Todo esto vale para decir que el Señor sabe situarse en el contexto. Es decir, él escoge el modo más adecuado para hacer su labor. Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.

Sabemos que, no todo enfermo es sanado. ¿Significa que la enfermedad es muy superior a la fuerza de curación del Señor? Claro que no. Todo depende cuanta fe se tiene en el Señor. Mientras dure el mundo presente, seguirán habiendo enfermedades, las cuales -ciertamente- son una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores (Gn 2,16). Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades –y también a todo tipo de sufrimiento. Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse (Lv 11,45). No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor. Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, incluyendo nuestros seres queridos.

Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor. De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: “Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios” (Jn 9,2-3).

Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso decíamos que la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. ¡Cuántos enfermos ha habido que se han santificado en su enfermedad! ¡Cuántos santos no hay que se han hecho santos a raíz de una enfermedad o durante una larga enfermedad! En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, sino que viéndolo Jesús pasar, se detiene y, haciendo barro con saliva y tierra del suelo, lo colocó en sus ojos, ordenándole que luego se bañara en la piscina de Siloé (Jn 9,7). Efectivamente, el hombre comienza a ver al salir del agua. Pero notemos que el cambio más importante se realiza en su alma. Y esa voluntad de obediencia con la que actúa el ciego al recibir el mandato de Jesús y obediencia no son sino actitudes auténticas de fe.

Veamos cómo se comporta al ser interrogado por los enemigos de Jesús. Sus respuestas las da con mucha convicción y con tal simplicidad e inocencia, que por la precisión y la lógica que hay en ellas, deja perplejos a quienes con mala intención tratan de hacer ver que Jesús no venía de Dios, pues lo había curado en Sábado, día en que los judíos no podían hacer ningún tipo de trabajo. Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y veo»… El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (Jn 9,10-14).

Resulta refrescante oír la respuesta del ciego que ya no lo es, cuando los fariseos lo obligan a decir que Jesús es un pecador. Responde el ciego, primero inocentemente: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Continúa luego con mucha “claridad” y convicción: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha... Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn 9, 31.33). Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta» (Jn 9,17).

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él”(Jn 9,34-38). El ciego echado de la sinagoga termina postrándose ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es El. Como decíamos, lo más importante es la gracia que acompaña a todo contacto con Cristo. El ciego, que ya no lo es, cree en Jesús y confía en El. Y cuando Jesús se le revela como el Hijo del hombre, es decir, el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree lo que el Señor le dice y, postrándose, lo adoró.

Concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús nos cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos” (es decir, si se dieran cuenta de su ceguera) “no tuvieran pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado” (Jn 9,39-41). El Señor habla de “definición de campos”. ¿Cuáles son esos campos? Luz y tinieblas. Dios y demonio. Gracia y pecado. Y San Pablo nos dice que, “unidos al Señor, podemos ser luz”. Y nos habla de los frutos de la Luz: “bondad, santidad, verdad”. Cristo se identifica así: “Yo soy la Luz del mundo ... El que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8,12).

Seguir a Cristo es no sólo creer en El, sino actuar como El; es decir, en total acuerdo con la Voluntad del Padre. Así, haciendo sólo lo que es la Voluntad de Dios, pasaremos de la oscuridad de nuestra ceguera a la Luz de Cristo, para ser nosotros también luz en este mundo tan oscuro de las cosas de Dios y tan ciego para verlas. Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Más aún, las enfermedades peores no son las que sufre una persona, sino las que sufre toda una población. Nuestra sociedad vive sumergida en las tinieblas y está enferma. ¡Y bien enferma! Porque vive envuelta en violencia, agresividad, maledicencia, ocultismo, esoterismo, idolatría, satanismo. Sí, eso mismo: culto al demonio -para ser más precisos. Por eso requerimos sanación. Una sanación que sólo Dios nos puede dar. Porque la sanación fundamental es la sanación interior. Y ésa es la que estamos necesitando. El ciego de nacimiento que mencionábamos termina por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como Dios. Cuando comenzó a ver, el ciego cree lo que el Señor le dice y, postrándose, Lo adoró. (Jn 9, 38)

¿Se dan cuenta de lo que significa vivir en la oscuridad de quien no es capaz de reconocerse a si mismo, no ver nunca su verdad, y no haber descubierto nunca a Dios en su vida? ¿Lo es sentirnos a gusto sin ver más allá de nuestra propia sombra, acostumbrarnos a vivir sin la experiencia de Dios en nuestras vidas? ¿Acostumbrarnos a vivir encerrados sobre nosotros mismos, nuestros placeres e intereses personales inmediatos? Hay muchos que son ciegos de nacimiento porque nadie les ha hablado de Dios. Hay muchos que son ciegos que, aún después de haber visto, prefieren no ver, eso que alguien llamó acertadamente el “ateísmo de la insinceridad”. Muchos piensan que el Evangelio es duro. Yo diría que es exigente, sobre todo para con los necesitados. Hay algo que ha de quedar claro. Dar la vista a un ciego en un sábado es declarar al hombre más importante que el sábado mismo. El hombre es más importante que la religión misma porque Dios está más presente en el hombre que en los ritos, porque es imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16). Pero si el hombre no se quiere dar cuenta de esa gran dignidad o si se dio cuenta pero no quiere aceptarlo, entonces seguirá siendo ciego e hijo de las tinieblas y eso es precisamente el infierno.

