lunes, 14 de agosto de 2023

DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XX - A (20 de Agosto del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo 15,21-28:

15:21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de Sidón.

15:22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".

15:23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

15:24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

15:25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!"

15:26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".

15:27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!"

15:28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL SEÑOR.

 

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

 El evangelio del domingo pasado nos constato cómo JC decía a Pedro -dándole la  mano cuando acobardado creía hundirse-: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"(Mt 14,31) . Quien  merecía esta reprimenda era el discípulo que había ido siempre con el Señor, el que se  adelantaba para hablar en nombre de los apóstoles, el que -como escucharemos el  domingo próximo- es el primero en proclamar su fe en Jesús como Mesías, como Cristo.  Pero Jesús le dice: ¡Qué poca fe! En cambio hoy hemos escuchado una exclamación  totalmente diversa de JC: "Mujer, qué grande es tu fe"(Mt 15,28). Toda la narración que hemos  escuchado está dirigida a presentarnos con una expresión mordiente la admiración de  Jesús ante la fe de aquella mujer. Y quien merece esta admiración no es un apóstol, ni un  discípulo, ni un judío piadoso... sino una mujer extranjera, de otra religión. Una mujer  extranjera que con la tenacidad de su fe consigue, primero, crispar a los discípulos y,  después, variar la línea de conducta de JC.

Señor ¿Serán pocos los que se salven? (Lc 13,23); “Quien cree y se bautice se salvara, quien no cree se condenara” (Mc 16,16). Israel, sí; pero también todos cuantos creen (Mt 15, 21-28)  No hay más que leer un poco atentamente este pasaje para darse cuenta de la intención  de S. Mateo: poner de relieve el universalismo de la salvación. Sus lectores son sobre todo  judeo-cristianos y sin duda están orgullosos de haber sido elegidos como Pueblo de Dios. Una mujer no-judía pide un milagro. Jesús no le responde. Esta actitud provoca la  intervención de los discípulos que siguen situándose en el nivel material de los  acontecimientos. S. Mateo, evidentemente, hace resaltar la respuesta que les da Jesús:  "Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel". Esta dura respuesta debería, de  suyo, contentar a los judíos y a los judeo-cristianos.

Pero sucede que la mujer no-judía hace una profesión de fe conmovedora en su  humildad. Y Jesús queda visiblemente impresionado: "Mujer, grande es tu fe; que se realice  lo que deseas".

El anuncio del Evangelio, la salvación se ofrece también a los paganos que creen. Esto  es lo que quiere enseñar, principalmente, el Evangelio de hoy. No se requiere ser del  pueblo elegido, pues también los que no lo son pueden acceder a la salvación si creen  activamente. Su fe termina por vencer todos los obstáculos.

Para nosotros, hoy, la actitud de esta mujer, que insiste con toda la penetración que le da  su fe, es una lección muy importante que debemos recibir con gratitud. Vemos en ella una  seguridad en su esperanza que nos deja confundidos. La cananea acepta ser considerada  como un "perro", una mera "pagana" en relación con los hijos que son los judíos. Pero no se  resigna a creer que ella no pueda recibir una gracia de Jesús si cree en El, como  efectivamente cree.

Una casa en la que recen todos los pueblos (Is 56, 1.6-7). Puede surgir la pregunta de por qué el autor de este texto hace tanto hincapié en la  situación religiosa de los extranjeros. Se debe a que al ser muchos, se creaba un verdadero  problema, tanto para los mismos judíos como para ellos que se veían excluidos de la vida  de la ciudad.

El autor recuerda que la salvación esta ligada, sobre todo, a una actitud que hay que  tomar y no depende, en primer lugar, de la pertenencia a una nación. Lo fundamental es  practicar el derecho y la justicia. Y esto lo pueden hacer también los extranjeros, que se  transforman así en siervos del Señor y pueden observar el sábado y vincularse a la  Alianza.

Cuantos conducen así su vida, pueden acceder a la montaña santa del Señor. Serán  felices en la casa de oración y sus holocaustos y sacrificios serán aceptados. La afirmación es importante. Es una ruptura con todo lo que pueda ser nacionalismo de la  salvación y pretensión de monopolizar la Alianza y la oración. El autor pone en boca del  Señor: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos". Es verdad que este  texto universalista no es ni el único, ni el primero en el Antiguo Testamento. Ya en Amós  podemos ver que el Señor invita al Templo a los Filisteos y a los Arameos (9, 7), como en el  texto que leemos hoy, los extranjeros pueden acceder a la salvación si se someten al Señor  (Am 1, 3.2, 3). Hay otros pasajes en los que vemos a extranjeros llegar a Jerusalén para  conocer la salvación que procede de Dios y de su Ley, y les vemos, también, convertirse al  Dios vivo (Is 45, 14-17.20-25). Podemos asistir a la conversión de Egipto y de Asiria (Is 19,  16-25). El Señor reúne a todas las naciones y a todas las lenguas (Is 66, 18-21). Pero los  judíos están lejos de admitir este universalismo; los peligros de corrupción que han  experimentado, no sin graves perjuicios, durante su cautividad, les empujan a encerrarse en  sí mismos. Lo que más predomina, entre ellos, es un fuerte exclusivismo (Esd 9-10) y un  cierto proselitismo, cosas que también podemos constatar en el texto que hoy  proclamamos.

El salmo 66, responsorial de hoy, canta el universalismo, y nosotros, cristianos, lo  debemos cantar pensando en lo que significa la palabra "católica" referida a la Iglesia.

¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación! 

Todos los pueblos pueden alcanzar misericordia (Rm 11, 13-32). La carta de S. Pablo se expresa en términos fuertes y podemos imaginar la conmoción  del Apóstol al escribir estas líneas que escuchamos hoy. Está hasta tal punto convencido  de la llamada a los paganos y de su misión para con ellos, que desea provocar la envidia  de los judíos cuando caigan en la cuenta de la salvación dada a los paganos.  Efectivamente, la cosa es dolorosa para los judíos. Infieles y rechazados, constatan ahora  que la Alianza ha pasado a los paganos. El mundo ha sido reconciliado con Dios y el Señor  no ha reservado sus privilegios en exclusiva para el pueblo que en otro tiempo eligió. Pero  S. Pablo afronta también el tema de la vuelta de los judíos y la considera como una  reintegración, semejante a la vida para los que murieron. Vida de Dios para los que no  creyeron. Existe pues un doble movimiento: Por un lado, los paganos no participaban de la  vida; ahora viven la vida de Dios por su fe y su conversión. Por otro lado, los judíos que  habían sido elegidos, murieron a la vida de Dios porque no aceptaron la Palabra enviada  por Dios. Pero también a ellos se les ofrece la reintegración y aunque están muertos  pueden volver a vivir.

