martes, 4 de agosto de 2015

COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...

COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE...: COLEGIO SAN FRANCISCO DE ASIS - TACNA: FELIZ 28 DE JULIO : UNA BENDICIÒN DE DIOS  PARA MI PERU QUERIDO EN SUS 194 AÑOS 28 DE JULIO DEL 2...

DOMINGO XVIII - B (domingo 02 de agosto del 2015)

DOMINGO XVIII – B (02 de agosto del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6,22-35:

En aquel tiempo, al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.

Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado. Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. PALABRA DEL SEÑOR

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Tres puntos que Jesús acentúa y con los cuales le abre nuevos caminos a la “búsqueda” de parte de la gente: Primero Jesús les dice: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna” (Jn 6,27). Trabajar por la comida del día es importante es importante, es necesaria para vivir y uno tiene que ganársela todos los días con el sudor de la frente (Gn 3,19). Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos para trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Mt 26,26).

La multitud de esa ocasión, como también mucha gente hoy, sentía que lo más importante en la vida era sobrevivir. Muchas cosas se hacen simplemente para sobrevivir más que para construir una vida con calidad. Hoy Jesús nos está planteando la pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”. Y no perdamos de vista esto: a diferencia de los animales, nosotros los hombres somos los únicos seres del planeta que, por más que resolvamos lo básico, por más confort que tengamos, siempre estamos insatisfechos. Jesús nos dice que más allá de lo inmediato de la vida –que tiene su importancia, es claro– tenemos una necesidad más profunda que tenemos que resolver y que si sabemos resolver lo segundo –el vivir plenamente– podremos resolver con mayor sentido lo primero –el sostener y promover la vida hoy–.

Luego les dice: “...El que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27b). Jesús se da a sí mismo un título: “Hijo del hombre”. Es curiosamente un título de “gloria”, pero que pasa por la “pasión”.

El problema que Jesús enfrenta con la multitud que lo busca para que repita el milagro del pan abundante, tiene que ver con la imagen que tienen de Él. Jesús les hace entender que en Él hay mucho más de lo que ven a primera vista. La gente se deja arrastrar por el mesianismo, quiere respuestas inmediatas y corre detrás del primero que le ofrezca soluciones inmediatas. Por eso, al final de la multiplicación de los panes ya querían hacer a Jesús Rey, pero Jesús –para desconcierto de ellos– lo que hizo fue esconderse. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey que usara su poder para eliminar a los romanos, un mesías que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo, un mesías que los mantuviera, un mesías hecho a la medida de las expectativas populares, un mesías que no le corrigiera al pueblo sus actitudes egoístas para perder puntaje. Finalmente dice: “... Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”. La autoridad de Jesús viene de Dios. Esto lo expresa con una imagen: “el sello de Dios”.

¿Por qué esta imagen del “sello”? En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autenticaba los documentos. En el caso de documentos comerciales y políticos éstos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, en los dos primeros casos parte del material se quedaba pegado en el documento y así se expresaba que el asunto allí contenido era en firme. En Jesús está el “sello” de Dios: (1) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34). (2) Él es la “verdad” encarnada de Dios (término que en Juan traduce el hebreo “emet”, que describe la fidelidad de Dios con su pueblo). (3) Por todo lo anterior, Él es único que puede satisfacer el hambre de eternidad que está impresa en el corazón de todo hombre.
 
Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado” (Jn 6,28-29). Tener esa firmeza, creer en el que Dios envió: Jesús, el Hijo único (Jn 1,18). Ante el imperativo “¡Obrad!”, la reacción no se deja esperar: ¿Cómo llevarlo a cabo? En otras palabras: ¿dónde hay que poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios? En esta parte del diálogo de Jesús con la gente, aparecen a la luz nuevas luces sobre lo que debe caracterizar la relación de los hombres con Dios.

Notamos, en primer lugar, que la pregunta que le plantean a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. Desde pequeños han sido educados en la convicción de que el favor de Dios se gana haciendo “buenas obras”. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, casi prevista: cuál es la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios. La respuesta breve de Jesús corrige el intento de sus interlocutores y abre la puerta para entender las relaciones con Dios desde otro ángulo que es mucho más profundo y de grandes consecuencias. En la frase “La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado”, se deja entender que lo que Dios espera del hombre es la “fe”: primero que sus “manos” les pide su “corazón”. Y esto es importante.

