sábado, 29 de octubre de 2016

DOMINGO XXXI - C (30 de Octubre de 2016)



DOMINGO XXXI - C (30 de Octubre del 2016)

Evangelio: San Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. "Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. "Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. "Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Palabra del Señor.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio nos aporta 4 ideas para su comprensión:  1) Jesús dice: Zaqueo baja en seguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19,5). 2) Zaqueo dice: la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguien me aproveche injustamente se la devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8). 3) Jesús dice: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este es hijo de Abraham (Lc 19,9). 4) El hijo del hombre ha venido a salvar a los pecadores (Lc 19,10).

Como es de verse, en la parte final, se reitera dos veces el término de la salvación: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9),  “El Hijo del hombre vino a salvar los pecadores” (Lc 19,10). Por lo que es conveniente reflexionar sobre el tema de la salvación y al respecto hay muchas escenas que nos sitúan en tal tema, así tenemos por ejemplo: Preguntaron “¿es verdad que son pocos los que se salvan? Él respondió: Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no podrán” (Lc 13,23).

El episodio de hoy es completamente distinto respecto a los bienes materiales lo de la escena del joven rico: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!...Entonces dijeron ¿quién podrá salvarse? Jesús, les dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. (Mc 10,17-27).

En cambio Zaqueo dijo: "Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más" (Lc 19,8). Zaqueo entendió que la mejor forma de obtener el tesoro en el cielo cual es la salvación es dando a los pobre sus bienes (Mt 19,21). En cambio en la escena del joven rico 8mc 10,17-27). No hay salvación, porque el rico no quiso desprenderse de sus bienes, no quiso compartir. En cambio Zaqueo se desprendió y repartió sus bienes y esa actitud es lo que Jesús valora y por eso dice. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19,9).

¿Qué idea tenemos de Dios, que castiga, que salva? “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Si Dios es amor (I Jn 4,8) Dios nos dice por el Ezequiel: "Juro por mi vida –oráculo del Señor– que yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?». Y tú, hijo de hombre, di a la gente de tu pueblo: Al justo no lo librará su justicia si comete un delito; al impío no lo hará sucumbir su maldad si se convierte de ella. Y cuando un justo peque, no podrá sobrevivir a causa de su justicia. Si yo digo al justo: «Vivirás», pero él, confiado en su justicia, comete una iniquidad, no quedará ningún recuerdo de su justicia: él morirá por la iniquidad que cometió. Por el contrario, si digo al malvado: «Morirás», pero él se convierte de su pecado y practica el derecho y la justicia: si devuelve lo que tomó en prenda, si restituye lo que arrebató por la fuerza y observa los preceptos de vida, dejando de cometer la iniquidad, él ciertamente vivirá y no morirá (Ez 33,11-15)

Alguien de la gente un buen día pregunto a Jesús: ¿Señor serán pocos los que se salven? (Lc.13,23). Si Dios es amor, por supuesto que Dios quiere que todos se salven: “ Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven llegando al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

¿Cómo obtener nuestra salvación? Primero: Buscar a Jesús como Zaqueo; recibir en casa a Jesús; mostrar gestos concretos de amor a los demás (I Jn 4,20): Dar con amor a los pobres lo que tenemos; restituir todo a las personas de los que un día pudimos habernos aprovechado injustamente. Y no hay otra fórmula mágica de salvación. La salvación no se obtiene con bonitas ideas o razones. “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo?” (Stg 2,14). “Como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así la f sin obras está muerta” (Stg 2,26).

sábado, 22 de octubre de 2016

DOMINGO XXX - C (23 de octubre del 2016)


DOMINGO XXX - C (23 de octubre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 9 - 14:

En aquel tiempo dijo Jesús a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.

El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado Jesús al final del evangelio nos decía: Dios que es justo dará tarde o temprano a todo el que le pide con insistencia (Lc 18.8). Está claro  que hay requisitos o condiciones mínimas para que seamos escuchados. Así por ejemplo se nos manifiesta en los siguientes episodio: ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, que está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? (Dt 4,7). “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12). “Cuando extienden sus manos, yo cierro mis ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no les escucho: Porque sus manos están llenas de sangre!¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien!¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1,15). Pero si poseemos un corazón puro y limpio, no solo nos da Dios lo que le pedimos, sino que Él mismo se nos da” (Mt 5,8).

El evangelio de hoy nos permite responder a la pregunta ¿Qué tipo de oración es la que Dios escuchará? Pero también conviene preguntarnos ¿Por qué orar, como orar, para que orar?

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (NC Nº 27).

De muchas formas y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que bien se puede llamar al hombre un ser religioso (NC 28). Por este don es como el hombre se diferencia de toda criatura y por algo tiene el título de “Ser imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26). Y este tesoro lo llevamos en vasijas de barro (2 Cor 4,7). Mismo Jesús nos aconseja: “Oren para no caer en la tentación” (Mt 26,41).

La oración es la elevación del alma al encuentro con Dios o la petición a Dios de bienes convenientes. ¿Desde dónde hablamos cuando oramos?: Desde la postura del fariseo (Lc 18,11), desde la postura del publicano (Lc 18,13). ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde lo más profundo de nuestro ser (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (Lc 18,14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre por ser criatura es un mendigo de Dios quiera o no aceptar su realidad. Por eso naturalmente busca alabar a Dios como el salmista bien lo dice: “Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen;  si ofrezco un holocausto, no lo aceptas.  Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado” (Slm. 50,17).

