sábado, 15 de octubre de 2016

DOMINGO XXIX - C (16 de Octubre de 2016)


DOMINGO XXIX - C (16 de octubre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No quedaron limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero recordemos, que Jesús  caminaba hacia  Jerusalén, que pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso samaritano. Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para nosotros porque también nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados católicos solo uno ha venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen domingo a domingo ¿los demás 9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi vida en la cruz por todos?.

Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente.  En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17, 8-13)  con las manos en alto en señal de súplica al Señor.  Resulta que mientras Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía lo contrario.  Llegó un momento que ya Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada podréis hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Mt 19,26).

El Evangelio (Lc. 18, 1-8)  que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario.  Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este ejemplo para darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones siempre y cuando lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes  y perseverantes tal como Dios nos advierte por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio: “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.

Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto amerita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos:

“Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo? Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).

“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: La oración de petición comprende dos partes: La alabanza que es lo principal y la petición. Ejemplo: Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la segunda parte: el pedido: “Danos hoy el pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La segunda parte de la oración petitoria es circunstancial tal como dice Jesús: “No se inquieten, diciendo ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe de sus necesidades antes que se lo pidan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).

¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).    

Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o para el día de nuestro paso a la otra vida a través de la muerte.   Es una advertencia para que roguemos perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).

Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada, pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección.  Pero de parte de nosotros se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe permanezca hasta el final requiere: La oración perseverante y continua, para que nuestra Fe no desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una seria reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe?  ¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la Resurrección y la Vida Eterna?  ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).

Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos, en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos?  ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final, la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también:  ¿Cómo es nuestra oración?

¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer, como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos?  ¿Cuánto oramos?  ¿Está nuestra oración a la medida de las circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza que debemos tener en El.   Cantamos al Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la tierra”.   Y confiamos en El, pues “está siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para siempre”

La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2)  nos pide también firmeza en la Fe (“permanece firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos viviendo la Palabra de Dios.  Y además nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”).

Adicionalmente Jesús nos habla de la obligación que tenemos de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios.  Y esa obligación deriva de la necesidad que hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de leer la Palabra de Dios, de meditarla,  de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría, poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y sabiduría”.


En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).

viernes, 7 de octubre de 2016

DOMINGO XXVIII - C (9 de Octubre de 2016)

DOMINGO XXVIII - C (09 octubre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

En aquel tiempo, Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “vayan y preséntense a los sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado hacíamos referencia al episodio: “Maestro auméntanos la fe” (Lc 17,5). Y decíamos que es importante situar la dimensión de la fe a nuestro contexto. No es posible aspirar al cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va (Jn 14,6). Para ir por el sendero correcto hace falta tener fe, porque solo en bese a la fe es como uno está unido a Jesús quien nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy es el manifiesto de la fe de los diez leprosos que gritaron: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron sanos” (Lc 17,13-14). Otro episodio similar: “Una mujer cananea, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio… Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,22-28). El padre del muchacho endemoniado dijo: si puedes ayúdalo. Respondió Jesús: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,23-24). Jesús dijo a la hemorroisa: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad. Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,34-36)

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Como es de verse, resaltamos al inicio el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la mente la ilusión y entusiasmo de los samaritanos que esperan la venida del Mesías: “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Y Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano. Pareciera insignificante pero nada más real y cierto que nuestra realidad: De los 10 católicos solo uno es agradecido y se compromete con su fe y agradece a Dios alabando y anunciando su mensaje por doquier, los demás 9 católicos, todos indiferentes: les importa un ápice su fe, su bautismo, con tal de disfrutar “gozar” con indiferencia ante el milagro grandioso de Dios que les regala la vida y la salud. Pero en fin, al respecto ya dijo Jesús: “Al que me proclame abiertamente ante los hombres, yo lo proclamaré y lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me calla o se avergüence de mi ante los hombres, yo también me avergonzaré de él ante mi padre celestial” (Mt 10,32-33).