La espiritualidad es “acción”, pero es ante todo “relación”. Se corre el riesgo de perder de vista lo esencial cuando todo se reduce a procedimientos mecánicos de parte nuestra (ritos religiosos, de caridad, etc.), y peor aún, se ve a Dios como alguien que también se comporta mecánicamente con nosotros, al ritmo de nuestros requerimientos, en una lógica de contraprestación. Dios es Padre y Amigo, la relación con Él debe ser de confianza, de entrega, de obediencia, de amor, de gratuidad. La “obra” que Jesús propone, entonces, es que construyamos una nueva relación con Dios: más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

La nueva relación con Dios (el caminar de la fe en Jesús) desemboca en un estilo de vida. Esta relación se convierte en proyecto de vida compartida entre Él y uno, entre uno y la comunidad de fe y de amor a la que pertenece. De ahí se desprenden todas las “obras buenas” de amor y de servicio, institucionales y espontáneas, porque todo lo que hacemos (y no solamente unas cuantas cosas) refleja ese conocimiento de Dios en Cristo que habita nuestra vida. Para esta “obra” el mismo Jesús nos capacita. Esto es lo que se va a profundizar enseguida.

Segundo movimiento: De Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación (Jn 6,30-33): “Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: “Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,31-32). Pero la respuesta del Señor es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33).

La última frase pronunciada por Jesús suscita una nueva pregunta de este tipo: “Si tú te presentas como el Mesías (= “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”), y esto supone que te aceptemos con todas las implicaciones (= “creer”), entonces muéstrenos sus credenciales”. En otras palabras: ¿En qué debemos apoyar nuestra fe?
La interpelación a Jesús por parte de los judíos: Ellos entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6,30-31) Esta parte de la conversación es típicamente judía y nos recuerda tanto los temas como el estilo de las discusiones entre los rabinos: se plantea una pregunta difícil y se da una pista de solución en la que se indica el tipo de respuesta que el rabino estaría esperando. Tomando como base la carta que Jesús acaba de poner sobre la mesa, que el creer en Él era verdadera obra de Dios, los judíos le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto se plantea con dos preguntas sobre el “obrar” y un ejemplo “modelo” del “obrar” de Dios en la historia: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?” (Jn 6,30). Jesús es interpelado explícitamente sobre lo que Él “hace”. De hecho, si miramos la historia de la salvación el “hacer” de Dios siempre ha precedido el “hacer” del hombre. La obra del hombre es “creer”, pero previamente debe hacer una obra de parte de Dios que sirva de base y de ruta para el camino del creer. Esta es como la “prueba” de la confiabilidad de Dios.

Las dos preguntas, que en realidad plantean lo mismo (“¿Y qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”), suenan extrañas. ¿Cómo se plantea semejante pregunta después de la multiplicación de los panes, en la que todos estuvieron de acuerdo de que se trataba de un hecho extraordinario? (Mt 14,16-21). Es claro que la multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los interlocutores de Jesús, teniendo en cuenta que Él se presenta como el que “obra” de parte de Dios, se remiten inmediatamente una de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo en el caminar pascual y le piden que actúe en ese plano. El ejemplo “modelo”: “Nuestros padres comieron del maná en el desierto...” (Jn 6,31). El hecho de que todavía tengan en mente la multiplicación de los panes, los lleva a traer de la historia de la pascua uno de sus momentos más deslumbrantes: el don del maná en el desierto, cuando Dios alimentó milagrosamente al pueblo peregrino y los salvó de morirse de hambre. Toman este ejemplo y no otro por la conexión que se da en el “pan”.

El relato del don del maná en el desierto lo encontramos en Éxodo 16 (vale la pena volverlo a leer). Se cree que más tarde se había conservado en un recipiente algo de ese maná y se había depositado en el arca de la alianza que estaba en el templo de Salomón. Se cree también que, cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, el profeta Jeremías lo había escondido para sacarlo a la luz cuando llegara el Mesías. Pero, ¿qué es lo que tienen en mente los interlocutores de Jesús trayendo a colación el caso del “maná”?

Se le pide que repita un milagro de bellísimas implicaciones o evidencias: 1) En el maná hay un alimento ordinario, natural (grano de coriandro), pero también una provocación al misterio. La palabra “maná” significa “¿Qué es esto?” (ver Éxodo 16,15; de la etimología popular: man hu). ¿Se imagina Usted comiendo “¿Qué es esto?” durante cuarenta años, todos los días sin falta, y luego mirar atrás y concluir que fue una gran experiencia? 2) Se trata de una acción típica de Dios: su origen es el mismo Dios providente. Esta comprensión se apoya en dos citas bíblicas que califican el maná como “el pan del Dios”:  “Este es el pan que Yahveh os da por alimento” (Éxodo 16,15) y “les dio el trigo de los cielos” (Salmo 78,24). 3) Es un signo identificador del Mesías, porque éste actúa en sintonía con Dios para atender las expectativas vitales del pueblo; de ahí que se creyera que cuando viniera el Mesías se repetiría el milagro del maná, como dice el Talmud: “Así como fue el primer redentor, así será el redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del cielo, así el postrer redentor hará descender maná del cielo”.