Este tiempo de cuaresma es propicia para que entendamos que el hombre tiene que terminar como el ciego que deja de ser ciego y luego confiesa su fe y lo pone en práctica: Jesús preguntó al que había sido ciego: “¿Crees en el Hijo del hombre? Él respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has visto: es el que te está hablando. Entonces él exclamó: Creo, Señor, y se arrodilló y lo adoró” (Jn 9,35-38).

viernes, 10 de marzo de 2023

III DOMINGO DE CUARESMA - A (12 de marzo del 2023)

 III DOMINGO DE CUARESMA - A (12 de marzo del 2023)

Proclamación del Evangelio de San Juan 4,5-42:

4:5 Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.

4:6 Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.

4:7 Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".

4:8 Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.

4:9 La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.

4:10 Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".

4:11 "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?

4:12 ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?"

4:13 Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,

4:14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".

4:15 "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla".

4:16 Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".

4:17 La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido,

4:18 porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad".

4:19 La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.

4:20 Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar".

4:21 Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.

4:22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

4:23 Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.

4:24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".

4:25 La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo".

4:26 Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".

4:39 Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".

4:40 Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.

4:41 Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.

4:42 Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El Primer Domingo de Cuaresma, en la dimensión humana, El Señor nos enseñó con su ejemplo cómo debemos afrontar las tentaciones del demonio (Mt 4,1-11). En el II domingo de cuaresma la manifestación de la parte Divina: Jesús tomó consigo a Santiago, Pedro y Juan… mientras estaban en oración se transfiguro… y la voz del Padre: este es mi hijo. Mi predilecto, escúchenlo…”  (Mt 17,1-9). Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado y glorificado, como un sol brillante en la cima del Tabor que es el cielo. En este III domingo de cuaresma, el Señor nos enseña, cómo esas dos dimensiones humana y divina del que todos participamos (Gn 1,26) somos parte constitutiva del ser de Dios unido por su gracia simbolizada en el agua (Jn 4,5-42. “Quien tenga sed, que venga a mí y que beba” (Jn7,37). Así, pues, quien vive envuelto en la gracia de Dios como el salmista puede  exclamar; Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua. Como te contemplaba en el santuario, viendo tu fuerza y tu gloria, tu gracia vale más que la vida” (Slm 62,2).

 ¿Y qué simboliza el agua? Un día -era el último día de la fiesta de las tiendas—, Jesús, puesto en pie, exclamó a voz en grito: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba". Y el evangelista comenta: "Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,37-39). El agua, pues, simboliza al Espíritu. "Tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre" (1 Jn 5,7-8). Estas tres cosas no están en el mismo plano: el agua y la sangre fue lo que se vio salir del costado ( Jn 19,34); eran señales, sacramentos; el Espíritu era la realidad invisible que en ellos se escondía y que en ellos actuaba.

Las Lecturas de hoy nos hablan de “agua viva”: agua en pleno desierto brotando de una roca (Ex.17, 3-7), y agua de un pozo al que Jesús se acerca para dialogar con la Samaritana (Jn. 4, 5-42).  Relato maravilloso que para su mejor entendido podemos tomarla en dos parte: a) Dios que se abaja en su Hijo (Flp 2,6-11) y que viene a salvarnos por puro amor suyo (Jn 3,16). b) la mujer samaritana que descubre en Jesús lo que todo el pueblo espera: al Mesías (Jn4,25).

Dios nunca se nos presenta como el autosuficiente que lo sabe y lo puede todo,  sino sencillamente sentado junto al pozo y Él mismo necesitado de que alguien le ofrezca un vaso de agua para su sed: Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaria fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber» (Jn 4,6-7). Pero esta misma realidad se nos describe al final de la vida de Jesús y esta vez ya desde la cruz: “Tengo sed”, y con esto también se cumplió la Escritura. Había allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios” (Jn 19,28-29).

Jesús no comienza por ofrecer ideas, sino por meterse en nuestro corazón y hacernos sentir nuestros propios vacíos y carencias: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».  (Jn 4,13-14). Además, Jesús se ofrece a toda la humanidad para que beban de él: “Quien tenga sed, que venga a mí y que beba” (Jn7,37).

Jesús conoce el corazón de la samaritana y le va descubriendo toda su verdad: Dice Jesús a la samaritana: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19). Yes que ante dios nada podemos esconder, todo se sabrá. Jesús nos reitera: “Cuando llega la luz, ¿debemos ponerla bajo un macetero o debajo de la cama? ¿No la pondremos más bien sobre el candelero? No hay cosa secreta que no deba ser descubierta; y si algo ha sido ocultado, será sacado a la luz” (Mc 4,21-22).

Jesús va llevandola progresivamente poco a poco hasta que ella misma, la samaritana baja sus resistencias y termina pidiendo también ella esa nueva agua. La samaritana ha descubierto una nueva fuente de agua, agua viva: “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4,15). Para beber de esa agua nueva requiere una fe viva: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama” (Mt 7,7).

