DOMINGO XXX - C (23 de
octubre del 2016)
Proclamación del Evangelio
según San Lucas 18, 9 - 14:
En aquel tiempo dijo Jesús a
algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
“Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
En cambio el publicano,
manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que
se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque
todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.”
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El domingo pasado Jesús al final del evangelio nos decía:
Dios que es justo dará tarde o temprano a todo el que le pide con insistencia
(Lc 18.8). Está claro que hay requisitos
o condiciones mínimas para que seamos escuchados. Así por ejemplo se nos manifiesta en los siguientes episodio: ¿Existe acaso una nación tan
grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, que
está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? (Dt 4,7). “Cuando ustedes me
invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me
encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero”
(Jer 29,12). “Cuando
extienden sus manos, yo cierro mis ojos; por más que multipliquen las
plegarias, yo no les escucho: Porque sus manos están llenas de
sangre!¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones!
Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien!¡Busquen el derecho, socorran
al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,15). Pero
si poseemos un corazón puro y limpio, no solo nos da Dios lo que le pedimos,
sino que Él mismo se nos da” (Mt 5,8).
El evangelio de hoy nos permite responder a la pregunta ¿Qué
tipo de oración es la que Dios escuchará? Pero también conviene preguntarnos
¿Por qué orar, como orar, para que orar?
“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre,
porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer
al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha
que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo
con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por
amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si
no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (NC Nº 27).
De muchas formas y hasta el día de hoy, los hombres han
expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos
religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las
ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales
que bien se puede llamar al hombre un ser religioso (NC 28). Por este don es
como el hombre se diferencia de toda criatura y por algo tiene el título de “Ser
imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26). Y este tesoro lo llevamos en vasijas de
barro (2 Cor 4,7). Mismo Jesús nos aconseja: “Oren para no caer en la tentación”
(Mt 26,41).
La oración es la elevación del alma al encuentro con Dios o
la petición a Dios de bienes convenientes. ¿Desde dónde hablamos cuando
oramos?: Desde la postura del fariseo (Lc 18,11), desde la postura del
publicano (Lc 18,13). ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia
voluntad, o desde lo más profundo de nuestro ser (Sal 130, 1) de un corazón
humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (Lc 18,14). La humildad es
la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La
humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la
oración: el hombre por ser criatura es un mendigo de Dios quiera o no aceptar
su realidad. Por eso naturalmente busca alabar a Dios como el salmista bien
lo dice: “Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza. Los
sacrificios no te satisfacen; si ofrezco
un holocausto, no lo aceptas. Mi
sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y
humillado” (Slm. 50,17).
“Si tú supieras y conocieras el don de Dios y quien es el
que te pide de beber”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela
precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo
va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos
pide de beber. Jesús tiene sed (Jn 6,28), su petición llega desde las
profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el
hombre tenga sed de Él. “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua
viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta.
Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas,
para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la
promesa gratuita de salvación (Jn 7, 37-39; Is 12, 3), respuesta de amor a la
sed del Hijo único (Jn 19, 28; Za 12, 10).
La oración como encuentro: ¿De dónde viene la oración?
Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es
todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración,
las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más
frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este
está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana (Lc 18,11).
El corazón es la morada donde se hace el encuentro (según la
expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro
escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el
Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo
más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí
donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a
imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza (NC 2563). La
oración es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción
de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por
completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho
hombre.
Hoy se nos puso esta parábola: De un hombre bueno que desde
el corazón (Lc 18,13) y un hombre malo que ora desde ego o la razón (Lc 18,11).
Un hombre que se acerca hasta el mismo altar y otro que se queda lejos, al
fondo de la Iglesia avergonzado de sí mismo y de su vida, ni siquiera se atreve
a levantar los ojos al cielo porque no se siente digno. Por otra parte, una
vida complicada. ¿Tendrá que dejar su oficio de publicano? ¿Cómo devolver el
dinero que ha robado? A decir verdad, un hombre atrapado por su propia realidad.
¿Qué le puede decir a Dios, si va a seguir siendo publicano, porque la
necesidad le obliga? Sólo le queda un camino: “Pedir compasión.” “¡Oh Dios! ten
compasión de este pecador!” (Lc18,14).
Sabe que los hombres no le comprenderán y sabe que seguirá
sintiéndose rechazado por los buenos. Allí mismo escucha la oración del bueno
que le rechaza y acusa delante de Dios: “Gracias porque no soy como los demás
hombres. Ni como ese publicano”. Y sabe que seguirá siendo el pecador de todos
los días. Hay momentos en los que solo queda un camino: volcarse en la
“misericordia y compasión de Dios”. Además, algo desconcertante. La conclusión
de Jesús: “Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no.” (Lc 18,14).
Imagino de los peores pecadores. Por ejemplo de los
separados por el fracaso en el matrimonio y de los convivientes ¿Qué les queda
para poder levantar de nuevo los ojos a Dios y darle gracias? Porque están
excluidos del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía? Posiblemente solo
les quede la misericordia y la comprensión de Dios. ¿No justificará Dios a
estas parejas? Yo no tengo la respuesta, pero sí confío en la misericordia de
Dios.
Dos hombres orando. Dios hombres delante de Dios. El uno,
muy inflado de sí mismo (Lc 18,11). El otro hecho un calamidad detrás de una
columna. El primero, ¿saben cómo ora? Parecía un contar que le pasaba las
cuentas a Dios. Él no necesitaba de Dios, sencillamente le contaba lo bueno que
era. Y peor todavía, su oración consistía en contarle a Dios lo bueno que era
él, mucho más buenos que los demás que eran todos unos pecadores. ¿Bonita
oración, verdad? Ponerse a orar despreciando al resto. Él era el único ayuna
dos veces por semana, pagaba el diezmo de todo lo que tenía. Además no era
ladrón como los demás, adúlteros como los demás, injusto como los demás, por
ejemplo, como ese pobre publicano, que consciente de su condición de pecador,
escondía el rostro entre sus manos y clamaba misericordia, comprensión y
perdón.
El creerse lo que uno es está bien, el creerse superior al
resto ya no está según Dios, y menos todavía compararse con los demás y
despreciarlos. Este buenazo, que se pasaba de bueno, volvió a casa, lejos de
Dios. En cambio, el pobre publicano volvió a casa justificado, perdonado, amado
y llevado de la mano de Dios (Lc 18,14).
En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su
prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no
lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50: “Un corazón quebrantado y
humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras
oraciones sino acercarse a Él con un corazón contrito y humillado por nuestras
miserias y pecados.
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