viernes, 17 de septiembre de 2021

DOMINGO XXV – B (Domingo 19 de Setiembre de 2021)

 DOMINGO XXV – B (Domingo 19 de Setiembre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos: 9,31-37:

9:31 Jesús les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".

9:32 Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

9:33 Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?"

9:34 Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

9:35 Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".

9:36 Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

9:37 "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado". PALABRA DEL SEÑOR.

 Estimados hermanos Paz y Bien en el Señor. 

¿Cómo ser grande a los ojos de Dios y no a los ojos del mundo?  “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo; así como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28; Mc 9,35). La pregunta recurrente que nos hacemos es: ¿Qué he de hacer para heredar la salvación eterna? (Mc 10,17). El domingo pasados hemos dicho que la salvación es tema fundamental en nuestra vida, pero no hemos de obtener la salvación como quisiéramos nosotros (Mt 16,32). Dios nos salvara como Él quiere (Cruz) y no como deseamos, salvación, es decir salvación sin cruz. Hoy nos agrega Jesús otro aspecto importante para nuestra salvación: El servicio con amor es opción estratégica para obtener nuestra salvación (Mc 9,35).

El servicio por amor al prójimo por ende a Dios nos pone en el cielo.  Pero, cuidado; donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males, nos advierte Santiago en su carta, no nos encamina a la salvación. Esto puede aplicarse a un grupo, a una familia, o a una comunidad reunida en torno al altar. La envidia todo lo envenena, las relaciones familiares, las relaciones sociales; la envidia arruina la confianza mutua y falsifica y amarga las expresiones de religiosidad. Con razón dice Santiago que con ella entran en el corazón humano “toda clase de males”. Lo contrario de la envidia es la caridad, y si la primera es fuente de conflictos, la segunda lo es de reconciliación. Aquel que ha erradicado de su corazón la envidia “es amante de la paz”, y por eso “los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia”. Porque no puede haber paz verdadera que no se asiente sobre la justicia, de modo que si no hay justicia no puede haber paz.

Dice el Evangelio que Jesús “instruía a sus discípulos”. Los discípulos somos nosotros que, como todos los domingos, nos reunimos para escuchar su Palabra y celebrar la Eucaristía. ¿Cuál es la enseñanza que el Señor quiere transmitirnos hoy? Desde luego no se trata de una doctrina puramente teórica, sino que habla de la vida, del fatal desenlace de la vida de Jesús: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará”. Este es el segundo anuncio de la Pasión que hace Jesús a sus discípulos y en él destaca la responsabilidad de los hombres en la muerte del Señor. No se habla aquí de los ‘judíos’ o de los ‘romanos’ como autores materiales de la muerte de Jesús, sino de los ‘hombres’, para indicar que cada uno ha contribuido con sus pecados a la pasión de Cristo. No vale decir que ‘aquellos’ lo mataron, como si yo tuviera las manos completamente limpias de culpa. El Hijo del hombre fue rechazado por los hombres, y aquí estamos incluidos todos, porque también nosotros, a veces, con nuestra forma de pensar y actuar, le rechazamos prácticamente, cuando no le permitimos que él sea ‘Señor’ de nuestras vidas, cuando no aceptamos su invitación a convertirnos para entrar en el Reino, cuando rehusamos o no estimamos el don de su gracia y de su perdón. Como esto resulta duro de admitir, preferimos no darnos por enterados, preferimos discutir de otras cosas. También a nosotros, como a los apóstoles, nos da miedo preguntarle por su pasión, por las causas que le condujeron a ella y por nuestra parte de responsabilidad en su muerte.

El caso es que, mientras Jesús intentaba hacerles comprender el significado de su pasión y de su entrega a la muerte por todos, los discípulos se entretenían en discutir sobre “quién era el más importante”. Es difícil encontrar en el Evangelio una incomprensión mayor: Jesús habla de su entrega, de su humillación hasta la muerte, y a los discípulos les preocupa el ascenso social, la promoción a los primeros puestos. Da la impresión de que no han entendido una palabra del mensaje del Señor. Lo que Jesús es, dice y hace no ha penetrado todavía en el corazón de los discípulos. Por eso, “se sentó, llamó a los Doce y les dijo: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Esta es la lógica del Reino de Dios, que nada tiene que ver con el juego de poder de este mundo. Aquí, en la óptica de los criterios y valores mundanos, lo que se cotiza son los primeros puestos, es el hacerse servir y obedecer; los últimos, los pequeños, los humildes, los no ambiciosos... están perdidos, no tienen nada que hacer. En el mundo de los intereses, del rendimiento y de la productividad, los desinteresados, los voluntarios, los serviciales por amor y en gratuidad, son incomprendidos, resultan incómodos. Su reacción es como la de los malvados del libro de la Sabiduría: “Acechemos al justo que se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados... es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente”.

El servidor: Jesús, como el primer servidor de todos, nos invita a los discípulos a tener una actitud semejante a la suya. El se hizo nuestro servidor, él se puso en nuestras manos, él se entregó a nosotros. Por eso difícilmente puede llamarse discípulo de Cristo aquel que oprime a prójimo o se aprovecha de él o lo explota de cualquier forma. Desde su propio ejemplo, Jesús nos invita a ser serviciales, siempre dispuestos a echar una mano cada uno en la medida de sus posibilidades. No creo que sea exagerado decir que en nuestras iglesias y comunidades parroquiales a veces se ven demasiados ‘señores’ y pocos ‘servidores’; muchos exigen que todo funcione bien pero pocos son los dispuestos a arrimar el hombro. Y, sin embargo, el discípulo de Jesús ha de caracterizarse, si quiere ser fiel a su Maestro, por su disponibilidad para el servicio y la ayuda a los demás. Porque servir a los necesitados es servir a Cristo mismo. Es lo que él quiso decirnos al abrazar a aquel niño como símbolo de todos los necesitados, desamparados y oprimidos de este mundo: “El que acoge a un niño como éste en ni nombre, me acoge a mí” y, en última instancia, acoge al Padre que me ha enviado. Esta es, pues, la enseñanza de Jesús a nosotros, sus discípulos: él se entrega por nosotros, para que nosotros sigamos sus pasos y así participemos de su mismo destino de gloria en la resurrección.

En la oración de entrada de esta Misa hemos recordado que Dios ha puesto la plenitud de la ley en el amor a Dios y al prójimo (I Jn 4,20), y hemos pedido cumplir este precepto divino “para llegar así a la vida eterna”. En la Eucaristía Dios nos da la fuerza necesaria para vencer las insidias del mal y acoger al Señor en la persona de los más débiles.

domingo, 5 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIV – B (12 de Setiembre de 2021)

DOMINGO XXIV – B (12 de Setiembre de 2021)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 8,27-35:

8:27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”

8:28 Ellos le dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.”

8:29 Y él les preguntaba: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contesta: “Tú eres el Cristo.”

8:30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

8:31 Jesús  comenzó a enseñarles: El Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;

8:32 y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.

8:33 Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

8:34 Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

8:35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Si Dios es amor (I Jn 4,16); nadie ama lo que no conoce. ¿Como sabemos que conocemos a Dios?  En que guardamos sus mandamientos (I Jn 2,3). Si no conocemos a Dios en vamos decimos que conocemos a Dios. “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,29). La respuesta es correcta, pero ¿Qué entiende Pedro por Mesías? Entiende como todo judío: Un mesías que les salvara de la esclavitud de los romanos que somete a los judíos desde el año 63 A.C. los librara mediante la fuerza (guerra). Los judíos esperan un Mesías héroe, guerrillero. Por eso cuando Jesús  comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo (Mc 8,31-32).