Los interlocutores de Jesús no han visto en el milagro de la multiplicación de los panes el signo pedido. Es como si estuvieran pensando: “Lo que hiciste ayer fue simplemente darnos panes y peces, nos diste comida común y corriente, lo que comemos todos los días aquí a la orilla del lago de Galilea. No hay nada extraordinario en los panes y los peces, aunque el hecho de multiplicarlos superó un poquito lo normal. Pero Moisés alimentó a nuestros padres cuarenta años con maná, comida del cielo. El pan y el pescado vienen de la tierra, en cambio el maná viene del cielo. ¿Qué haces para superarlo?”. Por lo tanto, los judíos están interpelando la propuesta de Jesús de que “crean en el enviado” desafiándolo para que produzca “el pan de Dios”, “el pan del cielo” (como se le llama, a partir de las referencias ya citadas) y de esta manera justifique sus pretensiones y les dé un apoyo para depositar en Él su fe, al mismo nivel de su fe en Yahveh “Señor” y “Padre providente” del Pueblo que lleva su nombre.

Respuesta de Jesús: "En verdad, en verdad os digo: (a) No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; (b) es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios (a) es el que baja del cielo (b) y da la vida al mundo” (Jn 6,32-33). La raíz de las dificultades para “creer”, hasta ahora presentadas, es la incapacidad de interpretar los “signos” de Jesús. Los judíos que conversan con Jesús no han sido capaces de “ver más allá” del milagro: el pan que comieron los cinco mil no era más que pan terrenal, multiplicado como pan terrenal. Para ellos el maná sí era una prueba contundente. La respuesta de Jesús se va por la línea educativa, no sólo corrige la visión estrecha que ellos tienen con relación a los asuntos de Dios, sino que también les da pistas para saber entender a fondo los signos de presencia salvífica de Dios en la historia. Dicho de otra manera, su respuesta, con palabras bien precisas, les abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Veamos los pasos, bien exactos, que da Jesús. En su respuesta, que hace con toda la fuerza de su autoridad (“En verdad, en verdad os digo...”) hace básicamente dos afirmaciones:


La primera hace una corrección al pensamiento “teológico” de sus interlocutores acerca del dador del pan: ¿Quién es el que da el pan? (Jn 6,32). La segunda hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? (Jn 6,33).

domingo, 26 de julio de 2015

DOMINGO XVII - B (26 de julio de 2015)

DOMINGO XVII – B (26 de julio de 2015)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6,1-15:

En aquel tiempo, después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?" Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?"

Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y Bien.

En el domingo anterior resaltamos este episodio: “Los apóstoles se volvieron a reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y Jesús les dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos que cada domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la santa misa. Hoy el tema que trata es la multiplicación de los panes y bien se puede dividir el evangelio leído en: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la parte central y nos detendremos en detallar.

“Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9). Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da, tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).

Jesús pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los actos de caridad.

La segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt 26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil hombres.

Cómo habría sido ese acontecimiento!  Una multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas.  Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda esa multitud... y  todavía quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados?  Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho entre los presentes que los llevaba consigo.  Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad.  En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas.  Ante la objeción del criado por lo insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán todos y sobrará’”.   Y así fue, tal como dijo el Señor.  Otro milagro de multiplicación.

En el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien.  En el caso de Jesús, de cinco panes y dos peces comieron unos quince mil.  Las cantidades no importan, sino como dato referencial.  Lo que importa es el milagro de la multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos?   Notemos que los dos milagros no se realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos comestibles.

Dios, como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de la nada.  Si nos creó de la nada, por supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación, nuestro aporte.  Y ese aporte suele ser como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo quiere y hasta lo exige para El intervenir.  Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para él.  Fue muy generoso.  En el caso de Eliseo, fue un hombre que le llevó los primeros frutos de su cultivo.  Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga milagros con nuestros aportes?

“Abres, Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.  Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144). Así hemos cantado en el Salmo de hoy.  Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El.  Debemos estar siempre confiados en la Divina Providencia.  Nos lo muestran las Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.  Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento?  ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?  Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso”.  (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros.  Sin embargo, el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.  ¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).

Pero Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor –si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar también las necesidades espirituales.  Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de todos”.  Ahora bien, para Dios actuar a través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios.  Y amar a Dios significa buscar su Voluntad para ser y hacer como El desea.  Sólo así estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas, pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.