Hoy por hoy, vivimos en una cultura secular en la que cada quien vive cegado en su indiferencia. En una cultura en la que todos nos sentimos con derechos incluso frente a Dios, pero en la que hemos perdido la capacidad del agradecimiento. Ser agradecidos pone de manifiesto la sinceridad del corazón, la honestidad y la nobleza del corazón. ¡Cuántas cosas tenemos que agradecer y no lo hacemos! Un corazón no agradecido siempre es un corazón que cree más en sus derechos que en sus obligaciones. Recordemos el episodio: “El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. El Rico clamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen" (Lc 16,19-29).

viernes, 30 de septiembre de 2016

DOMINGO XXVII - C (2 de octubre del 2016)

DOMINGO XXVII - C  (2 de octubre del 2016)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:

En aquel tiempo, dijeron los apóstoles al Señor; “Auméntanos la fe.” El Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, y si dijeran a esta montaña: "Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.”

“¿Quién de Uds. tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"

¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo Uds. cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.

El tema a meditar en el evangelio de hoy es la fe y que tiene de complemento tácito el tema de la oración. No es posible ilusionar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Escenas que se unen en esta cita: “Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,22).

El poder de la fe: “La fe es la certeza de lo que esperamos y convicción de lo que no vemos” (Heb 11,1). Sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb 11,6). Ahora se puede tener fe, pero la fe puede ser incipiente. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese demonio? Porque ustedes tienen poca fe, les dijo y agregó: Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña arráncate de raíz y plántate en el mar, y la montaña les obedecería; y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,19-20).  El papa del muchacho endemoniado pidió ayuda a Jesús diciendo: “A menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Jesús respondió ¿Cómo es eso de que si puedo? Y agregó: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,22-24).

Posiblemente muchos de nosotros hayamos pedido muchas cosas al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala hierba  o la cizaña (Mt 13,24).

Jesus pregunto a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la maligno no prevalecerá contra ella” (Mt 16,14-18).
¿Cuál es la concepción de Dios que tenemos? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Acaso no es cierto que hemos deformado demasiado la imagen de Dios? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen de Iglesia? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen del mismo Jesús y de su Evangelio? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la misma concepción de Dios autentico para creer en un dios de nuestra conveniencia? Y ¿Dónde quedo el Dios que Jesús nos presenta? Sería conveniente y muy urgente pedir al Señor: aumenta nuestra fe para que dejemos de vivir en ese dios de nuestros caprichos y vivamos en el Dios autentico que Jesús nos ha revelado.

 Cuando la fe en Dios es fuerte, entonces, entonces sencillamente pasas cosas extraordinarias en nuestra vida, asi por ejemplo tenemos la fe del centurión que dijo: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará… Y Jesús dijo al centurión: Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento” (Mt 8,8-13). Pero también muchos querían que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto de Jesús, y todos los que lo tocaron quedaron curados (Mt 14,36). “Una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias… Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal” (Mc 5,25-29).

Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta” tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.

Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en la persona de Jesús. Lo importante no es creer en cosas que bien puede darnos Jesús, sino creer en Él.

Para tener más fe en Jesús, necesitamos conocerle más a Él, y cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras vidas que empezará por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie, sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad” (forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).


Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un  Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt. 16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja del ser  autentico de Dios?

El poder de la oración: Los discípulos un día le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y no es que no supiesen orar, sabían orar como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús. Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata más el espíritu da vida dirá San Pablo (II Cor 3,6).

No hay fórmulas efectivas de oración, pero Jesús nos da algunas pautas de cómo podemos entablar un dialogo con Dios porque la oración es un dialogo con Dios: Cuando ustedes oren nos dice Jesús: “No hagan como los hipócritas porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).


La oración siempre ha de ser antes un agradecimiento a Dios, así por ejemplo Jesús lo hace cuando se dirige al Padre: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). O en la misma oración del padre nuestro nos dice Jesús. Ustedes oren de esta manera: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,9-10). Luego viene recién el pedido: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan” (Mt 7,7-11).

viernes, 23 de septiembre de 2016

DOMINGO XXVI - C (25 de setiembre del 2016)


DOMINGO XXVI - C (25 de setiembre del 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.

Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y Uds. se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a hacia Uds, no pueden; ni de ahí puedan pasar donde nosotros."

“Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Le dijo Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." Él dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

¿Recuerdan el mensaje del domingo anterior? El Señor terminaba su enseñanza diciéndonos algo importante: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13): La única forma de servir a Dios es amando al prójimo (Mc 12,28-31). Y de otra forma es sirviendo al “dios dinero”, es decir vivir envuelvo en el egoísmo o indiferencia (Lc 16,19). Estas actitudes opuestas se nos describe en: “El Rey dirá a los de su derecha: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber” (Mt 25,40-42). Jesús no rechaza ni condena la riqueza, sino el mal uso de la riqueza (indiferencia del rico, Lc 16,19);  es decir, el Señor no condena al rico, sino la actitud indiferente hacia el pobre. Porque, quienes son de Dios sabrán amar como Él nos amó, por tanto sabrán compartir con los pobres. En esto nos reconocerán que somos  los discípulos del Señor (Jn 13,34).

Me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “ Señor, serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así,  es decir que, no todos se salvaran porque no todos aceptaran esta oferta de Dios cual es vivir en el amor unos a otros (Mc 12,28-31). Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas en el que un día tenemos que sopesar o afrontar: O bien seremos o serás recibido en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o serás recibido en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). Reitero no por ser rico estaremos en infierno o por ser pobre en el cielo, sino de como hicimos el uso de los bienes y la vida en el amor la honradez. El rico de la parábola de hoy no está en el infierno por ser rico sino por no saber compartir, el pobre Lázaro no está en el cielo por ser pobre, sino por vivir en la honradez, prefirió vivir mendigando que robando.

Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham, recibiendo consolación (cielo, Lc 16,25) o en el seno del abismo, en medio de tormenta de fuego (infierno, Lc 16,24). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar: Primero, un rico que se da una vida de señor y amo por sus bienes materiales (Lc 16,19). Vive una vida en la que “no le falta nada”. Vendría bien citar aquello que se dijo el rico: “Hombre tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es una vida en la que falta todo para heredar la vida verdadera y eterna. Vive una vida en soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, el rico (Lc 16,19) como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre (Lc 24,39), tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas.

Una simple puerta (egoísmo que enceguece y es igual al infierno) puede impedir (Lc 16,20) ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial (Lc 16,26).

Conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,26).

A la pregunta de, si se salvaran pocos o muchos (Lc 13,23), el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás (Mt 25,40-43). Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. Porque bien lo dice Juan: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no. Juan dice: “No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Entre el rico y el pobre “se abre un gran abismo” (Lc 16,26): Como ya hemos dicho; Jesús, no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad es la vida envuelto en el egoísmo y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón de piedra (Ez 36,26). La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Pero ese amor del que nos habla y manda Jesús no es de mero subjetivo, sino un amor encarnado (Jn 3,16). Y la única forma de no caer en el amor subjetivo o teórico es comprender la respuesta que Jesús dio un día al joven rico que preguntó ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús respondo: "El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La única forma de no estar a lado del rico del evangelio de hoy que padece tormento de fuego es saber amar a Dios y al prójimo, mejor dicho amando al pobre es como se ama de verdad a Dios. Pero mucho cuidado, no nos vaya a pasar aquello del joven rico a quien dijo Jesús: “Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todo los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).


Recordemos el Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia... Comenzó diciendo cómo durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de São Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir." Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.

martes, 13 de septiembre de 2016

DOMINGO XXV - C (18 de setiembre de 2016)


DOMINGO XXV - C (18 de setiembre de 2016)

Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 16,1 - 13:

En aquel tiempo Jesús decía a sus discípulos: “Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malgastar sus bienes; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando."

Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido la administración me reciban en sus casas." Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." El le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien sacos de trigo." Le dice: "Toma tu recibo y escribe ochenta."

“El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. “Yo les digo: Háganse amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, les reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.

Sí, no fueron fieles en el Dinero injusto, ¿quién les confiará lo verdadero? Y si no fueron fieles con lo ajeno, ¿quién les va a creer de los bienes que son realmente de Uds? “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos y hermanas en el Señor Paz t Bien.

