I DOMINGO DE CUARESMA - A
(01 de marzo del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 4,1 - 11:
4:1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto,
para ser tentado por el demonio.
4:2 Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches,
sintió hambre.
4:3 Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres
Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
4:4 Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no
vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
4:5 Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo
puso en la parte más alta del Templo,
4:6 diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo,
porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus
manos para que tu pie no tropiece con
ninguna piedra".
4:7 Jesús le respondió: "También está escrito: No
tentarás al Señor, tu Dios".
4:8 El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde
allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,
4:9 y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para
adorarme".
4:10 Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque
está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
4:11 Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se
acercaron para servirlo. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
“Oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es
fuerte, pero la carne es débil" (Mt 26,41). ¿Cuál es la mayor tentación del
hombre? Hoy, la mayor tentación del hombre es sentirse igual a Dios: “La
serpiente dijo a la mujer: De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien
que el día en que coman del árbol prohibido, se les abrirán los ojos y serán
como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,4-5).
Hemos iniciado el tiempo de cuaresma con el miércoles de
ceniza y en la imposición de la ceniza se nos ha recordado: “Comerás el pan con
el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado.
¡Porque eres polvo y al polvo volverás!» (Gn 3,19). O también «El tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértete y cree en la Evangelio» (Mr
1,15).
“Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas” (Dt 6,4). “Uds me darán culto solo a mí y yo bendeciré tu pan y tu
agua. Y apartaré de ti todas las enfermedades” (Ex 23,25). “No te postrarás
ante esos dioses(falsos) ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un
Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me odian” (Ex 20,5). Estas citas del
A.T. nos recuerdan que Dios es único. Pero alguien dividido o apartado de Dios
que se hace igual a Dios es precisamente el demonio.
En este primer domingo de la cuaresma, llamado el domingo de
la tentación, Jesús sufre tres fuertes tentaciones. Que son las tres grandes
tentaciones tuyas y mías, de la Iglesia y de la sociedad. Tentaciones que están
latentes a cada momento de nuestra vida terrenal.
1) La tentación de que Dios solucione el hambre del mundo:
El tentador, acercándose a Jesús le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que
estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito:
"El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios» (Mt 4,3-4). Episodio que nos recuerda al pueblo de Israel en el
desierto: “El pueblo de Israel partió de Elim, y el día quince del segundo mes
después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al
desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. En el desierto, los israelitas
comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho
morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de
carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este
desierto para matar de hambre a toda esta asamblea» (Ex 16,1-3).
2) La tentación del exhibicionismo y la admiración: «Si tú
eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a
sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con
ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No
tentarás al Señor, tu Dios"» (Mt 4,6-7). Otra escena que nos recuerda la
tentación del pueblo de Israel torturado por la sed: Toda la comunidad de los
israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a
la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para
beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos
beber». Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué tientan al Señor?».
Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para
qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con
nuestros hijos y nuestro ganado?». Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo:
«¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a
pedradas?». El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado
de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste
las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en
Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo»
(Ex 17,1-6).
3) La tentación de hacernos dueños del mundo: «Te daré todo
esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás,
porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás
culto"» (Mt 4,9-10). Esta escena nos recuerda otra escena del desierto: Cuando
el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor
de Aarón y le dijo: «Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque
no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto»
Aarón les respondió: «Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las
argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí». Entonces
todos se quitaron sus aros y se los entregaron a Aarón. El recibió el oro, lo
trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido. Ellos dijeron
entonces: «Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto». Al ver
esto, Aarón erigió un altar delante de la estatua y anunció en alta voz:
«Mañana habrá fiesta en honor del Señor». Y a la mañana siguiente, bien temprano,
ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a
comer y a beber, y después se levantó para divertirse. El Señor dijo a Moisés:
«Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha
pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había
señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron
delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: «Este es tu Dios,
Israel, el que te hizo salir de Egipto». Luego le siguió diciendo: «Ya veo que
este es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos
y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación» (Ex 32,1-10).