El acto de caridad nace del amor.  Y Dios actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt 8,2-3).

Después de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:

“El pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,33-35).

Y terminamos esta reflexión con esta y más contundente respuesta de Jesús respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).

viernes, 17 de julio de 2015

DOMINGO XVI - B (18 DE JULIO DE 2015)


DOMINGO XVI – B (18 de julio del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,30-34:

En aquel tiempo, apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: ‘Vengan Uds. solos aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Por el profeta ya Dios nos había dicho: “Yo mismo iré a pastorear a mi Pueblo” (Ez 34,11). Jesús mismo nos reafirmó al decir: “Yo soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y el salmista canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que camine por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).

La comunidad apostólica con Jesús el buen Pastor (Mc 30-31)

Los apóstoles regresan de la misión y, a causa del flujo de gente, Jesús les propone que se detengan a reposar en un lugar apartado. Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1) en torno a él se reúnen los misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han dicho y hecho, 3) él toma la iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los apóstoles no dejan de ser discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para indicarles no sólo la forma de hacer la misión sino qué hacer también después de ella.

El regreso de los apóstoles: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado” (Mc 6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la comunidad apostólica. Los discípulos, que regresan fatigados de la misión, se congregan en torno al Maestro y le cuentan los detalles de la misión vivida. Con relación al “congregarse”, en el texto griego se nota una verdadera reunión, un “estar juntos”, una experiencia comunitaria a la cual se le da valor. La comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las diversas tareas apostólicas y perder su centro, su núcleo, lo que hoy podríamos llamar el “calor del hogar”. Para que se vea la importancia de esto, véase más adelante, en Marcos 6,45, al final de la multiplicación de los panes, cómo con la simple pero precisa anotación “obligó a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús presiona a los discípulos para que eviten una de las tentaciones apostólicas más frecuentes: es más fácil quedarse con la gente recibiendo los aplausos, que estar en la comunidad fraterna, donde eventualmente se viven confrontaciones.

El ambiente de la reunión que menciona Marcos debía ser gozoso. En Lucas 10,17, se habla explícitamente de una reunión festiva. Pero Marcos prefiere acentuar el hecho de que el contenido de la reunión con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”. “Todo”. Supone que nada se le oculta a Jesús, todo se convierte en tema de oración, el corazón se abre sin tapujos. Además, este “informe” –realizado en el diálogo fraterno- es una expresión de la “responsabilidad” del misionero con aquél que lo envió: “No hay nada oculto que no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt 10,26).

Los dos verbos que describen la misión apostólica, “hacer” y “enseñar”, recuerda que la misión no consiste solamente en “palabras” sino también en “acciones” transformadoras que realizan lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la enseñanza de los apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción corresponde puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc 6,12) y de hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas (“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su reacción.

La invitación a descansar (Mc.6,31): El, entonces, les dice: ‘Vengan también Uds. aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer”. En este evangelio de Marcos, Jesús no se pronuncia (haciendo algún tipo de valoración) sobre el reporte de los discípulos, ya que se ha dado por sentado que entre el Maestro y los discípulos hay una estrecha comunión. En este evangelio Jesús más bien da un paso hacia delante, inédito con relación a los otros evangelistas, para indicarles qué deben “hacer” inmediatamente después de la misión. La palabra de orden ahora es “descansar”. “Para descansar un poco”. Se trata del reposo de la fatiga de la misión. Recordemos que el Jesús que describe el evangelio de Marcos es un misionero que conoce pocos reposos, razón por lo cual alguno que otro lo ha calificado de “hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos. Este retrato de Jesús y comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia, desde sus orígenes, asumió la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una palabra sobre el descanso.
Su palabra sobre el descanso le hace eco a una frase del Salmo 23 donde domina la atmósfera del reposo: “por praderas de fresca hierba me apacienta”. Para quien peregrina en la geografía palestinense, en el paisaje veraniego caracterizado por el calor y la aridez de los campos quemados por el sol inclemente, esta frase es fuerte. En este camino se encuentra un poco de agua que mitiga la sed, de alimento que restaura la fuerza, de fresca brisa que reconforta. Todo esto está contenido en el “descansar” y a es esta deliciosa experiencia que invita Jesús a sus discípulos. Jesús, entonces, se está comportando como buen pastor de sus discípulos. El pastor “competente” es el que conoce los lugares secretos y las rutas seguras para llevar a su rebaño allí donde hay frescura, hierba abundante y agua pura. Allí el rebaño se recuesta satisfecho y sereno, bajo la mirada amorosa del pastor. ¿No es este el contenido de la invitación de Jesús a sus discípulos? Si esto es así, entonces, las palabras de Jesús van mucho más allá de la propuesta de una escala técnica en medio de la misión. Más bien se trata de una profunda enseñanza sobre el ritmo de vida del misionero. Podríamos decir que éste consiste en un entrar constantemente en la presencia de Dios desde la presencia de la sociedad y salir de la presencia de Dios a la presencia de los semejantes. Vamos a explicarnos.