De este modo nos presenta S. Pablo admirablemente, el plan de Dios en la historia: la  desobediencia da ocasión al Señor de actuar con misericordia para con los paganos  primero y de ofrecerla, ahora, a los judíos.

También para nosotros tiene gran importancia esta presentación de la salvación universal  por parte de Dios. Tenemos que abandonar un cierto exclusivismo cristiano. Aunque  tengamos que seguir afirmando la necesidad absoluta de entrar en la Iglesia para alcanzar  la salvación y aunque esta afirmación sea de fe, estamos hoy mejor capacitados para ver  los matices que hay que introducir en esta aseveración: "fuera de la Iglesia no hay  salvación". Los cristianos estamos divididos. Pues aunque felizmente sentimos cada vez  más el escándalo de la división, no por eso deja de existir y no se la puede superar con  actitudes simplistas. Tenemos que sufrirla y tener la paciencia de esperar. Esta paciencia  supone la apertura y el diálogo,. que no consisten en renegar de lo que es la verdad, sino  en comprender al otro y en buscar una expresión de nuestra fe, que sin dimitir de nada. sea  más accesible a aquellos que no siempre nos han comprendido y a los que nosotros no  siempre hemos aceptado.

De todas formas, el universalismo de la salvación sigue siendo un gran misterio: el de la  voluntad de Dios que quiere salvar a todos los hombres, en relación con la profundidad de  su fe y de su búsqueda. Esto supera los límites de todo lo que nosotros podamos  establecer y marca como dirección única la Sabiduría de Dios.

Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano (Lc 7,2-10). Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a este sicomoro: "Arráncate y échate al mar", y les obedecería. Nada es imposible para quien cree y tiene fe” (Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por qué no pudimos echar ese demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo os aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte (...) y nada les será imposible. (Mt 17, 20).

 En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar, una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes” (Mt 14,31).  Ahora viene esta mujer que no es creyente, sino pagana, y Jesús termina reconociendo que es una profunda creyente. “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mt 15,28).

 En segundo lugar,  nos da toda una lección de la auténtica y verdadera oración. Una oración constante, persistente y perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el silencio de Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido de los apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".  Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan así: Padre nuestro… (Lc 11,1-4). Luego, Jesús agrega la actitud perseverante que uno debe asumir en la oración: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc 11,5-8).

 ¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración? ¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que Dios si escucha y sin mayores demoras.

 Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé;  pero siempre que me invoquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).

 Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).

Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos, porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).

Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que escucharnos?

domingo, 6 de agosto de 2023

DOMINGO XIX – A (13 de agosto del 2023)

 DOMINGO XIX – A (13 de agosto del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo: 14,22-33

14:22 En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

14:23 Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

14:24 La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.

14:25 A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.

14:26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

14:27 Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".

14:28 Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".

14:29 "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.

14:30 Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".

14:31 En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"

14:32 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

14:33 Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN:

 Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

"¡Animo, soy yo; no tengan miedo!" (Mt 21,47). Es la frase central de la narración, el fundamento de toda lucha cristiana. No da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice: "Soy yo". Dos palabras que lo dicen todo, porque sólo hay un hombre que puede hablar de un modo tan incondicional y absoluto. Los discípulos no debían reconocerlo ni por su voz, ni por su figura, ni por un gesto. Sólo deben saber que quien habla así tiene que ser él. "Yo soy" evoca la respuesta de Dios a Moisés a la pregunta ¿Cuál es tu nombre?: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14). Alude a su condición divina; por eso ante él sólo es válida la confianza sin reservas y la entrega total, que eliminan el miedo.

 

El evangelio de hoy nos sitúa en dos perspectivas de complemento: oración y fe: “Subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí solo en oración” (Mt 14,23); “Jesús tendió la mano a Pedro y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt 14,31). Y estos dos temas como son la fe y la oración son ingredientes básicos para entrar en comunión con Jesús glorificado en la Santa Eucaristía que instituye para nuestra santificación al decir: “Toman y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo. Toman y beban que este el cáliz de mi sangre… para el perdón de los pecados; hagan esto en conmemoración mía” (Mt 26,26).

El texto de hoy lo dividimos en 4 partes:

1) El enlace con la multiplicación de los panes del domingo anterior con los actos de fe: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí en oración” (Mt 14,22-23).

 2) Jesús camina sobre las aguas. Acto que solo corresponde a Dios (Causa de nuestra vida): “La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no tengan miedo” (Mt 14,24-27).

 3) El episodio de Pedro. La gran tentación del hombre, ser igual que Dios (Solo somos efecto de la obra creadora de Dios): “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti caminando sobre las aguas. ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame!. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Subieron a la barca y amainó el viento” (Mt 14,28-32).

 4) La profesión de fe de la comunidad (Barca = Iglesia): “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33).

 En la primera parte, fíjense que Jesús ora: En la soledad y en la noche (Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16), a la hora de las comidas (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Con ocasión de los acontecimientos más importantes: el bautismo: (Lc 3,21), antes de escoger a los doce (Lc 6,12), antes de enseñar a orar (Lc 11,1; Mt 6,5), antes de la confesión de Cesarea (Lc 9,18), en la Transfiguración (Lc 9,28-29), en el Getsemaní (Mt 26,36-44), sobre la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Ruega por sus verdugos (Lc 23,34), por Pedro (Lc 22,32), por sus discípulos y por los que le seguirán (Jn 17,9-24). Ruega también por sí mismo (Mt 26,39; Jn 17,1-5; Heb 5,7). Enseña a orar (Mt 6,5), manifiesta una relación permanente con el Padre (Mt 11,25-27), seguro que no lo dejará nunca solo (Jn 8,29) y lo escuchará siempre (Jn 11,22.42; Mt 26,53). Ha prometido (Jn 14,16) continuar intercediendo en la gloria (Rm 8, 34; Heb 7,25; 1 Jn 2,1). Y es que la oración es el alimento de la vida espiritual. asi, cono el pan material es la fuente de energía par el cuerpo, la oración es el pan de la vida espiritual.