La samaritana ve a Jesús como un judío común y corriente, incluso como un enemigo de los samaritanos: Jesús dijo “dame de beber”… La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4,8-9). La samaritana baja el tono de voz y lo llama Señor: Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?” (Jn 4,10-11)… «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4,15).

La samaritana ya lo ve a Jesús como un profeta: Jesús le dijo: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4,16-19). La expectativa de la samaritana se ve colmada por todo lo que los profetas habían anunciado: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos enseñará todo» (Jn 4,25).

Finalmente, Jesús se le revela como el Mesías que tanto tiempo esperaba no solo los samaritanos sino la humanidad: Jesús le respondió: « El Mesías que Uds. Esperan soy yo, el que habla contigo» (Jn 4,26). La samaritana proclama la Buena Noticia (Evangelio): La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?». Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro” (Jn 4,28-30)… El Señor advierte que es importante oír la palabra de Dios: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y ya no habrá  juicio para él porque ya ha pasado de la muerte a la Vida” (Jn 5,24). Los samaritanos ahora han descubierto el valor del Evangelio y que es Cristo Jesús y se acercaron, le ruegan que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,40-42).

domingo, 26 de febrero de 2023

II DOMINGO DE CUARESMA - A (05 de marzo del 2023)

 II DOMINGO DE CUARESMA - A (05 de marzo del 2023)

Proclamación del Evangelio San Mateo 17,1-9:

17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.

17:2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

17:3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

17:4 Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

17:5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".

17:6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

17:7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".

17:8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

17:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Cristo Jesús  es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles” (Col 1,15.16). Luego: “La palabra de Dios se hizo carne y habito entre nosotros (Jn 1,14). “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Si Dios se deja ver en su hijo. También ahora Dios se deja ver en su Hijo en estado glorioso (Transfigurado).

Jesús exclamo: “¡Padre, glorifica tu Nombre! Entonces se oyó una voz del cielo: Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar" (Jn 12,28). La glorificación de Dios es la manifestación de Dios en el Hijo. Por eso dijo Jesús: “Padre así como tu estas en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Luego: “Donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,3) Con estas premisas podemos decir que la transfiguración es una escena en la que Jesús se deja ver un momento en el cielo que es el estado glorioso. Para estar donde esta Jesús hemos de ser santos: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lc 11,45).

La transfiguración en el lenguaje bíblico del N. T. es el cambio del estado Humano al estado Divino que se operó en Jesús mientras estaba en el monte orando (Mt 17,1-13; Mc 9,2-13; Lc 9,28-34).


Mateo, en su Evangelio (Mt 9,1-17), mantiene el esquema primitivo de un relato apocalíptico: aplica a Jesús lo que se dice del ángel revelador y de Yahwéh; es Jesús el que «toca» y «levanta» a los discípulos postrados; éstos le llaman Kirios en lugar de Maestro como Mc y Lc; Pedro propone: «Si tú quieres»; se carga el acento en la divinidad de Cristo, presentando la T. como una cristofanía. Al principio del Evangelio, en una alta montaña, Cristo había rechazado el poder que le proponía Satanás (Mt 4,10), ahora el cielo responde proclamando a Cristo Hijo de Dios, lleno de gloria. El camino de la glorificación de Cristo no tiene principio de poderío humano, sino que el poder le viene de Dios a través de la Cruz. Esta soberanía que Cristo ha recibido solamente de Dios la podrá delegar en los suyos en el momento de partir, sobre el monte de la Ascensión (Mt 28,18-20). La Iglesia podrá ejercer ese poder en nombre de Jesús, que le ha prometido estar presente hasta su vuelta gloriosa, si en seguimiento de Él no se deja apartar por Satanás del camino de la cruz hacia la gloria.

El Evangelio de Lucas (Lc 9,28-36) dispone de una fuente más rica que Mc y Mt. Pone el relato en función del designio salvífico de Dios, relacionando íntimamente la t. con la humillación de Getsemaní. Según Lc Jesús va a la montaña a orar (Lc 9,28). La escena se desarrolla probablemente de noche, dado el sueño de los discípulos (9,32); Moisés y Elías hablan con Cristo del éxodos, palabra que en perspectiva lucana no designa sólo la muerte sino también la gloria (cfr. 24,7.26.46). El principio de que hay que pasar por la cruz para llegar a la gloria se transparenta en Cristo transfigurado, que sin dejar la tierra está pletórico de cielo; en este momento se conjugan misteriosamente la humillación de la condición mortal y la gloria de la existencia divina.

