viernes, 17 de julio de 2015

DOMINGO XVI - B (18 DE JULIO DE 2015)


DOMINGO XVI – B (18 de julio del 2015)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,30-34:

En aquel tiempo, apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: ‘Vengan Uds. solos aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Por el profeta ya Dios nos había dicho: “Yo mismo iré a pastorear a mi Pueblo” (Ez 34,11). Jesús mismo nos reafirmó al decir: “Yo soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Y el salmista canta y dice: “El Señor es mi Pastor nada me falta, aun que camine por cañadas oscuras nada temo” (Slm 23).

La comunidad apostólica con Jesús el buen Pastor (Mc 30-31)

Los apóstoles regresan de la misión y, a causa del flujo de gente, Jesús les propone que se detengan a reposar en un lugar apartado. Notemos que el centro de la escena es Jesús: 1) en torno a él se reúnen los misioneros, 2) a él le reportan todo lo que han dicho y hecho, 3) él toma la iniciativa de llevárselos aparte a descansar. Los apóstoles no dejan de ser discípulos, el Maestro sigue conduciéndolos para indicarles no sólo la forma de hacer la misión sino qué hacer también después de ella.

El regreso de los apóstoles: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado” (Mc 6,30). Como ya anotamos, Jesús es el centro de la comunidad apostólica. Los discípulos, que regresan fatigados de la misión, se congregan en torno al Maestro y le cuentan los detalles de la misión vivida. Con relación al “congregarse”, en el texto griego se nota una verdadera reunión, un “estar juntos”, una experiencia comunitaria a la cual se le da valor. La comunidad misionera corre el riesgo de dispersarse en las diversas tareas apostólicas y perder su centro, su núcleo, lo que hoy podríamos llamar el “calor del hogar”. Para que se vea la importancia de esto, véase más adelante, en Marcos 6,45, al final de la multiplicación de los panes, cómo con la simple pero precisa anotación “obligó a sus discípulos a subir en la barca”, Jesús presiona a los discípulos para que eviten una de las tentaciones apostólicas más frecuentes: es más fácil quedarse con la gente recibiendo los aplausos, que estar en la comunidad fraterna, donde eventualmente se viven confrontaciones.

El ambiente de la reunión que menciona Marcos debía ser gozoso. En Lucas 10,17, se habla explícitamente de una reunión festiva. Pero Marcos prefiere acentuar el hecho de que el contenido de la reunión con Jesús fue la narración de las vivencias en la misión “todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”. “Todo”. Supone que nada se le oculta a Jesús, todo se convierte en tema de oración, el corazón se abre sin tapujos. Además, este “informe” –realizado en el diálogo fraterno- es una expresión de la “responsabilidad” del misionero con aquél que lo envió: “No hay nada oculto que no llegue a saberse ni secreto que no llegue a descubrirse” (Mt 10,26).

Los dos verbos que describen la misión apostólica, “hacer” y “enseñar”, recuerda que la misión no consiste solamente en “palabras” sino también en “acciones” transformadoras que realizan lo que la anuncia la predicación. Se recuerda también que la enseñanza de los apóstoles tiene su raíz en la vida de Jesús y que su acción corresponde puntualmente al encargo recibido de “predicar la conversión” (Mc 6,12) y de hacer acciones liberadoras del mal y de restauración de las personas (“exorcismos y curaciones”, (Mc 6,13). En esta primera parte, Jesús simplemente escucha, acoge lo que los discípulos le presentan. Pero viene enseguida su reacción.

