martes, 25 de febrero de 2020

I DOMINGO DE CUARESMA - A (01 de marzo del 2020)


I DOMINGO DE CUARESMA - A  (01 de marzo del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 4,1 - 11:

4:1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
4:2 Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
4:3 Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
4:4 Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
4:5 Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo,
4:6 diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos  para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
4:7 Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
4:8 El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,
4:9 y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".
4:10 Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
4:11 Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). ¿Cuál es la mayor tentación del hombre? Hoy, la mayor tentación del hombre es sentirse igual a Dios: “La serpiente dijo a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5).

Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!» (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mr 1,15).

“Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4). “Uds me darán culto solo a mí y yo bendeciré tu pan y tu agua. Y apartaré de ti todas las enfermedades” (Ex 23,25). “No te postrarás ante esos dioses(falsos) ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian” (Ex 20,5). Estas citas del A.T. nos recuerdan que Dios es único. Pero alguien dividido o apartado de Dios que se hace igual a Dios es precisamente el demonio.

En este primer domingo de la cuaresma, llamado el domingo de la tentación, Jesús sufre tres fuertes tentaciones. Que son las tres grandes tentaciones tuyas y mías, de la Iglesia y de la sociedad. Tentaciones que están latentes a cada momento de nuestra vida terrenal.

1) La tentación de que Dios solucione el hambre del mundo: El tentador, acercándose a Jesús le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,3-4). Episodio que nos recuerda al pueblo de Israel en el desierto: “El pueblo de Israel partió de Elim, y el día quince del segundo mes después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea» (Ex 16,1-3).

2) La tentación del exhibicionismo y la admiración: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"» (Mt 4,6-7). Otra escena que nos recuerda la tentación del pueblo de Israel torturado por la sed: Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber». Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué tientan al Señor?». Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?». Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?». El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo» (Ex 17,1-6).

3) La tentación de hacernos dueños del mundo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"» (Mt 4,9-10). Esta escena nos recuerda otra escena del desierto: Cuando el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor de Aarón y le dijo: «Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto» Aarón les respondió: «Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí». Entonces todos se quitaron sus aros y se los entregaron a Aarón. El recibió el oro, lo trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido. Ellos dijeron entonces: «Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto». Al ver esto, Aarón erigió un altar delante de la estatua y anunció en alta voz: «Mañana habrá fiesta en honor del Señor». Y a la mañana siguiente, bien temprano, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y después se levantó para divertirse. El Señor dijo a Moisés: «Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: «Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto». Luego le siguió diciendo: «Ya veo que este es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación» (Ex 32,1-10).

No olvidemos que este episodio de la tentación del Señor sucede después del bautismo: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17). Es decir, Jesús empieza a compartir la experiencia de nuestra vida humana con todo lo que es e incluso la experiencia del Pueblo de Dios en la escena de la salida de la esclavitud.

Dios es quien toma la iniciativa de  hacerlo salir de esclavo a un pueblo libre. Es Dios que lo lleva al desierto y lo acompaña en su andar. Ahora es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. El desierto es camino de libertad, pero también camino de tentación. El Evangelio reúne en una sola escena todas la tentaciones. El Pueblo vivió la tentación de regresar a la esclavitud. Jesús es tentado de todo aquello que lo puede desviar de los caminos de Dios.

La Cuaresma es un tiempo de búsqueda de la libertad pascual en base al ayuno, oración y la caridad (Mt 6,2-16). Aunque nosotros tenemos la tentación de sentirnos bien con nuestras esclavitudes, la tentación de renunciar a nuestra libertad. Cada uno sabe de qué esclavitudes Dios lo quiere sacar. Cada uno sabe que la esclavitud del pecado está maquillada de bondad y belleza. El pecado tiene mucho de maquillaje. Se presenta como algo bueno y termina destruyéndonos. El pecado se presenta como algo sabroso y termina amargándonos el corazón. ¿Hemos hecho la prueba de cómo vemos el pecado antes y cómo lo vemos luego de caer?

Comencemos viéndonos como peregrinos hacia la Pascua. Peregrinos de la libertad. Peregrinos de la resurrección. Salgamos juntos de nuestra escena de la esclavitud Egipto, para encontrarnos juntos en la tierra gozosa de nuestra Pascua. Dejemos liberar de nuestras cadenas de la esclavitud que cada uno tenemos. Y hoy podemos comenzar; esos cuarenta días de camino hacia la Pascua. Y comenzamos con una experiencia que nos sorprende: con un Jesús tentado en el desierto, con un Jesús experimentando esas luchas internas de cada uno de nosotros. Es una experiencia de cuarenta días en los que Jesús hace la experiencia de su pueblo, hace la experiencia de nosotros, hace la experiencia de su condición humana.

