DOMINGO V T.O. - A (9 de febrero del 2020)
Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 5,13-16:
5:13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde
su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser
tirada y pisada por los hombres.
5:14 Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad situada en la cima de una montaña.
5:15 Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un
cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que
están en la casa.
5:16 Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz
que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al
Padre que está en el cielo. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree
en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy
la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en
las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque
no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,44). “Yo soy la luz del
mundo, el que me sigue no camina en
tinieblas si no que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Quien crea y se
bautice se salvara, quien se resista en creer será condenado” (Mc 16,15). En el
bautismo recibimos la luz de la gracia. ¿Cómo encender esa luz para que brille
en nosotros y para los demás? San Pablo nos da un buen consejo: “No apaguen la
acción del Espíritu Santo; no desprecien las enseñanzas de la escritura;
examínenlo todo y quédense con lo bueno. Apártense de todo lo malo” (I Tes
5,19-22).
Como vemos, el mensaje que el evangelio hoy nos transmite
es: “Brille así su luz delante de los hombres, mediante sus buenas obras para
glorificar a su Padre que está en el cielo” (Mt 5,16). ¿Por qué es necesario
que brille nuestras obras? Para que como dice el mismo Señor: “Así como se
arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin
del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su
Reino todos a los que obraron en el mal, y los arrojarán en el horno encendido.
Allí será el llanto y rechinar de dientes. Pero los justos brillarán como el
sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga! (Mt 13,40-43). San
Pedro agrega: “Lleven una vida ejemplar en medio de los que no conocen a Dios;
de este modo, los mismos que ahora los calumnian como a malhechores, al ver sus
buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su Visita” (I Pe 2,12).
¿Cómo hacer que brillen nuestras buenas obras delante de los
hombres? Siendo la sal que da sabor a la comida (Mt 5,13), siendo luz para los
demás (Mt 5,14). Y como el domingo anterior hemos meditado cuando el Seños nos
ha dicho: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán
saciados” (Mt 5,6; Is 55,1; Ap 21,6); “Felices los que son perseguidos por
practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt
5,10; I Pe 3,14). Y además: “Felices los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt
5,7-9).
“Felices ustedes, cuando sean
insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el
cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt
5,11-12). Incluso nos dice: “El hermano entregará a su hermano para que sea
condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus
padres y los harán morir” (Mt 10,21). Y como si esto fuera poco: Todos les
odiaran por mi causa, pero el que persevere hasta el final se salvará” (Mt
10,22).
Para ser files al Señor aun a costa de nuestra vida se
requiere: Empaparnos de la palabra de Dios para conocerlo, así nos lo recuerda
el salmista: “Qué dulce es tu palabra para mi paladar, más dulce que la miel”
(Slm 118,103). “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, una luz en mi camino”
(Slm 118,105). “Yo amo tus mandamientos y los prefiero más que el oro fino”
(Slm 118,27). El mismo evangelio nos dice en los amigos de Emaús: “¿No ardía
acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?" (Lc 24,32).
Para nuestra reflexión pastoral: Como vemos, el Evangelio de
hoy está contextualizado entre la luz del sol que alumbra e ilumina y el
alimento del pan material. Si alguien creía que Jesús no sabía de cocina se
equivoca. Jesús sabía de cocina y no le gustaban las comidas sin sal. Me
supongo que más de una vez fue testigo de cómo su Mamá María echaba la sal en
los pucheros y como a Él le encanta hablar desde las realidades de la vida, hoy
nos hace una llamada bonita: “Uds son la sal de la tierra” (Mt 5,13). “Uds son
la luz del mundo”(Mt 5,14) Entre la sal que tiene que ver con el mundo interior
de uno y la luz que tiene que ver con el mundo exterior. Dos imágenes bien
gráficas y bonitas para expresar la misión y el sentido de la vida del creyente
en el mundo y, por lo demás, bien actuales.
¿Quién no conoce la sal y la función de la misma? Da sabor,
da gusto a la comida. Por algo decimos cuando alguien dice en son de broma:
está en una vida “sin sal”. Sólo que a nosotros no nos dicen que seamos sal
para la comida sino “sal para el mundo”. No es lo mismo darle gusto y sabor a
la comida que darle gusto y sabor a la vida y al mundo. Frente a un mundo sin
sabor y que carece de sentido, alguien tiene que darle al mundo algo sabroso,
algo que dé gusto vivir en él. Ser sal es darle sabor a la vida, una vida que
uno la vive gozosa y feliz y siente ganas de vivir. Esta es nuestra misión de
cristianos, hacer que la vida tenga sentido, hacer que la gente viva a gusto.
¿Quién no conoce lo que es la luz? Posiblemente una de las
cosas que más nos fastidia es cuando sufrimos un apagón o simplemente se nos
fue un fusible. Acostumbrados a la luz, ya no sabemos vivir a la luz de una
vela o un candil.
Esta es la misión también del cristiano y de la Iglesia,
iluminar, alumbrar. ¿Recuerdan a aquel ciego que durante la noche caminaba con
una linterna encendido? Alguien le preguntó por qué llevaba la linterna si él
no veía. La respuesta fue linda: “Pero así puedo hacer que usted vea mejor el
camino.” En la vida y en el mundo hay demasiadas sombras y oscuridades. Alguien
tiene que ser luz para que otros puedan ver. Si dejamos de alumbrar, ¿qué
sentido tiene nuestra fe? Al respecto Un bueno día dijo Jesús a los fariseos:
“Guías ciegos, Uds. Cuelan el mosquito, mientras se tragan un camello” (Mt
23,24). San Pablo nos agrega: “Nadie se en engañe, nadie se burle de Dios. Se
cosecha de lo que se siembra, quien siembra en la carne, cosecha de la carne
corrupción y muerte, quien siembra en el espíritu, cosecha del espíritu vida
eterna” (Gal 6,7).
Estimados hermanos(as): Superemos esa falsa humildad de
creernos menos de lo que somos. Superemos esa falsa humildad de que los demás
no ven lo malo sino solo bueno que hacemos. Tarde o temprano se llega a saber
todo (Mt 10,26). La luz no se enciende para esconderla, sino para ponerla sobre
el candelero. Si Dios ha encendido la luz en tu vida no es para que la
escondas. No se trata de hacer exhibicionismos, pero sí de manifestarnos en lo que
somos.
Si soy practicante no tengo por qué hacerlo a escondidas. Si
voy a Misa no tengo por qué avergonzarme ante los que no van. Si soy creyente
no tengo por qué avergonzarme delante de los ateos. ¿No te das cuenta de cómo
los ateos no se avergüenzan de declararse tales en público? ¿Y por qué voy
avergonzarme yo de ser creyente? ¿Por qué voy a sentirme menos declarándome
creyente? Yo respetaré al que no cree, pero igual derecho tengo a que se
respete mi fe. No se trata de sentirme más que ellos, pero tampoco de
acomplejarme ante ellos.
Si tengo que hablar del Evangelio: “No me
avergüenzo del Evangelio” (Rm 1,16). ¿Por qué avergonzarme del evangelio?
Cuando yo anuncio el Evangelio no lo impongo a nadie, simplemente lo ofrezco.
Si hago el bien a los demás no tengo por qué hacerlo en secreto. No se trata de
aprovecharlo para que me consideren más. ¿Se avergüenza el sol de brillar en el
firmamento? ¿Se avergüenzan las luces de la calle por alumbrar de noche? ¿Y por
qué me he de avergonzar yo de que creo en Dios, en Jesús, en el Evangelio? Con
razón dice san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien
vive en mi” (Gal 2,20).
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