“Si tú supieras y conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed (Jn 6,28), su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (Jn 7, 37-39; Is 12, 3), respuesta de amor a la sed del Hijo único (Jn 19, 28; Za 12, 10).

La oración como encuentro: ¿De dónde viene la oración? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana (Lc 18,11).

El corazón es la morada donde se hace el encuentro (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza (NC 2563). La oración es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.

Hoy se nos puso esta parábola: De un hombre bueno que desde el corazón (Lc 18,13) y un hombre malo que ora desde ego o la razón (Lc 18,11). Un hombre que se acerca hasta el mismo altar y otro que se queda lejos, al fondo de la Iglesia avergonzado de sí mismo y de su vida, ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo porque no se siente digno. Por otra parte, una vida complicada. ¿Tendrá que dejar su oficio de publicano? ¿Cómo devolver el dinero que ha robado? A decir verdad, un hombre atrapado por su propia realidad. ¿Qué le puede decir a Dios, si va a seguir siendo publicano, porque la necesidad le obliga? Sólo le queda un camino: “Pedir compasión.” “¡Oh Dios! ten compasión de este pecador!” (Lc18,14).

Sabe que los hombres no le comprenderán y sabe que seguirá sintiéndose rechazado por los buenos. Allí mismo escucha la oración del bueno que le rechaza y acusa delante de Dios: “Gracias porque no soy como los demás hombres. Ni como ese publicano”. Y sabe que seguirá siendo el pecador de todos los días. Hay momentos en los que solo queda un camino: volcarse en la “misericordia y compasión de Dios”. Además, algo desconcertante. La conclusión de Jesús: “Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no.” (Lc 18,14).

Imagino de los peores pecadores. Por ejemplo de los separados por el fracaso en el matrimonio y de los convivientes ¿Qué les queda para poder levantar de nuevo los ojos a Dios y darle gracias? Porque están excluidos del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía? Posiblemente solo les quede la misericordia y la comprensión de Dios. ¿No justificará Dios a estas parejas? Yo no tengo la respuesta, pero sí confío en la misericordia de Dios.

Dos hombres orando. Dios hombres delante de Dios. El uno, muy inflado de sí mismo (Lc 18,11). El otro hecho un calamidad detrás de una columna. El primero, ¿saben cómo ora? Parecía un contar que le pasaba las cuentas a Dios. Él no necesitaba de Dios, sencillamente le contaba lo bueno que era. Y peor todavía, su oración consistía en contarle a Dios lo bueno que era él, mucho más buenos que los demás que eran todos unos pecadores. ¿Bonita oración, verdad? Ponerse a orar despreciando al resto. Él era el único ayuna dos veces por semana, pagaba el diezmo de todo lo que tenía. Además no era ladrón como los demás, adúlteros como los demás, injusto como los demás, por ejemplo, como ese pobre publicano, que consciente de su condición de pecador, escondía el rostro entre sus manos y clamaba misericordia, comprensión y perdón.

El creerse lo que uno es está bien, el creerse superior al resto ya no está según Dios, y menos todavía compararse con los demás y despreciarlos. Este buenazo, que se pasaba de bueno, volvió a casa, lejos de Dios. En cambio, el pobre publicano volvió a casa justificado, perdonado, amado y llevado de la mano de Dios (Lc 18,14).


En el salmo 101 se dice “A los que en secreto difaman a su prójimo –dice Dios- los haré callar, ojos ingeridos y corazones arrogantes no lo soportare” Pero dice también Dios en el salmo 50: “Un corazón quebrantado y humillado nunca desprecia” Por tanto de que depende que Dios escuche nuestras oraciones sino acercarse a Él con un corazón contrito y humillado por nuestras miserias y pecados.

sábado, 15 de octubre de 2016

DOMINGO XXIX - C (16 de Octubre de 2016)


DOMINGO XXIX - C (16 de octubre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 18, 1-8:

En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre y sin desanimarse les propuso esta parábola: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario". Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme". Y el Señor dijo: «Fíjense lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

Me gusta siempre traer a colación la enseñanza del domingo anterior: El evangelio terminaba con una pregunta que cuestiona: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios y los demás dónde están? No quedaron limpios los 10?” Y dijo a quien había sido curado y que era samaritano: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero recordemos, que Jesús  caminaba hacia  Jerusalén, que pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y gritaron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Resaltaba el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno, el del leproso samaritano. Esa pregunta con que termina Jesús en el evangelio tiene mucho sentido para nosotros porque también nos lo dice enfáticamente: “De los 10 bautizados católicos solo uno ha venido a agradecer y dar gloria al Señor y lo hacen domingo a domingo ¿los demás 9 católicos bautizados dónde están? ¿Yo no di mi vida en la cruz por todos?.

Las lecturas de hoy nos hablan de la perseverancia en la oración un tema, sin duda fundamental en la vida del creyente.  En la primera lectura vemos a Moisés (Ex. 17, 8-13)  con las manos en alto en señal de súplica al Señor.  Resulta que mientras Moisés oraba el ejército de Israel vencía a su enemigo; si las bajaba, sucedía lo contrario.  Llegó un momento que ya Moisés no pudo sostener sus brazos en lo alto y tuvo que ser ayudado. A esta idea hace buen complemento las mismas palabras de Jesús: “Porque sin mi nada podréis hacer” (Jn 15,5). Lo que significa que con Dios se puede hacer todo (Mt 19,26).