Una de esas tentaciones más peligrosas, porque la peor tentación es lo de no creerse tentado. La peor tentación es no tomar conciencia de que estamos tentados, ¿Cómo sanar al que no se cree enfermo?. Y al respecto, nuestras mayores tentaciones son: Creer que nosotros somos buenos y no necesitamos de la ayuda de nadie. Creer que la santidad no es para nosotros. Creer que no necesito de la Iglesia porque también ella está cargada de defectos. Creer que no necesito confesarme porque no tengo pecado y, en todo caso, el confesor también es pecador. Creer que no necesito de los demás porque yo me basto a mí mismo. Creer que basta ser bueno y puedo prescindir de los demás: Me basta el amor a Dios sin necesidad del amor al prójimo. Creer que la Cuaresma no me va a cambiar. No tomar en serio nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua y, por tanto, no tomarnos en serio a notros mismos.

No olvidemos que no hay Cuaresma sin cambio o conversión. Cambio que tiene que nacer del corazón y no de meras superficialidades. Así nos deja notar Dios por el profeta: «Uds. se quejan y dicen ¿Por qué ayunamos a tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque ustedes –dice Dios- el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo? Acaso se trata solo de doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el saco de ceniza: ¿a eso llaman ayuno y día aceptable al Señor? ¿No saben cuál es el ayuno que me gusta? El ayuno que yo amo –oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!» (Is 58,3-9).

 La tentación que Jesús sufre como hombre verdadero, nos permite y enseña, hasta donde somos capaces de llegar y saber optar por nosotros mismos como Hijos de Dios, que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn1,26). Nos permite también saber medir nuestros actos en la libertad de ser hijos de Dios, saber optar por Dios o por el Diablo: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlo. Yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Dt.30,15-20).

viernes, 21 de febrero de 2020

DOMINGO VII - A (23 de Febrero del 2020)


DOMINGO VII - A (23 de Febrero del 2020)

Proclamación del Santo evangelio según San Mateo 5,38 - 48:

5:38 Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
5:39 Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
5:40 Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;
5:41 y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
5:42 Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
5:43 Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
5:44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
5:45 así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
5:46 Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
5:47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
5:48 Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. PALABRA DE DIOS.

REFLEXION

Queridos amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

En el evangelio de hoy Jesús aborda el tema de la moral del A.T: La ley del talión (Mt 5,38-42): “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente” (Dt 19, 21) y la moral del N.T: la ley del amor (Mt 5,43-48). Y concluye: “Sed perfecto como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

1.- Dijo Jesús: “Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38). Efectivamente, en el A.T. se lee: “Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo así se le hará: Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le hará la misma lesión que él haya causado a otro” (Lev 24, 19-20). Con este modo de proceder evoca “hacer la justicia con sus manos” y eso no lleva a la vida en justicia y paz (Mt 5,6-9). Jesús dice: “Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5:39).

2.- Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43; Lev 19, 18). Y Jesús nos dice hoy: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt 5,44); para ser hijos de Dios. Porque Dios hace brillar el sol sobre justos e injustos. El modo de actuar nuestro desde un saludo debe reflejar el modo de actuar de Dios. Así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Por lo tanto “sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (M 5,48).

Jesús en su enseñanza en el domingo anterior nos invitaba ver y entender de una manera nueva la ley de la convivencia y nos decía: “han oído que se dijo… pero yo les digo” (Mt 5,21)… Hoy complementa su enseñanza con estas palabras. Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,44-48).

El evangelista San Juan puede muy bien resumirnos la enseñanza del evangelio de este domingo en estos términos: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35).

Quien sabe amar como Dios nos ha amado en su Hijo Cristo Jesús, ¿será capaz de vivir en la ley moral del pasado: "Ojo por ojo y diente por diente"? (Mt 5,38). O ¿Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo? (Mt 5,43). ¿Cómo andan nuestras relaciones con los otros? Que en el fondo es también preguntarnos quién es el otro para nosotros. ¿Un amigo? ¿Un enemigo? Y si tengo enemigos ¿Qué hago para revertir que tenga más enemigos? Recuerda lo que ya nos dijo en otra ocasión el Señor:

“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” (Lc 6,36-38). Porque si no sabemos perdonarnos, ¿no estaremos viviendo en la misma ley de talión que hoy Jesús descalifica?: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,38-39).
Jesús sigue con el mismo paralelo del “han oído que se dijo”… “pero yo les digo”. Es decir, el antes de Jesús y el después de Jesús, que traducido en nuestras vidas pudiera ser: “Yo antes de conocer a Jesús” y “yo después de conocerle a Él y aceptarlo en mi vida, acepto sus enseñanzas: ámense unos a otros como yo le he amado” (Jn 13,34). 

