DOMINGO XXIX - C (16 de octubre del 2016)
Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:
En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una
ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la
misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que
me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se
negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente
a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este juez injusto. Y
Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los
haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.
Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo
anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto
más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No
quedaron limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era
samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero
recordemos, que Jesús caminaba
hacia Jerusalén, que pasaba por los
confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los
diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso samaritano.
Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para
nosotros porque también nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados
católicos solo uno ha venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen
domingo a domingo ¿los demás 9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi
vida en la cruz por todos?.
Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la
oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente. En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17,
8-13) con las manos en alto en señal de
súplica al Señor. Resulta que mientras
Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía
lo contrario. Llegó un momento que ya
Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta
idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada
podréis hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Mt
19,26).
El Evangelio (Lc. 18, 1-8)
que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos
presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre
viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario. Y el inhumano Juez termina por acceder a las
insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este
ejemplo para darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e
injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones
siempre y cuando lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes y perseverantes tal como Dios nos advierte
por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los
escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen
con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)
Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo
pedir y para qué pedir a Dios. Hace poco
las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se
les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que
pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de
ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le
da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan!” (Mt. 7,7-11). Pero debemos
recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se
las pidan”.
Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo
concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio:
“Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron:
«Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió:
«¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos
uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le
dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el
bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó:
«Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.
En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo,
sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No
es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno
de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.
Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto amerita
conocer la voluntad de Dios. Y estar
confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene. Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son las cosas
que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades
antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de
nuestras necesidades, pues veamos:
“Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de
mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo.
Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan
numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede a tu servidor un corazón
comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De
lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?
Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque
tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la
vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para
juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón
sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni
habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido:
tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda
tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos,
como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).
“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre.
Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una
alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios no responde
nuestras oraciones? Porque la mayoría de
las veces pedimos lo que no nos conviene.
Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe
dárnoslas. Por eso la oración debe ser
confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos
da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí
nos conviene. Y la oración no debe
dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros
de que Dios nos da todo lo que necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos
cosas: La oración de petición comprende dos partes: La alabanza que es lo
principal y la petición. Ejemplo: Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has
querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea
tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la segunda parte: el pedido: “Danos hoy el
pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La segunda parte de la oración petitoria
es circunstancial tal como dice Jesús: “No se inquieten, diciendo ¿Qué
comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van
detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe de sus necesidades antes
que se lo pidan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les
dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se
inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).
¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra
cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus
elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de
tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario
de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”. De hecho, el tema que estaba tratando Jesús
antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era
precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).
La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la
oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o
hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios
de que no habrá mucha Fe para ese momento final. Es más, en el recuento que da San Mateo de
este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se
acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de
sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia? Que la Fe va a estar muy atacada por los
falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús. Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar
nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).
Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que
debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o
para el día de nuestro paso a la otra vida a través de la muerte. Es una advertencia para que roguemos
perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con
gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).
Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada,
pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y
Resurrección. Pero de parte de nosotros
se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De
allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe
permanezca hasta el final requiere: La oración perseverante y continua, para
que nuestra Fe no desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor
“¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?”
nos invita una seria reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está
nuestra Fe? ¿Es una Fe que nos lleva a
la esperanza de la Resurrección y la Vida Eterna? ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto
castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).
Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de
los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos,
en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos? ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en
las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e
independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador,
nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor
espera encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final,
la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también: ¿Cómo es nuestra oración?
¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer,
como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos? ¿Cuánto oramos? ¿Está nuestra oración a la medida de las
circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las
cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el
Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza
que debemos tener en El. Cantamos al
Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la
tierra”. Y confiamos en El, pues “está
siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para
siempre”
La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2) nos pide también firmeza en la Fe (“permanece
firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos
viviendo la Palabra de Dios. Y además
nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la
cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la
salvación”).
Adicionalmente Jesús nos habla de la obligación que tenemos
de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios. Y esa obligación deriva de la necesidad que
hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En
presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su
advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de
leer la Palabra de Dios, de meditarla,
de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría,
poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con
nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y
exhortando con toda paciencia y sabiduría”.
En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No
se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no
conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos
lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc.
17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no
caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc
22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por
II vez (Lc. 18,8).
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