El Evangelio (Lc. 18, 1-8)  que hoy hemos leído, nos habla de una parábola del Señor, en la cual nos presenta un Juez injusto que ni teme a Dios ni quiere saber nada de la pobre viuda que lo busca para que le haga justicia contra su adversario.  Y el inhumano Juez termina por acceder a las insistentes y perseverantes peticiones de la pobre mujer. Jesús usa este ejemplo para darnos a entender que Dios, que no es como el Juez inhumano e injusto, sino que es infinitamente Bueno y Justo, escuchará nuestras oraciones siempre y cuando lo hagamos con fe y seamos constantes, insistentes  y perseverantes tal como Dios nos advierte por el profeta: “Cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, pero siempre y cuando me busquen con un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Antes de pedir debemos saber qué pedir, cómo pedir, cuándo pedir y para qué pedir a Dios.  Hace poco las Lecturas nos hablaban de que si pedimos Dios nos da sin demora: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!” (Mt. 7,7-11).  Pero debemos recordar lo que dice este texto al final: “Dios dará cosas buenas a los que se las pidan”.

Dios da solo cosas buenas. Y si algo pedimos y no nos lo concede es que no es bueno para nosotros, sino recordemos este episodio: “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» (Mc 10,35-40). No es que sea malo soñar con la gloria en el cielo, pero eso depende de cada uno de nosotros en base a nuestra fe y esfuerzo.

Debemos saber pedir lo que Dios nos quiere dar, y esto amerita conocer la voluntad de Dios.  Y estar confiados en que es Dios Quien sabe qué nos conviene.  Esas “cosas buenas” (Mt 7,11) son las cosas que nos convienen y recordemos, que Dios ya sabe todas nuestras necesidades antes que se lo pidamos (Mt. 6,8). E incluso la bondad Dios va más allá de nuestras necesidades, pues veamos:

“Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo? Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y Dios le dijo: Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti. Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida. Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida» (I Re 3,7-14).

“Todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta” (Jn 16,23-24). ¿Por qué parece que Dios no responde nuestras oraciones?  Porque la mayoría de las veces pedimos lo que no nos conviene.  Pero, si nosotros no sabemos pedir cosas buenas, El sí sabe dárnoslas.  Por eso la oración debe ser confiada en lo que Dios decida, y a la vez perseverante. A lo mejor Dios no nos da lo que le estamos pidiendo, porque no nos conviene, pero nos dará lo que sí nos conviene.  Y la oración no debe dejarse porque no recibamos lo que estemos pidiendo, pues debemos estar seguros de que Dios nos da todo lo que necesitamos. Pero hay que tener en cuenta dos cosas: La oración de petición comprende dos partes: La alabanza que es lo principal y la petición. Ejemplo: Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). “Padre Nuestro que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…” (Mt 6,9-13). Luego viene la segunda parte: el pedido: “Danos hoy el pan nuestro de cada día…” (Mt 6,11). La segunda parte de la oración petitoria es circunstancial tal como dice Jesús: “No se inquieten, diciendo ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe de sus necesidades antes que se lo pidan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,31-34).

¿Qué significa esa frase sobre si habrá Fe sobre la tierra cuando vuelva a venir Jesucristo? Notemos que habla el Señor sobre “sus elegidos, que claman a Él día y noche”. Si nos fijamos bien, no hubo cambio de tema, pues a la parábola sobre la perseverancia en la oración, sigue el comentario de que Dios hará justicia a “sus elegidos, que claman a El día y noche”.  De hecho, el tema que estaba tratando Jesús antes de comenzar a hablar de la necesidad de oración constante era precisamente el de su próxima venida en gloria (Lc. 17, 23-37).

La oración perseverante y continua que Jesús nos pide es la oración para poder mantenernos fieles y con Fe hasta el final de nuestra vida o hasta el final del tiempo. Sin embargo, la inquietud del Señor nos da indicios de que no habrá mucha Fe para ese momento final.  Es más, en el recuento que da San Mateo de este discurso escatológico nos dice el Señor que si el tiempo final no se acortara, “nadie se salvaría, pero Dios acortará esos días en consideración de sus elegidos” (Mt. 24, 22). ¿Qué nos indica esta advertencia?  Que la Fe va a estar muy atacada por los falsos cristos y los falsos profetas que también nos anuncia Jesús.  Que muchos estamos a riesgo de dejar enfriar nuestra Fe, debido a la confusión y a la oscuridad (Mt. 24, 23-29).    

Es una advertencia muy seria del Señor, que nos indica que debemos estar siempre listos para ese día de la venida en gloria del Señor o para el día de nuestro paso a la otra vida a través de la muerte.   Es una advertencia para que roguemos perseverantemente porque seamos salvados, en ese día en que el Señor vendrá con gran poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25,31-46).