En realidad, el Evangelio que hoy proclamamos pudiera ser el camino de la paz, de la armonía social, de entendernos como hermanos. Puede que las afirmaciones de Jesús choquen con nuestras mentalidades y nuestros criterios, pero son los que mejor expresan el nuevo mundo, el reino de Dios. Porque eso de “ojo por ojo y diente por diente”, es un sistema donde prevalece la fuerza. Si te respondo con lo mismo que me has hecho, ganará el que pueda más; pero si en vez de enseñarte mi ira, soy capaz de responderte con amor, misericordia y caridad las cosas cambian.

Si se trata de odiar a mi enemigo, nos quedamos en ese pobre sistema de relaciones que más parecen una pelea de boxeo que un saber buscar caminos de encentro. En cambio, si logramos amar a nuestros enemigos, es hacer amigos de los enemigos. Es convertir el mundo en una sociedad de amistad. Porque, si solo saludamos a los que nos saludan quedamos todos a la misma altura. ¡Qué lejos quedamos de ese ideal que nos propone Jesús hoy! “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto.” (Mt 5,48). Buena diferencia entre tener a Dios Padre como modelo nuestro o tener como modelos a los poderosos, a los que cada día nos amenazan con sus armas. Digamos, que no podemos quedarnos en el mundo que vivimos y tenemos que construir un mundo nuevo de amor.

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor (I Jn 4,8), y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él (I Jn 4,16). La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él. En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.  “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (IJn 4,20).

Antes se dijo “ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38), es decir, trata de los demás como los demás te tratan a ti. Hoy como los jóvenes dicen: “El que me la hace me la paga.” Si tú me odias, yo te odio. Si tú hablas mal de mí, yo hablo mal de ti. Si me has hecho algo malo, me respuesta hacerte otro tanto a ti. No le hablo porque me hizo mucho daño. No le trato porque me hizo quedar mal ante los demás. No quiero saber nada con él porque en tal fecha me hizo sufrir. ¿No suele ser esta nuestra reacción? Hasta es posible que pasen los años y sigamos con un corazón lleno de resentimientos, rencores y odios. ¿Qué es que lo conseguimos con ello? Tres cosas muy sencillas. 1) Con nuestros resentimientos de hoy no cambiamos el pasado de lo que nos hicieron. 2) Llenar nuestro corazón de amargura. Es posible que en el pasado nos hayan hecho sufrir, pero ahora sufrimos por culpa nuestra recordando el pasado. Así vivimos amargados toda la vida. 3) Cuando respondemos con la misma ofensa, terminamos siendo iguales a los que nos han ofendido. Y todo eso, humanamente nos parece “Bien”.

Hoy, no es esta la actitud que nos pide Jesús porque Él no vino a actualizar el pasado, sino a cambiarlo. El mal no se vence con el mal. El odio no se suprime con el odio. Las ofensas no se suprimen con más ofensas. Jesús quiere cambiar el mundo, quiere cambiar las actitudes, quiere cambiar el modo de tratarnos los unos a los otros. Por eso nos viene a decir: “No devolver el mal por el mal”, sino vencer el mal por el bien. Viene a evitar que haya enemigos mediante el cambio de nuestra actitud para con ellos. No viene a vencer a los enemigos siendo más fuertes que ellos. Al contrario, Jesús nos viene a decir que el mal solo se vence con el bien; que el odio solo se vence con el amor; que el resentimiento solo se vence con la comprensión. Se trata de una nueva visión del mundo. Una nueva visión del trato de los unos con los otros. Una nueva manera de relacionarnos. No construimos la paz con más guerra. No construimos un mundo más fraterno con más enemistades. Un mundo nuevo solo se cambia con corazones nuevos. Un mundo distinto solo es posible con hombres distintos.

Esta nueva visión o ley moral no es superior a nuestra capacidad como Dios mismo nos lo dice: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: ¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas y la pongas en práctica” (Dt 30,11-14). Por tanto, la única estrategia para alcanzar el cielo es la santidad (Lv 11,45) y la santidad tiene su fundamento esencial cual es vivir en el amor de Dios y el amor al prójimo (Mc 12,38). Trata a los demás como ellos quieren que te traten (Mt 7,12). “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Mt13,8).

lunes, 10 de febrero de 2020

DOMINGO VI T.O. - A (16 de Febrero del 2020)


DOMINGO VI T.O. - A (16 de Febrero del 2020)

Proclamación del Evangelio San Mateo 5,17-37.

5:17 No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
5:18 Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
5:19 El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
5:20 Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
5:21 Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, será condenado por el tribunal.
5:22 Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, será condenado por el tribunal. Y todo aquel que lo insulta, será castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, será condenado a la Gehena de fuego.
5:23 Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
5:24 deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
5:25 Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso.
5:26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
5:27 Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio.
5:28 Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
5:29 Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
5:30 Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
5:31 También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio.
5:32 Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
5:33 Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor.
5:34 Pero yo les digo que no juren de ningún modo ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
5:35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; Isaías 66, 1 ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey.
5:36 No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
5:37 Cuando ustedes digan "sí", que sea sí, y cuando digan "no", que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Hoy el mensaje del evangelio aborda varios temas:  1) Jesús ante la ley: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17). 2) El homicidio: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, será condenado por el tribunal. Pero yo les digo…” (Mt 5,21). 3). El adulterio: “Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo... “ (Mt 5,27). 4) El divorcio: “Ustedes han oído que se dijo el que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo…” (Mt 5,31). 5). El juramento: “Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo…” (Mt 5,33).