Jesús en su enseñanza de hoy pone de manifiesto la habilidad del administrador infiel que sabe ganarse amigos con los bienes de este mundo (Lc 16,9). Así también los hijos de la luz o de Dios, es decir los creyentes debemos saber ganarnos amigos con los bienes de este mundo poniéndolos al servicio de los más pobres (Mt 25,40). De esta manera nunca daremos lugar a la idolatría (Lc 16,13), es decir amar al “dios dinero”. Porque  dice Jesús; “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo luego ven y sígueme” (Mt 19,21)

Cuando Jesús nos dice: “No pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo” (Lc 16,13) no rechaza ni condena el dinero, lo que hace es poner el dinero en su lugar que le corresponde y al hombre en el lugar que le corresponde. Recordemos al respecto, Jesús dacia a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar (Mt 22,21). Meditando el Evangelio vemos, Jesús nos advierte que no nos será fácil vivir con el corazón partido, una parte para el dinero y otra parte para Dios: “Nadie puede servir a dos señores a la vez, a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Dice también: “Allí donde está tu tesoro ahí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Y la mejor forma de orientar nuestro corazón hacia Dios es compartiendo nuestros bienes con los que no tienen. Entonces nuestro tesoro estará en Dios por el buen uso de los bienes de este mundo (riqueza) que se manifiesta en toda obra de caridad, así amándonos unos a otros por los gestos de caridad amamos a Dios (I Jn 4,20).

Pero recordemos aquel episodio del joven rico: “Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10,17-24). Y resumiendo esta enseñanza de Jesús podemos agregar aquello que dijo: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (Lc 12,32-34).

La enseñanza de hoy que Jesús nos imparte cierto que tiene un matiz o una parábola un tanto extraña, pero que sí afronta serias realidades de nuestra coyuntura. ¿Se han dado cuenta de cómo este mal administrador, al ser descubierto de mala administración y saber que lo van a despedir de su trabajo, discurre de inmediato para no quedarse en la calle? (Lc 16, 3-7).

La sagacidad con que actúa el administrador infiel es lo que Jesús resalta, no es que alabe al mal administrador. Lo que Jesús alaba es lo vivo que es y lo rápido que piensa y busca soluciones a su difícil situación. Es que para lo que queremos somos bien vivos e inteligentes. Lo malo no está en ser vivo, lo malo está en utilizar nuestra viveza para las cosas malas. A mí mes es extraña cómo ciertas personas que vienen a pedir dinero como ayuda inventa mil cuentos para engatusar a uno y abrirle la billetera. Para cuando uno va, ellos están ya de vuelta en la esquina. Jesús aplica esta astucia para las cosas humanas, a lo que nos suele suceder cuando se trata del Evangelio, del Reino de Dios o de cambiar las cosas. Si tuviésemos la misma astucia, la misma viveza y la misma rapidez de pensamiento para renovar la Iglesia, para renovar nuestra pastoral, para renovar los caminos del anuncio del Evangelio, ciertamente que la cosa sería diferente y por ende una vida distinta.

La astucia de este administrador infiel del evangelio  es como los abogados de hoy que, cuando se trata de defender a esos que han aprovechado del puesto que ocupan sus clientes. Le sacan punta a todo, por algo se dice y se ha hecho ya filosofía de la vida: “Hecha la ley, hecha la trampa.” A veces somos más rápidos en hacer la trampa que promulgar la ley que permitan vivir en paz y seguridad. Sin embargo, ¡qué poco inteligencia tenemos para lo bueno! ¡Cuánta agudeza o finura para sacar los pies del plato conyugal por ejemplo y qué dolor de cabeza para arreglar nuestro matrimonio que comienza a hacer agua! Y no saber usar la sagacidad del administrador para arreglar y salvar ese matrimonio.

Cuánta finura en aquellos que tratan de hacerse ricos a costa de tantos pobres, hasta vende la cascara de trigo inventando mil y un cuentos para engañar al pobre (Am 8,4-7). Y ni se diga de aquello que atentan contra la juventud creando en ello una falsa felicidad al encaminarlos en el camino de la droga! ¡Y qué poca agudeza para inculcarla y clarificarla y descubrir la belleza de creer! Somos más agudos para destruir el mundo que para construir otro mejor. Hace unos días veía una película sobre los traficantes de la droga. Qué inteligencia para ganarse a unos y a otros, a los de arriba y a los de abajo ¿Seremos lo mismo para lograr un mundo sin drogas?