Sabemos que por parte de Dios la salvación está asegurada, pues Jesucristo ya nos salvó a todos con su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección.  Pero de parte de nosotros se requiere que mantengamos nuestra Fe y que la mantengamos hasta el final. De allí que Jesús nos dé el remedio para fortalecer nuestra Fe y para que esa Fe permanezca hasta el final requiere: La oración perseverante y continua, para que nuestra Fe no desfallezca (Lc 22,40). Pero, sin duda, la pregunta del Señor “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” nos invita una seria reflexión ... Cabe preguntarnos, entonces, ¿cómo está nuestra Fe?  ¿Es una Fe que nos lleva a la esperanza de la Resurrección y la Vida Eterna?  ¿O es una Fe que está esperando en el nefasto castigo en el infierno? (Lc 16,19-31).

Por ejemplo…¿le hemos dado algún crédito a los escritos de los ateos actuales que están llenando las librerías con sus libros blasfemos, en los que tratan a los cristianos como si fuéramos tontos?  ¿Es una Fe que confía en Dios o que confía en las fuerzas humanas? ¿Es una Fe que nos hace sentir muy importantes e independientes de Dios o es una Fe que nos lleva a depender de nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Dios? ¿De verdad tenemos la clase de Fe que el Señor espera encontrar cuando vuelva? Y si para tener esa Fe que requerimos para el final, la estrategia eficaz es la oración, cabe preguntarnos también:  ¿Cómo es nuestra oración?

¿Es frecuente, perseverante, constante, sin desfallecer, como la pide el Señor para que nuestra Fe no decaiga? ¿Cómo oramos?  ¿Cuánto oramos?  ¿Está nuestra oración a la medida de las circunstancias? Porque ... pensándolo bien ... considerando como están las cosas en el mundo, “¿creen ustedes que habrá Fe sobre la tierra cuando venga el Hijo del hombre?” El Salmo 120 es un himno al poder de Dios y a la confianza que debemos tener en El.   Cantamos al Señor, que es Todopoderoso, pues, entre otras cosas, “hizo el Cielo y la tierra”.   Y confiamos en El, pues “está siempre a nuestro lado ... guardándonos en todos los peligros ... ahora y para siempre”

La Segunda Lectura (2 Tim. 3,14 - 4,2)  nos pide también firmeza en la Fe (“permanece firme en lo que has aprendido”), seguridad en la Sabiduría que encontramos viviendo la Palabra de Dios.  Y además nos habla de la necesidad de la Fe para la salvación (“la Sagrada Escritura, la cual puede darte la Sabiduría que, por la Fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”).

Adicionalmente Jesús nos habla de la obligación que tenemos de comunicar esa Fe contenida en la Palabra de Dios.  Y esa obligación deriva de la necesidad que hay de anunciarla en atención -precisamente- a la Segunda Venida de Cristo: “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, te pido encarecidamente que, por su advenimiento y por su Reino, anuncies la Palabra”. De allí la importancia de leer la Palabra de Dios, de meditarla,  de orar con la Palabra de Dios y, encontrando en ella la Sabiduría, poderla vivir nosotros y mostrarla a los demás con nuestro ejemplo y con nuestro testimonio “a tiempo y a destiempo, convenciendo, reprendiendo y exhortando con toda paciencia y sabiduría”.


En resumen, Jesús hoy nos enseña: Saber pedir (Mt. 7,7). No se pide cualquier cosa porque no nos lo va a dar todo porque muchas cosas no no conviene (Mc 10,35). Pero si nuestros pedidos son buenas, sin duda el Señor nos lo dará y con mayor razón se le pedimos con perseverancia: Aumento de fe (Lc. 17,5), que nos enseñe a orar (Lc 11,1), y que oremos sin desanimarnos para no caer en la tentación porque el espíritu es animoso, pero la carne es débil. (Lc 22,40). Y si es así, claro que el Señor encontrará gente de fe cuando venga por II vez (Lc. 18,8).

viernes, 7 de octubre de 2016

DOMINGO XXVIII - C (9 de Octubre de 2016)

DOMINGO XXVIII - C (09 octubre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Lucas 17, 11 -19:

En aquel tiempo, Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos, les dijo: “vayan y preséntense a los sacerdotes.” Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as): En el Señor Paz y Bien.

El domingo pasado hacíamos referencia al episodio: “Maestro auméntanos la fe” (Lc 17,5). Y decíamos que es importante situar la dimensión de la fe a nuestro contexto. No es posible aspirar al cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va (Jn 14,6). Para ir por el sendero correcto hace falta tener fe, porque solo en bese a la fe es como uno está unido a Jesús quien nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc. 11,1). Y la otra: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5).

El evangelio de hoy es el manifiesto de la fe de los diez leprosos que gritaron: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron sanos” (Lc 17,13-14). Otro episodio similar: “Una mujer cananea, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio… Jesús le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada” (Mt 15,22-28). El padre del muchacho endemoniado dijo: si puedes ayúdalo. Respondió Jesús: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,23-24). Jesús dijo a la hemorroisa: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad. Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe" (Mc 5,34-36)

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lc 17,18). Pero al inicio dice: Jesús de camina a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, decían: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17,11-13). Como es de verse, resaltamos al inicio el clamor de los diez leprosos y al final la gratitud de solo uno de ellos, el de un leproso samaritano y la ingratitud de los 9 leprosos judíos.