Para nuestra reflexión conviene resaltar tres aspectos:

1) Recordemos la ley de los diez mandamientos que el pueblo de Israel tiene que cumplir porque fueron dadas por Dios a Moisés ( Ex 31,18; 20,1-17). Luego en el N.T. se nos dice: “La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él. Es más fácil que dejen de existir el cielo y la tierra, antes que deje de cumplirse una coma de la Ley” (Lc 16,16-17). Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20,21). Jesús les dijo: “Si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

2) Un escriba pregunta a Jesús: "¿Cuál es el primero de los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;  y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos" (Mc 12,28-31). En suma: Porque Dios es amor (I Jn 4,8). Y el amor a Dios tiene que pasar por el amor al hermano: “Quien dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 14,20).

3) Quien vive en el amor de Dios ama a su prójimo por tanto: la nueva ley es como el Señor mismo nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35). Y el que sabe vivir en el amor a Dios, acepta el mensaje de Dios integro tanto del A.T- y N.T. porque se complementan. Opta por la vida y no atenta contra el quinto mandamiento. Que nos dice no mataras, y el sexto mandamiento: No cometerás adulterio. No atentará contra el primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas y menos contra el segundo que nos dice: No levantaras el nombre de Dios en vano.

Jesús no viene a abolir la Ley del Antiguo Testamento. Al contrario, la viene a perfeccionar pasando por una exhaustiva purificación, porque a lo largo del tiempo nosotros la hemos deformado y una ley deformada ya no sirve ni para ser imagen de Dios (Gn 1,26), ni para convivir como hermanos (Jn 13,34). O recordemos este episodio: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Is 61). Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,18-20).

Nos dice también que, no basta ser como los demás, no podemos ser como los escribas y fariseos: “Les aseguro que si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20).  Con frecuencia, nosotros nos medimos según la medida de los demás, pero para Dios cada uno tiene su propia medida. No basta que yo sea como los demás, sino que tengo que dar la talla que Dios ha pensado para mí. No pensemos que Dios nos exige cosas imposibles, así no es: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: ¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt 30,11-14).

Jesús sitúa la nueva ley en el corazón del hombre. Un buen día preguntaron a Jesús: Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?”. Jesús respondió: “El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos” (Mc 12,28-31). Quien sabe amar, no sabe lo que es matar. Hasta llega a hacer una afirmación que para nosotros pudiera parecernos extraña. Yo diría que la reconciliación, la amistad y el perdón están por encima del mismo culto o, dicho de otra manera, son una especie de culto. No se puede acercar uno al altar, si en su corazón lleva el veneno de la enemistad con su hermano. Mejor damos vuelta atrás, amistamos y nos perdonamos y recién ahora podemos acercarnos al altar (Mt 5,23).

Jesús nos invita a ver y entender de una manera nueva la ley: “han oído que se dijo… pero yo les digo” (Mt 5,21)… Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,44-48).

Solo Cristo Jesús es el modelo de la humanidad. Nadie es modelo de lo que tenemos que ser, sino solo Jesús. La vida de los demás puede despertar alicientes como también puede despertar apatías. Jesús es bien claro en esto: “Les aseguro: Si no son mejores que los escribas y fariseos, no entraran en el reino de los cielos” (Mt 5,20). En aquel entonces, los modelos de religiosidad eran tanto los escribas como los fariseos. Digamos que eran los buenos, los santos según la Ley, pero sus vidas no eran suficientes para ser modelos de santidad en el nuevo Reino que predicaba Jesús. Jesús era de los que caminaba contra la corriente, contra la costumbre, contra la tradición, contra lo que consideraban el camino y la voluntad de Dios, su misión fue marcar un camino diferente, un camino contracorriente.

El gran peligro que todos corremos es querer ser como los demás, como los otros. El qué dirán los demás tiene una tremenda fuerza dentro de nosotros. El qué dirán o pensarán los demás tiene el poder de marcar y señalar nuestras vidas. Los demás tienen una enorme fuerza en nuestras vidas. “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano” (Lc. 18,11). ¿Quién de nosotros no ha experimentado esa fuerza en su vida en compararse con los demás? ¿Qué pensarán de nosotros? Porque nuestro prestigio está no en lo que pensamos nosotros ni, muchas veces en lo que pueda pensar Dios, sino en lo que “piensan los otros”.