Los tres relatos están colocados en un momento crucial de la vida de Jesús: se inicia el camino hacia Jerusalén, en el contexto próximo tenemos los dos primeros anuncios de la muerte y Resurrección en Jerusalén (Mt 16,21; 17,22; Mc 8,31-33; 9,30-31; Lc 9,22; 9,44-45). La confesión de Pedro en Cesarea ha confirmado la división provocada por Jesús: por una parte los dirigentes del pueblo que le rechazan, por otra el grupo de los Apóstoles que le aclama como el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16); a ellos se les va a revelar progresivamente el misterio de su persona, los planes de Dios; no entienden y reaccionan violentamente (Mt 16,22; 17,23; 20,20 y paralelos), sin comprender las predicciones fatídico-gloriosas de Jesús. Pero el Maestro sigue inalterable su camino hacia Jerusalén, y los discípulos acaban siguiéndole, dispuestos “a morir con Él” (Jn 11,16). Ante esta perspectiva extraña que van tomando los acontecimientos los discípulos necesitaban un apoyo para su fe puesta a prueba. La T. surge precisamente cuando Jesús se dirige generoso hacia el lugar de su inmolación. Es verdad que ellos no entenderán nada hasta que venga la luz del Espíritu (Jn 20,22), pero aquello fue suficiente para animarles en su seguimiento.

El mensaje doctrinal hay que buscarlo en la voz que suena en la nube: es signo de la presencia de Dios (Ex 16,10; 19,9; 24,15; Num 11,25; 2 Mac 2,8). En la frase «Éste es mi Hijo, el amado. Escuchadle» se da una triple manifestación: En primer lugar, se presenta a Cristo como el Hijo amado (=único de Dios), confirmando la confesión de Pedro, a la que puede referirse el dato cronológico (Mc 9,2); es una alusión clarísima al salmo 2, de tanta raigambre en la Iglesia primitiva. En segundo lugar, la expresión de Lc, «el elegido», y la de Mt «en el cual me complazco», hacen referencia clara al primer canto del Siervo de Dios (v.) del que habla Isaías (ls 42,1), figura que tanto sirvió a los primeros predicadores para explicar el escándalo de la Cruz. Cristo es el Siervo, el amado en el que se recrea Dios, el humilde y paciente, el que hará triunfar la justicia, el que será la esperanza de todas las naciones (Mt 12,18-21).

Algunos se fijan en la insistencia de Mc en la blancura de los vestidos de Cristo: «Sus vestidos se volvieron relucientes y muy blancos, como ningún batanero de la tierra podría blanquearlos» (Mc 9,3). Es un detalle que hace pensar en la blancura radiante que los santos tienen en el cielo. Los personajes que los relatos apocalípticos presentan alrededor del trono de Dios van siempre con blancas vestiduras (Dan 7,9; 10,5; Act 1,10; Apc 3,4; 4,4; 7,9), y de aquí concluyen que Cristo se presenta a los suyos como el Hijo del Hombre predicho en Dan 7,9; sin embargo, parece poco fundamento ese detalle para esta afirmación. Aparte de lo dicho hay una serie de elementos que conviene analizar por separado para ver todo el contenido doctrina] que este suceso trae consigo:

a) La presencia de Moisés y Elias: Son los dos grandes hombres de la Alianza (v.), promulgada y renovada, que en este momento asisten como testigos del nuevo legislador que promulgará la Alianza definitiva. Según algunos, ellos, como representantes de la Ley y los Profetas, atestiguan la mesianidad de Jesús. El tema de la conversación sostenida es el de la salida (éxodos) de Cristo desde Jerusalén. Según el sentido antes explicado, no sólo hablan de la muerte, sino también de la Resurrección y Ascensión. De hecho Cristo siempre que hace referencia a la muerte ignominiosa que le espera también hace referencia a su Resurrección (v.) y Ascensión (v.). Son como dos caras de una misma moneda, en Él, y en los suyos. Por eso, los tres que van a presenciar y saborear la angustia y la amargura de Getsemaní son los que preguntan y contemplan extasiados este anticipo de la glorificación definitiva.

b) La montaña: Es el lugar preferido por Jesús para retirarse a orar. Los lugares altos son considerados propicios para el retiro y la oración intensa; en la montaña es donde han tenido lugar las grandes teofanías (v.) de Yahwéli; Moisés y Elías han gozado en la soledad y en la altura de la presencia inefable de Dios. Parece ser de noche según lo que dice Lc 9,32; la noche es el momento que Jesús suele escoger para orar con más intensidad al Padre (Lc 6,12). Se ha pretendido localizar esa montaña: la tradición la sitúa en el Tabor.

c) Las tiendas: En la ocurrencia de Pedro ven algunos una señal de su hospitalidad, cosa que el texto no permite deducir sin más. Otros piensan que estarían en la fiesta de los tabernáculos (V. FIESTA II), en la que los judíos pasaban la noche bajo una tienda; tampoco hay suficiente fundamento para afirmar esto. La tienda es un signo de la venida escatológica de Dios hasta su pueblo (Os 12,10), por lo que se podría pensar que Pedro creyera que el fin de los tiempos había llegado y que la aparición había de durar para siempre. De todos modos las palabras de Pedro, que de momento no comprende la glorificación, como tampoco comprenderá la humillación, apuntan sólo a perpetuar el momento, queriendo obligar a aquellos personajes a permanecer bajo la sombra de una tienda fija.

d) La nube: Es signo de teofanías de Dios; cubre y protege, es morada de Dios (Ps 18,12). Como en la Tienda de la Reunión (Ex 40,34-35) y el Templo de Salomón (1 Reg 8,10-12), así sería en los últimos tiempos. La nube que se había alejado del Templo volvería a cubrirlo y con él a toda la reunión de los fieles de Dios (2 Mach 2,8; Ez 10,34). La presencia definitiva de Dios en su pueblo se actuaba en aquel momento, adelantando acontecimientos. La nube cubre no sólo a los personajes celestes, sino también a los tres discípulos; ellos no son sólo espectadores de aquel acontecimiento, sino partícipes activos de algo que les desborda, pero que les atañe. Ahora Cristo reúne por un momento a los suyos y les hace participar de ese gran día cuando la gloria de Dios cubra a todo su pueblo (2 Mach 2,8).