Al inicio de nuestra reflexión me viene a la mente la ilusión y entusiasmo de los samaritanos que esperan la venida del Mesías: “La mujer samaritana dijo a Jesús: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, vendrá pronto. Cuando él venga, nos enseñará todo». Jesús le respondió: «El Mesías que esperan soy yo, el que habla contigo». (Jn 4,25-26)…Y Jesús le dijo a la mujer sus verdades respecto a su marido…”La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?” Y los samaritanos salieron de la cuidad al encuentro de Jesus” (Jn 4,28-30). Al escuchar a Jesús los samaritanos decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo». (Jn 4,42). Otro pasaje famoso de los samaritanos es el del buen samaritano: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”(Lc 10,30-37).

El evangelio de hoy nos reporta varias ideas: En primer lugar, la religión de la ley es una religión que excluye y sobre esta primera idea dice San Pablo: “Sabemos que la Ley es buena, si se la usa debidamente, es decir, si se tiene en cuenta que no fue establecida para los justos, sino para los malvados y los rebeldes, para los impíos y pecadores, los sacrílegos y profanadores, los parricidas y matricidas, los asesinos, los impúdicos y pervertidos, los traficantes de seres humanos, los tramposos y los perjuros. En una palabra, la Ley está contra todo lo que se opone a la sana doctrina del Evangelio que me ha sido confiado, y que nos revela la gloria del bienaventurado Dios” (ITm 1,8-11). Pues, estos pobres leprosos tienen que vivir lejos de toda convivencia humana. Tienen que hablar a lo lejos. Es posible que hoy hayamos vencido la lepra y que hayan surgido otras razones que marginan. No será la lepra, pero sí la pobreza. También hoy hay zonas en las que los pobres no tienen espacio.

En segundo lugar, resaltamos la idea de: cómo el dolor y el sufrimiento es capaz de unir lo que la religión separaba. De los diez, nueve eran judíos y uno samaritano. A pesar de no hablarse unos y otros, el sufrimiento era capaz de juntarlos y unirlos. Dios al respecto ya dijo: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28).

Una tercera idea que nos aporta el evangelio de hoy es que, de los diez leprosos que son curados, nueve de ellos regresan a la religión que los excluyó es decir a la religión judía. Y también al respecto y con gran sabiduría Dios nos dice: “El perro vuelve a su vómito y el necio recae en su locura” (Prov 26,11). Y mismo Jesús nos dice: “Nadie te condeno, tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar mas” (Jn 8,11).

Y Una última idea que el evangelio de hoy nos aporta es la actitud grata del Leproso extranjero. Solo uno es capaz de regresar alabando a Dios a gritos y se postra a los pies de Jesús dando gracias. Los demás se olvidan y son incapaces de dar gracias. “Y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano” (Lc 17,16). El único que tiene un corazón agradecido es precisamente un pagano. Pareciera insignificante pero nada más real y cierto que nuestra realidad: De los 10 católicos solo uno es agradecido y se compromete con su fe y agradece a Dios alabando y anunciando su mensaje por doquier, los demás 9 católicos, todos indiferentes: les importa un ápice su fe, su bautismo, con tal de disfrutar “gozar” con indiferencia ante el milagro grandioso de Dios que les regala la vida y la salud. Pero en fin, al respecto ya dijo Jesús: “Al que me proclame abiertamente ante los hombres, yo lo proclamaré y lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero quien me calla o se avergüence de mi ante los hombres, yo también me avergonzaré de él ante mi padre celestial” (Mt 10,32-33).


Hoy por hoy, vivimos en una cultura secular en la que cada quien vive cegado en su indiferencia. En una cultura en la que todos nos sentimos con derechos incluso frente a Dios, pero en la que hemos perdido la capacidad del agradecimiento. Ser agradecidos pone de manifiesto la sinceridad del corazón, la honestidad y la nobleza del corazón. ¡Cuántas cosas tenemos que agradecer y no lo hacemos! Un corazón no agradecido siempre es un corazón que cree más en sus derechos que en sus obligaciones. Recordemos el episodio: “El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. El Rico clamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen" (Lc 16,19-29).

viernes, 30 de septiembre de 2016

DOMINGO XXVII - C (2 de octubre del 2016)

DOMINGO XXVII - C  (2 de octubre del 2016)

Proclamación del santo Evangelio según San Lucas 17,5 - 10:

En aquel tiempo, dijeron los apóstoles al Señor; “Auméntanos la fe.” El Señor dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, y si dijeran a esta montaña: "Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.”

“¿Quién de Uds. tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"

¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo Uds. cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor paz y bien.

El tema a meditar en el evangelio de hoy es la fe y que tiene de complemento tácito el tema de la oración. No es posible ilusionar el cielo en base a la riqueza y fortuna material (Mc 10,17) sino en base a la fe. Porque solo quien tiene fe sabrá qué busca y adónde va y así nos ha dicho el Señor: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7,7). Los discípulos auténticos piden pocas cosas a Jesús por no decir lo sustancial. Claro que algunos atrevidos le pidieron los primeros puestos en el Reino (Mc. 10,37). Fuera de eso solo dos cosas básicas le pidieron: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y la otra, lo que hemos leído hoy: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Escenas que se unen en esta cita: “Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán" (Mt 21,22).

El poder de la fe: “La fe es la certeza de lo que esperamos y convicción de lo que no vemos” (Heb 11,1). Sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb 11,6). Ahora se puede tener fe, pero la fe puede ser incipiente. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese demonio? Porque ustedes tienen poca fe, les dijo y agregó: Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña arráncate de raíz y plántate en el mar, y la montaña les obedecería; y nada sería imposible para ustedes" (Mt 17,19-20).  El papa del muchacho endemoniado pidió ayuda a Jesús diciendo: “A menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Jesús respondió ¿Cómo es eso de que si puedo? Y agregó: Todo es posible para el que cree. Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,22-24).