El domingo anterior, recordemos que en la parte final del evangelio la gente hizo una profesión colectiva y publica y decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7,37). Hoy siguiendo en la misma línea de profesión de fe constamos también la profesión de fe de los apóstoles pero con un matiz muy diverso y sorpresivo. Y para su mejor comprensión podemos resaltar tres escenas:

1) La profesión de fe de Pedro (Mc 8,27-30). 2) El primer anuncio de la Pasión (Mc 8,31-33). 3) Condiciones para seguir a Jesús (Mc 8,34-35).

En el preámbulo de nuestra reflexión, traemos a colación dos pasajes de la sagrada escritura que bien nos puede dar luces en su entendido: 1) “Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él” (I Jn 4,15). 2) “Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (I Cor 12,3).

1) Profesión de la fe de Pedro: Jesús les pregunto: ¿Quién dicen que soy yo?... Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,28-29). Dos preguntas que amerita sinceridad para con nosotros mismos y para con Dios. Qué piensa de Él el mundo hoy y qué pensamos cada uno de nosotros. O ¿quién es Jesús para el mundo y quién es Jesús hoy para mí? Una pregunta que, en primer lugar, no nos la hace la gente, nos la hace Jesús mismo: “¿Qué soy yo para ti?” (Mc 8-29) A la vez, una pregunta que, bajo muchos aspectos, puede clarificar o modificar el sentido de nuestra fe porque, de ordinario, cuando se trata de fe, todos pensamos en el Credo. Y el Credo puede ser importante, pero no basta recitarlo para decir que somos verdaderamente creyentes. Jesús no nos dejó un libro de doctrinas que podemos entender o que sólo lograrían entender los sabios, los teólogos. La fe es para todos. La fe no es creer en “algo”, no es creer “en ideas o doctrinas”, sino hacer de Jesús el centro de nuestras vidas, en enamorarnos de Jesús. No se trata de cuánto sabemos de Él, sino cuánto lo amamos y lo sentimos.

¿Quién dicen que soy yo?... Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro respondió: "Tú eres el Mesías" (Mc 8,28-29). Ni la gente ni los discípulos tienen una idea clara sobre Jesús, y digo ello porque la bonita respuesta de Pedro: “Tu eres el Mesías” (Mc 8,29) no tiene convicción y eso se constata en seguida: Cuando Jesús lo reprende al decir: "Retírate, ve detrás de mí, Satanás Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8,33). Si nos fijamos en la respuesta, todos saben muy bien lo que piensa la gente. “Ellos contestaron en coro. Mientras que cuando la pregunta es personal, todos callan y sólo habla Pedro. Pero esa palabra por no tener raíz se la lleva el viento. De todos modos, la respuesta que dan parece bien real y puede ser también la respuesta que damos hoy. No cabe duda de que la persona de Jesús tenía que ser ambigua para ellos, pero hay tantas imágenes o respuestas sobre Él también hoy. Para muchos alguien del pasado. Para otros una fantasía. Para otros, sencillamente no significa nada. Sin embargo, para muchísimos otros es alguien fundamental en sus vidas.

¿Es o será importante para el cristiano saber lo que hoy piensa el mundo sobre Jesús? Si es importante. Para mí no me puede ser indiferente lo que tú pienses o no pienses de Él. Además, si queremos anunciar de verdad a Jesús hoy a los hombres, tenemos que saber lo que piensan. Es preciso presentar un Jesús que les diga algo a sus inquietudes y preocupaciones. Además la respuesta de los demás expresa cuánto de trabajo evangelizador serio yo estoy haciendo. Si hice buen trabajo, la gente estará preparada para dar una respuesta correcta.

El Señor constató que la gente y los mismos discípulos no tienen una concepción clara sobre El Mesías en el querer de Dios, sino un Mesías en el criterio humano. Buscan un Dios a la medida de sus criterios. La corrección que hizo el Señor de la idea equivocada del Mesías triunfador temporal, fue especialmente severa para con Pedro, pero fue para todos los discípulos, pues nos dice el texto que “Jesús se volvió y, mirando a los discípulos, reprendió a Pedro”.   Le dijo sin ninguna suavidad: “¡Apártate de mí, Satanás!  Porque tú no piensas según Dios, sino según los hombres” (Mc 8,33).

San Pablo tiene razón: “Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (I Cor 12,3). La respuesta desatinada tiene que tener algún motivo serio.  Pedro estaba siendo tentado por el Demonio y a ésta actitud Jesús le responde igual que cuando en el desierto quiso también tentarlo con el poder temporal. Por la severa respuesta de Jesús, resulta evidente que, para sus seguidores, rechazar el sufrimiento no es una opción.  Todo intento de rechazo de la cruz y del sufrimiento, todo intento de buscarnos un cristianismo sin cruz y sufrimiento, es una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa diciéndonos en este pasaje. Hoy, es una gran tentación buscar un camino fácil para llegar al cielo o sin cruz. Dice el texto que, luego de reprender a Pedro, se dirigió entonces a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento: el suyo y el nuestro.

2) Anuncio de la pasión: Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). En otro pasaje ya nos dijo Jesús: “No piensen que vine a abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una letra, ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se cumpla. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19). Resalta el enseñar y cumplir, profesar la fe y vivir. Pedro profesó bien la fe al decir “Tu eres el Mesías” (Mc 8,29).Pero le faltó reafirmar su profesión con la actitud de seguir al Señor sin poner peros, de ahí que se hago la llamada de atención.

3) Condiciones para seguir: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Más claro no podía ser: el cristianismo implica renuncia y sufrimiento. Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día.  Y para ahondar un poco más en el asunto, agrega una explicación adicional: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).

Pero... ¿qué significa eso querer salvar nuestra vida?  Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida” sin realmente serlo.  Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder, a lo ilícito, etc. Y a veces, inclusive, a lo que consideramos lícito y hasta un derecho. Si pretendemos salvar todo esto, lo vamos a perder todo.  Y, como si fuera poco, perderemos la verdadera “Vida”.   Pero si nos desprendemos de todas estas cosas, salvaremos nuestra Vida, la verdadera, porque obtendremos, como Cristo, el triunfo final: la resurrección y la Vida Eterna. San Pablo nos dice: “No tengamos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno” (II Cor 4,18).

En la Segunda Lectura (St. 2, 14-18) el Apóstol Santiago nos habla de que la fe sin obras es cosa muerta.  Relacionando esto con el sentido del sufrimiento humano, podríamos decir que si el cristiano no testimonia su fe en Cristo, aceptando llevar con El su cruz, esa fe es vana. No se llega al cielo sin fe, como no hay Iglesia sin Jesús. El fin de nuestra fe no es la Iglesia, sino Jesús. La misión de la Iglesia no es ella misma, sino llevarnos a todos a la fe y al encuentro y al seguimiento de Jesús.

domingo, 29 de agosto de 2021

DOMINGO XXIII – B (05 de Setiembre del 2021)

 DOMINGO XXIII – B (05 de Setiembre del 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Marcos 7,31-37:

7:31 Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

7:32 Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

7:33 Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

7:34 Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete".

7:35 Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

7:36 Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

7:37 y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". PALABRA DEL SEÑOR.

Queridos(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Señor, abre mis labios, y mi boca tu alabanza” (Sal 51,17).

“Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,31). Admirados, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7,37). Toda obra buena viene de Dios, porque Dios siempre hace cosas buenas como la creación y el hombre también ha sido creado para obras buenas. “Dios formó al hombre con polvo de la tierra, e insufló en sus narices aliento de vida (espíritu), y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Dios creo Hombre  y le transmitió su espíritu para que se asombre y diga: “Todo lo ha hecho bien”. La admiración del hombre por la obra creadora  de Dios ha de reflejarse en sus buenas obras. “Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza; pero por envidia del diablo entró la muerte en el mundo (el mal), y la experimentan los que le pertenecen” (Sab 2,23-24).

Dijo Jesús: "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado” (Jn 9,39-41). El pecado está en que, ven y no creen en lo que ven. Preguntan a Jesús: "Juan el Bautista nos envía, Señor: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En esa ocasión, Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Lc 7,19-22).

Los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Quién ha pecado, él o sus padres, para que este naciera ciego? Jesús respondió: Ni él ni sus padres han pecado para que naciera ciego, sino que este ha nacido ciego para que se manifieste en él, la gloria de Dios” (Jn 9,2-3).

En el evangelio leído hoy se puede notar tres momentos: 1) La descripción (Mc 7,31-32). 2) Los signos y gestos (Mc 7,33-34). 3) Los efectos (Mc 7,35-37).

1. La descripción: “Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él” (Mc 7,31-32).

El evangelista Marcos ve la necesidad de dar detalles precisos sobre el sufrimiento del sordo y mudo. En el versículo (Mc 7,32) hace dos afirmaciones concretas sobre la situación del sordomudo. Primero lo describe como un sordo que además hablaba con dificultad. Se trata de una persona que no oye y que se expresa con unos sonidos confusos, guturales de los cuales no se consigue captar el sentido. Pero en segundo lugar él especifica que le ruegan a Jesús que imponga la mano sobre él. Se nota también que este hombre no sabe siquiera qué es lo que quiere puesto que es necesario que otros lo lleven hasta donde Jesús. El caso en sí es bien desesperado.

2. Los signos y gestos: “El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: ¡Ábrete! Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente” (Mc 7,33-35). Jesús, apartándose de la gente a solas con este enfermo de incomunicación lo lleva de un espacio de bullicio a otro espacio de silencio que supera el silencio absurdo al que ha sido sometido este hombre por su enfermedad. Jesús lo lleva a un nuevo silencio, un silencio que brota de la comunión íntima entre los dos. Esta toma de distancia de la multitud lleva al sordomudo a una nueva experiencia, a abrir también los oídos a un nuevo conocimiento de Dios que se revela a través del interés, de la delicadeza que Jesús muestra amablemente por él.1) Le introduce los dedos en las orejas para volver a abrirle los canales de la comunicación. 2) Le unge la lengua con saliva para transmitirle su misma fluidez comunicativa en la que expresa toda la riqueza que lleva dentro. Jesús le da su propia comunicación, su capacidad de hablar desde el fondo del misterio.

¿Cómo describir la intensa identificación entre Jesús y el sordomudo? La increíble manera que Jesús tiene de entrar en la vida de una persona encerrada en su propio mundo, en su inercia para sacarla de allí, no de una manera superficial sino para hacer que se exprese de una manera clara como lo hacía el mismo Jesús que se relacionaba con Dios, con los pecadores, con los enemigos, con los niños, con los grandes sin ninguna dificultad. Y ¿Cómo expresarle amor a quien se ha bloqueado, a quien se ha encerrado en sí mismo sino con gestos físicos concretos? Jesús comienza con la sanación de la escucha y luego como consecuencia la sanación de la lengua. Primero saber oír para después poder hablar. La comunicación no es solamente física sino una comunicación profunda de corazón en la que Jesús capta lo hondo del corazón de este enfermo y le da voz en su propia oración. Este suspiro de Jesús indica la plenitud interior del Espíritu Santo en Jesús.

Effatá. Esta misma orden fue desde muy antiguo pronunciado en la liturgia del bautismo en el rito de iniciación cristiana de adultos. E inmediatamente después del imperativo, el evangelista nos describe el relato sin perder la finura. El milagro se describe en tres pasos: en primer lugar como una apertura: se le abrieron sus oídos. Se describe como una soltura de la lengua, como un nudo complicado que después se desata. Apertura, soltura de la lengua y capacidad de expresión correcta. Esto es lo que sucede en este hombre.

3. Efectos: “Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,36-37). La capacidad de expresión del sordomudo de repente se vuelve contagiosa. Todo el mundo se vuelve comunicativo. Se caen las barreras de la comunicación, la palabra se expande como el agua que ha roto las barreras de un dique. La gente queda tremendamente maravillada: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).

lunes, 23 de agosto de 2021

DOMINGO XXII – B (29 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XXII – B (29 de Agosto del 2021)

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

7:1 Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,

7:2 y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

7:3 Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;

7:4 y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

7:5 Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?"

7:6 Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

7:7 En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.

7:8 Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

7:14 Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.

7:15 Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.

7:21 Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,

7:22 los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.

7: 23 Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermano Paz y Bien.

Anterior domingo: Jesús preguntó a los Doce: "¿También ustedes quieren irse? Simón Pedro dijo: ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,67). Un día preguntaron: ¿Qué de bueno hare para heredar la vida eterna? Respondió Jesús: Cumple los mandamientos (Mt 1916). Las leyes de la salvación los pone Dios y no el hombre. Ya desde el inicio Dios impuso al hombre este mandato: “Puedes comer de todos los frutos de los árboles del jardín, pero no tocaras del árbol de la ciencia del bien y del mas, el día que toques de ella ten certeza que morirás” (Gn 2,16). Es Dios quien pone el límite entre el bien  y el mal y no el hombre. La gran tentación es que el hombre quiere comer del árbol prohibido poniendo a su criterio los límites del bien y del mal; ya el profeta advierte al respecto: “Ay de aquello que llaman bien al mal y al mal bien, cambien las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, arderán como pasto seco en el fuego” (Is 5,20). En lugar de buscar conveniencias, mejor seria hacer una obra de caridad con amor y todo será puro” (Lc 11,41).

Las lecturas de hoy nos hablan de la Ley de Dios y de los legalismos y anexos que se le habían ido haciendo a esa Ley divina a lo largo del tiempo, hasta que Jesús decide desglosar de todo lo que los hombres le habían ido agregando. Dios entregó a Moisés su Ley para el cumplimiento estricto de todos: del viejo pueblo de Israel y del nuevo pueblo de Israel, que es hoy la Iglesia de Cristo.  Más aún, es una Ley tan sabia, tan prudente y tan necesaria que es indispensable seguirla, tanto para el bien personal y como para el bien de los grupos, pequeños o grandes, y hasta para el bien mundial.

Por eso, aparte de estar esa Ley escrita en las piedras que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí, está también inscrita en el corazón de los seres humanos.  Y cuando nos apartamos de esa Ley, porque creemos encontrar la felicidad fuera de ella, nos hacemos daño a nosotros mismos y hacemos daño a los demás.

Y la Palabra de Dios, en la cual está contenida esa Ley, ha sido sembrada en nosotros para nuestra salvación, como nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la Segunda Lectura (St. 1, 17-18.21-22.27): “ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos”.   Es por ello que nos recomienda ponerla en práctica y no simplemente escucharla y hablar de ella.

Moisés, quien había recibido las instrucciones directamente de Dios, había instruido al pueblo así: “No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando” (Dt 4,2). Pero sucedió que, a lo largo del tiempo, se fueron anexando a la Ley una serie de detalles minuciosos prácticamente imposibles de cumplir, además de interpretaciones legalistas y absurdas que hacían perder de vista el verdadero espíritu de la Ley.

