DOMINGO XVII – B
(26 de julio de 2015)
Proclamación del
Santo evangelio según San Juan 6,1-15:
En
aquel tiempo, después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado
Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a
los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se
acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al
levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?" Él decía esto para
ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió:
"Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un
pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro,
le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados,
pero ¿qué es esto para tanta gente?"
Jesús
le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar.
Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio
gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los
pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando
todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los
pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron
doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver
el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es,
verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que
querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la
montaña. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados
hermanos en el Señor Paz y Bien.
En
el domingo anterior resaltamos este episodio: “Los apóstoles se volvieron a
reunir con Jesús y le contaron todo lo habían hecho y enseñado y Jesús les
dijo; Vengan Uds. Solos a descansar un poco” (Mc 6,30). Y decíamos que cada
domingo hacemos un espacio para descansar un poco y lo hacemos en la santa
misa. Hoy el tema que trata es la multiplicación de los panes y bien se puede
dividir el evangelio leído en: 1) Introducción (6,1-4). 2) El diálogo de Jesús
con sus discípulos (6,5-9). 3) La multiplicación de los panes (6,10-11). 4) La
colecta de las sobras y las reacciones de la multitud ante Jesús y de Jesús
ante las multitudes (6,12-15). De los cuatro partes la tercera sección es la
parte central y nos detendremos en detallar.
“Jesús
tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn
6,11). ¿Qué panes los tomó? Los cinco panes que un muchacho tenia (Jn 6,9).
Este episodio nos recuerda aquel otro episodio del desprendimiento: “Llegó una
viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre en el arca de
la ofrenda. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que
esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han
dado de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía para
vivir" (Mc 12,42). Y los mismo aquel episodio: “Quien tacañamente da,
tacañamente cosechará” (II Cor 9,6).
Jesús
pudo hacer que se convierta las piedras en pan, pero quiso que de las ofrendas
se conviertan en pan para alimentar a más de cinco mil hombres. Para hacernos
entender que todo gesto de caridad hecha con amor trae siempre su recompensa. Y
es ese gesto que se hace en cada Misa, hacer una colecta de ofrenda para los
actos de caridad.
La
segunda idea que merece mayores detalles el evangelio que hoy leímos es el
mensaje central del tema: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y
los distribuyó a los que estaban sentados” (Jn 6,11). ¿Cómo es esa acción de
gracias que Jesús dijo? Vamos al siguiente episodio: Mientras comían, Jesús
tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa,
dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta
es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, para la remisión de los pecados” (Mt
26,26). Hizo la multiplicación de los panes y alimento a más de cinco mil
hombres.
Cómo
habría sido ese acontecimiento! Una
multitud de unas cinco mil personas que seguía a Jesús para escuchar sus
enseñanzas. Llega la hora de comer, y con
sólo cinco panes y dos pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para
saciar a toda esa multitud... y todavía
quedaron sobras. ¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados? Ya destacamos (Jn 6,9). Había un muchacho
entre los presentes que los llevaba consigo.
Hay muchos pasajes bíblicos similares. Por cierto no es éste el único
pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una necesidad. En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de
este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar. El Profeta Eliseo recibe
veinte panes y ordena a su criado repartirlo entre cien personas. Ante la objeción del criado por lo
insuficiente del alimento, Eliseo insiste aduciendo que “dice el Señor: ‘Comerán
todos y sobrará’”. Y así fue, tal como
dijo el Señor. Otro milagro de
multiplicación.
En
el caso de Eliseo, de veinte panes comieron cien. En el caso de Jesús, de cinco panes y dos
peces comieron unos quince mil. Las
cantidades no importan, sino como dato referencial. Lo que importa es el milagro de la
multiplicación, la providencia del Señor para con los que necesitan, y el
aporte requerido para proveer en forma milagrosa. Cabría preguntarnos, ¿por qué
entonces hay tanta hambre en el mundo, si Dios es todopoderoso y puede
multiplicar lo poco que los seres humanos aportemos? Notemos que los dos milagros no se
realizaron de la nada, sino a partir de insuficientes y realmente escasos
comestibles.