Posiblemente muchos de nosotros hayamos pedido muchas cosas al Señor pero ¿le hemos pedido alguna vez “Señor aumenta nuestra fe”? Si nos examinamos debidamente puede que seamos creyentes, pero nuestra fe resulta demasiado pobre, insuficiente como para orientar y animar nuestra vida. También pudiera darse que con la costumbre nuestra fe debe purificarse porque también se va degenerando y necesita limpiarse de demasiadas adherencias que la deforman, cosas que no son del querer de Dios, sino del enemigo, como la mala hierba  o la cizaña (Mt 13,24).

Jesus pregunto a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le dijo: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la maligno no prevalecerá contra ella” (Mt 16,14-18).
¿Cuál es la concepción de Dios que tenemos? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Acaso no es cierto que hemos deformado demasiado la imagen de Dios? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen de Iglesia? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la imagen del mismo Jesús y de su Evangelio? ¿Acaso no hemos deformado demasiado la misma concepción de Dios autentico para creer en un dios de nuestra conveniencia? Y ¿Dónde quedo el Dios que Jesús nos presenta? Sería conveniente y muy urgente pedir al Señor: aumenta nuestra fe para que dejemos de vivir en ese dios de nuestros caprichos y vivamos en el Dios autentico que Jesús nos ha revelado.

 Cuando la fe en Dios es fuerte, entonces, entonces sencillamente pasas cosas extraordinarias en nuestra vida, asi por ejemplo tenemos la fe del centurión que dijo: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará… Y Jesús dijo al centurión: Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento” (Mt 8,8-13). Pero también muchos querían que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto de Jesús, y todos los que lo tocaron quedaron curados (Mt 14,36). “Una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias… Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal” (Mc 5,25-29).

Es posible que muchos de nosotros también le pidamos “que nos aumente la fe”, que nos “dé más fe”. La fe no es cuestión de “cuánta” tenemos, sino de “cómo” es la que tenemos. Lo importante no es la cantidad de fe, sino la “calidad de nuestra fe”. Porque podemos pensar que creemos y que tenemos bastante fe, pero una fe de escasa calidad, nuestra fe no transmite vida. La fe de mama, o papa o la abuela tuvo su tiempo, ahora nuestros tiempo requieren de una fe más acorde a nuestra realidad. Y quien te dijo que la fe se queda petrificada en el pasado y como cosa de historia?.

Tenemos fe en sus doctrinas. Tenemos fe en lo que se nos dice. Pero lo que realmente necesitamos es “reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en la persona de Jesús. Lo importante no es creer en cosas que bien puede darnos Jesús, sino creer en Él.

Para tener más fe en Jesús, necesitamos conocerle más a Él, y cómo conoceremos más Jesús si no gustamos experimentar su presencia en nuestras vidas que empezará por leer su palabra, orar con su palabra, meditar en su forma de vida, es decir sentir la dulzura en el alma por vivir en Jesús. Pero no se trata de un conocimiento de sus doctrinas, que luego vendrán por su pie, sino de conocerle como se conocen a las personas. No conocemos a las personas por sus ideas, sus teorías o por el lugar que ocupan, donde viven y de donde vienen. A las personas las conocemos cuando entramos dentro de ellas, las vemos por dentro y nos fiamos de ellas, confiamos en ellas, y hasta somos capaces de entregarles nuestras vidas. ¿Acaso el matrimonio no es un fiarnos el uno del otro hasta entregarle nuestra vida “hasta que la muerte nos separe, en la alegría y la tristeza, en la riqueza y pobreza, en la salud y en la enfermedad” (forma de consagración conyugal)? “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).


Puede que seamos creyentes, pero hasta donde nos sentimos atraídos por la persona de Jesús. ¿Hasta dónde nos fiamos plenamente de Jesús? ¿Hasta dónde somos capaces de dar nuestras vidas por El? La cantidad está bien para el dinero, más para la fe lo que se necesita es calidad, de lo contrario no llegará ni siquiera a un diminuto “grano de mostaza”. Mejor dicho con la forma de fe como tenemos, nos es fácil seguir a un Jesús “el súper héroe” o un  Jesús una tanto ceñido de nuestras fantasías y por el contrario nos es difícil seguir a un Jesús que tiene que someterse a manos de sus enemigos y ser muerto. Pedro le confiesa orgulloso como el Mesías de Dios como el cree tener a su gusto. En cambio, cuando Jesús les habla de su muerte, la fe de Pedro se viene abajo y hasta recibe una buena reprimenda (Mt. 16,21-23). En tal contexto, ¿cómo no va a ser necesario que nos aumente la fe para re-direccionar o purificar nuestra fe de esas fantasías que nos despoja del ser  autentico de Dios?

El poder de la oración: Los discípulos un día le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y no es que no supiesen orar, sabían orar como se oraba en el Antiguo Testamento. Lo que necesitan es aprender a orar con la nueva visión de oración ceñida en el Nuevo Testamento. Sabían orar como habían aprendido en la Ley, ahora quieren aprender a orar como oraba Jesús. Jesús les advierte que la fe del formalismo o de la ley como esa fe de los fariseos no tiene sentido en el seguimiento a Jesús. La ley mata más el espíritu da vida dirá San Pablo (II Cor 3,6).