Por todo esto Cristo tuvo que aclarar bien lo que era la Ley y lo que eran los anexos y legalismos.  Y tuvo que ser sumamente severo contra los Fariseos, que regían la vida religiosa de los judíos, y contra los Escribas, que eran los que fungían de intérpretes de la Ley. (Mt. 23, 1-34 y Lc. 11, 37-47) Tal es el caso que nos narra San Marcos en el Evangelio de hoy (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23):  en una ocasión los discípulos de Jesús no cumplieron las normas de purificación de manos y recipientes, según se exigía de acuerdo a estos anexos y legalismos.

Ante el reclamo de unos Escribas y Fariseos, el Señor les responde algo bien fuerte: “¡Qué bien profetizó de ustedes Isaías! ¡hipócritas!  cuando escribió:  Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí ... Ustedes dejan de un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Mc 7,8).

 

A juzgar por la respuesta de Jesús, definitivamente se habían agregado cosas humanas a la Ley divina.  No habían cumplido lo que Moisés, por orden de Dios, había instruido:  no quitar ni agregar nada a la Ley.  Y por eso habían puesto cargas tan pesadas que ni ellos mismos cumplían (Mt 23,4).  Y cada vez que le reclamaban a Jesús el incumplimiento de estas cargas absurdas, con gran severidad les iba tumbando todos los legalismos y anexos que habían ido agregando a la Ley de Dios.

En otra oportunidad fue Jesús mismo quien se sentó a la mesa, precisamente casa de un Fariseo, sin la rigurosa purificación exigida.  Al anfitrión reclamarle, Jesús no se midió en su respuesta, ni siquiera por ser el invitado: “Eso son ustedes, fariseos.  Purifican el exterior de copas y platos, pero el interior de ustedes está lleno de rapiñas y perversidades.  ¡Estúpidos! ... Según ustedes, basta dar limosna sin reformar lo interior y todo está limpio” (Lc. 11, 37-41).   

Por eso Jesús les insiste en este Evangelio que lo importante no es lo exterior sino lo interior.  Lo importante no son los detalles que se habían inventado, sino el corazón del hombre.  Es hipocresía lavarse muy bien las manos y tener el corazón lleno de vicios y malos deseos.  Es hipocresía aparentar por fuera y estar podrido por dentro.  Lo que hay que purificar es el interior, lo que el ser humano lleva por dentro:  en su pensamiento, en sus deseos.  Los pecados brotan del interior, no del exterior...

Por eso, para corregir el legalismo absurdo, dice Jesús: “Escúchenme todos y entiéndanme.  Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.  Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (Mc 7,15.21-23).  Son todas cosas que nos ensucian y que debemos expulsar de nuestro interior para no estar manchados.

Nosotros tal vez no tengamos legalismos agregados, pero sí podríamos revisar nuestro interior a ver si tenemos cosas de esas que nos ensucian.  Y entonces limpiarnos con el arrepentimiento y la confesión.

La Segunda Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (Stgo. 1, 17-18; 21-22.27) nos recuerda la importancia de “aceptar dócilmente la palabra que ha sido sembrada” en nosotros, y que no basta escucharla, sino que hay que ponerla en práctica, sobre todo en obras de justicia, caridad y santidad: “visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y guardarse de este mundo corrompido”.

“Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, (Romanos 10, 6-7) de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?" Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica?". No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt 30,11-13).

domingo, 15 de agosto de 2021

DOMINGO XXI - B (22 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XXI - B  (22 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 6, 60 - 69:

6:60 Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?"

6:61 Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?

6:62 ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?

6:63 El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.

6:64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

6:65 Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".

6:66 Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.

6:67 Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?"

6:68 Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.

6:69 Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Les dijo Jesús: “Las palabras que les he dicho son Espíritu y Vida” (Jn 6,63) ¿Qué dijo Jesús en sus enseñanzas?: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54), y “El que me envió esta en la verdad y lo que El me enseño, eso es lo que yo enseño” (Jn 8,26). Pedro dijo a Jesús: ”A quien  iremos, tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6,68).

Cuando sucedió que alguno o muchos se retiraron, Jesús tuvo que llevarse una gran desilusión. Ver que toda aquella gente que decía seguirlo, de pronto se echa atrás y lo abandona. Jesús tuvo una gran desilusión, y no lo siente tanto por Él y sus enseñanzas cuanto por la gente misma. ¿Por qué por la gente misma? Porque no acepta el mensaje porque el precio del cielo es muy alto y se cierra a la buena noticia del Reino. Comenzaron el nuevo camino y se desalentaron. Comienzan a buscar excusas. “Esta palabra es dura. ¿Quién puede escucharle?” (Jn 6,60). ¿Qué Palabra del Maestro fue muy dura para la gente que se marchó? Jesús les dijo: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". ¿Cómo reaccionaron los judíos? Se escandalizaron y discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" (Jn 6,51-52). Estas afirmaciones de Jesús como “el pan que tenemos que comer”, tenían sin duda que sonarles a algo bien extraño.

Mientras Jesús nos habla del pan material o de la mesa, todo va bien. Recordemos aquella advertencia que Jesús  ya había hecho a la gente: "Les aseguro que ustedes no me buscan, porque entendieron el signo que les mostré sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que dura un día, sino por el pan que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Como vemos, ya Jesús advierte a la gente que los que lo siguen lo hacen por interés de saciar el estómago y no porque buscan saciar el espíritu. Al respecto san Pablo nos aclara que: “El reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino alegría y vida en el espíritu” (Rm 14,17).

Pues, ahora bien, cuando nos hablan de un nuevo pan: “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,58). Simplemente ya no entendieron ni entendemos nada. Lo mismo le sucedió a Nicodemo cuando Jesús le dice que tiene que “nacer de nuevo” (Jn 3,3-5) y él no entiende otro nacimiento que el regresar al vientre de su madre.

En ese discurso y enseñanza respecto al pan y el reino del cielo, se produce el conflicto del seguimiento y consiguientemente el requerimiento y decisión del hombre respecto a Jesús. Es una decisión libre y responsable de los hombres, como veremos, pero Jesús reitera que la iniciativa es totalmente de Dios. El primer paso es tener en cuenta cuando dijo: “Quien quiera venirse conmigo, que se niegue a si miso, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Mt 16,24). El siguiente paso es entender el consejo: “Lo que Dios espera de Uds. es que crean en el que Él envió. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (Jn 6,29.37.44.65). Es una decisión radical y no a medias, así nos advierte cuando nos dice: “Quien pone mano al arado y mira atrás no es digno del reino celestial” (Lc 9,62). Es decir, optar por Dios, no es cuestión de mera ilusión o de bonitas palabras, así por ejemplo aclara al joven inquieto que le dijo te seguiré a donde quiera que vayas: “Las zorras tienen madrigueras, las aves su nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,57).

Hasta ahora la decisión de la mayoría, incluidos de algunos discípulos, ha sido rechazar sus palabras y abandonarlo. Los únicos que no se han pronunciado aún son los Doce. Pero Jesús también va a urgir una decisión personal libre de ellos: “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). La respuesta de Pedro es libre y representa a los Doce, y también a todos los que creemos en Cristo: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”(Jn 6,68). Pero, según la afirmación de Jesús, ellos y nosotros respondemos así porque somos de aquellos a quienes “el Padre ha atraído”(Jn 6,65). Por eso nosotros seguimos diciendo con Pedro: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68). Y, sin embargo, “uno de los Doce” (Jn 6,70) lo iba a entregar. Ante esto no podemos más que exclamar: ¡Que insondable misterio el de la libertad humana! (Slm 8,5); “Dios al crear al hombre, y le dejó en manos de su propio conciencia el optar por la vida o la muerte” (Eclo 15,14).