 En la segunda parte se suscita el encuentro entre los discípulos y Jesús: “Ellos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. Es un fantasma, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman" (Mt 14,26-27): El miedo, el pánico no es sino manifestación de la falta de fe y nos hace ver fantasmas. El relato del Evangelio de hoy, nos presenta una de las realidades de la vida personal, familiar o eclesial. Como paso a los discípulos, no siempre el viento está a su favor y, con frecuencia, encuentra muchos vientos en contra. Es ahí cuando pensamos estar solos, cuando en realidad Jesús está con nosotros, pero nuestro miedo nos impide reconocerle y somos capaces de ver fantasmas donde deberíamos ver que Él viene a echarnos una mano. Pero casi siempre olvidamos lo que ya nos había dicho: “Yo estaré con uds. todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

 En tercer lugar: “Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Jesús le dijo ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Jesús le tendió la mano increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14,28-32). Pedro, en vez de fiarse de la Palabra de Jesús, le exige de prueba un milagro. Poder acercarse a Él, ir hacia Él, caminando como Él sobre las aguas. Es la gran tentación de muchos de nosotros que, en vez de creer en la Palabra de Jesús, le exigimos a Dios milagros para creer. La fe no nace de los milagros; al contrario, cuando Jesús quería hacer algún milagro pregunta si tenían fe, por eso les decía: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Pedro siente que se está hundiendo. Es que una fe que pide milagros es una fe demasiado débil y a las primeras dificultades, el miedo nos invade y nos hundimos fácilmente. Pero es entonces que Pedro reconoce al Señor y le grita: “¡Sálvame!”. Fíjense qué actitud de Jesús, que está al tanto de nosotros, como un papá que cuida del hijo que empieza a caminar, que ni bien tropezamos nos tiende la mano de auxilio. Pero mientras no clamemos su ayuda, no intervendrá porque respeta la libertad del hombre. Ese clamor tiene que nacer de nuestra fe.

 En cuarto lugar: “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". (Mt 14,33). Cuando Jesús amaina la tormenta, solo entonces todos se postran en una confesión comunitaria diciendo: “Realmente eres el Hijo de Dios.” Los momentos más difíciles ponen a prueba nuestra fe. Muchos confiesan que tienen dudas de fe, dudas en la Iglesia, dudas en los sacerdotes dudas de sí. En alguna medida la duda es buena, porque la duda siempre es el comienzo de una fe más sólida. Donde sí hay que despertar nuestra preocupación es cuando no se tiene dudas respecto a nuestra fe, porque o es señal de que hemos perdido por completo la fe o tenemos certezas de la fe, si es así, que bien y si no es así, hay que pedírselo al Señor como los apóstoles: “Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. Él respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería” (Lc 17,5-6). Pero hay que hacerla mediante la oración: Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.  Él les dijo entonces: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” (Lc 11,1-4).

¿Quién, en algún momento de su vida, no ha pasado por la prueba de la duda? Sólo no duda el que no cree, porque quien no cree de verdad, no tiene por qué dudar. No se duda de aquello que no se cree. Muchos se imaginan que están perdiendo la fe porque han comenzado a tener dudas, cuando en realidad, sus dudas pueden manifestar la verdad de su fe. Las dudas pueden nacer de uno mismo o pueden proceder del entorno en el que se vive y de las mismas verdades en que se cree. De uno mismo, porque la fe no es simplemente un conjunto de verdades que uno tiene en la cabeza, la fe es un estilo de vida y de vivir. Y cuando uno comienza a vivir al margen de su fe, es lógico que comience a poner en dudo sus propias creencias.

Ojala que nuestra fe, no tiemble a los vientos contrarios que la vida nos ofrece. Solo unidos en una fe autentica en Jesús podemos ir por el camino correcto y por eso El mismo nos ha insistido mucho:  “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,4-7).

Los éxitos no ayudan a madurar. Mientras que los momentos difíciles siempre ayudan a tomar conciencia de la realidad, ayudan a pensar y también a sentir la necesidad de Jesús que no anda lejos pero cuesta verlo.

 Es preciso desterrar los miedos de la Iglesia porque los miedos no ayudan a nada. Los miedos paralizan e impiden caminar. Los miedos, también en la Iglesia, nos impiden mirar hacia delante y nos obligan a echar las anclas en el pasado.

 En los Hechos de los Apóstoles se habla del coraje y la valentía de los primeros cristianos. Hoy es posible que tengamos que hablar más de nuestros miedos e inseguridades que de nuestras valentías. Una Iglesia con miedo, no camina, es como barca atada al puerto. Sin embargo, Jesús le sigue pidiendo: “Rema mar adentro.”

 El miedo nos hace ver fantasmas por todas partes, hasta convierte a Jesús en un fantasma en la noche. Los fantasmas nos impiden caminar. Cuando vemos fantasmas por todas partes, nos entran escalofríos en el alma y las piernas se nos paralizan.

 También hoy necesitamos escuchar la voz de Jesús que nos grita en la noche: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!” Sería triste que nos diga como a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” ¿No es ésta una invitación a mirar para adelante y arriesgarnos?

domingo, 30 de julio de 2023

DOMINGO XVIII - A (06 de Agosto del 2023)

 DOMINGO XVIII - A (06 de Agosto del 2023)

Proclamación del santo evangelio según Mateo 17,1-9:

17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.

17:2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

17:3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

17:4 Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".

17:5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".

17:6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

17:7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".

17:8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

17:9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigo en el Señor Paz y Bien.

Dice Jesús: “Uds. no han oído nunca la voz de mi Padre, ni han visto nunca su rostro” (Jn 5,37). “El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24); “Tu eres mi Hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22); La voz de Dios devuelve a Pedro a la situación presente: "Este es mi Hijo, el que yo quiero: escúchenlo a él" (Mt 17,5). Moisés y Elías ya no tienen nada que decir a los discípulos (de hecho no hablan con ellos); sólo a él, a Jesús, a quien Dios llama Hijo suyo, hay que escuchar; Porque la Ley y los Profetas ya están cumplidos en el Hijo. Para el momento presente Dios tiene una oferta nueva que presenta por medio de Jesús: convertir este mundo en un mundo de hermanos (Mt 23,8) en el que todos los hombres puedan vivir felices (Jn 13,17). Esa posibilidad sólo se ofrece por medio de Jesús, "y de pronto, al mirar alrededor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos", y el camino para lograr que se realice pasa por la entrega sin condiciones, hasta la muerte, si es preciso. No porque Dios exija sangre, sino porque los responsables de la injusticia y del sufrimiento que padece la mayoría de la humanidad van a utilizar toda la violencia de que dispongan para que ese mundo de hermanos nunca se haga realidad; y porque esa violencia sólo podrá ser vencida con el amor llevado hasta la entrega de la propia vida superando la tentación de huir ante las dificultades o ante el fracaso, manteniendo firme la confianza en Dios, que hará que la vida venza a la muerte.