No hay fórmulas efectivas de oración, pero Jesús nos da algunas pautas de cómo podemos entablar un dialogo con Dios porque la oración es un dialogo con Dios: Cuando ustedes oren nos dice Jesús: “No hagan como los hipócritas porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mt 6,5-8).


La oración siempre ha de ser antes un agradecimiento a Dios, así por ejemplo Jesús lo hace cuando se dirige al Padre: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). O en la misma oración del padre nuestro nos dice Jesús. Ustedes oren de esta manera: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,9-10). Luego viene recién el pedido: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan” (Mt 7,7-11).

viernes, 23 de septiembre de 2016

DOMINGO XXVI - C (25 de setiembre del 2016)


DOMINGO XXVI - C (25 de setiembre del 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 16,19 - 31:

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.

Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama." Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y Uds. se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a hacia Uds, no pueden; ni de ahí puedan pasar donde nosotros."

“Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Le dijo Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." Él dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en la fe Paz y Bien.

¿Recuerdan el mensaje del domingo anterior? El Señor terminaba su enseñanza diciéndonos algo importante: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero” (Lc 16,13): La única forma de servir a Dios es amando al prójimo (Mc 12,28-31). Y de otra forma es sirviendo al “dios dinero”, es decir vivir envuelvo en el egoísmo o indiferencia (Lc 16,19). Estas actitudes opuestas se nos describe en: “El Rey dirá a los de su derecha: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos. Luego dirá a los de la izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber” (Mt 25,40-42). Jesús no rechaza ni condena la riqueza, sino el mal uso de la riqueza (indiferencia del rico, Lc 16,19);  es decir, el Señor no condena al rico, sino la actitud indiferente hacia el pobre. Porque, quienes son de Dios sabrán amar como Él nos amó, por tanto sabrán compartir con los pobres. En esto nos reconocerán que somos  los discípulos del Señor (Jn 13,34).

Me viene a la memoria aquella pregunta que hacen a Jesús: “ Señor, serán pocos los que se salven? (Lc 13,23). Y San Pablo describe lo que en el corazón de Jesús ronda la respuesta a esta pregunta: “Dios salvador nuestro quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad” (I Tm 2,4). Pero como vemos en el relato y enseñanza de hoy, Jesús nos describe que no será así,  es decir que, no todos se salvaran porque no todos aceptaran esta oferta de Dios cual es vivir en el amor unos a otros (Mc 12,28-31). Esta parábola de hoy (Lc 16,19-31) nos describe dos realidades distintas en el que un día tenemos que sopesar o afrontar: O bien seremos o serás recibido en el seno de Abraham  que es el cielo (Lc 16,22) o serás recibido en el abismo que es el infierno (Lc 19,23). Reitero no por ser rico estaremos en infierno o por ser pobre en el cielo, sino de como hicimos el uso de los bienes y la vida en el amor la honradez. El rico de la parábola de hoy no está en el infierno por ser rico sino por no saber compartir, el pobre Lázaro no está en el cielo por ser pobre, sino por vivir en la honradez, prefirió vivir mendigando que robando.

Se han preguntado alguna vez y por lo menos por mera curiosidad de ¿cómo será el cielo y cómo será el infierno? Son preguntas que en teología se llama preguntas del orden escatológico que corresponden a realidades postrimeras o realidades después de la muerte física. Pues, aquí Jesús, hoy nos presenta y nos da algunas pautas de cómo es el cielo  y cómo es el infierno, las posibles moradas del alma nuestro. Digo posibles en el sentido que, o estaremos un día en el seno de Abraham, recibiendo consolación (cielo, Lc 16,25) o en el seno del abismo, en medio de tormenta de fuego (infierno, Lc 16,24). No podemos estar en los dos y o estar fuera de esas dos realidades. Para nuestra vida futura, vida del alma no hay otra tercera posibilidad, es decir pasar un momento en el abismo, otro momento en el cielo, o escapar de estas dos realidades. Eso es imposible dice Jesús en su explicación de hoy (Lc 19,26). Ahora recordemos otra vez la pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven? (Lc 13,23) y ¿cómo hacer que nos salvemos del infierno y no estar a lado del rico? Pues, a Jesús le interesa hacernos entender esta realidad mediante esta parábola.

Para deslindar esta parábola maravillosa conviene destacar: Primero, un rico que se da una vida de señor y amo por sus bienes materiales (Lc 16,19). Vive una vida en la que “no le falta nada”. Vendría bien citar aquello que se dijo el rico: “Hombre tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc 12,19). Bueno, eso de nada le falta lo ponemos entre comillas porque es una vida en la que falta todo para heredar la vida verdadera y eterna. Vive una vida en soledad porque los bienes materiales no le dan calor humano que toda persona requiere. Segundo, el rico (Lc 16,19) como no es incapaz de mirar más allá del portón de su casa (egoísmo), no tiene nombre. En cambio, Jesús pone nombre al pobre: Lázaro (Lc. 16,20). Es que la pobreza hecho fantasma o sea sin rostro humano a nadie alude. Y Dios no es fantasma. Dios tiene nombre, es un hombre (Lc 24,39), tiene rostro y como tal quiere amar al hombre con rostro humano y no al hombre con máscaras o fantasmas.