Dios,
como Omnipotente y Todopoderoso que es, podría haber alimentado a la gente de
la nada. Si nos creó de la nada, por
supuesto puede alimentarnos de la nada. Pero Dios desea nuestra participación,
nuestro aporte. Y ese aporte suele ser
como el del chico: muy insuficiente, muy poca cosa, una nada. Pero Dios lo
quiere y hasta lo exige para El intervenir.
Y cuando el hombre da su aporte, Dios interviene multiplicándolo. El
muchacho de este alimento multiplicado donó toda la comida que llevaba para
él. Fue muy generoso. En el caso de Eliseo, fue un hombre que le
llevó los primeros frutos de su cultivo.
Y nosotros... ¿damos al menos de lo que nos sobra para que Dios haga
milagros con nuestros aportes?
“Abres,
Señor tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos. Tú alimentas a todos a su tiempo” (Sal. 144).
Así hemos cantado en el Salmo de hoy.
Esta atención amorosa de Dios se denomina “Divina Providencia”, por
medio de la cual Dios nos da el alimento cuando se necesita, nos da cada cosa a
su tiempo, y todos quedan saciados. Dios conoce todas nuestras necesidades
mejor que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El. Debemos estar siempre confiados en la Divina
Providencia. Nos lo muestran las
Lecturas de hoy y lo hemos orado en el Salmo.
Además Jesucristo nos lo manifiesta en otros pasajes evangélicos: “No
anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimento? ¿Qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para
vestirnos? Los que no conocen a Dios se
afanan por eso, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan
todo eso”. (Mt. 6, 31-32). “Fíjense en
las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en
graneros. Sin embargo, el Padre del
Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta.
¿No valen ustedes mucho más que las aves?” (Mt. 6, 26).
Pero
Dios también nos pide solidaridad con los demás y el compartir de lo mucho o
poco que tenemos. Si tal vez diéramos todo nuestro amor, es decir, si amáramos
a Dios sobre todas las cosas, podríamos darnos cuenta de las necesidades que
requieren ser remediadas, podríamos aprender a amar, comenzaríamos a ser
generosos, como el chico del Evangelio, comenzaríamos a dar de lo mucho o de lo
poco que tenemos. Y, más allá de atender a las necesidades materiales, el amor
–si es verdadero amor, si está fundado en nuestro amor a Dios- debe alcanzar
también las necesidades espirituales.
Inclusive, puede “mantenernos unidos en el espíritu con el vínculo de la
paz”, como nos indica San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-6), de manera
que “Dios, Padre de todos, que reina sobre todos, actúe a través de
todos”. Ahora bien, para Dios actuar a
través de cada uno de nosotros, cada uno debe amar a Dios. Y amar a Dios significa buscar su Voluntad
para ser y hacer como El desea. Sólo así
estaremos unidos a Dios, unidos entre sí, y sensibles a las necesidades ajenas,
pendientes de ayudar a remediar las carencias de nuestros hermanos.
El
acto de caridad nace del amor. Y Dios
actúa siempre caritativamente con nosotros, así nos recuerda por ejemplo el
episodio: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer
por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a
prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar
sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el
maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre
no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt
8,2-3).
Después
de este gesto del compartir el pan material tenemos que pasar a la dimensión
espiritual, porque no podemos quedarnos en el pan material. Mismo Jesús nos
invita a trascender: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron
signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento
perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el
Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello"
(Jn 6,26-27). A esta contundente afirmación hay que agregar:
“El
pan que Dios da viene del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor,
danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que
viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn
6,33-35).
Y
terminamos esta reflexión con esta y más contundente respuesta de Jesús
respecto a la santa comunión: "Les aseguro que si no comen la carne del
Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,51-56).
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