Hoy celebramos la fiesta de la transfiguración del Señor. ¿Qué significa para los creyentes la transfiguración? Para responder a esta inquietud es conveniente situarnos en un contexto soteriológico o salvífico. Ya en su primer discurso el Señor nos adelantó algo importante respecto al Reino de Dios al decirnos: “Felices los que tienen el corazón puro y limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Además nos dijo “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí (Cruz). Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas” (Mt 5,10-12). Pero también nos dijo: “Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22). Y en ¿qué consiste la salvación? Ver el rostro glorificado resplandeciente de Dios, que no es sino Jesús transfigurado.

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se le aparecieron Moisés (Ley) y Elías (Profeta) hablando con Él (Mt 17, 1-3). Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (Mt 17, 4). Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía (Mc 9, 6). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente los cubrió con y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: Escúchenlo (Mt 17, 5).

}¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA “TRANSFIGURACIÓN”? La palabra “transfiguración” viene de las raíces latinas trans (“al otro lado”) y figura (“forma”). Por lo tanto, significa un cambio de forma o apariencia. Esto es lo que le sucedió a Jesús en el evento conocido como la Transfiguración: Su apariencia cambió y se convirtió en un cuerpo glorioso. ¿Qué es gloria o glorioso? El actuar de Dios para redimir o salvar a la humanidad. Esta transfiguración se suscita en dos partes: 1) la Palabra se hizo carne (Jn 1,14), es decir Dios cambia del estado glorioso al estado humano (Hipostasis), 2) Del estado humano al estado glorioso: “De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho” (M 28,2-6). Mismo Jesús glorificado les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24,44-48). Esta escena del estado glorioso que es el estado natural del ser de Dios, es esta escena que ahora se nos muestra en unos segundos en sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan (transfigurado).

¿QUÉ SUCEDIÓ JUSTO ANTES DE LA TRANSFIGURACIÓN? En Lucas 9:27, al final de un discurso a los doce apóstoles, Jesús añade, enigmáticamente: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver el Reino de Dios”. Esto a menudo se ha tomado como una profecía que se produciría del fin del mundo antes que la primera generación de cristianos se extinguiera. La frase “reino de Dios” también puede referirse a otras cosas incluyendo la Iglesia – la expresión externa del reino invisible de Dios. El reino está encarnado en Cristo mismo y por lo tanto podría ser “visto” si Cristo se manifestara de una manera inusual, incluso en su propia vida terrenal.

En la montaña tres de ellos (Santiago, Pedro, Juan) ven la gloria del Reino de Dios que brilla fuera de Jesús y están eclipsados por la santa nube de Dios. En la montaña, en la conversación de Jesús transfigurado con la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías), se dan cuenta de que la verdadera estadía o estar con Dios ha llegado.  En la montaña se enteran de que el mismo Jesús es la Palabra completa de Dios (Jn 1,14).  En la montaña ven el “poder” (dynamis) del Reino que viene en Cristo”(Jesús de Nazaret).

Aquí, podemos tener la clave para entender la declaración misteriosa de Jesús justo antes de la Transfiguración. Él no estaba hablando del fin del mundo. Estaba hablando de esto. De hecho, Lucas señala que la Transfiguración tuvo lugar “como ocho días después de estas palabras”, subrayando así su proximidad, lo que sugiere que fue el cumplimiento de esta sentencia.

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubre en la vida de cada día, sino que está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua (Jer 31,33), y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total, al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra como el tesoro escondido (Mt 13,44).

¿Qué es el Cielo que nos espera, donde contemplaremos el rostro glorioso de Dios, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad? Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escúchenlo (Mt 17, 5). 

El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave, mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién los hará daño, si no piensan más que en obrar bien? Pero si sucede que padecen algo por amor a la justicia, son bienaventurados (1Pdr 3, 13-14). La Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, que ocurrió en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago. Es aquí donde Jesús conversa con  Moisés y Elías, y se escucha desde una nube la voz de Dios Padre que dice “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).

En el Catecismo de la Iglesia Católica (555), en referencia al pasaje bíblico, se menciona que “Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre”, señala el Catecismo.

Escuchadlo... Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el arte de escuchar.

En este contexto, tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.

Un famoso médico siquiatra decía en cierta ocasión: «Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros... entonces, está ya curado». Algo semejante se puede decir del creyente. Si comienza a escuchar de verdad a Dios, está salvado. La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, decepcione nuestras pretensiones o expectativas.

Su persona se nos escapa. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que no queremos aceptar.

Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.

Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario. Pero ya no estamos solos. Alguien cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, el desgaste, la desconfianza o la huida. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera nueva, confiando ilimitadamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado. ¿Cómo responder hoy a esa invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? "Este es mi Hijo amado. Escúchenlo" (Mt 17,5). 

lunes, 24 de julio de 2023

DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2023)

 DOMINGO XVII - A (30 de Julio del 2023)

Proclamación del santo evangelio según Mateo 13,44-52:

13:44 El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

13:45 El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;

13:46 y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

13:47 El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.

13:48 Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

13:49 Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,

13:50 para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

13:51 ¿Comprendieron todo esto?" "Sí", le respondieron.

13:52 Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en el Señor y Paz y Bien.

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo” (Mt 13,44). “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). El Tesoro más grande que tiene la Iglesia es la Santa Eucaristía. Jesús les dijo: “El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,33-35). Dijo también: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,55-56).

¿Cuál es el presupuesto requerido para buscar el tesoro (Mt 13,44)?: La sabiduría: “¡Feliz el hombre que encuentra la sabiduría y obtiene la inteligencia, porque la sabiduría vale más que la plata y es más rentable que el oro fino!” (Prv 3,13-14); La fe: “Jesús le dijo: Todo es posible para el que cree y tiene fe. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,24-25).

“Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Jesús dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven, y sígueme” (Mt 19,21). “A causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, todo lo considero basura en este mundo con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

La primera lectura nos habla del rey Salomón, hijo de David y vivió en pleno siglo X a. de JC. Aprovechó la obra realizada por su padre y supo mantener con gran esplendor a su pueblo sin ninguna guerra. En cambio, creó una red de relaciones internacionales muy enriquecedoras con los reinos vecinos.

El relato que hoy hemos leído nos transporta al día de su entronización. Es un testimonio que nos puede estimular. En aquel primer día de su reinado, supo pedir el regalo más valioso: "Pídeme lo que quieras", le dice el Señor. Entonces, consciente de su responsabilidad como gobernante, Salomón comprende que Israel no es una propiedad particular suya, sino que es el pueblo de Dios y sabe que tendrá que responder ante Dios sobre su administración. Por eso le responde: "Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el bien del mal".