No es por casualidad que Marcos ha colocado la motivación principal del descanso: “Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc.31b). De aquí podemos sacar dos lecciones sobre la vida del misionero, una en positivo y otra en negativo: En positivo, el hecho que los discípulos no tengan tiempo “ni para comer”, en medio de la multiplicidad de sus tareas, debería ser un motivo de orgullo (en el buen sentido), ya que así le sucedía también al Maestro (Mc 3,20: “Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer”. De ahí, que el sentirse acosado por las tareas apostólicas indique un buen nivel de sintonía con Jesús. En negativo, y como ya se anotó antes, no es bueno dejarse absorber por el “corre corre” apostólico. En el equilibrio de vida hay que vencer dos tendencias erradas:
1) Perder nuestros espacios. ¿Cómo asumir las cargas de la vida si no tenemos contacto con el Señor de la Vida y si no tenemos espacios personales para hacer una apropiación del proyecto que él tiene para nosotros? ¿Cómo hacer la obra de Dios si las fuerzas no se toman del mismo Dios? 2) Retirarnos demasiado. ¿Qué hacer para que la oración no sea el entrar en un espacio cómodo que nos aleja de los conflictos con los demás? ¿Qué hacer para que la comunión con Dios no sea un evitar la comunión con los demás, sino más bien un prepararnos para ella? ¡La verdadera oración siempre debe desembocar en la acción comprometida con los hermanos!

Las dos tendencias que acabamos de mencionar se pueden superar si también “seguimos” a Jesús en su manera de enfrentarlas y vencerlas. Jesús tenía a Dios siempre en el centro de su ministerio, lo encontraba en la oración y también en el campo de sus actividades. Desde su primer día de “seguimiento” los discípulos recibieron del Maestro una lección sobre el equilibrio de vida del misionero: después de un día intenso de trabajo “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35;), y después de ello dijo “Vayamos a otra parte... para que también allí predique” (Mc 1,38).

Jesús no les pide a los discípulos nada que él no haya hecho primero. Por eso, el comportamiento de Jesús al final de ese mismo día, después de la multiplicación de los panes, realiza lo que se había propuesto cuando los invitó a estar “a solas”: “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo. Él sabe estar en la presencia de Dios y en la presencia de la sociedad, sin perder el centro ni la fuerza. Por este camino de misión y oración, de expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo siguen sus discípulos.

Las multitudes venidas de las ciudades en torno a Jesús Pastor (Mc.32-34): Jesús y sus discípulos se marchan con el propósito de realizar el plan propuesto en el (Mc 6,31). Y enseguida notamos una doble correría: 1) la de la comunidad apostólica, en barca y 2) la de las multitudes, a pie, por la orilla del mar. La gente, que capta el propósito de Jesús (“muchos cayeron en cuenta”), se le anticipa al Maestro para que prolongue todavía un poco más –antes del descanso y la oración- su misión en medio de ellos. La toma de distancia de la gente termina en todo lo contrario: una monumental jornada misionera.

El viaje de Jesús y los apóstoles: “Se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos” (Mc 6,32-33).

Nos encontramos en la ribera norte del lago de Galilea. En esta parte (donde están Magdala, Genesareth, Cafarnaum y Betsaida), el lago tiene unos 6 kms de ancho –si lo atravesamos en barca en línea recta- y unos 15 kms –si lo atravesamos por tierra siguiendo los bordes-. Esta desproporción se explica por el hecho de que la costa norte del lago está llena de ensenadas profundas, cuyas entradas y salidas triplican su longitud. Lo curioso es que, cuando no hay brisa favorable las proporciones se invierten y el camino terrestre resulta más corto, y esto podría explicar por qué las multitudes llegan primero que Jesús al sitio donde iban a descansar (que, por lo visto, no era secreto; hasta en eso era conocido Jesús). Mientras el evangelista Marcos se limita a decir de manera vaga que se fueron “aparte, a un lugar solitario”, tanto Lucas (“a Betsaida”, Lc 9.10) y Juan (“al otro lado del mar”, Jn 6,1) son más precisos. La amplitud de Marcos permite que se destaque que lo esencial es el estar a solas con el Maestro, el mapa del discípulo es el caminar de Jesús, el punto de referencia es él mismo, lo demás (el dónde) es secundario. El hecho de ir juntos en la misma barca, en el espacio apretado y en medio del calor humano que ésta provoca, esto es, el estar juntos (como en los espacios comunitarios en la barca en Mc 5,21.24.27.30.31) es lo que cuenta. El recogimiento es “juntos”. El retiro no es un aislamiento de la comunidad sino apenas una toma de distancia de la actividad misionera.