Jesús insiste en lo del mal uso del dinero o bienes materiales, pero mucho más en los administradores del dinero que solo saben eso, administrar y por lo bajo llevarse su tajada. Lo que a Jesús le llama la atención es la agudeza que tenemos cuando se trata de las riquezas y que no somos igual cuando se trata de las cosas de Dios. Esta es una advertencia que nos toca a todos porque no me dirán cuánto discurrimos y pensamos cuando se trata de las riquezas y lo poco creativos que somos cuando se trata de los intereses de Dios. Lo poco creativos que somos cuando se trata de cómo hacer llegar el Evangelio a los demás. Lo poco creativos que somos cuando se trata de buscar nuevos caminos al Evangelio (Mc 1,15). Lo poco creativos que somos de cómo hacer actual y contemporáneo el Evangelio. Mientras los hijos de la perdición son más astutos con sus asuntos de las tinieblas, mientras que los hijos de la luz, que tan poco creativos que somos (Jn 8,12).


Si discernimos correctamente en los asuntos de Dios nos daremos cuenta que: “La Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla. Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religión verdadera y pura delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con la corrupción del mundo” (Stg 1,25-27). Recuerda lo que ya nos dijo Jesús: “Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida eterna; los que hayan hecho el mal, resucitarán para la condenación eterna” (Jn 5,26-29). Así pues no vivamos apegados a los bienes materiales: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos. En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (I Tm 6,9-11).

sábado, 10 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIV – C (Domingo 11 de setiembre del 2016)

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DOMINGO XXIV – C (Domingo 11 de setiembre del 2016)

Proclamación del santo Evangelio Según San Lucas 15,1-32

En aquel tiempo solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces les dijo esta parábola. “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido. "Les  digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.

¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido". Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos;  y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado." PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

A veces pensamos y creemos que somos buenos hijos de Dios y fieles al Evangelio acusando a los malos, pero Jesús nos muestra otro camino (Jn 8,7): Hay que salir a buscarlos (Lc 15,4) , barrer la casa hasta encontrarlos (Lc 15,8), Hay que estar muy atento y esperando si algún día vuelve el hijo (Lc 15,20). El común denominador o el trasfondo de las tres escenas es el amor de Dios (Jn 3,16; I Jn 4,8).

"Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido" (Lc 15,9).  “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15,23).  Los tres episodios tienen un común denominador. Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y  por qué? Gozo de Dios por el regreso del hijo pecador. Esta escena Jesús lo describe así:  “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para que el mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). En la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal? respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu corazón, fuerza y mente, el segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir, Jesús resume todo los mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo.

¿Si Dios nos ama tanto, habrá motivo para apartarnos de su amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15). Dios sabe que en amarnos unos a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso acude en las parábolas a los ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La monda perdida (Lc 15,8) y el Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos ama tanto, no se queda feliz cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos de su amor por el pecado. Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre pendiente de nosotros, y sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él sabe que nada podemos en su ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y ¿qué padre o madre estará feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de casa? Y ¿Qué padre no se alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a casa? Así “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).

“Estando el hijo todavía lejos, el padre le vio y, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Jn 15,20).  Cuando Jesús cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela este misterio: nosotros los hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad; pero esa dignidad esta para siempre custodiada del mismo modo en el seno del Padre, más aún, en su corazón, en donde, pase lo que pase, siempre somos sus hijos. El hijo presenta su discurso de perdón... pero el Padre está tan contento, que ni siquiera se detiene a hablar sobre el tema:

El padre dijo a sus siervos: "Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al descubierto e indefensos, es precisamente nuestro Padre el que nos cubre nuevamente con su amor y su gracia en el sacramento de la confesión y nos devuelve la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).

 “Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc 15,25-28).
Ya aquí se percibe una predisposición negativa frente a la situación: no sabe de qué se trata, pero toma distancia de la situación, y se informa a través de terceros. No pregunta ¿por qué es la fiesta?, ni menos aún entra en ella. Pero pregunta qué significa eso. Cuando se le informa, “Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos...” (Lc 15,29).

A lo largo de todo este diálogo, el hijo mayor nunca llama Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la pauta de cómo ha establecido él esta relación: “ordenar”, “obedecer”, “servir”... son verbos más de un cuartel que de una familia. Este hijo ha establecido con su Padre una relación de servicio, y de servicio interesado “nunca me diste un cabrito...”, no de amor. Este hijo se ha quedado en la casa, pero no ha descubierto la grandeza inefable del Padre que tiene delante de él, y que es su Padre. No conoce su corazón, y por eso tampoco comprende su proceder. Pero lo que viene es aún más terrible:

“Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para él el ternero engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni menos aún por su nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no ahorra palabras a la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo como un criminal (uno de los nombres del diablo es precisamente este: el acusador)

“Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,31-32).