La invitación a descansar (Mc.6,31): El, entonces, les dice: ‘Vengan también Uds. aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer”. En este evangelio de Marcos, Jesús no se pronuncia (haciendo algún tipo de valoración) sobre el reporte de los discípulos, ya que se ha dado por sentado que entre el Maestro y los discípulos hay una estrecha comunión. En este evangelio Jesús más bien da un paso hacia delante, inédito con relación a los otros evangelistas, para indicarles qué deben “hacer” inmediatamente después de la misión. La palabra de orden ahora es “descansar”. “Para descansar un poco”. Se trata del reposo de la fatiga de la misión. Recordemos que el Jesús que describe el evangelio de Marcos es un misionero que conoce pocos reposos, razón por lo cual alguno que otro lo ha calificado de “hiperactivo”; y al mismo ritmo van los discípulos. Este retrato de Jesús y comunidad refleja la intensidad con que la Iglesia, desde sus orígenes, asumió la misión. Pero, ¡atención!, Jesús también dijo una palabra sobre el descanso.
Su palabra sobre el descanso le hace eco a una frase del Salmo 23 donde domina la atmósfera del reposo: “por praderas de fresca hierba me apacienta”. Para quien peregrina en la geografía palestinense, en el paisaje veraniego caracterizado por el calor y la aridez de los campos quemados por el sol inclemente, esta frase es fuerte. En este camino se encuentra un poco de agua que mitiga la sed, de alimento que restaura la fuerza, de fresca brisa que reconforta. Todo esto está contenido en el “descansar” y a es esta deliciosa experiencia que invita Jesús a sus discípulos. Jesús, entonces, se está comportando como buen pastor de sus discípulos. El pastor “competente” es el que conoce los lugares secretos y las rutas seguras para llevar a su rebaño allí donde hay frescura, hierba abundante y agua pura. Allí el rebaño se recuesta satisfecho y sereno, bajo la mirada amorosa del pastor. ¿No es este el contenido de la invitación de Jesús a sus discípulos? Si esto es así, entonces, las palabras de Jesús van mucho más allá de la propuesta de una escala técnica en medio de la misión. Más bien se trata de una profunda enseñanza sobre el ritmo de vida del misionero. Podríamos decir que éste consiste en un entrar constantemente en la presencia de Dios desde la presencia de la sociedad y salir de la presencia de Dios a la presencia de los semejantes. Vamos a explicarnos.

No es por casualidad que Marcos ha colocado la motivación principal del descanso: “Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (Mc.31b). De aquí podemos sacar dos lecciones sobre la vida del misionero, una en positivo y otra en negativo: En positivo, el hecho que los discípulos no tengan tiempo “ni para comer”, en medio de la multiplicidad de sus tareas, debería ser un motivo de orgullo (en el buen sentido), ya que así le sucedía también al Maestro (Mc 3,20: “Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer”. De ahí, que el sentirse acosado por las tareas apostólicas indique un buen nivel de sintonía con Jesús. En negativo, y como ya se anotó antes, no es bueno dejarse absorber por el “corre corre” apostólico. En el equilibrio de vida hay que vencer dos tendencias erradas:
1) Perder nuestros espacios. ¿Cómo asumir las cargas de la vida si no tenemos contacto con el Señor de la Vida y si no tenemos espacios personales para hacer una apropiación del proyecto que él tiene para nosotros? ¿Cómo hacer la obra de Dios si las fuerzas no se toman del mismo Dios? 2) Retirarnos demasiado. ¿Qué hacer para que la oración no sea el entrar en un espacio cómodo que nos aleja de los conflictos con los demás? ¿Qué hacer para que la comunión con Dios no sea un evitar la comunión con los demás, sino más bien un prepararnos para ella? ¡La verdadera oración siempre debe desembocar en la acción comprometida con los hermanos!

Las dos tendencias que acabamos de mencionar se pueden superar si también “seguimos” a Jesús en su manera de enfrentarlas y vencerlas. Jesús tenía a Dios siempre en el centro de su ministerio, lo encontraba en la oración y también en el campo de sus actividades. Desde su primer día de “seguimiento” los discípulos recibieron del Maestro una lección sobre el equilibrio de vida del misionero: después de un día intenso de trabajo “de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35;), y después de ello dijo “Vayamos a otra parte... para que también allí predique” (Mc 1,38).

Jesús no les pide a los discípulos nada que él no haya hecho primero. Por eso, el comportamiento de Jesús al final de ese mismo día, después de la multiplicación de los panes, realiza lo que se había propuesto cuando los invitó a estar “a solas”: “Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,46). Jesús es el modelo. Él sabe estar en la presencia de Dios y en la presencia de la sociedad, sin perder el centro ni la fuerza. Por este camino de misión y oración, de expansión y concentración, de trabajo y descanso, lo siguen sus discípulos.

Las multitudes venidas de las ciudades en torno a Jesús Pastor (Mc.32-34): Jesús y sus discípulos se marchan con el propósito de realizar el plan propuesto en el (Mc 6,31). Y enseguida notamos una doble correría: 1) la de la comunidad apostólica, en barca y 2) la de las multitudes, a pie, por la orilla del mar. La gente, que capta el propósito de Jesús (“muchos cayeron en cuenta”), se le anticipa al Maestro para que prolongue todavía un poco más –antes del descanso y la oración- su misión en medio de ellos. La toma de distancia de la gente termina en todo lo contrario: una monumental jornada misionera.

El viaje de Jesús y los apóstoles: “Se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos” (Mc 6,32-33).