Frente a la comunidad, ya compacta, de los Doce, se coloca ahora el cuadro de una multitud que comienza a fluir de “todas la ciudades”. Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es el espacio donde el tejido social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades” no parecen ser “comunidad”, ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen pastor” (Mc.34). Pero aquí no sólo hay una lección sobre la soledad y la dispersión que se vive en el mundo urbano, sino que se apunta al hecho de que la misión de Jesús es universal (como se muestra también en Mc 3,7-8 y 6,53-56): todos los hombres y su realidad toda son el centro de atención de la obra de Jesús, nada ni nadie está fuera de su actuar salvífico. Toda esta multitud de gente citadina que “corre” al encuentro de Jesús porque amaba lo que él les podía dar, logra su propósito: llega primero que la barca; y así, el lugar “solitario” se convierte en el lugar de las personas “solas” (“como ovejas que no tienen pastor”) que necesitan ser congregadas.
El encuentro de Jesús con las multitudes: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Jesús desciende de la barca y se encuentra con la multitud de gente. Anotemos enseguida que Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver invadida su intimidad, sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace parte de la comunidad. Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”, 2) “sintió compasión de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento interno en la persona de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero: 1) captar la realidad; 2) apropiársela; 3) responder a ella.

Lo que Jesús ve y se apropia se sintetiza en la frase “estaban como ovejas que no tienen pastor”. ¿Qué le sucede a una oveja sin pastor? Le sucede una de estas tres cosas: 1) No puede encontrar el camino. Es claro que solos nos perdemos en la vida. Como escribió una vez Dante: “Me desperté en medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía ningún camino”. 2) No puede encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras estemos en esta vida, tenemos que buscar constantemente el sustento para recuperar las fuerzas. El problema es que buscamos donde no es y por eso andamos insatisfechos, con el espíritu en ayunas, con el corazón inquieto. 3) No tiene defensa frente a los peligros que la acechan. Una oveja sin su pastor está perdida frente a los peligros: los ladrones, las fieras. Es claro que tampoco nosotros nos bastamos a nosotros mismos frente a los peligros de la vida, necesitamos de los otros y de este Otro en particular que es Dios.

Esta frase, “como ovejas que no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual mucho más profundo de lo que parece a primera vista, es una evocación de otra ya conocida en la Biblia, veámosla completa para que le captemos el contexto: “Habló Moisés a Yahveh y le dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar, para que no quede la comunidad de Yahveh como rebaño sin pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los encontramos en 1 Reyes 22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6). Moisés le pedía a Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo hasta la tierra, uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un hombre con corazón de pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por eso, Marcos nos está dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo estaba esperando, aquel que encarnaría la premura pastoral de Dios con su pueblo de Israel (como lo describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11; Jeremías 31,10 y el Salmo 23).

Moisés y David fueron los pastores “fieles” del pueblo de Israel, pero Jesús los supera a todos ellos porque es el pastor de los tiempos definitivos (ver Jeremías 23,4), quien forma realmente el pueblo de Dios, quien genera a fondo la comunión entre los hombres y con Dios (ver Marcos 14,27-28 y 16,7), finalidad última de toda la historia de la salvación y destino de la historia. El pastoreo de Jesús tiene su raíz en la “misericordia”: “Sintió compasión de ellos”. Jesús está involucrado totalmente desde el fondo de su ser en la misión. El término que acabamos de traducir por “amor” corresponde al hebreo “Hésed”, que significa “fidelidad amorosa”, el cual pertenece al vocabulario de la misericordia en la biblia hebrea. Encarnado en la persona de Jesús, quien interpreta esta “fidelidad amorosa” del Dios compañero y amigo de su pueblo, nos permite comprender la grandeza del amor de Dios: él camina solidariamente al lado de los suyos, comparte sus alegrías y sus percances, su amor no para nunca y acompaña a todo hombre en el arco entero de su existencia. Esta es la “compasión” del pastor, que en realidad es su “fidelidad”.

Jesús “se puso a enseñarles muchas cosas”. En contraste con los maestros de Israel, que fracasaron en su tarea (al final la gente seguía dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero Maestro de Israel que conduce eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El Salmo 23 sigue siendo interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el Pastor que es un Maestro (Salmo 23,3: “me guías”).

