II DOMINGO DE CUARESMA - A (05 de marzo del 2023)
Proclamación del
Evangelio San Mateo 17,1-9:
17:1 Seis días
después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte
a un monte elevado.
17:2 Allí se
transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus
vestiduras se volvieron blancas como la luz.
17:3 De pronto se
les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
17:4 Pedro dijo a
Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo
tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
17:5 Todavía estaba
hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz
que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo
puesta mi predilección: escúchenlo".
17:6 Al oír esto,
los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
17:7 Jesús se acercó
a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
17:8 Cuando alzaron
los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
17:9 Mientras
bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión,
hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". PALABRA
DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimados amigos(as)
en el Señor Paz y Bien.
“Cristo
Jesús es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación,
porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles” (Col 1,15.16). Luego: “La palabra de Dios se hizo
carne y habito entre nosotros (Jn 1,14). “Nada es imposible para Dios” (Lc
1,37). Si Dios se deja ver en su hijo. También ahora Dios se deja ver en su
Hijo en estado glorioso (Transfigurado).
Jesús exclamo:
“¡Padre, glorifica tu Nombre! Entonces se oyó una voz del cielo: Ya lo he
glorificado y lo volveré a glorificar" (Jn 12,28). La glorificación de
Dios es la manifestación de Dios en el Hijo. Por eso dijo Jesús: “Padre así
como tu estas en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Luego: “Donde yo esté, estén
también ustedes” (Jn 14,3) Con estas premisas podemos decir que la
transfiguración es una escena en la que Jesús se deja ver un momento en el
cielo que es el estado glorioso. Para estar donde esta Jesús hemos de ser
santos: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lc 11,45).
La transfiguración
en el lenguaje bíblico del N. T. es el cambio del estado Humano al estado
Divino que se operó en Jesús mientras estaba en el monte orando (Mt 17,1-13; Mc
9,2-13; Lc 9,28-34).
Mateo, en su Evangelio (Mt 9,1-17), mantiene el esquema primitivo de un relato
apocalíptico: aplica a Jesús lo que se dice del ángel revelador y de Yahwéh; es
Jesús el que «toca» y «levanta» a los discípulos postrados; éstos le llaman
Kirios en lugar de Maestro como Mc y Lc; Pedro propone: «Si tú quieres»; se
carga el acento en la divinidad de Cristo, presentando la T. como una
cristofanía. Al principio del Evangelio, en una alta montaña, Cristo había
rechazado el poder que le proponía Satanás (Mt 4,10), ahora el cielo responde
proclamando a Cristo Hijo de Dios, lleno de gloria. El camino de la
glorificación de Cristo no tiene principio de poderío humano, sino que el poder
le viene de Dios a través de la Cruz. Esta soberanía que Cristo ha recibido
solamente de Dios la podrá delegar en los suyos en el momento de partir, sobre
el monte de la Ascensión (Mt 28,18-20). La Iglesia podrá ejercer ese poder en
nombre de Jesús, que le ha prometido estar presente hasta su vuelta gloriosa,
si en seguimiento de Él no se deja apartar por Satanás del camino de la cruz
hacia la gloria.
El Evangelio de Lucas (Lc 9,28-36) dispone de una fuente más rica que Mc y Mt.
Pone el relato en función del designio salvífico de Dios, relacionando
íntimamente la t. con la humillación de Getsemaní. Según Lc Jesús va a la
montaña a orar (Lc 9,28). La escena se desarrolla probablemente de noche, dado
el sueño de los discípulos (9,32); Moisés y Elías hablan con Cristo del éxodos,
palabra que en perspectiva lucana no designa sólo la muerte sino también la
gloria (cfr. 24,7.26.46). El principio de que hay que pasar por la cruz para
llegar a la gloria se transparenta en Cristo transfigurado, que sin dejar la
tierra está pletórico de cielo; en este momento se conjugan misteriosamente la
humillación de la condición mortal y la gloria de la existencia divina.
Los tres relatos están colocados en un momento crucial de la vida de Jesús: se
inicia el camino hacia Jerusalén, en el contexto próximo tenemos los dos
primeros anuncios de la muerte y Resurrección en Jerusalén (Mt 16,21; 17,22; Mc
8,31-33; 9,30-31; Lc 9,22; 9,44-45). La confesión de Pedro en Cesarea ha
confirmado la división provocada por Jesús: por una parte los dirigentes del
pueblo que le rechazan, por otra el grupo de los Apóstoles que le aclama como
el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16); a ellos se les va a revelar
progresivamente el misterio de su persona, los planes de Dios; no entienden y
reaccionan violentamente (Mt 16,22; 17,23; 20,20 y paralelos), sin comprender
las predicciones fatídico-gloriosas de Jesús. Pero el Maestro sigue inalterable
su camino hacia Jerusalén, y los discípulos acaban siguiéndole, dispuestos “a
morir con Él” (Jn 11,16). Ante esta perspectiva extraña que van tomando los
acontecimientos los discípulos necesitaban un apoyo para su fe puesta a prueba.
La T. surge precisamente cuando Jesús se dirige generoso hacia el lugar de su
inmolación. Es verdad que ellos no entenderán nada hasta que venga la luz del
Espíritu (Jn 20,22), pero aquello fue suficiente para animarles en su
seguimiento.