Nos encontramos en la ribera norte del lago de Galilea. En esta parte (donde están Magdala, Genesareth, Cafarnaum y Betsaida), el lago tiene unos 6 kms de ancho –si lo atravesamos en barca en línea recta- y unos 15 kms –si lo atravesamos por tierra siguiendo los bordes-. Esta desproporción se explica por el hecho de que la costa norte del lago está llena de ensenadas profundas, cuyas entradas y salidas triplican su longitud. Lo curioso es que, cuando no hay brisa favorable las proporciones se invierten y el camino terrestre resulta más corto, y esto podría explicar por qué las multitudes llegan primero que Jesús al sitio donde iban a descansar (que, por lo visto, no era secreto; hasta en eso era conocido Jesús). Mientras el evangelista Marcos se limita a decir de manera vaga que se fueron “aparte, a un lugar solitario”, tanto Lucas (“a Betsaida”, Lc 9.10) y Juan (“al otro lado del mar”, Jn 6,1) son más precisos. La amplitud de Marcos permite que se destaque que lo esencial es el estar a solas con el Maestro, el mapa del discípulo es el caminar de Jesús, el punto de referencia es él mismo, lo demás (el dónde) es secundario. El hecho de ir juntos en la misma barca, en el espacio apretado y en medio del calor humano que ésta provoca, esto es, el estar juntos (como en los espacios comunitarios en la barca en Mc 5,21.24.27.30.31) es lo que cuenta. El recogimiento es “juntos”. El retiro no es un aislamiento de la comunidad sino apenas una toma de distancia de la actividad misionera.

Frente a la comunidad, ya compacta, de los Doce, se coloca ahora el cuadro de una multitud que comienza a fluir de “todas la ciudades”. Llama la atención el énfasis en lo urbano, que es el espacio donde el tejido social suele ser más fuerte. Pero estas “ciudades” no parecen ser “comunidad”, ya que Jesús los ve “como ovejas que no tienen pastor” (Mc.34). Pero aquí no sólo hay una lección sobre la soledad y la dispersión que se vive en el mundo urbano, sino que se apunta al hecho de que la misión de Jesús es universal (como se muestra también en Mc 3,7-8 y 6,53-56): todos los hombres y su realidad toda son el centro de atención de la obra de Jesús, nada ni nadie está fuera de su actuar salvífico. Toda esta multitud de gente citadina que “corre” al encuentro de Jesús porque amaba lo que él les podía dar, logra su propósito: llega primero que la barca; y así, el lugar “solitario” se convierte en el lugar de las personas “solas” (“como ovejas que no tienen pastor”) que necesitan ser congregadas.
El encuentro de Jesús con las multitudes: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Jesús desciende de la barca y se encuentra con la multitud de gente. Anotemos enseguida que Jesús no se molesta ni se incomoda por el hecho de ver invadida su intimidad, sino que más bien se conmueve y los involucra, los hace parte de la comunidad. Pongámosle atención a las acciones de Jesús 1) los “ve”, 2) “sintió compasión de ellos”, 3) “se puso a enseñarles”. Hay un movimiento interno en la persona de Jesús, que es ejemplar para el discípulo y misionero: 1) captar la realidad; 2) apropiársela; 3) responder a ella.

Lo que Jesús ve y se apropia se sintetiza en la frase “estaban como ovejas que no tienen pastor”. ¿Qué le sucede a una oveja sin pastor? Le sucede una de estas tres cosas: 1) No puede encontrar el camino. Es claro que solos nos perdemos en la vida. Como escribió una vez Dante: “Me desperté en medio del bosque, y estaba oscuro, y no se veía ningún camino”. 2) No puede encontrar pastos ni agua. Es claro que mientras estemos en esta vida, tenemos que buscar constantemente el sustento para recuperar las fuerzas. El problema es que buscamos donde no es y por eso andamos insatisfechos, con el espíritu en ayunas, con el corazón inquieto. 3) No tiene defensa frente a los peligros que la acechan. Una oveja sin su pastor está perdida frente a los peligros: los ladrones, las fieras. Es claro que tampoco nosotros nos bastamos a nosotros mismos frente a los peligros de la vida, necesitamos de los otros y de este Otro en particular que es Dios.