La Transfiguración tiene un gran significado en la vida de los cristianos. No sólo de aquellos que presenciaron la pasión, sino también de todos los que han de creer y vivir en su carne la locura de la cruz. Es un viejo sueño del hombre la transformación, el endiosamiento. Con Cristo se viene a realizar de una forma inesperada y maravillosa EI es el que posee la gloria como algo propio, no es un reflejo lo que hay en su rostro como sucedía con Moisés, es una emanación (Heb 1,3; 2 Cor 4,6; lo 1,7). Y de esa gloria participan todos los que con Él mueren en el Bautismo, los que «reflejando como en un espejo la gloria del Señor nos transformamos en su misma imagen resultando siempre más gloriosos...» (2 Cor 3,18). Es una transformación progresiva que se va verificando a medida en que se participa en su cruz, viniendo a ser estas transfiguraciones como el apoyo y el aliento para seguir caminando hasta la transformación definitiva (Flp 3,21).

domingo, 19 de febrero de 2023

I DOMINGO DE CUARESMA - A (26 de Febrero del 2023)

 I DOMINGO DE CUARESMA - A  (26 de Febrero del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 4,1 - 11:

4:1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.

4:2 Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.

4:3 Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".

4:4 Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

4:5 Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo,

4:6 diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos  para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".

4:7 Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".

4:8 El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,

4:9 y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".

4:10 Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".

4:11 Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Todas las experiencias del desierto, escogidas o forzadas, deben ser experiencias de amor. A través de ellas, de un modo o de otro, Dios te prepara para un encuentro con El en profundidad, para llevarte a una mayor libertad, y de ahí, probablemente, a un mayor compromiso. Que quede claro, el desierto no tiene por qué ser un lugar terrible; aunque no lo parezca, el desierto es un lugar de amor. Así se expresa Dios mismo: “Voy a seducirle, le llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 02,16-18). El desierto es tiempo de misericordia. “Uds mismos han visto... cómo les he llevado en alas de águila y les he traído a mí» (Ex 19, 4). “Lo encontró en el desierto... y lo cubrió, lo alimentó, lo cuidó como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así El extendió sus alas y lo tomó y lo llevó sobre sus plumas” (Dt 32,10-11). Te conviene un poco de desierto, para que sientas el cuidado y el cariño del Señor.

“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). ¿Cuál es la mayor tentación del hombre? Hoy, la mayor tentación del hombre es sentirse igual a Dios: “La serpiente dijo a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5).

Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!» (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mr 1,15).

“Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4). “Uds me darán culto solo a mí y yo bendeciré tu pan y tu agua. Y apartaré de ti todas las enfermedades” (Ex 23,25). “No te postrarás ante esos dioses(falsos) ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian” (Ex 20,5). Estas citas del A.T. nos recuerdan que Dios es único. Pero alguien dividido o apartado de Dios que se hace igual a Dios es precisamente el demonio.

El Evangelio nos presenta a Jesús siendo tentado en el desierto. Quiere decir que está hecho de nuestro mismo barro: débil, frágil, vulnerable, "en todo igual que nosotros" (Flp 2, 6-8); pero menos en el pecado (Heb 4,15). El primer artículo de fe afirmado por la iglesia primitiva fue que Cristo era "hombre verdadero", frente a la tendencia de considerarlo "hombre sólo en apariencia", como defendía la antigua herejía "docetista", solapada todavía hoy en el lenguaje de muchos predicadores cuando dicen: "Sí, fue tentado, pero... como era Dios... lo superó todo". No, no. Cristo era verdadero hombre y sintió la tentación como cualquiera de nosotros. Pero también verdadero Dios.

 "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Concilio Vaticano II: GS, n.22).

"El Espíritu le impulsa al desierto, donde permanece cuarenta días, siendo tentado por Satanás" (Mt ,4, 1-11). No pensemos en el desierto sólo como lugar geográfico. Entendámoslo en su valor simbólico: Jesús fue tentado en el desierto del corazón, en la soledad y el desamparo... En el desierto de la sequedad interior, de la dificultad y de la prueba. En el desierto de la incomprensión, del rechazo, de la persecución. Tentado, además, durante cuarenta días, es decir, no tuvo solo tres tentaciones, sino quizás treinta, tal vez trescientas, puede que tres mil. Como nosotros.