No olvidemos que este episodio de la tentación del Señor
sucede después del bautismo: “Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En
ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como
una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Este es
mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17).
Es decir, Jesús empieza a compartir la experiencia de nuestra vida humana con
todo lo que es e incluso la experiencia del Pueblo de Dios en la escena de la
salida de la esclavitud.
Dios es quien toma la iniciativa de hacerlo salir de esclavo a un pueblo libre.
Es Dios que lo lleva al desierto y lo acompaña en su andar. Ahora es el
Espíritu el que empuja a Jesús al desierto. El desierto es camino de libertad,
pero también camino de tentación. El Evangelio reúne en una sola escena todas
la tentaciones. El Pueblo vivió la tentación de regresar a la esclavitud. Jesús
es tentado de todo aquello que lo puede desviar de los caminos de Dios.
La Cuaresma es un tiempo de búsqueda de la libertad pascual
en base al ayuno, oración y la caridad (Mt 6,2-16). Aunque nosotros tenemos la
tentación de sentirnos bien con nuestras esclavitudes, la tentación de
renunciar a nuestra libertad. Cada uno sabe de qué esclavitudes Dios lo quiere
sacar. Cada uno sabe que la esclavitud del pecado está maquillada de bondad y
belleza. El pecado tiene mucho de maquillaje. Se presenta como algo bueno y
termina destruyéndonos. El pecado se presenta como algo sabroso y termina
amargándonos el corazón. ¿Hemos hecho la prueba de cómo vemos el pecado antes y
cómo lo vemos luego de caer?
Comencemos viéndonos como peregrinos hacia la Pascua.
Peregrinos de la libertad. Peregrinos de la resurrección. Salgamos juntos de
nuestra escena de la esclavitud Egipto, para encontrarnos juntos en la tierra
gozosa de nuestra Pascua. Dejemos liberar de nuestras cadenas de la esclavitud
que cada uno tenemos. Y hoy podemos comenzar; esos cuarenta días de camino
hacia la Pascua. Y comenzamos con una experiencia que nos sorprende: con un
Jesús tentado en el desierto, con un Jesús experimentando esas luchas internas
de cada uno de nosotros. Es una experiencia de cuarenta días en los que Jesús
hace la experiencia de su pueblo, hace la experiencia de nosotros, hace la
experiencia de su condición humana.
Una de esas tentaciones más peligrosas, porque la peor
tentación es lo de no creerse tentado. La peor tentación es no tomar conciencia
de que estamos tentados, ¿Cómo sanar al que no se cree enfermo?. Y al respecto,
nuestras mayores tentaciones son: Creer que nosotros somos buenos y no
necesitamos de la ayuda de nadie. Creer que la santidad no es para nosotros.
Creer que no necesito de la Iglesia porque también ella está cargada de
defectos. Creer que no necesito confesarme porque no tengo pecado y, en todo
caso, el confesor también es pecador. Creer que no necesito de los demás porque
yo me basto a mí mismo. Creer que basta ser bueno y puedo prescindir de los
demás: Me basta el amor a Dios sin necesidad del amor al prójimo. Creer que la
Cuaresma no me va a cambiar. No tomar en serio nuestro camino cuaresmal hacia
la Pascua y, por tanto, no tomarnos en serio a notros mismos.
No olvidemos que no hay Cuaresma sin cambio o conversión.
Cambio que tiene que nacer del corazón y no de meras superficialidades. Así nos
deja notar Dios por el profeta: «Uds. se quejan y dicen ¿Por qué ayunamos a tú
no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?». Porque ustedes –dice Dios- el
mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre.
Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con
el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las
alturas, ¿Es este acaso el ayuno que yo amo? Acaso se trata solo de doblar la
cabeza como un junco, tenderse sobre el saco de ceniza: ¿a eso llaman ayuno y
día aceptable al Señor? ¿No saben cuál es el ayuno que me gusta? El ayuno que
yo amo –oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del
yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu
pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas
desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como
la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu
justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor
responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!» (Is 58,3-9).
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