El mensaje doctrinal hay que buscarlo en la voz que suena en la nube: es signo
de la presencia de Dios (Ex 16,10; 19,9; 24,15; Num 11,25; 2 Mac 2,8). En la
frase «Éste es mi Hijo, el amado. Escuchadle» se da una triple manifestación:
En primer lugar, se presenta a Cristo como el Hijo amado (=único de Dios),
confirmando la confesión de Pedro, a la que puede referirse el dato cronológico
(Mc 9,2); es una alusión clarísima al salmo 2, de tanta raigambre en la Iglesia
primitiva. En segundo lugar, la expresión de Lc, «el elegido», y la de Mt «en
el cual me complazco», hacen referencia clara al primer canto del Siervo de
Dios (v.) del que habla Isaías (ls 42,1), figura que tanto sirvió a los
primeros predicadores para explicar el escándalo de la Cruz. Cristo es el
Siervo, el amado en el que se recrea Dios, el humilde y paciente, el que hará
triunfar la justicia, el que será la esperanza de todas las naciones (Mt
12,18-21).
Algunos se fijan en la insistencia de Mc en la blancura de los vestidos de
Cristo: «Sus vestidos se volvieron relucientes y muy blancos, como ningún
batanero de la tierra podría blanquearlos» (Mc 9,3). Es un detalle que hace pensar
en la blancura radiante que los santos tienen en el cielo. Los personajes que
los relatos apocalípticos presentan alrededor del trono de Dios van siempre con
blancas vestiduras (Dan 7,9; 10,5; Act 1,10; Apc 3,4; 4,4; 7,9), y de aquí
concluyen que Cristo se presenta a los suyos como el Hijo del Hombre predicho
en Dan 7,9; sin embargo, parece poco fundamento ese detalle para esta
afirmación. Aparte de lo dicho hay una serie de elementos que conviene analizar
por separado para ver todo el contenido doctrina] que este suceso trae
consigo:
a) La presencia de Moisés y Elias: Son los dos grandes
hombres de la Alianza (v.), promulgada y renovada, que en este momento asisten
como testigos del nuevo legislador que promulgará la Alianza definitiva. Según
algunos, ellos, como representantes de la Ley y los Profetas, atestiguan la
mesianidad de Jesús. El tema de la conversación sostenida es el de la salida
(éxodos) de Cristo desde Jerusalén. Según el sentido antes explicado, no sólo
hablan de la muerte, sino también de la Resurrección y Ascensión. De hecho
Cristo siempre que hace referencia a la muerte ignominiosa que le espera
también hace referencia a su Resurrección (v.) y Ascensión (v.). Son como dos
caras de una misma moneda, en Él, y en los suyos. Por eso, los tres que van a
presenciar y saborear la angustia y la amargura de Getsemaní son los que
preguntan y contemplan extasiados este anticipo de la glorificación definitiva.
b) La montaña: Es el lugar preferido por Jesús para retirarse a orar. Los lugares
altos son considerados propicios para el retiro y la oración intensa; en la
montaña es donde han tenido lugar las grandes teofanías (v.) de Yahwéli; Moisés
y Elías han gozado en la soledad y en la altura de la presencia inefable de
Dios. Parece ser de noche según lo que dice Lc 9,32; la noche es el momento que
Jesús suele escoger para orar con más intensidad al Padre (Lc 6,12). Se ha
pretendido localizar esa montaña: la tradición la sitúa en el Tabor.
c) Las tiendas: En la
ocurrencia de Pedro ven algunos una señal de su hospitalidad, cosa que el texto
no permite deducir sin más. Otros piensan que estarían en la fiesta de los
tabernáculos (V. FIESTA II), en la que los judíos pasaban la noche bajo una
tienda; tampoco hay suficiente fundamento para afirmar esto. La tienda es un
signo de la venida escatológica de Dios hasta su pueblo (Os 12,10), por lo que
se podría pensar que Pedro creyera que el fin de los tiempos había llegado y
que la aparición había de durar para siempre. De todos modos las palabras de
Pedro, que de momento no comprende la glorificación, como tampoco comprenderá
la humillación, apuntan sólo a perpetuar el momento, queriendo obligar a
aquellos personajes a permanecer bajo la sombra de una tienda fija.
d) La nube: Es signo de teofanías de Dios; cubre y protege, es morada de
Dios (Ps 18,12). Como en la Tienda de la Reunión (Ex 40,34-35) y el Templo de
Salomón (1 Reg 8,10-12), así sería en los últimos tiempos. La nube que se había
alejado del Templo volvería a cubrirlo y con él a toda la reunión de los fieles
de Dios (2 Mach 2,8; Ez 10,34). La presencia definitiva de Dios en su pueblo se
actuaba en aquel momento, adelantando acontecimientos. La nube cubre no sólo a
los personajes celestes, sino también a los tres discípulos; ellos no son sólo
espectadores de aquel acontecimiento, sino partícipes activos de algo que les
desborda, pero que les atañe. Ahora Cristo reúne por un momento a los suyos y
les hace participar de ese gran día cuando la gloria de Dios cubra a todo su
pueblo (2 Mach 2,8).
La Transfiguración tiene un gran significado en la vida de los cristianos. No sólo de
aquellos que presenciaron la pasión, sino también de todos los que han de creer
y vivir en su carne la locura de la cruz. Es un viejo sueño del hombre la
transformación, el endiosamiento. Con Cristo se viene a realizar de una forma
inesperada y maravillosa EI es el que posee la gloria como algo propio, no es
un reflejo lo que hay en su rostro como sucedía con Moisés, es una emanación
(Heb 1,3; 2 Cor 4,6; lo 1,7). Y de esa gloria participan todos los que con Él
mueren en el Bautismo, los que «reflejando como en un espejo la gloria del
Señor nos transformamos en su misma imagen resultando siempre más gloriosos...»
(2 Cor 3,18). Es una transformación progresiva que se va verificando a medida
en que se participa en su cruz, viniendo a ser estas transfiguraciones como el
apoyo y el aliento para seguir caminando hasta la transformación definitiva
(Flp 3,21).
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Paz y Bien
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