Salomón elige la sabiduría. Para él, este es el mejor regalo que puede recibir del Señor. No le pide riqueza, ni muchos años de vida, ni victorias sobre los enemigos. Le pide sabiduría. El rey conseguirá la gracia que pide, y muchas más.

Jesús, en el evangelio, nos habla de un hombre que encontró un tesoro en un campo. Sabía que aquello le resolvería los problemas para siempre. El campo era muy caro. Pero él lo quería. Recogió todo lo que tenía, todas las demás propiedades, y las vendió. Se quedó sin nada para poder adquirir aquel campo y hacerse con el tesoro. Como Salomón. Lo olvida todo para conseguir la sabiduría. Para Salomón, la sabiduría es el tesoro escondido en el campo de la v ida.

No tenemos día de entronización como Salomón, pero sí tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir con plenitud. El mundo nos presenta muchos valores que deslumbran: dinero, fama, poder... Muchos valores también que van cambiando según las modas. Vemos a las personas que se mueven entusiasmadas, ahora con esto, ahora con aquello y, a menudo, después, las encontramos desencantadas, desorientadas, como si volasen sin norte. La vida necesita una razón que coordine todas nuestras actividades, que las impulse, que las ilumine. Necesita un tesoro. Pero muchas veces este tesoro está escondido.

-El tesoro del cristiano. Si no queremos hablar en términos jurídicos, podemos decir que el cristiano no es cualquier persona que haya sido bautizada. Cristiana es la persona que ha encontrado el tesoro auténtico, la persona que ha encontrado a JC. "Tanto ha amado Dios al mundo que le ha dado a su Hijo único" (Jn 3,16). Aquello que hace que seamos cristianos es habernos encontrado con Dios en su Hijo Cristo Jesús (Jn Jn 14,8).

No se trata solamente de ser seguidores (Jn 14,6). Se trata ante todo de ir descubriendo algo nuevo. Un descubrimiento que siempre es un don de Dios, aunque normalmente sólo se nos da después de la oración humilde y confiada, después del servicio generoso a los hermanos. Pero es un descubrimiento que, de una vez por todas, ilumina todos los rincones de la existencia y comienza una marcha definitiva, cargada de luz y de amor. Encontrar a JC es ir a lo más profundo, es poner los cimientos, es atarte al eje, es soldarte al cigüeñal.

Encontrar a JC, también es, una vez bien sujeto a Él, dejarte proyectar por Él a una lucha generosa y solidaria en favor de los demás, de manera que todos los intereses personales quedan revitalizados. El tesoro es Él y todo aquello que Él comporta.

Nos ayuda a desprendernos de todos los demás valores, a ponerlos al servicio de la causa más importante. Por esto, quien ha encontrado el auténtico tesoro que es JC no puede dejarse ganar por nadie cuando se trata de hacer un mundo más justo y más fraternal.

En la Eucaristía hoy el Padre nos dice como a Salomón: "Pídeme lo que quieras". Quien encuentra a Jesús se siente libre y experimenta una gran alegría. Se siente acogido por el Amor y libre para amar, libre para dar vida, para darse del todo. "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien", nos ha dicho san Pablo.

En la Eucaristía, hoy, JC se nos da una vez más como el tesoro, para ser el motor, la luz, la alegría, la vida de nuestra vida. Así se va realizando el proyecto de Aquel que nos predestinó a ser imagen de su Hijo".

Si has hallado tu tesoro que es Cristo Jesús o que es lo mismo el reino de Dios, disfruta de ese tesoro hallado siendo o actuado como hombre nuevo (Ef 4,23). Los santos han hallado su tesoros en Cristo, el Señor por eso han sido las personas más felices y contentos. Los apóstoles han hallado el tesoro y dejándolo todo lo siguieron (Lc 5,11). San Pablo halló su tesoro y dijo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col. 3,11). “A causa del Señor, nada tiene valor para mí en este mundo. Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Por eso, quien supo hallar el tesoro en su vida tiene que estar alegre, como nos recomienda San Pablo: “Estén alegres en el Señor, os lo repito estén alegres” (Flp 4,4).

domingo, 16 de julio de 2023

DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2023)

 DOMINGO XVI – A (23 de Julio del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,24-43:

13:24 Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo;

13:25 pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

13:26 Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

13:27 Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?"

13:28 Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?"

13:29 "No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.

13:30 Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero"".

13:31 También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.

13:32 En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".

13:33 Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".

13:34 Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas,

13:35 para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

13:36 Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".

13:37 Él les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;

13:38 el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno,

13:39 y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.

13:40 Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.

13:41 El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,

13:42 y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.

13:43 Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Las premisas de nuestra reflexión respectos a las parábolas son ya bien conocidas: “¿Cuándo llegara el reino de Dios?” (Lc 17,20) “Si yo expulso los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12,28; Lc 11,20). “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (Jn 10,9). Es decir que el Reino de Dios tiene que ver con nuestra salvación y Cristo Jesús es nuestra salvación. De ahí que propios y  extraños preguntan al  Señor: “¿Qué hare para obtener la salvación eterna?” (Mc 10,17). “¿Serán pocos los que se salven” (Lc 13,23). “¿Quién podrá salvarse” (Mt 19,25). En la enseñanza de hoy nos preguntamos: ¿Nos salvaremos siendo trigo o siendo cizaña? El momento de la cosecha es la manifestación de la justicia de Dios: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt 7,16-20).

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,15). El reinado de Dios ha comenzado en este mundo con la semilla del evangelio. La palabra de Dios, que es promesa, ha puesto en trance de esperanza a los que la escuchan con fe. En cierto modo, la creación entera está en dolores de parto y en los lugares más insospechados se está gestando el reinado de Dios. Pero en este mundo hay otras semillas. También dentro de la iglesia, que no debe confundirse con el reinado de Dios, crece la cizaña junto con el trigo.

"Déjenlos crecer juntos hasta la siega"(Mt 13,30) : La cizaña y el trigo, mientras crecen, apenas se distinguen. De ahí el peligro de escardar los campos, pues se puede arrancar lo uno por lo otro. Sin embargo, los criados de la parábola, dando señales de intolerancia, apenas empieza a formarse la espiga ya quieren hacer una limpieza de la sementera. La enseñanza de Jesús está muy clara: "Dejadlos crecer juntos". No es lícito juzgar a nadie antes de tiempo, el juicio está en las manos de Dios y mientras dura la historia todo está todavía "entre dicha". Convertir el mundo en una película de buenos y malos, pretender que nosotros tenemos toda la verdad y nada más que la verdad, y los otros están en el error y en el pecado, contradice el espíritu de Cristo y la tolerancia del evangelio.