Dios ya nos advierte en el A.T. por el profeta. “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí para que lo cumplamos? Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? No, la palabra está muy cerca de ti, está en tu corazón y en tu boca, solo hace falta que la practiques” (Dt 30,11-14). Esa palabra que es la Palabra de Dios, se hizo Carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Jesús dice: “Yo soy camino, verdad y vida; nadie va al Padre sino por mi” (Jn 6,14). De modo que, Jesús pone el precio del cielo y nadie puede pedir rebajitas porque no ha venido a baratear o regalar el cielo a nadie. Por eso nos dijo también: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me envió” (Jn 6,38). Además Dios no pide nada al hombre aquello que este fuera del alcance del hombre. Dios no suele jugar con trampas. Por eso exige de cada uno de nosotros que digamos si cuando es si y no cuando es no y todo lo que está fuera de ella viene del maligno (Mt 5,37). Pero eso sí, cada una de esas respuestas tiene consecuencias por eso es ahora cuando hemos de decir sí o no, el si es optar por tu salvación y el no por tu condenación (Mc 16,16).

a) “Este lenguaje es difícil, ¿Quién podrá seguirlo?” (Jn 6,60) Las exigencias de Dios siempre nos resultan difíciles porque rompen nuestros esquemas mentales y nuestros planes y proyectos. Y en eso nos escudamos para no creer. O para hacer y trazar otro camino (falso), el camino más fácil para llegar al “Cielo” y para eso habrá que inventar otro Dios, otro cielo y otra iglesia. Y para llevar adeptos a esa iglesia, lo peor como hoy sucede habrá que embarrar y decir que esa Iglesia es tradicional y anticuada. Ya saben a qué grupos me refiero: Las sectas.

b) “Algunos no creían en Jesús” (Jn 6,64). Es curioso que algunos quieran aparentar y simular seguir al Señor, se puede estar en la Iglesia, ser incluso bautizado, llamarse cristiano y, sin embargo, no tener fe. Más que seguirle nos sentimos llevados por la razón. Hasta somos capaces de disimular nuestra falta de fe. Con razón dijo el Señor: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7,21). O aquello nos dijo: "Ustedes aparentan ser rectos ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios” (Lc 16,15).

c) “Jesús sabía quién de ellos le iba a entregar” (Jn 6,64b). El Señor sabe que en el grupo está el traidor (Jn 6,70); sin embargo, no lo echa, no lo excluye. Prefiere darle todas las oportunidades para que la gracia toque su corazón. Es posible que nosotros le hubiésemos echado de una vez por todas. Con razón nos explicó esa parábola del trigo y la cizaña: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla en el horno encendido, y luego recojan el trigo en mi granero" (Mt 13,30). El Señor es misericordioso hasta el último, pero el límite de esa misericordia es la justicia de Dios que un día se cumplirá.

d) “Muchos se volvieron atrás y no le siguieron más.” (Jn 6,66). Dios es siempre respetuoso de la libertad del hombre. Le duele verlos marchar, pero no los retiene por la fuerza. La fe tiene que ser una decisión libre y no impuesta. El parámetro de la respuesta a Dios es el amor y no la fuerza. Dios ya nos había dicho: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,26). Porque como Juan nos dice: “Dios es amor” (IJn 4,8). Solo quien se siente amado por Dios sabrá decir si al Señor.

e) “¿También Uds. quieren marcharse?” (Jn 6,67). En la Iglesia no se retiene a nadie forzado y obligado. Si alguien no se siente a gusto tiene las puertas abiertas. ¿Alguna vez nos hemos visto ante situaciones en las hemos tenido que tomar opciones radicales? Y es que no toda la vida podemos estar entre el sí y el no. Quizá algunos discípulos hubieran deseado responder al Señor: “Pero si nos vamos también nosotros, ¿Con quién te quedaras? ¿Quién te acompañara?”. Jesús no ha venido a ser condescendiente con nadie y menos a complacer a un grupo ni a una cultura. Recordemos cuando dijo: Si ellos se callan las piedras gritaran” (Lc 19,40). El hombre no es indispensable para Dios, por tanto no hace falta que Dios se ponga de rodillas ante el hombre para suplicarle a que lo siga. Por eso, si tú crees que con Dios estás perdiendo tiempo y crees que tienes cosas más importantes en tu vida que hacer, pues es bueno que te dediques a eso, pero también recuerda lo que ya nos dijo: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27). Nuestro consejo es unirnos a Pedro y reiterar cada día: A quien vamos a ir tu tienes palabras de vida eterna (Jn 6,67).

lunes, 9 de agosto de 2021

DOMINGO XX – B (15 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XX  – B (15 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 1,39-56:

1:39 En aquellos días, María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá;

1: 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

1: 41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;

1: 42 y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre;

1: 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

1: 44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

1: 45 ¡Feliz tu que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

1: 46 Y dijo María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor,

1: 47 se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,

1: 48 porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitaran todas las generaciones. 

1: 49 Porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo.

1: 50 Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

1: 51 El hace proezas con su brazo: Dispersa a los soberbios de corazón,

1: 52 derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,

1: 53 a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

1: 54 Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia

1: 55 - como había prometido a nuestros padres - en favor de Abraham y de su descendencia por siempre.”

1: 56 María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor paz y Bien.

“Para Dios nada es imposible. María dijo al Ángel aquí está la esclava del Señor hágase en mi según su palabra” (Lc 1,37); “La palabra se hizo carne y habito entre nosotros” (Jn 1,14); “En verdad, en verdad les digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Estas citas contextualizan el mensaje de la fiesta que hoy celebramos: La asunción de la Santísima virgen María al cielo.

La asunción de María es un dogma definido solemnemente por Pío XII el 1 de noviembre de 1950 con la constitución apostólica Munificentissimus Deus ( MD), que explica su significado teológico y vital. Constituye una de las tres solemnidades marianas del año litúrgico: un misterio que se celebra desde hace siglos en las diversas iglesias de oriente y de occidente.

• "Yo pongo enemistad entre ti y la mujer... (Gén 3,15):  " La nueva Eva está estrechamente unida al nuevo Adán, aunque subordinada a él, en la lucha contra el enemigo infernal: "Lo mismo que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la lucha que tiene en común con su Hijo tenía que concluir con la glorificación de su cuerpo virginal" .

• (Ex 20,12): "Honra a tu padre y a tu madre" (Lev 19,3). "Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, no podía menos de honrar, como cumplidor perfectísimo de la ley divina, no sólo al eterno Padre, sino también a su madre. Así pues, pudiendo conceder a su madre tan grande honor, preservándola inmune de la corrupción del sepulcro, hay que creer que lo hizo realmente".

• "Glorificaré el lugar en donde se apoyaron mis pies"(Is 60,3). El cuerpo de la Virgen es el sagrario donde asentó sus pies el Señor.

• (Sal 45,10.14-16): "A tu diestra una reina adornada con oro de Ofir..., vestida de brocado, es conducida al rey...; en el palacio del rey entran". El texto del salmo se le aplica a María reina, "que entra triunfalmente en el palacio celestial y se sienta a la diestra del divino Redentor..., rey inmortal de los siglos".