Una simple puerta (egoísmo que enceguece y es igual al infierno) puede impedir (Lc 16,20) ver a los que están fuera sumergido en miseria, impiden ver el hambre de los que están al otro lado. Impiden ver las necesidades de los demás. Esta puerta es pues, el ego del hombre que será también la puerta que impedirá que un día pueda pasar de las tinieblas o del fuego ardiente hacia la vida celestial (Lc 16,26).

Conviene resaltar el estilo y trato de Jesús. No tiene palabras de condena para el rico, prefiere presentarnos la triste realidad y que sea ésta la que toque nuestro corazón rompiendo el muro o la puerta del ego. Porque no es condenando como se solucionan los problemas. El único camino para solucionar el sufrimiento de los demás es ponerle rostro al hambre. Ponerle un corazón de carne en lugar del corazón de piedra (Ez. 36,26).

A la pregunta de, si se salvaran pocos o muchos (Lc 13,23), el problema no está en que pocos o muchos puedan vivir espléndidamente. El problema tampoco está en los que viven sumergidos en la miseria. El problema que molesta mucho a Dios es la indiferencia con que el hombre actúa en relación a los demás (Mt 25,40-43). Tal vez sin pretenderlo, todos tengamos muchos muros o puertas en nuestro corazón que nos impiden ver la pobreza de quienes se sentirían felices con lo que a nosotros nos sobra. Con esta forma de vida no podemos decir que amamos a Dios. Porque bien lo dice Juan: “Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,7-8). Si no amamos como Dios nos ama no podemos decir que somos de Dios. “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (I Jn 4,20). El amor en Dios no es bonita teoría y muy romántica, no. Juan dice: “No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas” (I Jn 3,18-20).

Entre el rico y el pobre “se abre un gran abismo” (Lc 16,26): Como ya hemos dicho; Jesús, no condena la riqueza, no condena los esplendidos banquetes que pudiéramos darnos y ojala fueran todos los días. El gran problema de la humanidad no es el ser ricos y tener mucho. El problema de la humanidad es la vida envuelto en el egoísmo y eso es lo que Dios condena: la actitud que asumimos hacia los demás. Cuando no tenemos capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los otros. Cuando vivimos indiferentes ante el hambre de los demás. Cuando no nos importan los problemas de los demás. Cuando no nos importan las lágrimas de los demás. Cuando los sentimientos de los otros no dicen nada a nuestro corazón de piedra (Ez 36,26). La indiferencia es la actitud de quienes viven en el “egoísmo, encarcelados o esclavos de su yo” y no se enteran de que también existen los demás. La indiferencia es la manera de matar y hacer que solo nosotros existimos. Pero esta forma de vida no durara por siempre, el placer, la seguridad que ofrece los bienes materiales no trasciende, se agota.

La única forma de romper el ego que nos aísla del amor de Dios es aquella forma de vida que Jesús nos enseñó: “Ámense unos a otros como os he amado” (Jn. 13,34). Pero ese amor del que nos habla y manda Jesús no es de mero subjetivo, sino un amor encarnado (Jn 3,16). Y la única forma de no caer en el amor subjetivo o teórico es comprender la respuesta que Jesús dio un día al joven rico que preguntó ¿Cuál es el mandamiento principal? Y Jesús respondo: "El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). La única forma de no estar a lado del rico del evangelio de hoy que padece tormento de fuego es saber amar a Dios y al prójimo, mejor dicho amando al pobre es como se ama de verdad a Dios. Pero mucho cuidado, no nos vaya a pasar aquello del joven rico a quien dijo Jesús: “Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El joven rico, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios” (Mc 10,17-23).

En la parte final no puedo cerrar mi reflexión de este domingo sino es antes haciendo una mención especial a nuestro seráfico Padre San Francisco de Asís, que es el santo que entendió perfectamente el evangelio de Jesús y supo desprenderse todo los bienes materiales repartiéndolo entre los pobres y solo vivir para el Señor. San Pablo puede resumir la vida del pobrecillo de Asís de esta forma: “Yo en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir solo para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Y aquello respecto al despojo de bienes materiales: “A causa del Señor, nada tiene valor para mí. Todo los considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8). Al final de su vida San Francisco de Asís, recibió como premio la estigmatización, las santas llagas del Señor: “Ahora en adelante, que nadie me venga con molestias: porque yo llevo en mi cuerpo las huellas de Cristo pobre y crucificado” (Gal 6,17).


Recordemos el Papa Nº 266 de nuestra Iglesia católica y Romana por qué escogió este nombre de Francisco, sino es por todo cuanto significa para la Iglesia este santo, llamado con justa razón EL HERMANO UNIVERSAL: “Desde luego, algunos – Dice el Santo Padre- no sabrán por qué he decidido llamarme Francisco. Os voy a contar una historia... Comenzó diciendo cómo durante el Cónclave estaba sentado en la capilla Sixtina junto al cardenal brasileño Claudio Humes, ex arzobispo de São Paolo y ex prefecto de la Congregación para el Clero. Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, los cardenales rompieron a aplaudir." Humes me abrazó, me besó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entró ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador. Y en este momento con el creador no tenemos una relación tan buena!, indicó con una sonrisa cómplice. "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" Como lo quiso san Francisco de Asís, el Hermano pobrecillo de Asís.