Debemos ser conscientes, por otra parte, de que la mezcla del trigo y la cizaña no se realiza solamente en el espacio de la comunidad, sino también en cada uno de nosotros. El bien y el mal están muy repartidos. Esto tiene sus consecuencias. Si es verdad que no debemos juzgar a los otros, no lo es menos que cada cual debe cuidar su propio campo y someterlo constantemente a examen y a limpieza con la ayuda de la palabra de Dios. En la medida en que cada uno de nosotros seamos más críticos y responsables con nosotros mismos, seremos más comprensivos con la conducta de los demás.

“Déjenlos crecer juntos (Trigo y cizaña) hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y échenlo al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Como hipótesis de nuestra reflexión: Si soy trigo, entonces obtengo mi salvación (granero=cielo); y si soy cizaña, entonces obtengo mi condenación (fuego=infierno). “El hombres está situado entre la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que escoja” (Eclo 15,17). Dios dice a Israel: “Yo pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel” (Dt 30,19).

El domingo anterior, Jesús nos decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso y brotaron, pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz. Otras cayeron entre espinas y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta” (Mt 13,4-8). Y nos preguntábamos: ¿Qué tipo de terreno somos: tierra dura como del camino, tierra pedregosa, tierra de maleza o tierra fértil? Y nos decíamos que no conviene engañarnos, porque tarde o temprano todo quedará al descubierto, todo se sabrá (Mt 10,26). Y el mismo Señor nos adelantó al decirnos: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt 7,15).

En la parábola de la cizaña distinguimos cuatro momentos: 1) La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). Luego su explicación (Mt 13,36-43). 2) La parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32). 3) La parábola de la levadura (Mt 13,33). Y 4) El ¿por qué? de las enseñanzas por medio de parábolas (Mt 13,34-35). De las tres parábolas, la de la cizaña ocupa la enseñanza central de este domingo: Mt 13,24-30.36,43. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.  La mención a una semilla buena nos coloca a la expectativa de una buena cosecha. Pero, mientras la gente dormía, vino el enemigo, sembró cizaña entre el trigo, y se fue (Mt 13,25). Hay que estar siempre vigilantes, no podemos descuidarnos porque el enemigo siempre se encuentra al acecho, esperando el momento para sembrar la cizaña. Al respecto San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (I Pe 5,8).

El trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo, claro que no es lo ideal pero asì es en realidad muchas veces (Mt 13,30), ya sea en la vida de los demás como en nosotros mismos. Por lo general, es fácil advertir en los demás, pero en nosotros, no advertimos su presencia. Y no nos damos cuenta en qué momento empezó a germinar en nuestra vida el resentimiento por ejemplo y la venganza o cualquier otro mal; pero eso sí, nos damos cuenta del mal en el otro y muy rápido, y quisiéramos que Dios intervenga con todo su poder para colocarlo al malo en su lugar (Mt 13,28). Pero el Señor nos dice: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). La cizaña es precisamente lo que nos motiva actuar como juez de los demás y ahoga en nosotros la enseñanza de Dios. Y tiene mucha razón Santiago en decirnos: “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo?” (Stg. 4,12).

Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?  Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo". Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" (Mt 13,27-28). Vemos que aunque la semilla es de buena calidad hay cosas a su alrededor que la ahogan y quizás el rendimiento no sea igual. Ante su preocupación: "¿Quieres, que vayamos a recogerla?" (Mt 13,28) y la respuesta del amo es:  "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo” (Mt 13,29).  Los discípulos quedan extrañados, pero la dinámica del Reino de Dios es otra, siempre estarán buenos y malas. Nuestra vida misma pasa por días llenas de cizaña, o días de buen trigo. Al respecto dijo con mucha sabiduría San Pablo: “Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: "Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad. De ahí que, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor 12,7-10).

Para vivir en la senda del camino recto hemos de estar muy atentos y llevar una vida de constante discernimiento y para ello muy bien caen los consejos de Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16-17). Así también, al lado de los buenos están los malos.  Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola “Dejen que ambos crezcan juntos hasta la ciega”  (Mt 13, 30).  Crecerán el trigo y la cizaña juntos, pero eso será solo hasta el tiempo de la cosecha, es decir mientras dure esta vida terrenal, pero aquí esta luego la manifestación del límite de la misericordia de Dios, es decir la Justicia divina. “Diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). Es decir la cizaña al fuego del infierno y el trigo al granero, que es el cielo. 

Por el destino final que tiene cada una de las semillas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final.  Por tanto hay que ser responsables con la vida y los dones que se nos dio porque: "Al que se le confió mucho, se le exigirá mucho más” (Lc 12,48). Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios nos da tiempo a cada uno para que recapacitemos, y Dios está esperándonos por nuestra conversión hasta el final. Pero, también de nuestra parte, lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado; hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión; Dios dice: “ Yo no quiero la muerte del pecador si no que se convierta y vida” (Ez 33,11).

Reiterando; sabemos todos por experiencia que, nadie es completamente trigo. Hay que escuchar a los santos por ejemplo: Ellos siempre se reconocen pecadores. Ni completamente somos cizaña porque, no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón.  Por tanto no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos.  En cada persona hay un poco de todo. En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar a los demás, porque un día cada uno dará cuentas de los suyo, sino más bien evaluarnos a nosotros mismos. La parábola enseña que en el campo hay buenos y malos, pero nosotros por lo general no estamos en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados, de los elegidos, sino el lugar donde podemos salvarnos. Pero al final cada a uno se nos reconocerá si somos trigo o cizaña por nuestros frutos (Mt. 7,16).

En resumen: Así como en Génesis se dice: Dios dio al hombre este mandamiento: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Luego, sorpresivamente aparece un ser extraño, con parecer distinto al querer de Dios. Replicó la serpiente a la mujer: "Al comer del árbol prohibido, no morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3.4-5). Es decir, no solo Dios siembra, que también hay otro que siembra. Y lo hacen de noche, mientras la gente está dormida o tergiversando la verdad, usando la mentira. Por eso mismo ya nos dijo el Maestro: “A Uds. los reconocerán por sus frutos” (Mt. 7,16). Si somos en verdad trigo o cizaña.

Jesús nos invita a no escandalizarnos de los malos que hay y que viven a nuestro lado. Lo cual implica la necesidad de la conversión y también la esperanza de que los malos puedan algún día ser buenos. O incluso nos invita a pensar que muchas veces la cizaña no siempre está en los demás, sino que en el momento menos pensado, ya está en nosotros germinando y a punto de echar mucha semilla. O ¿no es cierto que sin querer ya estamos en pleitos de odio, ira, rencor, envidia? Recordemos lo que Jesús nos dice: "El fariseo, de pie, oraba en voz baja: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas" (Lc 18,11-12). Es decir, creemos ser buen trigo, cuando eso no es cierto.