• (Sal 132,8) "¡Levántate, oh Yavé, hacia el lugar de tu descanso, tú y el arca de tu santificación". Los padres, los teólogos y los oradores sagrados "ven en el arca de la alianza, hecha de madera incorruptible y colocada en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tan alta gloria en el cielo".

• (Cant 3,6; 4,8 y 6,9): "La esposa del Cantar, que sube del desierto, como columna de humo, perfume de mirra e incienso para ser coronada", es figura "de aquella... Esposa celestial que, junto con el divino Esposo, es levantada al palacio de los cielos".

• (Lc 1,28) "Ave, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres, ya que velan en el misterio de la asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular en oposición a la maldición de Eva".

• Ap 12: "No sólo en diversas figuras del AT, sino también en aquella mujer vestida de sol que contempló el apóstol Juan en la isla de Patmos.

De toda esta lista de referencias bíblicas utilizadas por la MD se comprende el motivo por el que Pío XII concluye: "Todas estas razones y consideraciones de los santos padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Escritura, que nos presenta a la excelsa madre de Dios estrechamente unida a su Hijo divino y participando siempre de su destino".

Examinando luego los testimonios de los padres y teólogos citados por la constitución, se pone de relieve que la unión indisoluble entre María y Jesús fue de un doble orden:

1) físico: en el sentido de que María, al acoger en su seno al Verbo divino y al revestirlo de nuestra carne, se convirtió en algo parecido al arca de la nueva alianza, en la sede de la Presencia encarnada de Dios entre nosotros. Por tanto, no cabe pensar que el cuerpo de la Virgen, tan estrechamente unido a la humanidad de Cristo en virtud de la función biológico-maternal, estuviera luego separado del Hijo, sometido a la corrupción del sepulcro;

2) moral: en cuanto que María (si a Dios); contrapuesta a  Eva (si a la serpiente) al lado y en dependencia del nuevo Adán (Cristo), participó íntimamente de la obra redentora del Hijo, en la lucha y en la victoria contra el demonio, el pecado y la muerte. Por eso, lo mismo que la resurrección fue el epílogo de la salvación realizada por Cristo, así también era conveniente que la participación de María en esta lucha se viera coronada por la glorificación de su cuerpo virginal.

Hasta aquí la exposición de la MD. Dicho en otras palabras, la iglesia ve en la asunción de María la consecuencia plena de los vínculos singularísimos que la unieron a Jesús, en el plano de la carne y todavía más en el de la fe. De esta unión privilegiada entre Madre e Hijo nos habla precisamente el mensaje de la Escritura. A través de una reflexión global sobre el misterio de María, el Espíritu Santo le sugirió a la iglesia que leyera entre líneas incluso lo que no dice expresamente la letra de la Escritura. Y así es como lo hizo la iglesia de ayer, como atestigua la MD. Lo mismo tendrá que hacer también la iglesia de siempre cuando quiera pensar una vez más en el destino último de María, en conformidad con la biblia.

Si queremos proseguir el discurso en esta dirección, he aquí -a título de ejemplo- algunas reflexiones que se han desarrollado a partir de la doctrina bíblico judía.

a) El pensamiento judío sobre el último destino del arca de la alianza. Hemos dicho que la asunción es un postulado de la maternidad divina de María, según la carne. Dios no podía permitir la corrupción de aquel cuerpo que fue el arca viviente de su Hijo (Jn 1,14 y Gál 4,4).

Permítasenos aludir a un tema más bien nuevo sobre esta cuestión. En efecto, parece ser que algo semejante intuyó el pensamiento judío poco antes y poco después de los tiempos de Jesús. El punto de partída lo constituyen los libros bíblicos, cuando hablan del arca de la alianza guardada en el templo de Salomón. El arca, como es sabido, era un templete de madera, dentro del cual estaban guardadas las dos tablas de la Ley que Moisés había recibido del Señor en el monte Sinaí, cuando se estipuló el pacto con el pueblo. En cuanto tal, el arca era considerada como el símbolo privilegiado de la presencia de Dios en medio de su pueblo, como consecuencia de la alianza sinaítica.

La biblia dice que cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén el año 597 a.C., "sacó de allí todos los tesoros del templo de Yavé y los tesoros del palacio real e hizo pedazos todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había fabricado para el santuario de Yavé" (2Re 24,13; 2Crón 36,10). Luego, en el asedio definitivo de 587, el mismo soberano incendió el templo y lo despojó de todos los objetos preciosos que servían al culto (2Re 25,9-17; Is 39,6).

En una obra más tardía, o sea 2Mac (s. II a.C.), se registra una piadosa tradición que refiere en términos más explícitos estas especulaciones sobre las peripecias que atrevesó el arca después de la destrucción del templo. Atendiendo a un oráculo divino, se dice, el profeta Jeremías se llevó el arca, con el tabernáculo y el altar del incienso; seguido por los deportados, se puso en camino hacia el monte Nebo, desde cuya cima había contemplado Moisés la tierra prometida. En la montaña, Jeremías encontró una caverna, y depositó allí los objetos traídos del templo, tapando la entrada. Algunos de los que le habían seguido volvieron para rastrear el camino, pero no lograron encontrarlo. Cuando se enteró de ello, el profeta se lo reprochó diciendo: "Ese lugar quedará ignorado hasta que Dios realice la reunión de su pueblo y tenga misericordia de él. Entonces el Señor descubrirá todo esto y se manifestará la gloria del Señor y la nube, como se manifestó en tiempos de Moisés y como cuando Salomón oró para que el templo fuese gloriosamente santificado" (2Mac 2,4-8).

En el Apocalipsis de Baruc 6,1-10 (/apócrifo de finales del s. 1 a.C.) leemos que fue un ángel enviado por Dios el que se llevó aquellos objetos sagrados, confiándoselos a un lugar escondido de la tierra, antes de que los babilonios derribasen el templo.

El Apocalipsis parece recoger un eco de esta tradición cuando escribe: "Entonces se abrió el templo de Dios, el que está en el cielo, y se vio en su templo el arca de su alianza" (Ap 11,19).

De todas las voces que aquí hemos recogido se puede formular la siguiente conclusión, a título de hipótesis. El arca, como signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, es incorruptible. Efectivamente, la alianza de Dios con Israel es eterna. Por eso el arca no puede perecer. Incluso después de la destrucción de Jerusalén y del templo, el Señor se cuida de ella hasta llegar a guardarla consigo en el cielo.

Fabulaciones ingeniosas, se dirá. Sin embargo, incluso a través de estos recursos del lenguaje humano Dios iba preparando a su pueblo para la comprensión de la figura de María. En adelante, ella habría de ser el arca de la alianza nueva y eterna de Dios con el hombre. Con la asunción, según dice el profeta (Is 60,13, Vulgata), Dios glorifica el lugar en donde se apoyaron sus pies.

b) Asunción: consecuencia de la unión perfecta de María con su Hijo. La asunción es el efecto pleno de la unión de María con el Hijo en el orden de la fe.

En la misa del 15 de agosto, antes de 1950, se leía Lc 10,38-42, que presenta a Jesús acogido en casa de Marta y de María. Marta está totalmente ocupada en las faenas domésticas, mientras que María está escuchando la palabra de Jesús, sentada a sus pies. Y Jesús dice: "Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas y sólo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor, que no se le quitará".