Aprended de mí: Por esto puede decir: "Vengan a mi todos los que están fatigados y agobiados... Aprendan de mí... y hallaran descanso para su alma" (Mt. 11, 28-30). Aprendan de mí, los que sufren la tentación. Vengan a mí los que están tentados, que yo les ayudaré:

Aprended de mí, que soy débil y frágil como uds. Aprendan de mí a transformar la debilidad en confianza y la fragilidad en vigilancia. Aprendan de mí a confiar más en la fuerza del Espíritu que en sus propias fuerzas. Aprendan de mí a escuchar al Padre en la oración, a ir al silencio del desierto para escudriñar tu propia conciencia y discernir qué es lo que El quiere de ti.

Conozco bien el peso de la tentación, he sido tentado igual que Uds; aprendan de mí que, en estos momentos difíciles de hambre, me he dejado llevar más de la Palabra de Dios Padre (que de mis propios gustos). Me tentaba el poder, ser el dueño de todos los reinos de la tierra;
pero dije: "Al Señor tu Dios adorarás"

Las tentaciones de Jesús, lo mismo que las de Adán y Eva, son las "tentaciones del hombre". En estos relatos bíblicos se cuenta lo que nos pasa a todos. Porque todos estamos sometidos a prueba. Sólo que de la prueba, o se sale vencido, o se sale vencedor. Adán y Eva salieron vencidos. Jesús salió vencedor.

Dí que estas piedras se conviertan en pan (Mt 4,3): La primera de ellas consiste en olvidarse de la palabra de Dios ante la urgencia del pan. Es el chantaje que ejercen sobre nosotros las necesidades primarias para que renunciemos a los valores auténticos y a la vida del espíritu.

Derecho básico e indiscutible del hombre, proclamado y defendido desde la legalidad en cualquier parte del mundo, es tener siquiera "el pan de cada día" para subsistir dignamente. Derecho al trabajo, a la vivienda, a la sanidad... Todo el mundo tiene derecho a gozar de la vida. Dios hizo la tierra para todos y cada quien puede exigir su parte. Lo malo no está, pues, en buscar el pan, sino en olvidar que hay otros valores más importantes que el pan.

Ante las dificultades del desierto, los israelitas se olvidaron de la tierra prometida y se acordaron de las cebollas de Egipto, teniendo en poco su libertad. Para valorar este derecho, hay que saber qué es el hambre de verdad. Porque a los hijos de Dios, como al Hijo de Dios, se les tienta con el pan de que unos pocos se creen amos. Con el pan se compran voluntades. Con el pan se hacen negocios sucios. Más que con el pan, con el hambre. Porque el hambre enturbia los límites del Bien y del Mal, y encamina a una gran masa hacia la desesperación.

Pero de la boca de Dios ha salido el mandamiento nuevo: el mandamiento del amor (Jn 13,34): compartir, justicia, solidaridad. Si cumpliéramos este mandamiento y repartiéramos el pan como buenos hermanos, habría pan abundante para todos, se multiplicarían los panes y aún sobraría. No había pobres en la primitiva comunidad porque el que tenía, repartía.

Si eres Hijo de Dios, tírate abajo (Mt 4,6): Es la tentación de la magia, del espectáculo, de los milagritos. Los judíos exigían signos y prodigios: "¿Y tú qué haces? ¿Qué señal realizas para que viéndola creamos en ti?" (Jn 6, 30). Sus paisanos le reclaman que haga en Nazaret lo que han oído hizo en Cafarnaúm (Lc 4, 23). Herodes pensó que era un mago prestidigitador: "hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera" (Lc 23, 8).

En tiempos apocalípticos, como los que estamos viviendo en este tránsito de milenio, abundan los charlatanes, las sectas, los iluminados, las "apariciones" celestiales. La gente necesita un Dios a lo "super-man", para presumir de ser sus amigos. Un dios contador para que, con sus numeritos pueda dejar boquiabiertos a los creyentes inmaduros. Se busca a un Dios al que poder recibir, en manada, con banderitas y pancartas. Un dios milagrero, que lo hace todo y dispensa al humano de pensar y actuar responsablemente. Que le entiende todo y le permite de todo con tal que vayas a misa los domingos y de "décimos y primicias". Que agrupa uniformes y costumbres; mitras y coronas. Que, sobre todo este a la orden del hombre.

Muchedumbres aferradas a una fe de hornacina y santoral, pero que han perdido la capacidad de reconocer la presencia de Dios en lo sencillo, en un pequeño de sucias manos con ojos tristes por el hambre..., en un anciano que rezuma soledad y cansancio..., en un amor de pareja que pervive y crece aunque hayan pasado más de 30 años... Y el Hijo de Dios "no se tira abajo" porque no necesita manifestaciones extra-ordinarias para experimentar la presencia de Dios en su actuar de cada día.

Todo esto te daré si me adoras (Mt 4,9): El último asalto es la tentación del poder, del dominio, del endiosamiento a toda costa. Si hay que adorar al mismo diablo, se le adora. Es la tentación del sometimiento como vía de ascenso, lo mismo sea en política que en la escala eclesiástica.