¿Por qué Jesús responde precisamente con la “educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación de un pueblo que percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella trata de la conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de palabras vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que les de criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.

Concluyamos recordando que el interés principal del pastor es la vida de sus ovejas, y para ello tarea ineludible es la nutrición. Jesús es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el pan de la enseñanza (Mc 8,14-21) y enseguida lo hará –lo veremos los próximos domingos- con el pan de la Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha carne).


Con toda razón, siendo pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré la oveja herida y cuidaré de la enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y reconduciré al redil a la extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los israelitas apresados por el mal, acabar en la morada de los demonios, dilacerado por éstos como por lobos. Y no me quedé indiferente ante lo que vi. Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los fariseos que tienen envidia de las ovejas; no aquellos que cuentan como daño propio los beneficios conferidos al rebaño; no aquellos que se afligen porque los otros son liberados de los males o que se disgustan por la dolencias curadas. El muerto resucita, y el fariseo llora; el paralítico es curado y los escribas se lamentan; al ciego se le restituye la vista y los sacerdotes quedan despechados; el leproso es purificado y los sacerdotes contestan. ¡Oh pastores soberbios del mísero rebaño, que se regocijan con sus desgracias! ‘Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas’”.

sábado, 11 de julio de 2015

DOMINGO XV - B (12 de julio de 2015)

DOMINGO XV – B (12 de julio de 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,7-13:

En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;  que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el pasaje distinguimos las siguientes partes: 1) Convocatoria a los Doce (Mc 6,7). 2) Instrucciones para la misión (Mc 6,8-11): Acerca de lo que se debe llevar consigo (Mc 6,8-9). Acerca del comportamiento que hay que tener en caso de acogida o de rechazo (Mc 6,10-11). 3) La realización de la misión (Mc 6,12-13). Aunque la mirada está puesta en la acción misionera que van a realizar los Doce, es notable que la persona de Jesús está en el centro de todo: él llama, él envía, él les reviste de poder y él es quien determina cómo deben comportase los misioneros.

1. Convocatoria y envío de los Doce (Mc 6,7): “Llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. Tres breves frases en progresión temporal abren el relato: Él llamó a los Doce, y los envío de dos en dos  dándoles poder sobre los espíritus impuros. Jesús está en el centro de todo: llama hacia él, les capacita y envía al mismo tiempo.

Jesús llama a los Doce (Mc 6,7). En el inicio del Evangelio ya se menciona lo que hoy leemos en estos términos: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). En otro episodio dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). La vocación a la vida consagrada al servicio de Dios no es de uno sino de Dios. En esta línea también manifiestan los profetas, así por ejemplo se dice: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta de las naciones. Yo respondí: ¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven. El Señor me dijo: No digas: 'Soy demasiado joven', porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco profeta en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar" (Jer 1,5-10).

Jesús advierte dificultades en la misión cuando dice: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos…  Cuídense de la gente, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas a causa de mí, los harán comparecer ante gobernadores y reyes, pero así darán testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen a los tribunales, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,16-22).

“Los envió de dos en dos” (Mc 6,7). De aquí entendemos que los misioneros: No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje recibido de Jesús. Deben ayudarse y apoyarse entre sí (incluso corregirse). Tienen una visión comunitaria de la misión: parte de la comunidad, se realiza en comunidad y apunta a la formación de la comunidad y una vida fraterna. La vida de hermandad es el talante fortaleza de la Iglesia y lo que caracteriza a la comunidad es el amor cuando dice Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). En suma – Dice el Señor- “Todos Uds. son hermanos” (Mt 23,8). Y por algo decimos “Padre Nuestro que estas en el cielo” (Mt 6,9).

2) Jesús les da poder sobre los espíritus impuros (Mc 6,7). Esta prerrogativa suya (Mc 1,22-27) ahora Jesús se la transfiere al grupo de los Doce. Se entiende que dicho poder es para expulsar los demonios, tal como se afirma al final: “Expulsaban a muchos demonios” (Mc 6,13). Hasta ahora se han mencionado seis veces los exorcismos de Jesús en el evangelio de Marcos: 1,22-27.34.39; 3,11-12.22; 5,1-20; esto muestra que dentro del anuncio del Reino ésta es una actividad esencial. Pues bien, siguiendo a Jesús en la misión el cristianismo también tendrá como tarea la expulsión de los demonios del mundo, enfrentar las diversas manifestaciones del mal y vencerlo con el poder de Jesús. En este episodio es contundente cuando Jesús dice: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

Jesús Resucitado se apareció a los 11 y les dijo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Aquí se entiende que los apóstoles ahora tiene el poder a autoridad sobre los demonios. Al principio la acción principal de los misioneros son los exorcismos, pero al final del relato vemos que Jesús también les confió, junto a esta, otras dos tareas: la predicación de la conversión y la curación de los enfermos (Mc 6,13).