Había una clara intención en la elección de este pasaje. María, la hermana de Lázaro, totalmente entregada a escuchar al Señor, es figura de María, la madre del Señor, abierta siempre a la escucha-obediencia a la palabra de Dios. Precisamente por haber acogido en todo momento esta palabra, María fue asunta al cielo, o sea, fue acogida ella misma por el Hijo en aquel lugar que él nos ha preparado con su muerte y resurrección: "Voy a prepararos un lugar; y cuando me fuere y os haya preparado un lugar, volveré otra vez y os tomaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).

Por tanto, la asunción nos remite al misterio pascual. ¿Por qué resucitó Jesús? La Escritura responde que la resurrección -tanto de Jesús como de sus discípulos- no es un fenómeno puramente determinista, es decir, regulado por leyes químicobiológicas; en su raíz, es la consecuencia de una opción moral.

Efectivamente, para Jesús la resurrección fue la respuesta del Padre a su obediencia: "Se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo... y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz... Por ello Dios le exaltó "(Flp 2,7-9). Igualmente, para los cristianos hay resurrección si escuchan la voz del Hijo de Dios y creen en él. Dice así Jesús: "En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen vivirán... Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán; los que obraron bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación" (Jn 5,25-29). "Es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

Y esto es lo que pasó con María. Ella participa de la resurrección de Cristo en cuanto que estuvo perfectamente unida con él, escuchando su palabra y poniéndola en práctica. Su misma maternidad carnal estuvo precedida y se hizo posible por el fiat, es decir, por el asentimiento libre que María prestó al ángel Gabriel cuando le anunció la propuesta que Dios le hacía. Pues bien, la asunción es la epifanía de la transformación tan profunda que la semilla de la palabra divina produjo en María, en la integridad de su persona. Decía Jesús: "Mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6,63).

La liturgia actual de la asunción, en la misa de la vigilia, sintetiza oportunamente la dimensión física y moral que María contrajo con Jesús. La primera lectura, sacada de 1 Crón 15,3-4.15-16; 16,1-2, tiene como tema el arca de la alianza, símbolo profético de la Virgen madre, que llevaría a Dios en su seno como arca de los tiempos nuevos. El paso evangélico de Lc 11,27-28 recoge la alabanza materna que una humilde mujer del pueblo tributó a Jesús: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!" En su respuesta, Jesús desplaza el acento de esta bienaventuranza: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican". Esto quiere decir que María atrajo las complacencias de Dios por haber llevado a Jesús en su corazón más aún que en su seno.

Aquí está la raíz de su glorificación junto a su Hijo. Al convertirse en sede de la Sabiduría encarnada, se hizo partícipe de la inmortalidad, de la incorrupción: un don, dicen los libros del AT, del que es dispensadora la Sabiduría, es decir, la acogida amorosa hecha a los designios de Dios expresados en las Escrituras (Sab 6,17-20; 8,17; Prov 8,35).

María asunta, imagen de la iglesia futura. María asunta al cielo es la imagen escatológica de la iglesia. La glorificación final de María es una de las "grandes cosas" con las que Dios da señales a su iglesia. Es una prenda de lo que toda la comunidad de los creyentes está llamada a convertirse. Esta relación entre María y la iglesia, incluso en lo que concierne a la asunción, puede encontrar su fundamento bíblico en las palabras que Jesús dirigió a su madre y a su discípulo amado desde la cruz: "He ahí a tu hijo.:. He ahí a tu madre" (Jn 19,26-27a). Con aquel testamento Jesús intentaba dar a María como madre a todos sus discípulos, representados en el discípulo presente yunto a la cruz.

Pues bien, según la doctrina bíblico-judía, la paternidad o maternidad espiritual lleva consigo también, entre otras cosas, la ejemplaridad. Esto quiere decir que un padre o una madre espiritual son modelo para sus hijos (lCor 4,15-16; 1Pe 3,6; Jn 8,39). Aplicando el discurso a María en cuanto madre de la iglesia, esto significa que cualquier aspecto de su persona (virtudes, privilegios, etc.) tiene una repercusión eclesial, es decir, se convierte en figura, tipo, ejemplo de lo que la iglesia tiene que ser, en la fase peregrinante y en la gloriosa. La asunción anticipa en la persona individual de María el estado de la iglesia entera en la vida del "mundo venidero".

Como es sabido, el Vat II (LG 68) ha querido relanzar este aspecto eclesial del dogma de la asunción con estas afortunadas expresiones: "La madre de Jesús, lo mismo que está ya en el cielo glorificada en el cuerpo y en el alma, como imagen y comienzo de la iglesia que tendrá que tener su cumplimiento en la edad futura, así también brilla ahora en la tierra delante del pueblo de Dios peregrino como signo de segura esperanza y de consolación, hasta que llegue el día' del Señor (2Pe 3,10)". Y en SC 103 se afirma que en la Virgen la iglesia "contempla con gozo, como en una imagen purísima, lo que toda ella desea y espera ser".

lunes, 2 de agosto de 2021

DOMINGO XIX – B (08 de Agosto del 2021)

 DOMINGO XIX – B (08 de Agosto del 2021)

Proclamación del Santo evangelio según San Juan 6, 41-51

6:41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo".

6:42 Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo"?"

6:43 Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes.

6:44 Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.

6:45 Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

6:46 Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios sólo él ha visto al Padre.

6:47 Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.

6:48 Yo soy el pan de Vida.

6:49 Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.

6:50 Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en la fe Paz y Bien.

"Yo soy el pan de Vida" (Jn 6,48).

“Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50). Esta enseñanza aclara lo que ya nos dijo el Señor: "Ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27).

El evangelio de Juan (6,41-51) nos coloca frente a frente con Jesús en su realidad humana, en cuanto es “Verbo hecho Carne” (Jn 1,14); y en su realidad divina, es “bajado del cielo”(Jn 6,38). En medio de estas dos dimensiones, el de la divinidad y el de la humanidad, se coloca una vez más el término “Pan”: “Sus padres comieron mana en el desierto y murieron… yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,48-51).

La Palabra (=Verbo) se hace carne y la carne se ofrece como el pan, y es así como Dios actúa desde el cielo para vivificar el mundo. En la Eucaristía se encuentra el doble movimiento: 1) el de la oblación sacrificial de Jesús que va camino hacia el Padre y en esa entrega pone al hombre en la dirección de la comunión de vida (eterna) con Dios; y 2) el don del Padre que, por medio de su hijo, ofrece lo que le es más querido para salvar al mundo.

Pero frente a esta “revelación” cuenta mucho la actitud de parte del hombre. En el pasaje que leemos este domingo notamos un giro importante: la multitud buscadora, sedienta de conocimiento de Dios (Jesús pedagógicamente la llevó a esta toma de conciencia), se comporta ahora como los judíos incrédulos de otros tiempos en el desierto, cuando ponían en duda la capacidad de Dios para salvarlos.

Jesús se acababa de presentar como el “Pan de la Vida” (Jn 6,35) y también había dicho claramente que su tarea es de “dar vida”, viene del Padre: “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”(Jn 6,38), luego es el “Pan bajado del Cielo” (enunciado en Jn 6,33). El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprenden que el término “pan” es sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, de la cual la “escucha” se convierte en invitación a la cena (Comer), en asimilación, en nutrición, en vida y resurrección.

Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la bellísima expresión “Pan de Vida” (Jn 6,48), significa ante todo “Palabra que hay que acoger (=creer) y encarnar (=comer)”, su verdadero sentido es “Pan de vida = Palabra hecha carne” (Jn 1,14).

Los términos del pasaje que nos ofrece la liturgia de este domingo, nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo. Siendo así, la Eucaristía es una síntesis del Evangelio (Buena Noticia= Dios con nosotros Is 7,14).