¿Qué inexplicable atracción tiene el poder, capaz de anular la más aguda inteligencia humana? Trastoca los valores. En el fondo, aspiran a él los que se creen imprescindibles, los que quieren agrandar e imponer su pequeñez humana por medio de órdenes, ocupados sobre lo que sea para elevar "socialmente" lo que "naturalmente" tienen atrofiado. ¡Cuántas veces la humillación en el trabajo, la competitividad en la calle, la incomprensión de otras generaciones, el menosprecio de la pareja, llevan al ser humano a buscar ciegamente, a codazos, el poder! Poder ser más para estar por encima de. Nos hinchamos por fuera para que se nos vea mejor, mientras arrugamos el auténtico ser, sacrificándolo a un falso Dios.

A la autoridad, en incontables ocasiones, le sale la joroba del poder. Porque el poder y la autoridad son cosas diferentes. "Enseñaba con autoridad"(Mt,7,28-29). Enseñar con autoridad y liberar de las fuerzas demoníacas que esclavizan es todo un uno: una unidad, un solo bloque. Ante ello se quedan atónitos los que le escuchan. La autoridad de Jesús no le viene de que ocupe un puesto relevante en el Ayuntamiento del pueblo o en el Gobierno de la nación. Tampoco le viene porque tenga un título de jerarca. Ni porque haya una Institución bancaria detrás de él que le avale. Sociológicamente hablando, "Cristo es un Don Nadie". Son las gentes quienes le invisten de "autoridad". Y es que la autoridad hay que merecerla. Nadie se la puede apropiar (ni los padres, ni los educadores, ni...). La autoridad se tiene mientras te la dan, y te la dan cuando hay en el que manda una coherencia vital entre lo que enseña y lo que hace. La medida de la autoridad de una persona depende de su forma de vivir.

Las manzanas de la tentación de hoy (Gn 3,4-5): Manzanas de ORO. Hoy se llama también oro negro o dólares. Se incluyen todas las manzanas del tener y del consumismo generalizado. Es la manzana más codiciada.

Manzanas del PLACER. El sexo, la droga, las buenas comilonas...

Manzanas de PODER. Se buscan poltronas, influencias, armas, negocios, victorias. Sus partidarios luchan ferozmente por conseguirlas.

Manzanas de BELLEZA. Es el culto al cuerpo. Se presentan todo tipo de productos para conseguir, no ya la salud, sino la juventud perenne, la forma adecuada, el encanto irresistible... Es la tentación de Narciso.

Manzanas de MIEDO. Una tentación muy de la Iglesia. El mundo está mal, el mundo está corrompido. Y en vez de lanzarnos a ser "fermento" en medio de la masa o "luz" en medio de las tinieblas, se nos encierra cada vez más en gustos cerrados...

Manzanas de DIVERSION. Arrastra a muchedumbres inmensas. Además de los deportes, encontramos máquinas maravillosas, lugares especializados, viajes exóticos, noches "jóvenes"... Todo vale, con tal de que sea divertido...

Manzanas de las culturas relativa promovidas por. Internet, TV , Revistas del Corazón , Cine... donde se promueve que todo es lo mismo, estar con el bien o con el mal, ser varon y mujer es lo mismo…


domingo, 12 de febrero de 2023

DOMINGO VII - A (19 de Febrero del 2023)

 DOMINGO VII - A (19 de Febrero del 2023)

Proclamación del Santo evangelio según San Mateo 5,38 - 48:

5:38 Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

5:39 Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.

5:40 Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;

5:41 y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.

5:42 Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

5:43 Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.

5:44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;

5:45 así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

5:46 Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?

5:47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

5:48 Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION

Queridos amigos(as) en el Señor Paz y Bien

«Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). La estrategia para alcanzar la perfección de Dios es el amor (IJn 4,8). Y el amor es medio eficaz para la santificación (Ef 1,4-5). Santidad que nos servirá para nuestra salvación.

EL AMOR VERDADERO SE EXTIENDE INCLUSO HASTA LOS ENEMIGOS:

Las dos últimas antítesis de Mateo, referidas a la ley del Talión y al amor a los enemigos, son decisivas en el comportamiento cristiano. La ley del Talión consagraba el rencor y la venganza. Al instinto de venganza opone Jesús la no violencia como actitud activa; a la brutalidad, la bondad; al egoísmo, la generosidad.

Esta antítesis nos conduce a la siguiente y última: el amor a los enemigos como ideal de perfección, que sólo se entiende desde la paradoja del evangelio, a saber: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Este ideal no se desprende de la aspiración humana, sino del don revelado por Dios. Jesús propone un modelo de santidad radical.

Las costumbres heredadas y la moral establecida chocan a veces frontalmente con el evangelio. Entre los esenios -y en muchas culturas religiosas insuficientes- se prescribía amar al prójimo y odiar al enemigo. Jesús descalifica la actitud de letrados y fariseos. Ni siquiera podemos quedarnos en el ritualismo de lo jurídico. La educación cristiana de actitudes sobrepasa el dintel moral, hasta penetrar en el místico. El evangelio no es sólo norma de conducta; es don de Dios que nos propone una sociedad (el reino) radicalmente superior.