En la práctica los aspectos de la misión son tres, los cuales se refieren a la obra eficaz del acontecer del Reino rescatando al hombre de una dirección equivocada en la vida y de las garras destructoras del mal que desfigura su belleza, para que el hombre sea lo que está llamado a ser según el proyecto divino: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

3) ¿Qué llevar para la misión? (Mc 6,8-9): “Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: Calzados con sandalias y no lleven dos túnicas”. Porque la riqueza, poder y fuerza para misión está en la misma fuente del Evangelio. Más aun dice el Señor: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). El tesoro del misionero es el mismo Señor (Jn 1,41). Y porque el mismo Señor manifiesta que: “Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

Los misioneros son caminantes que van en busca de la gente, ellos no se permiten acomodaciones e instalaciones. Este también es un rasgo esencial de la misión cristiana. La itinerancia requiere previsiones, mucho más en un contexto en que los trayectos son largos y escabrosos y las vías son inseguras. Por tanto, ¿qué es lo que deben llevar consigo? La respuesta ya hemos dicho y con mucha razón un buen día San Pablo exclamó: “Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, nada tiene valor para mí, todo estimo por basura a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

4) La radicalidad en el desprendimiento: Primero Jesús les ordena que no lleven nada para el camino: “Les ordenó que nada tomasen para el camino” (Mc 6,8). La renuncia total a las posesiones exigida para el seguimiento también lo es para la misión: “Pedro se puso a decirle: ‘Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido y Jesús respondió, ninguno que haya dejado casa, campos, familia, hijos en por mí en este mundo quedará sin recompensa, pues recibirá cien veces más y en la otra la vida eterna” (Mc. 10,28).

 Los apóstoles “salieron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Mc 6,12-13). En los Hechos se narra un episodio: “En la puerta Hermosa del Templo Pedro y los demás apóstoles se encontraron con un paralitico y le dijeron: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch 3,6).

“Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,10-11). Las cosas de Dios no imponen, no se hacen por obligación, sino por amor y convicción. Pero en caso que el misionero sea rechazado asuma su responsabilidad porque dice el Señor: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió" (Lc 10,16).

La regla de la constancia (Mc 6,10): Se debe presuponer que, en principio, el misionero que viene en son de paz, completamente desprendido de todas las cosas, encuentre la benévola acogida de familias que le ofrecen un espacio en sus casas. Si ocurre así, se le prohíbe al misionero cambiar de alojamiento. Con esto se busca que el misionero: No ande buscando espacios más cómodos y más bien se contente con lo que una pobre familia tiene para compartirle. Se dé el tiempo suficiente para acompañar a una familia que inicia un camino de fe (no hay que abrir procesos para dejarlos rápidamente); esto exige constancia y cierta estabilidad por parte del misionero, sólo así se podrá formar una comunidad. No haga distinción de personas en pro de sus propias preferencias.


¿Qué hacer cuando hay rechazo?  Hay que partir “de allí”, pero esto no quiere decir que se le cierren todos los horizontes a la misión, se abrirán nuevos espacios. Pero el momento de partida está marcado por un gesto significativo: “sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11b). El gesto quiere decir el fin de toda relación. Quitarse el polvo de los pies o de la ropa pertenecía a un ritual simbólico con el que el israelita se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; puesto que se pensaba que la tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del pagano ni mucho menos participaría del destino que le aguardaba. Por eso el gesto, ahora realizado por misioneros cristianos, tenía el valor de un testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un último llamado a la conversión, ya que el rechazo del anuncio del Reino traería consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza también la Buena Nueva que anuncia.

sábado, 4 de julio de 2015

DOMINGO XIV - B (05 de julio de 2015)


DOMINGO XIV – B (05 de julio del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos  6,1 - 6:

En aquel tiempo, Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoselos las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la sencillez de las cosas.

Pero nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio, incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no puede rebajarse a ser  tan poca cosa, en un triste carpintero del pueblo.

El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla. Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”, preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a  nuestros criterios y caprichos humanos.

Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo. Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido. Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp 2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario, a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.

Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo, Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros, tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.

Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos” (Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería. La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.

Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana, no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).

Jesús se encontró con esos científicos de la religión, dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias, Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene la sabiduría de la vida.


San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).

domingo, 28 de junio de 2015