Que en este domingo, dejándonos atraer desde fondo del corazón por Dios Padre, todos nuestros deseos se vean colmados por la presencia del Verbo de Dios entre nosotros, misterio de amor por el cual el “Dios por nosotros” viene a nuestro encuentro en la Eucaristía, nos redime del sin-sentido y de todo lo que hace absurdo (no futuro) nuestro existir, y nos impulsa por el camino de la “vida”. Jesús viviente (pan vivo) en nuestra carne mortal es el rostro del hombre que sabe vivir.

¿Qué lugar ocupa esta parte de la catequesis dentro del desarrollo del capítulo 6 de Juan?

Cuando uno trata de determinar el hilo conductor del discurso de Jesús en este capítulo, se encuentra con serias dificultades, ya que hay muchas repeticiones y temas que se sobreponen. Pero tampoco es un caos. Lo cierto es que se necesita una lectura amorosa y paciente para que salga a flote su sentido más profundo.

La catequesis sobre el “Pan de Vida” nos coloca ante una cascada de sentimientos, de imágenes, de afirmaciones cristológicas que hay que: 1) saborear una por una, para luego 2) hacer la síntesis en el corazón. El capítulo 6 de Juan está construido de tal manera que nos involucra en la conversación que lo atraviesa del comienzo al fin, provocando también en nosotros un coloquio serio y profundo con Jesús. Este es un pasaje en el que el paso a la meditación y a la oración es casi inmediato.

Las partes del capítulo están conectadas por siete preguntas y dos afirmaciones fuertes que articulan una confesión de fe:

1) Primera pregunta: “¿Rabí, cuándo has llegado aquí?” (Jn 6,25). Una pregunta casi banal, circunstancial: la gente se extraña de encontrar a Jesús en Cafarnaum, mientras creían que estaba al otro lado del lago (no saben que ha caminado sobre las aguas). Ésta conecta la multiplicación de los panes con el comienzo de la catequesis en la sinagoga de Cafarnaum.

2) Segunda pregunta: “¿Qué hemos de hacer para obrar en el querer de Dios?” (Jn 6,28). Notemos cómo se va subiendo el tono de la conversación y se inicia una búsqueda profunda. Se indaga por el cómo vivir en sintonía con la voluntad de Dios.

3) Tercera pregunta: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron mana en el desierto que Dios les dio” (Jn 6,30). De repente de la conversación pacífica se pasa a la polémica: se le pone un desafío al Maestro que lo lleva a hacer su propuesta claramente. Llegando a este punto, se hace una pausa para expresar la apertura de la fe: “No fue Moises quien, le dio el pan, es mi padre el que les da el verdadero pan del cielo… le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan” (Jn 6,34). Una petición que se parece a la de la samaritana cuando pidió el agua viva (Jn 4,15). El auditorio ya ha sido puesto en la ruta correcta para comprender a Jesús, pero la revelación más importante no ha sido dada.

4) Cuarta pregunta: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora ‘he bajado del cielo’?” (Jn 6,42). Ante la revelación sobre el origen de su vida y de su obra, comienzan una serie de preguntas contestatarias, calificadas por el evangelista de “murmuraciones” (término técnico de la Biblia para expresar las resistencias para creer).

5) Quinta pregunta: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). Jesús es malinterpretado, lo cual da pie para su máxima revelación. Se llega así al corazón del misterio.

6) Sexta pregunta: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6,60). El discurso acaba de terminar. Ahora asoman su rostro en el relato los discípulos. Ellos expresan su resistencia para seguir siendo discípulos y vivir a fondo la propuesta del Maestro. Sale a flote la dificultad del seguimiento.

7) Séptima pregunta: “Señor, ¿A quién iremos?” (Jn 6,68ª). El verdadero discípulo es el que “cree”, el que sigue a Jesús por el camino revelado por Él. Al final, un grupo de discípulos presidido por Pedro da el salto de la fe. Se le hace eco al punto de partida de todo este capítulo, la pregunta que salió de la boca de Jesús: de dónde sale el pan que alimenta a la humanidad (Jn 6,5). Y así llegamos al punto final, que es la confesión de fe propia del que se hace discípulo: “Tú tienes palabra de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).

¿Cuál es el giro que se da en la cuarta pregunta? (la que nos confronta hoy) Como ya lo vimos, el diálogo con Jesús se va desarrollando en un sentido “ascendente”, que va desde lo ingenuo hasta lo más polémico y provocador, al ritmo de las preguntas. El pasaje de Juan 6,41-51 corresponde al planteamiento y a la respuesta de la cuarta pregunta. A partir del Jn 6, 41 comienza la polémica que el evangelista recoge en tres murmuraciones, la última de las cuales es explícitamente de los discípulos (Jn 6, 60).

1) Las tres primeras preguntas se le atribuyen a la “muchedumbre”, de repente el evangelista anota “los judíos”. No hay un cambio de auditorio, es que la multitud se está comportando como los judíos incrédulos. Se baja una película ya conocida en la Biblia: las murmuraciones del desierto.

2) Las tres primeras son preguntas abiertas y directas de la multitud que quiere ir más a fondo en el diálogo con Jesús, de la cuarta a la sexta notamos un cambio en la forma y el contenido. (a) se trata de cuchicheos, (b) se plantean resistencias para creer. El auditorio ávido de saber, ahora lo está por rechazar. Pero es en este momento de crisis, cuando Jesús va a dar nuevas indicaciones para que se pueda comprender la naturaleza de su persona y de su misión, lo que lo hace distinto y capaz de cumplir con la promesa de vida y de salvación que ha hecho. Con fuertes argumentos bíblicos Jesús no les deja a sus oyentes más que dos alternativas: aceptar o rechazar.

La idea central: El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprenden que el término “pan” es sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, de la cual la “escucha” se convierte en invitación a la cena, en asimilación, en nutrición, en vida y resurrección. Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la bellísima expresión “Pan de la Vida”, significa ante todo “Palabra que hay que acoger (=creer) y en encarnar (=comer)”, su verdadero sentido es “Pan de vida = Palabra hecha carne”.

Los términos de este pasaje, nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo. Y siendo así, la Eucaristía es una síntesis del Evangelio como Jesús es lo que es Dios (Jn 1,18).

Por detrás de la objeción que le plantean a Jesús está el tema de la murmuración del pueblo de Israel en el camino del desierto durante el éxodo (ver Éxodo 15,24; 16,2.7.12; 17,3; Nm 11,1). Tampoco ahora reconocen a Jesús como el enviado del Padre. Se escandalizan por su origen humilde. Jesús responde así: la fe es, a final de cuentas, un don de Dios, en forma de enseñanza. Quien acoge esta enseñanza, se abre a Dios. Jesús cita a Isaías 54,13 (Jeremías 31,31-34).

Las murmuraciones son el resultado de la resistencia (como ocurrió en el éxodo) para dejarse conducir por Dios. El verbo “comer” ayuda a estructurar esta parte del discurso. Pasamos del acento existencial al acento sacramental-eucarístico. Aquí, la diferencia entre Moisés y Jesús es radical: Jesús, Él mismo, da la vida, el maná era simplemente un alimento material. Jesús es el verdadero maná que alimenta para la vida eterna.

En la frase “Mi carne para la vida del mundo” hay que entender “carne” como el cuerpo de Jesús entregado en la Cruz. El “para”, término que también aparece en los relatos de la institución de la Eucaristía en los otros evangelios, señala el sentido de la muerte sacrificial de Jesús.