Hablamos como hablan y de lo que hablan los demás. No podemos llamar la atención. Tenemos miedo a lo que dirán de nosotros. Vestimos como visten los demás. No podemos sentirnos marginados. Hay que ser como todos. Compramos lo que compran todos. Hay que estar al día y a tono con los demás. Nos divertimos como se divierten todos. Nadie quiere pasar por un aburrido. Hoy Jesús nos dice otra cosa: "Si no son distintos y mejores que los demás, no podrán entrar en el Reino de los cielos” (Mt 5,20).

Si la humanidad de hoy busca modelos que seguir entre los hombres de hoy se equivoca. Cree que prescindiendo de Dios o escapando de Dios le va mejor, pues no es cierto. Mejor te miras en el espejo de Jesús y del Evangelio. Por eso, no podemos juzgar a los demás ni considerarnos menos ni más que los demás. Ante Dios somos únicos. “El hombre es tanto ante Dios y no más” (San Francisco de Asís).

miércoles, 5 de febrero de 2020

DOMINGO V T.O. - A (9 de febrero del 2020)

DOMINGO V T.O. - A (9 de febrero del 2020)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 5,13-16:
5:13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
5:14 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
5:15 Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
5:16 Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,44). “Yo soy la luz del mundo,  el que me sigue no camina en tinieblas si no que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Quien crea y se bautice se salvara, quien se resista en creer será condenado” (Mc 16,15). En el bautismo recibimos la luz de la gracia. ¿Cómo encender esa luz para que brille en nosotros y para los demás? San Pablo nos da un buen consejo: “No apaguen la acción del Espíritu Santo; no desprecien las enseñanzas de la escritura; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Apártense de todo lo malo” (I Tes 5,19-22).

Como vemos, el mensaje que el evangelio hoy nos transmite es: “Brille así su luz delante de los hombres, mediante sus buenas obras para glorificar a su Padre que está en el cielo” (Mt 5,16). ¿Por qué es necesario que brille nuestras obras? Para que como dice el mismo Señor: “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos a los que obraron en el mal, y los arrojarán en el horno encendido. Allí será el llanto y rechinar de dientes. Pero los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! (Mt 13,40-43). San Pedro agrega: “Lleven una vida ejemplar en medio de los que no conocen a Dios; de este modo, los mismos que ahora los calumnian como a malhechores, al ver sus buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su Visita” (I Pe 2,12).

¿Cómo hacer que brillen nuestras buenas obras delante de los hombres? Siendo la sal que da sabor a la comida (Mt 5,13), siendo luz para los demás (Mt 5,14). Y como el domingo anterior hemos meditado cuando el Seños nos ha dicho: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt 5,6; Is 55,1; Ap 21,6); “Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt 5,10; I Pe 3,14). Y además: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,7-9).

“Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12). Incluso nos dice: “El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir” (Mt 10,21). Y como si esto fuera poco: Todos les odiaran por mi causa, pero el que persevere hasta el final se salvará” (Mt 10,22).

Para ser files al Señor aun a costa de nuestra vida se requiere: Empaparnos de la palabra de Dios para conocerlo, así nos lo recuerda el salmista: “Qué dulce es tu palabra para mi paladar, más dulce que la miel” (Slm 118,103). “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, una luz en mi camino” (Slm 118,105). “Yo amo tus mandamientos y los prefiero más que el oro fino” (Slm 118,27). El mismo evangelio nos dice en los amigos de Emaús: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32).

Para nuestra reflexión pastoral: Como vemos, el Evangelio de hoy está contextualizado entre la luz del sol que alumbra e ilumina y el alimento del pan material. Si alguien creía que Jesús no sabía de cocina se equivoca. Jesús sabía de cocina y no le gustaban las comidas sin sal. Me supongo que más de una vez fue testigo de cómo su Mamá María echaba la sal en los pucheros y como a Él le encanta hablar desde las realidades de la vida, hoy nos hace una llamada bonita: “Uds son la sal de la tierra” (Mt 5,13). “Uds son la luz del mundo”(Mt 5,14) Entre la sal que tiene que ver con el mundo interior de uno y la luz que tiene que ver con el mundo exterior. Dos imágenes bien gráficas y bonitas para expresar la misión y el sentido de la vida del creyente en el mundo y, por lo demás, bien actuales.

¿Quién no conoce la sal y la función de la misma? Da sabor, da gusto a la comida. Por algo decimos cuando alguien dice en son de broma: está en una vida “sin sal”. Sólo que a nosotros no nos dicen que seamos sal para la comida sino “sal para el mundo”. No es lo mismo darle gusto y sabor a la comida que darle gusto y sabor a la vida y al mundo. Frente a un mundo sin sabor y que carece de sentido, alguien tiene que darle al mundo algo sabroso, algo que dé gusto vivir en él. Ser sal es darle sabor a la vida, una vida que uno la vive gozosa y feliz y siente ganas de vivir. Esta es nuestra misión de cristianos, hacer que la vida tenga sentido, hacer que la gente viva a gusto.

