DOMINGO XXVII - C (2
de octubre del 2016)
Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:
En aquel tiempo, dijeron los apóstoles al Señor; “Auméntanos
la fe.” El Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, y si dijeran a
esta montaña: "Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.”
“¿Quién de Uds. tiene un siervo arando o pastoreando y,
cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la
mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete
para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás
tú?"
¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le
fue mandado? De igual modo Uds. cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado,
digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.
El tema a meditar en el evangelio de hoy es la fe y que
tiene de complemento tácito el tema de la oración. No es posible ilusionar el
cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe.
Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el
Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le
abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no
decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros
puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron:
“Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la
fe” (Lc 17,5). Escenas que se unen en esta cita: “Todo lo que pidan en la
oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,22).
El poder de la fe: “La fe es la certeza de lo que esperamos
y convicción de lo que no vemos” (Heb 11,1). Sin fe es imposible agradar a Dios,
pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que
le buscan (Heb 11,6). Ahora se puede tener fe, pero la fe puede ser incipiente.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué
nosotros no pudimos expulsar ese demonio? Porque ustedes tienen poca fe, les
dijo y agregó: Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza,
dirían a esta montaña arráncate de raíz y plántate en el mar, y la montaña les obedecería;
y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,19-20). El papa del muchacho endemoniado pidió ayuda a
Jesús diciendo: “A menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo.
Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Jesús respondió ¿Cómo
es eso de que si puedo? Y agregó: Todo es posible para el que cree.
Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc
9,22-24).
Posiblemente muchos de nosotros hayamos pedido muchas cosas
al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos
examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta
demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También
pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también
se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la
deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala
hierba o la cizaña (Mt 13,24).
Jesus pregunto a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre
el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que
es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro
respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le dijo: Feliz de
ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la maligno no prevalecerá
contra ella” (Mt 16,14-18).
¿Cuál es la concepción de Dios que tenemos? ¿Quién es Jesús
para mí? ¿Acaso no es cierto que hemos deformado demasiado la imagen de Dios?
¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen de Iglesia? ¿Acaso no hemos
deformado demasiado la imagen del mismo Jesús y de su Evangelio? ¿Acaso no
hemos deformado demasiado la misma concepción de Dios autentico para creer en
un dios de nuestra conveniencia? Y ¿Dónde quedo el Dios que Jesús nos presenta?
Sería conveniente y muy urgente pedir al Señor: aumenta nuestra fe para que
dejemos de vivir en ese dios de nuestros caprichos y vivamos en el Dios
autentico que Jesús nos ha revelado.
Cuando la fe en Dios es
fuerte, entonces, entonces sencillamente pasas cosas extraordinarias en nuestra
vida, asi por ejemplo tenemos la fe del centurión que dijo: "Señor, no soy
digno de que entres en mi casa; pero basta que digas una palabra y mi sirviente
se sanará… Y Jesús dijo al centurión: Ve, y que suceda como has creído". Y
el sirviente se curó en ese mismo momento” (Mt 8,8-13). Pero también muchos querían
que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto de Jesús, y todos los que
lo tocaron quedaron curados (Mt 14,36). “Una mujer que desde hacía doce años
padecía de hemorragias… Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por
detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su
manto quedaré curada. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su
cuerpo que estaba curada de su mal” (Mc 5,25-29).
Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que
nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta”
tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de
fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que
tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite
vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo
requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se
queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.
Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos
dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y
fuerte en la persona de Jesús. Lo importante no es creer en cosas que bien
puede darnos Jesús, sino creer en Él.
Para tener más fe en Jesús, necesitamos conocerle más a Él,
y cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras
vidas que empezará por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su
forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero
no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie,
sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas
por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde
vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos
por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de
entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del
otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la
alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad”
(forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola
carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).
Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos
por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta
dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el
dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no
llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma
de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías
y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a
manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías
de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su
muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt.
16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe
para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja
del ser autentico de Dios?
El poder de la oración: Los discípulos un día le pidieron a
Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y no es que no supiesen orar, sabían orar
como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con
la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como
habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús.
Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los
fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata más el
espíritu da vida dirá San Pablo (II Cor 3,6).
No hay fórmulas efectivas de oración, pero Jesús nos da
algunas pautas de cómo podemos entablar un dialogo con Dios porque la oración es
un dialogo con Dios: Cuando ustedes oren nos dice Jesús: “No hagan como los
hipócritas porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las
esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su
recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta
y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen
que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que
está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo
pidan” (Mt 6,5-8).
La oración siempre ha de ser antes un agradecimiento a Dios,
así por ejemplo Jesús lo hace cuando se dirige al Padre: "Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a
los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has
querido” (Mt 11,25-26). O en la misma oración del padre nuestro nos dice Jesús.
Ustedes oren de esta manera: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado
sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en
el cielo” (Mt 6,9-10). Luego viene recién el pedido: “Pidan y se les dará; busquen
y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan” (Mt 7,7-11).
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