Esta frase, “como ovejas que no tienen pastor”, viene de un trasfondo espiritual mucho más profundo de lo que parece a primera vista, es una evocación de otra ya conocida en la Biblia, veámosla completa para que le captemos el contexto: “Habló Moisés a Yahveh y le dijo: ‘Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al frente de esta comunidad, uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar, para que no quede la comunidad de Yahveh como rebaño sin pastor’” (Números 27,15-17; y ecos de esta frase los encontramos en 1 Reyes 22,17; 2 Crónicas 18,16; Judith 11,19; Ezequiel 34,5-6). Moisés le pedía a Yahveh un sucesor, uno como él, capaz de conducir al pueblo hasta la tierra, uno capaz de congregar al pueblo entre sí y con Dios, un hombre con corazón de pueblo y con corazón de Dios, un hombre de alianza. Por eso, Marcos nos está dejando entender que Jesús es esa persona que el pueblo estaba esperando, aquel que encarnaría la premura pastoral de Dios con su pueblo de Israel (como lo describe bellamente: Génesis 48,15; Isaías 40,11; Jeremías 31,10 y el Salmo 23).

Moisés y David fueron los pastores “fieles” del pueblo de Israel, pero Jesús los supera a todos ellos porque es el pastor de los tiempos definitivos (ver Jeremías 23,4), quien forma realmente el pueblo de Dios, quien genera a fondo la comunión entre los hombres y con Dios (ver Marcos 14,27-28 y 16,7), finalidad última de toda la historia de la salvación y destino de la historia. El pastoreo de Jesús tiene su raíz en la “misericordia”: “Sintió compasión de ellos”. Jesús está involucrado totalmente desde el fondo de su ser en la misión. El término que acabamos de traducir por “amor” corresponde al hebreo “Hésed”, que significa “fidelidad amorosa”, el cual pertenece al vocabulario de la misericordia en la biblia hebrea. Encarnado en la persona de Jesús, quien interpreta esta “fidelidad amorosa” del Dios compañero y amigo de su pueblo, nos permite comprender la grandeza del amor de Dios: él camina solidariamente al lado de los suyos, comparte sus alegrías y sus percances, su amor no para nunca y acompaña a todo hombre en el arco entero de su existencia. Esta es la “compasión” del pastor, que en realidad es su “fidelidad”.

Jesús “se puso a enseñarles muchas cosas”. En contraste con los maestros de Israel, que fracasaron en su tarea (al final la gente seguía dispersa y desorientada), Jesús es el verdadero Maestro de Israel que conduce eficazmente al pueblo en el proyecto de Dios. El Salmo 23 sigue siendo interpretado por Jesús, aún en este aspecto, por el Pastor que es un Maestro (Salmo 23,3: “me guías”).

¿Por qué Jesús responde precisamente con la “educación”? Jesús le pone remedio a la dramática situación de un pueblo que percibe “como ovejas sin pastor” con su enseñanza, porque ella trata de la conversión, de un nuevo estilo de vida (Mc 1,14-15). No se trata de palabras vacías. Jesús quiere ayudar al pueblo con una instrucción válida, que les de criterios de vida sólidos y un proyecto común. Precisamente la falta de criterios, de valores y de proyectos comunes destruye la unidad y la comunión de un pueblo y lo reduce a una masa de hombres y mujeres privados de orientación, en lucha de intereses entre sí y, por lo tanto, víctimas fáciles de los falsos pastores y de sus promesas embusteras. Por eso, el primer don, el primer servicio, que Jesús le ofrece al pueblo sin pastor es su enseñanza.

Concluyamos recordando que el interés principal del pastor es la vida de sus ovejas, y para ello tarea ineludible es la nutrición. Jesús es el nuevo Moisés que nutre al pueblo con el pan de la enseñanza (Mc 8,14-21) y enseguida lo hará –lo veremos los próximos domingos- con el pan de la Eucaristía, con su propia vida (Palabra hecha carne).


Con toda razón, siendo pastor, Cristo exclamaba: ‘Yo soy el buen pastor’ (Jn 10,11). ‘Yo mismo vendaré la oveja herida y cuidaré de la enferma, iré en búsqueda de la oveja perdida y reconduciré al redil a la extraviada’ (Ez 34,16). Vi el rebaño de los israelitas apresados por el mal, acabar en la morada de los demonios, dilacerado por éstos como por lobos. Y no me quedé indiferente ante lo que vi. Soy yo, en efecto, el buen pastor: no los fariseos que tienen envidia de las ovejas; no aquellos que cuentan como daño propio los beneficios conferidos al rebaño; no aquellos que se afligen porque los otros son liberados de los males o que se disgustan por la dolencias curadas. El muerto resucita, y el fariseo llora; el paralítico es curado y los escribas se lamentan; al ciego se le restituye la vista y los sacerdotes quedan despechados; el leproso es purificado y los sacerdotes contestan. ¡Oh pastores soberbios del mísero rebaño, que se regocijan con sus desgracias! ‘Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas’”.

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