El Padre no polemiza con el hijo mayor, que no comprende nada, menos que el hecho de que su padre es PADRE; pero le responde con términos distintos: para Él, los dos siguen siendo sus hijos (aunque, por distintos motivos, ninguno de los dos sabe estar a la altura del amor del Padre), los ama a los dos, y quiere que los dos compartan la vida y la felicidad del Padre. El Evangelio no nos dice cómo terminó la historia: si el hijo mayor entró o no a la fiesta (con todo lo que eso significa: toda una conversión); y si el hijo menor, una vez ya saciadas sus necesidades elementales, descubrió el amor del corazón de su Padre. Y no es que a Jesús se le haya escapado el final, sino muy por el contrario: es que el final es un “final abierto”, tanto como la vida misma, y esta historia puede tener tantos finales como personas haya en este mundo.

En suma, entre el dios de los que dicen ser buenos y justos (fariseos, hijo mayor) y  Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de amor y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de Padre y Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El Dios que no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en casa a los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro en el monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y malgasta toda su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras bondades, sino que Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el monte y hay que fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que primero cambiemos para luego regresar a casa.

El Dios que nos ofrece hoy la liturgia y que se describe en las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro amor. Es el Dios que sale a buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es el Dios que además se alegra y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser el Dios de nuestra fe! En cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta solo sino que quiere compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos nuestra atención en la oveja perdida, cuando en realidad el personaje importante es el pastor que, cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la encuentra y no la trae a casa a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla encontrado.


¿Alguna vez te has sentido oveja perdida? ¿Alguna vez te has sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te haya cargado sobre sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el Profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.  Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).

viernes, 2 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIII - C (04 de setiembre de 2016)




DOMINGO XXIII - C (04 de setiembre de 2016)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 14,25 - 33:

En aquel tiempo mucha gente  acompañaba a Jesús y volviéndose les dijo: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.

El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Porque ¿quién de Uds, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar." O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de Uds. que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

San pablo dice: “Para mí, Cristo Jesús lo es todo” (Col,3,11) o lo mismo: “A causa del Señor nada tiene valor para mí, todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8), “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). En efecto, para quien piensa de esta manera las palabras del evangelio de hoy tienen mucho sentido. Aunque la  primera impresión que pudiera Jesús suscitar en nosotros es que quiere poner muy alto el precio a su seguimiento. Pero nada concordante es nuestro parecer con el querer y mensaje de hoy. Lo que Jesús busca es decirnos que: "Nadie puede estar al servicio de dos amos, pues amarà a uno y al otro despreciara, no ppueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo" (Mt 6,24).

No es poner muy alto precio del cielo y menos el tratar de apagar las ilusiones y las esperanzas de nadie y menos se piense que Jesús trata de desanimar a alguien que desea seguirle. Es sencillamente un llamado a la realidad. Y es que, seguir a Jesús y por ende optar por el cielo, no es cosa de juego, no es una broma, ni tampoco un irnos de un buen paseo un fin de semana. Jesús no quiere un corazón dividido de sus discípulos. Seguir a Jesús es una decisión para toda la vida y con todas las consecuencias. Aquí no hay lugar y no debiera haber motivo alguno para dar vuelta atrás, y es que sencillamente Dios no está jugando con nadie, la cuestión del Reino de Dios no es una cosa pasajera y entre bromas.

Dios se jugó todo por la humanidad y por tanto también exige de quien desea seguirle que se la juegue todo por él. Y dígase lo mismo de un matrimonio. ¿A quién le gustaría que se jueguen de él? ¿A quién le gustaría que lo vean hoy como un vaso descartable que se usa y se bota? Dice Jesús: "Lo que dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). es decir, el amor conyugal es para siempre. De la misma forma, Dios quiere que quien opte por seguirle opte para siempre y con un corazón indiviso y por eso recalca: " Ahí donde esta tu tesoro ahí estará también tu corazón" (Mt 6,21).