No somos los indicados en decidir la suerte de los malos. Dios como juez supremo sabe hacer sus cosas, espera el momento. Y el momento no es ahora, sino al final. Los apóstoles preguntaron al Señor ¿Cuándo será eso? Jesús respondió: nadie lo sabe, solo el Padre, pero estén preparados” (Mt 24,44). Porque sólo Dios es quien ha de juzgar a cada uno. Muchos nos quejamos del porqué Dios permite que haya tantos malos pero no decimos ¿Por qué soy malo? Nosotros hubiésemos preferido que los elimine, pero Dios actúa de otra manera. Ese juicio no se hará en el tiempo, sino al final de los tiempos cuando se decida la suerte de unos y de otros. Mientras tanto, tendremos que crecer juntos, a lado de la cizaña (Mt 13,30); pero con mucho criterio de discernimiento para que no se meta en nuestra vida como la maleza o la cizaña (Mt 13,7). Y porque tarde o temprano llegará el tiempo de la cosecha y cada quien tendrá que ocupar el lugar que merece: "Así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" (Mt 13,40-43).

 Pregunta para nuestra reflexión: ¿Si soy cizaña o mala hierba, aún podre convertirme en trigo o ya será muy tarde? Recordemos cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,25-26). Dios te puede convertir de cizaña en trigo, claro que si es posible mientras estemos en esta vida hasta la cosecha. Pero cuando llegue el tiempo de cosecha ya no será posible la conversión. Solo con la ayuda de Dios podemos pasar de cizaña a trigo como bien Jesús nos demostró con un grito y con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera! y el  muerto se levantó” (Jn 11,43). Paso Lázaro de hombre muerto a hombre con vida. El problema está cuando el hombre quiere llegar al cielo fiado por su propio medio como su riqueza, su honor, fama, etc. Olvidando lo que ya nos dijo Jesús: “No jures ni por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos” (Mt 5,36). Por qué no nos acogemos al clamor de San Pablo cuando dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me conforta” (Flp 4,13). Pero para ello requiere llevar una vida: “En todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable tenedla por virtud y honor” (Flp 4,8).  “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren” (Gal 5,16). “Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si viven según el Espíritu, entonces vivirán” (Rm 8,13).

DOMINGO XV - A (16 de Julio del 2023)

 DOMINGO XV - A (16 de Julio del 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 13,1-23:

13:1 Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.

13:2 Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.

13:3 Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar.

13:4 Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.

13:5 Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda;

13:6 pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.

13:7 Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.

13:8 Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.

13:9 ¡El que tenga oídos, que oiga!"

13:10 Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?"

13:11 Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

13:12 Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.

13:13 Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.

13:14 Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán.

13:15 Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.

13:16 Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.

13:17 Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.

13:18 Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.

13:19 Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

13:20 El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,

13:21 pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

13:22 El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

13:23 Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Y Bien.

"El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga” (Mc 4,26-28). “Si el grano de trigo que cae en la tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). La semilla, (palabra de Dios) de por si es potencialmente rica, puede dar frutos (vida de santidad) de uno por treinta, sesenta o cien, todo depende en qué tipo de tierra cae. “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Heb 4,12).

Con este episodio de Mt 13,1-23 Jesús, comienza una nueva sección. Se trata del tercer gran discurso formativo para con sus discípulos. Los dos primeros: el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyen dos elementos en el camino de maduración de la fe los discípulos que bien se puede resumir así: “Ustedes serán felices si, practican lo que les enseño” (Jn 13,17); o “El que cumple lo que  enseñe, será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,19). Así pues, haciendo eco de las enseñanzas de Jesús sobre el reino de los cielos es como encontramos la respuesta a las preguntas: “¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).  ¿Qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?" (Mt 19,16). “Serán poco los que se salven?” (Lc 13,23). Se salvaran los que son santos (Lv 11.45. El fruto de nuestra conversión al Evangelio es la santidad. “Por sus frutos los conocerán” ((Mt 7,16).

Esta sección de enseñanza, que también tiene que ver con el reino de Dios, se puede iniciar con un enunciado: “Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). Las parábolas que Jesús emplea como estrategia de su catequesis es para ahondar o hacer entender la importancia del reino de Dios.

En efecto, Jesús no sólo dice lo que hay que hacer para ser parte del reino de Dios; también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello se sirven de las parábolas (Mt 13,34) las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios que tiene que ver con nuestra felicidad (Lc 9,33).

La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (Mt 13,1-2), comienzan las parábolas: 1) El sembrador (Mt 13,1-9). 2) El trigo y la cizaña (Mt 13,24-30). 3) El grano de mostaza (Mt 13,31-32). 4) La levadura (Mt 13,33). 5) El tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 6) La perla del mercader (Mt 13,45-46). 7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50). Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (Mt 13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, se basan en trabajos del campo, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

Hoy, Jesús empieza sus enseñanzas con la parábola del sembrador: Sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar (Mt 13,1). Y como mucha gente se le juntó, se subió a una barca, la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza con su enseñanza (Mt 13,3b-9), la primera en resaltarse, son los diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

Diversos tipos de terreno: Unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron (Mt 13,4). Al caer en el camino donde no hay cuidado, cae de superficialmente; así somos muchas personas que escuchamos la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca. Por eso dice Jesús: “No todos los que me dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?.  Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande" (Mt 7,21-27).

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron (Mt 13,5). La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite, la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina. Otras cayeron entre abrojos es decir entre espinos; crecieron los abrojos y las ahogaron (Mt 13,7). Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos. ¿Quién sembró es mala hierba? Jesús en otro episodio explica: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? Él les respondió: Esto lo ha hecho algún enemigo. Los peones replicaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos echen al fuego, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,24-30).

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta (Mt 13,8). La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene maleza, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos. Al respecto, en otro pasaje Jesús decía: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán (Jn 15,1-7).

El sembrador que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación. Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (Mt 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer. La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

Como vemos, la estrategia pedagógica que Jesús usó como buen maestro para enseñar era las parábolas que como dice las escrituras: “Todo esto lo enseña Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas, desde la creación del mundo” (Mt 13,34-35). Hoy, Jesús usó la parábola del sembrador para explicarnos la importancia que tiene el escuchar la Palabra de Dios y vivirla como experiencia de vida (Mt 7,21-26). Porque es por ella como somos parte del reino de los cielos.

