(DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR) II- A (19 de Enero del 2020)
Proclamación del santo Evangelio según San Juan 1,29-34:
1:29 Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
1:30 A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre
que me precede, porque existía antes que yo.
1:31 Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua
para que él fuera manifestado a Israel".
1:32 Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu
descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
1:33 Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con
agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer
sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
1:34 Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de
Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“Este es el Hijo de Dios, el cordero que quita el pecado del
mundo” (Jn 2,34;29). Porque he visto al Espíritu descender del cielo en forma
de paloma y permanecer sobre èl” (Jn 1,32): “Apenas Juan bautizo a Jesús, salió
del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios
descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que
decía: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi
predilección" (Mt 3,16,17). Luego dice Jesús: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena
Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”
Lc 4,18-19).
“No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado” (Heb 4,15). Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san
Juan, destinado a los pecadores para su conversión, (Mt 3,15). Este gesto de
Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El
Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende
entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre
manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
Dios se propone por el profeta: “Esta es la nueva Alianza
que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del
Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré
su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose
el uno al otro: "Conozcan al Señor". Porque todos me conocerán, del
más pequeño al más grande —oráculo del Señor—. Porque yo habré perdonado su
iniquidad y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,33-34). Como es de verse,
todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús.
Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista
en el Jordán (Mt 3,13 ) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a
sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; Mc
16,15-16).
En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes
del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en
Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc
10,38; Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de
Jesús crucificado (Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía,
sacramentos de la vida nueva (1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible
"nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn
3,5).
El Bautismo en la Iglesia: Desde el día de Pentecostés la
Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro
declara a la multitud conmovida por su predicación: "Conviértanse y que
cada uno de Uds se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
sus pecados; y recibiran el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los
Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús:
judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15).
El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te
salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El
relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y
todos los suyos" (Hch 16,31-33).
Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente
participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ¿Acaso
ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su
muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; Col
2,12). Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el
Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (1
Co 6,11; 12,13). El Bautismo es, pues, un
baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de
Dios produce su efecto vivificador (1 P 1,23; Ef 5,26).
La iniciación cristiana: Desde los tiempos apostólicos, para
llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias
etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende
siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del
Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la
efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística. Esta
iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las
circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana
conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie
de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación
catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la
iniciación cristiana.
Desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma
habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto
único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación
cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado
postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al
Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el
crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis. El Concilio
Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado de
adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en
el Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1972). Por otra parte, el
Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los elementos
de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también
aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse
al rito cristiano" (SC 65).
Hoy, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación
cristiana de adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar
su punto culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del
Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (AG 14; CIC can.851. 865-866).
En los ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el
Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía, mientras
que en el rito romano se continúa durante unos años de catequesis, para acabar
más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana
(CIC can.851, 2. 868).
El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece
claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en
los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las
riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado. La
señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de Cristo
sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que
Cristo nos ha adquirido por su cruz.
El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad
revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe,
inseparable del Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular
"el sacramento de la fe" por ser la entrada sacramental en la vida de
fe. Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su
instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el
candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante
le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así
preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será
"confiado" por el Bautismo (Rm 6,17).
El agua bautismal es entonces consagrada mediante una
oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia
pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda
sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella "nazcan del
agua y del Espíritu" (Jn 3,5). Sigue entonces el rito esencial del
sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y realiza la muerte al
pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la
configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la
manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal.
Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua
sobre la cabeza del candidato.
En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de
las palabras del ministro: "N…, yo te bautizo en el nombre del Padre, y
del Hijo y del Espíritu Santo". (Mt 28,19-20). En las liturgias
orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice:
"El siervo de Dios, N…, es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima
Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella. La unción con el santo
crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del
Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir,
"ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido
sacerdote, profeta y rey. (NC N° 1240-1241).
La imposición de la vestidura blanca simboliza que el
bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con
Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha
iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del
mundo" (Mt 5,14; Flp 2,15). El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el
Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro
(Mt 6,9-13). La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de
la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del
Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Las Iglesias orientales conservan una conciencia viva de la unidad de
la iniciación cristiana, por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos
bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las palabras
del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis" (Mc
10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la Sagrada Comunión a los
que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el Bautismo introduce a la
Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para la oración del
Padre Nuestro.
La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En
el Bautismo de recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar
especial.
El Bautismo de niños: Puesto que nacen con una naturaleza
humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el
nuevo nacimiento en el Bautismo (DS 1514) para ser librados del poder de las
tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (Col
1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la
gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños.
Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable
de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su
nacimiento (CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1). La práctica de bautizar a los
niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada
explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el
comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras
recibieron el Bautismo (Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado
también a los niños.
Fe y Bautismo: El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc
16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe
de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el
Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a
desarrollarse. Al catecúmeno o a su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a
la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La fe!". En todos los
bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso,
la Iglesia celebra cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas
del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida
nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota
toda la vida cristiana. Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es
importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la
madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo
bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana (CIC can. 872-874).
Su tarea es una verdadera función eclesial (SC 67). Toda la comunidad eclesial
participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en
el Bautismo.
Quién puede bautizar: Son ministros ordinarios del Bautismo
el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono (CIC,
can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso de necesidad, cualquier persona, incluso
no bautizada, puede bautizar (CIC can. 861, § 2) si tiene la intención
requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida
consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la
razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (1 Tm 2,4)
y en la necesidad del Bautismo para la salvación (Mc 16,16).
La necesidad del Bautismo: El Señor mismo afirma que el
Bautismo es necesario para la salvación (Jn 3,5). Por ello mandó a sus
discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28,
19-20; DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en
aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad
de pedir este sacramento (Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el
Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está
obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer
"renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser
bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin
embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos. Desde siempre, la Iglesia
posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe,
sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por
Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos
del Bautismo sin ser sacramento.
"Cristo murió
por todos y la vocación última del hombre en realmente una sola, es decir, la
vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece
a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a
este misterio pascual" (GS 22; LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el
Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios
según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas
habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a
la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En
efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se
salven (1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir:
"Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14),
nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que
mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a
no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo
Bautismo.
La gracia del Bautismo: Los distintos efectos del Bautismo
son significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La inmersión
en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la purificación, pero
también los de la regeneración y de la renovación. Los dos efectos principales,
por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el
Espíritu Santo (Hch 2,38; Jn 3,5). Por el Bautismo, todos los pecados son
perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas
las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no
permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán,
ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las
cuales es la separación de Dios. No obstante, en el bautizado permanecen
ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la
enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la
Tradición llama concupiscencia, o metafóricamente fomes peccati: «La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la
consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien
"el que legítimamente luchare, será coronado" (2 Tm 2,5)» (Concilio
de Trento: DS 1515).
“Una criatura nueva”: El Bautismo no solamente purifica de
todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2
Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe
de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27),
coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19). La
Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la
justificación que: Le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo
mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción
del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en
el bien mediante las virtudes morales. Así todo el organismo de la vida
sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo. (Fuente de
nuestra reflexión tomada del Nuevo Catecismo de la Iglesia).
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