¿Quién no conoce lo que es la luz? Posiblemente una de las cosas que más nos fastidia es cuando sufrimos un apagón o simplemente se nos fue un fusible. Acostumbrados a la luz, ya no sabemos vivir a la luz de una vela o un candil.
Esta es la misión también del cristiano y de la Iglesia, iluminar, alumbrar. ¿Recuerdan a aquel ciego que durante la noche caminaba con una linterna encendido? Alguien le preguntó por qué llevaba la linterna si él no veía. La respuesta fue linda: “Pero así puedo hacer que usted vea mejor el camino.” En la vida y en el mundo hay demasiadas sombras y oscuridades. Alguien tiene que ser luz para que otros puedan ver. Si dejamos de alumbrar, ¿qué sentido tiene nuestra fe? Al respecto Un bueno día dijo Jesús a los fariseos: “Guías ciegos, Uds. Cuelan el mosquito, mientras se tragan un camello” (Mt 23,24). San Pablo nos agrega: “Nadie se en engañe, nadie se burle de Dios. Se cosecha de lo que se siembra, quien siembra en la carne, cosecha de la carne corrupción y muerte, quien siembra en el espíritu, cosecha del espíritu vida eterna” (Gal 6,7).

Estimados hermanos(as): Superemos esa falsa humildad de creernos menos de lo que somos. Superemos esa falsa humildad de que los demás no ven lo malo sino solo bueno que hacemos. Tarde o temprano se llega a saber todo (Mt 10,26). La luz no se enciende para esconderla, sino para ponerla sobre el candelero. Si Dios ha encendido la luz en tu vida no es para que la escondas. No se trata de hacer exhibicionismos, pero sí de manifestarnos en lo que somos.

Si soy practicante no tengo por qué hacerlo a escondidas. Si voy a Misa no tengo por qué avergonzarme ante los que no van. Si soy creyente no tengo por qué avergonzarme delante de los ateos. ¿No te das cuenta de cómo los ateos no se avergüenzan de declararse tales en público? ¿Y por qué voy avergonzarme yo de ser creyente? ¿Por qué voy a sentirme menos declarándome creyente? Yo respetaré al que no cree, pero igual derecho tengo a que se respete mi fe. No se trata de sentirme más que ellos, pero tampoco de acomplejarme ante ellos.

Si tengo que hablar del Evangelio: “No me avergüenzo del Evangelio” (Rm 1,16). ¿Por qué avergonzarme del evangelio? Cuando yo anuncio el Evangelio no lo impongo a nadie, simplemente lo ofrezco. Si hago el bien a los demás no tengo por qué hacerlo en secreto. No se trata de aprovecharlo para que me consideren más. ¿Se avergüenza el sol de brillar en el firmamento? ¿Se avergüenzan las luces de la calle por alumbrar de noche? ¿Y por qué me he de avergonzar yo de que creo en Dios, en Jesús, en el Evangelio? Con razón dice san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

martes, 28 de enero de 2020

DOMINGO IV – A (02 de febrero del 2020)


DOMINGO IV – A (02 de febrero del 2020)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas: 2,21-38

2:21 Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño Génesis y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel Mateo  antes de su concepción.
2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
2:23 como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
2:24 También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
2:28 Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
2:29 "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
2:30 porque mis ojos han visto la salvación
2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:
2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. PALABRA DEL SEÑOR.

"Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,34-35). Estas palabras Simeón, anunciando dos acontecimientos:  1) “El que cree en el Hijo, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,18-19). 2) La participación  de María en la misión salvífica del Mesías, ponen de manifiesto el papel de la mujer en el misterio de la redención. María no es sólo una persona individual; también es la "hija de Sión", la mujer nueva que, al lado del Redentor, comparte su pasión y engendra en el Espíritu a los hijos de Dios. Esa realidad se expresa mediante la imagen popular de las "siete espadas" que atraviesan el corazón de María. Esa representación pone de relieve el profundo vínculo que existe entre la madre, que se identifica con la hija de Sión y con la Iglesia, y el destino de dolor del Verbo encarnado.

María al entregar a su Hijo, recibido poco antes de Dios, para consagrarlo a su misión de salvación, María se entrega también a sí misma a esa misión. Se trata de un gesto de participación interior, que no es sólo fruto del natural afecto materno, sino que sobre todo expresa el consentimiento de la mujer nueva a la obra redentora de Cristo.