Jesús, el maestro supremo, no nos quiere dar una lección de agricultura, sino una lección de cómo están nuestros corazones para aceptar las semillas del Reino. El Reino de Dios se nos da en semillas. Dios todo lo da en semillas. Por tanto, hay que trabajarla. Pero la suerte del Reino y de la Palabra de Dios depende de cada uno de nosotros. Donde, Él es el sembrador, su Palabra es la semilla, nosotros somos la tierra donde se derrama la semilla. Como tal tenemos reacciones distintas frente a su Palabra. Unos somos tierra muy dura como los del camino, otros, tierras pedregosas, otro, tierras llenas de espinos o maleza, pero otros somos buena tierra que dará buen fruto, unos cien, otros setenta, otros treinta por uno.

El problema no está ni en la semilla ni en Dios que la siembra. El problema lo llevamos todos en el corazón porque hay que decir, y creo que todos tenemos nuestra propia experiencia, que hay corazones más duros que el asfalto de nuestras carreteras y también hay corazones con muy buena voluntad, tan llenos de enredos, tan lleno de cosas y de superficialidades que la palabra recibida brota por un momento, pero el fervor se nos apaga como un fósforo encendido. Aunque también tenemos que reconocer que hay corazones generosos, tierra fértil donde la palabra de Dios puede crecer en abundancia de frutos.

Lo extraño, y también lo bueno, es cómo Dios puede sembrar su palabra en corazones que sabe no van a responder y cómo Dios se expone al fracaso de muchas de sus semillas: Dios ama a todos por igual y a todos quiere darnos las mismas oportunidades. Su amor por nosotros es tal que no le importa se pierdan muchas semillas de gracia porque, al fin y al cabo, la respuesta de esos corazones grandes y generosos compensa con mucho lo que se ha perdido entre la maleza del campo. ¿No te parece interesante un Dios, que se atreve a correr el riesgo de su Palabra y de su Reino en nuestras debilidades? Pues, así es el amor de Dios (Jn 3,16).

Jesús es la palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). El Padre, Dios es el que siembra la Palabra, que era una semilla capaz de cambiar el mundo, pero no siempre encontraba tierra adecuada. Somos muchos los que cada día, o al menos cada domingo, escuchamos la Palabra de Dios. Para muchos es palabra perdida, para otros es toda una posibilidad. Aunque, a decir verdad, la Palabra de Dios no produce lo mismo en todos. En unos, sesenta, en otros treinta, en otros cien. Si lo pensamos bien, cada domingo Dios siembra infinidad de su Palabra. ¡Cuánta Palabra anunciada dominicalmente! El problema está cuánta de esa Palabra da fruto y cuánta se pierde en el aburrimiento y desinterés de la gente y también en lo mal que la sembramos. Jesús era buen sembrador, pero entre nosotros hay de todo. Hay quienes siembran de verdad y quienes simplemente decimos palabras que no tienen futuro alguno.

Dios no deja de hablarnos en su Hijo. Dios es Palabra hecha carne entre nosotros (Jn 1,14). Una palabra capaz de cambiarnos y dar frutos del Evangelio (Jn 15,5). El problema es cómo la anunciamos y también cómo la recibe la gente. ¿Se imaginan que cada domingo la Palabra de Dios diese el fruto del ciento por uno? ¿Y aunque no sea el sesenta? El éxito de la voluntad de Dios depende de tu voluntad y de tu cooperación. El querer de Dios depende de tu querer. Dios no es de los que utiliza su poder para imponernos las cosas. El amor no se impone, el amor se ofrece (Mt 11,28). Ese el gran misterio de Dios en el hombre. Dios quiere que todos nos salvemos (I Tm 2,4); sin embargo, muchos no tienen mayor interés en su salvación o incluso ni creen en eso de la salvación. ¿Cuáles son las condiciones para que la Palabra de Dios no se pierda inútilmente y pueda dar fruto abundante en nuestros corazones y en el mundo? Jesús nos propone varias. En primer lugar nos propone ser tierra fértil para dar frutos al cien, setenta o treinta; pero ello, requiere ser prevenidos, es decir no tener un corazón endurecido e impenetrable (Slm 94), sino un corazón sincero, noble, abierto siempre a las posibilidades de Dios en él. En segundo lugar, un corazón libre de ataduras que le impiden decir sí a Dios, que sea tierra sin piedras y maleza.

¿Qué tipo de tierra somos? ¿Tierra dura como del camino? ¿Tierra pedregosa? ¿Tierra con maleza? ¿Tierra fértil? Ojala que seamos tierra fértil, entonces la semilla derramada, que es la palabra de Dios dará el fruto del ciento por uno (Mt 13,8). luego la Palabra de Dios, Cristo Jesús no habrá venido en vano sino como el profeta dice: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé” (Is 55,10-11). Dios nos anuncia por medio del Profeta Isaías que su Palabra no quedará sin resultado, sino que ella cumplirá su misión, la cual es el cumplimiento de la voluntad divina.  Y esto lo dice con el mismo paisaje campestre del Evangelio y del Salmo, es decir,  la siembra, la lluvia, la semilla, la germinación. El Salmo 64  que hemos rezado nos habla de la tierra y del agua que la riega, de pastos y de flores, de rebaños y trigales.  Y nos habla de la preparación de la tierra.  Y ¿quién prepara la tierra?  ¿Quién prepara nuestra alma para recibir la semilla y poder dar fruto?  La prepara el mismo Señor, el Sembrador.

En resumen: Dijo Jesús a sus discipulados: "Si no entienden  y creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo entenderán y creerán cuando les hable de las cosas del cielo?” (Jn 3,12). El reino de Dios amerita mucha atención y discernimiento y por eso Jesús acude a las parábolas. Dios sabe que el hombre a menudo tiene corazón duro como tierra del camino: “Escúchenme, hombres de corazón duro, Uds. que están lejos de la justicia, pero yo hago que se acerque a mi justicia y mi salvación no tardará” (Is 46,12). Para ablandar el corazón del hombre Dios se propone: “Arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis mandamientos. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26). Luego Dios se propone: “Yo la volveré conquistar, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Yo te desposaré conmigo para siempre, en justicia, derecho, amor, misericordia; fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,21).Y lo hace en su Hijo Cristo Jesús, quien nos lo dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,28).Dios nos  enamora en su Hijo para ello, reitero busca diversos modos de hacernos entender sobre el reino de los cielos, por ejemplo por las parábolas. 

Jesús termina sus enseñanzas sobre el reino de Dios con esta sentencia: “Así sucederá al fin del mundo. Vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Mt 13,49-50).