Dijo Jesús: “Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38). Efectivamente, en el A.T. se lee: “Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo así se le hará: Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le hará la misma lesión que él haya causado a otro” (Lev 24, 19-20). Con este modo de proceder evoca “hacer la justicia con sus manos” y eso no lleva a la vida en justicia y paz (Mt 5,6-9). Jesús dice: “Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5:39).

Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43; Lev 19, 18). Y Jesús nos dice hoy: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt 5,44); para ser hijos de Dios. Porque Dios hace brillar el sol sobre justos e injustos. El modo de actuar nuestro desde un saludo debe reflejar el modo de actuar de Dios. Así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Por lo tanto “sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (M 5,48).

Jesús en su enseñanza en el domingo anterior nos invitaba ver y entender de una manera nueva la ley de la convivencia y nos decía: “han oído que se dijo… pero yo les digo” (Mt 5,21)… Hoy complementa su enseñanza con estas palabras. Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,44-48).

El evangelista San Juan puede muy bien resumirnos la enseñanza del evangelio de este domingo en estos términos: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35).

Quien sabe amar como Dios nos ha amado en su Hijo Cristo Jesús, ¿será capaz de vivir en la ley moral del pasado: "Ojo por ojo y diente por diente"? (Mt 5,38). O ¿Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo? (Mt 5,43). ¿Cómo andan nuestras relaciones con los otros? Que en el fondo es también preguntarnos quién es el otro para nosotros. ¿Un amigo? ¿Un enemigo? Y si tengo enemigos ¿Qué hago para revertir que tenga más enemigos? Recuerda lo que ya nos dijo en otra ocasión el Señor:

“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” (Lc 6,36-38). Porque si no sabemos perdonarnos, ¿no estaremos viviendo en la misma ley de talión que hoy Jesús descalifica?: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,38-39).

Jesús sigue con el mismo paralelo del “han oído que se dijo”… “pero yo les digo”. Es decir, el antes de Jesús y el después de Jesús, que traducido en nuestras vidas pudiera ser: “Yo antes de conocer a Jesús” y “yo después de conocerle a Él y aceptarlo en mi vida, acepto sus enseñanzas: ámense unos a otros como yo le he amado” (Jn 13,34). 

En realidad, el Evangelio que hoy proclamamos pudiera ser el camino de la paz, de la armonía social, de entendernos como hermanos. Puede que las afirmaciones de Jesús choquen con nuestras mentalidades y nuestros criterios, pero son los que mejor expresan el nuevo mundo, el reino de Dios. Porque eso de “ojo por ojo y diente por diente”, es un sistema donde prevalece la fuerza. Si te respondo con lo mismo que me has hecho, ganará el que pueda más; pero si en vez de enseñarte mi ira, soy capaz de responderte con amor, misericordia y caridad las cosas cambian.

Si se trata de odiar a mi enemigo, nos quedamos en ese pobre sistema de relaciones que más parecen una pelea de boxeo que un saber buscar caminos de encentro. En cambio, si logramos amar a nuestros enemigos, es hacer amigos de los enemigos. Es convertir el mundo en una sociedad de amistad. Porque, si solo saludamos a los que nos saludan quedamos todos a la misma altura. ¡Qué lejos quedamos de ese ideal que nos propone Jesús hoy! “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto.” (Mt 5,48). Buena diferencia entre tener a Dios Padre como modelo nuestro o tener como modelos a los poderosos, a los que cada día nos amenazan con sus armas. Digamos, que no podemos quedarnos en el mundo que vivimos y tenemos que construir un mundo nuevo de amor.

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor (I Jn 4,8), y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él (I Jn 4,16). La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él. En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.  “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (IJn 4,20).

Antes se dijo “ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38), es decir, trata de los demás como los demás te tratan a ti. Hoy como los jóvenes dicen: “El que me la hace me la paga.” Si tú me odias, yo te odio. Si tú hablas mal de mí, yo hablo mal de ti. Si me has hecho algo malo, me respuesta hacerte otro tanto a ti. No le hablo porque me hizo mucho daño. No le trato porque me hizo quedar mal ante los demás. No quiero saber nada con él porque en tal fecha me hizo sufrir. ¿No suele ser esta nuestra reacción? Hasta es posible que pasen los años y sigamos con un corazón lleno de resentimientos, rencores y odios. ¿Qué es que lo conseguimos con ello? Tres cosas muy sencillas. 1) Con nuestros resentimientos de hoy no cambiamos el pasado de lo que nos hicieron. 2) Llenar nuestro corazón de amargura. Es posible que en el pasado nos hayan hecho sufrir, pero ahora sufrimos por culpa nuestra recordando el pasado. Así vivimos amargados toda la vida. 3) Cuando respondemos con la misma ofensa, terminamos siendo iguales a los que nos han ofendido. Y todo eso, humanamente nos parece “Bien”.

Esta nueva visión o ley moral no es superior a nuestra capacidad como Dios mismo nos lo dice: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: ¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas y la pongas en práctica” (Dt 30,11-14). Por tanto, la única estrategia para alcanzar el cielo es la santidad (Lv 11,45) y la santidad tiene su fundamento esencial cual es vivir en el amor de Dios y el amor al prójimo (Mc 12,38). Trata a los demás como ellos quieren que te traten (Mt 7,12). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Mt13,8).