En su intervención, Simeón señala la finalidad del sacrificio de Jesús y del sufrimiento de María: se harán "a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazón" (Lc 2, 35). Jesús, "signo de contradicción" (Lc 2, 34), que implica a su madre en su sufrimiento, llevará a los hombres a tomar posición con respecto a él, invitándolos a una decisión fundamental. En efecto, "está puesto para caída y elevación de muchos en Israel" (Lc 2, 34). Así pues, María está unida a su Hijo divino en la "contradicción", con vistas a la obra de la salvación. Ciertamente, existe el peligro de caída para quien no acoge a Cristo, pero un efecto maravilloso de la redención es la elevación de muchos. Este mero anuncio enciende gran esperanza en los corazones a los que ya testimonia el fruto del sacrificio.

Al poner bajo la mirada de la Virgen estas perspectivas de la salvación antes de la ofrenda ritual, Simeón parece sugerir a María que realice ese gesto para contribuir al rescate de la humanidad. De hecho, no habla con José ni de José: sus palabras se dirigen a María, a quien asocia al destino de su Hijo.

La prioridad cronológica del gesto de María no oscurece el primado de Jesús. El concilio Vaticano II, al definir el papel de María en la economía de la salvación, recuerda que ella se entregó totalmente a sí misma (...) a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso (...) al servicio del misterio de la redención.

En la presentación de Jesús en el templo, María se pone al servicio del misterio de la Redención con Cristo y en dependencia de él: en efecto, Jesús, el protagonista de la salvación, es quien debe ser rescatado mediante la ofrenda ritual. María está unida al sacrificio de su Hijo por la espada que le atravesará el alma.

El primado de Cristo no anula, sino que sostiene y exige el papel propio e insustituible de la mujer. Implicando a su madre en su sacrificio, Cristo quiere revelar las profundas raíces humanas del mismo y mostrar una anticipación del ofrecimiento sacerdotal de la cruz. La intención divina de solicitar la cooperación específica de la mujer en la obra redentora se manifiesta en el hecho de que la profecía de Simeón se dirige sólo a María, a pesar de que también José participa en el rito de la ofrenda.

La conclusión del episodio de la presentación de Jesús en el templo parece confirmar el significado y el valor de la presencia femenina en la economía de la salvación. El encuentro con una mujer, Ana, concluye esos momentos singulares, en los que el Antiguo Testamento casi se entrega al Nuevo. Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmente importante en el pueblo elegido, pero su vida parece poseer gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama "profetisa", probablemente porque era consultada por muchos a causa de su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo la inspiración del Espíritu del Señor.

Ana era de edad avanzada, pues tenía ochenta y cuatro años y era viuda desde hacía mucho tiempo. Consagrada totalmente a Dios, "no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones" (Lc 2, 37). Por eso, representa a todos los que, habiendo vivido intensamente la espera del Mesías, son capaces de acoger el cumplimiento de la Promesa con gran júbilo. El evangelista refiere que, "como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios" (Lc 2, 38).

Viviendo de forma habitual en el templo, pudo, tal vez con mayor facilidad que Simeón, encontrar a Jesús en el ocaso de una existencia dedicada al Señor y enriquecida por la escucha de la Palabra y por la oración. En el alba de la Redención, podemos ver en la profetisa Ana a todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia de Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que realiza su eterna misericordia.

Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viven intensamente ese don divino, comparten con María y José la alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambiente. De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al hablar de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una fe que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida. La expresión de Lucas: "Hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (Lc 2, 38), parece acreditarla como símbolo de las mujeres que, dedicándose a la difusión del Evangelio, suscitan y alimentan esperanzas de salvación.

jueves, 16 de enero de 2020

DOMINGO III T.O. – A (26 de Enero del 2020).

DOMINGO III T.O. – A (26 de Enero del 2020).

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 4,12-23

4:12 Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
4:13 Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,
4:14 para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
4:15 ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
4:16 El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
4:17 A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.
4:18 Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
4:19 Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
4:20 Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
4:21 Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
4:22 Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
4:23 Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) Paz y Bien.

En Evangelio leído se centra en tres ideas: En primer lugar, en Galilea Jesús anuncia: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4,17). En segundo lugar resaltamos la idea: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»” (Mt 4,19). Y la conclusión: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23).

En Galilea Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». (Mt 4,17). Resaltamos esta primera idea subrayando el verbo convertir: "Examinenlo todo y quédense con lo bueno y apártense de todo lo malo" (ITes 5,21). Para que la Buena Noticia, la semilla nueva tenga mucho fruto conviene dejar lo malo y pasar a lo bueno, que muy bien se resume en esta exhortación: “Nadie usa un pedazo de tela nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!» (Mc 2,22).

En resumidas cuentas, tres citas pueden resumir esquemáticamente el tema de la conversión: 1) “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,26-27). 2) Jesús le respondió a Nicodemo: Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó otra vez: "¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?" Jesús le respondió: Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,3-8). 3) “Renuévense en la mente y en el espíritu. Revestirse del hombre nuevo, para ser imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,23).