Me es imposible seguir hablando y no ceñirme a las mismas palabras de Jesús y lo primero que me viene a la mente es este famoso episodio del joven rico y del doctor de la ley que preguntan al Señor: “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). Fíjese lo que dice Jesús “dáselo a los pobre todo” y no le dijo y así ya estás en el cielo, sino que, dice luego “vente conmigo”. Y es que nadie puede llegar al cielo por su propia cuenta, con Razón ya dijo en otro episodio: “Yo soy camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6).

“Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (Mc 12,28-31).

Así, pues, cuando hoy Jesús nos dice: "Si alguno viene donde mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Jesús nos invita que si queremos seguirle, primero que reflexionemos seriamente, y somos libres de seguirlo, pero si decidimos ir tras su llamada; porque no acepta seguidores que digan si y luego se cansen y se queden a medio camino, como quien comienza a edificar una torre pero no tiene con qué terminarla. La gente se va a reír de él, "comenzó y no pudo terminar". (Lc 14,30). Esto hay que aplicarlo a todo. Por ejemplo en el matrimonio ha de ser lo mismo: "Antes de casarte, piensa si estás dispuesto a llegar hasta el final del camino con este hombre o con esta mujer, y no quejarte y pedir el divorcio." O te casas para siempre o no te cases mejor. Igual habría que decir que si te sientas llamado al sacerdocio o vida consagrada, piénsalo bien, no sea que luego vengas con el cuento de que no era para ti esta forma de vida. Desde luego hay muchos episodios que nos recuerda esta opción a medias que Jesús nunca aceptará: “Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,57-62).

Jesús ya nos había dicho: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). Jesús no tiene reparo alguno al proponer como meta de su seguimiento una meta muy alta. Ser capaz de aventurarse a una fidelidad que puede llevar hasta la mismísima cruz: “El que quiera venir detrás de mí, que se renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

Jesús es realista, y sabes por qué? porque somos fáciles de entusiasmarnos con altos ideales, y también sabe que somos demasiado fáciles para luego echarnos atrás o quedarnos a medio camino. Pudiéramos pensar como ya hemos dicho al inicio que aquí Jesús trata de desalentar a la gente a que le siga. Sin embargo, Jesús lo que hace es, primero, ponernos una meta alta y es cierto que es muy difícil, pero si  es posible porque Dios nunca nos manda lo que no es posible para el hombre (Dt 30,11). Por eso no quiere seguidores que se entusiasman hoy y se desalientan mañana. Lo que nos reclama es que nadie está obligado a seguirle, es una opción libre que cada uno asume, pero quiere que sea una opción pensada. Primero es preciso "sentarse y pensar" hasta donde tenemos el coraje de llegar.

Ser cristiano no es una broma, pretender llegar al cielo no es cuestión de mera ilusión como lo del joven rico (Mc. 10,17). Ser cristiano no es juego de un día. Ser cristiano no es que yo hoy me entusiasme y mañana no, muy bonitos deseos en la noche, pero que se apagan tan pronto como llega el día. Ser cristiano es tomar en serio el Evangelio y es tomarle en serio a Él. Cuando en Cafarnaún Jesús anunció el "pan de vida" y, por tanto, su muerte, la gente que le seguía se escandalizó, muchos se echaron atrás después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen (Jn 6,60-63)». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». Jesús continuó: «¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio” (Jn 6,67-70).

Ser cristiano implica tomar decisiones bien pensadas y reflexionadas. De lo contrario, corremos el peligro del que decidió construir una torre y no tenía con qué terminarla (Lc 14,30). Al final, todo el mundo se reiría de él. Yo pienso cuántos no se reirán de muchos de nosotros, cristianos que nos quedamos en la pila bautismal y no avanzamos más que hasta la Primera Comunión y ahí nos sentamos y toda la vida la pasamos piola como dirían los jóvenes de hoy. Recordemos lo que nos ha dicho ya el mismo Señor: “No todos los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.  Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal». Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena». Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mt 7,21).


Jesús no quiere cristianos que hagamos el ridículo ante la gente. No quiere cristianos arrepentidos que tratan de buscar caminos más fáciles. Jesús quiere cristianos de cuerpo entero que son capaces de jugarse enteros por él, porque él y en él Dios se jugó todo por él hombre: “Tanto, Dios amó al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.  Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

JORNADA MUNDIAL POR LA PAZ EN ASÍS