La conversión es el paso de un estado a otra: De la vida en corazón de piedra a la vida en corazón de carne; de la vida según la carne y la vida según el espíritu; de la vida como hombre viejo a la vida de un hombre nuevo. Que a su vez se puede resumir así: “Vivan según el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque los deseos de la carne se oponen contra los deseos del espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley” (Gal 5,16-18).

En segundo lugar resaltamos la idea: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres»” (Mt 4,19). En otros episodios se nos dice: “Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,13-15). Jesús dijo a sus discípulos: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16).

Por su parte san Pablo nos dice. “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-30).

Y la tercer idea: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23). Otros episodios nos ayudan ilustrarnos Más y mucho mejor:
“Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Jesús dijo a los fariseos: “Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,19-20). Jesús les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23).

Para instituir el Reino de Dios, Jesús llamó a los que él quiso (Mc 3,13). Luego les enseño con ejemplo la misión cuando dice a sus discípulos: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,14-15). Les trasmitió el poder del Espíritu (Jn 20,22). Y les dio este mandato:

16:15 Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien El Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,15-18). “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

¿Cómo han de ir?: “Vayan, por las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies” (Mt 10,6-14).

Advertencia: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. Sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes” (Mt 10.16-20). Quien me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt 10,32-33).

Reflexión pastoral: Como ven, Jesús no buscó gente preparada, gente con una cultura adecuada, ni tampoco gente de prestigio para su obra de instaurar el Reino de Dios. A Jesús le bastaron unos simples pescadores que algo sabían de pesca, pero poco más. Cuando Dios llama no vale eso de “yo no valgo”, “yo no estoy preparado”, “yo no sirvo”. Tanto mejor si no sirves ni vales porque es entonces donde mejor se pone de manifiesto el poder de la gracia y que muy bien lo manifiesta san Pablo: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios” (I Cor 1,22-29).

Las piedras fundamento de la Iglesia no fueron escogidas en las grandes canteras de la gente preparada del templo sino gente que sabe de peces, de barcas, de redes y de lago. El resto lo hace Dios en nosotros. Son las sorpresas de Dios. Son esos momentos de Dios que llama, que toca a la puerta de nuestros corazones. Puede que tú seas de los que ni pienses en El, como tampoco pensaban ellos. Y de repente, tu vida puede dar un vuelco y comenzar un nuevo camino. No sé si estarás recogiendo los redes o estarás camino de la oficina. Pero puede que El pase a tu lado y tu vida dé un viraje que nunca te has imaginado.

Jesús nos llama desde el momento de nuestro bautismo a una misión sagrada y depende de esa misión nuestra salvación: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí” (Jn 15, 12-18)

(BAUTISMO DEL SEÑOR) II- A (19 de Enero del 2020)


(DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR) II- A (19 de Enero del 2020)

Proclamación del santo Evangelio según San Juan 1,29-34:

1:29 Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
1:30 A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.
1:31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel".
1:32 Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
1:33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
1:34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Este es el Hijo de Dios, el cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 2,34;29). Porque he visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre èl” (Jn 1,32): “Apenas Juan bautizo a Jesús, salió del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Mt 3,16,17). Luego dice Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” Lc 4,18-19).

“No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15). Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores para su conversión, (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

Dios se propone por el profeta: “Esta es la nueva Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,33-34). Como es de verse, todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (Mt 3,13 ) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-16).

En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).

El Bautismo en la Iglesia: Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Conviértanse y que cada uno de Uds se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiran el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).

Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿Acaso ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; Col 2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (1 Co 6,11; 12,13).  El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (1 P 1,23; Ef 5,26).

La iniciación cristiana: Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.

Desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis. El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65).

Hoy, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (AG 14; CIC can.851. 865-866). En los ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (CIC can.851, 2. 868).

El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado. La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz.

El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de fe. Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (Rm 6,17).

El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5). Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.

En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N…, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". (Mt 28,19-20). En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N…, es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella. La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey. (NC N° 1240-1241).

La imposición de la vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; Flp 2,15). El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro (Mt 6,9-13). La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana, por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del Padre Nuestro.

La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.

El Bautismo de niños: Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1). La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron el Bautismo (Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños.

Fe y Bautismo: El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!". En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota toda la vida cristiana. Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera función eclesial (SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.

Quién puede bautizar: Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono (CIC, can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar (CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (1 Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación (Mc 16,16).

La necesidad del Bautismo: El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28, 19-20; DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos. Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.

La gracia del Bautismo: Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (Hch 2,38; Jn 3,5). Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios. No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien "el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio de Trento: DS 1515).

“Una criatura nueva”: El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19). La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que: Le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo. (Fuente de nuestra reflexión tomada del Nuevo Catecismo de la Iglesia).